Más difícil que el amor

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Más difícil que el amor

El azar está siempre en el comienzo de una relación. El desafío, plantea Badiou en un libro de conversaciones, es transformar lo efímero en duración.

Con el permiso de la revista de cultura Ñ

 

Hablar del amor puede resultar tanto o más difícil que el amor mismo. ¿Cómo evitar el lugar común, los discursos melancólicos, cínicos o edulcorados? La desilusión y la euforia desequilibran todo el tiempo el enfoque. Por lo demás, del amor se viene tratando desde los inicios de la literatura y la filosofía. ¿Hay algo nuevo bajo el sol?

Alain Badiou opina que sí. Referirse al amor se ha vuelto especialmente complejo porque en estos días es usual ponerlo en cuestión. ¿Resulta todavía posible en nuestra época? ¿Y qué tienen que decir los filósofos sobre el particular? Desde luego, pueden repasar la tradición y evocar el clásico Banquete platónico, con las bellas intervenciones de sus protagonistas, objeto de comentarios durante dos milenios. O bien remitirse a contraejemplos famosos, como el de Schopenhauer, quien no creía en absoluto en el amor.

Badiou (Rabat, 1937) evita el camino, transitado y confiable, de una revisión histórica. En Elogio del amor, sus conversaciones con el periodista Nicolas Truong, pretende aumentar la apuesta. El amor determina la filosofía actual. Es una de sus “condiciones”, como las denomina, junto con la ciencia, la política y la metafísica. Pocos contemporáneos le adjudican tanta centralidad al tema, aunque muchos filósofos del pasado lo entendieron de manera similar, San Agustín o Kierkegaard, por ejemplo.

 

Este libro releva algunas impresiones de la vida cotidiana e intenta conceptualizaciones a partir de ellas. Un sitio de Internet promete vínculos sin riesgos. Badiou se escandaliza con la idea. ¿Amor y seguridad? Los términos entrañan una contradicción que a Badiou le parece una buena síntesis del clima de ansiedad en que estamos sumergidos. Se busca evitar el peligro dado que la vida ordinaria nos condena a una inseguridad constante. El amor no florece en un ambiente signado por el temor.

 Nada más ajeno al amor que las certezas, porque éste implica más bien aventura, contacto cara a cara con lo desconocido, el encuentro casual pero a la vez transformador de la propia existencia. El azar está siempre en el comienzo, según se afirma en Elogio del amor. El gran desafío consiste en transformar lo efímero del inicio en una duración.

Badiou señala que ese pasaje del azar al destino no fue objeto de grandes elaboraciones artísticas a lo largo de los siglos. En la triste mitología contemporánea, los sitios de Internet constituyen otra evidencia de que estamos muy mal preparados para recibir al amor como relación a la vez espontánea y perdurable. La vida actual más bien lo repele, lo banaliza o lo reduce al rendimiento físico. Bajo el capitalismo avanzado se exalta el sexo y se entorpece el amor, asegura Badiou, quien no defiende ningún moralismo. Nuestras sociedades consumen servicios y mercancías, también personas y vínculos. Objetivamos a los otros, los convertimos en asuntos pasajeros.

 

Elogio del amor aspira a elaboraciones en situación acerca de su tema para evitar cualquier apología inspirada en un romanticismo intemporal. Es probable que no lo consiga del todo. El romanticismo está allí, aunque sublimado en terminología teórica. Lo que demuestra el amor, de acuerdo con Badiou, es que el individualismo puede ser superado, pese a que se convirtió en el credo social dominante.

 

La imagen de un sujeto aislado en su conciencia personal, cuya aspiración constante es la persecución egoísta del propio interés, constituye un presupuesto central de las concepciones liberales sobre la sociedad. El amor demuestra entonces una verdad contraria, “y por eso amamos el amor, como sostiene San Agustín, amamos amar, pero también amamos que otros amen”. El objetivo del amor sería menos una tarea funcional, como asegurar la reproducción de la especie, que la elevación de una visión del mundo desde un plano solo privado hacia una experiencia común basada en la diferencia.

El drama amoroso pone en juego el conflicto existente entre identidad y diferencia en cada uno de sus protagonistas. El auténtico desafío consiste en desplazar la lógica de la identidad y confiar en la diferencia. Porque “el verdadero sujeto de un amor es el devenir de una pareja y no la satisfacción de los individuos que la componen”. De este modo, el amor brindaría la imagen de un comunismo en “estado mínimo”. Los paralelismos con la política reconocen, sin embargo, ciertos límites. En política se trata de identificar enemigos y combatirlos, pero el único enemigo del amor es el egoísmo. La literatura, en cambio, ofrece un campo de comparación muy fértil. Badiou deja de lado la narrativa y prefiere recurrir a la sabiduría de los poetas. Nadie se lo podría reprochar. Arthur Rimbaud propuso refundar el amor, una consigna nunca más actual. Para Badiou, la interpretación de un verso de Stéphan Mallarmé indicaría una línea de acción concreta: el azar debe ser fijado. En otras palabras, lo que surgió de la casualidad tiene que prolongarse en el tiempo. No sería sencillo vincular a Rimbaud con esta conclusión.

Lejos del tono escéptico de su maestro Lacan o de las iracundias libertarias de los rebeldes de 1968, con quienes es fácil asociarlo por su trayectoria política radical, Badiou celebra las uniones estables y valora ese romanticismo que, según plantea en sus vibrantes lecciones compiladas en El siglo, constituyó un gran adversario de las vanguardias artísticas del siglo pasado. A cierta edad, parece importante sentar cabeza sin perder todo el filo crítico.

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