Italia piensa

 

En la tierra de Dante, más allá del prestigio histórico de la poesía y del éxito comercial de la narrativa, hoy se impone el ensayo como fuente de las ideas más originales. Un fenómeno que se afirma en la obra de Umberto Eco, Claudio Magris, Roberto Calasso y Giorgio Agamben

 

Hace ya treinta años que en Italia la novela pierde vigor y se impone, más allá del prestigio histórico de la poesía, el ensayo. No se trata de un dato de mercado. La novela sigue siendo el producto de mayores ventas en las librerías. La poesía, por su parte, tiene un público reducido, compuesto sobre todo por jóvenes poetas. El vigor del ensayo es más bien una constatación del mundo intelectual, que le reconoce al género dos factores preponderantes en la evolución de todo sistema literario. En primer lugar, haber hecho circular ideas nuevas y potentes, que ayudan a entender la contemporaneidad y generan debates duraderos: el ocaso definitivo de la milenaria identidad campesina de la cultura italiana, la crisis del pensamiento moderno, la relación de la Italia actual con el mundo antiguo y medieval, el peso de esas herencias en la constitución del presente, la necesidad de un pensamiento asistemático para hacer frente a la realidad del mundo de hoy, la definición de un nuevo destino europeo multirracial y multirreligioso en función de los actuales procesos migratorios, la contraposición interna entre el Norte, presunta expresión de una Europa industrial y moderna, y el Sur, presunta expresión de una Europa atávica y premoderna; el peligro de la desintegración política y moral del país y la urgente definición del concepto de vida en todos los debates de la biopolítica. Éstos son algunos de los temas más relevantes que el ensayo italiano ha abordado en los últimos 30 años.

En segundo lugar, mientras que en Italia la novela contemporánea desdeñó el diálogo con la tradición literaria en favor de una búsqueda de lenguajes provenientes del cine y de las nuevas formas de comunicación, el ensayo se ha hecho cargo del peso de esa tradición. En pocas palabras, aun cuando el ensayo se ha ocupado de estética, de religión, de crítica de la cultura o de filosofía política, lo ha hecho con una fortísima vocación literaria, atenta al patrimonio de la poesía y de la prosa del pasado y con la visible aspiración a entrar en el canon futuro de la gran literatura italiana.

Si bien la afirmación del género implica un número cada vez mayor de lectores, el ensayo no tiene un carácter popular, si por popular entendemos toda expresión que pueda ser consumida por amplios sectores de la sociedad. Al contrario: la cultura italiana, que nace y se desarrolla en los siglos como una cultura de elite (desde Dante y Petrarca hasta el aristocrático Leopardi y el refinado proyecto cultural de Einaudi), con algunos pocos momentos episódicos de literatura de masas (como el caso de Salgari), continúa hoy con toda su carga de innovación en las formas del ensayo, aunque el género no sea en absoluto nuevo, sino una forma de la literatura codificada desde hace ya varios siglos.

En su hermoso libro La forma del saggio (La forma del ensayo), aún no traducido al castellano, Alfonso Berardinelli, quizás el crítico literario más influyente de Italia, explica que, a lo largo de los siglos, este género ha acompañado el desarrollo hegemónico de la poesía y de la narrativa. Aun cuando parte de presupuestos y procedimientos estilísticos con fuerte valor literario, el ensayo ha interpretado la sociedad, la actualidad y la historia y, por ocuparse de múltiples temas, muchas veces se roza con el lenguaje de diversas disciplinas. La literatura contemporánea o la misma modernidad son impensables sin el ensayo.

El ensayo -sostiene Berardinelli- es rigurosamente subjetivo, ocasionalmente concreto y, sobre todo, se adhiere a su objeto de análisis o de estudio a partir de la experiencia de vida y de lectura del autor, sin ansias sistemáticas o totalizadoras. Rehúye a las clasificaciones y a los esquematismos.

El ensayo moderno nace en el siglo XVIII como una forma de la demolición del pensamiento (de los otros) y se presenta como la expresión de la autoconciencia laica. Ya entonces, por ejemplo en Rousseau, encarnaba las tendencias antidogmáticas, escépticas, irónicas y heréticas. El ensayista puede asumir la fisonomía de un viejo philosophe , un opinionista público o un intelectual crítico e intérprete de la sociedad y su cultura.

 

De Manzoni a Leopardi

La disputa entre el ensayo y la novela no es una novedad en Italia. Cuando, en 1850, Alessandro Manzoni publicó un famoso ensayo contra la novela histórica, muchos intelectuales y, sobre todo, muchos narradores que ya escribían a la manera del autor de Los novios se sintieron perplejos. La novela histórica -sostenía- es un híbrido de historia y de invención, una invitación al desvarío emotivo y a la imprecisión conceptual, una mezcla de verdades históricas y de creaciones ficticias. ¿Cómo se explica que el autor de la mayor novela histórica italiana haya atacado tan categóricamente a ese género? Algunos piensan que Manzoni quiso desautorizar la desmesurada difusión de la fiebre narrativa italiana después de Los novios . Su crítica se habría dirigido más bien a los nuevos narradores y a las novelas históricas nacidas en su nombre.

Por otro lado, su posición obedecía a una ideología típica de los literatos italianos. Por entonces, la literatura italiana era sinónimo de poesía.

Cuando Manzoni volvió a escribir su obra para la edición definitiva de 1840, hizo tres cambios esenciales: la toscanización de la lengua (en oposición a las huellas latentes de su origen milanés), la inclusión de más de cien grabados de Gonin, estudiados por el autor en cada detalle, y la publicación, al final de la novela, de la “Historia de la columna infame”, con la que incursionó en el campo del ensayo. Así, mientras que por el primer cambio se lo puede acusar de conservadurismo lingüístico, los otros dos muestran su visión revolucionaria de la novela. La innovación iconográfica implica que una narración se puede y se debe complementar con la imagen. El ensayo final, de carácter histórico, se propone contener el “desborde” de la ficción. La novela italiana nace fuertemente “delimitada” y pasa la posta a la forma del ensayo, como una forma de la verdad histórica. La operación de Manzoni es el acto fundacional de la constitución moderna de la literatura italiana. O más bien, de la cultura italiana en su conjunto. Se tiene la impresión de que el autor milanés, que en los 30 años sucesivos a 1840 renunció a escribir narraciones, hubiese querido decir: en vez de escribir novelas, sería mejor que los italianos escribieran ensayos.

Así como Los novios de Manzoni fue la obra más importante para el siglo XIX italiano, los Opúsculos morales (1837 y edición póstuma sin censura, 1845) de Leopardi, han sido y siguen siendo el ensayo más significativo para el siglo XX y para nuestros días. Dos obras distantes en el tiempo por sólo tres años signaron la vida intelectual de los últimos dos siglos. Ya el título Operette morali ( operetta , “obrita” es el diminutivo de la palabra opera , “obra”) deja en claro que no existe en ese texto ninguna pretensión sistemática del pensamiento. Al construir un libro casi incomprensible para su época, Leopardi se consolidó como el antimodelo manzoniano. A través de breves narraciones y diálogos, aspira a un lenguaje filosófico (los temas son la perfección, el genio y el suicidio, el amor y la muerte, lo antiguo y lo moderno, el placer) contra la filosofía como verdad última. Vivacidad, comicidad, ironía, burla, falsa imitación, desdoblamientos, parodia son las claves retóricas de este breve texto de Leopardi.

El ensayo italiano es impensable sin Leopardi. Con él termina toda “ilusión antigua” (para usar sus palabras) de sistematización del mundo. Y, al mismo tiempo, con él se inicia un pensamiento fragmentario, percibido como ruina, retazo, resto, despojo. Leopardi marca una frontera y cada pensador se ha puesto más acá o más allá de su obra.

 

Después de la Segunda Guerra

A lo largo del siglo XX, la suerte del ensayo italiano ha sido variada. Baste aquí mencionar algunos casos fundamentales. En el campo de la crítica literaria, Giacomo Debenedetti ( La poesía del siglo XX y La novela del siglo XX ) dejó huellas indelebles. En el campo del arte, los ensayos de Roberto Longhi aún son indispensables. Si hoy leemos la historia del arte moderno a partir de la ruptura del lenguaje pictórico de Caravaggio, lo debemos a su ensayo señero sobre el pintor italiano. ¿Y qué agregar de la influencia del pensamiento y del estilo de Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel ? ¿O de la escritura profética de Pier Paolo Pasolini?

El 2 de noviembre de 1975, cuando Pasolini fue asesinado en un descampado de Ostia, a pocos kilómetros de Roma, la desaparición violenta del mayor artista italiano de la segunda mitad del siglo XX signó bruscamente el fin del compromiso físico y mental del intelectual con sus ideas y con la sociedad en la que vive. Sin él, Italia quedó casi sin voz. La exclusión forzosa de Pasolini por parte del mundo político (hoy ya sabemos que su crimen nada tuvo que ver con un simple acto violento de un chico de la calle) es la metáfora de la exclusión de los intelectuales del seno del poder en Italia. Desde entonces, refugiados en la periferia del poder, desestimados y desprestigiados por el poder político, los intelectuales italianos han escrito mucho, como una forma de resistencia a la amenaza real de desintegración política, moral y cultural de su país. Un nutrido número de escritores e intelectuales (Umberto Eco, Claudio Magris, Roberto Calasso y Giorgio Agamben, entre otros) se abocó al ensayo, probablemente en busca de un terreno que conservara una ligazón más firme con sus propias raíces culturales pero, sobre todo, como el único género discursivo en que todavía es posible la configuración articulada del pensamiento.

 

Umberto Eco: entre el lector moderno y la herencia del pasado

Profesor universitario de semiótica y estética medieval, irónico y brillante, capaz de crear puentes entre la cultura académica y el lector común, Umberto Eco es responsable de una vasta producción teórica que va desde Obra abierta (1962), Apocalípticos e integrados (1965), Tratado de semiótica general (1975), Lector in fabula (1979) y Los límites de la interpretación (1990) hasta los recientes ensayos Historia de la belleza (2004) e Historia de la fealdad (2007). Toda la realidad se le aparece a Eco como un sistema semiótico de signos infinitos, que el ser humano decodifica. Un concepto se destaca en esa masa riquísima de escritos: la idea de lector, sujeto que asume para el intelectual Eco la función social clave de la realidad, y para el hombre Eco, el sentido total de su existencia.

Autor de novelas -desde El nombre de la rosa (1980) hasta El cementerio de Praga (2010), Eco ha desplegado también en ellas el sentido final de su prosa y muchas veces sus ideas han penetrado a través de los meandros de sus personajes y de sus tramas. De toda esa producción inmensa, el ensayo que más ha marcado la literatura y la cultura italiana, quizá de manera subterránea, ha sido Apostillas a El nombre de la rosa, publicado por primera vez en la revista Alfabeta en 1983 y luego incluido como apéndice de su famosa novela en las reediciones sucesivas.

En las Apostillas, Eco intenta resolver uno de los problemas más acuciantes de los italianos: la convivencia angustiante y paralizadora con la herencia del pasado. Para ello, define una estética posmoderna como la actitud favorable a la mezcla de estilos y registros provenientes de la tradición. “La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que el pasado, dado que no puede ser destruido, porque su destrucción conduce al silencio, debe ser re-visitado: con ironía, de manera no inocente.” Haber transformado un convento medieval del siglo XIV en el escenario de un enigma acerca de la risa (en el centro de la investigación está el presunto libro de Aristóteles sobre la comedia) ha sido uno de los hábiles caminos de Eco para volver a entrar en el centro de la gran cultura italiana, en el mismo siglo de Dante, de Petrarca y de Boccaccio. Pero claro, como juego no inocente, como desprejuiciado regreso a los orígenes.

 

Claudio Magris: Europa y su identidad “Contaminada”

En El mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna (1963), inicio del Magris germanista, estudioso y crítico, las grandes obras centroeuropeas que el autor se proponía analizar eran documentos de una época, con los cuales reconstruir todo un panorama histórico-cultural. Luego de haber publicado otros estudios similares que atraviesan las obras de Wilhelm Heinse, Joseph Roth y Hoffmann, Magris cambió el derrotero, experimentando con una forma mixta entre la novela, el ensayo y la literatura de viajes en Danubio (1986) y Microcosmos (1997), sus verdaderas obras maestras. En la primera, describe en primera persona impresiones y emociones de un viaje indefinido a lo largo de ese río. Viena, Bratislava, Budapest, Belgrado son vistas con los ojos de quien reconoce que el Imperio Austrohúngaro pudo existir sólo por su potencial multiplicidad y nunca bajo la idea de un espíritu germánico unificador. El discurso de Magris no está organizado como una tesis: fluye inaprehensible y cambiante como el río que atraviesa: “Desde Heráclito, el río ha sido por excelencia la figura interrogativa de la identidad”. Microcosmos (1997) profundizó aún más el deseo de una forma abierta, de una narración vaga y peregrina, que no estableciera categorías o parámetros. Mientras que Danubio se adentraba, de alguna forma, en las vidas y en las obras de grandes personalidades del mundo habsbúrgico (Sissi, Heidegger, Kafka, Svevo), Microcosmos prefirió los lugares íntimos, familiares e individuales del universo veneciano, triestino, esloveno y dálmata. Así, frente a la furia de la guerra que explota irracional en los Balcanes en los últimos años del siglo XX, Magris antepone como lugar simbólico el café San Marco, en Trieste, un verdadero “puerto de mar”, o los 11 kilómetros que van desde Grado hasta Aquileia, en la Venecia-Julia, entre mosaicos bizantinos cubiertos por las aguas y basílicas y barcazas herrumbrosas. Frente a la absurda pretensión de una pureza étnica, que los nuevos vientos traen a Europa, Magris registra, en tono medido, desconsolado y escéptico, todo aquello que es mezcla, hibridación, pasaje.

En Utopía y desencanto (1999), El infinito viajar (2005) y el más reciente Alfabetos (2008), Magris ha reunido sus artículos periodísticos de los últimos 40 años. En este último, en que se analizan textos literarios clásicos o contemporáneos, es clara la evolución desde los primeros libros.

 

Roberto Calasso: la relación del presente con lo antiguo

Personalidad por cierto compleja es la de Roberto Calasso. La persistencia obsesiva, casi patológica, con la cual persigue hace ya más de 30 años un objetivo inasible lo sitúa entre los escritores inquietos, descontentos de sí mismos y de lo existente. En una entrevista concedida a un diario italiano, luego de la reciente publicación de su último libro L’ardore , confesó: “Hace casi 30 años que trato de explicar lo actual innombrable. Pero todavía no lo he logrado. Hay épocas que huyen tenazmente a la palabra. Stendhal o Balzac sabían hablar con increíble eficacia y precisión acerca del mundo que los rodeaba. No me parece que hoy haya alguien en condiciones de hacer lo mismo”. Los libros de Calasso tratan de “decir” el presente, pero a los ojos del autor mismo, no lo alcanzan.

Los primeros libros, La ruina de Kasch (1983), Las bodas de Cadmo y Harmonía (1988) y Ka (1996), se ocuparon de explicar el sentido de la religiosidad antigua. Los que siguieron, Ka (2002), El rosa Tiepolo (2006) y La Folie Baudelaire (2008), intentan, en cambio, recoger entre las ruinas de la modernidad el resabio de la Antigüedad. Calasso se refiere al período en que los hombres no sólo dialogaban e interactuaban con los dioses, sino que también se sentían parte de un plan trascendente y ultraterrenal. En Ka , Calasso analiza la obra de Kafka a partir de esa clave. La culpa, el castigo y el sacrificio, temas predilectos del autor praguense, estarían cargados de un fuerte sentido religioso que trasciende el hecho psicológico. Las voces de cada personaje no expresan un puro deseo, sino que son portadoras de lo arcano, de aquella dimensión anterior a la historia en que los hombres convivían con los dioses. Si la humanidad perdió todo contacto con lo mítico, la indagación kafkiana es un desesperado intento por devolverle al menos la conciencia de dicha pérdida. “Para Kafka -escribe-, el paraíso no era un lugar en el que alguien había vivido en el pasado y del que se había conservado memoria, sino una presencia permanente e invisible.” Calasso va en busca de los indicios del contacto invisible entre los dioses y los hombres. Su inteligencia y su cultura son deslumbrantes y, por momentos, asfixiantes. Su estilo impecable, altísimo, epifánico, en el que mezcla ficción y biografía, narración y crítica, lo ha vuelto inimitable.

 

Giorgio Agamben: Filosofía y literatura

La vasta obra de Giorgio Agamben tiene dos direcciones. Por un lado, están los ensayos que se adentran en la filosofía política y la filosofía del derecho; por el otro, los escritos de carácter específicamente literario desde una perspectiva filosófica. De la primera forman parte Homo sacer (1995), Lo que queda de Auschwitz (1998), Estado de excepción (2003) y El sacramento del lenguaje . Arqueología del juramento (2008). En su segunda línea, más ligada a la literatura italiana, se destacan Idea della prosa (1985) y Categorie italiane (1996), aún no traducidos, donde Agamben volvió a un proyecto diseñado con Italo Calvino y que quedó trunco: sintetizar en pocas páginas las categorías fundacionales de la literatura italiana.

El aporte de Agamben al pensamiento contemporáneo todavía no ha sido calculado. Su influencia es enorme. Quizá, su obra más importante siga siendo Homo sacer , vuelta a publicar con nuevas intervenciones en 2005. El homo sacer (hombre sacro) era, en el mundo romano, el individuo que, al ser juzgado por un delito, podía ser asesinado sin que el asesino fuese condenado por homicidio. Pero además, no podía ser sacrificado, es decir, no podía ser muerto según el rito del sacrificio antiguo. De allí que, por siglos, se haya insistido en la ambigüedad de lo sagrado: lo que está más allá de lo humano pero, al mismo tiempo, lo repugnante, lo sucio. Por eso, “sacro” se vuelve un concepto oscuro e impenetrable: lo santo y lo impuro se tocan. El objetivo de Agamben es desanudar el intrincado desarrollo de las ideas que llevaron a este concepto, separando la percepción del mundo religioso del orden jurídico y político de la sociedad antigua. Para el poder soberano, la sacralidad de la vida significa la sujeción a la muerte y al abandono. “Por mucho tiempo, uno de los privilegios del poder soberano fue el derecho a la vida y a la muerte”, escribió Foucault. Y Agamben agrega: “No se puede decir en modo más claro que el primer fundamento del poder político es una vida absolutamente eliminable, y que se vuelve política en la medida en que puede ser eliminada”.

Pero si en el tiempo antiguo, el hombre sacro formaba parte de un “estado de excepción”, la modernidad transformó esa estrategia de poder en un “estado permanente”. Para Agamben, el exterminio judío es el paradigma de la modernidad. Su consecuencia es la crisis definitiva del concepto de vida humana. Todas las discusiones actuales acerca de la biogenética, la eutanasia, la interrupción del embarazo, la vida vegetal, la muerte cerebral son la demostración de que nuestro cuerpo biológico se ha vuelto cuerpo biopolítico, con una posibilidad cada vez más frágil del individuo de decidir sobre su propia suerte.

La forma del ensayo de Agamben es paralela al proceso mental que la acompaña. Todos los párrafos de sus textos se hallan concatenados en modo sutil. Saltar uno es un riesgo enorme, porque el edificio lógico y argumentativo, siempre pensado como resolución de un enigma latente, histórico y consolidado, se derrumba. Lo que Agamben propone no es fácil: adentrarse en el intrincado recorrido de sus ideas y de sus hipótesis exige una concentración extrema, una aguda atención al detalle, pero una vez conquistada la cima, se tiene la impresión de que estamos ante uno de los ensayistas más originales de nuestro tiempo.

 

LA NACION – Roma, 2011