La necesidad de la ilusión

 

 

Resumen

Este texto explora la necesidad estructural de la ilusión en la vida humana, tomando como eje central la noción nietzscheana de la verdad como metáfora olvidada. A partir de una revisión del papel del lenguaje como creación poética y fundacional, se argumenta que toda realidad compartida se sostiene en ficciones necesarias para la supervivencia simbólica. Lejos de representar un obstáculo, la ilusión aparece como condición vital para otorgar sentido al caos de la existencia. En contraste con una visión puramente racionalista, se destaca la importancia de los mitos, relatos y símbolos como elementos que permiten habitar el mundo y no sucumbir al vacío contemporáneo.

Palabras clave: ilusión, Nietzsche, lenguaje, poiesis, mito, sentido.

 

Abstract

This text explores the structural necessity of illusion in human life, focusing on Nietzsche’s notion of truth as a forgotten metaphor. Through a critical analysis of language as a poetic and foundational creation, it argues that all shared reality relies on fictions necessary for symbolic survival. Far from being an obstacle, illusion emerges as a vital condition for giving meaning to the chaos of existence. Contrasting with a strictly rationalist view, the essay emphasizes the importance of myths, narratives, and symbols as essential tools for inhabiting the world and resisting the contemporary void.

Keywords: illusion, Nietzsche, language, poiesis, myth, meaning.

 

 

 

 

Introducción

En los tiempos actuales, aparentemente navegamos en un mar carente de lógica, un océano cuyo sentido parece haberse perdido. Los vientos que antaño impulsaban nuestras velas en una dirección clara han desaparecido; sin embargo, el barco sigue en movimiento. Esos vientos solían ser la religión o el arte: ámbitos donde se arraigaba la apuesta de la vida, la brújula que guiaba nuestras acciones. Pero si esos vientos hoy parecen dispersos—cuando las religiones pierden adeptos y se amenaza la relevancia de los artistas ante la IA—, ¿cómo nos orientamos? ¿Dónde hallamos ahora lo sólido sobre lo que edificar nuestra sociedad?

Nietzsche advertía ya sobre la fragilidad de las verdades sobre las que erigimos nuestras vidas, la realidad misma. Sobre el carácter de verdad nacido del olvido y de la metáfora convertidos en convenciones. Desenmascarando la ficcionalidad que subyace en el lenguaje, y a nosotros como creadores de esa estructura de sentido a partir de la necesidad, no de la objetividad. Donde “cabe admirar en este caso al hombre como poderoso genio constructor, que acierta a levantar sobre cimientos inestables”1 , tan inestables que pueden ser reemplazados por otros, a lo que puede surgir la interrogante de si es posible cambiar los cimientos de la realidad, pues, desde el diagnóstico adelantado de Nietzsche hasta nuestros días, podemos ver cómo las verdades que teníamos como las más sólidas e irrefutables, han perdido fuerza y valor en la forma de comprender y vivir el mundo.

Así, algunos tachan nuestra actualidad como la época de la posverdad, o desinformación, donde hay algoritmos que moldean nuestras percepciones sin tregua alguna; donde existe y se experimenta un caos. Donde cabe recordar la ilusión, que lejos de ser un simple engaño, se presenta como una condición necesaria para la vida; pudiendo verse en la supuesta irrelevancia de la creatividad y creación del ser humano, que han llevado a pensar que el sentido simbólico de la realidad y lo que sostiene al ser humano no ha de ser atendido. De este modo surge la cuestión de si no es la ficcionalidad la herramienta que precisamente se necesita en la actualidad, el relato compartido, un mito fundacional de la cultura –que anteriormente cumplía la religión o el arte–, lo que podría salvarnos del vacío que se experimenta en estos días.

Sin embargo, por más que la verdad aparente esfumarse, algo en nosotros se resiste al colapso total. En medio del desconcierto seguimos buscando sentido, o en todo caso, creándolo; a través y por la condición humana de habitar y necesitar de la ficción para vivir. Por ello, hemos de pensar en la ilusión no como un obstáculo, sino como el sostén, que nos puede permitir la constante capacidad de creación y vivir con una verdad, aún así sea colocada por nosotros. Tal vez no haya nada más humano que esa capacidad creadora que poseemos para no sucumbir en la intemperie del mundo real.

 

El nacimiento del lenguaje: la ilusión que funda la realidad

El ser humano en el mundo se encuentra totalmente desprotegido, este no tiene condiciones especiales que le ayuden a sobrevivir en la intemperie que es la vida, no tiene garras, o factores fisiológicos que le favorezcan a su supervivencia. Sin embargo, lo que sí posee, es su intelecto, su capacidad para crear. Esta capacidad que no es sólo racional, sino imaginativa, le permite transformar su aparente precariedad biológica en una ventaja simbólica. Siendo desde allí de donde nace uno de los mayores gestos de la poiesis: el lenguaje.

El lenguaje es la creación metafórica que permite al ser humano estructurar un mundo habitable, no siendo una mera herramienta neutra para describir la realidad, sino, el lente a través del cual interpretamos y entendemos como realidad. Este no obedece a una necesidad de representar objetivamente al mundo, o lo real, sino a la necesidad de sobrevivir: nombrar, clasificar, en concreto, de estabilizar lo inestable. Siendo cada palabra una metáfora, una ficción, la reducción de las experiencias del ser humano. De modo tal que lo que llamamos “verdadero” –escribe Nietzsche– es “una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes”2. Es decir, los conceptos no son algo que descubramos en el mundo, sino hábitos, condensaciones simbólicas que el uso transforma en verdades.

El olvido de que el lenguaje es una invención es lo que lo hace funcional. Pues “solamente mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en posesión de una «verdad».”3 En este sentido, el lenguaje no revela el mundo tal como es, sino, crea un mundo dentro del cual es posible actuar. Al hacerlo, impone límites, forma estructuras, y dota de sentido a lo que, sin él, serían matorrales de información, puro devenir. Así, es que la poiesis, lingüística se convierte en una forma de contención frente al caos.

Esta estructura simbólica que el lenguaje impone sobre el mundo no es un mero adorno de la razón, sino una condición vital para la existencia en común. Sin lenguaje, la realidad se presentaría como un torrente de estímulos sin orden ni jerarquía. Al clasificar y nombrar, el ser humano reduce la complejidad del mundo a categorías manejables, comprensibles, compartibles. Pero con ello también sacrifica algo; cada palabra es una reducción, una violencia sobre la singularidad de lo real. Las diferencias se borran para que podamos actuar, para que podamos comunicarnos. En este sentido, el lenguaje es un acto de poder, un artificio que impone formas donde solo hay flujo.

Nietzsche nos señala que estas formas lingüísticas, al convertirse en convenciones, pierden su carácter poético. Siendo así que cuando se olvida que las palabras y el lenguaje son metáforas, se convierten en metáforas olvidadas, huellas de una creatividad que ha sido sepultada bajo el peso de la costumbre, ocultando su origen subjetivo. Pasando de ser una imagen del espíritu creador del ser humano a fijarse como una verdad incuestionable. De este modo el lenguaje no sólo funda la realidad, sino que también la paraliza de un modo: pues al dotar de sentido, olvida la capacidad creativa es lo que subyace a ese sentido. Por eso Nietzsche reafirma que “las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son.”4

No existe realidad pura que el lenguaje distorsione: todo conocimiento está atravesado por la interpretación, y toda la realidad es ya un acto de interpretación; es ya, ficción. Afirmando que vivimos necesariamente en la apariencia, y que esa apariencia es nuestra forma de habitar el mundo. Así, todo se integra en un tejido simbólico de la existencia. De modo tal que “«todo lo que existe es justo e injusto a la vez, y en ambos casos igualmente justificado».”5 La realidad, entonces, no es unívoca ni transparente, y el lenguaje no puede capturarla sin distorsionarla.

Es así como el lenguaje no es sólo medio de comunicación, sino una invención cultural que sostiene la realidad compartida. Construimos mitos, relatos, normas, acuerdos; sentido. Creamos ese mundo simbólico para orientarnos. Donde hemos de reconocer en nuestras verdades meras ficciones estabilizadoras. Por eso, el lenguaje es la expresión más clara de nuestra poiesis, de nuestra necesidad vital, de inventar mundo para habitarlo.

 

El espejo falso – René Magritte

 

Una ilusión que sostener

Saber que el lenguaje no expresa verdades absolutas, sino que se tratan de convenciones nacidas de las necesidades humanas, no basta para renunciar a él. Por el contrario, es precisamente por ello, en fragilidad donde revela su fuerza: pues, aunque sepamos que las verdades que sostenemos están construidas sobre invenciones, seguimos habitándolas, porque las necesitamos y porque nos son útiles. En este acto de afirmar y sostener la ilusión, Nietzsche nos señala que la vida humana depende de esa ilusión para otorgar forma, sentido y dirección al caos que nos encontramos frente a lo real. “Se debe querer la ilusión – en eso consiste lo trágico.”6 Así condensa Nietzsche la paradoja humana.

Pongamos de ejemplo El origen de la tragedia, donde Nietzsche hace una revisión del pensamiento griego, y la forma en la que los dioses emergen en esta. A través del mito, podemos apreciar que los griegos elaboraron una salvación, no hacia la razón, sino hacia la creación artística de los dioses. Una creación que tuvo como fin, transfigurar el horror de la existencia mediante la armonía de Apolo y la embriaguez de Dioniso. “Para poder vivir, en virtud de una profunda necesidad, los griegos no tuvieron más remedio que crear a estos dioses.”7 Y a través de esta creación, la vida comenzó a ser habitable, no desde la desaparición del sufrimiento, sino porque este fue enmascarado, recubierto de una forma, de imagen y de símbolo. El dolor en el arte no deja de sufrirse, sólo adquiere nuevas posibilidades, como la de ser contemplado, asumido, o incluso celebrado.

De este modo, la ilusión no es sólo algo que se tolere por su necesidad, sino que incluso la deseamos fervientemente. Pues bajo su influjo, el ser humano, “a la luz de estas imágenes interpreta su vida (…) se entrena para vivir.”8 En donde la tragedia griega no elimina el sufrimiento, sino que lo reintegra en un relato comprensible, ofreciendo una reconciliación simbólica con la existencia. O en palabras de Nietzsche: “bajo el encanto de lo dionisiaco no solamente se renueva la alianza de hombre con el hombre; también aquí la naturaleza enajenada, enemiga o sojuzgada vuelve a festejar su reconciliación con su hijo pródigo, el hombre.”9 Es decir, el ser humano no vence a las fuerzas de la naturaleza, no vence ni supera la muerte, pero a través de la ilusión, de la creación artística, este puede encontrar una alianza vital con ellas.

El hombre invisible – Salvador Dalí

 

Sin embargo, el punto más crucial para mantener una ilusión es el de mantener algo en el tiempo, una verdad que permanezca, incluso si esta no es verdadera realmente, sino una creación del ser humano. De ahí que, ante la necesidad de la ilusión, venga acompañada de un olvido de su misma creación. Es ahí, en una verdad que se hace pasar como incuestionable, que se funda una realidad, o donde se asienta y reproduce una cultura. Es donde los seres humanos aprenden a vivir. Y eso, es de igual modo lo trágico, la aparente contradicción entre lo verdadero y lo falso, el hecho de que vivamos con base en ficciones, sosteniéndolas tratando de olvidar su origen como invención.

Así podemos ver la importancia radical que contiene el lenguaje como fuente de donde brota por primera vez la necesidad de la ilusión. El lenguaje, que surge como un proceso de metáforas para la comunicación entre seres humanos y para tener un fundamento sobre el cual entender la realidad, fundar una realidad de la que se pueda hablar y hacer algo común. No es sólo el proceso de comunicación, es la primera ficción compartida por la humanidad, una convención simbólica. Por medio de un encadenamiento de metáforas el lenguaje da forma a lo que no tiene forma, estabiliza lo inestable, y hace posible la realidad desde un sentido que se le impregna. En este gesto originario de poiesis en el lenguaje, nace la ilusión como sostén humano: una ficción que, aun sin ser real, se vuelve necesaria para vivir, y actuar.

En el lenguaje podemos depositar nuestra historia, nuestros conocimientos y expectativas del futuro. En el lenguaje formamos cultura y formas de habitar el mundo; incluso el mundo mismo. Es así que, a partir de él, creamos mitos, narrativas que llenan de sentido la vida para conducirnos en ella. “Es destino de todo mito, pues, el rebajarse poco a poco hasta las angosturas de una realidad supuestamente histórica y ser tratado por cualquier época posterior como un factum único de arrogaciones históricas.”10 Es destino de todo mito, pues el de formar parte de la cultura y la vida, de modo tal que este sea un factum y no sólo un acto creador, que se olvide su origen y el propósito con el que fue engendrado. Es enraizarse en la vida, en la realidad.

 

La importancia de una ilusión

Entonces analicemos de mejor manera la ilusión y su importancia poniendo de ejemplo el lenguaje, esto de la mano de las narrativas y los mitos que le dan mayor vitalidad. El lenguaje se ha vuelto una verdad incuestionable, no hablemos de cuestionarnos su origen, sino incluso de su genealogía, de su historia, de cómo era una palabra, o un concepto hace apenas medio siglo. El lenguaje es de las creaciones metafóricas más solidificadas de la que tenemos prueba, y así su sentido simbólico ha logrado estructurar una realidad. Es una edificación que resalta por su forma de sostener la cultura, la realidad y el mundo en cimientos como la ficción y la metáfora. Es una ficción, que, aun reconociéndose como tal, se le observa como lo más fundamental para poder vivir. La vida necesita de las ilusiones y creer en verdades que en el fondo son no-verdades.

De la fundación de una cultura, o las de verdades que puedan servir como guías de una sociedad, se genera la estabilidad de la vida humana. La vida comienza a adquirir un sentido, un marco de sentido que fundamental la vida diaria. Es el mantenimiento de esos símbolos, de esos mitos, y de esas palabras, las que no sólo reproduce un lenguaje, sino, reproduce la ontología de una cultura, la forma de habitar un mundo. Si bien reconocemos que el lenguaje y la forma en la que vivimos se asientan en una ficción, al fondo de ello habita un pathos por la verdad, no del descubrimiento de lo eterno, sino de algo sólido, para cubrir la necesidad de aferrarnos a algo, de tener un suelo. En otras palabras, no se trata de alcanzar una verdad absoluta, sino de que, pese a que sean ilusiones, contar con verdades para poder vivir. Pues la vida se volvería incierta y controlada por el azahar. De este modo la verdad –o sea, la ilusión, aparece como una necesidad social; pues con la sociedad comienza la necesidad de veracidad.

Esa necesidad no es de carácter ingenuo, sino es puramente funcional. De este modo, buscar la verdad, no significa otra cosa, más que organizar los elementos con los que nos relacionamos, clasificar en conceptos nuestra realidad, ordenar lo diverso de las formas humanas en el conocimiento. Es así, que la funcionalidad del lenguaje pese a su ficcionalidad ha de ser dado a que su convención nos es útil para poder vivir juntos, o ya constituir instituciones, forjar leyes, y establecer sentidos. Por eso, la necesidad moral y social de establecer convenciones estables como impulso de supervivencia. En ese sentido, una cultura no puede borrar la ficcionalidad, sino simplemente contener el conocimiento dentro de los límites de la vida; donde la creación tiene un uso relevante.

La ilusión no es un obstáculo que debe de eliminarse o suprimirse, todo lo contrario, la ilusión es la condición que permite producir a la sociedad. Nietzsche nos dice, “al abrigo del luminoso brillo solar de estos dioses, se sintió la existencia como algo por lo que, en general, valía la pena esforzarse.”11 Donde de nuevo se usa el ejemplo del surgimiento de los dioses en la cultura griega, de su mito, para mostrar que, aun siendo una mentira, no se trata meramente de un engaño, sino de una afirmación vital, una ficción fértil que reconcilia al ser humano consigo mismo, con la naturaleza, e incluso con su destino. La ilusión sostiene la posibilidad de vivir con intensidad, aún en un mundo donde todo cambia y nada permanece.

 

Sin dirección

Pero qué pasa si el lenguaje, los símbolos, mitos o narraciones pierden su capacidad de fundar una sociedad, qué pasa si el olvido de su origen y utilidad es tal que se difumina el valor que tenían depositado. La caída de las grandes verdades y estructuras puede generar un sentimiento de estar en la intemperie, el mundo se presenta sin sentido alguno. Y la razón con la ciencia quieren venir a salvarnos, pero no es posible, pues se olvida que esa salvación sólo es posible a través de la ficción, de la creencia. Pensemos en nuestros tiempos modernos, donde las religiones pierden adeptos y se amenaza la relevancia de los artistas ante la IA; el conocimiento se ha multiplicado, y la información dondequiera abunda, pero el sentimiento de zozobra sigue ahí, esos elementos no han podido dotar de claridad a la vida, sino, tal vez un nuevo desconcierto, pues cuando la ilusión se escapa: “El hombre únicamente ve por doquier cuán espantoso o absurdo es el ser… (…) siente asco.”12 Sin la ilusión que ordenaba el mundo, sin aquellos relatos que ofrecen refugio, la realidad se revela como contingencia, sin brújula u horizonte.

En contraste a la ficción podemos pensar que la sabiduría es la respuesta, que el conocerlo todo, o tener verdades absolutas puede ser de mayor utilidad, incluso, olvidar completamente que el lenguaje y la cultura se han asentado en la ficción. Sin embargo, Nietzsche advierte que “el conocimiento mata la capacidad de actuar; la acción requiere sumergirse en el velo de la ilusión.”13 Pues una sabiduría que se encuentre desencantada, desprovista de mito, paraliza, nos detiene. “La sabiduría es un crimen perpetrado contra la naturaleza”14, disuelve la potencia creadora, la poiesis que necesitamos para mantener la vida.

Pensemos en la actualidad, donde la disolución del mito comienza a manifestarse de manera más clara. Pues la religión cristiana ya no ocupa el lugar central de la cultura occidental; el arte en muchas de sus formas tradicionales comienza a verse desplazado por mecanismos del mercado y la velocidad técnica. Incluso podemos ver a la inteligencia artificial tomar el papel de la creatividad, mientras las personas comenzamos a ser explotados de formas más radicales en el mercado. Pero todo eso surge como una máscara vacía, sin sentido alguno. No contienen en ellos el pathos humano de la necesidad vital que anima al arte, al ejercicio de creación, a ser una afirmación de la vida ante el abismo que la realidad puede ser. La carencia de la ilusión, de la ilusión que dotaba de un sentido, comienza a ser desplazada por una funcionalidad sin alma.

Podemos tener conocimiento de todo el cosmos, pero si no hay un relato que le otorgue sentido a ese saber, si no hay un símbolo que lo vuelva habitable, el conocimiento se vuelve estéril. Pues la vida no se sostiene sólo en lo que es, sino en aquello que la vuelve soportable. Y esa es la tarea de la ilusión, ofrecer una forma de soportar la existencia, de volverla narrable, simbólica, vivible. Sin una ilusión compartida, sin la narrativa que vincula a los individuos y doté de una imagen del mundo, lo que queda es el desarraigo profundo, sin pertenencia a un lugar ni a un futuro que llegar. El lenguaje en las culturas modernas, o al menos la hegemónica en la occidental ya no parece querer construir un mundo común, sino que se dispersa en fragmentos, memes, y códigos constantemente editables. Obstaculizando la posibilidad de la formación de una cultura en torno a una ficción compartida.

¿Puede ser ese sentimiento de zozobra mayor que las fuerzas de la cultura hegemónica hoy en día? ¿Podríamos volver a impregnar un sentido en la realidad pese a las contracorrientes que vivimos y se avecinan? Tal vez la tarea de nuestro tiempo es la de crear nuevas ilusiones que doten de sentido a nuestra vida actual, que vuelvan soportable el vivir, porque ha quedado claro que vivir sin ilusión no es que sea difícil: es imposible.

 

 

 

 

Bibliografía

Nietzsche, Friedrich, El origen de la tragedia, Gredos, Madrid, 2023.

Nietzsche, Friedrich, Fragmentos Póstumos (1969-1874), Volumen I. Tecnos, Madrid, 2011.

Nietzsche, Friedrich, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otros fragmentos de filosofía del conocimiento, Tecnos, Madrid, 2012.

 

 

 

Notas

1 Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otros fragmentos de filosofía del conocimiento, ed. cit., p. 30.
2 Ibidem., p. 28.
3 Ibidem., p. 25.
4 Ibidem., p. 28.
5 Friedrich Nietzsche, El origen de la tragedia, ed. cit., p. 73.
6 Friedrich Nietzsche, Fragmentos Póstumos (1969-1874), Volumen I. ed. cit., p. 352.
7 Friedrich Nietzsche, El origen de la tragedia, ed. cit., p. 35.
8 Ibidem., p. 23.
9 Ibidem., p. 25.
10 Ibidem., p. 76.
11 Ibidem., p. 36.
12 Ibidem., p. 59.
13 Idem.
14 Ibidem., p. 69.