Entre lo grande y lo pequeño

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Entre lo grande y lo pequeño

 “¡Alma mía!” (Manantial), libro del que se anticipa un fragmento, reúne las cartas que Heidegger envió a su esposa de 1915 a 1970. Los textos muestran tanto mezquindades cotidianas como el germen de la valiosa filosofía elaborada por el pensador alemán

Traducción: Sebastián Sfriso

El matrimonio de Martin Heidegger y Elfride Petri duró hasta la muerte del filósofo.

 

¡Mi querida Elfride!

Podría ocurrir que muchos lectores se acercaran a esta correspondencia armados de una única pregunta, del tipo: “Veamos si hay aquí algo de nazismo y de antisemitismo”. Y tanto más cuando la destinataria de las cartas, Elfride, la mujer del gran hombre, tiene fama -justificada- de haber estimado siempre a Hitler y menospreciado a los judíos.

Este acercamiento se mostrará decepcionante por dos razones. La primera es que, de hecho, pocas cosas en estas cartas son pertinentes al respecto. No se encuentra en ellas nada que modifique las opiniones establecidas, ni en los usos de la palabra “judío” ni en el compromiso con el nazismo. […]

Recomendamos que se acepte la explicación de Gertrud, la nieta de Elfride, acerca de los criterios de su selección […]: “Para conjurar las especulaciones, he incluido en el libro todas las cartas que poseo de entre 1933 y 1938. Fuera de ello, son citadas todas las manifestaciones antisemitas y políticas referentes al nacionalsocialismo”, finalmente poco numerosas. Silencio pues sobre “la creciente persecución a los judíos” en las cartas conservadas. Pero, es claro que fueron conservadas muy pocas de estas cartas: nueve entre 1933 y 1938, aun cuando Heidegger a menudo no estaba en casa. “Si se perdieron o si fueron destruidas y, si lo fueron, por quién y cuándo, ya no puede ser esclarecido.” Solo que es muy plausible que las hayan destruido, y de común acuerdo.

En cuanto al nazismo, no nos enteramos de nada que no se sepa desde hace mucho. A saber: que aun cuando la pareja, movida por su conservadurismo antisocialista y su limitado nacionalismo de provincia, más bien apoyó a los nazis desde comienzos de los años 30, no dejaba de considerarlos incultos, gente indigna de las cimas donde se juega el destino del espíritu. Que hubo luego un gran entusiasmo por la “revolución alemana” (es la expresión que utiliza Heidegger en una de sus cartas) y por el pequeño poder académico y social que confería a la pareja. Que luego puede adivinarse una prudente política de espera, de la que diríamos que constituye un indicio entre otros de la falta de coraje del pensador. […]

Heidegger es ciertamente un gran filósofo, que al mismo tiempo fue un nazi de lo más común. Es así. ¡Que la filosofía se las arregle! […] Estamos ante un límite dialéctico, que podemos llamar existencial, de la grandeza de pensamiento y la pequeñez de convicción, de la capacidad creadora de dimensiones universales y de la singularidad obtusa de un profesor de provincia.

Lo que estas cartas tienen de apasionante es que ensanchan esta matriz (lo Pequeño como soporte existencial de lo Grande) a muchos otros aspectos de la existencia del pensador. Lo que hizo de él un rector nacionalsocialista al mismo tiempo que constituyó una sorprendente salida moderna del idealismo alemán, obra también en la relación que mantiene con el lugar (la provincia profunda y el destino planetario), con las mujeres (el cazador de las estudiantes y la santa espiritualidad del matrimonio), con la universidad (las incesantes intrigas de gabinete y el desinterés profético del pensamiento solitario) y, por último, con la existencia concreta en todas sus dimensiones. Hay que reconocer que el material existencial sublimado en el “decir” heideggeriano es de muy baja calidad. Lo apasionante es seguir su introducción en el lenguaje especulativo. Daremos algunos ejemplos.

Hay que comenzar por los inicios: la corte que Martin hace a Elfride durante la Primera Guerra Mundial. La propia Elfride señala que las cartas de esta época son el modelo de las innumerables cartas que enviará luego a sus sucesivas amantes (“El Tú de tu alma amante me ha encontrado”). Ahora bien, ¿cuál es aquí la fuerza oculta? Probablemente el maquillaje del deseo de seducir y de la vigorosa sensualidad, metafóricamente campesina, del pensador, que en una elevación espiritual convierte a cada mujer en el recurso elegido de la obra y del trabajo. Cada vez, la singularidad del encuentro es presentada como una nueva oportunidad concedida a la tarea aplastante que el destino o los dioses han asignado al filósofo en esta tierra: conservar, en el entorno nihilista de la técnica, lo que pueda ser conservado del pensamiento. Estamos por cierto ante la lógica de la Musa tan bien descrita por …tienne Gilson. Pero prestemos atención, en esto como en lo demás, Heidegger no es “platónico”. El amor se manifiesta a ras del cuerpo, se presenta bajo la forma de una bella y joven estudiante o de una culta aristócrata, no es en absoluto “platónico”. […]

En el caso de Elfride, el pathos de Martin a los veintiséis años no es todavía aquel cuya potencia y originalidad conocemos. Es la religión la que ocupa el proscenio lingüístico de los impulsos espirituales con los que se adorna el deseo. Por lo demás, es sorprendente la extrema importancia que tienen las pertenencias clericales en las uniones sexuales. Martin, nunca heroico, tiembla, literalmente, por tener que confesar a su familia católica que quiere comprometerse con una protestante. […]

Uno de los intereses de las grandes correspondencias (cincuenta y cinco años en este caso) es el de hacer ver los lentos efectos del tiempo. Vemos cómo se deforma y se desgasta lentamente la evidencia religiosa del amor inicial, y también final. En especial después de la Segunda Guerra Mundial, después de la cesura nazi, la cuestión de las confesiones (católica, protestante) no aparece más que de manera anecdótica. […] Así, el recorrido de las cartas de amor irá desde la celebración mística, por parte de los amantes, de un más allá espiritual de la carne, que opone la verdadera religión a la corriente profana y degradante del mundo moderno, hasta la invención, apartada y solitaria, arrojada al porvenir como una profecía de atavío hölderliniano, del Dios que nos falta. […]

Solo una [mujer] es única, la suya, Elfride. Y luego hay otras, tantas otras. Es por lo menos una sorpresa que el pensador de Messkirch y de la cabaña haya tenido tantas, hasta el final, y las haya seducido tan rápidamente, en cuanto las conocía. […]

En todo caso, los dos se aman, en el sentido en que Elfride es la patria, allí donde uno nace a sí mismo [ ]

Así pues, una mujer común en un matrimonio común, que lo ha sacrificado todo, interrumpiendo sus estudios, ocupándose de la casa y de los hijos -“calma cuando regreso cansado de la tierra lejana de las grandes preguntas”, con una “manera de obrar femenina”, con una “Tu colaboración, que entraña, además de la crítica fenomenológica, justo lo más difícil: un renunciar, un esperar y un confiar” – se ha celebrado la misa, de un solo y mismo machismo, el Pequeño y el Grande.

Por otra parte hay otra sorpresa […]. El brevísimo epílogo de Hermann Heidegger, hijo menor y heredero de los derechos de toda la obra, escrito en 2005, el “día del 112vo natalicio de nuestra madre y abuela” pertenece al orden del coming out : “Nací en 1920 como hijo legítimo de Martin y Elfride Heidegger. Cuando tenía apenas catorce años, mi madre me dijo que mi padre biológico era el doctor Friedel Caesar, mi padrino y amigo de la juventud de mi madre, quien murió en 1946”. Martin y Elfride se casaron en 1917, Jörg nació en enero de 1919, Hermann nace en agosto de 1920. Sin duda, Elfride ya no es ni enteramente la misma ni del todo otra, tampoco Heidegger es enteramente el mismo. “Hace tiempo que sé que Friedel te ama”, le responde en septiembre de 1919. “Dejémoslo librado al gran curso de nuestro matrimonio”, “confío tanto en tu amor cuanto en mi amor por ti, aun cuando no todo me resulte comprensible y no pueda siempre entender desde qué fuente se me aproxima tu amor de mil caras.” […]

Por otra parte, no se trata de decirlo todo, aun cuando los secretos sean indignos, ya que “la cuestión de la verdad y la mentira no es tan simple”. Nosotros, que leemos estas cartas que no nos están dirigidas, vemos ante todo su función de complemento con respecto a lo único. Acaso no sea difícil establecer la tipología: estudiantes, princesas, amigas que son mujeres de sus amigos, tanto más inquietantemente jóvenes a medida que él envejece. Por momentos ambas cosas, como Margot von Sachsen-Meiningen, que asiste a sus cursos de 1942 y que constituye un punto fijo de felicidad durante la guerra, ella de quien dirá, más tarde y a raíz de otra -Sophie Dorothee von Podewils-, que le hubiera podido hacer olvidar a Elfride. Las otras, como la una, son ante todo referidas a la tarea: complementariedad, complicidad, estímulo de lo espiritual por medio de lo carnal, que deviene síntoma de un avance en el pensamiento. […]

Margot von Sachsen-Meiningen

Hanna Arendt

Los enredos por obtener un puesto de enseñanza, un progreso de escalafón, la superioridad institucional ante los mediocres y los rivales, el otorgamiento de un “honor” (del estilo: ser el único candidato para un puesto), todo eso ocupa un lugar verdaderamente extraordinario en las cartas. Y tanto más cuanto que Heidegger no abandonará casi su provincia de origen, rechazando por razones protocolares, que a menudo presenta luego como razones nobles, otras posibilidades, sobre todo las ofrecidas en Berlín. Es importante recordar aquí que Heidegger no dispone de una fortuna heredada y realmente depende para vivir de su situación en la universidad. […] Digamos que lo que se lee en estas cartas es una construcción en tres etapas: una experiencia a menudo al ras de la vida convencional y de sus agitaciones sin grandeza; una postura subjetiva, a menudo retroactiva, que dispone la banalidad de esta vida como entorno planetario devastado y exceptúa de ella el pensamiento puro; una producción lingüística genial, que rodea la excepción y la hace brillar en el cielo de la filosofía. De todo esto es Elfride, el “alma mía”, la confidente escogida y, sin duda, la consejera sagaz.

Es muy interesante comparar aquí la figura social de la pareja Heidegger con la de la pareja Sartre-Beauvoir. Aunque las diferencias sean cruciales, en especial el hecho de que Simone de Beauvoir sea una escritora de pleno derecho, las similitudes son de cualquier forma impresionantes, sobre todo si vemos las cosas desde el punto de vista de Sartre (y del de Heidegger). Puesto que en ambos casos, sobre una vida sentimental y sexual extremamente recargada y diversa, a menudo clandestina, se articula la pareja, podríamos decir la Pareja, como garante de la permanencia de una suerte de discusión infinita […]. En los dos casos, la sublimación filosófica opone esta unidad duradera al pasaje de lo múltiple. Heidegger dirá: la sensualidad amorosa vale como impulso circunstancial, solo la santidad de la esposa está a la altura de la obra realizada. Y Sartre: las mujeres son contingentes, solo Simone es necesaria. En fin, en los dos casos se da la tentativa de constituir una unión triádica donde la esposa (la mujer necesaria) concede a la intrusa, en nombre de su propia permanencia, una especie de bendición provisoria. […]

Estos jóvenes, Martin, Jean-Paul, Simone y Elfride, viven en el período de entreguerras, los años veinte, los años locos, cuando las viejas costumbres vacilan, cuando una nueva visión de la pareja, de su relación con la mudanza del deseo, intenta deshacerse de las obligaciones religiosas y familiares. Es el terreno del existencialismo, después de todo, de esta nueva comunicación entre la libertad de conductas, la potencia de la elección y la inercia de las situaciones sociales dadas. Heidegger-Elfride, ¿una pareja de la época existencialista? Sí, en un cierto sentido. Quedamos impresionados por la elegancia con la que Heidegger acepta al hijo adulterino, al menos por lo que podemos saber o leer, no hace ninguna distinción con el otro, y durante este trance, tan escabroso, permanece amorosamente cerca de su mujer. La diferencia esencial entre Heidegger y Sartre, cercanos por tantos rasgos de la época, es en el fondo que uno es un profesor de provincia alemana y el otro un intelectual parisino. Esta diferencia entre el espesor del lugar y la transparencia cosmopolita de una capital es perceptible constantemente, tanto en los matices de la vida amorosa como en su sublimación conceptual. Evidentemente, no es lo mismo llamar “castor” a la mujer de su vida que llamarla “alma mía”. Hablamos, en este caso, de un existencialismo provincial, hipócrita y destinado religiosamente, y en el otro, de un existencialismo de gran capital, más abierto (¿más cínico?) y destinado políticamente. [ ]

¿Qué pensar, a fin de cuentas, de la significación filosófica de estas cartas? [ ]

Para quien, con Nietzsche, esté convencido de que, en definitiva, una filosofía es la biografía de su autor, la imagen de sí mismo que Heidegger traza para su mujer, carta tras carta, incluso si es también una pose y una mentira, como toda imagen, no es menos descifrable como un esclarecimiento involuntario de los procedimientos de su pensar. […] Es a imagen de una provincia alemana católica y de una cabaña de montaña que hay que representarse lo original, la patria, la acogida o el lugar. Es a imagen de Elfride que hay que representarse la santidad latente del otro, la complicidad un poco obtusa del pueblo y de la obra, el valor del perdón, la duración tenaz e incluso la decisión resuelta de no dar el brazo a torcer. […] Es con los rasgos de una estudiante que responde al llamado dionisíaco de la naturaleza, y bajo la forma de un descenso en esquí por la nieve virgen, que en un instante desaparece la falsificación de lo que debe dejarse surgir.

© Con autorización de ADN cultura, de La Nación

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