Resumen
El presente artículo se propone, con un sentido eminentemente político, llevar a cabo una intersección entre la “guerra contra la insmachintitución psiquiátrica”, por un lado, y los “juegos de la mente” –en cuanto “guerra de liberación espiritual”–, por el otro. Ambos paradigmas revolucionarios convergen en un punto crucial: su lucha es, esencialmente, tanto a nivel “externo” como “interno”, una lucha por la paz. Ensamblados, contribuyen al montaje de una máquina teórico-práctica que responde, muy especialmente en nuestro continente americano, a las necesidades y urgencias del marco histórico actual.
Palabras clave: guerra – juegos – máquina – mente – paz – psiquiatría.
Abstract
This article aims, in an eminently political sense, to carry out an intersection between the “war against the psychiatric institution” on the one hand, and the “mind games” – as a “war of spiritual liberation” – on the other. Both revolutionary paradigms converge on one crucial point: their struggle is essentially, both “externally” and “internally”, a struggle for peace. Taken together, they contribute to the assembly of a theoretical-practical machine that responds, especially on our American continent, to the needs and urgencies of the current historical framework.
Keywords: games – machine – mind – peace – psychiatry – war.
1.- Introducción
¿De qué se trata la guerra en cuestión? Para responder esta pregunta, precisamente, ensayo una conexión –que puede resultar, a primera vista, algo llamativa– entre un breve (y, en cierto modo, “periférico”) texto de Guattari, por un lado, y una célebre canción de Lennon –una de mis favoritas, a la que supe hacer ocasionales referencias–, por el otro. Algo hay en juego en esa conexión, y no es del orden de la interpretación. Vincular a Guattari con Lennon es solo posible porque ya están en cierto modo enlazados por la pertenencia a una época, por su vecindad en el terreno estético, por el hecho de compartir un aire de familia. Me atrevo a decir –y sé que esta palabra no es a menudo bienvenida en el universo textual deleuzo-guattariano– que los une la utopía o, para ser más puntual, cierta forma de utopía que es absolutamente compatible con las exigencias teóricas de la inmanencia a la vez que inseparable, en la práctica, de la lucha por la paz. Curiosa guerra, al fin y al cabo. Tanto Guattari como Lennon hacen de la paz la condición fundante de la Revolución o, incluso, la Revolución misma. Llevar la guerra al interior de las instituciones (Guattari) o de la propia subjetividad (Lennon) no es, sino una forma de tratar que el fascismo salte por los aires a través de otras vías, por medio de otras luchas, apelando a nuevas estrategias.
2.- La guerra contra la institución psiquiátrica
Examinemos, en principio, el texto de Guattari; un texto en el que Guattari habla “sobre” Basaglia pero, a la vez, vuelve sobre sí. Y creo que en esto tanto él como Deleuze han sido maestros, es decir, en el arte de hacer que la propia voz surja al hablar de otros, abriéndose paso, filtrándose entre fisuras. Guattari hace una crítica del libro de Basaglia, pero no deja de anunciar los que han de ser sus libros-máquina en colaboración con el filósofo de las uñas largas. De hecho, sus maquinaciones a dúo con este último ya habían comenzado y se verían plasmadas, un par de años más tarde, en El Anti-Edipo. Y si algo se advierte, en estas pocas páginas de “Guerrilla y psiquiatría” –publicado originalmente en La Quinzaine littéraire 94 (1970) bajo el título “La contestation psychiatrique” y rebautizado luego, al ser incluido en Psychanalyse et transversalité (1972), como “Guerrille en psychiatrie”– es ese lado militante que no se suma, como si de un agregado externo se tratase, al proyecto científico o filosófico en cuestión. En Guattari, por lo pronto, estará claro hasta el final: en Las tres ecologías, por ejemplo, es una perspectiva ético-política la que ha de articular su reflexión sobre los diversos ámbitos ecológicos –medio ambiente, sociedad y subjetividad– y les dará unidad. Lo mismo aquí –aunque, claro, no en los mismos términos y, podría decirse, con un lenguaje muy diferente; lenguaje que, por supuesto, no es casual ni deja de “hacer síntoma”–. Guattari “forma máquina” con Basaglia –lo que no significa, ni mucho menos, que adhiera por completo a su punto de vista–. No hay ciencia sin política; por lo tanto, no hay revolución científica –y podemos pensar como tal el “giro esquizoanalítico” que rompe con el modelo clásico del psicoanálisis– que no sea, por sí misma, una revolución política. Edipo es mucho más que un complejo psicológico, ya lo sabemos: es un régimen despótico, una matriz de deseos aplastados (las “cabezas agachadas” de Kafka, por una literatura menor) e ideas vencidas (réplicas o calcos de una imagen hegemónica del pensamiento), una tiranía.
Podría decirse que, a trasluz del diagnóstico que hace Guattari, podemos apreciar sus intereses y el germen de las derivas que conducirán de los planteos de la antipsiquiatría a las hipótesis y las fórmulas de Capitalismo y esquizofrenia. En La institución negada nos encontramos con un compendio de “lucha militante”, esto es, con un ensamble de testimonios, informes y extractos que, por un lado, se hallan en una cierta relación de vecindad, desde el punto de vista de la forma, con el material contenido y organizado en Psicoanálisis y transversalidad; y que, por otro lado, parecen estar propiciando –a partir de ese ejercicio de anudamiento y configuración de una multiplicidad discursiva que pone en escritura toda una variedad de prácticas, alianzas y líneas de fuga– la creación misma del concepto de agenciamiento (sobre el cual hemos de volver más adelante). Se trata –nos dice Guattari– de una auténtica “guerra de liberación”, de una Revolución cuyo propósito es poner fin a la Institución psiquiátrica como tal, a su Imperio neutral y positivista.
Ahora bien, no estamos ante un acontecimiento que, replegado sobre sí y relegado a una dimensión virtual inactualizable, no terminaría nunca de realizarse. Guattari señala que “[la] nueva dirección del hospital [en referencia al nosocomio psiquiátrico de la ciudad de Gorizia, Italia] –bajo el impulso del Dr. Basaglia– operó «una brusca ruptura de la solidaridad funcional» en el seno del personal, el deslinde de una «vanguardia» que rechazaba asumir por más tiempo el «mandato de cura y vigilancia» confiado por la sociedad represiva”[1]. Asistimos a un proceso efectivo de desterritorialización institucional (que Guattari conceptualiza en términos de deshielo y que se plasmará, sin lugar alguno para la metáfora, bajo la forma de la desmanicomialización); el cual, con una marcada impronta democrática y comunitaria, procura deshacer el nudo político-epistemológico que aprisionaba a las vidas disidentes y, gracias a un mecanismo dual de observación (que tornaba al rigor científico en última instancia indiferenciable de la severidad policial requerida para mantener a raya a unos sujetos potencialmente peligrosos), las objetivaba al mismo tiempo que las coaccionaba. Claro que estamos ante una desterritorialización relativa, que no deja de implicar una fase de reterritorialización –desde el momento en que el adiós al hospital se concreta bajo la forma de una “vuelta al hogar”– en la que, por supuesto, no hay nada asegurado[2]. Nada puede garantizar que en casa no se esté como en la cárcel o el loquero. Pero eso ya es otro tema. Lo concreto es que las experiencias revolucionarias que Basaglia promueve en Gorizia dan sus frutos y se materializan en las que Guattari califica como “mejoras espectaculares”[3] que alientan y justifican, luego de un largo período de internación, la deshospitalización de los pacientes.
Otro punto interesante de la lectura guattariana –acaso el que más nos interpela, en tiempos del más crudo neoliberalismo– tiene que ver con la posición antirreformista de Basaglia; que lo conduce, al filo de la catástrofe, al rechazo de “toda política de mejora y consolidación de los hospitales, esa política que en Francia llevaría a las corrientes psiquiátricas más innovadoras a colaborar estrechamente con el Ministerio de Salud, a elaborar con los altos funcionarios las circulares de reforma de los hospitales psiquiátricos, etc.”[4]. El Estado se percibe como un enemigo o, más aún, como el enemigo a vencer –como la primera fuente de alienación, como el principal agente represivo–. Y si bien mayo del 68 pone en jaque al sistema, no logra darle mate. Mucho menos en el contexto italiano de aquel entonces, que hacía prever –como observa Guattari– que el resultado final no fuese el esperado y no pudiese sortear, en definitiva, las barreras reactivas de la burocracia[5].
Sin embargo, la “revolución psiquiátrica” de Basaglia –en su carácter de “guerra institucional”– pretende ir más lejos que otros intentos similares: “De año en año se asiste a una verdadera escalada que significó, por otra parte, graves dificultades para sus promotores. El open door, la ergoterapia, la socialterapia, la sectorización, todo se pone a prueba, pero no cuaja de un modo satisfactorio”[6]. El hospital ingresa así en una encrucijada intensa, se embarca en un devenir-laboratorio, en un derrotero de experimentación que –como ya hemos dicho– fue sumamente fructífero, pero que, en su avance mismo, se enfrenta al mayor de los obstáculos. No se vencerá de manera definitiva si no tiene lugar “el «derrocamiento institucional», la «negación de la institución»”[7] –o, lo que es lo mismo, si no se consigue que la antipsiquiatría realice plenamente la tarea destructiva que el prefijo “anti” comprende: no basta con poner unos parches, con adoptar unas poses progresistas, con efectuar unos retoques cosméticos: la institución psiquiátrica, la ciencia que la sostiene y, en última instancia, el aparato político en que se funda, tienen que ser suprimidos–. Pero, ¿es esto posible? ¿No se trata, acaso, de una empresa inviable?
Guattari, como siempre, ve mucho más lejos que nadie en estas cuestiones. El hecho de que la “revolución psiquiátrica” entrañe, y no simbólicamente, una “revolución política” –en la medida en que es precisamente la dimensión política la que sustenta la teoría y la práctica psiquiátricas y la que hay, por ende, que transformar si se quiere poner fin no solo al manicomio, sino al ensamblaje del cual este forma parte– es lo que la sitúa, en cuanto tal, al borde del abismo: “¿No respira secretamente –se pregunta Guattari– el deseo de ver que todas las cosas se vengan abajo?”[8]. Y “todas las cosas” es exactamente eso: todo. Reducir el problema a la desmedicalización, a una rebelión contra el suministro de fármacos, sería tan limitado como, ciertamente, erróneo[9]. Acabar con la institución psiquiátrica, por la naturaleza propia de lo que hay en juego, exige el desmoronamiento último de la sociedad tal como la conocemos. Pero este objetivo, al margen de las consideraciones sobre su proximidad o lejanía, ¿será, al fin y al cabo, deseable? ¿No nos precipita al vacío en vez de salvarnos? Guattari, en el inicio mismo de los setenta, ya sienta alguna hipótesis al respecto: “[La] consigna de la «negación de la institución» –se pregunta– […] ¿no corre el peligro de servir de trampolín a una nueva forma de represión social, a nivel de la sociedad global, esta vez y apuntando al status mismo de la locura?”[10]. Nosotros, medio siglo después, nos formulamos otros interrogantes: ¿es el reformismo, en cuanto tal, una opción execrable? ¿Es el Estado, aquí y ahora, el enemigo primordial? Las políticas de liquidación, desmantelamiento y recorte del sector público no van de la mano de una emancipación de los más vulnerables ni –más bien al contrario– de la supresión de sus malestares; lo cual no significa, en modo alguno, que haya que renunciar al emprendimiento de otras prácticas, al desarrollo de otros saberes y a la construcción, en suma, de otra sociedad. Solo quiere decir que esa lógica de Todo o Nada –a la que Guattari, prudentemente, mira de reojo– se nos muestra, en el mejor de los casos, como una vía muerta; y, en el peor, como una trampa al servicio del establishment que pretende erradicar.
Firma de Guattari
Por lo pronto, el peligro avizorado por Guattari se aclara de inmediato cuando afirma que la consigna de que “[el loco] «es culpa de la sociedad» puede ocultar un modo de reprimir toda desviación”[11]. De la represión explícita, con sus castigos y sus torturas, con su vigilancia y su cuadriculación policíaca, con su encierro inapelable del “distinto”, del “anormal”, del “enfermo”, se podría pasar a una represión implícita, moralmente orientada y pavimentada –como el camino al infierno– con los valores más humanos y las mejores intenciones. Apuntar con el dedo a “la sociedad” –que, por cierto, no deja de construir una entelequia– no es más que una nueva forma de poner coto a la singularidad, es decir, de deslegitimar como “desviación” lo que, al fin y al cabo, no son más que derivas que se apartan, en busca de una salida, del modelo hegemónico de subjetividad. Es lo que apunta Guattari cuando denuncia que, en esta perspectiva, “se termina por negarle al loco el derecho de ser loco”[12] –lo cual, hay que resaltar, no ha de ser interpretado en términos de una exaltación grosera de la demencia o de las condiciones patológicas, como se pondrá luego claramente de manifiesto en El Anti-Edipo–. Se trata, por el contrario, de afirmar la diferencia. De ahí la advertencia de Guattari a fines de que la negación de la institución no se convierta, de esta manera, “en una denegación –Verneinung, en el sentido freudiano– de la alienación mental”[13]. Con los locos pasa lo mismo que con todas las demás minorías –étnicas, sexuales, etc.–. Bajo el lema de “todos somos iguales” y en nombre de una universalidad omniabarcante se les pide –y a menudo de muy mala manera– que renuncien a su especificidad, a su distinción ontológica, a su entramado identitario. Erguirse sobre la sinrazón que nos constituye, en cambio, no tiene nada que ver con darles la razón a los opresores: “La tarea –afirma, en este sentido, Exposto– es crear una política de los sintomáticos. Si la antipsiquiatría del siglo XX, Foucault y el esquizoanálisis han señalado el potencial político de la locura, hoy se trata de explorar la potencia de nuestros síntomas”[14].
En las expectativas que Guattari tenía con respecto a la posible evolución de la teoría basagliana podemos reconocer, en germen, una tesis que habrá de ser crucial en El Anti-Edipo: creía, en efecto, que lograría “[«profundizar»] su propia formulación de la alienación mental sin rebajarla sistemáticamente a la alienación social”[15]. Pero para ello era necesaria una ontología del deseo que solo estará disponible a partir del primer volumen de Capitalismo y esquizofrenia y que –aun reconociendo que la realidad se agota entre lo que es del orden del deseo y lo que es del orden de lo social– termina postulando una cierta prioridad de régimen: “la producción social –postulan, en esta línea, Deleuze y Guattari– es únicamente la producción deseante misma en condiciones determinadas”[16]. Lo mental, entonces, no puede ser explicado por lo social; es lo social, más bien, lo que tiene que ser explicado gracias a una psiquiatría materialista que es, en última instancia, una ontología que tacha el concepto de ser para introducir, en su sustitución –a fin de dar cuenta del “universo de las máquinas deseantes productoras y reproductoras, [de] la universal producción primaria como «realidad esencial del hombre y de la naturaleza»”[17]–, el concepto de esquizofrenia.
A nivel molar, entonces, no hay grandes enigmas: la represión institucional solo puede ser contrarrestada –esto es, negada– de forma violenta. A nivel molecular, sin embargo, se presentan dificultades que solo pueden abordadas a través de herramientas que aún no existen, que tienen que ser creadas, que no están disponibles en los kits marxistas clásicos[18]. Creo que cuando Guattari afirma que “[la] causalidad política no gobierna tan directamente la causalidad de la locura”[19] se refiere a que la política no actúa sobre el plano de la subjetividad “desde afuera”, sino que es inherente y constitutiva de este último en cuanto tal. Además, introduce el concepto de agenciamiento –que será decisivo en su obra conjunta con Deleuze– al plantear la hipótesis de que quizá sea “una disposición [agencement] significante inconsciente, donde habita la locura, lo que predetermina el campo estructural en que se despliegan las opciones políticas, las pulsiones y las inhibiciones revolucionarias, junto o más allá de los determinismos sociales y económicos”[20]. La locura –versión inicial de la esquizofrenia, tal como se la concibe en El Anti-Edipo– es ontológicamente primera y está, por así decir, “a la base” tanto de las políticas reaccionarias como de las revolucionarias.
3.- La guerra por la emancipación mental
Pongamos ahora el foco en la conexión que anticipáramos en la introducción y, con ella, en el vínculo Guattari-Lennon: nos referimos a “Mind Games” (1973), que nos habla, una y otra vez, de la “guerrilla mental” –desplazando, de esta manera, la lucha revolucionaria hacia el interior (sea lo que fuere tal “interioridad” en última instancia) de nuestra subjetividad–. De hecho, uno bien podría concebirla, sin demasiado esfuerzo, como una invitación a destruir, a hacer saltar por los aires, todas las triangulaciones reaccionarias del deseo: así, los juegos de la mente, prohibidos por Edipo, solo serían afirmativos en la medida en que, a través de sus operaciones “gratuitas” e “inocentes”, se revelase la dimensión rizomática del deseo que, de acuerdo con Deleuze y Guattari (según una declaración efectuada por este último), preexistiría al par de oposiciones sujeto/objeto y representación/producción[21]. La flor de Lennon, el amor, solo podría crecer entonces en terreno anedípico; ya que, como observan Deleuze y Guattari al tratar el tema de la ingenuidad vegetal en Proust, es “allí donde reinan las flores y se revela la inocencia de la locura”[22].
Tenemos entonces, por un lado, la “lucha militante” contra la institución psiquiátrica (es decir, contra su articulación represora de ciencia y política); mientras que aquí, en términos lúdicos –que apuntan a la creación, a la exploración y a la experiencia mística–, se nos remite a una “lucha interna” que es, en sí misma, el levantamiento de un velo espiritual que da lugar a una apertura cósmica[23] y, con ella, a una aventura mística: “la búsqueda del Grial”[24]. Ambas, no obstante, se hallan íntima y efectivamente vinculadas. Una se propone “hacer saltar por los aires” el régimen institucional de la salud mental a fin de liberar a las subjetividades de su opresión edípico-capitalista; la otra apunta, en cambio, a desatar un proceso de liberación “interior” a gran escala –los “millones de guerrillas de la mente”[25]– que conduzca a la emancipación social, eventualmente, a nivel mundial (el sueño de “Imagine”). Una va, en cierto modo, de “afuera” hacia “adentro”; la otra, por su parte, de “adentro” hacia “afuera”. Pero se cruzan, al menos, en un punto crucial: ambas revoluciones han de constituirse finalmente, en cuanto tales, en términos de una “lucha por la paz”.
Ahora bien, en este punto, convendría (mucho más que “aplicar” el punto de vista guattariano a la lírica de Lennon con el propósito de “iluminarla” o “interpretarla”) sentar la hipótesis inversa de que es la perspectiva de Lennon la que en gran medida influyó, de un modo u otro, sobre el esquizoanalista. Es posible que las huellas más notables de este impacto las encontremos, paradójicamente, en la década de los ochenta –bautizados por él como “los años de invierno”[26]–; cuando, en dupla con Negri (2010), Guattari sostiene que “la lucha por la paz es portadora de las más elevadas potencialidades alternativas”[27] y que viene a constituir la trama “en la que pueden tejerse las luchas colectivas de liberación”[28]. De esta manera, el “pacifismo” no viene a sustituir a las luchas de interés, sino que se convierte en el mayor de los intereses: se trata de una lucha por la vida que, a su manera, desdibuja los límites entre lo “social” (lucha por el desarme nuclear) y lo “natural” (lucha por la conservación de la biósfera humana)[29]. Situarse en el punto de fuga de Lennon, que les permitía a Guattari y Negri contemplar desde un ángulo audaz el paisaje político de los ochenta y obtener esa panorámica a escala internacional –que ya venía tomando forma a partir de la formulación guattariana del concepto de Capitalismo Mundial Integrado (CMI)[30]–, sigue siendo una alternativa válida aún en el siglo XXI. Si bien la pesadilla del holocausto nuclear se ha desvanecido con el derrumbe del esquema geopolítico bipolar Este-Oeste, las diferentes modalidades de la guerra –que exceden o desbordan el modelo clásico, a saber, el del enfrentamiento bélico directo entre Estados o bloques[31]– siguen manteniéndose subyacentes a la lógica global del mercado; que es, hoy más que nunca, “un instrumento de la «cuadriculación» de la pobreza y la muerte, un «reticulado» de la marginalización y la disciplinarización planetaria”[32]. Pero el punto clave es que solo habrá una oportunidad para la paz a nivel social[33] en la medida en que:
1.- Se rompa con las estructuras edípicas –a través de las cuales se efectúan “todas las triangulaciones posibles”[34]– y, por consiguiente, con ese estado de colonización interna[35] que es, por así decirlo, la clave íntima del capitalismo, llevando a cabo una batalla en los fundamentos mismos de la subjetividad –esto es, “en las piedras de la mente”[36]– y abriendo líneas de fuga, generando fisuras, removiendo todos los obstáculos que impiden el acceso a ese terreno desconocido donde será posible “plantar semillas” y hacer que crezca la flor del Sí, la afirmación de la “hermandad del hombre”[37], la cultura de la paz.
2.- Se apele, para ello, al poder creativo de la imaginación, cuya potencia sea capaz –en un mismo y único movimiento de destrucción/construcción– de desmontar eso que solemos llamar “sistema” –constituido, a la sazón, por tres máquinas: una religiosa (distribuidora de premios y castigos), una geopolítica (productora de guerras que nos llevan a matar o morir por los Estados-nación) y una económica (generadora de posesiones que son a la vez objeto de codicia y causa de miseria)– y sentar las bases de una comunidad universal en la que la gente pueda, respectivamente, vivir el presente (ya librada de la coacción ultraterrena) de manera pacífica (ya borradas las fronteras entre los países) y compartir el mundo entero en términos fraternales (ya suprimida la propiedad privada)[38]. Cabe destacar, en este sentido, que Guattari y Negri llevan a cabo una doble sustitución[39]: por un lado, no es la figura espectral del fantasma (Gespenst) sino el embrujo ilusorio de la fantasía (fantasme, y no fantôme) el que “vaga por la vieja Europa”[40]; por el otro, no es esta fantasía (acaso tan vieja como el propio continente) la que puede dar vida a un nuevo concepto de comunismo, como el que ellos tratan de forjar, sino “una imaginación que esparza procesos a un tiempo colectivos y singulares, que barran el mundo con una inmensa ola de rechazo y esperanza”[41].
3.- Se ponga especial énfasis, además, en la dimensión colectiva: los “juegos de la mente” no se juegan solos, sino “juntos” (en un sentido que no es el que le asigna la derecha a la palabra, a saber, el de un “trabajo en equipo” de corte empresarial). Si hay una verdad de la locura, una verdad que no puede dejar de ser expresada y que no se deja reprimir, es la del agenciamiento. Deleuze y Guattari insistirán una y otra vez en que no efectúan una apología del esquizo autista, del andrajo catatónico[42]; y, sin embargo, hay siempre una zona difusa, una línea borrosa que apenas si puede establecer una separación entre lo que es propio de la enfermedad (“clínico”) y lo que es del orden de la emancipación (“crítico”), como muy lúcidamente plantea Aracagök con respecto a la psicastenia[43]. Sabemos muy bien cuál es el peligro que está presente en toda desterritorialización: “transformar la línea de fuga en línea de muerte”[44]. Como si la locura de algún modo oscilase entre el colapso y la lucidez, entre el hundimiento y el goce, entre el fin y la salida. A veces, incluso, insertando la muerte en la fuga, y viceversa; como lo ha demostrado, recientemente, Rodríguez Puig en su tesis sobre Pizarnik, en la que el suicidio se torna problemático por no ser ni una auténtica solución existencial ni una mera disolución subjetiva, sino un proceso de (di)solución que –motorizado por una especie de “pulsión textual”– viene a encontrar en la muerte “una posible modalidad de enlace vital”[45] que funciona… hasta cierto punto.
En el caso de Lennon, la ruptura del yo tal como lo conocemos nos lleva, ciertamente, a la locura, pero no como enfermedad, como instancia inhabilitante, como condición patológica. Sus canciones nos la presentan, por el contrario, como magia, utopía y proyección hacia el futuro –recordemos, al fin y al cabo, “Imagine”– de lo que queremos ser, con un deseo que (lejos de ser anhelo) construye, une, ensambla y, de esa manera, crea realidad. Una realidad distinta, una realidad otra que –gracias al agenciamiento; el cual, como resalta Ferreyra, es el que le pone un freno a la desterritorialización y evita la catástrofe[46]– ya está presente como un virtual que exige, como condición de posibilidad, el no ser acunado por un Único. Así, lejos de constituir la vorágine destructiva que hace zozobrar a una mente aislada, solitaria e indefensa, la locura pasa a ser una potencia creativa que pone en conexión a un ejército de soñadores. Forma, máquina, produce, construye sentido.
Al menos un túnel que nos permita huir de esta pesadilla…
4.- Conclusión
Lo que vincula a Guattari y a Lennon es, en cierto modo, un “espíritu de época” que llega a su punto culminante con un acontecimiento que, a esta altura, puede ser tratado como un concepto: Mayo del 68. Por un lado, en coautoría con Negri, Guattari postula que 1917 no fue más que una “indicación” y que “el ciclo de la revolución se reabrió en 1968 para alcanzar una de sus más fuertes intensidades”[47]. Por el otro, al calor de la revuelta parisina, Lennon compone “Revolution”. La historia de esta canción, que llegó a conocer tres versiones, refleja en cierto modo las dudas y las oscilaciones con respecto a la violencia revolucionaria[48]; no obstante, lo que nos interesa resaltar es el hecho de que, al mismo tiempo que parece apartarse de la tendencia maoísta, propone una transformación “interior” antes que “exterior”, “mental” antes que “institucional”: “Me decís que se trata de la institución / Bueno, sabés… / Mejor que en vez de eso liberés tu mente”[49].
Ahora bien, podría pensarse, en primera instancia, que este posicionamiento no solo no resulta afín, sino que incluso se opone, a la perspectiva guattariana; la cual, en el texto que hemos analizado, se inscribe en la línea basagliana de negación de la institución psiquiátrica. Uno podría creer (a través de una escucha muy acotada de “Revolution”) que Lennon se desentiende de todo lo que es del orden “institucional” (léase: “social” o “político”) y que, por lo tanto, la guerra de guerrillas que propone en “Mind Games”, cuyo propósito consiste en la liberación de la mente, vendría a reducirse a unos “juegos” en los que el consumo de sustancias psicodélicas contribuiría a la apertura de las puertas de la percepción y, de esa manera, a la elevación del espíritu. Sin embargo, en el medio está “Imagine”, con su prédica antirreligiosa y lo que parecería ser una adhesión casi explícita al ideario marxista. Y es que la producción artística de Lennon no fue en absoluto lineal: él mismo da cuenta[50] de cómo su conciencia de clase sucumbió y se hundió, momentáneamente, en la vorágine burguesa del éxito; de cómo osciló entre un polo revolucionario y otro contrarrevolucionario (las famosas “dudas” inherentes a “Revolution”)[51] y de cómo, en definitiva, la religión y las drogas eclipsaron, a mediados de los sesenta, su lado político. De algún modo, la obra de Lennon puede ser caracterizada como un singularísimo rizoma, compuesto por hilos cuyo enredo parece, por momentos, no conducir a ninguna salida –o, lo que es lo mismo, generar contradicciones aparentemente insalvables (¿cómo se puede ser a la vez burgués y comunista, espiritual y antirreligioso, pacifista y revolucionario?)–.
No obstante, sin entrar en elucubraciones que apunten a la configuración de totalidades –de hecho, si “[el] deseo no deja de efectuar el acoplamiento de flujos continuos y objetos parciales esencialmente fragmentarios y fragmentados”[52], si “desear es producir, producir en realidad”[53], la propia teoría (en la medida en que es también una máquina; una máquina productora de conceptos, argumentos e hipótesis; una máquina de experimentar que opera, como cualquier otra, a través de flujos y cortes) tiene que realizar en el proceso de su construcción aquello que sostiene y ser, por lo tanto, aplicable a sí misma–, lo que hemos tratado de plantear aquí, básicamente, es que la “guerrilla contra la institución psiquiátrica” de Guattari y la “guerrilla de la mente” de Lennon resultan compatibles y funcionan –produciendo efectos transformadores, abriendo líneas de fuga a nivel deseante y social– al ser conectadas entre sí. Lo que hace Lennon en “Revolution”, o a partir de “Revolution”, es, ciertamente, descartar el cambio social como punto de partida, ya que solo sobre la base de la “transformación interior” será posible modificar eso que llamamos “sociedad”. Pero eso que hace a un lado –con idas y vueltas, con dudas, con zonas de incertidumbre– se relaciona más bien con la revolución “estándar” que, mediante el uso de la violencia, aspira a la toma del poder y al control del aparato de Estado. De ningún modo es incompatible –muy por el contrario– con una “revolución psiquiátrica” que procura, como hemos visto, causar el deshielo de las estructuras burocráticas y, gracias a ello, emancipar a los “locos” de sus cadenas sociales y restituirles aquello que nunca debió serles sustraído, a saber, el derecho a la diferencia y la dignidad de ser “otros”.
Al acoplarlas, al proceder a su ensamble, no hacemos más que actuar como mecánicos que se proponen, en este invierno que es el nuestro, contribuir una vez más –y con renovados bríos– a la liberación del deseo[54]. Con una voz intrínsecamente múltiple, que ya no es otra ni nuestra, solo nos queda afirmar que “si invocamos el deseo como instancia revolucionaria, es porque creemos que la sociedad capitalista puede soportar muchas manifestaciones de interés, pero ninguna manifestación de deseo”[55].
Y lo que deseamos es la paz, pero no una paz de muerte y silenciamiento, sino de vida y renacimientos.
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- Guattari, Félix, “Guerrilla y psiquiatría”, en: Félix Guattari, Psicoanálisis y transversalidad (trad. F. H. Azcurra), Siglo XXI, Buenos Aires, 1976.
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- Rodríguez Puig, Diego, Melancolía, disolución y muerte en la obra de Alejandra Pizarnik, Buenos Aires, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, 2023.
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- Spinelli, Juan Manuel, “Algunas consideraciones sobre la máquina de guerra” (ponencia inédita), en: Perspectivas Post-Estructuralistas, Acontecimientos y Conflictos Socio-Políticos Contemporáneos, Universidad de Santiago de Chile/Universidad Autónoma de Baja California, 21 de noviembre de 2023.
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- Watson, Janell, Guattari’s Diagrammatic Thought, Writing between Lacan and Deleuze, London-New York, Continuum, 2009.
Notas
[1] Félix Guattari, “Guerrilla y psiquiatría”, en: Félix Guattari, Psicoanálisis y transversalidad, ed. cit., p. 298.
[2] Cf. Genosko, Gary, “Introduction”, en The Guattari Reader, ed. cit., p. 3.
[3] Guattari, Félix, “Guerrilla y psiquiatría”, en: Félix Guattari, Psicoanálisis y transversalidad, ed. cit., p. 298.
[4] Ibid., p. 299.
[5] Idem.
[6] Ibid., p. 300.
[7] Idem.
[8] Idem, subrayado nuestro.
[9] Idem.
[10] Idem.
[11] Idem.
[12] Idem.
[13] Idem.
[14] Emiliano Exposto, Las máquinas psíquicas, ed. cit., p. 21.
[15] Félix Guattari, “Guerrilla y psiquiatría”, en: Félix Guattari, Psicoanálisis y transversalidad, ed. cit., p. 301.
[16] Gilles Deleuze & Félix Guattari, L’Anti-Œdipe, ed. cit, p. 36, subrayado nuestro. Las traducciones de este texto son nuestras en todos los casos.
[17] Ibidem., p. 11.
[18] Cf. Guattari, Félix, “Guerrilla y psiquiatría”, en: Félix Guattari, Psicoanálisis y transversalidad, ed. cit., p. 301.
[19] Idem
[20] Félix Guattari, “Guerrilla y psiquiatría”, en: Psicoanálisis y transversalidad, ed. cit., p. 301.
[21] Cf. Félix Guattari, “A Liberation of Desire”, en: Gary Genosko, The Guattari Reader, ed. cit., p. 205 y p. 211.
[22] Gilles Deleuze…, L’Anti-Œdipe, ed. cit, p. 51.
[23] Apertura cósmica ya insinuada por el propio Guattari (1996).
[24] John Lennon, “Mind Games”, ed. cit. Las traducciones de esta letra son nuestras en todos los casos.
[25] Idem.
[26] Janell Watson, Guattari’s Diagrammatic Thought. Writing between Lacan and Deleuze, ed. cit., p. 173, traducción nuestra.
[27] Félix Guattari, & Toni Negri, Les Nouveaux espaces de liberté, ed. cit., p. 100. Las traducciones de este texto son nuestras en todos los casos.
[28] Ibidem., p. 101.
[29] Cf. Ibidem., p. 97.
[30] Cf. Félix Guattari, “El Capitalismo Mundial Integrado y la revolución molecular”, en: Félix Guattari, Cartografías del deseo, ed cit, pp. 17-35. Se trata de una ponencia originalmente presentada, a principios de los ochenta, en unas jornadas del CINEL (Centre d’Information sur les Nouveaux Espaces de Liberté). Hace las veces de primer capítulo de ese libro-agenciamiento que viene a ser Cartografías del deseo, el cual reúne varios textos clave para seguir las derivas del pensamiento de Guattari en los años ochenta. Sobre la base de una primera edición, chilena, fechada en 1989, tuvo lugar una segunda, argentina, de 1995, que es la que aquí citamos.
[31] Cf. al respecto Pilar Calveiro, Violencias de Estado. La guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global, ed. cit.
[32] Félix Guattari…, Les Nouveaux espaces de liberté, ed. cit., p. 74..
[33] Cf. John Lennon & Plastic Ono Band (1969).
[34] Gilles Deleuze, &…, L’Anti-Œdipe, ed. cit, p. 61.
[35] Ibid., p. 321.
[36] John Lennon, “Mind Games”, ed. cit.
[37] John Lennon, “Imagine”, ed. cit., traducción nuestra.
[38] Cf. Idem.
[39] Una muestra más, y no precisamente banal, de que “un proyecto histórico es una sustitución lógica” (Gilles Deleuze, Empirisme et subjectivité, ed. cit., p. 1, traducción nuestra.
[40] Félix Guattari & …, Les Nouveaux espaces de liberté, ed cit., p. 14.
[41] Idem
[42] Cf. Gilles Deleuze &…, L’Anti-Œdipe, ed. cit, p. 26, p. 105, p. 161, p. 373.
[43] Cf. especialmente Aracagök, Zafer, Atopological Trilogy: Deleuze and Guattari, ed. cit., pp. 57-58.
[44] Julián Ferreyra, Acedia. El demonio meridiano y la filosofía de Gilles Deleuze (Tesis de Licenciatura), ed. cit., p. 6.
[45] Diego Rodríguez Puig, Melancolía, disolución y muerte….ed., cit.
[46] Cf. el pasaje anteriormente citado de la tesis de licenciatura de Ferreyra.
[47] Félix Guattari &…, Les Nouveaux espaces de liberté, ed. cit., p. 25.
[48] Cf. las afirmaciones de Paul McGuinness en “‘Revolution’: la historia detrás de la canción de The Beatles”, en https://www.udiscovermusica.com/articulos/the-beatles-revolution/.
[49] The Beatles, “Revolution”, en Hey Jude/Revolution, ed. cit. La versión que acabamos de citar, perteneciente al sencillo que vio la luz en agosto de 1968, fue grabada posteriormente a “Revolution 1” y “Revolution 9”, que integran el célebre White Album.
[50] Cf. la traducción de la célebre entrevista que Lennon le concedió a Red Mole en 1971: Pared, Martín, “La entrevista más política a John Lennon”, ed. cit.
[51] Sobre la historia de “Revolution”, cf. las notas de P. McGuinness (“‘Revolution’: la historia detrás de la canción de los Beatles’, ed. cit.) y de F. Retamal (“«Revolution» de los Beatles: si hablas de violencia, no me incluyas”, ed. cit.).
[52] Gilles Deleuze &…, L’Anti-Œdipe, ed. cit., p. 11
[53] Ibid., p. 35.
[54] Ibid., p. 458. Sobre el esquizoanalista como mecánico cf. también p. 64, p. 385, p. 404.
[55] Gilles Deleuze & …, L’Anti-Œdipe, ed. cit., p. 455. Cf. la lectura que hace Fujita Hirose, en esta perspectiva, de la obra de Deleuze y Guattari como una filosofía eminentemente política. Cf. Ver el abordaje que hemos realizado de la perspectiva de Fujita Hirose tanto en solitario (“Del corte absoluto: qué hacer con las máquinas de guerra según Jun Fujita Hirose”, ed. cit.) como en coautoría con Guido Fernández Parmo (“¿Cómo mantenerse marxistas? Una lectura crítica de El Anti-Edipo desde Jun Fujita Hirose”, ed. cit., y “¿Cómo leer El Anti-Edipo como un libro marxista? Una lectura de la lectura de Jun Fujita Hirose”, ed. cit.).