Schelling: el nacimiento de la filosofía trágica moderna

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Schelling: el nacimiento de la filosofía trágica moderna

Crescenciano Grave, Schelling: el nacimiento de la filosofía trágica moderna, México, UNAM (DGPyFE), Cuadernos del Seminario “Modernidad: visiones y dimensiones”, núm. 4, 2011, 79 pp.

La deriva postkantiana del idealismo trascendental es una suerte de caleidoscopio, en el que se mueve un puñado de ”vidrios” teóricos, de densidad en general fuerte y colorido más bien intenso —es decir, motivos de la especulación filosófica— cuyas posiciones y combinaciones concretas, en el seno del tubo, definen la identidad de los sistemas situados en ese campo doctrinal. Fichte, Schelling, Hegel… incluso el Schopenhauer de la “perspectiva de la representación” —polarmente opuesta y complementaria a la de la voluntad— dan vueltas y vueltas a un cilindro cargado de ‘cristales’ como espíritu, ser, libertad, sujeto, fenómeno, conciencia, genio, religión, yo, pensar, arte, en sí, experiencia… para ofrecer determinada concepción de la realidad del mundo, así como de la manera de conocerla y de trasuntarla en obra de arte.

Un manojo de escasas 79 páginas le bastan a Crescenciano Grave, para presentar un lúcido registro de la forma en que Friedrich Schelling considera que debe manipularse ese metafórico caleidoscopio, tras dialogar y ajustar cuentas con importantes sistemas doctrinales referidos de algún modo —incluida la contravención— al subjetivismo cartesiano, a la vera de una dotación teórica extraída, en su mayor parte, del kantismo y algunas de sus interpretaciones tempranas. Pero, sobre todo, Schelling: el nacimiento de la filosofía trágica moderna rastrea y expone, con notable solvencia, el proceso de surgimiento de una filosofía marcada por la asunción trágica del despliegue y la constitución del mundo, que cimienta parte del pensamiento moderno.

La monografía de Grave resulta de un examen acucioso de las Lecciones muniquesas de historia de la filosofía, dadas por el filósofo alemán en 1827, es decir, cuando Schelling contaba con más de 50 años, lo que permite inferir la solidez y relevancia de esa obra, en virtud de la madurez de su autor.

La lectura que hace de esas Lecciones permite a Crescenciano Grave concluir que Schelling toma una postura teórica original en lo tocante a los nexos entre el ser y el pensar. El también autor de Las edades del mundo habría llegado a ese resultado, a partir de una impugnación y consiguiente transformación de la idea de filosofía prevaleciente en su tiempo. A partir de Schelling, la filosofía empezaría a dar muestras de haberse dotado de una autoconciencia histórica, en congruencia con su condición procesual, esto es, con el dato de que el pensar filosófico opera conforme con un principio activo en constante despliegue. Pero lo que el filósofo sinaloense destaca por encima de todo es el hecho de que Schelling introduce “la conciencia trágica en la filosofía moderna”, a resultas de su singular diálogo con la tradición.

En la primera parte de su alígero tratado, Crescenciano Grave ilustra al lector sobre la idea que se hizo Schelling sobre el compromiso teórico radical que, desde su punto de vista, define a la filosofía moderna: la resignificación de la pregunta por el principio, un nuevo modo de tematizar el antiguo asunto del arché. La modernidad filosófica estriba, así, en un nuevo tránsito del interés por el principio objetivo hacia la atención por un principio de carácter subjetivo: el pensar mismo. Si bien esa consideración no es novedosa, sí lo es la manera schillinguiana de dar razón acerca de toda la sustentación ontológica de las operaciones de la subjetividad —en especial, el pensar—, tarea para la que se ha servido del diálogo crítico con las ideas que al respecto sostuvieron Descartes, Spinoza y Leibniz.

El resultado de ese proceso dialógico es la definición del principio ontológico como la actividad raigal que se constituye a sí misma a la par de que va adquiriendo autoconciencia (v. p. 44). Esta descripción puede inducir a pensar que Schelling se mueve exclusivamente en el plano de la idealidad pura; sin embargo, Crescenciano Grave demuestra que, para el pensador alemán, el principio es phýsis, es decir, potencia natural “cuyo desarrollo hasta el organismo de razón —el hombre— propicia la aparición del pensamiento, cuyo despliegue en relación a lo que se le contrapone —la naturaleza objetivada y las realizaciones prácticas del hombre mismo— da lugar a su potenciación máxima en la filosofía” (p. 51), a la sazón, la actividad subjetiva en la que se plantea y adquiere sentido la cuestión misma del principio. No es éste el lugar para detallar los puntos de afinidad y desencuentro de Schelling con los mencionados interlocutores. Para eso está el puntual recorrido hecho por Grave, en su breve libro, y hará bien el lector interesado en acudir directamente a sus páginas.

La segunda parte del texto comentado versa sobre “el sistema de la filosofía moderna”. En ella, el autor expone la imputación que hace Schelling a Kant, en el sentido de que a éste “nunca se le ocurrió pensar que pudiera haber otra metafísica”, además de la que, como es sabido, impugnó con tanto denuedo como perspicacia. También da cuenta de las implicaciones teóricamente inconvenientes del extremismo subjetivista de Fichte, a la luz de la crítica a que es sometida por Schelling. Por lo demás, todo ello va anticipando consecuencias de innegable interés. La idea que éste tiene del sujeto como proceso en perpetuo despliegue en pos de una concordancia con el objeto y hacia su realización como libertad, deriva en la conciencia de una historicidad de la filosofía. En efecto, a criterio de Schelling, el curso de la filosofía vendría a ser el del desenvolvimiento del “Ser o principio que, a través de sucesivas objetivaciones y superaciones de sí mismo, logra abrirse en un ente peculiar —el ser humano— que posesionado libremente de sí se relaciona con la esencia de la totalidad” (p. 48). Aportación que no deja de suscitar interés, de cara a las ideas de Hegel en torno a la historia de la filosofía —y, de soslayo, a la correlativa filosofía de la historia. Pero, además, Crescenciano Grave registra, con pertinencia, la derivación de ese impulso teórico schellinguiano en el nivel de la ética: en tanto que máxima concreción del proceso realizador del sujeto y qua “objetivación de la autodeterminación de la voluntad libre”, el ser humano se caracteriza “por su capacidad de posesionarse libremente de sí mismo, dando lugar mediante la actividad técnica, moral y política al establecimiento de un mundo” (p. 49).

    

Sin menoscabo del interés de esas dos secciones del libro, la que resulta más llamativa es la última, centrada en el brote, a instancias de la labor especulativa de Schelling, de un sentimiento trágico de la existencia, que se sustenta en el curso mismo de la filosofía y determina el desarrollo ulterior de ésta, así como la lectura que de ella se haga. Esa manera de entender la historia del pensamiento tiene su raíz en la idea de la subjetividad de la que dimana. La noción de sujeto pensada por Schelling deriva en su constitución como una “voluntad escindida en sí misma”, dado que es a un tiempo “lo que quiere y lo querido” (p. 63). Y, como podrá ir notándose por las dificultades elocutivas que ostenta este discurso, a la hora de dar cuenta de ese vínculo problemático entre lo agente y su correlato objetivo, no ha de extrañar esto que expresa Crescenciano Grave: “La conciencia trágica [que opera en la creatividad especulativa de Schelling] nace llevando al pensamiento y al lenguaje filosóficos a los límites con lo inefable” (p. 62). Debe quedar claro que, pese a su fundamento subjetivo, la irrupción de lo trágico en el contexto del idealismo alemán comporta una “tragedia del Ser”, debida a “la bifurcación entre la quietud (y permanecer como nada) y el quererse a sí mismo y aferrarse, devenir otro de sí mismo” (p. 68). Finalmente, el corolario de toda esa dinámica interactiva sujeto-objeto sería “la tensión trágica que se descubre en la metafísica de Schelling y con la cual nace la conciencia trágica en la filosofía moderna” (p. 69).

Una lectura atenta, respetuosa, dialógica —como la que merecen siempre las obras de Crescenciano Grave— releva algunos aspectos objetables en este opúsculo, pero ello no impide considerarlo una referencia de gran utilidad, para todo el que, en nuestro medio filosófico y más allá, esté interesado en penetrar a fondo en el abigarrado mundo teórico-ideológico del idealismo alemán.