El filósofo reivindica el 68 francés como el principio de la era “en la que estamos”
Mide casi un metro noventa. Habla con calculadas pausas académicas y sonríe cuando se le pregunta si sigue siendo el último filósofo maoísta. A Alain Badiou (Rabat, 1937) le sobra buen humor e inteligencia: “Eso son etiquetas mediáticas, porque filosofía maoísta no quiere decir nada”.
Badiou ha pensado en más de una ocasión sobre la utilización perversa de los medios. Por ejemplo, en el caso de las víctimas. En los noventa el protagonismo mediático de las víctimas llevó al director de Filosofía del École Normale Supèrieure a plantearse cómo esta condición reduce al ser humano. “Llevar la figura de las víctimas a primer plano es una manera de reemplazar la política por la moral. Naturalmente estoy del lado de las víctimas, pero no se puede sustituir la voluntad política por el sentimiento de piedad”, argumenta.
El filósofo comprende el fuerte impacto mediático que tiene esta figura, pero lo denuncia. “El efecto patético de las víctimas es muy grande, pero es simplemente una manera de manipular. Es algo que hemos podido comprobar en muchas ocasiones y mi deber como filósofo es analizarlo. Desde Platón en adelante, la filosofía es la crítica de las opiniones”, afirma. Ante sus críticos Badiou rechaza el encanto que pueda tener “el llevar siempre la contraria”, pero se postula con firmeza “contra lo falso y lo peligroso”.
Maoísta o no, este filósofo entiende la política como “un esfuerzo colectivo para resolver un problema nuevo”. Las teorías del líder comunista Mao Zedong fueron, según explica, “una tentativa de transformación desde dentro del poder comunista, que fracasó”. Un “experimento” más de los muchos con los que dice que se construye la historia política, a golpe de pruebas, ensayos y errores.
Badiou ha dedicado gran parte de su vida a pensar y discutir acerca de los cuatro pilares que en su opinión sostienen el mundo.
Política, arte, ciencia y amor comparten procesos y mecanismos, según este profesor que vivió en primera línea el Mayo del 68 francés. Un episodio cuya actualidad reivindica: “Aquello representa el fin de un periodo y el arranque de otro en el que todavía estamos”.
Sostiene Badiou que la revuelta estudiantil parisiense puso sobre la mesa un problema político -el fin de los partidos tal y como se entendían hasta ese momento-; otro de transformación social; y una última cuestión filosófica y teórica.
Había que repensar el mundo. “Todo esto sigue vigente hoy. El comunismo cayó por su propio peso; la sociedad se ha transformado (la mujer, los jóvenes, los medios de comunicación) y los problemas teóricos también han evolucionado. Ha habido muchos movimientos filosóficos, pero al final estas tres grandes cuestiones siguen ahí. Somos contemporáneos de esos años”, sentencia.
Badiou, infatigable, sigue buscando preguntas. En el área política subraya la cuestión de cómo crear un nuevo colectivo que englobe al otro, al extranjero. La ciencia le hace reflexionar sobre las teorías del ser vivo y del universo. El arte le lleva a preguntarse qué hay de artístico en nuestra experiencia, ahora que todo se comunica por medio de las nuevas tecnologías. Y, por último, l’amour: “¿qué será del amor en esta época de transformación de la relación entre sexos?”.
Este profesor entiende las verdades como resultados de circunstancias concretas. “Para que haya una verdad hace falta un nuevo problema”. Y le gusta explicar esta hipótesis que aplica a todos los campos de la experiencia a través del amor. “Es el ejemplo más sencillo. Todo empieza con un encuentro. Después llega el compromiso. Es decir, la construcción de algo nuevo y allí se podrá descubrir algo de verdad, algo sobre la intensidad de la vida. El compromiso no es la consecuencia de una verdad, sino su construcción misma, a partir de un acontecimiento. Toda verdad es de este tipo, algo completamente contrario al dogma religioso y las verdades a priori”.
Autor entre otros títulos de Breve tratado de ontología transitoria, De un desastre oscuro: sobre el fin de la verdad de estado, y Manifiesto por la filosofía, Badiou pronunció en Madrid la semana pasada una conferencia sobre Samuel Beckett, dentro del ciclo organizado por el Instituto francés y la Universidad Complutense.
Han pasado más de 50 años desde que el filósofo se topó con los textos del dramaturgo. “Enseguida pensé que era un gran escritor. Me atrajo la descripción que hacía de la vida como oscura, absurda y dolorosa”. Pero el “sentimiento romántico” capaz de encandilar al joven Badiou dejó paso a otro tipo de valoración. “Beckett es un inventor literario. Creó una nueva relación entre prosa y poesía. Es el último gran escritor moderno y el primer posmoderno”. ¿Representa la síntesis de los géneros literarios? El viejo comunista sonríe: “¿Por qué no? Crea algo que contiene narrativa, teatro y poesía”.
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