Las afinidades intelectuales

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Las afinidades intelectuales

En Pequeño panteón portátil (Fondo de Cultura Económica) el filósofo francés rinde homenaje a sus colegas y maestros

Traducción de Mariana Saúl,

con la colaboración de

Florencia Giménez Zapiola

 

Celebraremos aquí, al modo antiguo, la celebración que los maestros vivos hacen de los maestros muertos. Al hacerlo, infringiremos dos veces la regla de nuestras sociedades rápidas, que hacen un culto de una desenvoltura supuestamente entendida. Porque ahora olvidamos a los muertos lo más velozmente posible, apurados como estamos por sobrevivir blandamente, y nos mofamos de los maestros […].

Georges Canguilhem fue -y por lo tanto sigue siendo, pues una inscripción como ésa es irrevocable- el maestro fuerte y discreto de mi generación filosófica. ¿Por qué este especialista en historia de las ciencias de la vida ejerció ese magisterio universitario incluso habiendo llegado a lo más alto de su pensamiento infinitamente preciso? Porque sin duda la concepción que tenía del rigor intelectual se extendía, por un lado, hasta la consideración minuciosa de la historia de los conceptos y, por el otro, a la lógica pura de los compromisos. De modo que Canguilhem, adhiriendo a la concepción de una universidad liberal perenne, más inclinado que nadie a discernir lo que vale la pena de lo que no es más que apariencia, recubre con su atención, más allá de los saberes especiales en los que sobresale con una excelencia casi olvidada, todo lo que combina el sentido articulado de la historia y la ética de la acción.

Así fue como hubo una suerte de influencia electiva que hizo de Georges Canguilhem el maestro de una multitud de jóvenes filósofos muy dispares, cuyos destinos se fueron alejando, tanto de ellos mismos como de él, sobre todo cuando llegó Mayo del 68 y derribó irreversiblemente el edificio universitario que funcionaba como medio de propagación de este tipo de docencia y al que él, como es justo, insistía en guardar fidelidad.

Uno podría suponer dos cosas:

En primer lugar, que Canguilhem ya es un gran clásico, representado en sus obras, todas construidas mediante lentas consecuciones de artículos cruciales en los que se continúa -¿se termina?- la alta tradición nacional de una epistemología apoyada en el examen histórico de la genealogía de los conceptos, de las rupturas del campo en que esos conceptos se ejercen, de los conflictos de interpretación, de las fusiones de campos de saber. Canguilhem es, pues, para las ciencias de la vida, lo que Koyré y Bachelard son para la física; lo que Jean Cavaillès y Albert Lautman, miembros de la Resistencia asesinados por los nazis, empezaban a ser para la matemática.

En segundo lugar, podría suponerse que la función subjetiva de maestro que Canguilhem representaba es intrasmisible […], ya que […] no se han mantenido las condiciones institucionales y de pensamiento que ataban esa función a nuestra avidez múltiple de conocimiento entre 1950 y 1967.

Ahora bien: pienso que el opúsculo titulado “Vida y muerte de Jean Cavaillès” -precisamente porque no está escrito en un registro científico, y porque se propone, con áspera simplicidad, rendir homenaje a un filósofo resistente asesinado- puede comunicar a los de otra época parte del secreto perdido de los maestros.

Ese folleto reúne tres textos de un género cuyo desuso republicano sólo puede confundir a quienes consienten de antemano la pérdida, la barbarie del tiempo: la conmemoración oficial de un gran muerto.

Mao Tse Tung no tenía esas ironías modernas; él sostenía que “cuando muera alguien de nuestras filas que haya realizado un trabajo útil, sea cocinero o soldado, efectuaremos sus funerales y una reunión para honrar su memoria”. […]

Ahí tenemos […] una conmemoración en la Sorbona (1974). Allí Canguilhem resume la vida de Jean Cavaillès: filósofo y matemático, profesor de lógica, cofundador del movimiento de resistencia “Libération-Sud”, fundador de la red de acción militar Cohors, detenido en 1942, fugado, detenido de nuevo en 1943, torturado y fusilado. Descubierto en una fosa común, en un rincón de la ciudadela de Arras, bautizado en su momento como “Desconocido nº 5”.

Pero lo que Canguilhem intenta restituir va más allá de la evidente designación del héroe (“Un filósofo matemático cargado de explosivos, un lúcido temerario, un hombre resuelto sin optimismo. Si eso no es un héroe, ¿qué es un héroe?”). Fiel, en el fondo, a su método, la localización de coherencias, Canguilhem intenta descifrar lo que funciona como pasaje entre la filosofía de Cavaillès, su compromiso y su muerte.

Es cierto que es un aparente enigma, ya que Cavaillès trabajaba, lejos de la teoría política o del existencialismo comprometido, sobre la matemática pura. Y que, además, pensaba que la filosofía de la matemática debía desentenderse de toda referencia a un sujeto matemático constituyente para examinar la necesidad interna de las nociones. […].

Es justamente en esa exigencia de rigor, en ese culto instruido a la necesidad, donde Canguilhem ve la unidad entre el compromiso de Cavaillès y su práctica de lógico. Porque, en la escuela de Spinoza, Cavaillès quería de-subjetivar el conocimiento; en el mismo gesto consideró la Resistencia como una necesidad ineluctable […]. Así, en 1943 declaraba:

Soy spinoziano, creo que en todas partes captamos lo necesario. Necesarios son los encadenamientos de los matemáticos, necesarias incluso las etapas de la ciencia matemática, necesaria también esta lucha que llevamos adelante.

Así fue como Cavaillès, despojado de toda referencia a su propia persona, practicó las formas extremas de la Resistencia, hasta llegar a ponerse el mameluco de trabajo en la base de submarinos de la Kriegsmarine en Lorient, como quien hace ciencia, con una tenacidad sin énfasis, en la que la muerte no era más que una eventual conclusión neutra, pues, como afirma Spinoza, “El hombre libre en ninguna cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”.

Como dice Canguilhem: “Cavaillès fue resistente por lógica “. Y esa afirmación es tanto más fuerte en la medida en que se supone que Canguilhem -que en este punto ha guardado silencio pero que, según se supo a su pesar, estuvo comprometido en la Resistencia- lo fue, en una medida u otra, según el mismo principio.

Respecto de esto, él puede ignorar legítimamente a aquellos que, aunque son filósofos de la persona, de la moral, de la conciencia, “no hablan mucho de ellos mismos sólo porque ellos son los únicos que pueden hablar de su resistencia, a tal punto fue discreta”.

Sin duda queda bastante a la vista por qué Georges Canguilhem está en condiciones de representar para nosotros la autenticidad filosófica. Aquí no se trata de política […] sino de aquello que la hace universalmente posible y que es la poca atención que uno está dispuesto a prestarse a sí mismo si una causa histórica innegable requiere que uno se aboque a ella, en cuyo defecto uno sacrifica, más allá de su dignidad, toda ética, y finalmente, en efecto, toda lógica, es decir todo pensamiento. […]

Es, pues, justo y oportuno honrar a Canguilhem que honra a Cavaillès, y estarles agradecidos, dado que -para citar una vez más a Spinoza- “sólo los hombres libres son muy agradecidos unos con otros”.

© Con la autoización de ADN Cultural de La Nación

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