Yo joteo, tú joteas, él jotea; nosotras cambiamos la lengua.

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Yo joteo, tú joteas, él jotea; nosotras cambiamos la lengua.

La resemantización del insulto como una estrategia desde la disidencia

 

 

Se nos obligó a crear un lenguaje secreto,

y lo hicimos bello y divertido. […]

Recobramos el sentido del juego […] Tuvimos que inventarnos

defensas y volvernos, simultáneamente, más agudos,

más refinados, más vulgares,

más lúcidos, más generosos y más cabrones.

José Joaquín Blanco

 

Introducción. El lenguaje

La marcha de la historia nos conduce a rincones en donde, frecuentemente, reaparece la doble consigna planteada por los presocráticos. O todo permanece porque nada cambia o nada permanece en el transcurso porque todo cambia. Para no ahogarse en el río del relativismo absoluto, el lenguaje organiza una realidad que le es propia y se habilita como posibilidad y hecho enunciativo. Es un hablante el que encontramos en el mundo, que le habla a otro[1] y que en la interlocución fundan el significado,[2] condición primera, y quizá específicamente humana, para la existencia de una sociedad. Pero si con el sistema de signos lingüísticos organizado y compartido por los miembros de cultura, siempre histórica, nos creíamos a salvo del torrente en el que nos sumergió Heráclito, las lenguas naturales siempre han cambiado y seguirán cambiando puesto que, anota Eugenio Coseriu: ésa y no otra es su manera de ser (ergon y energeia); en tanto lenguas no se dan más que en el hablar de los individuos y el hablar es siempre hablar una lengua.[3] El léxico también cambia pues:

Nunca se ha visto una gramática que se modificara por sí sola, ni un diccionario que se enriqueciera por su propia cuenta. Y libre de los llamados <> se halla sólo la lengua abstracta, consignada en una gramática y un diccionario. La que cambia es la lengua real en su existir concreto.[4]

Y en el entretanto, en un foro de Internet, el usuario Boarman pregunta y se pregunta:

¿¿Por qué en femenino?? Esta es una pregunta que me he estado haciendo durante mucho tiempo y me parece algo totalmente patético, ridículo, denigrante, deplorable, absurdo y garrafal escuchar a un homosexual llamar a otro “perra, zorra, mana, loca, etc.” o lo que es peor verlos travestidos, como si renunciaran a su masculinidad, a su hombría, que tristeza y enojo causa ver y escuchar eso. Y sobre todo que después esos mismos homosexuales que hablan en femenino encasillan a los demás, cuando pueden existir diferencias muy grandes entre ellos.
¿¿Como pretender lograr esa igualdad si salen con esas cosas?? Para mí es como denigrarse a sí mismos y dan mucha lástima y pena ajena.[5]

Habría que responderle a Boarman que los diccionarios tampoco se escriben solos, que los hablantes del español no son autómatas y que esa hombría que se adjudica indirectamente se apoya en el género como arma ofensiva.[6] Asimismo, sea por referencia, sentido o uso, el lenguaje tiene, además de la historicidad, otra condición ontológica: la semántica.[7] Dice algo. Las palabras traen consigo su sentido y su historia. Y que, en esto insistiré mucho, la manera de referirse a alguien significa. Si, aunado al “nombrar es referir”[8] que ocupó a Russell, se añaden el contexto y el uso, es porque referir es significar.

Veamos.

El desfile de insultos. La historia de las locas

En México, la confluencia quiásmica de factores sociales (normas jurídicas, morales, religiosas) marca el proceso diacrónico de las distintas denominaciones que recibimos los disidentes sexuales. Caso de la homosexualidad masculina en el siglo XIX, circulan distintas designaciones que van desde la  “sodomía”[9] (el pecado nefando por antonomasia) condenada durante la Colonia –y que históricamente se emparenta con el término mariposa-,[10] hasta las distintas maneras de la gaycidad en el siglo XXI. En la literatura de José Tomás de Cuellar, las primeras palabras que rastrea Carlos Monsiváis son: “la raza ninfea”, “mujerucos”, “afeminados”.[11] Fuera de ella, algunas otras palabras decimonónicas registradas que se usaron fueron “somético” (también aludía a los heterosexuales que tenían relaciones vía anal),  “tríbades” (ahora en el caso de las mujeres) y “uranistas”.[12] Con estos vocablos, pues, comienza a perfilarse una designación de lo homosexual a partir de una identidad de género (u hombría) deficiente:[13] pero no será hasta los albores del siglo XX cuando esto se afiance con el ingreso al repertorio de insultos de los jotos y del número 41 como símbolo (que, aunque histórico, siempre conserva las huellas de los orígenes).[14] Antes, tres precisiones sobre el lenguaje humano.  Uno. Hablamos con metáforas. Pero lo hemos olvidado. Lo usual o redundante, que por catacresis ha quedado inscrito en el acervo léxico de una lengua, apunta a distintas realidades que no tienen acceso al lenguaje directamente descriptivo y sólo pueden decirse gracias a la enunciación metafórica.[15] Dos. Todavía conservamos características primates, entre las que se encuentra el computar las relaciones (jerarquía social). Al hablar, nosotros mismos nos estamos ubicando –cómo, con quién o quiénes nos queremos presentar- y ubicamos al otro: ése no es de los míos, éste es de los míos…, ése es rarito. Tres. Las hablas se acompañan de motivos y, por tanto, hay un todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido.[16]

Los insultos son lingüísticos y también extralingüísticos. Estas formas de referir se institucionalizan (del latín institutio, institutionis; lo establecido, conservación de la norma de conducta, costumbre).[17] En ese sentido, el lenguaje siempre está en la historia; y a los homosexuales el siglo XX le depara […] dosis generosas de vandalismo judicial y policial […] Ésta es la sentencia: ‘en este país –sépanlo bien, no se admite a maricones, jotos –a los sinónimos los diversifica el tono de voz-, putos, afeminados, pederastas, lilos, raritos, invertidos, sodomitas, tú la trais, piripitipis, puñales, mariposones, mujercitos…[18]

La tristeza y el enojo de los sujetos renunciantes a su “hombría”, Boarman, también tienen su historia.

La vuelta a la intención insultante. El ambiente

Así las cosas, al “baile de los 41” que en 1901 culmina en escándalo policiaco y escarnio, le siguen nuevas persecuciones sistemáticas que comportan brutales sanciones físicas y morales: ninguna de estas concebible sin la mediación del lenguaje, que refiere y significa sí, pero también que insulta y deshumaniza. El yo que habla, ya lo dijo Benveniste, se dirige a , y, repito, al hablar también construyo al otro. Referir es significar. Si el “pinche joto maricón” ratifica la sentencia, joto eres y en joto te convertirás, condición inexorable, la gradación no es menos ilocutiva: el “rarito”, precisa Monsiváis,[19] condensa lo más excéntrico de aquellos que han cometido el pecado irremisible: renunciar al género masculino que es en sí mismo Norma y Naturaleza; o a mí se me hace que ése es del club de los 41.  Para la década de 1920, en la capital del país, no obstante, surgen los primeros espacios de resistencia o guetos urbanos; es decir,  redes sociales clandestinas que constituyen un refugio y que “responde[n]  a la necesidad de toda minoría de construir sus propios espacios de ‘normalidad’, donde [sea posible] soltar sin restricciones los amaneramientos del cuerpo y el habla propios”.[20] Lugar físico y metafísico en donde, en compensación psíquica por el fingimiento constante y obligado, aflore (y nunca mejor dicho) la verdadera personalidad. En ninguna época es fácil vivir transgrediendo la norma social. Con todo, en la clase media se da una irrupción o estallido, esto es, los primeros hombres en la historia de México en asumir públicamente su disidencia sexual; poetas y escritores a la cabeza con Salvador Novo (1904-1974) como el más transgresor de todos.[21] ¿Qué orígenes tiene el travestimo verbal o lingüístico en México?

Como en el caso de toda minoría, al ambiente lo distinguen las técnicas de reconversión del insulto. Los gays adoptan los insultos y al “deconstruirlos” los vuelven referencias indispensables, adoptan las expresiones hirientes y al hacerlo aíslan las contundencias de la homofobia.[22]

Si, como sostiene Xabier Lizarraga, opera un “espíritu contracultural […] que busca dejar desarmado al homofóbico”[23] es precisamente porque la lengua del español es funcional (antes que estructural), existe en un orden precario y metaestable (por tanto histórico),[24] se adapta a las necesidades del hablante, y sigue funcionando (del latín functio, functionis; ejecución, cumplimiento) como lengua en la medida en que se adapta.[25] Es isofuncional.[26] Cambia. Cuando la ampliación de sentido del léxico comulga con una intención consciente, es más factible articular un mecanismo de resistencia; y como después de la década de 1930 el ambiente también extiende sus redes (y en con ello sus prácticas jotas)[27] hacia otros países en América Latina, el forista anticristo responde contundentemente a las quejas de Boarman:

Que pena que pienses de este modo, vas a sufrir mucho así porque no pudiste darte cuenta de que “hombre” y “mujer” son conceptos históricos, sociales y arbitrarios, es decir opresivos. Si “hombre” y “mujer” no fueran conceptos históricos entonces nadie estaría fuera de la NORMA… la misma palabra te lo dice. El lenguaje también es arbitrario y define a las personas mucho más de lo que suponemos… […] Si el lenguaje contiene el poder en su interior, desde el lenguaje saldrá el potencial liberador que hará de los sujetos encasillados en una norma (ser “hombre”) para discurrir en sujetos diversos (múltiples, heteróclitos, en tránsito e inclasificables). Ojalá todas nos tratásemos más en femenino, sin dudas nos haría ver más claramente que existe una relación arbitraria entre las palabras y nuestra subjetividad que es necesario torsionar.[28]

Habría que contestarle a anticristo que la deconstrucción tiene recovecos antropológicos irrecusables y el cambio lingüístico, límites. El lenguaje no es tan arbitrario: hacemos historia aun sin saberlo.[29] ¿Por qué? Si unas circunstancias son angustiosas, generamos un mecanismo de defensa que nos permite cohibir el nacimiento de sentimientos aplastantes, y, lo sabemos desde los primeros textos de psicoanálisis (no sobra reparar en la profundidad de la lectura que hace Monsiváis de la obra Freud), el humor obedece a mecanismos de agresión y de defensa que evitan el nacimiento de displacer producido por fuentes internas.[30] Y ahora sí, con la “interiorización de los epítetos: joto, maricón, loca, puto…”,[31] el humorista (en este caso el gay) no acepta el carácter desesperante de la realidad; convierte en festivo lo que valora como cruel e injusto:[32] “y el perreo (bitchness), con su vértigo autodifamatorio, es la técnica de ajuste donde al insulto lo modifica la creación verbal [o póiesis]”.[33] La compasión ahorrada contribuye al placer.  Y para no despeñar más hacia lo sicológico, atiendo ahora a la lingüística histórica.

Historicidad de la lengua: componendas y límites

Las hablas que inducen el cambio lingüístico, es decir aquellas en las que se elige uno entre los distintos “contendientes sincrónicos”,[34] entrañan ya las circunstancias y los motivos del hablante que no pueden inteligirse fuera de su contexto enunciativo (e interlocutivo) ni, en terminología de Austin, sin perlocución. ¿Qué hace que se prefiera una variante del español y no otra? ¿Por qué se escoge una designación y no otra? El cambio es multicausal, aunque Coseriu advierta que el devenir en la lengua no deba plantearse en esos términos. En todo caso, el factor que me interesa destacar es el de pertenencia vs. diferenciación. En repetidas ocasiones, un hablante se encuentra en la situación de querer formar parte de una comunidad lingüística (y por tanto hablar como sus miembros) u optar por “parecer distinto”:[35] y esto en todos los niveles de la lengua (fonético, morfológico, sintáctico, semántico y pragmático), siempre interrelacionados. Hablamos con y para los otros. La secuencia de fonemas, los suprasegmentos, el sociolecto, la finalidad comunicativa,[36] el estilo lingüístico,[37]  la base léxica, el sufijo gramatical femenino, la secuencia de palabras (sintaxis), el “lenguaje escénico”,[38] siempre se ajustan al interlocutor o al : “Óyeme, loca, ¿por qué no me acompañaste?”[39] 

La diversidad habita en el hablante. El habla, anticristo, no es necesariamente consciente. Además y no menos importante: los cambios y/o innovaciones son sólo posibles cuando se ajustan a ciertas normas, respetando lo conocido.  Como promoción en establecimientos: aplican restricciones. La tradición o el saber lingüístico es la única posibilidad de cambio[40] y adopción posterior (que no innovación inicial, Saussure no se equivocó del todo;[41] el cambio es gradual y se distribuye desigualmente). En semántica histórica, entonces, nada se crea ni se destruye  sólo se transforma. Los cambios nunca afectan a un sistema lingüístico en su totalidad.[42] Los sujetos “diversos” e “inclasificables” son ya  la realidad en permanente construcción y reconstrucción por las comunidades lingüísticas a las que pertenecen o se adhieren. Los hombres de verdad, homofóbicos,  no están hechos y acabados, deben demostrar intersubjetivamente (o sea a los otros y a sí mismos) su hombría. Con, por y mediante el lenguaje. Continuamente. Las jotas, de algún modo, también. Así, la lengua se sigue haciendo (energeia, νέργεια) conforme las hablas se realizan, más rápida e inconscientemente que cualquier deconstrucción dirigida. De la manera como lo plantea este internauta, ninguna lengua con semántica soportaría tal programa político.[43] Pese a todo, el travestismo lingüístico (mujereo en Chile) tiene sus méritos en la historia de la disidencia, pues ha contribuido notablemente a la conformación de comunidades gay que con la ronda agresión a sí mismos y a la perra de a lado, por supuesto, instituyen formas de vida.  Ahí emergen los denominados juegos de lenguaje[44] y con ellos nuevas subjetividades. Hasta ahora he usado los términos joteo y perreo indistintamente, pero no son exactamente iguales. El perreo, de acuerdo con Marquet, es más propiamente una práctica que se inscribe en la comunidad marica capitalina [México D.F.],  como una manera deliberada de transgredir o “violentar el mecanismo de ocultamiento al interior del sistema representacional [sexo-genérico]”.[45] El perreo, pues, es una práctica más propia y específicamente de comunidades gay que el joteo (heterosexuales y mujeres pueden hacerlo, lo hacen) y, en ese sentido, más politizado. En todo caso, insisto, las prácticas lingüísticas devienen en comunidades (del latín communitas, communitatis; estado, carácter común) que construyen y comparten sentido en el habla pues, cuando la referencia es cultural, significa su uso (Wittgenstein): la de al lado es perra sí, pero también querida, comadre y mana.[46] ¿Será cierto entonces, como asegura Monsiváis, que en contraposición al habla macha de las cantinas, con el joteo se inventa la “personalidad anhelada”?[47] Sin  la risa de algunos de los dogmas que tan cruelmente expulsan, jamás se adquiriría la identidad.; ¿pero… es realmente la anhelada? De algo no queda duda, y aquí aparece Ricoeur, la identidad se reconfigura con el lenguaje, referencial y autodesignativamente. La manera de referir al otro y a sí mismo, ya se dijo, significa.

                                             

El yo y el . Autodesginación y referencia

Enuncio algunas tesis –a manera de aforismos enumerados- de la obra ricoeuriana Sí mismo como otro (1996).  Las vinculo con el texto “Ética y sexualidad” de Joel Hernández, entre otros, y con las implicaciones filosóficas del joteo.

  1. El lenguaje implica ensamblajes específicos que nos ponen en condiciones de designar individuos.[48]
  2. A cualquier persona la distinguimos mediante una referencia identificante (entre la que puede hallarse el nombre propio: Mario, Vicente, Beatriz; con su hipocorístico, o bien con el sobrenombre o apodo).[49]
  3. La individualización de una persona descansa en procesos de designación.[50]
  4. A un particular de base pueden atribuírsele varios predicados y designaciones.
  5. La identidad sólo es posible a partir de la enunciación –yo soy…– y de la autodesignación –me llamo…– del sujeto de la experiencia.[51]
  6. Antes del yo, existe el . La consciencia de sí no es posible más que por contraste.[52]
  7. La teoría integrada del sí implica el acto referencial y el acto reflexivo (del latín flecto, flexi, flexum; doblar). Si no me designan y nombran, no sé quién soy. Si yo no lo hago, tampoco lo sé.
  8. No existe un yo Narciso siempre idéntico a sí mismo.[53] Sería una bestia solitaria o un dios.[54]
  9. Por su condición deíctica, el yo es un término viajero y viajante (shifter).[55]
  10. La identidad adquirida es resultado de una relación de una imagen que se organiza desde afuera y retorna para alterar al yo y hacerlo funcionar.[56] Es decir que:
  11. Existe una parte que cambia –la ipseidad- (ipse) y otra permanente en el tiempo, que no cambia –la mismidad– (idem). Ésta última, la continuidad ininterrumpida,  es una constelación de identificaciones adquiridas que, al estar sedimentada, puede rearticularse narrativamente (dónde nací, de dónde vengo, quién soy por haber sido).[57] Ambas dimensiones establecen una dialéctica.
  12. Existir es irse modificando y moldeando permanentemente.[58]
  13. La configuración del sí es posible gracias a la libertad.[59]
  14. Al mudar de género gramatical y jotear, implico al otro y al sí, es decir que con la creatividad o póiesis lingüística (y con la agresión que supone perrear) activo la ipseidad. Pero no puedo suprimir la mismidad pues, como en el cambio lingüístico, la tradición –lo que me precede- es condición para la libertad poiética.
  15. La creación de una identidad propia, o la individuación, implica siempre un cuestionamiento de los estereotipos o formas plásticas;  a todo homosexual le incumbe analizar los estereotipos que lo rigen, deslindarse de los que no le convienen,  y construir una manera propia de vivir su orientación sexual libremente –en su vida personal, en su relación de pareja, así como en su postura frente a la sociedad.[60]
  16. Jotear y/o perrear son ya una tradición que de varias comunidades de varones gay (aunque no solamente gay, ni tampoco solamente varones) en México. Construye identidad y, como consigna el título del libro de Antonio Marquet: a ratos ensayística; a ratos perra; ¡siempre jota!
  17. Jotear y/o perrear son prácticas intersubjetivas que establecen lazos comunitarios, solidarios. Pero cuidado: como toda práctica puede normalizarse y por tanto ser impositiva.
  18. La manera de referir significa.
  19. Somos seres temporales. Biológica y culturalmente buscamos pertenecer a una comunidad en donde se nos conozca y reconozca, y conjugar la finitud con el otro, en cuya compañía surgen las alianzas y la amistad.
  20. Finalmente, concluye Ricoeur, el sí mismo (como otro) entraña una ética, a saber: aspira a la verdadera vida con y para el otro en instituciones justas.[61]

La ruleta de Lévi-Strauss o el impredecible devenir. Algunas palabras más

Con el cuestionamiento a las normas morales y la toma de consciencia que supone la deconstrucción de imaginarios sociales, tan buscada por los Estudios de Género que gritan basta al sistema binario, opresivo sin duda, tampoco debe olvidarse lo siguiente: los sistemas culturales no son completamente coherentes.  En México, el travestismo lingüístico es ya un cambio en el que se entrecruzan motivos conscientes e inconscientes, que sólo lo practican algunos hablantes  y que no se da en todos los contextos. Las hablas, reales y concretas en su existir, son las que hacen el devenir de una lengua; por último, si nombrar es referir y referir es significar, “nombrar –lo dice Wittgenstein- aparece [también] como una extraña conexión de la palabra con un objeto o persona, […] pues los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje hace fiesta”.[62]

**Las fotografías son de David Szuder, tomadas de:

https://www.facebook.com/david.szauder

visto por última vez el 7 de septiembre de 2013

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Notas

1.  Émile Benveniste. Problemas de lingüística general I, p. 181.

2.  Abiertamente me proclamo del bando de los lingüistas y algunos pensadores posestructuralistas que sostienen que el lenguaje no es representacional sino que modela una realidad, la construye y con ello imaginarios sociales, en donde se localiza el sistema sexo-genérico binario. De manera comprendo el lugar del lenguaje como un sistema que “nos descubre uno de los datos esenciales, acaso el más profundo, de la condición humana: no hay relación natural, inmediata y directa entre el hombre y el mundo, ni entre el hombre y el hombre. Hace falta un intermediario, este aparato simbólico, que ha hecho posibles el pensamiento y el lenguaje”. Ibid., p. 31.

3.  Eugenio Coseriu. Sincronía, diacronía e historia,  p. 31.

4.  Ibid., p. 16.

5.  Boarman. “Por qué en femenino??” [Mensaje en Foro] en Xtasis 3.11: Un Foro de Hombres… para Hombres. Consultado el 6 de septiembre de 2012. Disponible en: http://www.xtasis.org/foro/showthread.php?t=53178&highlight=loca+mana

6.  Ángel López García y Ricardo Morant. Gramática femenina, p. 148. O sea que en esta clase de insulto existe una discordancia entre el improperio o insulto y la persona ofendida. El ejemplo paradigmático es el de la adolescencia, etapa en la cual los varones se vuelven especialmente homofóbicos –no seas vieja, no seas joto– con tal de demostrar su incipiente hombría. Marina Castañeda.  La nueva homosexualidad, p. 173.

7.  Benveniste. Problemas de lingüística general II, p. 220.

8.  Russell, Bertrand. On denoting [En línea]. 1905. Consultado el 6 de septiembre de 2012. Disponible en: http://cscs.umich.edu/~crshalizi/Russell/denoting/

9.  Sobre este término, siguiendo a John Boswell (1998),  José Ricardo Chaves precisa que la sodomía era un término lingüístico que también incluía a la herejía, idolatría, islamofilia, etc. Era una categoría escurridiza, como hoy lo es “diversidad sexual”. Chaves, “Elaboraciones literarias cultas y populares sobre lo “homosexual” en el cambio del siglo XIX al XX en México”, pp. 428-429.

10.  A su vez derivado de María (del hebreo Miriam). María es un nombre y un símbolo.  María “se posa” en modo imperativo y en modo indicativo. María en el mundo hispánico recibe múltiples realizaciones hipocorísticas entre las que se encuentran, además del acotamiento “Mari”,  “Marica” y “Mariquita”. Este nombre se usó para nombrar en España a los leópteros, término metafóricamente extendido a los sodomitas, y esto porque el confesor de la Cárcel de Sevilla, el jesuita Pedro de León  (1544-1632), registra la extensión metafórica o el “ser-como” de los presos que en 1592 no se enmiendan “ y se andan en las ocasiones de pecar son como las mariposillas, que andan revoloteando por junto a la lumbre: que de un encuentro se le quema un alilla, y de otro un pedacillo, y de otro se quedan quemadas; así los que tratan de esta mercaduría una vez quedan tiznados en sus honras y otra vez chamuscados y, al fin, vienen a parar en el fuego.” El fenómeno refiere a la fototaxis o fototaxia, que produce atracción de estos insectos hacia la luz. En México los coccinélidos o coleópteros también reciben el nombre de “mariquita”. “La homosexualidad o sodomía en la Sevilla del XVI”. Consultado el 6 de septiembre de 2012. Disponible en: http://personal.us.es/alporu/histsevilla/homosexualidad_sodomia.htm#nota3

11.  Carlos Monsiváis. Que se abra esa puerta, p. 80.

12.  Este último término refería a la musa Urania, que según Pausanias, en el Simposio de Platón, es la protectora de los hombres que amaban a otros hombres. Xavier Lizárraga. “Una mirada al devenir del activista homosexual”, p. 35.

13.  Guillermo Núñez Noriega. Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y sida, pp. 192 y 253.

14.  El primero tiene sus orígenes en la crujía “J” de la antigua cárcel de Lecumberri (Palacio Negro), donde se mandaban a los hombres afeminados o de apariencia muy excéntrica, mientras que el segundo proviene del arresto de 42 hombres (luego serán 41) durante un baile clandestino celebrado el 17 y 18 de noviembre de 1901. La prensa (El popular, El Universal, El hijo de Ahuizote, entre otros) le llamó al hecho el “baile de los 41”.  Monsiváis. “La homofobia y sus prejuicios”, p. 26.

15.  Paul Ricoeur. La metáfora viva, p. 340 e “Introducción” en Tiempo y narración I, p. 33.

16.  Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas, § 7, p. 25.

17.  Ibid., § 199, p. 201.

18.  Monsiváis. Op. cit., p. 145.

19.  Ibid., p. 50.

20.  Alejandro Brito. “Prólogo” en ibid., p. 29.

21.  Ibid., pp. 31-32.

22.  Ibid., p. 148.

23.  Lizarraga. Op. cit., p. 35. Un ejemplo con el que ilustra este antropólogo es el de las bardas que a fines de los setenta y comienzos de los ochenta se veían en la ciudad de México –una de ellas, concretamente en Havre casi esquina con Paseo de la Reforma- con la consigna: “Soy puto y qué”.

24.  Coseriu. Op. cit., pp. 19 y 121.  Cf. María Rosa Palazón. Filosofía de la Historia, p. 86.

25.  Ibid., p. 30.

26.  Ibid., p. 79.

27.  Sucede simultáneamente  la adaptación del término gay (y ya no solamente homosexual: cuyo origen se fecha en 1869) que “despoja” al idioma inglés del vocablo destinado a lo alegre o feliz. Monsiváis. Op. cit., p. 146.

28.  Anticristo. Por qué en femenino??” [Respuesta en Foro]. en Xtasis 3.11 : Un Foro de Hombres… para Hombres.  Consultado el 6 de septiembre de 2012. Disponible en: http://www.xtasis.org/foro/showthread.php?t=53178&highlight=loca+mana&page=4

29.  Coseriu. Op. cit., p. 21.

30.  María Rosa Palazón. Reflexiones sobre Estética a partir de André Breton, p. 477.

31.  Monsiváis. Op. cit., p. 111.

32.  El ejemplo de Freud (en El chiste y su relación con lo inconsciente) es el de un condenado a muerte que se dirige a la horca y pregunta: “¿Qué día es hoy?” Se el respondió que lunes, y el añadió: “¡Vaya, buen principio de semana!”. Palazón. Op. cit., p. 387.

33.  Monsiváis. Op. cit., p. 148.

34.  Para que se produzca un cambio es indispensable que coexistan distintas posibilidades en algún punto de la lengua. Company Company, Concepción. “¿Qué es un cambio lingüístico?”, p. 14.

35.  Ibíd., p. 24.

36.  Coseriu. Op. cit., p.75.

37.  Al respecto, Yolanda Lastra siguiendo a Labov y Herzog (1968), documenta casos en los que el individuo se adapta a la comunidad, pues las redes son un mecanismo regulador del comportamiento (y por tanto del habla).  Para elegir un determinado estilo (en un mismo hablante coexisten distintos estilos) concursan factores como el tópico en cuestión, los participantes, o bien, la amplitud del canal o contexto.  Sociolingüística para hispanoamericanos: Una introducción,  p. 273.

38.  Monsiváis. Op. cit., p. 111.

39.  Ibíd., p. 148.

40.  Coseriu prefiere llamarle, más que <>, condición necesaria de la libertad creativa. Op. cit., p. 45.

41.  Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general, III, § 9,  p. 139. Coseriu respalda la idea de que existe un lanzamiento primero e hipotético (difícilmente rastreable) de la innovación,  pero será un cambio si y sólo si se adopta (por cierto número de individuos, dijo el suizo en su Curso…) y posteriormente se generaliza: sea el caso de alteración de un modelo tradicional (perra en su extensión metafórica), creación sistémica (de mana a manigüis), o préstamo de otra lengua (gay). Op. cit., pp. 79-80.

42.  Company Company. Op. cit., p. 19.

43.  Abro paréntesis para precisar y comentar el asunto de la zona ideológica, la pragmática y el fonosimbolismo. La organización lingüística construye “faces de significado” dentro los estratos sociales y regionales de una sociedad. En los usos lingüísticos se codifica la ideología de estatus.  Identificamos al otro por cómo habla: la “s” al final del pretérito de la segunda persona del singular –dijistes, trajistes, hicistes-, o la “s” interdental, por ejemplo, son alófonos semiotizados.  Derivan en burlas, rechazo, bullying en las escuelas y estigmatización, que le pasa también a los que no son originarios de un lugar y no se les entiende, o bien  se les nota al hablar, se les nota cuando hablan. Esto lo vieron filósofos posestructuralistas como Baudrillard y Roland Barthes. La connotación implica que la sociedad siempre “aumenta” significado al objeto o al signo que en sí mismo no conlleva. Por esa condición de cultura es que el la propuesta del forista anticristo es, en última instancia, irrealizable.

44.  Wittgenstein. Op cit., § 23, p. 25.

45.  Antonio Marquet. El coloquio de las perras, p. 29.

46.  El término “mana” proviene del metaplasmo por supresión “mano” (de hermano). Por aféresis se suprimió la sílaba “herm-”, pues la vocal ‘a’ –abierta y central en el triángulo de Hellwag-  es más fuerte que la ‘e’; pero permanece el núcleo vocálico. El uso del término se extendió en varias regiones en el habla común de la ciudad de México: “mana” por su parte tiene varias realizaciones entre las comunidades gay: “manita” (con morfema gramatical diminutivo y femenino), “manis” y, más recientemente, “manigüis”.

47.  Monsiváis. Op. cit., p. 111.

48.  Paul Ricoeur. Sí mismo como otro, p. 2.

49.  Ibid., pp. 2-3.

50.  Ibid., p. 5.

51.  Ibid., p. 19.

52.  Benveniste. Op. cit., p. 181.

53.  Alma Beltrán V. Lacan con Wittgenstein, p. 90.

54.  Aristóteles. Política I, 2, 1253 a 18.

55.  Ricoeur. Op. cit., p. 29.

56.  Beltrán V. Ibid.

57.  Ricoeur. Op. cit., pp. 109-120.  También autodesignativamente, pues “la autodesignación se inscribe en un intercambio que instaura una situación dialogal”. Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido, p. 212.

58.  Joel Hernández. “Ética y sexualidad”, p. 110.

59.  Ibid.

60.  Marina Castañeda. La experiencia homosexual, pp. 125-126.

61.  Ricoeur. Op. cit., p. 176.

62.  Wittgenstein. Op. cit., § 38, p. 57.