No olvida sus raíces, ni a su adorado padre, ni a la niña que fue. La escritora, eterna candidata al Nobel, habla de su vida y de su nueva novela, Ave del paraíso
Para Joyce Carol Oates, el oficio de la literatura tiene mucho que ver con el de pianista clásico y el de jardinero. Con el primero, porque la ficción se basa en la realidad, así como quien toca el piano debe hacerlo sobre una partitura original ya dada. Y con la jardinería, porque la mayor parte del tiempo te lo pasas arrancando o sembrando raíces para que luego el resultado luzca bien.
Eso dice ella. Y lo sabe bien, porque así, con la paciencia de un músico o un amante de la naturaleza bajo control, la escritora, nacida en el Estado de Nueva York en 1938, ha ido forjando una carrera de fondo. No lleva la cuenta de su obra, que ya abarca más de 100 títulos entre novelas (más de 50 si sumamos las firmadas con sus seudónimos Rosamond Smith y Lauren Kelly), libros de relatos, cuentos para niños, poesía y ensayo. En ellos ha indagado, con todas las consecuencias, el alma americana: la tragedia, la gloria, el drama, la sordidez y las leyendas, como hizo en Blonde , su libro sobre Marilyn Monroe, o Del boxeo , su ensayo sobre ese mundo poblado de ídolos y perdedores. O como ahora aborda en Ave del paraíso (Alfaguara), digna hija de la estirpe de sus grandes novelas ( Agua negra , La chica tatuada , Because it is bitter, and because it is my heart , La hija del sepulturero o Qué fue de los Mulvaney ).
Vive un gran momento. Una segunda o tercera juventud. Se ha vuelto a casar -tras 48 años de su primer matrimonio- con un científico neurólogo que enseña, como ella, en Princeton (Nueva Jersey). Todavía hace crítica y sigue atenta el panorama literario estadounidense. Es desde hace años firme candidata al Premio Nobel (aunque dice no pensar mucho en ello), y se acaba de mudar a una casa tranquila junto a un estanque, a 10 minutos de auto de la universidad. El viento mece unas campanillas que entorpecen los silencios requeridos por su retiro creador. Mientras toca una sonata para piano -“mi música favorita”-, cuida su jardín o cocina un plato, la escritora va adobando sus ficciones. “Necesitas la calma para pensar con tranquilidad lo que vas a escribir. No podríamos hacerlo sin ese sosiego.”
-Dice usted que la ficción se construye con materiales de la realidad. ¿De dónde sacó los que utiliza en Ave del paraíso ?
-La partitura emocional se basa en mi propia experiencia de la pérdida de mi padre, aunque muy pasada por la ficción, porque él no era un criminal ni asesinó a nadie. Fue la idea de esa misteriosa relación padre-hija la que se imponía. El escenario también se parece al de mi infancia: una pequeña ciudad pegada al río, donde regresa la protagonista. También ha golpeado duro la recesión económica en el Estado de Nueva York y eso me interesaba reflejarlo.
-Esta obra tiene que ver con la obsesión por recuperar cierta memoria. En otro escrito comenta de manera muy inquietante el hallazgo de una casa vacía donde antes había vida. La diferencia entre casa y hogar. Como Alicia al otro lado del espejo , otro de sus temas recurrentes.
-Cierto. Eso viene de un fenómeno que también habrán experimentado: la migración del campo a la gran ciudad. En el pasado, sólo un dos por ciento de la gente abandonaba su lugar de origen. Ahora es algo masivo. Me interesa reflejar el drama de la gente que huye y regresa a sus antiguos hogares. Cuando lo abandonas, al principio, sientes una excitación muy motivadora, pero si te alejas completamente de él, pierdes tu alma. Hay que llevarlo de alguna forma consigo. Los problemas de convivencia en las grandes ciudades provienen de esa sensación de extrañeza entre unos y otros. Esa sensación de que es imposible construir una comunidad sin raíces. De eso escribo a menudo. Aunque en Ave del paraíso , cuando la mujer regresa a su ciudad, se da cuenta de que no puede vivir allí.
-Sus dos grandes pasiones quedan para siempre en ese lugar. Su padre y Aaron.
Porque la relación filial es de auténtico amor. No tiene por qué ser incestuosa, aunque lo parezca. Es pura y desprejuiciada. Sí, y de piedad por quien ha sido tratado injustamente. Siento predilección por la gente que no ha tenido suerte o ha padecido un trato inmerecido. Personas juzgadas por crímenes que no han cometido, sin derecho a defensa y marcadas por esa nube de sospecha que les arruina la vida. Para una hija, la aprobación y el amor paterno son fundamentales siempre. Incluso al casarse, la bendición paterna es importantísima. Lo es, aunque muchas finjan que no. Nunca puedes librarte de esa sombra. Mi padre era estupendo.
-¿Su hogar era un lugar feliz?
-Sí, aunque a mis padres les preocupaba que el dinero no llegara.
-Entonces, esa atracción por la tragedia, ¿de dónde le viene?
-Bueno, siempre reflejo un núcleo donde priman la emoción y el amor, pero muy precario, con amenazas que acechan alrededor. Nosotros vivíamos en una granja pequeña, nada próspera. Mi padre trabajaba en una fábrica de la que nunca sabía con certeza si iba a ser despedido o no. Mi madre se ocupaba de la casa. Ambos eran maravillosos, pero muy vulnerables. Hoy ha cambiado casi todo. Mis estudiantes en Princeton vienen de familias acomodadas. Yo vivo muy bien. Pero todo vuelve. Con esta catástrofe financiera y económica, hay millones que han perdido sus casas, regresan los tiempos de la depresión y mi temperamento tiende a reflejar mejor esas épocas que las de riqueza.
-¿Encuentra hoy demasiadas cosas comparables a la Gran Depresión?
-Sí. Me interesa la gente que ha trabajado duro y no ha podido triunfar.
-Respecto a usted, ¿cómo ve la mujer mayor a la niña que fue en los tiempos difíciles?
-Todavía me identifico con ella. Que envejezcamos no significa que cambiemos mucho por dentro. Pienso a menudo en mis padres, en mis abuelos. Me he casado, en marzo de 2009, después de un matrimonio que duró 48 años. La vida es una readaptación constante. Yo me encuentro en un período nuevo. Mi marido tiene un carácter muy fuerte, es neurólogo. Está acostumbrado a dar órdenes en su laboratorio. No lo sabe, es algo inconsciente en él, pero no hace otra cosa que mandar. De manera muy sensata, pero mandar. Yo me voy amoldando.
-¿Y obedece?
-No es eso. En todas las relaciones hay alguien que es más dominante. Que paga con la tarjeta de crédito y conduce. Alguien tiene que ocuparse de liquidar las facturas. Él lo hace, es algo que a mí me aburre.
-Volviendo a la infancia, ¿se consideraba una niña rara, solitaria?
-No, me gustaba estar sola. Pero no era una niña solitaria. En casa éramos muchos. Mis abuelos vivían con nosotros. Yo colaboraba mucho en casa, ayudaba a mi madre a cocinar, pero necesitaba mis rincones solitarios para pasear por el bosque o leer.
-¿Qué leía?
– Alicia en el país de las maravillas fue mi primer gran libro. Y cómics.
-¿Ya imaginaba historias?
-Creo que me sentaba y dibujaba cosas. Pollos y gatos que contaban historias. Quería ser maestra, porque adoraba a mis maestros. Todavía enseño.
-¿Lleva la cuenta de lo que publica? Han salido más de cien libros suyos.
-No sé. La cantidad no importa.
-Resulta usted muy prolífica.
-No lo siento así. Tardo bastante en acabar un libro. Ahora estoy metida en una novela y voy lenta. Entre ayer y hoy sólo he escrito cuatro páginas. Me gustaría ser más rápida.
-¿De qué trata?
-De una mujer exitosa, rectora de Universidad, brillante, pero que ha renunciado a otras cosas en la vida para conseguir eso. Por ejemplo, a tener hijos.
-Los pequeños fracasos a los que obliga el éxito?
-Exacto. Pero en este mundo hay gente muy rara. El otro día estuve cenando en casa de unas personas y la anfitriona no hacía más que quejarse de sus hijos, que si no dan más que disgustos, que si sólo se ocupan de Internet. Su marido estaba avergonzadísimo. Yo no he tenido hijos, pero aquella mujer parecía una feminista de los años 70. Hay mujeres que piensan que un hijo les podría haber arreglado la vida, y otras que son unas madres terribles. En mi novela, a la protagonista se le abrirán las posibilidades de tenerlo y va a acabar en final feliz, no al estilo Hollywood, pero feliz, positivo.
-Escritora, profesora, intérprete de piano, aficionada a la jardinería, recién casada? ¿Cuándo duerme?
-Tengo bastantes problemas para conciliar el sueño. Me meto en la cama con la sensación de no haber hecho los deberes y me cuesta dormir.
-Sus libros últimamente rondan o sobrepasan las 500 páginas. ¿Por qué cree que sus historias tienen esa extensión y no otra más corta?
-Creí que Ave del paraíso iba a ser más breve. Pero empecé a escribir, me enamoré de los personajes y creció. Escribí unas cien páginas más de las que había planeado. Planteo historias sencillas, pero van complicándose. En ésta, algunos personajes hacían cosas muy artesanales, reparaciones con sus propias manos, como mi padre, y eso me obligaba a ser muy detallista. El orgullo que da trabajar manualmente, ese perfeccionismo, hacerlo bien, me resultaba importante.
-¿Qué tiene contra los Kennedy?
-Nada. Son una familia muy interesante. ¿Por qué lo dice?
-En su novela Agua negra contó ese caso en el que se vio envuelto Ted Kennedy con la muerte de una chica, ahogada en un coche. Y en su libro Blonde , sobre Marilyn Monroe, John y Robert no salen muy bien parados.
-Aquella tragedia de Chappaquiddick cambió la vida de Ted. Se volvió más serio y se convirtió en un hombre público ejemplar. El trauma lo redimió. En Blonde , respecto a Marilyn, las cosas fueron como fueron.
-La acusaron a usted de amarilla y sensacionalista.
-Fue así.
-La trataron muy mal.
-Ella tampoco se comportaba con medida, su vida en el período en que los conoció estaba descontrolada. Cuando estuvo casada con Arthur Miller y vivía en Nueva York, se podría haber quedado allí y haber triunfado en el teatro. Pero decidió volver a Hollywood y eso fue el principio del fin. Consumía drogas, se desmadró. Para ella fue trágica esa decisión.
-¿Le siguen atrayendo tanto los mitos americanos?
-Sí, mucho.
-¿Cómo los describiría? ¿Alguien a mitad de camino entre el glamour de Marilyn Monroe y el instinto básico de un boxeador, como su amigo Mike Tyson?
-Un mito americano generalmente es alguien que proviene de capas muy pobres de la sociedad, como huérfanos nacidos en tierras ignotas y que acaban triunfando en las grandes ciudades, en Nueva York, en Chicago. Protagonizan cuentos de hadas, como Cenicienta. La historia de Mike Tyson es así; la de Marilyn o la de Elvis Presley, también. El mito tiene que ver con el outsider que se cuela en el centro de atención y acaba a menudo destruido. Mike Tyson no lo ha sido completamente, pero lo ha pasado mal. Nada más triunfar, se metió en el mundo de la cocaína? Ahora habla de su vida como un fracaso.
-¿Sigue viéndolo a menudo?
-No, estuve con él hace un año y lo vi amargado. Sobre todo desde que su hijita de cuatro años murió. Tiene problemas psiquiátricos y se medica, pero, al fin y al cabo, ha durado más que Marilyn Monroe.
-Los perdedores son su mundo. ¿No le interesa el triunfo?
-Hay que aprender a vivir con el fracaso. Ahora Tyson dice que quiere seguir adelante para ayudar a otros, que ha actuado siempre haciendo daño a los demás y que le ha llegado la hora de cambiar.
-¿La redención?
-Cierto. Marilyn Monroe no pudo llegar a eso porque las drogas la destrozaron. Cuando debes tomar tantos calmantes para dormir, no puedes controlar nada en tu vida.
-¿No la tiene harta que haya tanta gente clamando por un Nobel para usted?
-No pienso demasiado en ello. Hay tantos que lo merecen y son candidatos? Además, hubo grandes escritores que se quedaron sin él: Graham Greene, James Joyce?
-¿Qué opina de lo que se escribe actualmente en Estados Unidos?
-Es muy interesante. Precisamente preparo un trabajo sobre los autores de relatos. Encuentro de todo: gays, lesbianas, chinos, japoneses, hispanos, con sus mundos y problemáticas. Sólo he escogido 50 y se impone la diversidad, una enorme vitalidad. Aquella masculinidad dominante de hace décadas hacía imposible concebir que surgirían estas literaturas de homosexuales, por ejemplo. No hay un centro, pero tienen gran calidad; no hay una corriente, pero a todos les interesan como temas la identidad y la complejidad política.
-Hablando de autores gays. Usted tuvo su tensión con Truman Capote. Decía cosas
horribles sobre usted, como que era el ser más asqueroso que había conocido.
-Bueno, las decía de todo el mundo, no sólo de mí. Era un cocainómano. Estaba como una cabra.
Fuente: El País