El coraje del presente

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Traducción de Leandro García Ponzo

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El tiempo presente es, en un país como el nuestro, desde hace casi treinta años, un tiempo desorientado. Quiero decir: un tiempo que no proporciona a su propia juventud, y en especial a la juventud popular, ningún principio de orientación de la existencia.

¿En qué consiste la desorientación? Una de sus operaciones más importantes consiste en todo caso en hacer ilegible la secuencia anterior, una secuencia que estaba completamente orientada. Esta operación es característica de todos los períodos reactivos, contrarrevolucionarios, como el que vivimos desde el final de los años 1970.

Se puede señalar, por ejemplo, que lo característico de la reacción thermidoriana, tras el complot del 9 de Thermidor y la ejecución sin juicio de los grandes jacobinos, fue volver ilegible la anterior secuencia robespierrista: reducirla a la patología de algunos criminales sanguinarios, imposibilitando cualquier comprensión política de la misma. Esta visión de las cosas ha perdurado durante décadas, y pretendía desorientar de forma perdurable al pueblo, al que se consideraba, al que siempre se ha considerado, virtualmente revolucionario.

Hacer un período ilegible es una cosa muy diferente a simplemente condenarlo. Ya que uno de los efectos de la ilegibilidad es que impide encontrar en el período en cuestión los principios capaces de poner remedio a sus atolladeros. Si el período es declarado patológico, ya no se puede deducir de él nada para su propia orientación, y la conclusión, cuyos efectos deletéreos constatamos cada día, es resignarse, como un mal menor, a la desorientación.

Planteamos por consiguiente, respecto a una secuencia anterior y visiblemente cerrada de la política de emancipación, lo que debe permanecer legible, independientemente del juicio final que se tenga sobre ella.

En el debate sobre la racionalidad de la Revolución Francesa, bajo la III República, Clemenceau soltó una frase célebre: “La revolución Francesa forma un bloque”. Es una fórmula notable porque declara la legibilidad integral del proceso, más allá de las peripecias trágicas de su desarrollo.

Actualmente, está claro que el discurso reinante sobre el comunismo transforma la secuencia anterior en una patología opaca. Me siento autorizado a decir que la secuencia comunista, con todos los matices -tanto del poder como de la oposición, que se disputan la misma Idea- forma también un bloque.

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¿Cuáles pueden ser en este momento el principio y el nombre de una verdadera orientación? Propongo en todo caso apelar, por fidelidad a la historia de las políticas de emancipación, a la hipótesis comunista.

Notemos de paso que nuestras críticos pretenden que se tire a la basura la palabra “comunismo” con el solo pretexto de que la experiencia de comunismo de Estado, que ha durado setenta años, ha fracasado trágicamente. ¡Qué ocurrencia! ¡Cuando se trata de echar abajo la dominación de los ricos y la herencia del poder, que llevan milenios, se nos viene a objetar setenta años de tanteos, violencias y puntos muertos! En verdad, la idea comunista sólo ha recorrido una porción ínfima del tiempo de su verificación, de su realización.

¿Qué hipótesis es ésta? Tiene tres axiomas.

En primer lugar, la idea igualitaria. La idea pesimista común, de nuevo dominante en estos tiempos, es que la naturaleza humana está condenada a la desigualdad.  Esto da pena, pero, tras haber derramado algunas lágrimas, es esencial convencerse de  esta idea y aceptarla. A esto, la idea comunista responde no con la proposición de la igualdad como programa –realicemos la igualdad innata inmanente a la naturaleza humana–, sino declarando que el principio igualitario permite distinguir, en cada acción colectiva, lo que es homogéneo a la hipótesis comunista, y por tanto tiene un valor real, de aquello que la contradice, y que nos lleva a una visión animal de la humanidad.

Está después la convicción de que la existencia de un Estado coercitivo separado no es necesario. Es la tesis, común a los anarquistas y los comunistas, de la desaparición del Estado. Ha habido sociedades sin Estado, y es racional postular que pueda haber otras. Pero, sobre todo, se puede organizar la acción política popular sin que esté sometida a la idea del poder, de la representación en el Estado, de las elecciones, etc.

La coacción liberadora de la acción organizada puede ejercerse desde el exterior del Estado. Tenemos numerosos ejemplos de ello, algunos recientes: la potencia inesperada del movimiento de diciembre de 1995 retrasó varios años las medidas antipopulares sobre las jubilaciones. La acción militante con los obreros sin papeles no ha impedido muchas leyes canallas, pero ha permitido que sean ampliamente reconocidos como un componente de nuestra vida colectiva y política.

Último axioma: la organización del trabajo no implica su división, la especialización de las tareas, y en particular la opresiva diferenciación entre trabajo intelectual y trabajo manual. Debemos aspirar, porque es posible, a un polimorfismo esencial del trabajo humano. Esta es la base material de la desaparición de las clases y de las jerarquías sociales.

Estos tres principios no constituyen un programa, sino máximas de orientación, que cualquiera puede emplear como operador para evaluar lo que dice y hace, personal o colectivamente, en su relación con la hipótesis comunista.

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La hipótesis comunista ha conocido dos grandes etapas, y propongo decir que hemos entrado en una tercera fase de su existencia.

Se instaló a amplia escala entre las revoluciones de 1848 y la Comuna de París (1871). Los temas dominantes fueron los del movimiento obrero y de la insurrección. Después hubo un largo intervalo, de cerca de cuarenta años (entre 1871 y 1905), que correspondió al apogeo del imperialismo europeo y al reparto pactado de muchas regiones del globo. La secuencia que va de 1905 a 1976 (Revolución Cultural en China) es la segunda secuencia de la realización de la hipótesis comunista.

Su tema dominante es el tema del partido con su slogan principal (e indiscutible): la disciplina es la única arma de quienes no tienen nada. De 1976 hasta hoy, tiene lugar un segundo período de estabilización reactiva, período en el que todavía estamos, y en el curso del cual se ha podido ver el hundimiento de las dictaduras socialistas de partido único creadas en la segunda secuencia.

Mi convicción es que de forma ineluctable va a abrirse una tercera secuencia histórica de la hipótesis comunista, diferente de las dos precedentes, aunque paradójicamente más cercana a la primera que a la segunda. Esta secuencia tendrá en común con la secuencia que predominó en el siglo XIX la apuesta por la existencia misma de la hipótesis comunista, que hoy día es masivamente negada. Se podría definir aquello que trato de hacer, junto con otros, como trabajos preliminares para la reinstalación de la hipótesis y el despliegue de su tercera fase.

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En este comienzo de la tercera secuencia de la existencia de la hipótesis comunista, necesitamos una moral provisoria para un tiempo desorientado. Se trata de mantener mínimamente una figura subjetiva consistente, sin tener para ello el apoyo de la hipótesis comunista que todavía no se ha reinstalado a gran escala. Es importante encontrar un punto real sobre el que mantener, cueste lo que cueste, un punto “imposible”, imposible de inscribir en la ley de la situación. Hay que sostener un punto real de este tipo y organizar desde ahí las consecuencias.

El testimonio de que nuestras sociedades son in-humanas lo constituye hoy en día el proletario extranjero sin papeles: es la marca, inmanente a nuestra situación, de que hay un solo mundo. Tratar al proletario extranjero como procedente de otro mundo, es la tarea específica atribuida al “ministerio de la identidad nacional”, que dispone de su propia fuerza de policía (la “policía de fronteras”). Afirmar, contra tal dispositivo del Estado, que cualquier obrero sin papeles es de nuestro mismo mundo, y sacar las consecuencias prácticas, igualitarias y militantes, es un ejemplo tipo de moral provisional, una orientación local homogénea a la hipótesis comunista, en la desorientación global que sólo su reinstalación podrá arreglar.

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La principal virtud que necesitamos es el coraje. Esto no es universalmente el caso: en otras circunstancias, otras virtudes pueden ser requeridas de forma prioritaria. Así, en la época de la guerra revolucionaria en China, la paciencia fue promovida por Mao como virtud cardinal. Pero hoy día, es sin duda el coraje. El coraje es la virtud que se manifiesta, sin considerar las leyes del mundo, a través de la resistencia de lo imposible. Se trata de mantener el punto imposible sin tener que dar cuenta del conjunto de la situación: el coraje, en tanto pretende tratar al punto como tal, es una virtud local. Levanta una moral del lugar, teniendo como horizonte la lenta reinstalación de la hipótesis comunista.