El lenguaje en Ser y tiempo

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El lenguaje en Ser y tiempo

Este trabajo consiste en un repertorio de las cuestiones que abarca el análisis del lenguaje en Ser y tiempo; se trata de una introducción que reúne pasajes significativos sobre el tema en este libro. De acuerdo con estos límites, se deja de lado la problematización de aspectos complejos y controvertidos, y la consiguiente discusión con la crítica que derivaría de este enfoque.

Introducción

La determinación ontológica del lenguaje se desarrolla en Ser y tiempo al tratar del habla (Rede), tema incluido en la quinta sección de la primera parte del libro, en el §34, que se titula: “El Dasein y el habla. El lenguaje”[1]. Sin embargo, esta cuestión se relaciona con los aspectos centrales de la ontología fundamental y, como propongo en lo que sigue, llega a constituirse como uno de sus ejes.

Heidegger considera necesario insertar el lenguaje en el horizonte de la ontología, para lo que se requiere desgajarlo de las rígidas estructuras desde las que lo interpreta la tradición filosófica. La paradoja característica del planteamiento heideggeriano, a saber, reivindicar la dimensión metafísica de la filosofía superando la metafísica, se da también en el caso del lenguaje, ya que para mostrar su  relación con el ser es preciso sortear las representaciones a las que la metafísica nos ha habituado. Este es el contexto en el que se desarrolla la crítica a la proposición como lugar de la verdad, tema estrechamente vinculado con el del lenguaje en Ser y tiempo.

Para Heidegger el Dasein es ser-en-el-mundo. Esta estructura unitaria se constituye por tres momentos fundamentales: el mundo, quién es en el mundo, y ser en el mundo. Al estudiar este último momento desarrolla el análisis de la apertura, que consta, a su vez, de tres modos: encontrarse (Befindlichkeit), comprender (Verstehen) y habla (Rede). El lenguaje, en su acepción más original, es habla: uno de los modos de apertura. De acuerdo con lo anterior, y como paulatinamente se va evidenciando en el pensamiento heideggeriano, el lenguaje no es algo que el hombre tiene, sino algo que en cierta manera es –en tanto que lugar de apertura.

Como ya se anticipó, el habla es un momento estructural del Dasein, le compete constitucionalmente. Los tres modos de apertura son igualmente originarios: no hay comprender sin encontrarse y el habla guarda estrecha relación con ambos. Además, la relación entre éstos no es de fundamentación, no hay un primero del que los otros se deriven, se dan de forma simultánea. La apertura es sus modos de darse, por ello, ser en el mundo para el Dasein equivale inmediatamente a encontrarse, comprender y habla. La apertura es primero que el lenguaje no sólo como lo que precede en un orden de sucesión, como un mero antes que, sino como condición de posibilidad; tiene carácter a priori. Donde se da apertura se da ya habla originaria.

La existencia, modo de ser del Dasein, se resuelve siempre de acuerdo con la estructura ser-en-el-mundo. Existir para el Dasein implica este previo estar referido que hace posibles todas las referencias. Se puede afirmar entonces que en el caso del Dasein, ser es significar, en el sentido verbal del término –así como destellar es emitir destellos, significar es dar lugar al significado. El significar, en tanto que forma de toda significación, no se identifica con significación alguna, requiere indeterminación. Desde esta perspectiva, el mundo aparece como conjunto con sentido o significatividad. Esta especie de carácter reduplicativo del referir –significar es relación de relaciones– hace posible el lenguaje.

Para Heidegger, el terreno del sentido coincide con el carácter global del primer contacto con el ente, que no se explica primariamente desde el conocimiento sino que se debe a un saber práctico-vital, existencial, descrito como ver en torno. Los entes están relacionados entre sí con una conformidad de índole significativa. Por esta conformidad con el entramado referencial, el ente, en el cuidarse de¸ puede comparecer como algo a la mano. Además, los entes se descubren en vista de o por mor de del Dasein que justifica la serie de útiles. Todo esto es ya habla en sentido amplio, un logos en el que los límites de la lógica se superan. Del mismo modo que el lenguaje es referencia al mundo es también necesariamente expresión del Dasein como ser-con. La condición comunicativa del hombre, desde la que se explica el lenguaje como expresión, remite a la referencia constitutiva a los demás que determina al Dasein.

  

1. El logos en Ser y tiempo

En la exploración heideggeriana del lenguaje destacan tres nociones: logos, habla y lenguaje. Los dos primeros pertenecen al orden ontológico, mientras que el lenguaje, en el horizonte de Ser y tiempo, tiene carácter derivado y se entiende como expresión del habla. El lenguaje en sentido originario aquí se tematiza como habla apofántica, es decir, como manifestación. Respecto a esta acepción del lenguaje, de carácter ontológico, la proposición viene a ser un momento posterior. Por ello, al par del análisis del habla, y para deslindarla de los rígidos esquemas de la lógica y la gramática, Heidegger discute a fondo la proposición como lugar de la verdad[2]. Se procede de esta manera porque la función del habla sólo se determina cuando se descubre que es la forma previa a las estructuras con las que se interpreta el logos tradicionalmente[3].

Lo hablado, lo que acontece en el decir, es lo hecho manifiesto en el hablar. “El habla ‘permite ver’, apó…, partiendo de aquello mismo de que se habla. En el habla (apóphansis), si es genuina, debe sacarse lo que se habla de aquello de que se habla, de suerte que la comunicación por medio del habla hace en lo que dice patente así accesible al otro aquello de que habla. Tal es la estructura del logos como aphóphansis” (ST, 43). En consecuencia, el lenguaje se describe como habla apofántica o desocultadora, y es preciso tener en cuenta que lo que se muestra en ésta es el fenómeno mismo[4].

Lo propio del habla apofántica es permitir ver, y es el ente el que permite ser visto, no se remite entonces a un momento posterior, sino que el ente mismo viene a comparecencia mediante el habla. Esta primaria desocultación hace posible la síntesis proposicional. Tal conexión entre logos y fenómeno destaca la dimensión ontológica de la fenomenología: “…permitir ver lo que se muestra, tal como se muestra a sí mismo, efectivamente por sí mismo. Tal es el sentido formal de la disciplina a que se da el nombre de fenomenología” (ST, 45).

En la “Introducción” de Ser y tiempo Heidegger afirma taxativamente que el logos es el correlato estricto de los fenómenos y, por tanto, la función que posibilita la verdad. De modo que su análisis del lenguaje refiere al elemento constitutivo del Dasein que hace posible que los entes se muestren. La verdad, según este planteamiento refiere al estado de “no oculto” o alétheia, es decir, al logos como “desocultador” del ente. El decir del habla, por tanto, es una especie de génesis: no crea el ente, pero capacita para asirlo significativamente, permite que emerja a una con el Dasein. Esto lleva establecer la estricta correspondencia entre lenguaje y verdad. Nos situamos así en el terreno de la ontología, pues en la desocultación el ente se descubre como tal, es decir, no como ente determinado, sino precisamente en tanto que determinado por el ser verdadero que constituye su sentido[5]. Es importante advertir que no media operación entre el descubrir del habla y la verdad como lo descubierto que se sostienen mutuamente, en última instancia, este sostenerse pertenece al Dasein. Esto significa que el habla no se ejerce unilateralmente, sino que es el esquema formal básico de proyección del Dasein.

 2. El habla y el lenguaje

A lo largo de todo el análisis del habla heideggeriana hay que tener en cuenta que el lenguaje es una función. Una función privilegiada por su carácter ontológico que consiste en establecer contacto con el ente. El habla no puede someterse a una consideración objetiva, no es algo dado, sino la estructura, el armazón formal, indiscernible de la constitución misma del Dasein, que hace posible el sentido.

El lenguaje tiene un papel fundamental en la ontología porque, en la medida en que la cuestión del ser se desarrolla, se hace más patente que éste determina al hombre como Dasein, en tanto que ente dotado de precomprensión. En última instancia, su pertenencia a la apertura en la que se muestra el ente, esto es, su relación con el ser, se da por la mediación del lenguaje entendido como habla.

El análisis del habla en Ser y tiempo va precedido por el del comprender, donde se discute acerca de la interpretación y la proposición como derivada de ésta. En la medida que el comprender supone la significatividad, el logos en Ser y tiempo cubre un espectro más amplio que el que ocupa el análisis del habla (Rede). El habla es, en efecto, uno de los modos de apertura, pero también el peculiar logos del comprender. Por esto, en el análisis de los distintos modos de apertura subyace la noción de habla como esquema básico que posibilita la relación del Dasein con el ente: “El fundamento ontológico existenciario del lenguaje es el habla. De este fenómeno hemos hecho ya constante uso en la anterior exégesis del encontrarse, del comprender, de la interpretación y de la proposición, pero rechazándolo, por decirlo así, del análisis temático” (ST, 179).

Para Heidegger el encontrarse y el comprender dependen relativamente del habla, principalmente el comprender. El lenguaje opera ya, aunque no sea en su función específica, en el comprender (Verstehen), la explicación (Auslegung) y la proposición (Aussage). Paralelamente, el encontrarse supone un cierto comprender, y el comprender se ve siempre acompañado por la explicación, que, a su vez, requiere de la función configurante del habla. Incluso en este plano, en el que no hay atisbos de estructuración lógico-lingüística, el habla hace posible lo que hay de significativo en el estado de ánimo. Se refiere a que el encontrarse como un permitir ver es ya en ese sentido un logos. Por lo anterior, la noción del habla heideggeriana dista mucho de identificarse con el lenguaje entendido como sistema de signos mediante el que nos comunicamos. Como el encontrarse y el comprender, el habla, no es algo que el hombre tiene, sino lo que el hombre es –formalmente hablando. El habla equivale al significar característico del Dasein; aparece como el tipo de discursividad correlativo a la apertura que determina al ser en el mundo. De aquí la afirmación heideggeriana según la cual sólo se puede hablar de sentido en relación con el Dasein.

Para explicar la posición del habla en relación con los otros modos de apertura nos valemos de un modelo gráfico: la verticalidad. El habla es lo que en el encontrarse, el comprender y la explicación hay de erguido. Esto es, lo que hace posible el mínimo de distancia indispensable para ver. Sin habla, el hombre es incapaz, por así decirlo, de erguirse; esto es, de captar tácita o explícitamente, la relación como relación. Es decir, no alcanzaría a configurar el esquema virtual del mundo como todo de relaciones que hace posible la comparecencia del ente[6]. La verticalidad designa la función mediante la que se articula lo ya sabido en el comprender y la explicación.

Ahora bien, lo propio del habla, según Heidegger, es articular. Esto es, estructurar un conjunto; también puede entenderse como un modo de ordenar o unificar. A esta función, de suyo formal, se añade la nota también formal de lo articulado. El habla, valga la redundancia, articula el articular, la comprensibilidad misma: “El hombre se manifiesta como un ente que habla. Esto no significa que le sea peculiar la fonación, sino que este ente es el modo del descubrir el mundo y del Dasein mismo” (ST, 184).

El relacionar característico del habla no se aplica a lo ya dado, sino posibilita el darse mismo de los entes, esto es, configura la trama formal que hace posible el sentido. No sin redundancia, puede decirse que el habla viene a ser la relación de las relaciones o la estructura según la cual se estructura todo lo que se estructura.

El habla entendida como actividad configurante, es anterior al lenguaje, hablado o escrito, y lo posibilita. “La comprensibilidad ‘encontrándose’ del ‘ser en el mundo’ se expresa como habla. El todo de significación de la comprensibilidad se expresa como habla. El todo de significación de la comprensibilidad obtiene la palabra (Worte). A las significaciones les brotan palabras, lejos de que a esas cosas que se llaman palabras se las provea de significaciones. ” (ST, 180). La palabra, según este esquema, se ve precedida por el habla. Lo articulado por el habla es la comprensibilidad como tal, esto es, en tanto que todo significado (Bedeutungsganze). Mediante el habla este conjunto referencial, de alguna manera ya poseído en el comprender, se hace manifiesto. El lenguaje vendría a ser así un modo del habla, el habla en “estado de expresión”, como afirma Heidegger enseguida del párrafo antes citado: “El estado de ex-presada del habla es el lenguaje” (ST, 180). El modo de dar forma hablando al habla originaria es precisamente la expresión: “Tan sólo no debemos dejar de ver que al habla […] no le es esencial la fonación, la ‘voz’. Todo expresarse en el sentido de emitir la voz supone ya el habla” (ST, 295).

El lenguaje requiere del habla, pero no viceversa. Por esto, para Heidegger también el silencio es una forma de habla. El silencio es habla porque también hace explícita la trama significativa. La idea se pone especialmente de manifiesto en el análisis heiddegeriano de la voz o llamado de la conciencia, como se verá más adelante. El habla no es sólo expresarse mediante palabras. Si se deslinda el habla de las palabras se puede dar el salto a su dimensión funcional y, por ende, no estrictamente lingüística. Se introduce entonces la clave del análisis, a saber, la anterioridad, en el caso del habla originaria, del oír sobre el lenguaje hablado.

La comunicación mediante el lenguaje es posible porque el ser en el mundo implica ser inmediatamente con los otros. La relación entre lenguaje hablado y su posibilidad de comunicación presupone pues el habla y también la relación del Dasein con el mundo y los otros Dasein; el comunicar es hacer accesible el ente al ser junto con. Pero este poner de manifiesto no es un modo de “instruir” al otro, sino más bien, porque el Dasein está en relación con los otros de antemano, es posible la comunicación: “El ‘ser relativamente a otros’ no es sólo una peculiar e irreducible ‘relación de ser’; en cuanto ‘ser con’, es ya con el ser del Dasein […] en cuanto ‘ser en el mundo’ es el Dasein en cada caso ya con otros” (ST, 141-142).

De esta manera, si el ser con se desprende de la constitución misma del Dasein, el lenguaje no es la forma de unir a sujetos originalmente aislados, sino la expresión de este ser con. La común pertenencia a la apertura o espacialidad originaria, por la que el hablar es siempre hablar sobre algo, resulta ser el fundamento último del lenguaje.

Por tanto, el habla, en su acepción de habla originaria (Rede), no es intermitente pues hasta el más elemental de nuestros comportamientos supone el comprender que por su curso se articula: “Como ya se indicó al hacer el análisis de la preposición, tiene que comprenderse el fenómeno de la comunicación en un amplio sentido ontológico […] En esta comunicación se constituye la articulación del ‘ser uno con otro’ comprensor. Ella despliega lo que hay de común en el ‘coencontrarse’ y en la comprensión del ‘ser con’” (ST, 181). El lenguaje no entabla comunicación, es la expresión de una comunicación previa en la que se fundamenta. La comunicación es el supuesto sin el cual el lenguaje no sería un decir, esto es, un hablar sobre, sino pura autorreferencialidad[7].

Como ya se expuso, este decir no ha de entenderse como una operación posterior al tener lo dicho. No es que primero se comprenda algo y, ya que se “atrapo”, se diga. El decir es inmediatamente tener lo dicho. Más exactamente, decir no es otra cosa que la comparecencia misma de lo dicho, respecto a la cual no tiene sentido hablar de sucesión. En el decir se juega, visto desde este contexto, el ser mismo del ente que no comparece sin su intervención. El habla, entonces, se entiende como inmediatez en la que el ente se manifiesta. El lenguaje expresa la exterioridad misma del Dasein, su originario estar referido a lo que le rodea. Lo expresado en el lenguaje es, precisamente, la copertenencia entre Dasein y mundo: “Todo hablar ‘sobre…’ y que comunica mediante lo hablado tiene al par el carácter de ‘expresarse’. Hablando se expresa el Dasein no porque como algo ‘interno’ empiece por estar recluso relativamente a un ‘afuera’, sino porque en cuanto ‘ser en el mundo’ y comprendiendo es ya ‘afuera’. Lo expresado es justamente el ‘ser afuera’” (ST, 181).

El lenguaje manifiesta que el Dasein no puede, por así decirlo, emprender la salida porque está desde siempre fuera debido a que el estado de abierto que constituye a la existencia. Heidegger somete al lenguaje a una especie de indiferenciación que lo habilita como estructura de todo comportamiento humano; funciona como forma básica de referencialidad constitutiva del Dasein. El habla abarca al hombre en su integridad y, por consiguiente, incluye como una modificación suya la estructura lógico-gramatical que ha imperado en la consideración del lenguaje. Sin embargo, en contra de lo que la tradición filosófica pretende, no se identifica con este esquema.

En conclusión, la noción heideggeriana del lenguaje, el habla, es fundamentalmente oír. Se entiende entonces que este oír tiene un amplio sentido, pues aparece como la nota diferencial o distintiva del hombre. En este contexto reaparece el carácter ambivalente del habla. Es un modo de apertura, pero también es la forma genérica del comprender. Es decir, rebasa sus propios límites y se propone como modo primario de apertura del Dasein. Desde esta perspectiva, oír se entiende como comprender –modo de saber respecto al cual el conocimiento es derivado. El oír del que se está tratando tiene un carácter radicalmente formal: articula, es decir, relaciona. El oír es hacer audible la gama de relaciones que el entramado de conformidad del ente presenta en su estado de abierto.

En la consideración de habla como posibilidad de oír se pone de manifiesto su relación con el comprender entendido indiferenciadamente, es decir, como pre-comprensión del sentido: “El oír es constitutivo del hablar. Y así como la fonación verbal se funda en el habla, la percepción acústica lo hace en el oír. […] El oír constituye incluso la primaria y propia ‘potencia’ del Dasein para su más peculiar poder ser […] El Dasein oye porque comprende” (ST, 182). En función de este poder oír el Dasein se habilita para “estar pendiente”[8].  Heidegger pone de relieve con esto la subordinación al ser que el habla implica: tiene un papel preponderante precisamente porque su inmediatez se explica cómo cierta receptividad implícita en el verbo oír –más patente, en español, en el verbo escuchar. Lo anterior no significa que el habla sea pasividad, pues se estableció su carácter configurante, sino la imposibilidad por parte del Dasein de intervenir o disponer del abrir que le es propio. Dicho de otra manera, del oír se deriva el obedecer porque es radicalmente a priori, aquello que sale del control, del arbitrio humano. La importancia que Heidegger concede al habla se debe a que es expresión de la pertenencia a la apertura (Da-sein) que determina el modo de ser de la existencia. En tanto que el habla corresponde a la espacialidad que abarca al Dasein, es el signo que lo define. De aquí que en etapas posteriores se lleva a cabo una especie de emancipación o separación del habla; más que ser una posesión humana, posee al hombre.

3. Las habladurías

Como parte de su análisis del habla en Heidegger aparece el fenómeno de las habladurías (das Gerade), este aspecto del lenguaje, entre los desarrollados en Ser y tiempo, ha sido muy utilizado tanto en la filosofía como en la crítica literaria. La noción de uno (das Man) es el soporte de las habladurías y, en general, de la forma cotidiana de apertura. Sin embargo, su función se aclara en momentos posteriores de la analítica, pues sólo a la luz de la caída y la muerte se justifica su carácter previo. Como la ambigüedad y la avidez de novedades, las habladurías se explican por el dominio del uno[9]. El uno refiere al ejercicio cotidiano del Dasein que por su mismo estado de abierto siendo con otros Dasein tiende a interpretar el esquema de conformidad desde la perspectiva de ese uno que se da junto con el existir siendo con. El Dasein tiende a comprender el mundo desde la comprensión del otro, tiende a abrir desde el enfoque público del uno: “El ‘sí mismo’ del Dasein cotidiano es el ‘uno mismo’, que distinguimos del ‘sí mismo’ propio, es decir, realmente ‘empuñado’. En cuanto ‘uno mismo’ es el Dasein del caso ‘disipado’ en el uno y tiene primero que encontrarse”(ST, 146)[10].

Así, las habladurías son la forma del lenguaje, la expresión, que corresponde al comprender propio del público estado de apertura. Este modo de abrir aleja de la comprensión auténtica, igualmente, las habladurías entorpecen la comunicación, sin que esto implique el engaño deliberado: “Las habladurías no tienen la forma de ser del consciente hacer pasar algo por lago. Lo dicho y trasmitido sin base llega a hacer que el abrir se convierta en lo contrario, un cerrar” (ST, 188). El equívoco se extiende también al lenguaje escrito en las “escribidurías”. El Dasein da por descontado que comprende aquello de lo que habla y también que se apropia de lo que lee y escribe. Sin embargo, hablar, leer o escribir no garantizan la comprensión.

Es importante subrayar que las habladurías corresponden al lenguaje y no al habla. Hablar, leer y escribir son ejercicios para los que el Dasein cuenta con una especie de materia pre-configurada que lo exime de una experiencia originaria de aquello a lo que refieren. Desde esta perspectiva, el lenguaje se reduce a un instrumento disponible. Este problema se relaciona con la tendencia a la unilateralidad característica del Dasein. El fenómeno de las habladurías no compromete, sin embargo, la relación entre habla y apertura, en tanto que rasgo determinante del Dasein.

4. Temporalidad, comprensión y lenguaje

En la segunda parte de la analítica, Heidegger repasa las estructuras antes expuestas con el objeto de reconocer en ellas el esquema general del tiempo, elemento que permite comprender la existencia de modo unitario. En tanto que determinación última del Dasein, sólo a través del tiempo se puede dar el salto, en principio, al ser en general[11]. Como parte de esta tarea general, se expone la relación entre tiempo y modos de apertura, y en particular, la marca del presente en los fenómenos del habla y el estado de caída del Dasein. Así se explica el “desprestigio” del habla en esta parte de la analítica, ya que cuando se ejerce desde la inautenticidad, el resultado es un modo de presente o presencia que, más que iluminar, desfigura. En cambio, el habla entendida como función, al margen, hasta donde esto sea posible, de la existencia del caso, es siempre un permitir ver. Dependiendo entonces del nivel en el que se trate, el lenguaje adquiere distintas connotaciones: es expresión de un descubrimiento originario o mera palabrería.

En este momento se retoma el fenómeno del cuidado (Sorge), entendido como el elemento unitario en el que convergen los distintos momentos del todo estructural al que remite la formula  ser en el mundo: “El ser del Dasein quiere decir: ‘pre-ser-se-ya-en (el mundo) como ser-cabe (los entes que hacen frente dentro del mundo)’. Este ser es lo que constituye, en conclusión, el significado del término ‘cura’” (ST, 213). Cada elemento de la estructura señalada alude a un modo determinado de la temporalidad. El pre-ser-se hace referencia al poder ser desde el que el Dasein se proyecta: la existencia no se da nunca de un modo indiferenciado, sino como una posibilidad suya. Ser, para el Dasein, significa estar como despedido, lanzado hacia adelante, de manera que su ser y lo demás sólo le resultan inteligibles desde el horizonte que, proyectándose, abre. La connotación de futuro de este elemento es muy clara. El ya-en (el mundo) alude al carácter de arrojado del Dasein que, sin poder retroceder hasta su origen, se topa abruptamente con su ser circunscrito por la insuperable circunstancia de hacerse cargo de sí mismo. La angustia enfrenta a este irrebasable pasado, por el que el Dasein desde siempre se lleva a cuestas.

En el análisis del tercer elemento de la cura, ser cabe, se introduce la relación con el habla. La contigüidad, no espacial sino intencional, del ser cabe remite al presente. A su vez, el presente se atribuye principalmente al habla. Como ya se mencionó, el ser cabe del Dasein puede darse en un modo propio o impropio, el primero se asocia a la caída y el segundo, en cambio, al acceso al sentido y se denomina estado de resuelto. Este no es más que la modalidad de la existencia en que la apertura, libre del modo de ver del uno, se ejerce como la forma que propiamente es.

El ser cabe significa la inmediata referencia del Dasein al entramado de relaciones. Hasta tal punto el Dasein se entiende desde esa red significativa que queda como atrapado en ella. Heidegger se refiere a este fenómeno como caída o decaer del Dasein; cae en un mundo previamente codificado: “En el ‘pre-ser-se-ya-en-el-mundo’ está esencialmente coencerrado el cadente ‘ser cabe’ lo ‘a la mano’ de que se cura dentro del mundo” (ST, 213). El camino hacia sí mismo consiste en franquear este primer recubrimiento que, en su aparente naturalidad, se interpone entre él y la verdad[12]. En tanto que función de verdad, el habla no puede separarse del problema de la caída. Tampoco está al margen de una de las metas de Ser y tiempo, a saber, la superación del presente como esquema desde el que se entiende de forma reduccionista el ser. En este segundo momento de la analítica, Heidegger busca mostrar que en la configuración del sentido intervienen todas las dimensiones de la temporalidad. En la conjunción de éstas, el logos se ejerce originariamente, con lo que se da lugar a la mirada. En este fenómeno, el ver, correlato del presente imperante, se supera en tanto que puro ver, estático y estatizante, para convertirse en abrir.

En este punto convergen habla y temporalidad; también pone de manifiesto las aporías que entraña la interpretación heideggeriana del lenguaje. En términos generales , el logos es forma del sentido, pero como la existencia es facticidad y, como tal, originaria implicación en el mundo desde el que se interpreta, en primera instancia se ejerce en la modalidad de la caída. Incluso puede decirse que su mismo ejercicio, descrito negativamente, consiste en destruir las falsas evidencias en que, de entrada, está inmerso el Dasein. Desde esta perspectiva, se explica también que Heidegger entienda la verdad como robo, pues es preciso arrebatarla de los límites de la interpretación caída.

En la segunda parte de Ser y tiempo, también se trata del habla en el análisis de la referencia temporal de la muerte y la conciencia. En relación con el lenguaje, se observa en el análisis de la muerte y, en general, cuando se trata de la existencia auténtica, una constante contraposición entre habladurías y silencio[13]. La condición de expresada del habla se debe a que el ser con es un elemento constitutivo del Dasein y, por esto, se comunica mediante el lenguaje. Las habladurías y el silencio son formas de comunicación, expresión del habla. Aunque Heidegger no los asocia explícitamente a un modo u otro de existir, es patente que las habladurías son el lenguaje de la inautenticidad, esto es, un modo de comunicación en el que el ser con también se impregna de inautenticidad. De la misma manera, el silencio es índice de autenticidad, y da a entender más que muchas palabras. Es una forma del lenguaje ad hoc con la índole taciturna propia de quien comprende la verdad de su condición: la muerte como la posibilidad última del Dasein. El silencio y el habla apofántica dan cuenta siempre de la finitud del ser; en cambio, las habladurías tratan de ocultar la condición finita del Dasein. El silencio se expone también al llamado de la conciencia: “La vocacion no da noticia de acaecimiento alguno y voca sin fonación alguna. La vocación habla en el modo inhóspito del callar, y sólo de esta forma porque la vocación no voca al invocado a engolfarse en las habladurías del uno, sino a retroceder desde ellas a la silenciosidad del ‘poder ser’ existente” (ST, 301).

Así, el estado de resuelto es la existencia autentica del Dasein, o, por decirlo de otra manera, el modo en el que el Dasein es capaz de quitarse las trabas del uno que le impiden verse en su completa finitud y hacerse responsable de su propia existencia. Por eso, la resolución de la existencia exige el tránsito del ‘uno mismo’ al ‘si mismo’ que se realiza como recuperación de la propia potestad[14].

El habla tiene un lugar importante en el análisis de la conciencia y de su función específica que es el llamado. Además, en este momento se hace más patente el contraste entre lenguaje y silencio. En general se admite que la conciencia es una voz. Sin embargo, afirma Heidegger, es obvio que no se trata de una palabra físicamente pronunciada, sino de un peculiar dar a entender o significar. Desde esta perspectiva, la voz de la conciencia es un modo del habla –en el que se funda toda emisión de la palabra. En consecuencia, la conciencia moral entra también dentro del orden de los fenómenos relativos a la apertura. Su modo de poner de manifiesto aquello a lo que refiere se designa como llamar o vocación. La llamada interpela al Dasein callando, cuando consigue acallar las habladurías del uno y dispone para escuchar el silencio que lo refiere a su poder ser: “La vocación carece de toda clase de fonación. Mucho menos se formula en palabras –y sin embargo resulta todo menos oscura e imprecisa–. La conciencia habla única y constantemente en el modo del callar” (ST, 298).

Querer tener conciencia es una determinación de la apertura misma y, por tanto, más que un acto voluntario, es un modo de abrir en el que intervienen simultáneamente el comprender, el encontrarse y el habla. Ahora bien, como la conciencia es llamada o vocación, el habla tiene una función primordial en este análisis. De hecho, la vocación es el modo original del habla. Importa insistir en que, precisamente en su forma original, el habla no se vuelve lenguaje, no opone a las habladurías una argumentación poderosa o sutiles disquisiciones. Simplemente hace silencio; destruye el embrollo del uno, arroja al Dasein a lo inhóspito de una comprensión que desenmascara las seguridades del uno.

Así, en el análisis de la muerte destaca la proyección desde el futuro, en el de la conciencia, la proyección desde el pasado. En la modalidad resuelta de la existencia ambas convergen y suscitan una visión acertada de la situación. Pues bien, este hacer presente la situación precisamente en su carácter virtual, sin solidificarla, compete al habla. Desde esta perspectiva, se perfila el presente propio[15].

Lo anterior nos permite concluir que el presente de la caída se distingue del presente del habla. Al habla en cuento habla, aclara Heidegger, no corresponde un éxtasis determinado: es la articulación del comprender y, en este sentido, conforma lo abierto. No es necesario atribuir el presente  a un modo de apertura, porque el presente esencial, como se explicó, está como incluido en el advenir y el sido. El habla, por tanto, no se circunscribe a una dimensión específica de la proyección temporal, sino que opera como su carácter configurador.

La relación entre habla y presente se debe, más bien, a un elemento que, aunque la acompaña, no es su esencia, a saber, su estado de expresada. Esta afirmación de Heidegger reafirma la hipótesis de que la connotación de presente, más que al habla, se refiere al lenguaje que, a su vez, se funda en el ser con: “… como el habla se expresa de facto ordinariamente en el lenguaje y regularmente dice en el modo del decir ―hablando ‘curándose de’― del mundo circundante, tiene en rigor el presentar una función preferente en su constitución” (ST, 377). De manera que el carácter temporal del habla se explica principalmente en el ámbito de la expresión.

En otro orden de cosas, al tratar la temporalidad del habla Heidegger señala que el lenguaje cuenta con elementos para expresar de forma matizada las diferentes dimensiones del tiempo porque todas estructuras del Dasein se fundan en la temporalidad. No es el tiempo el que se funda en la gramática sino que ésta remite a la temporalidad determinante de la existencia[16]. Al igual que el tiempo, la cuestión del habla seguirá desarrollándose en la etapa posterior del pensamiento heideggeriano como pregunta acerca de la verdad del ser: “… únicamente puede atacarse el análisis de la constitución temporal del habla (Rede) y la explicación de los caracteres y de los elementos y estructuras del lenguaje (Sprache), una vez desarrollado el problema de la fundamental relación entre el ser (Sein) y la verdad (Wahrheit) partiendo de los problemas de la temporalidad” (ST, 378).

Conclusiones

El habla (Rede), estructura antecedente y que posibilita el lenguaje (Sprache), es un elemento constitutivo del Dasein. En tanto que manifestación de la apertura, el habla no corresponde estrictamente al hombre, no es del-hombre. Éste se reduce a ser cauce de un lenguaje que lo supera y abarca, el del-Ser. Así, el “decir” no es del individuo como tal, sino del Dasein –que incluye al hombre pero sólo en la medida que está vinculado al Ser y, por tanto, distinto del resto de los entes. El lenguaje entonces antecede al hombre y no está sujeto al individuo, sino que éste se subordina al decir del Ser, instancia ontológica que dirige tanto al lenguaje como al hombre.

Esta separación o precedencia del lenguaje respecto al hombre sugiere la trascendencia, como si a través de este “decir” se oyera la voz de un agente supremo. Pero la trascendencia, así entendida, no pertenece a la especulación heideggeriana. Diríamos que la crítica de Heidegger a la metafísica se orienta a desarticular esta suposición trascendente. La fuente del lenguaje lanza hacia un enigma indescifrable, precisamente el Ser inasible en términos discursivos, del que sólo se tiene noticia negativamente: avizorando el abismo al que se sustrae. La antecedencia del lenguaje constituye un buen punto de partida para mostrar que el signo antropológico no es sustancial al pensamiento heideggeriano, como se pretende al adscribirlo al existencialismo. En la misma medida que el hombre es tangencial al lenguaje, no su emisor sino su cauce, el interés por la existencia (humana) es derivado del interés por el Ser, cometido principal, si no es que único, de Heidegger.

* Tatiana Álvarez es investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM

Citas:

  1. En lo que sigue cito en el cuerpo del trabajo con la sigla ST seguida del número de página. Sigo la edición de José Gaos, El ser y el tiempo [1ª 1951], FCE, México, 1988. Conservo la palabra  Dasein cuando en la traducción aparece “ser ahí”. La edición de referencia es Sein und Zeit, Max Niemeyer Verlag, Halle, 1927, en Gesamtausgabe 2, 1977.
  2. 2.     Cfr. ST, §7, §33 y §44.
  3.  “La empresa de emancipar la gramática de la lógica ha menester de una previa comprensión positiva de la fundamental estructura apriorística del habla en general como existenciario, sin que pueda lograrse corrigiendo y completando simplemente la tradición. A este respecto hay que preguntar por las formas fundamentales de una plausible articulación significativa de lo comprensible en general, y no sólo de los entes intramundanos conocidos en una contemplación teorética y expresados en frases. […] La teoría de la significación tiene sus raíces en la ontología del Dasein” (ST, 184-185).
  4. Al habla así entendida corresponde el fenómeno: “Como significación de la expresión ‘fenómeno’ hay por ende que fijar ésta: lo-que-se-muestra-en-sí-mismo, lo patente. Los phainómena, los ‘fenómenos’, son entonces la totalidad de lo que está o puede ponerse a la luz, lo que los griegos identificaban a veces simplemente con tà ónta (los entes)” (ST, 39).
  5.  “El ‘ser verdadero’ como ser descubridor sólo es ontológicamente posible a su vez sobre la base del ‘ser en el mundo’. Este fenómeno, en el que reconocimos la estructura fundamental del Dasein, es el fundamento del fenómeno original de la verdad” (ST, 239).
  6.  “El habla es articulación de la comprensibilidad. Sirve, por ende, ya de base a la interpretación y la proposición. Lo articulable en la interpretación, o más originalmente ya en el habla, lo llamamos el sentido” (ST, 179).
  7.  “No hay que demostrar qué es y cómo es ‘ante los ojos’ un ‘mundo exterior’, sino que hay que mostrar por el Dasein tiene en cuanto ‘ser en el mundo’ la tendencia a empezar sepultando ‘gnoseológicamente’ el ‘mundo exterior’ en la nada, para luego probarlo […] Si dentro de esta orientación ontológica es ‘crítico’ el planteamiento de la cuestión, se encuentra como ente ‘ante los ojos’ inmediata y únicamente, cierto, un mero ‘interior’. Después de deshacer en pedazos el fenómeno original del ´ser en el mundo’, y sobre la base del resto que queda, el sujeto aislado, se hace el ensamblaje con un ‘mundo’” (ST, 277).
  8.  “El ‘no hacer más que andar oyendo’ es una privación del comprender. Éste no nace ni del mucho hablar, ni del afanoso andar oyendo. Sólo quien ya comprende puede ‘estar pendiente’” (ST, 183). El “estar pendiente” sugiere la actitud filosófica fundamental, el “estar a la escucha” que el ser reclama.
  9. El uno se refiere al esquema prefijado por el cual el Dasein no puede curarse de de otra manera que el que dicta la prefijación. El uno es el Dasein que se niega a ser propiamente. Cf. ST, 194.
  10. Además de señalar la alienación constitucional del Dasein, con la distinción entre “uno mismo” y “sí mismo” se cuestiona la noción de sujeto: “La ‘mismidad’ del ‘sí mismo’ existente está, entonces, separada por un abismo ontológico de la identidad del yo que se mantiene en  medio de la multiplicidad de las vivencias” (ST, 148).
  11.  “…se prepara la comprensión de un todavía más original ‘temporanciar’ que tiene también la temporalidad. En él se funda la comprensión del ser constitutiva del Dasein. La proyección de un sentido del ser en general puede llevarse  a cabo dentro del horizonte del tiempo” (ST, 257).
  12. ST, 325.
  13.  “Sólo en el genuino hablar es posible el verdadero callar. Para poder callar necesita el Dasein tener algo que decir, esto es, disponer de un verdadero y rico ‘estado de abierto’ de sí mismo. Entonces hace la silenciosidad patente y echa abajo las ‘habladurías’. La silenciosidad es el un modo de habla que articula tan originalmente la comprensibilidad del Dasein, que de él procede el genuino ‘poder oír’ y ‘ser uno con otro’ que permite ‘ver a través de él’ (ST, 184).
  14. Cfr. ST, 292.
  15. Cfr. ST, 356.
  16. Cfr. ST, 378.