Alain Badiou, El despertar de la historia, Traducción de Begoña Moreno-Luque, Clave Intelectual, Madrid/Buenos Aires, 2012. 156 p.
El País
Los de mayor edad recordarán a un joven Alain Badiou consagrado a finales de los sesenta y principios de los setenta a reflexionar sobre las dimensiones más epistemológicas de la propuesta althusseriana (aquejada precisamente de flojera epistemológica, de acuerdo con el desdeñoso diagnóstico presentado por Manuel Sacristán en aquellos años). Décadas después, y ya con una amplia obra a sus espaldas, en la que no faltan incluso novelas y obras teatrales, regresa con fuerza al centro del debate filosófico-político uno de los filósofos franceses vivos más influyentes (lo propio sucede, por cierto, aunque ahora no proceda detenerse en la significativa coincidencia, con otro ilustre discípulo de Althusser, Jacques Rancière, presente en nuestros días en cualquier debate estético-político que se precie). Y regresa con una propuesta que aúna dimensiones y registros marcadamente abstracto-especulativos, de no siempre fácil comprensión para el lector medio (Badiou también se reconoce matemático, lo que a menudo contribuye a la oscuridad de sus escritos), e intervenciones políticas con voluntad divulgadora, de una enorme radicalidad política.
Si en el primer grupo se incluyen obras como Breve tratado de ontología transitoria o El ser y el acontecimiento, por mencionar solo un par de ellas, al segundo pertenece sin el menor género de dudas El despertar de la historia. Predicar una tal ubicación equivale, conociendo a Badiou, a afirmar que este librito aspira a constituirse en un libro de combate.
Maticemos de inmediato que dicha dimensión combativa resulta susceptible de declinarse de dos maneras distintas. Porque, por una parte, en estas páginas se describen algunas de los luchas en pro de una sociedad más igualitaria que se han librado en los últimos tiempos, especialmente en las revoluciones árabes de Túnez y Egipto, aunque sin olvidar las revueltas europeas de Gran Bretaña, Francia y España.
Pero, por otra, en el texto no sólo se levanta acta de lo ocurrido, sino que también se plantean propuestas, se ofrecen argumentos y se presentan herramientas conceptuales. Se trata, pues, de dos planos, el descriptivo y el propositivo, íntimamente entrelazados, lo que no impide, sin embargo, que resulten susceptibles de ser diferenciados analíticamente a efectos de su comentario.
Por lo que respecta al plano descriptivo, Badiou valora en forma claramente diferenciada los sucesos de la llamada “primavera árabe” y los ocurridos en Europa. Hablando del caso particular de España y del 15-M, su veredicto es abiertamente crítico en algunos aspectos. En concreto, no ve con buenos ojos la confianza, a su juicio excesiva, en la democracia, expresada en consignas como democracia real, ya o en otras análogas como no nos representan, las cuales, a su juicio, no contribuyen a la creación de una dinámica política duradera, como tampoco contribuye a ella la mera apelación a la indignación.
Más interés teórico probablemente ofrezcan las consideraciones que Badiou plantea en el plano propositivo y, sobre todo, en el de la concepción de la historia que sirve como marco general a sus propuestas. A este respecto, lo primero que habría que decir es que dichas consideraciones parecen empeñadas en recuperar la dimensión básica, fundamental, de la reflexión metahistórica, poniéndola al servicio de un propósito inequívocamente emancipador. La historia -no debiera de olvidársenos, particularmente en estos tiempos- es contingencia. Radical contingencia, si se me apura. Aquella frase que se le atribuía a John Lennon, según la cual la vida es lo que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes, podría ser aplicada a la historia y dejaría en evidencia la absurda paradoja en la que estamos inmersos.
Porque en un momento en el que parece haberse generalizado en amplios sectores de la sociedad (afortunadamente no en todos, como se acaba de señalar) la percepción derrotista, el sentimiento de impotencia o incluso de desesperación ante el orden del mundo, cuando muchos de nuestros jóvenes renuncian a alzar la bandera de un modelo de sociedad completamente diferente, justo e igualitario, para, en su lugar, limitarse a reclamar el derecho a poder vivir al menos como sus padres, habría que recordar que si algo muestra la historia es que nada es fatal, ineludible e inmodificable. Al contrario: la historia es el relato de la permanente irrupción de la contingencia en el previsible curso de los acontecimientos.
Lennon, utilizando su propia falsilla, podría haber dicho: la historia es lo que contamos que ha pasado mientras pensamos, sin el menor fundamento, que ya no puede pasar nada más. No otra es la razón por la que Fukuyama -a quien Badiou alude en su texto, reconociéndole su parte de acierto- obtuvo tanto eco entre los filósofos de la historia conservadores: les permitía convertir la contingencia en necesidad, dejar de aplicar al presente lo que no les quedaba más remedio que predicar del pasado, blindar de cualquier cambio al hoy. No es seguro, en fin, que acierte Badiou en todos los aspectos de su diagnóstico acerca de la situación del mundo en la actualidad. Pero lo que está claro es que merece acertar.
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