La educación: ¿tarea posible o imposible?

Home #17 - Heidegger La educación: ¿tarea posible o imposible?
La educación: ¿tarea posible o imposible?

Análisis de la tarea educativa desde la mirada

de Sigmund Freud y Friedrich Nietzsche.

 

Las locuras humanas son una pieza del sino

al igual que sus sensateces: esa angustia

ante el fatalismo también es fatal destino.

Tú mismo, pobre ser angustiado, eres la

inflexible moira que reina incluso sobre los

dioses en todo cuanto acaece; eres tú la bendición

o la maldición, y en todo caso la cadena en que

está atado el más fuerte; prescrito está en ti

todo futuro del mundo humano, y nada te

valdrá si de ti te espantas”.

Friedrich Nietzsche

El paseante y su sombra

 

Y ahora, yo creo, ha dejado de resultarnos oscuro el sentido del desarrollo cultural. Tiene que enseñarnos la lucha entre Eros y Muerte, pulsión de vida y pulsión de destrucción, tal como se consuma en la especie humana. Esta lucha es el contenido esencial de la vida en general, y por eso el desarrollo cultural puede caracterizarse sucintamente como la lucha por la vida de la especie humana

Sigmund Freud

El Malestar en la Cultura

Hace pocos días, mientras pensaba en un texto de Jacques Lacan, no podía evitar someterme a una especie de auto-cuestionamiento con respecto a la idea que, hasta hace todavía algún tiempo, tenía de poder contribuir en la construcción de “un mundo mejor”. Las palabras de Lacan regresaban una y otra vez a invadir mis pensamientos, como si hubiese en ellas algo que de antemano ya sabía, pero que me callaba y guardaba como un secreto, incluso para mí misma:

El fool es un inocente, un retardado, pero de su boca salen verdades, que no sólo son toleradas, sino que además funcionan, debido al hecho de que ese fool está revestido a veces con las insignias del bufón. El valor del intelectual de izquierda, en mi opinión, consiste en esa sombra feliz, en esa foolery fundamental.[1]

No pude evitar preguntarme ¿Hasta qué punto el quehacer educativo puede tener la máscara de una esperanza prometedora, que en el fondo no hace más que encubrir su naturaleza de “foolery fundamental”? ¿Hasta qué punto nuestros sueños de reformas y transformaciones educativas se han convertido en el ideal que nos arranca de la Tierra y de nuestra verdad? Tal vez, soñar se ha vuelto más que un vicio, nuestro oficio, y bajo tal pretexto justificamos nuestra presencia en el mundo. ¿Será acaso que la humanidad no tiene remedio, o simplemente el remedio que queremos imponer (fruto de nuestra irracionalidad a la hora de pensar soluciones) no es el que debiera ser? Y si no hay salida, entonces ¿para qué educar?

 

Luego, en buena medida gracias a la revisión del material que me ha servido como apoyo para la construcción de este ensayo, empecé a pensar en aquello que quisieron decirnos Nietzsche y Freud con respecto a las posibilidades que tiene todavía la tarea educativa.

Ciertamente, Nietzsche se ve a sí mismo como a un viajero, un ermitaño que no quería discípulos sino compañeros, aunque supongo que en vida no los encontró. Por su parte, Freud nunca escribió algún tratado sobre educación, mas, no dejó de referirse a ella en varios de sus escritos. Hay en las obras de ambos, un aspecto común que parece vincular estrechamente su pensamiento con la responsabilidad de ofrecerlo a los hombres, y esto llama a escena invariablemente al análisis del acto de educar. Lo anterior nos remite nuevamente a una serie de interrogantes, que no tendríamos espacio ni oportunidad de tratar aquí, pero de las cuales, subyace en especial el eje que constituye el tema que nos ocupa: Educar… ¿por qué, para qué  y cómo?

A lo largo de la más reciente historia de la humanidad, hemos sido testigos de una serie de sistemas diversos que conciben a la educación de diferente manera, tal es el caso, por ejemplo, de la escuela activa de Freinet, de Montessori, de Waldorf, etc. E incluso hemos sido testigos de tipos de educación que se distinguen por su particular forma de coaccionar al educando, como lo que conocemos como escuela tradicional y hasta la pedagogía negra.[2] En el fondo cada sistema se justifica a sí mismo, buscando formar un “ideal” de hombre que responda a los requerimientos que los autores de dichos sistemas consideran necesarios en el niño para su mejor inserción en la sociedad.

Con respecto a lo anterior, la postura más difundida entre los educadores consiste en formar a un niño con base en la llamada “Educación en Valores”, es decir, un niño que cuando crezca sea capaz de comportarse como un “buen ciudadano”, que respete por encima de todo, valores como la tolerancia y el respeto, y además sea capaz de inscribirse en las filas de un régimen democrático perpetuando la tradición de la igualdad de derechos. Una educación que lo aísle de la violencia y la agresividad, que asegure por completo el sometimiento de toda pulsión que se oponga a lo legitimado por el engranaje social. Además, hay lugares, sobre todo en la educación pública de nuestro país, en donde se pretende que los niños y niñas sean capaces de comportarse como verdaderos figurines, damas y caballeros de una impecable conducta. Se espera así, la utopía de “un mundo feliz”, al más puro estilo Huxley. Tampoco falta quien desea educar individuos “críticos”, cuya capacidad de cuestionamiento sólo sirva para utilizarlos como carne de cañón en el propósito de derrocar regímenes de derecha. Al final, “el ideal del hombre” parece ser lo más complejo posible, puesto que está concebido a partir de muchos proyectos subjetivos.

Lo interesante aquí es que ninguna de esas concepciones parece tomar en cuenta las posibilidades que tiene el fenómeno educativo para lograr los objetivos que se propone; de lo contrario, habrían tenido el éxito rotundo que todavía siguen esperando. La Cultura y la Educación son dos fenómenos que han sido pensados por sí mismos en varias ocasiones, pero pocos han sido los hombres que para analizarlos han logrado desprenderse de toda máscara moral. Es aquí donde las mentes lúcidas y claras de Nietzsche y Freud pueden venir en nuestra ayuda, para repensar el papel de la educación en nuestros días. No se espera del Padre del Psicoanálisis y del Filósofo del Martillo, una respuesta halagadora, dirigida a mantener nuestra esperanza de hacer cambiar a la humanidad en la forma en la que los educadores de hoy quisieran que cambie. Al contrario, en Nietzsche y Freud encontraremos sin duda, la hora más amarga, el abismo más profundo, pero al mismo tiempo, la luz más intensa.

 

Nietzsche y Freud: modelos de pensamiento que se asemejan:

El siglo XIX, sin duda fue cuna de algunas de las mentes más espléndidas que la humanidad ha visto pasar en sus filas. Es en este siglo donde el pensamiento del hombre se muestra revolucionario e irreverente con lo respecta a los valores establecidos y a todo lo que hasta ese momento había permanecido como algo sagrado. La modernidad encuentra su fin a manos del naciente hombre posmoderno que se revelará contra toda restricción al pensamiento. La recta final de ese siglo, agradecido por algunos y padecido por otros, vio nacer a dos personalidades que cambiarían para siempre la imagen que el hombre tiene de sí mismo.

Friedrich W. Nietzsche, conocido principalmente por sus extraordinarios aportes al campo de la Filosofía, afirmaba que la crítica de la moral y de la religión se debe emprender desde un punto de vista psicológico –‘La psicología se ha convertido en la senda que conduce a los problemas fundamentales’ [Más allá del bien y del Mal]-  y proféticamente anuncia que llegará la hora en que los médicos transformarán la moral en parte de su arte y ciencia terapéutica”.[3] Con estas palabras, Nietzsche, visionario como en todo, parece augurar el surgimiento de una de las figuras más polémicas que ha pisado la faz de la Tierra: El Padre del Psicoanálisis, Sigmund Freud.

Si bien, Nietzsche hiere la vanidad de la humanidad, depositada en la idea de su origen “divino”, Freud atesta el golpe mortal al narcisismo del hombre al dejar ver que éste ni siquiera es dueño de su propio destino. Ambos son padres de creaciones sublimes que permanecerán por siempre en la historia de la cultura occidental, pues son las críticas más afiladas contra ella. El hijo de Nietzsche lleva por nombre Zaratustra, el hijo de Freud fue bautizado como Psicoanálisis… a través de ellos nos muestran que el hombre no está hecho para “el Bien Supremo” ni para “el Bien Común”.

En efecto, Freud desentrañó muchos de los secretos que por siglos habían ocupado el pensamiento humano: ¿qué hay en realidad en nuestra mente? Desde tiempos inmemoriales, el hombre se había preguntado qué era el alma, de qué estaba hecha, dónde estaba. Con Freud, este conocimiento llega a uno de sus puntos más altos (con la reserva de que aun falta mucho por decir y por aclarar), pues nos revela sus escondites más custodiados. El alma, que no es otra cosa más que la psique humana, no está hecha de ninguna materia divina, ni es “buena por naturaleza”. La mente humana alberga en sus más oscuros rincones, revelaciones que le parecerán inconcebibles a todo aquel que no esté preparado para entender sus secretos: el hombre moderno es enfermo, enajenado y no ha logrado resolver del todo el conflicto que le oponen las exigencias sociales y las exigencias pulsionales.

En un principio, la esperanza de encontrar en la educación un mecanismo de profilaxis para las neurosis, lleva a un Freud optimista a seguir indagando. Sin embargo, años después, la búsqueda culminó en lo inesperado: la constitución del hombre no lo hace apto para la felicidad y no hay posibilidad de prevenir las neurosis… entonces ¿qué queda?

Hay una serie de categorías que necesitamos cubrir para exponer de mejor forma el pensamiento de Nietzsche y Freud, así como sus similitudes y quizá lo que encontremos como divergencias. Estas categorías giran en torno a los siguientes conceptos:

  • El Libre albedrío.
  • El Inconsciente.
  • La Sexualidad.
  • La moral.

Estas categorías representan ejes de pensamiento que siempre están presentes en las obras de Nietzsche y Freud, y que en ocasiones convergen de manera asombrosa. Esto se debe a muchos factores.

Ambos fueron grandes admiradores de la cultura griega, y por ende, de la producción literaria que se desprende de ésta. También fueron grandes admiradores de Goethe y de Empédocles. Sin embargo, considero que el punto que más tienen en común está constituido por la obra de Schopenhauer, filósofo del que ambos pensadores parten para iniciar una singular aventura del conocimiento:

En la teoría de la represión, mi labor fue por completo independiente. No sé de ninguna influencia susceptible de haberme aproximado a ella, y durante mucho tiempo creí también que se trataba de una idea original, hasta el día en que O. Rank nos señaló un pasaje de la obra de Schopenhauer El mundo como voluntad y representación, en el que se intenta hallar una explicación de la demencia. Lo que el filósofo de Dantzig dice aquí sobre la resistencia opuesta a la aceptación de una realidad penosa coincide tan por completo con el contenido de mi concepto de la represión, que una vez más debo sólo a mi falta de lectura el poder atribuirme un descubrimiento. No obstante, son muchos los que han leído el pasaje citado y nada han descubierto. Quizá me hubiese sucedido lo mismo si en mis jóvenes años hubiera tenido más afición por a la lectura de autores filosóficos. Posteriormente me he privado de propósito del alto placer de leer a Nietzsche para evitar toda idea preconcebida en la elaboración de las impresiones psicoanalíticas. Ello me obliga a estar dispuesto –y lo estoy gustosamente- a renunciar a toda prioridad en aquellos frecuentes casos en los que la trabajosa investigación psicoanalítica no puede hacer más que confirmar la visión intuitiva del filósofo. [4]

 

Convergencias asombrosas en ambas obras, sólo pueden ser el resultado de dos inteligencias superiores, que nos alertan sobre algo particular: si hombres de la talla de Nietzsche, Freud y Schopenhauer coinciden en sus observaciones sobre el hombre, es que ahí hay precisamente un algo que se asoma con una fuerza descomunal, y que iremos desentrañando en la medida en que revisemos brevemente las categorías propuestas en este ensayo.

El Libre albedrío.

Nietzsche criticó fuertemente ese afán del hombre por creerse dueño de su destino. Ananké no sólo puede hallarse en Freud sino también en la filosofía nietzscheana, que nos dice que la necesidad está presente en todos de muy diversas maneras. El hombre se ha esforzado por asirse al único consuelo posible [además de Dios]: el saberse tan libre como para decidir lo que ha de ser de él y no estar sujeto a ningún otro tipo de control. Con base en esto, se siente lo suficientemente capaz de adjudicar responsabilidad a quien le haga mal, y lo que es peor aun, se siente con la facultad divina de poder perdonar a quien le hace daño, como si ése que hubiera dañado en un principio hubiese sido libre para elegir no hacer ningún mal.

¿De dónde nace esta doctrina del libre albedrío? Nietzsche responde: el hombre se siente más libre, precisamente ahí, donde es más esclavo, y todo esto es tan ridículo –señala- como si un gusano de seda buscase su libre albedrío precisamente en su devanar. Esto se debe a que el ser humano se siente más libre donde su sensación de vivir es mayor: en la pasión, en el conocimiento, en el trabajo, en el deber, etc.[5] Ahí donde el individuo se siente más fuerte, es precisamente donde encuentra la fuente de su libertad, al menos eso es lo que el hombre cree. La doctrina del libre albedrío es un hallazgo de estamentos dominantes, pues eran los hombres fuertes los que podían sentirse libres, mientras que los débiles habían sido dominados, oprimidos, esclavizados. Y es que el hombre es un ser ávido de dominio, allí donde no domina nada es donde quiere dominarse a sí mismo.

El supuesto del libre albedrío le permitiría al hombre juzgar y castigar, adjudicando responsabilidad a quien le ha propinado algún mal, y se piensa que ha obrado así prefiriendo entre motivos mejores y peores, estos últimos. Se le castiga al criminal por hacer uso del libre albedrío, incluso por haber actuado sin motivos cuando debió tener motivos para ello. Los hombres no ven que quien actúa sin motivo es porque no ha aplicado su razón, desde luego, pero no lo hizo con el propósito de no aplicarla:

Esa presunción que se hace con el delincuente punible, que ha descuidado su intento de razón…, esa precisamente queda cancelada con aceptar el ‘libre albedrío’. ¡No os es lícito castigar, defensores del libre albedrío, no según vuestros propios postulados!: pero éstos, en el fondo no son más que una mitología conceptual sumamente asombrosa; y la gallina que ha incubado se ha sentado sobre su propio huevo, aparte de toda realidad.[6]

Con esto Nietzsche nos adelanta que hay en el hombre otro tipo de fuerzas que se oponen con mayor resistencia al peso de su voluntad, reduciendo a ésta nada más que a un espejismo de libertad.  ¿De qué naturaleza son esas fuerzas?

Freud buscó la respuesta a esta interrogante, observando en su práctica médica lo que ocurría en la psique de sus pacientes. Encontró que mucho de lo que sentimos y deseamos se expresa a través de ciertos tipos de comportamiento, aunque nosotros no lo queramos conscientemente así. Las operaciones fallidas, las acciones casuales y los sueños son el perfecto ejemplo de que existe en el ser humano una serie de fenómenos psíquicos sobre los cuales no tiene ningún control, y que expresan asuntos mayores que definitivamente escapan al peso de la voluntad y la conciencia:

Las operaciones fallidas son fenómenos psíquicos de pleno derecho y en todos los casos poseen un sentido y una tendencia. Sirven a determinados propósitos que a consecuencia de la situación psicológica imperante en cada caso no pueden expresarse de otro modo. Estas situaciones son, por regla general, las de un conflicto psíquico en virtud de la cual la tendencia subyacente es forzada a apartarse de la expresión directa y empujada por vías indirectas.[7]

Indudablemente, el factor psíquico se combina con las experiencias vividas provenientes del exterior, y esa combinación podría estar determinando (aunada a otros factores)  la totalidad de lo que somos. Con esto, Freud le está diciendo al hombre que no es dueño de sus pensamientos, ni de sus antojos, ni de sus más oscuros deseos, pues todo ello se genera a partir de -como bien señala Nietzsche-  toda una serie entramada de hechos y fenómenos. Pero eso no es todo, Freud encontró todavía más: el hombre se halla movido por la búsqueda del placer y la evitación del displacer, esto se expresa en lo que llamó “pulsiones” y “destinos de pulsión”.  Las pulsiones atañen y se inscriben dentro de procesos de los cuales el individuo no tiene conciencia, y por ende, tampoco los domina. Con ello, Freud contribuye a derribar al ídolo que la humanidad bautizó con el nombre de “libre albedrío”.

Sin embargo, la negación del libre albedrío, tanto en Nietzsche como en Freud, supone entonces, entre otras cosas, la existencia de una instancia psíquica que controla lo que somos más allá de lo que vemos, es decir, la existencia de algo que está en nosotros, pero que no conocemos y que se adueña hasta del más pequeño capricho de nuestra “voluntad”. Me refiero al Inconsciente, que es una parte de nosotros que no vemos y  que no podemos palpar pero que, sin embargo, existe. En él, las experiencias de vida que tenemos olvidadas desde que llegamos a este mundo se encuentran acumuladas en combinaciones complejas cuya huella determina lo que somos, lo que pensamos, lo que sentimos y hasta lo que vemos y cómo lo vemos, es decir, determinan la lectura que hacemos de nosotros y de nuestro lugar en el mundo.

 

 

El Inconsciente en Nietzsche y Freud.

Ya en Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral, Nietzsche deja ver sus sospechas de que existe algo en el hombre que está y no está, es decir, que existe pero no es asequible a la conciencia. Ésta misma, la conciencia, desvirtúa constantemente los impulsos que recibe de la zona del inconsciente, los disfraza a través de nuestros actos cotidianos y mucho de lo que somos se debe más a lo que hay en esta región inconsciente que a lo que hay en la conciencia. Así, un lapsus siempre quiere decir algo.

Nietzsche considera al mundo exterior como una proyección, y somete al Yo a una investigación crítica, a través de la cual, termina estableciendo que el Yo no es más que una abstracción, es algo añadido, imaginado, algo que se esconde detrás de una instancia mucho más poderosa, en la cual convergen una pluralidad de sujetos, cuyo juego y cuya lucha es el fundamento de nuestra conciencia. Así, el Yo es para Nietzsche, la línea horizonte de nuestro pensamiento y se halla determinado por un mundo oculto al que no es posible acceder por nuestros comunes medios de observación.

Realizando este análisis de la función de la conciencia y de las características generales del pensamiento, Nietzsche logra elucidar el problema desde un punto de vista psicológico y lógico: la conciencia busca, por una parte, adquirir los materiales que le proporciona el mundo exterior, y por otra parte, cumple con una función elaborativa y directiva de la vida anímica.

Por su parte, Freud llega a estas conclusiones observando la vida anímica del niño, y de ella deriva la del adulto, para lo cual nos recuerda el aforismo que dice que “el niño es el padre del hombre”. Para el adulto, posee una notoria significatividad todo lo que viviera de niño, aunque paradójicamente, las más significativas impresiones no las conservará en la memoria en su vida posterior. Freud afirma también que los numerosos enigmas de la vida amorosa del hombre adulto sólo pueden encontrar la solución si uno se remite a los factores infantiles que conforman la disposición y la predisposición al amor: fenómenos de transferencia, conflictos edípicos, etc. Y a pesar de que el tiempo se muestre inclemente a su paso, nada logra que el resquicio de todo lo vivido permanezca en el individuo como la huella que determinará para siempre su constitución.  Todos los recuerdos, las mociones pulsionales, las reacciones y actitudes del niño pueden hallarse todavía en el hombre adulto debido a que nunca fueron destruidos, sólo quedaron sepultados en el olvido, que a decir de Freud, viene a ser “la memoria del inconsciente”.

 

El Inconsciente ratifica una vez más que la doctrina del libre albedrío no puede ser más que una mera ilusión. Y será también en esta instancia, en el inconsciente mismo, en donde se alberguen toda una serie de factores que son decisivos en la forma en la que el individuo se conduce a lo largo de toda su vida: las pulsiones, la libido, el complejo de Edipo, las transferencias, la figura del Padre, etc. son los entramados de la vida inconsciente que tienen relación con el factor más importante de todos: la sexualidad, cuyo concepto amplió Freud, de tal manera, que pudiéramos comprenderla mejor como una instancia que engloba aspectos que van más allá de la pura genitalidad.

 

La dimensión de la Sexualidad.

Nietzsche abordó el tema de la sexualidad en varias ocasiones refiriéndolo al análisis que hace del ascetismo. Para él, el asceta hace de la virtud y no de la sexualidad, una necesidad. El asceta renuncia a sus instintos para lograr la realización de la virtud. El asceta busca controlar sus deseos y sus pasiones y rechaza totalmente la satisfacción de los placeres sexuales.

Nietzsche dirige una fuerte crítica en La Genealogía de la Moral a la relación que, a su juicio, existe entre la moral y los ideales ascéticos como expresión suprema del nihilismo. Lo que busca Nietzsche es un nuevo surgimiento del espíritu vitalista del Renacimiento, en cuya época el rechazo del ascetismo va ligado a una revalorización del cuerpo y de los aspectos sensibles del hombre. En efecto, los ideales de renunciamiento que pregona el sacerdote asceta, pernearon a la sociedad, resultando de ello, una escisión simbólica entre alma y cuerpo, un rechazo por todo lo que tiene que ver con las sensaciones que éste puede experimentar. Y la consecuencia peor, consiste en la castración que de ello se deriva: no sólo una castración simbólica en el plano de lo sexual, sino también una castración simbólica en el plano del pensamiento:

Que un desenfreno del sentimiento como el que en este caso suele recetar el sacerdote ascético a sus enfermos (…) realmente haya sido de provecho para algún enfermo, ¿quién tendría ganas de sostener una afirmación de este tipo? Al menos habría que entenderse sobre la palabra “provecho”. Si con ella quiere expresarse que ese sistema terapéutico ha mejorado al hombre, entonces no me opongo: sólo añadiría lo que para mí significa “mejor”: significa tanto como “domado”, “debilitado”, “desanimado”, “refinado”, “afeminado”, “castrado” (es decir, casi lo mismo que perjudicado…).[8]

Como vemos, cuando Nietzsche habla de lo sexual, en realidad se está refiriendo a lo que tiene que ver directamente con lo genital, mas ello no quiere decir que no logre hacer las conexiones entre esto último y lo primero; en realidad, el tema de la sexualidad, desde el concepto que amplía Freud, puede verse en Nietzsche también reflejado en función de sus concepciones acerca del cuerpo. El Cuerpo para Nietzsche va mucho más allá de ser un simple catálogo de impulsos, como lo entendería la fisiología de corte positivista. Para Nietzsche, el cuerpo es el hilo conductor de toda interpretación, pues a raíz del cuerpo puede entenderse la lógica del crecimiento y decadencia de la voluntad de poder, de ahí que no se pueda interpretar la vida a partir exclusivamente del mundo consciente, pues el cuerpo en su estado consciente no es más que una pequeña parte.

 

Para Nietzsche, la sabiduría del cuerpo es mucho más grande que la sabiduría del Yo consciente. El punto de partida del filósofo es el ser humano integral, de tal manera que cualquier filosofía debe partir de la experiencia que el hombre tiene del dolor y el placer. Al profundizar en su interrogante sobre el sentido, ciertamente desea ver y entender al hombre como una unidad viviente, tal y como el ser humano se comporta ante la existencia en su totalidad físico – espiritual. Con el cuerpo, concebido como la carne con alma, Nietzsche también refiere a la unidad de las fuerzas internas y externas.[9]

No obstante estas interpretaciones nietzscheanas,  es Freud quien logra articular mejor el concepto de “sexualidad” desde que descubrió ciertas manifestaciones en los niños. Debido a su trato frecuente con enfermos neuróticos, Freud comenzó  observar algunos factores de la vida sexual que podían ser inscritos como las causas más cercanas y de mayor importancia en todos los casos de enfermedades neuróticas. Descubrió que existe un elemento sexual en la infancia. Esto vino a significar un descubrimiento cuyas proporciones aun hoy en día no se han podido asimilar del todo bien en nuestras sociedades occidentales. Sus indagaciones lo llevaron a creer que un fuerte influjo por parte de una moral coartadora y detractora de la sexualidad era la causa de las neurosis. Es por ello que, en esta fase de su vida considera que es posible prevenir las neurosis atendiendo a la forma en la que el hombre es educado para asumir en un futuro su sexualidad. Y es aquí, en este punto, donde Freud dirige las más afiladas críticas a la educación detractora del cuerpo y la sexualidad, una educación promotora de una moral pudorosa en cuyas aras el hombre ha malgastado sus fuerzas y se ha convertido en un ser débil de cuerpo e intelecto.

 

Más adelante, Freud operaría una inversión del problema: ya no sería la moral restrictiva la causa de todas las neurosis, sino que es el mismo individuo el que se defiende de su propia sexualidad, utilizando a la moral como una herramienta para reforzar dicha defensa, un pretexto que también se relaciona con las resistencias que el paciente opone durante la cura analítica. Freud pensó que la fuente principal del placer en el ser humano es de la índole que éste se ve forzado a defenderse de ella, al precio de contraer la enfermedad de las neurosis. Lo que motivó esta hipótesis freudiana fue la revisión de la teoría darwiniana de la evolución, que por todo lo que describe nos muestra al ser humano como un ente arrancado de su propia constitución natural, que pierde para siempre no sólo debido a cuestiones biológicas y evolutivas, sino también en aras del proceso de socialización que más tarde será el que edifique a la cultura. Vemos entonces, por todo lo anterior, que el concepto de Sexualidad del psicoanálisis no corresponde a un comportamiento instintivo – natural, sino que tendrá un objeto y un fin, relativamente fijos: “La experiencia psicoanalítica demuestra que la sexualidad no se reduce a la genitalidad. Las zonas genitales están lejos de ser las únicas zonas erógenas. Los fines y objetos de la pulsión sexual son, por lo demás, eminentemente variables”.[10]

 

Sin ánimos de hacer exhaustiva esta exposición, me reservo una descripción más detallada sobre este tema. Baste con reconocerse aquí el punto principal de este apartado, a saber, que la sexualidad tal como la concibió Freud rebasa por mucho el limitado concepto de la genitalidad, y que esto implica una serie de elementos de enorme complejidad que intervienen en el desarrollo psíquico del hombre. Lo anterior, viene a reforzar lo que hemos estado sosteniendo desde el inicio de esta exposición de categorías: el libre albedrío no puede existir, pues hasta en aspectos verdaderamente insospechados, se encuentra el dominio del cuerpo y lo inconsciente, como las manos que mueven los hilos de las marionetas que todos representamos en nuestro pasar por el mundo.

Sin embargo, a pesar de todos los descubrimientos que Freud realizó con respecto a esta determinación psíquica de la sexualidad en el individuo, es posible ver cómo la orientación de la salud anímica varía, aunque sea en mínima instancia, en función del contenido simbólico que se fabrique el hombre a partir de sus concepciones morales, mismas que han de orientar el proceso educativo de las sociedades, sobre todo occidentales. Para abordar este tema, es necesario remitirnos a la categoría de la moral, analizada desde las perspectivas de Freud y Nietzsche.

La moral cristiana como el elemento que da  fondo y forma.

Así como en Freud el tema de la sexualidad alcanza grandes dimensiones, en Nietzsche, el tema de la moral ha sido objeto de sus más despiadadas críticas.

Para Nietzsche, la moral es una justificación de afectos elementales, fisiológicos y relativos a un grado determinado de fuerza o voluntad de poder. Lo que en realidad interesaba a Nietzsche era el conocer el valor de la moral en sí, se interrogaba sobre el verdadero valor de lo no – egoísta, sobre el verdadero valor de la moral de la compasión. Y a tanto preguntarse y cuestionarse, a Nietzsche se le abrió una nueva perspectiva, le iluminó una nueva y colosal visión: se tambaleó en él toda fe en la moral y dudó de todo lo que hasta entonces parecía sagrado. Así, llega a proponer una crítica de los valores morales, sobre todo del cristianismo: un cuestionamiento del valor de esos valores. Para ello recurrió a la elaboración de un estudio genealógico de la moral, en donde se pregunta acerca de la utilidad que tiene para la humanidad el hombre “bueno”.

Nietzsche llegó a la conclusión de que la moral cristiana  fomenta en el hombre una debilidad y un espíritu de rebaño, lo hunden en un mal gregarismo e impide el desarrollo de las potencias individuales. El individuo que crece al abrigo de la moral cristiana es educado para convertirse en una parte más del rebaño, y se le enseña que sólo tiene valor en tanto sea útil para la conservación del rebaño. Así, es bueno el servicial, y malo el que actúa pensando en su propio provecho. La moral cristiana es la moral de los esclavos… esclavos del sentir y del pensar: el dogma es el dueño y señor de esa moral: “El cristianismo (…) aplastaba y destruía al hombre por completo y lo sumía en un profundo cenagal, en el sentido de una completa abyección (…)”.[11] El cristianismo es nihilismo, es un pesimismo de la verdad causado por la creencia en las categorías de la razón. Sin embargo, quizá la herida más profunda que el cristianismo hace a la humanidad es la de despreciar la vida, en espera de una muerte que reconcilia al hombre con Dios, el cristianismo, en el fondo, es una doctrina que predica la muerte, es la doctrina de los muertos que se mueven: “Ansían la muerte y debiéramos aplaudir esta ansia. ¡Cuidado con resucitar a esos muertos y tocar esos ataúdes vivientes![12]

 

Por su parte, Sigmund Freud no realiza el mismo análisis de la moral, pero sí toma en cuenta las formas que adopta ésta en la cultura occidental. En la genealogía que realiza Freud,[13] los sentimientos morales se instauran con la aparición de la Ley. En Tótem y Tabú, Freud no sólo retoma el problema de la antinomia entre sexualidad y civilización, sino que se remite al origen de las cosas para encontrar una explicación satisfactoria que dé cuenta de la naturaleza moral que orienta a la sociedad. La moral civilizada y la educación parecen entrar en combinación favoreciendo la represión, provocándola, reforzándola y llegando a chocar con el objetivo de adaptación a la realidad que les es propio. La cultura está edificada sobre una primera represión y la humanidad está obligada de generación en generación a repetirla.

Freud se remite al problema de la prohibición del incesto, ubicándolo como el centro de la vida anímica, ya sea en el hombre enfermo o bien en el sano. Para aclarar este punto, Freud recurre a una analogía basada en el totemismo y en el concepto que elabora acerca del Tótem, que viene a representar la figura del padre. Según Freud, los hermanos miembros de la horda primitiva, se rebelaron contra la tiranía del padre, se unieron para matarlo y comérselo con el fin de incorporarse su fuerza. La comida totémica, nos dice Freud, fue la primera fiesta de la humanidad y significó el punto de partida de las organizaciones sociales, las restricciones morales y las religiones, pues después de matar al padre, los hermanos se dijeron entre ellos “¡Nunca más!”.

El asesinato del padre llevó a los hijos a expiar esa culpa renunciando a las mujeres de la horda. Además, el problema del poder del padre  representaba una dificultad que decidieron resolver con un pacto, en el cual, cada uno renunciaba a sus deseos de omnipotencia, a la posesión de todas las mujeres de la horda y a acaparar el poder. Este pacto culminó con el reemplazo del padre real y omnipotente, por la Ley, que al mismo tiempo establecía la igualdad de derechos en todos los miembros de la horda. La instauración de la Ley se retradujo en el tabú: la prohibición de pensar siquiera en lo prohibido:

Como en el tabú la prohibición rectora y nuclear de la neurosis es la del contacto; de ahí la designación: angustia de contacto (…). La prohibición no se extiende sólo al contacto corporal directo, sino que cobra el alcance del giro traslaticio: ‘entrar en contacto’. Todo lo que conduzca al pensamiento hasta lo prohibido, lo que provoque un contacto de pensamiento, está tan prohibido como el contacto corporal directo; en el tabú reencontramos esta misma extensión.[14]

Así nace la Ley, así nacen las instituciones sociales, la moral y con ello, la civilización, que tiene por objetivo primario proteger a los hombres contra la naturaleza, organizar la satisfacción de las necesidades vitales y regular las relaciones de los hombres entre sí. Sin embargo, todo lo anterior suscita la hostilidad del individuo, pues le reclama enormes sacrificios. Como la moral sobre la cual halla su base la civilización moderna es, precisamente, la moral cristiana, Freud emite el mismo juicio que Nietzsche y concluye que la religión es el consuelo de los hombres. Para Freud, la religión le ofrece al individuo una compensación a los sacrificios que le impone la civilización. La religión busca reconciliar al hombre con aquello que sale de su dominio, sobre todo con la muerte, a la cual le da una connotación de recompensa divina por los sufrimientos padecidos en vida. Todos estos procesos de interiorización de la norma tienen lugar en una instancia que Freud denominó Superyó, lugar en donde se contienen los valores éticos, y que también actúa de manera inconsciente.

 

Las enseñanzas religiosas son, en palabras de Freud, relictos neuróticos, que debieran ser sustituidos por el trabajo intelectual. Las verdades que albergan las doctrinas religiosas, sobre todo las del cristianismo se encuentran ya muy desfiguradas, al punto en que los individuos no pueden discernirlas en su carácter de verdades. En este punto se encuentra el eje alrededor del cual gira el tema del presente trabajo: En El Porvenir de una Ilusión, Freud escribe lo siguiente con respecto a las doctrinas religiosas: “Hemos llegado a la conclusión de que es mejor abstenerse de comunicar tales disfraces simbólicos de la verdad y no denegar al niño el conocimiento de los hechos reales, adecuándolos a su nivel intelectual”.[15]

Con estas últimas reflexiones, damos por cierto que hemos recopilado un buen material para proceder al análisis de la viabilidad de la tarea educativa, desde la perspectiva del psicoanálisis y de la filosofía nietzscheana.

Era necesaria esta exposición, pues el camino recorrido nos señala el horizonte al cual queremos llegar: ¿qué podemos esperar de una educación que fomente en el niño la creencia en el libre albedrío, la ignorancia y la coartación de toda manifestación de su sexualidad, así como también una moral que debilite sus más poderosas pulsiones de vida? Pues bien, este tipo de educación que se deriva de la doctrina cristiana, es la que se inmiscuye todavía en nuestras filas, producto de la ideología que sostiene un pueblo religioso como el nuestro, y también de los lineamientos educativos que, aunque se abanderen con el estandarte de la laicidad, lo cierto es que están dictados por lo que Nietzsche se diera en llamar “ateos intoxicados de Dios”.

Ahora, la parte que sigue en el presente ensayo, corresponde a un breve análisis en lo tocante a la función educativa y las posibilidades de la misma en lo que respecta al hombre que nos han descrito Nietzsche y Freud, el hombre verdadero, que es efectivamente verdadero por todas sus debilidades y desconocimientos de sí mismo, el hombre que lleva en la sangre la crueldad, la voluntad de dominio y la angustia que le provoca el choque de sus deseos con la prohibición y el renunciamiento implícitos en la civilización, el hombre que no es santidad por ser, precisamente, ‘Humano, demasiado humano’.

 

 

La educación como posibilidad e imposibilidad

El objetivo de las páginas anteriores consiste propiamente en formarnos, como diría Miriam Weyland, una nueva imagen del hombre, a saber: el reflejo más fidedigno de lo que es el ser humano, diseccionado por estas dos mentes maravillosas, con asombrosa precisión y sin miramientos.

Partimos aquí de un supuesto especial: la Educación ha querido ocupar el lugar omnipotente del Padre en la vida del individuo. La Pedagogía se concibe a sí misma como el instrumento mágico que por antonomasia tiene en sus manos el mejor conocimiento de la Educación, y con ello también asume que puede transformar al hombre con simples métodos didácticos. ¿De dónde proviene tal pretensión de la Pedagogía? Probable y paradójicamente proviene del desconocimiento.

El hombre sádico, el masoquista, el narcisista por excelencia, ¿a caso puede cambiar por completo sus pulsiones y sus destinos de pulsión como por arte de magia a través de la educación? Y ¿quién educa? ¿Qué garantiza que el educador esté tan sano como el ideal que pretende formar? La humanidad no tendrá el remedio que busca, simplemente porque lo busca donde no lo va a encontrar. He ahí la imposibilidad de la Educación, que pierde todo su efecto cuando espera dar a luz a un santo y que el mundo se llene de criaturas nobles, amables, pacíficas y decentes. ¿Qué pasa, por ejemplo, con el sistema Montessori? Hasta donde yo tengo entendido, este sistema casi no pone límites a los niños, pues espera no coartar su creatividad. Freud deja muy en claro que el niño mimado que crece sin límites demandará siempre todo el amor para él, pues como ve que, haga lo haga, los padres le siguen demostrando su devoción, llegará el día en que espere esa misma devoción por parte de una mujer, de los hijos, de los amigos, de un pueblo, una nación o la humanidad entera. Y sufrirá amargamente al ver que alguien, de quien desee la devoción, no responde en la forma que espera… en la forma en la que le enseñaron a esperar algo que ni siquiera se puede inscribir en las filas de la reciprocidad.

Asimismo, trasladándonos al sistema tradicional, vemos que al niño se le empieza a educar desde pequeño para que reprima sus pulsiones agresivas, para que vea en la agresividad algo abominable, algo que no es natural. Y que hasta el más mínimo pensamiento que lo aleje del “amor al prójimo” le origine una conciencia de culpa. Es muy conocido el caso de los maestros y padres de familia que se indignan ante los videojuegos violentos. El problema aquí, es que estos educadores no se indignan por el simple hecho de la enajenación que producen estos medios de diversión en sí mismos, sino que lo que los “horroriza” es el hecho de ver que sean violentos, como si en el ser humano estuviese prohibido siquiera pensar en la violencia y en la muerte, como si estas actitudes fuesen contra la naturaleza. Hasta el pensamiento se ve constreñido por los valores cristianos, pues ellos dictan que no se debe pecar ni siquiera imaginando.

 

¡Y no hablemos de la sexualidad! Ése es el tabú que se erige por encima de todos. Si bien es cierto que ya no estamos en los tiempos en que vivieron Freud y Nietzsche, también es cierto que sigue prevaleciendo una actitud negadora del cuerpo y la sexualidad, al grado que aun hoy en día se sigue desvirtuando al psicoanálisis, argumentando que es una teoría pansexualista. Lo que espera la Educación de nuestro tiempo (aunque parezca mentira), es situar al hombre por encima de sus instintos, más allá de sus pulsiones, pues todavía se le sigue dando a la sexualidad una significación que la subordina al mero acto de la reproducción.[16] Con esto no quiero decir que el problema se circunscriba únicamente a la represión que impone la civilización. Gracias a Freud, sabemos que el goce es mortal, es imposible. Y gracias a Nietzsche sabemos que la felicidad es sólo una utopía, su búsqueda es más propia de los hombres débiles que de los hombres fuertes.

Ahora bien, lo que he querido ejemplificar con estas reflexiones, consiste propiamente en la irracionalidad de la educación que se nos presenta en la actualidad. Sobre todo porque está muy en boga esto de “hacer felices a los niños para que cuando crezcan sean adultos felices”, etc., etc. Lo único que pareciera que estamos logrando con estas concepciones idealistas, es precisamente aumentar la frustración que conduce a la irracionalidad en el ser humano. Por otra parte, el “sepultamiento del Edipo” no puede ser controlado por los educadores, pues encierra en sí mismo una independencia de las circunstancias reales. El educador no es dueño de los procesos inconscientes del niño y con ello se ven limitadas todas las esperanzas que las reformas educativas quisieran entrañar en sí mismas.

Pero… ¿entonces? ¿Será que la única posibilidad que tiene la educación es la misma que ha tenido hasta ahora de mostrarse como un elemento efectivo que logra contribuir a la instauración del principio de realidad en el niño? Digamos que sí, pero en ello no se agota toda esperanza. Pues este principio de realidad puede estar orientado por una educación que efectivamente legitime lo verdadero.

La educación para la realidad que Freud propone no es la educación que logrará prevenir neurosis, eso es imposible, sino más bien es la educación que preparará al ser humano para darle mayor peso a su razón, y con ello, proporcionará las bases para que el hombre cumpla con el único deber que le es impuesto desde que viene a este mundo: el deber de conocerse a sí mismo, en la mayor medida posible, y el deber de confrontar a sus propios deseos. Ése es el superhombre de Nietzsche. El superhombre (el hombre que supera lo que hasta ahora ha sido el hombre) no es aquél que se deshace de su constitución pulsional, por el contrario, es el hombre que emprende “una vuelta a sus instintos”, no para dar rienda suelta a todo lo que se le venga en gana en el momento, de manera irracional; sino para que valore al mismo tiempo el placer y el displacer, que no sienta remordimientos por albergar “malos pensamientos”. El superhombre será el que entienda en qué medida debe conocerse mejor, y aun después de saber lo que es la vida sea capaz de decir: “¿Es esto la vida? Venga, pues… ¡Otra vez!”.

Y termino, pues, esta exposición con la última cita:

El hombre está muy bien defendido contra sí mismo, contra todo espionaje y todo asedio a sí mismo; de ordinario, no puede percibir de sí mismo apenas más que sus obras exteriores. La ciudadela propiamente dicha le es inaccesible, incluso inviable, a menos que amigos y enemigos no hagan de traidores y le introduzcan a él mismo por un camino secreto.[17]

 

Bibliografía

 

CORDIÉ, Anny, El malestar en el docente. La educación confrontada con el               Psicoanálisis, Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires, 1998.

FREY, Herbert, Nietzsche, Eros y Occidente: La Crítica Nietzscheana a la tradición Occidental. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Sociales. México, 2001.

FREUD, Sigmund. Autobiografía. Historia del movimiento psicoanalítico. Alianza Editorial. Traducción de Luis López Ballesteros. Sexta Edición, Madrid, 1981.

FREUD, Sigmund. El interés por el psicoanálisis. Obras Completas. Amorrotu, Buenos Aires, 1988

El Porvenir de una ilusión; El Malestar en la cultura y otras obras.

La sexualidad en la etiología  de las neurosis

Pulsiones y Destinos de Pulsión

Tótem y tabú y otras obras

Tres Ensayos de Teoría Sexual y otras obras

LACAN, Jacques, Seminario VII: La Ética del psicoanálisis, Capítulo XVI: “El amor al Prójimo”.

MILLOT, Catherine, Freud Anti-Pedagogo. Paidós. México, 1990.

NIETZSCHE, Friedrich, Así hablaba Zaratustra. Colección Filosofía. Editores Mexicanos Unidos S.A. México, 2002.

El Anticristo. Editores Mexicanos Unidos, S.A. México, 1991.

El Paseante y su Sombra. Biblioteca de Ensayo Siruela.  Madrid, 2003.

Humano, demasiado humano. Biblioteca Edaf.,15ª Edición. España. 2003.

La genealogía de la moral. Edición de Diego Sánchez Meca. Editorial Tecnos (Grupo Anaya). España, 2003.

WEYLAND, Miriam, Una nueva imagen del hombre: A través de Nietzsche y Freud. Editorial Losada. Buenos Aires, 1953.

Notas

1.  LACAN, Jacques. Seminario VII: La Ética del psicoanálisis. Capítulo XVI “El amor al Prójimo”. P.221.

2.  Alice Miller, autora de varios escritos sobre la violencia en la educación, introduce el concepto de “Pedagogía Negra”, que viene a describir esas prácticas sádicas que han prevalecido a través de la historia de la Educación. Miller alude, principalmente al caso Schreber, que el mismo Freud analizó. El padre del juez Schreber, se asumió a sí mismo como pedagogo y la educación que le brindó a su hijo estuvo plagada de prácticas que pretendían “amaestrar al niño”, quitándole cualquier vestigio de voluntad y sometiéndolo hasta en el más mínimo detalle. [Anny Cordié. El malestar en el docente. La educación confrontada con el psicoanálisis].

3.  WEYLAND, Miriam. Una Nueva Imagen del Hombre, a través de Nietzsche y Freud. P. 18.

4.  Ibídem. Pp. 112, 113.

5.  Freud encontró en todas estas actividades el mecanismo de sublimación.

6.  NIETZSCHE, Friedrich. El paseante y su sombra. P.28.

7.  FREUD, Sigmund. El interés por el psicoanálisis. P. 171.

8.  NIETZSCHE, Friedrich. La Genealogía de la Moral. P. 189.

9.  Cfr. Frey, Herbert. Nietzsche, Eros y Occidente. La crítica nietzscheana a la tradición occidental. P.143.

10.  MILLOT, Catherine. Freud Anti-Pedagogo. P. 30.

11.  NIETZSCHE, Friedrich. Humano, demasiado humano. P. 115.

12.  NIETZSCHE, Friedrich. Así hablaba Zaratustra. P.33.

13.  Al igual que Nietzsche, Freud sostiene la hipótesis de que la conciencia moral nace por una reacción del hombre primitivo frente al antepasado común que se traduce en un sentimiento de culpa.

14.  FREUD, Sigmund. Tótem y Tabú. P. 35.

15.  Ibídem. P. 44.

16.  Podemos observar este hecho, cuando constatamos lo que el curriculum formal de educación básica, sobre todo en educación primaria, propone. El libro de quinto año de primaria, al abordar el tema de la sexualidad, lo subordina al tema de la reproducción y señala, en último término que el ser humano debe tener relaciones sexuales cuando se encuentre en condiciones de formar una familia. Asimismo, también existe una actitud detractora de la genitalidad y la sexualidad en libros que, aunque no forman parte del curriculum formal de educación básica, sí están al alcance de millones de adolescentes. Tal es el caso del libro que escriben Jordy Rosado y Gaby Vargas: “Quióbole para chavos” y “Quióbole para chavas”, que promueven la abstinencia sexual entre adolescentes argumentando que las chicas que optan por ella son “más respetadas”. Lo preocupante de este asunto es que estos libros ocupan el cuarto lugar de ventas a nivel nacional.

17.  NIETZSCHE, Friedrich. Humano, demasiado humano. P.273.