El papel es evidentemente el «asunto» finito de un campo circunscrito,
en el tiempo y en el espacio, de una hegemonía que delimita una época
en la historia de la técnica y en la historia de la humanidad.
Jacques Derrida
A lo largo de su historia, la filosofía ha tenido una relación compleja (y muchas veces paradójica) con sus distintos soportes, esto es, con el espacio gráfico de su inscripción temporal. Pues resulta evidente que la tradición filosófica ha sido participe de un proceso histórico que ha desembocado, al menos de manera predominante, en la traslación de sus distintas manifestaciones al espacio gráfico de lo escrito; razón por la cual, el lugar que ocupa la filosofía hoy en día dentro de la cultura, pero sobre todo de la vida académica, ha sido reducido, e incluso subordinado a la hegemonía del libro y al uso del papel impreso. De tal manera que dicha concepción presupone que la filosofía no podría existir fuera de estos límites; en otras palabras que no habría un más allá del papel y de la imprenta para la filosofía. Esto, ha generado un fuerte rechazo de las distintas funciones y herramientas que nos proporciona Internet no obstante que esto se dé, en bastantes ocasiones, a partir de argumentos reduccionistas junto con una visión sensiblera de la lectura[i]. De modo que no resultará casual que, las principales herramientas digitales utilizadas por los filósofos, busquen asemejarse a la estructura del libro impreso: a saber archivos como .pdf y.doc, o bien blogs, los cuales nos presentan la mera reproducción, gracias al “copiado” y “pegado” de un texto ya impreso o producido con vistas a ello; pasando por alto las múltiples ventajas que pueden brindar las redes digitales al terreno de las humanidades en general. Al respecto podemos observar lo que dice el filósofo argentino Horacio Potel, creador y administrador de los sitios electrónicos sobre Heidegger, Nietzsche y Derrida[ii]:
El fantasma del libro habita también los mismos programas editores de texto digital que hablan de y producen supuestas «páginas», «márgenes», «párrafos», etc. El mismo mecanismo en la elección de formatos que como el PDF, producen fantasmas de libros, copias digitales exactas del libro de papel, olvidando las necesidades y las posibilidades del nuevo soporte en la nostalgia de la presencia perdida, estos formatos están dominando y desplazando de la publicación de textos académicos a otros muchos más flexibles y abiertos pero que no se conforman tan fácilmente a la forma canónica, a la seriedad académica del papel[iii].
Internet se nos presenta pues, como la posibilidad de un nuevo soporte que puede, en efecto, trastocar la manera en la que se ha elaborado y organizado la historia de la filosofía: esto quiere decir, como la producción de textos cerrados, que poseen cierta unidad de sentido y se encuentran delimitados por la economía del papel. En contraste con dicha tradición, los nuevos soportes de inscripción que se incorporan a la red, cuestionan “la seriedad académica del papel”, la centralización autoría (y por ello mismo la noción de “propiedad intelectual”), e incluso las relaciones entre producción y distribución de los textos filosóficos, constitutivas de la industria cultural del libro. Este fenómeno se manifiesta en la fractura de los márgenes del texto a partir de dos instancias: la primera de ellas consiste en las enormes facilidades que existen, para su reproductibilidad y difusión dentro de la red; la segunda reside en la variedad de herramientas que permiten transformar la figura del lector pasivo como son: (meta)buscadores, hipervínculos y marcadores que no sólo permiten acceso a grandes cantidades de información, sino que además generan un constante debate acerca de sus propios contenidos, o de su conformación (como es el caso de las distintas redes de wikis, por ejemplo). Es por ello que debemos reaccionar ante la negación de una posibilidad, a saber, de la filosofía inscrita dentro del espacio gráfico, o bien virtual, de la red (ya sea digital, inalámbrica, social, etc.); buscando la manera de incorporar la reflexión filosófica dentro de las distintas instancias de la red de redes.
Pues aun cuando el terreno de lo digital no se encuentre exento de los intereses políticos y económicos; la reproductibilidad técnica de los textos digitales representa una posibilidad que permite al filósofo romper una barrera a favor de la difusión y de la reflexión filosófica en línea, de manera independiente al texto impreso (no obstante esto no significa necesariamente opuesta, sino tal vez complementaria). Sin embargo, no se trata solamente la cuestión del fin del libro, ni siquiera de los diversos cambios que se han generado a partir de los nuevos protocolos de lectura; en cambio, se trata de reconocer que la escritura electrónica, ofrece “capacidades de resistencia, de reproducción, de circulación, de multiplicación y, por consiguiente, de supervivencia que le están prohibidas a la cultura del papel”[iv]. Razón por la cual debemos explorar las distintas herramientas dentro de la red, que están a disposición de quien así lo pretenda. En primer lugar, debido a las facilidades técnicas que nos brindan día con día, cómo lo son bibliotecas digitales junto con el enorme acervo que existe de textos en línea; los cuales se han vuelto imprescindibles para estudiantes así como para académicos debido a las facilidades que significa para el trabajo de textos electrónicos (por no hablar del acceso que se tiene de las ediciones agotadas, textos incunables e importados, especialmente en el caso que sean de otras lenguas; todos ellos prácticamente inaccesibles para los estudiantes y un tanto menos para profesores). En segundo, podemos dar cuenta de cómo su estructura favorece la realización de debates y polémicas entre pensadores (ya sea en tiempo real o no). Inclusive, uno de los usos más importantes dentro de la Red es que, no solo posee medios que favorezcan la difusión y enseñanza de la filosofía, sino que de hecho amplía los espacios de reflexión filosófica en los medios digitales distintos al escrito, como puede ser foros de discusión, entrevistas, así como el desarrollo de cápsulas (ya sean radiales o bien audiovisuales). Lo cual posibilita el contacto entre filósofos de distintas universidades al mismo tiempo que estimula la colaboración con otras disciplinas.
Por otra parte, si bien gran parte de las críticas que se le hacen a los usos de la Red tienen que ver con los contenidos manifiestos ahí, sería necesario detenerse para señalar que esto representa una problemática que ya se manifiesta dentro del mundo del libro y se sobre dimensiona a partir de la capacidad de iterabilidad manifiesta en Internet. De manera que nos encontramos ante un doble filo que constituye la estructura misma de la Red: ya que por una parte nos enfrentamos con la sobreexplotación y diseminación de contenidos acríticos y triviales; pero, del mismo modo, Internet posibilita una forma de memoria colectiva que nos permite cuestionar las viejas formas del archivo, la academia, el espacio público, la democracia y de la soberanía y de la cultura. Precisamente, como nos recuerda Potel:
Esta deslocación generalizada [la cual casi podríamos llamarle “deconstrucción”] tiene, claro, dos caras: una de ellas nos muestra la transmisión de saberes, discursos, modelos; transmisión acelerada, facilitada, liberada de algunas barreras tradicionales, de algunas gendarmerías y algunas policías, de algunas censuras políticas, económicas, académicas y o editoriales. El archivo se libera y se puede transmitir a velocidad instantánea para su apropiación y debate, más allá de toda frontera estatal[v].
Vamos, es evidente que no se puede pasar por alto (pero sobre todo no se debe negar) los riesgos y dificultades que afrontamos hoy en día al hacer uso de Internet (un uso que, de manera ideal debería resultar libre y democrático, crítico de la información utilizada ahí); particularmente en la medida que se vean involucrados tantos intereses que son expuestos dentro de las políticas empresariales y estatales que buscan reapropiarse de toda la información dispuesta en la red, volviéndonos víctimas de nuestros propios intereses y aficiones. Ahora bien, la dicotomía que aquí hemos querido presentar, muy someramente por cierto, representa la problemática que toda filosofía debe afrontar; esto es, siempre y cuando pretenda tomar en consideración los avances tecnológicos y mediáticos que intervienen de manera irremediable en el entorno político de nuestros días. Sin duda nos enfrentamos ante un reto enorme, que rebasa en principio lo teórico, por lo que nos obliga a cuestionar muchos de nuestros principios frente a la amenaza de “una concentración cada vez más grande de la información y el poder, del poder de la información en corporaciones más allá de cualquier control, que seguirán en su tarea de proliferación de la banalidad en un descontrol del vale todo por un lado, y en un control por el otro cada vez más obsesivo, minucioso, detallado al milímetro y al segundo de la vida y el cuerpo de cada individuo; control disponible hasta en sus menores detalles, a la disposición inmediata de las policías de todo tipo, sean éstas, de control político (seguridad), de control económico (bancos) o de control de la vida («salud» «pública»)”[vi].
Ahora, ¿no sería más bien esta una razón suficiente (o más aun, terriblemente necesaria) para buscar reapropiarse de los espacios de Internet a través de la reflexión de la manera en la cual se produce y difunden contenidos críticos en la Red; más allá de las private policies, del copyright, y en general, del bombardeo del spam y de la información basura?, ¿no debería ser esto, en todo caso, un motivación más grande para que las humanidades busquen la forma de contrarrestar los efectos políticos y económicos que ponen en riesgo el porvenir de las humanidades; particularmente en la medida en que la totalidad del mundo, virtual y físico, pretenda ser reducido a meros datos mercadotécnicos y de control jurídico, por no decir totalitario? Pues bien, parece ser que la única manera de responder ante tales dificultades, tiene que darse, necesariamente, a partir de una labor incansable de (re)apropiación del espacio virtual; basada en la reflexión crítica y el cuestionamiento de las formas tradicionales de producción y re-transmisión del saber, dentro y fuera de la academia, particularmente en lo referente a la relación entre los espacios público y privado de nuestra sociedad.
[i] Cabe señalar que esto no sería de ningún modo fortuito desde la perspectiva de Jacques Derrida, quien sostiene que el rechazo hacia lo digital conforma, en varios sentidos, un simple remedo de gestos análogos (como lo es la crítica platónica frente a la escritura, en favor de la filosofía oral); inserto dentro de la cadena de dualismos que subsisten en la Metafísica y la Ontología. Cf. Jacques Derrida, De la gramatología. Tr. O. Del Barco y C. Ceretti, México: Siglo XXI, 1998, capítulos 1 y 2.
[ii] Cf. Las direcciones de los sitios electrónicos de Potel sobre Heidegger, Nietzsche y Derrida, respectivamente: http://www.heideggeriana.com.ar/, http://www.nietzscheana.com.ar/ y http://www.jacquesderrida.com.ar/.
[iii] Horacio Potel, “Nietzsche y Derrida en la Red” en Mónica Cragnolini (ed.), Por amor a Derrida. Buenos Aires: Ediciones La Cebra, 2008. Cf. edición digital en: http://www.jacquesderrida.com.ar/comentarios/nietzsche-derrida-web.htm.
[iv] Jacques Derrida, “el papel o yo, ¡qué quiere que le diga! (nuevas especulaciones sobre un lujo de los pobres) en Les Cahiers de Médiologie 4. Pouvoirs du papier (segundo semestre de 1997). Tr. Cristina de Peretti y Paco Vidarte. Cf. Edición digital en: http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/papel_o_yo.htm
[v] Horacio Potel, “Nietzsche y Derrida en la Red” en Ed. Cit. (subrayado mío)
[vi] Ibídem.