La proliferación digital del discurso y el futuro de la filosofía

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 Pero, ¿qué hay de peligroso en el hecho de que las gentes hablen

y de  que sus discursos proliferen indefinidamente?

¿En dónde está por tanto  el peligro?

Michel Foucault

 

Michel Foucault ya nos había advertido sobre las relaciones entre discurso, conocimiento y poder; enseñándonos que es casi imposible pensar un discurso verdaderamente libre, sin limitaciones como las que él mismo llegó a describir. Quizás, no haya discurso sin poder, porque el discurso necesita un orden, es decir, un ritual. ¿Qué sería de esta ponencia sin micrófono, sin autor, sin público, sin un espacio, sin silencios? Parece ser que es necesaria una institución que le otorgue orden al discurso, antes de que éste entre en escena, para someterlo a las formas ritualizadas que se encargan de imponer todas las medidas necesarias para que él sea posible.[1] En efecto, se dice entonces que sería en vano intentar separar el discurso del poder y que la tarea consistiría en averiguar cómo las «formas ritualizadas» afectan al discurso, cómo logran ejercer poder y limitarlo. Por supuesto, aunque se asuma que el ritual no pretende ejercer poder, sería un apriorismo creer que no hay coerción, es decir, asegurar que el discurso se mueve libremente dentro de tales formas institucionalizadas que siempre actúan con una presunta buena voluntad. Así pues, con el poder, el discurso llega después, comienza muy tarde, debido a las limitaciones que ponen las condiciones de su producción.

Según Foucault, destacan tres procedimientos de limitación del discurso: la función de autor, las sociedades discursivas y la voluntad de verdad. En primer lugar, el autor limita al discurso, le da unidad y coherencia, en tanto que se comprende como autoridad discursiva, afectando directamente al derecho de réplica, eligiendo quién o no está autorizado a decir algo con relación al discurso que de antemano posee una propiedad o, mejor dicho, una identidad. En segundo lugar, la autoría no podría desarrollarse sin la compañía de una sociedad discursiva que resguarda, delimita y cierra el discurso a ciertas disciplinas y determina las reglas para su producción. Finalmente, la voluntad de verdad trae consigo el apriorismo de una buena voluntad del pensamiento, esto significa negar la diversidad de discursos, es decir, afirmar que sólo un discurso es verdadero y que el otro será necesariamente falso. Según Foucault, todos estos procedimientos de limitación que regulan y normalizan la actividad discursiva, surgen debido al temor que se tiene a la proliferación indefinida de los discursos. En efecto, se trata de «dominar –dice Foucault– el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad», mediante procedimientos de exclusión que mantengan el discurso controlado, seleccionado y redistribuido. [2]

Por supuesto, no es ocioso traer a colación el discurso de Foucault, no para darle mayor autoridad a este escrito, claro está, sino para describir o hacer un esfuerzo de comparación de lo que está sucediendo con Internet y las redes sociales. De ahí que nuestra tarea consista en preguntarnos hasta dónde podemos afirmar una libertad discursiva en esta tecnología que apenas comienza.

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Como bien sabemos, las redes sociales han tenido gran popularidad en México y nos han prometido, sobre todo a las humanidades, una manera más sencilla de divulgación que trae consigo mayor impacto y alcance. En general, son incontables las ventajas que tenemos al utilizar herramientas como las que nos ofrece internet. Por ejemplo, podemos tener sitios web personales sin conocer a fondo lenguajes de marcado (como HTML, XML, XHTML) y sin saber, en lo absoluto, lenguajes de programación (como PHP, JavaScript, Ruby, ASP); también, de manera gratuita o con el mínimo presupuesto, podemos tener un espacio en la red y expresar nuestras inquietudes; además, perteneciendo a una red social podemos ampliar y extender nuestros propósitos culturales, desconociendo el alcance que pueden tener nuestros pensamientos. Lo anterior refiere sólo a algunas características de la Web 2.0 que nos permiten, no sólo divulgar la filosofía y las humanidades, sino también promover la participación colectiva, es decir, promover el carácter social.

Como con cualquier nueva tecnología, la promesa es inminente y la apuesta es altamente considerable. Parece ser que internet ha sido la tecnología que esperábamos: un modelo perfecto de divulgación, transmisión y construcción social del conocimiento. Con la Web 2.0 un filósofo, teniendo su sitio personal o participando en redes sociales, puede difundir su filosofía sin tapujos, dar a conocer sus pensamientos sin censuras de ningún tipo y divulgar la filosofía a cualquier persona sin ninguna mediación. En general, no encontramos con las publicaciones digitales algún tipo de institución o aparato de control que limite directamente lo que alguien expresa.

No existe el procedimiento de limitación del discurso de una autoría, porque en cierta medida no es posible llevarla a cabo con las redes sociales al haber puro anonimato; que un chiste acerca del alcoholismo del presidente Felipe Calderón se difunda y aparezca en todos los perfiles de Facebook o de Twitter, es el ejemplo perfecto de una autoría puesta en duda. Poco interesa preguntarse quién fue el creativo del chiste, porque no tiene importancia saber quién comenta, quién difunde, quién ignora, ni siquiera quién se infarta de risa. En efecto, las publicaciones y los comentarios pueden ser reproducidos o repetidos sin que sepamos el alcance que puede tener nuestra opinión, pero decir “opinión” es sólo una manera de hablar, en la insistencia ingenua de no perder un origen, una autoría, un comienzo, es decir, una identidad o propiedad que ahora se vuelven imposibles de defender.  Asimismo, con las redes sociales y con la publicación en sitios personales no puede sostenerse una sociedad disciplinaria que continuamente lleve a cabo una «vigilancia epistemológica»: la transmisión del conocimiento en las redes sociales contiene el carácter aleatorio del discurso, no existe una coerción disciplinaria que lo obligue a censurarlo. Tampoco podemos sostener la buena voluntad del pensamiento que se cree inherente en el discurso, porque hay multiplicidades de comentarios en la red, de los que poco interesa su verdad o falsedad. En efecto, el comentario en las redes sociales puede definirse extrañamente como lo hace Foucault:

El comentario conjura el azar del discurso al tenerlo en cuenta: permite decir otra cosa aparte del texto mismo, pero con la condición de que sea ese mismo texto el que se diga, y en cierta forma, el que se realice. La multiplicidad abierta, el azar, son transferidos, desprovistos, por el principio del comentario, de aquello que habría peligro si se dijese, sobre el número, la forma, la máscara, la circunstancia de la repetición. Lo bueno no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno.[3]

No sólo podemos emitir opiniones y comentarios sin que seamos censurados, decir lo que queramos en nuestro perfil de Facebook o Twitter, sino que tenemos la posibilidad de construir conocimientos socialmente sobre la base de breves comentarios que se repiten y proliferan indefinidamente. Que un comentario en Twitter pueda repetirse indefinidamente con retweets, quiere decir que nos encontramos sobre la base de una totalidad que no puede medirse, donde tendremos por resultado impredecibilidad, emergencia, acontecimiento. En efecto, pareciera que no existe ningún procedimiento o ritual para hacer comentarios en Internet, ni para publicar, ni tampoco para visitar los sitios web que queramos.

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Ahora bien, como clásicamente sabemos, toda tecnología es un medio y, siendo un puro instrumento, no tendría por qué participar en sí misma en la constitución de los fines. Por eso, es importante señalar que no es posible asegurar una moralidad inherente a la tecnología a la cual nos referimos, es decir, que sea buena o mala por sí misma. No es posible afirmar que ciertas tecnologías posean buena voluntad con relación a lo que transmiten. De ahí que sea importante no olvidar la normalización, la selección, la omisión, la censura, que en ocasiones traen consigo todos los medios de comunicación e información. A pesar de que nos puede ofrecer extraordinarios beneficios en enseñanza, divulgación y difusión, se vuelve necesario tener una actitud expectativa frente a esta tecnología prometedora y reflexionar acerca de los obstáculos que pueden, o que de hecho, limitan la actividad discursiva. Pongamos un ejemplo, ¿acaso no es ya una limitación discursiva que el teclado de la computadora tenga un orden definido, es decir, que inicie con las teclas QWERTY, así como las distancias que hay entre nuestros dedos al momento de escribir?

Quizás, sin pretender caer en la paranoia o en el pesimismo, la libertad discursiva se debe a sólo un momento crucial en esta era digital. Aún recuerdo la promesa, cada vez más perdida, de la televisión en transmitir información sin mediación, es decir, en directo y objetivamente; sabemos que en toda selección existe una omisión y, por tanto, una censura; sabemos que el tiempo en la televisión es tan corto que es inevitable seleccionar información; sabemos que la democracia no puede comprenderse dentro de la televisión y aún así se nos hace creer siempre que el público es el que pone los contenidos televisivos. Sin duda, la filosofía necesita tener incidencia en los cambios tecnológicos más incomprensibles, no sólo debe interesarse en la divulgación y promoción de contenidos filosóficos, sino en todos estos procedimientos que pueden limitar y normalizar el discurso.

Ya sabemos que la característica principal de la Web 2.0 es que el usuario tiene mayor importancia, no sólo porque hacia él van enfocadas las aplicaciones, sino porque su participación es clave en todo este movimiento.[4] Por eso las redes sociales han tenido un papel fundamental, esto quiere decir que el usuario final tendrá más interactividad y tendrá mayor participación en la conformación de un sitio web. Con el paso del tiempo la idea de comunidad ha tenido mucha importancia, no sólo en la conformación de un grupo de amigos con Facebook o Twitter, sino también con lo que vino a llamarse en algún momento la «inteligencia colectiva», con las Wikis como Wikipedia y con los marcadores sociales como Delicious, donde se mantenía y actualizaba información de una manera más orgánica y natural, conforme a las decisiones de la comunidad. Actualmente, que no exista en general ninguna limitación directa del discurso como las que hemos mencionado, se debe al carácter social y colectivo que trae consigo la definición de la Web 2.0 realizada hace unos años por la W3C (World Wide Web Consortium); un consorcio internacional que, a pesar de estar descentralizado, determina la dirección de la Web produciendo recomendaciones y sugerencias en torno a los cambios que la red ha sufrido.[5]

No cabe duda que las redes sociales confirman un medio eficiente e instantáneo de comunicación masiva, que permite organizar a la gente para determinados propósitos; por ejemplo, hace poco se aseguraba en la red que sin Facebook no hubiera existido la revolución egipcia y el derrocamiento de la dictadura de Mubarak.[6] Pero, hace unos días (01/03/2011) Facebook comenzó a implementar un nuevo sistema de comentarios por relevancia social, que permitirá ordenar por prestigio un comentario, es decir, ordenar según el número de likes que tiene cada comentario.[7] Enseguida, no sólo se reportó una baja en los comentarios, sino que el sistema podía discriminar y elegir por cuenta propia cuáles eran los comentarios de mejor calidad y cuáles no eran ofensivos.[8] Por supuesto, aquí caben las siguientes preguntas: ¿en serio es posible determinar un patrón social para regular, normalizar, seleccionar y distribuir ciertos comentarios? ¿existe buena voluntad en el sistema de comentarios de Facebook o en otros sistemas desarrollados en la red que tienen que ver con selección, inserción y eliminación de contenidos? En efecto, no sabemos quién podrá determinar cuáles son los buenos y los malos comentarios, ni tampoco a qué tipo de regulación nos podemos estar enfrentando.

La regulación de comentarios en Facebook es sólo un ejemplo de cómo puede la «inteligencia colectiva» mantener y actualizar información de un sitio web; pero, también puede ofrecer parámetros y algoritmos que sistemas inteligentes pueden emplear para adivinar decisiones de una comunidad. Aquí parece haber un cambio, un salto de lo social a lo artificial, una transición paulatina a otra nueva organización. Ahora bien, cabe decir al respecto que hace no mucho tiempo hubo especulaciones sobre la nueva versión Web 3.0 y, aunque aún siga en debate la definición más adecuada, en general podemos decir que la tercera versión consistiría en la realización de la web semántica, término clave que evoca todas las intenciones en desarrollar inteligencia artificial.[9] Con ingenuidad e inocencia la W3C dice que la web semántica es una web «dotada de mayor significado en la que cualquier usuario en Internet podrá encontrar respuestas a sus preguntas de forma más rápida y sencilla gracias a una información mejor definida», también dice que «al dotar a la Web de más significado y, por lo tanto, de más semántica, se pueden obtener soluciones a problemas habituales en la búsqueda de información gracias a la utilización de una infraestructura común, mediante la cual, es posible compartir, procesar y transferir información de forma sencilla», así para resolver el futuro problema de la «sobrecarga de información y heterogeneidad de fuentes de información con el consiguiente problema de interoperabilidad».[10] ¿Acaso lo anterior no es el principio de una exclusión a cierta información y a ciertas fuentes de información? No cabe duda que el papel del filósofo es crucial en estas transiciones, en todas estas intenciones se seleccionar, omitir, censurar y distribuir contenidos digitales, es decir, todos estos deseos de limitar la actividad discursiva. El filósofo no sólo tiene que hacer uso de esta fabulosa herramienta, sino tiene que defender y hacer posible la proliferación del discurso, cuidando no caer en la mera utilidad y no siendo ingenuo ante los posibles obstáculos que pueden limitar el discurso.

¿Cuál será el futuro de la filosofíaa, ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽o grandes rivales como la sociologican rivaleslos medios de informaciidos digitales.omunidad.erta, el azar son transfe con todos estos cambios que se esperan en Internet? Tal vez, como dice Gilles Deleuze, el amigo o el amante como pretendiente implica rivales, por eso la filosofía que es amiga de la sabiduría ha tenido a lo largo del tiempo grandes rivales como la sociología, la lingüística, el psicoanálisis. En efecto, ahora se ha llegado al «colmo de la vergüenza –dice Deleuze– cuando la informática, la mercadotecnia, el diseño, la publicidad, todas las disciplinas de la comunicación se apoderaron de la propia palabra concepto».[11] Algo parecido sucede ahora con la era digital. Quizás nos estemos enfrentando al rival de la informática que en los últimos años ha pretendido crear ontologías para implementarlas en webs semánticas a miras de la inteligencia artificial. En cierta medida, la disci

﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽losofa divulgacitiral;a pol ha ido sustrayendomedida, la Informormaciidos digitales.omunidad.erta, el azar son transfeplina de la informática poco a poco se ha adueñado de la palabra “ontología”, acción que puede originar un problema con la figura social del filósofo. La filosofía necesita enfrentarse a estos rivales, para no convertirse en programadora de mundos ficticios, de universos posibles que tienen por finalidad la mera utilidad y no la de promover la reflexión y la vocación filosóficas. En efecto, lo que ahora pensamos como prometedor puede ser el inicio de una tecnología próxima a viciarse si no hacemos algo al respecto, como ha pasado con otros medios de información; por un lado, la democratización de la actividad discursiva es posible con las redes sociales, pero, por otro lado, debido al carácter social, han surgido intenciones de normalizar y restringir la libertad discursiva mediante inteligencia artificial basada en patrones y algoritmos.

No cabe duda que el porvenir de la filosofía es totalmente incierto. Por eso se vuelve necesario tener una actitud expectativa ante la utilización de nuevas herramientas y ante los cambios tecnológicos que podrían afectar la figura social del filósofo y a la filosofía en general, en cuanto el problema político y social de la filosofía y en cuanto a la coerción de los medios de información en la producción discursiva.

[1] Foucault, Michel. El orden del discurso. Editorial Tusquets, Buenos Aires, 1992.  Pp. 9-10

2 Ibíd. P. 11.

3 Ibíd. P. 24.

4 http://es.wikipedia.org/wiki/Web_2.0

5 http://es.wikipedia.org/wiki/World_Wide_Web_Consortium

6 http://alt1040.com/2011/02/facebook-esa-nueva-arma-que-los-dictadores-no-saben-usar

7 http://alt1040.com/2011/03/facebook-implementa-comentarios-por-relevancia-social

8 http://alt1040.com/2011/03/sirve-demasiado-bien-sistema-comentarios-facebook

9 http://es.wikipedia.org/wiki/Web_3.0

10 http://www.w3c.es/divulgacion/guiasbreves/websemantica

11 Deleuze, Gilles. ¿Qué es la filosofía?. Editorial Anagrama, Barcelona, 2005. P.16.