En un mundo que cada vez es más trivial y egoísta, Badiou se pregunta por el papel del sexo y defiende el amor en su esencia más pura. Inaudito: un polémico libro de filosofía que en Francia se ha transformado en un superventas
George Peppard y Audrey Hepburn en la escena final de «Desayuno con diamantes». A la derecha, Alain Badiou
Es conocida la leyenda que Platón recoge en «El banquete» sobre el origen del amor. En un ambiente de ebria camaradería, todos los participantes se atreven a filosofar sobre el asunto. Pero, llegado el turno de la disquisición de Aristófanes, éste apunta, quizá, al asunto decisivo: la relación entre el deseo y la ausencia. Al principio, cuenta, existían seres andróginos. Pero ante la provocadora imagen de felicidad que desprendían, Zeus se enfureció y, como castigo, los debilitó dividiéndolos en dos. Por eso, desde entonces, cada mitad busca su complemento. El amor es el deseo de volver a la situación originaria: hombres y mujeres desde entonces vagan a la deriva en incesante busca de la mitad que les falta. ¿Está muy lejos de este imaginario la «agencia de contactos» actual, que permite superar la soledad? ¿Y si fuera este ilusorio mito de la «media naranja» la gran ficción que ha desvirtuado el genuino poder del amor? Ésta es una de las ideas sobre las que reflexiona el libro que reseñamos: Elogio del amor, una conversación entre el filósofo francés Alain Badiou y el periodista Nicolas Truong que se ha convertido en el país vecino en todo un «best-seller».
Obsesión por el sexo
Badiou no cree que el encuentro amoroso, entendido como acontecimiento imprevisto, sea una idea romántica. Si la idea romántica del amor es una idea de predestinación –«estábamos hechos para encontrarnos»–, se imposibilita la idea de encuentro. «El encuentro es que, justamente, no estábamos hechos para encontrarnos. Y eso no es una idea romántica porque el encuentro es absolutamente contingente. Si lo prefiere, estoy convencido de que hay que admitir una contingencia del amor».
Como pone de relieve esta conversación, de todos los intelectuales contemporáneos, ha sido Badiou quien más ha avivado en los últimos tiempos, desde la filosofía y el compromiso político, el debate sobre el amor. Y lo ha hecho poniendo en duda la húmeda alianza entre genitalidad y emancipación.
A Badiou no se le escapa que, apagados los ardores utópicos de la liberación sexual de otras décadas, los albores del siglo XXI están evidenciando no poca perplejidad ante las nuevas relaciones y demandas del cuerpo. Y es que, si bien, por una parte, seguimos insistiendo en conocer nuestra identidad a través de la sexualidad (¿por qué los occidentales, desde hace dos siglos, seguimos buscado «conocimiento» sobre nuestro sexo individual y no, por ejemplo, otros tipos de comunicación?), por otra, del armario de la opacidad y la indefinición, no paran de salir nuevas voces que claman por redibujar el tradicional paisaje de la sexualidad.
Y eso por no hablar de las relaciones de pareja, cada vez más frágiles y violentas. Badiou tiene la sensación de que el amor se hace más necesario y, al mismo tiempo, más imposible que nunca. En este contexto, parece que hayamos pasado de la lucha de clases a una lucha privada por el sexo donde sólo hay ganadores y perdedores.
Ante este panorama de «amor a la carta», Badiou propone nada menos que una apología intempestiva del compromiso y la fidelidad en contra del narcisismo rampante. Desde esta verdad violenta del amor no sólo clarifica la sutil complicidad entre sexualidad vacía, consumismo y capitalismo. En cierto modo, el elogio del amor al que nos invita tendría como contramodelo el universo literario de J. G. Ballard.
Un accidente de coche
En su novela «Crash», Ballard nos describe un mundo alienado en el que los «únicos» contactos posibles de intensidad vital entre seres humanos se producen como consecuencia de violentos choques automovilísticos provocados. Sólo el éxtasis de la autodestrucción del sujeto mediado por las posibilidades tecnológicas logra hoy derrumbar los muros del aislamiento individual. En una sociedad compuesta únicamente por átomos impenetrables y por espacio vacío, «Crash» sería para Badiou la metáfora perfecta de nuestro paisaje tecnológico-sexual: tan estéril como pornográfico.
Contra esta sexualidad encapsulada, atómica, incapaz de abrazar la relación personal y el compromiso, se rebelan los argumentos del filósofo francés, quien comparte el diagnóstico de la trivialización egoísta de la sexualidad. Por todo ello, independientemente de su temática específica, su propuesta «comunista» sobre el amor es un sugerente alegato contra un resentimiento global que tiñe y anega en la impotencia relaciones y encuentros. De ahí que la alargada sombra psicoanalítica de Lacan se cierna sobre todo el diálogo. «En el sexo, a fin de cuentas –escribe Badiou–, uno está en relación con uno mismo en la mediación del otro. El otro te sirve para descubrir lo real del goce. En el amor, en cambio, la mediación del otro vale por sí misma. Y eso es el encuentro amoroso: uno parte al asalto del otro, a fin de hacerle existir con uno, tal como es».
Badiou se pregunta si la liberación sexual no ha terminado siendo el vehículo inconsciente de una «economía» más ágil que asfixia los encuentros interpersonales realmente fecundos.
Además, pone de manifiesto cómo, tras la fachada de la indiferencia posmoderna, se esconden venenosas intenciones o, directamente, las garras de un poder cada vez más flexible y jovial, pero no menos peligroso. Complicada propuesta la de Badiou en un mundo cada vez más obsesionado por el bienestar narcisista.
Una vaga diferencia
«No hay relación sexual», dijo Lacan de forma provocadora hace unas décadas. Pese a ser interpretada esta frase como una declaración cínica, Badiou considera que lo que quiso decir el psicoanalista no fue que el amor no existiera, sino algo más simple: que no hay ciencia exacta del amor. La particularidad del sexo humano, contradiciendo a Aristófanes, radica en que coloca a la razón en conflicto consigo misma; es el lugar donde el saber se siente impotente. En otras palabras, el escándalo del amor es que posibilita la creación de un «Dos» inédito donde nunca hubo un «Uno». De ahí que el amor sea inexplicable. «Estar enamorado –escribió Bernard Shaw– significa exagerar desmesuradamente la diferencia entre una mujer y otra».
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