Comencé mi contacto con la “realidad virtual” en 1996, cuando entré a la universidad. Pese a tener contacto con las computadoras desde muchos años antes, nunca me había enfrentado al Internet.
En ese tiempo se usaba la línea telefónica para conectarse y eran muy pocas las personas con acceso a “tal lujo”. Quizás por haber tenido la oportunidad de estudiar en una universidad privada tuve al alcance de mi mano el uso y disfrute de las nuevas tecnologías que demandaban un alto conocimiento no sólo de programación, sino de “otros reales” que supieran más de algo que casi nadie sabía en ese momento y, sobre todo, que estuvieran dispuestos a compartirlo.
Hasta los años noventa, la manera de adquirir el conocimiento y su concepción puede dividirse en un antes y un después. Antes del boom de “Internet”, la manera de conocer qué pasaba en otras partes del mundo era sesgada. Sólo se podían tener imágenes de “otras realidades” gracias a las enciclopedias españolas que ilustraban con hermosísimas fotos sus tomos, o a fotos de algún familiar o amistad cercana a la familia. Ni pensar en conocer el Museo del Prado o el Metropolitano si no era visitando España o Nueva York.
No sólo la manera en que nos llegaba el conocimiento era diferente. También nuestra manera de concebir al “otro”. Siguiendo a Levinas, hasta antes de la llegada del boom de las redes sociales, el otro era completa y absolutamente otro. Eran los tiempos en que verdaderamente se podía creer y aplicar un “deseo metafísico” como el propuesto por él. Sólo concibiendo y pensando al otro como verdaderamente otro, completo y alejado de nosotros.
Después de vivir qué es una red social, es fácil percatarse qué tan lejos está la concepción del deseo metafísico. En las redes sociales, el otro nunca es total y absolutamente ajeno a nosotros. Siempre hay coincidencias que nos recuerdan el lenguaje común generacional, social y cultural, pero también hay acontecimientos que marcan a las personas (redes sociales o no) que nos recuerdan las diferencias entre el “otro real” y el “otro virtual”.
¿Quién es un “otro real” y un “otro virtual”?
El “otro real” es aquel que las generaciones nacidas hasta los años sesenta/ setenta consideran como colega, amigo, compañero de trabajo, etc. Ellos conciben a la realidad como sólo un estado del ser humano, el cual no tan fácilmente puede manipularse y mucho menos cambiar. Su frase favorita en los noventa era “otra vez estás chateando quién sabe con quién. Ellos no son reales”. Luego se hizo más común el término “virtual”. Siendo entonces usado como “virtual” aquella persona que nuestros tíos, padres o abuelos no podían ver pero sabían que nos comunicábamos con ellos, incluso más que con los “reales”.
El otro día, mientras esperaba mi comida e intentaba despejarme del “mundo real”, atrapó mi atención breves segundos un programa de televisión en el cual hablaban de las diferencias entre el “mundo real” y el “mundo virtual”. Decían que el “mundo virtual” es aquel que sólo se vive en la computadora e impide que puedas convivir con “el mundo real”.
Lo anterior me genera una duda enorme, que quiero convertirla en reflexión. Sí, es cierto que en el “mundo virtual” uno puede ser quien quiera ser. Normalmente en las redes sociales basta con una foto (propia o ajena), un apodo y una dirección de correo para empezar a interactuar con los demás.
Los demás que también son “otros reales”, como uno, se convierten en “otros virtuales” y entonces comienzan a interactuar a través de medios que los “otros reales” no entienden, por lo cual se alejan más, en lugar de acercarse.
Sí, en el “mundo virtual” uno puede cambiar su apariencia y perder las inhibiciones sin estar tan expuesto al escrutinio público, lo que da origen al “otro virtual”. A pesar de que es un lugar público, donde todo está a la vista, encierra cierta intimidad que permite una interacción mucho más profunda entre “otras y otros reales”.
A quince años de distancia, me he convertido en una asidua usuaria de las redes sociales. Siempre me ha gustado conocer gente e interactuar con “otros verdaderamente otros”, así que comencé con chats públicos. Ahí, en ese espacio público donde otros cientos de personas pueden leer lo que uno escribe y opinar sobre eso, también hay cuartos privados, a los cuáles era posible llegar gracias a una invitación. Después comencé a usar la mensajería instantánea, donde era casi impensable el tener una conversación en tiempo real con alguien que vivía a millones de kilómetros, en el mejor de los casos.
He conocido mujeres y hombres que han construido relaciones interpersonales usando estos métodos. He tenido la fortuna de ir a bodas de parejas que se conocieron en una página de “solteros”. ¿Entonces dónde queda el “otro real” vs el “otro virtual”?
El “otro virtual” es el alter ego del “otro real”. El “otro real” es aquel ser que convive con otros seres en las tareas domésticas diarias: en el metro, en la familia, en el trabajo, en la escuela. Es aquel que tiene una realidad cuadrada donde todo es como es, sin más. Es aquel que usa el correo electrónico sólo para mandar chistes a otros usuarios, aquel que se mete a un chat para “ligar”. El “otro real” es el que discrimina, el que no entiende la nueva manera de adquirir el conocimiento. Es aquel que considera molesto que la gente se comunique vía blackberry o iphone en las comidas. O que no termina de aceptar que exista una realidad alterna, “virtual”, con la que sea posible interactuar con otras personas que no pertenecen al entorno tradicional.
El otro, verdaderamente “otro virtual” es aquel que entiende la trascendencia de saberse mover en las redes sociales, de tener la información en la palma de su mano. Comprende la importancia y la responsabilidad de poder comunicarse con miles de personas sólo con un mensaje de 140 caracteres. El “otro virtual” es aquel al que no le espantan las maestrías en línea, los movimientos sociales a través de mensajes de texto celular a celular. Es el que no descalifica al “otro real” sólo porque no sabe cómo comunicarse con el resto del planeta, pero lo ignora al considerarlo parte de una “realidad” de la cual no siempre quiere ser parte.
En el mundo “real”, podemos observar que las diferencias cotidianas se hacen más evidentes en el ciberespacio. Ahí, el “otro real” con acceso a las redes sociales en lugar de llenarse de conocimiento y compartirlos, baja pornografía, molesta niños e insulta a otros. El “otro virtual” discrimina a “otros reales” poniéndoles apodos, hackeando sus cuentas o creando virus que provocan pérdidas de miles de millones de dólares. Pero ese es el lado obscuro de la concepción del “otro real” vs el “otro virtual”.
En términos cotidianos y domésticos, “el otro virtual” es aquel al que siempre le llaman los “otros reales” para desempeñar tareas tales como: configuración de dvd, grabadora del teléfono, celulares, cablevisión o sky, creación de cuentas de correo y problemas comunes con el office.
El “otro virtual” va mucho más allá. Somos la generación que ha crecido con el Internet en México. Somos aquellos que sobrevivimos al módem conectado al cable de teléfono mientras el “otro real” vociferaba por no poder hacer sus llamadas, sin entender que nosotros entrábamos a un mundo que nos brindaba toda clase de conocimiento.
El “otro virtual” es capaz de hacer cambios, como el movimiento social argentino vía mensajes de texto o el #internetnecesario en México. Pero también es aquel capaz de transmitir en vivo la tortura animal y humana, mientras los “otros reales” se horrorizan, en el mejor de los casos.
El “otro virtual”, entonces, es el “otro real”, pero con más funciones y aplicaciones, por decirlo en términos “virtuales”. Las redes sociales han provocado que “otros reales” convivan con “otros virtuales”. En veces unen más a unos y otros, valga la redundancia, por medio de intereses comunes: futbol, telenovelas, acontecimientos políticos, desastres naturales. Y otros los alejan más: infidelidad, adquisiciones diferentes de conocimiento, elitismo.
¿Cómo participar en una red social y sobrevivir en el intento?
Siendo el otro que ya se es desde antes. Si se es “otro real” u “otro virtual”. No hay más. Uno sólo entiende de las redes sociales hasta que las vive, experimenta, disfruta o sale expulsado de ellas. No hay conocimiento teórico aún. Gracias a este tipo de foros y congresos comienzan las reflexiones, pero aún así, todo parte de la práctica.
Hay que meterse, leer, participar. Hoy en día los foros más comunes para dichos fines son Facebook y twitter. El paraíso de los voyeuristas y exhibicionistas, pero po puedes, kantianamente dicho, llamarte o considerarte “otro virtual” si no has tenido, por lo menos, un romance en línea.