Nicol: el atisbo del sentir en el logos y la expresión

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Nicol: el atisbo del sentir en el logos y la expresión

Abarcar en breves líneas el pensamiento de un gran filósofo es una tarea prácticamente imposible. Por consiguiente, sería una osadía condenada al fracaso intentar ofrecer una síntesis de la filosofía de Eduardo Nicol en un espacio tan limitado como el del presente texto. Resultará fecundo, sin embargo, abordar dos nociones centrales de la filosofía nicoliana ―logos y expresión― y señalar algunas implicaciones problemáticas de éstas. Junto a eso, se propondrá explorar la experiencia del sentir como la posibilidad en la cual, tanto la expresión como el logos amplían sus propios límites. Ahora bien, para que las nociones mencionadas puedan ser abordadas, previamente se ofrecerá un contexto mínimo de la metafísica nicoliana, con el objeto de, a su vez, mostrar de qué modo se articulan el logos, la expresión y, finalmente, cómo puede integrarse el sentir.

 

Ser y hombre

Ser y hombre son siempre motivos fundamentales al interior del pensamiento de Eduardo Nicol. Puede afirmarse que la filosofía nicoliana es una metafísica del ser en general y una ontología del hombre. Como se sabe, a lo largo de una gran parte de la tradición filosófica occidental se consideró al ser como un problema, en virtud de que resulta siempre algo más allá de lo que pudiese captarse en la multiplicidad de fenómenos y a través de los sentidos. El ser es, de acuerdo con la tradición, una suerte de abstracción que sólo puede ser concebida por la facultad racional humana. En este tenor, grandes filósofos llevaron a cabo tremendos esfuerzos por lograr comprender y, sobre todo, definir en qué consistía el ser. A partir del supuesto de que el ser se halla más allá de lo dado inmediatamente, resulta legítimo suponer dos planos que configuran la realidad, a saber: el de la apariencia (esto es, el mundo fenoménico como tal, que se revela a los sentidos) y el de la esencia (es decir, la realidad de veras, que se halla más allá de lo captable a simple vista).

De conformidad con algunas escuelas filosóficas, el hecho de asumir esta dupla de planos, según la cual lo real o lo verdadero está más allá de la apariencia porque ésta engaña ya que constantemente cambia, dio pie también, en el terreno de lo humano, a la idea de que lo captado por los sentidos es erróneo y de que ello exige invalidar, como criterios de certeza de conocimiento, al cuerpo y los sentidos mismos. Bajo este prejuicio, la percepción, la intuición, el sentir en suma, quedaron marcados como la fuente del error para el conocimiento humano. En todo caso, el sentir podría ser considerado como el primer paso para conocer lo real o lo verdadero, con la condición de trascender los datos de las sensaciones por medio de la facultad más apta con que cuenta el hombre para comprender aquello que nunca deja de ser lo que es. Esa facultad humana, a veces caracterizada como alma, a veces como razón, correspondería al logos, el cual permite ubicar lo in-variable a pesar de enfrentarse cotidianamente a lo mudable, in-estable y deviniente.

Así pues, la división entre el ser y el devenir (y también entre la unidad y la multiplicidad) que, según Nicol, se generó a partir del eléata Parménides, supuso asimismo una fractura en el ser del hombre. En efecto, en el humano convergerían dos órdenes en tensión y sin posibilidad de reconciliación: de una parte, el logos, la capacidad de vincularse con lo invariable, con lo eterno y la verdad; de otra, los sentidos y el cuerpo, sometidos siempre al devenir, al cambio, a la apariencia y, por tanto, al error.

Como se mencionó, para Nicol grandes filósofos como Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás, Suárez, Descartes, Locke, Kant, Hegel y Husserl, entre otros, intentaron restablecer la unidad escindida mediante sus sistemas. Sin embargo, el catalán consideraba que no lograban superar la ruptura entre ser y devenir debido a que asumían como principio la separación misma. Por ello, era menester regresar a los orígenes del pensamiento griego, aún antes de Parménides, para afrontar el problema de modo tal que pudiese dar cuenta de la permanencia y el devenir, sin que hubiese contradicción. Por ello, Nicol centra su atención en Anaximandro y en Heráclito, para quienes el ser y el devenir convergen porque hay un orden que no se halla oculto para el logos humano. El orden de lo real, advierte Nicol, ese Logos[1] del que habla Heráclito que puede ser comprendido por cada hombre porque ínsito en ellos se halla también el logos, es una regularidad evidente que marca la pauta para que el cambio de los entes no sea caótico. El devenir, por tanto, es lógico y, más precisamente, dialéctico porque reúne en unidad el tránsito del ser al no-ser (y viceversa) de los entes.[2]

Ahora bien, este paso ordenado del ser al no-ser de los entes supone, como condición previa, que haya entes. En términos de Nicol, diríase que la presencia de los entes es un hecho: toda entidad es. Este ser es presencia apofántica y apodíctica, dice el catalán. Para el autor de La idea del hombre, el Ser[3] es fenómeno; lo cual quiere decir que se exhibe constante y cotidianamente. El fundamento, pues, se halla en la apariencia: el Ser es presencia. Con esto último, Nicol señala que la base primera de toda experiencia y, por consiguiente, del conocer es algo dado por principio: el Ser es siempre un dato, no algo a lo que se deba llegar tras una investigación ulterior.

Con base en lo anterior, se puede afirmar que el Ser resulta visible inmediatamente sin necesidad de un método que conduzca hacia él. Sin embargo, decir Ser, esto es, pronunciar sonoramente la evidencia del Ser sólo es posible hasta el advenimiento de un ente que puede hablar, que posee logos. He ahí el papel del hombre, quien constata la evidencia del Ser ―según el planteamiento nicoliano― y la re-presenta mediante el logos. Así, sólo cuando el logos surge como expresión, se pronuncia la palabra Ser para re-tener el fenómeno visto previamente. Pero, dado que la mirada es ya una acción del llamado ser de la expresión, resulta que ver al Ser, aun sin articular la palabra para mentarlo, es ya una forma en la cual el Ser se expresa merced a la presencia humana. Desde que el hombre se halla sobre la tierra, el Ser se mira y se dice.

 

La expresión

De acuerdo con el pensamiento de Nicol, la expresión acontece con el surgimiento del hombre. Esto no quiere decir que la expresividad se caracterice por ser una cualidad del ser humano, como si se tratase de una capacidad entre otras, con la cual ha sido dotado naturalmente. Si la expresividad es fundamental se debe a que el hombre es expresión, lo cual quiere decir que todo lo que haga siempre es manifiesto y dice algo. En la expresión, todo el ser del hombre queda expuesto a cabalidad, pues muestra su ser-hombre que todo humano comparte y que, a la vez, lo distingue del resto de los entes. Invariablemente, piensa Nicol, siempre se observa a un hombre como ente afín o semejante a uno mismo: su ser se reconoce porque, en última instancia, es el reflejo del propio. Así, ningún humano puede ser confundido con otra entidad pues la afinidad ontológica, esto es, el modo de ser humano, es evidente para cada uno de los individuos. En la expresión, por tanto, se observa inmediatamente la esencia humana. El ser del hombre no se esconde tras las diversas manifestaciones que ejecuta: su ser está, en palabras de Nicol, “a flor de piel.”[4]

Pero la expresión no sólo muestra el modo de ser común de todos los hombres, sino que además expone cabalmente la individuación de cada quien. En efecto, la expresión de un hombre es siempre singular; es distinta del resto de sus congéneres. Pero el hecho de que sea distinta no destruye el hecho común de ser expresivo que cada individuo humano comparte con el resto. Paradójicamente, la expresión vincula a los hombres aunque cada una sea distinta. Así, la multiplicidad de expresiones es distinta en cada uno y ello mismo es lo que expone la comunión ontológica de todos. De este modo, la expresión se revela, a un mismo tiempo, como aquello en virtud de lo cual todos los individuos se vinculan ontológicamente a la vez que se distinguen unos de otros evitando la homologación. Lo común y lo singular del hombre convergen en la expresión.

El hombre expresa aun cuando no desee comunicar algo. Esto quiere decir, vale la pena reiterarlo, que la expresión no es algo que dependa ―exclusivamente― de la voluntad del hombre. Éste no puede evitar ser expresivo: su mero estar presente ya dice algo, aunque no medie palabra alguna. De acuerdo con Nicol, por lo tanto, ser expresivo no significa querer decir algo, sino no poder evitarlo. La expresión no es una opción del hombre: es su condición de posibilidad. Así, pueden expresarse diversas cosas y de diversos modos; la historia misma es el testimonio de la diversidad expresiva del ser humano. No obstante, el hombre está condenado a ser expresivo: en tanto que la expresión es su esencia, resulta irrenunciable. Ser expresivo es el único modo de ser hombre.

Puesto que existen múltiples expresiones, resulta claro que el hombre se mantiene siendo quien es, al manifestarse siempre de forma distinta. La libertad, entonces, se revela ―de acuerdo con el pensamiento de Nicol― como la posibilidad de hacer-se, esto es, de expresar siempre de un modo distinto. La expresión es el espacio de la libertad. Todo acto humano es la confirmación inequívoca de que no se está sometido, simplemente, a los designios de la propia naturaleza biológica ni de las pasiones. El hombre puede ser más que eso. De hecho, por mor de la expresión, hace patente su naturaleza irrenunciable, al tiempo que puede crear medios distintos a lo meramente biológico para hablar sobre aquello que lo determina. Por la expresión, en suma, el hombre es libre; lo cual quiere decir que es más que un ente determinado. Así pues, el ser de la expresión, que es en cada caso cualquier hombre, es esencialmente libre porque es esencialmente expresivo: la libertad humana es ontológica. Ahora bien, del mismo modo que la expresividad es irrenunciable, la libertad también lo es. El hombre está condenado a ser libre. Y en esta condena se cifra, a la vez, su peculiaridad eminente y su trágica condición. Que el hombre sea libre y expresivo, implica que siempre tiene que decidir, que tomar postura. Al optar por su decisión, irremediablemente renuncia a otras opciones y, con ello, determina su ser porque esencialmente puede hacerlo. De este modo, se manifiesta el carácter dialéctico de la expresión: el hombre puede ser muchas cosas, pero nunca una sola ni todas a la vez. El hombre es un ente finito sin capacidad de finiquitarse: su ser lo condena al infinito.

De lo expuesto hasta aquí se colige lo siguiente. En primer lugar, Nicol indica que la esencia humana queda manifiesta en la expresión. En ella, según se indicó, confluyen el ser común de todos los individuos del género humano, así como el particular modo de ser de cada uno de ellos. En segundo lugar, el fenómeno de la expresión se revela de manera dialéctica, lo cual quiere decir que hace patente lo común y lo diferente del hombre. En la expresión, pues, se advierte lo que el hombre es pero a través de lo que puede y ha podido ser. El ser del hombre, por consiguiente, es dinámico: su esencia es permanecer a través del devenir. En tercer lugar, la expresión es el ámbito de la libertad. En la esencia del hombre se revela el hecho de que no se encuentra absolutamente determinado por su condición biológica. Desde luego, el hombre es un ser natural y, como tal, está sometido a pasiones de todo tipo. Pero ello no obsta para que sea algo más y que su esencia le permita exponer aquello que lo determina naturalmente mediante formas que no responden a necesidades biológicas (como el arte, por ejemplo). Pero la expresión y la libertad no son opción del hombre: está determinado por ellas mismas. El hombre puede superar sus necesidades pero no puede renunciar a su libertad ni a  su expresividad: expresar es el único modo de ser, pero en éste se asoma la infinita posibilidad de expresiones. Por consiguiente, la expresión es lo que permite la libertad humana, al tiempo que impide que el hombre sea sólo una determinada opción o sea todas a la vez y para siempre. Expresión es, en suma, manifestación de un ser que deviene y en su devenir mantiene su ser: el hombre es porque nunca acaba de ser.

Como se ha observado, la expresión es la clave para poder comprender al hombre, en tanto ser de la expresión. Pero, ¿que expresa el hombre? No sólo lo que es él mismo; también hace patente la presencia del Ser. Quiere decir esto que el hombre, en cada una de las expresiones concretas que encarna y produce, siempre manifiesta algo que es. En cada expresión se deja ver, con prístina claridad —según Nicol—, el Ser. Por consiguiente, todo expresar es decir el Ser. En la expresión, en suma, se revela la patencia del ser del hombre y la del Ser en general. Ahora bien, el modo en el cual, de acuerdo con el filósofo catalán, la expresión se articula o se consuma es mediante el logos. Conviene, pues, adentrarse ahora en  el análisis de dicho término.

El logos

Nicol indica en su Metafísica de la expresión que el “Logos es palabra y pensamiento.”[5] Dice también lo siguiente: “Razón es logos; logos es verbo. […] Hemos de reconocer que la razón misma es lingüística.”[6] En general, se puede traducir la voz logos como razón y palabra. Quiere decir esto que el pensamiento es lingüístico, discursivo y comunicativo y, a su vez, la racionalidad siempre requiere de un lenguaje para poder exponerse. Por consiguiente, ninguna expresión verbal ni, en general, ninguna forma comunicativa carece de razón. Ahora bien, al hablar de la racionalidad o de la razón, no necesariamente se está limitando a la facultad racional que posee el hombre. Para Nicol, al menos en obras como Los principios de la ciencia, aquello que no es el hombre y que, sin embargo, continuamente lo está determinando, posee Logos. Es decir, la realidad en la cual se halla inserto el ser humano cuenta con cierto orden que le da unidad a lo diverso y que se muestra como algo inteligible susceptible de ser representado lógicamente, esto es, mediante palabras que den razón del modo de ser de lo real. Así pues, el Logos de lo real sólo llega a ser expresado hasta que el hombre, mediante su logos, replica dicho orden y lo expone con palabras.

En este punto, Nicol señala una peculiaridad en la relación entre el Logos de lo real y el logos del hombre. En efecto, puede decirse que lo real posee un cierto orden que le da unidad a todo lo que es. Pero ese orden inteligible para el hombre, según Nicol, no es expresivo. Esto quiere decir que el Logos de lo real, en sentido estricto, no dice nada. Se requiere, entonces, de la presencia de un ser que sea capaz de expresar el orden de lo real. De aquí que, cuando aparece el hombre ―ser de la expresión y del logos―, el orden de lo real se expresa. Sin el logos humano, no se sabría nada del Logos cósmico. De este modo se puede afirmar que, aunque el Logos de lo real pueda ser independiente del hombre y que, inclusive, éste se halla atravesado por dicho orden, sin el logos humano el Logos cósmico sería incognoscible. Así pues, en sentido estricto, para saber del Logos de lo real es necesaria la presencia del logos del hombre: sólo el logos humano es expresivo[7].

Como ya se mencionó, para Nicol el hombre es el ser del logos. A través de la palabra, el ser humano manifiesta de manera eminente su propia condición: ser expresivo. La expresión le confiere al hombre una singularidad ontológica fundamental porque, merced al logos, hace patente la unidad de lo real al tiempo que se distingue de cualquier otra entidad no humana. Es decir, el logos permite que todo sea vinculado, a la vez que se diferencia de todo. En efecto, Nicol indica que la palabra permite que se hable de todo lo que es y que se hable de ello de múltiples formas. Se puede hablar, pues, de todo lo que hay sin que lo dicho y lo habido se identifiquen. La palabra es la expresión del hecho de ser de todo lo que hay. Pero, a su vez, el ser del logos queda diferenciado ontológicamente de todos los entes. En efecto, por medio del ser de la expresión, el Ser se hace expreso en los entes, pero ninguna otra entidad que no sea el ser humano tiene la capacidad de expresar el Ser en general, ni aquello que define a su propio ser. Por esta razón, el hombre se vuelve el gozne a partir del cual todo queda vinculado pero que, a la vez, lo hace ser completamente distinto del resto de los entes. En términos del propio Nicol:

La filosofía está obligada a reconocer que el hombre es excepcional, en el orbe de los seres, no tanto por su facultad de pensar, que en formas rudimentarias se encuentra en otros seres. Es definible como el ser de la razón porque es esencialmente dia-léctico. […]. Nombrar es distinguir. Este privilegio ontológico tiene él mismo una forma existencialmente dialéctica, pues no es más que una compensación. […] En la eminencia del ser que da nombre resalta su limitación.[8]

Así pues, se abre una paradoja en el planteamiento nicoliano ya que, por una parte, todo queda comunicado gracias a la presencia del logos pero, por otra parte, el ser del logos es radicalmente, o sea, ontológicamente distinto de cualquier otro ente. La paradoja queda expuesta: la unidad de lo real sólo puede quedar manifiesta con la presencia de un ente radicalmente distinto a los demás: el hombre, el ser de la expresión y del logos.

Para el autor de Formas de hablar sublimes, el logos es dialéctico. Ello implica que con el simple hecho de hablar sobre los entes, el logos se vincula con ellos, al tiempo que marca una distancia respecto de los mismos. La palabra habla sobre los entes, refiriéndose a ellos pero sin tocarlos. En este decir del logos se advierte su carácter eminentemente comunicativo, pues la palabra-razón no le habla a las cosas, sino al interlocutor. De este modo, el logos reitera la afinidad ontológica entre los hombres, al mismo tiempo que se refiere a lo ajeno. Lo otro queda incorporado en el hombre gracias al logos. De aquí que, para Nicol, el esquema del conocimiento que supone dos términos en relación (a saber, un sujeto que se dirige al objeto), queda superado. Ahora resulta claro que la comunicación se da entre dos o más sujetos que hablan sobre el objeto. El logos, pues, hace propio lo  ajeno, sin perder la diferencia ontológica entre los entes nombrados por el ser del logos y este último.

La unidad se mantiene conservando la distinción. Así pues, mediante el logos queda expuesto el ser y el no-ser de los entes. Puede advertirse, por consiguiente, que el devenir y, por tanto, el tiempo se hallan ínsitos en la naturaleza del logos. De este modo, la forma dialéctica de la palabra-razón es lo que permite decir que un determinado ente sigue siendo el mismo a pesar de sus múltiples cambios. Por el logos se puede apreciar el ser-ahora y el no-ser-ya de los entes. Al respecto, Nicol dice lo siguiente: “La razón [logos] es dialéctica porque en su función natural se conjugan las afirmaciones y las negaciones. Ambas versan sobre el ser-determinado.”[9] En una simple observación se ve el hecho de que los entes, incluido uno mismo, se encuentran cambiando constantemente. Todos los entes se hallan en movimiento del ser al no-ser[10] y viceversa.[11] Así pues, por medio de la palabra-razón, un ente siempre queda determinado como el que es y como el que ha sido; como el distinto de otros entes y como el que dejará de ser. Dicho en otros términos, mediante el logos los entes siempre serán determinados como lo que son y lo que no son, al mismo tiempo.

Una de las caracterizaciones fundamentales que Nicol plantea sobre el logos es que éste es simbólico. Como se mencionó líneas arriba, la expresión es aquello que le permite a un individuo reconocer que el otro es un ser semejante, pues reafirma que se comparte un mismo modo de ser con los demás hombres. Nicol retoma en este punto, la noción de símbolo que Platón expone en el Banquete, para señalar la constitución ontológica del hombre. En efecto, de acuerdo con el ateniense, cada uno de los hombres es símbolo del resto y, consecuentemente, ningún individuo es por sí mismo pleno. El otro es una presencia inherente en el propio ser y, por lo mismo, la expresión ajena complementa la propia. Ontológicamente los hombres, por ser simbólicos, dialogan cuando sus expresiones se dejan ver entre sí. De aquí que el logos ajeno siempre diga algo para uno mismo. Asimismo, el propio logos siempre tiene algo que decir y, por lo mismo, supone o implica a un inter-locutor que capte lo expresado. Por esta razón, Nicol concluye que todo logos es diá-logos. La alteridad siempre se halla incluida, más aún, inserta en el propio ser que se expresa (dia)lógicamente. El logos, en suma, requiere y se ofrece al otro.

Mediante la palabra, el hombre puede dar cuenta de todo lo que es. Los entes se vuelven comprensibles y comunicables gracias al logos humano. Así, las diversas entidades que por sí mismas adolecen de expresión adquieren, con la presencia del hombre, el medio para que su ser sea dicho. La expresión se proyecta sobre los entes para, literalmente, darles voz y nombre. Con ello, lo dicho queda integrado al bagaje de conocimiento del hombre, al tiempo que le permite indagar más sobre los entes nombrados. ¿Qué encuentra el hombre cuando indaga a un ente? Más entidades, acaso como elementos que constituyen al ente por el cual comenzó a indagar, pero que también comparten el hecho de ser nombrados por el logos del hombre. En suma, pues, lo desconocido se torna conocido ―aunque nunca plenamente― cuando la palabra-razón se cierne sobre ello. Inclusive, todo aquello que aún no puede ser nombrado, todo lo que de un ente resulta inadvertido y, con mayor fuerza, aquello que precede a la presencia del logos, queda integrado al ser del hombre mediante la palabra desconocido o misterio: el logos, pues, señala su propio límite verbalmente.

De lo expuesto en el presente apartado, se colige lo siguiente. En primer lugar, la riqueza semántica y ontológica del logos. En efecto, se trata de un orden que, según Nicol, se encuentra en lo real aunque sólo adquiere verdadera exposición cuando aparece el ser del logos, es decir, el ente dotado con la capacidad lingüística y racional para hacer explícito el orden ínsito en lo real. En segundo lugar, el logos se refiere a la facultad racional del ser humano, así como a su capacidad lingüística. Ello implica, a su vez, que es mediante el logos que el hombre reflexiona, a la vez que comunica a sus congéneres todo aquello que ve. Sin embargo, el logos no sólo se limita a ser lenguaje verbal, es decir, no se reduce a las unidades gramaticales con significado llamadas palabras, sino que se refiere a la capacidad de habla y comunicación. En tercer lugar, por medio del logos se revela un dato singular: que el hombre requiere, radicalmente, a un interlocutor. Todo logos, por el hecho de ser comunicativo, es diá-logos. La palabra-razón requiere siempre y sin excepción a un a quién decir lo dicho. Inclusive en la soledad de un individuo, la intimidad de su pensamiento es, como pensara Platón, el “diálogo interno y silencioso que el alma tiene consigo misma.” Por consiguiente, el ejercicio racional del pensamiento individual supone un desdoblamiento en el individuo. Así pues, el hecho comunicativo que se evidencia por mor del logos constituye la base de toda comunicación efectiva, al tiempo que conforma la comunidad entre individuos humanos. En cuarto lugar, el logos muestra que cada individuo es distinto sin romper con su semejanza ontológica: cada forma de articular la palabra es siempre diferente a otra. Por último, el logos muestra su naturaleza dialéctica al permitir que el ser y el no-ser de los entes sea comprensible. Al identificar a un ente, se revela en su particularidad, no sólo lo que dicho ente sea, sino también lo que no es. Por ejemplo, al mirar un árbol, no sólo se revela su ser-árbol, sino que también se observa su no-ser-leña, no-ser-hombre, no-ser-ya-arbusto, etc. Es decir, en este ente ―el árbol― convergen al mismo tiempo, su ser y sus no-ser. Esta revelación del ser y no-ser de los entes también ocurre con el ser humano, haciéndole ver lo que es y no es al mismo tiempo. Con base en esto, el hombre se distingue del resto de los entes, a la vez que se sabe dentro de la unidad del Ser.

Con tales características del logos, pareciese que la unidad queda expuesta de forma patente. Sin embargo, subyace la duda, no sólo de aquello de lo cual procede el logos, sino de aquello que él mismo no es y que, sin embargo, puede integrarse por mor de éste. Si las cosas son inexpresables por sí mismas y sólo adquieren, por decirlo de algún modo, voz a través del logos, entonces el logos mismo resulta la expresión de lo que por sí solo no se expresa. La paradoja queda expuesta: lo in-expresivo se expresa por medio del logos. Este último, por tanto, es la forma sonora de lo in-decible. ¿Es que acaso no hay otro modo de que se exprese lo inexpresivo?

 

El sentir

En la propia propuesta de Nicol se pueden rastrear algunos indicios que permiten explorar otro modo de comprender la expresividad, sin intervención directa del logos, entendido como razón y palabra. El propio filósofo catalán lleva al límite su sistema en su obra titulada Crítica de la razón simbólica, pero deja encerrada en el logos a la expresión. En efecto, para Nicol el límite del logos se hace manifiesto cuando éste intenta dar razón de sí mismo. Como puede observarse, con dicha intención se genera una suerte de contrasentido, pues se intenta buscar una razón previa a la razón misma. El surgimiento del logos, de acuerdo con el pensamiento nicoliano, es un misterio. La cuestión de fondo es la siguiente: ¿cómo es posible que de aquello que por sí mismo es inexpresivo, de lo que no posee ni racionalidad ni lenguaje ha emergido el logos? En suma, ¿cómo ha sido posible que de lo inefable surgiera el habla?

Es un hecho que hay logos. Nicol, además, asume que, en sentido estricto, nada condicionaba a la materia para que, de modo necesario, adviniera el lenguaje; menos aún la expresividad. Sin embargo, ello es lo que ha ocurrido. Para Nicol, la explicación de por qué hay logos está envuelta en el misterio. No hay, en rigor, razón alguna por la cual el logos vino a ser. Es menester señalar que dicha aporía es, hasta cierto punto, una consecuencia inevitable del propio sistema nicoliano. En efecto, cuando Nicol admitió la imposibilidad de que el Ser fuese problema, asumió que el Ser mismo siempre es y que el logos es un agregado en y del Ser. De aquí que, de acuerdo con Nicol, desde el advenimiento del logos el Ser se expresa a sí mismo. Sin embargo, tal afirmación no permite responder a la pregunta por el surgimiento, en el Ser, del logos. Si acaso, lo que terminará afirmando Nicol es que ello es un misterio. La aporía queda expuesta de este modo y, desde luego, no es éste el lugar para intentar afrontarla. Sin embargo, una de las aristas de semejante problema consiste en descubrir cómo es que lo alógico comienza a con-formar al logos mismo.

Asumiendo el supuesto de Nicol que señala que la materia tuvo que ser previa al logos, se sigue válidamente que el ser del logos también tuvo que advenir de la materia. De hecho, es innegable que el ser del logos está con-formado de materia. Pero el ser del logos para expresar la materia tiene que sentir su presencia. En este sentir se configuran las potencias de un querer decir lo sentido. Así, no puede darse cuenta del momento exacto en el cual, la palabra se desprende del sentir pero se manifiesta como la sublimación de un impulso por expresar que le acontece al ser de la expresión desde el hecho mismo de sentir.

Por esta razón, se aventura la hipótesis de que es merced al sentir como el ser de la expresión articula el logos de un modo distinto al de la racionalidad y el lenguaje. Con el sentir, el logos se articula de modos diversos y ofrece un abanico amplio de posibilidades de la expresión.

Ahora bien, por la noción sentir no se está indicado únicamente la senso-percepción o el reconocimiento de afecciones emotivas como el miedo o la euforia. Con dicho término se intenta traer ante la atención un hecho que cotidiana y constantemente les acontece a todos los individuos. De este modo, todo lo que se capta por los sentidos, así como las afecciones que naturalmente se padecen (el hambre, la sed, el frío, etc.) y las emociones (la alegría, la serenidad, el miedo, etc.), poseen el simple pero fundamental denominador común de que se sienten. En dicho sentir, por consiguiente, se revela el papel fundamental del cuerpo que hace patente su presencia al traer ante la atención aquello que lo afecta interna o externamente.[12]

Si bien Nicol no deja de lado la importancia del cuerpo para la expresión, no admite que sea lo corpóreo el lugar de la expresión. En sentido estricto, para Nicol la expresión no puede prescindir del cuerpo pero sólo el logos hace patente lo afectado por y en el cuerpo. Sin embargo, el logos, advierte Nicol, se encuentra presente en toda sensación corporal. Al respecto, Nicol afirma, que “[…] la idea misma de una pura percepción sensible es una idea abstracta, porque el entendimiento está presente y activo ya en la experiencia perceptiva.”[13] El entendimiento es un modo del logos por el cual el hombre opera a la hora de comprender los diversos entes que pueblan el mundo. Por consiguiente, al afirmar que el entendimiento ya se encuentra “presente y activo” en el proceso del mero percibir, se revela que el logos no está al margen de las diversas formas en las cuales se manifiesta el sentir. Todo sentir supone logos, pero no implica que exista un razonamiento o una palabra para hacer explícito aquello sentido. Sin embargo, es innegable que lo sentido se expresa.

Así pues, en el sentir se deja ver un modo en el cual el logos expresa sin llegar a la verbalización o a la producción de un pensamiento. Desde luego, el logos permite hacer comprensible a otro aquello que se ha sentido e, incluso, posibilita que haya palabras para nombrar aquello que se sienta. Sin embargo, lo que se siente no es posterior al nombre que mienta un determinado sentir. En todo caso, la palabra es siempre una respuesta a algo sentido. Pero, en tanto que cada cual tiene presente lo que siente y en todo sentir se halla presente el logos, puede decirse que, lógicamente se siente aquello que afecta al cuerpo, aunque no pueda nombrarse ni, en sentido estricto, dar razón de ello. De este modo, se revela un modo del logos que expresa sin acudir a palabras o razones. Se trata, en último término, de un logos presente en todo sentir más allá de la palabra y la razón.

En el sentir se revela un logos que, en rigor, aún no establece ni define con razones ni palabras aquello que con-tacta al ser de la expresión. En el sentir, el logos no determina y, sin embargo, expresa. Ello implica que el ser de la expresión no sólo es tal hasta o únicamente porque articule razones mediante un lenguaje. El humano, si efectivamente es el único que expresa, lo hace aun sin razones ni palabras. El logos del sentir se revela entonces como un modo en el cual también se revela la presencia del Ser. En efecto, en todo lo que se siente, quizá no pueda advertirse ni definirse lo sentido y, sin embargo, el hecho de la presencia de la sensación, sigue siendo claro. En el sentir, por consiguiente, también se expresa el Ser. De este modo, resulta claro que el Ser no sólo se expresa mediante palabras y razones. El Ser se manifiesta también por medio del sentir del ser de la expresión.

Con base en lo anterior puede postularse, al menos como hipótesis, que el Ser, si es presencia, es también estético. Aquí, el término estética refiere al significado originario del término aísthesis, esto es, sensación. En los primeros momentos en los cuales el hombre toca la alteridad, aun sin conciencia clara de qué sea aquello que siente no puede negar que lo allende a sí, es. El Ser, pues, se revela desde el hecho mismo de sentir y, por ello, la evidencia del Ser es previa, incluso, al acto de decir Ser. De este modo, el advenimiento de la palabra no es el único momento en el cual el Ser se hace manifiesto a cabalidad. En el hecho de sentir, el Ser ya se revela en su esplendor. Así pues, en la expresión se conjugan el sentir y el logos, llevando la expresión a un plano aún más amplio que el de la racionalidad y el lenguaje: el Ser se siente y se dice.

 

Conclusión

El logos y la expresión son nociones medulares en la filosofía nicoliana. Se detectan, sin embargo, el problema del encierro de la expresión en el logos y el problema de los límites de este último. Pareciese, de acuerdo con el pensamiento del catalán, que sin logos (entendido como razón y palabra), la expresión, sencillamente, no podría ser. Ante tal cuestión, se planteó la pregunta en torno a si, en efecto, es imposible que la expresión se lleve a cabo, aun cuando no medien palabras ni razones. La respuesta, al menos en principio, consistió en señalar que, en el sentir, el logos se encuentra presente, aunque no necesariamente como verbo ni como razón. En el sentir, por tanto, el logos se presenta de otro modo, como algo más que razón y palabra.

Así, con la noción sentir, se abre la posibilidad de que el logos se enriquece, pues se abre su significación y expande los límites de la expresión. Consecuentemente, resulta fecundo pensar que, por mor del sentir, la expresión va más allá de lo lingüístico y racional. Por último, se observó que, por medio del sentir, el Ser ya se hace presente como evidencia, pues en el hecho “puro y simple” de sentir, se manifiesta con claridad que, además de lo sentido (que resulta indeterminado sin la presencia del logos como palabra), se revela el hecho de Ser. El Ser, por lo tanto, se expresa también en el sentir.

La propuesta esbozada en este texto pretende ser una contribución al pensamiento abierto de Eduardo Nicol. Ello, a su vez, es una muestra de que la obra nicoliana da la pauta para indagar más en torno al fenómeno de la expresión y proporciona las herramientas teóricas para enfrentar la cuestión. Sin duda, el pensamiento y la obra de Nicol son una filosofía viva y, en todo caso, abierta al diálogo. Acaso por ello, también, la filosofía nicoliana es simbólica.

Notas

[1] El empleo del término Logos con letra mayúscula no es arbitrario. Con ello se pretende indicar al lector que dicho término se refiere al orden de lo real que, por ejemplo, Heráclito pide que se escuche porque es común. Por contraste, cuando se escriba logos (con minúscula) será para referir la facultad racional y del lenguaje.
[2] Esto ameritaría una exposición más detallada de lo que la dialéctica significa e implica en la filosofía de Nicol. Sin embargo, cabe señalar brevemente que, para el filósofo catalán, la unidad del Ser implica que siempre y en todo momento, los entes sean. Pero dado el devenir, es evidente que los entes no pueden ser siempre los mismos. Así, los entes son siempre lo que son, a la vez que no son lo que otros entes son de hecho o pueden ser. Incluso, un mismo ente no siempre es idéntico a sí mismo, porque deviene y, por consiguiente, adquiere formas diversas del no-ser, por ejemplo: un hombre adulto tiene la forma de ya-no-ser-ahora niño (el ya-no-ser-ahora sería una forma del no-ser). Pero, tanto los diversos sentidos del no-ser como el ser de los entes, son presencias ontológicamente positivas. Por consiguiente, en la filosofía de Nicol el no-ser no puede entenderse nunca como la Nada: todo es y el modo de ser es dialécticamente, esto es, en unidad ordenada de ser y no-ser en el plano óntico.
[3] Para Nicol, el Ser es la presencia absoluta y, por ello, considera conveniente escribirlo con mayúscula, para distiguirlo del concepto ser (con minúscula) que sería el concepto tradicional que se opone a lo dado fenoménicamente.
[4] Cf. Eduardo Nicol, Crítica de la razón simbólica, p. 262.
[5] Nicol, Metafísica de la expresión, 2ª. Versión, p. 168.
[6] Nicol, Crítica…, p. 234.
[7] Sin lugar a dudas, ésta es una tesis esencialmente antropocéntrica. La interrelación del Logos de lo real y del logos del hombre es un asunto que exigiría una crítica mayor. Sin embargo, no es impertinente señalar que la resolución que ofrece Nicol para conciliar el orden de lo real y la  expresión del hombre, deja abierta la pregunta acerca de cómo garantizar, con absoluta certeza, que el logos del hombre  sólo reconoce y reproduce (es decir, expresa) el Logos de lo real.
[8] Ibid, p. 192. En otra parte, Nicol señala que “el logos es el nexo de comunidad ontológica entre lo humano y lo no humano”. Vid. Nicol. Metafísica…, p. 170.
[9] Nicol, Crítica de la razón…, p. 190.
[10] De acuerdo con Nicol, hay diversos modos del no-ser de los entes, de hecho, el autor indica ocho modos en los cuales puede comprenderse el no-ser. Para abundar más en la cuestión, cf. Ibid., pp. 253-255.
[11] Pero debe advertirse que cuando se dice que los entes pasan al no-ser, no se quiere decir —al menos no exclusivamente— que se aniquilan o que pierden la existencia.
[12] En efecto, al cuerpo no sólo le afecta el mundo exterior, es decir, no sólo siente en la piel aquello que está fuera de ella. Por el contrario, el cuerpo siente afección también dentro de sí y, por lo tanto, también lo interno le afecta. Así, puede afirmarse que el cuerpo reacciona ante todo, sea interno o externo.

[13] Nicol, Metafísica…, p. 143.

Bibliografía

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Ricardo Horneffer, El problema del Ser: sus aporías en la obra de Eduardo Nicol, México, el autor (Tesis de Doctorado), unam, 2011.
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