Libros álbum ilustrados: trascendencias imaginarias

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Libros álbum ilustrados: trascendencias imaginarias

{…} un puro sí que se expande en lo inmediato {…}

M. Blanchot

Imagino varios lienzos blancos. Pequeños, como de 10 x 10 cm. Imprimados cuidadosamente. Listos para recibir una imagen. En el mismo formato, pedazos de papel fabriano, guarro, de algodón. Listos para recibir unas palabras. Los esparzo todos sobre la mesa. Me dispongo a trazar sobre ellos: discurriré a la manera ideal de Benjamin, en una incipiente enunciación de citas, algunas visuales (en algunos casos las describo, en otros las muestro, en otros dejo el lienzo vacío para que cada quien pueda colocar su imagen, en otros casos coloco una específica) y otras escritas. Propias, en su mayoría, y sobre todo por su forma de menciones, breves construcciones, ardides para esbozar y reflexionar sobre ésta mi pasión, los libros álbum ilustrados. Elogiando (sin poder evitarlo, por otra parte) de algún modo la forma en que vivimos en estos tiempos: el pensamiento fragmentado. O como la construcción de otro libro imaginario, e ilustrado, cuyas secciones, sus lienzos, sus pedazos de papel escrito (a mano o impreso) habrá que reunir, pulir, diseñar, componer, coser, encuadernar, para dar una obra final.

Joanna Concejo

Sea pues. En un primer pedazo de papel.

Ya se sabe: desde hace siglos, los primeros hombres y mujeres representando al mundo con imágenes. Sí. Pero buscando simultáneamente cómo inventar el signo, la palabra, el alfabeto, un instrumento cuya representación exprese no sólo el alcance de la mirada sino lo que se enuncia, el habla. Decir lo que se piensa de lo que se ve; y así, entre imagen y palabra, registrar, decir, narrar las historias, cuentas, invenciones de la sociedad, primero, de las personas, más tarde. Es aquí, en esta capitular, donde se inicia el libro ilustrado. Una creación a partir de invenciones. Con una gramática propia de la creación, según la concibe Steiner.

Kaatje Vermeire

Ahora un lienzo. La imagen es una ilustración de Maximilien Le Roy, en su libro Nietzsche. En la página, tamaño carta más o menos, vertical, cuatro rectángulos, todos alineados. El primero, colocado en la parte superior, el más grande, encierra una imagen a color, en distintos tonos de café, donde puede verse sin mucho detalle a Nietzsche, en una habitación llena de libros, recostado en el piso sobre un tapete y apoyado en unos almohadones, fumando del lado una larga pipa, a la luz de dos velas. En el rectángulo de abajo, más angosto, hay un acercamiento al cuerpo, que se ha deslizado detrás de los candelabros (ha cambiado el punto de vista); el color ha desaparecido de casi toda la imagen, y sólo Nietzsche continúa en distintos cafés, sosteniendo la pipa. Abajo, en otro rectángulo aún menor y colocado del lado izquierdo, el enfoque es más cerrado todavía, y ahora vemos con mayor definición la mirada, entre las dos velas exactamente; ya sólo tiene un color café claro en la camisa. A la derecha, en la última imagen de la página, el rectángulo, un poco menor, ya no encierra completamente la silueta: el trazo de dibujo está libre en el espacio de la página; vemos ahora en primer plano todo el rostro de Nietzsche, los ojos perdidos, la barba crecida y desaliñada. Ya no hay color alguno, todo es línea negra sobre el blanco.

Maximilien Le Roy

Un pedazo de papel, de nuevo.

El libro (álbum) ilustrado: esa entidad indefinible que algunos clasifican como género o subgénero, otros como una forma de expresión, otros como un modelo de narratología posmoderna, otros como algo similar a la forma poética.

Un lenguaje propio, digo yo; y por lo tanto, un arte. No un libro con ilustraciones. No simplemente. Sino una afinada experimentación y armonía entre la narrativa que brota de la interpretación recíproca de numerosos lenguajes, los más evidentes el visual (preponderante) y el textual (narrativo o enunciativo, explícito o subyacente), pero también los teatrales, los cinematográficos, los musicales, los tipográficos. Una obra que se distingue por sus elementos en diálogo, su interdependencia, su contrapunto, su formato y su poligamia. La obra de arte. Una creación. En última instancia, indefinible.

Aquí un nuevo lienzo. Elija su propia imagen.

Más papel.

Quizá es hora de inventarle otro nombre. Picture Book, Libri de imagini… ninguno es claro, y la confusión se hace mayor, porque casi nadie, salvo los avocados a su realización y estudio, conoce ni reconoce (no hasta que la entiende, if) la diferencia entre unos y otros, es decir, entre los libros álbum ilustrados y los libros ilustrados.

El nombre de álbum nunca me ha parecido fascinante pero tiene cierta precisión porque remite a su condición editorial (“encerado blanco”, libro en blanco, encuadernado con más o menos lujo, cuyas hojas se llenan con breves composiciones literarias, sentencias, máximas, piezas de música, firmas, retratos). Finalmente, es un arte objeto editorial, cuyas posibilidades sólo se concretan en esa forma. Por eso repito aquello de la poligamia: no basta el autor, el autor ilustrador; deben sumarse a su creación –ya sea en espíritu o en carne y hueso–, el tipógrafo, el editor, el director de arte, el diseñador, el impresor. Artes y oficios que todas reunidas crean el libro álbum ilustrado.

Sobre otro de los lienzos.

Esta imagen es la portada de un libro.

Es un dibujo a lápiz, lápices finos, de punta filosa.

Isidro Ferrer

Al centro, un traje sastre gris oscuro de niño viste a un árbol: por el cuello emergen ramas con hojas, algunas muy sutilmente coloreadas de verde. De las mangas no sale nada; son mancas. Por los pantalones cortos emergen 5 patas, ramitas de árbol, un poco torcidas. Todo el fondo es una especie de papel kraft, tenue. La ilustración sólo ocupa el centro de la página. Todo lo demás, salvo algunos rayones, sutiles, apenas visibles, un par de letras, a y z, apenas visibles también y trazadas en esmerada caligrafía, está vacío.

Abajo el título: Humo.

Antón Fortes y Joanna Concejo.

Todo arte supone una pregunta, y en su caso, una respuesta. O bien formula la pregunta (aunque ya sabe la respuesta, dice Lacan) o bien lanza la interrogante porque la considera fundamental. En otro escenario, nos propone una respuesta. Todos sabemos, sin embargo, que la lectura (el proceso de significación y comprensión de algún tipo de información y/o ideas) es un acto subjetivo, y que cada cual leerá su propia pregunta o su respuesta (incluidas las de “qué demonios quiso decir con esto” o bien “esto es una porquería”). Un libro álbum ilustrado propone. Tienes sus razones para hacerlo: el artista (el escritor, el ilustrador, el editor como director de orquesta) que lo ha hecho busca que así sea.

(Digo lectura y no interpretación, causalmente, porque estoy hablando de libros. Y enfatizo el sentido de significación para alejarme de la “promoción lectora” y deslindarme, en este espacio al menos, de la vituperación de las bondades de leer.)

Apunte.

No son libros que aclaren la información del texto a través de los dibujos, ni tampoco libros de dibujos que repliquen lo que en el texto se dice. Pero esa fórmula no quiere decir nada: el arte consiste en que crean nuevas redes de sentido. El sentido, en el acto creativo, se busca o se otorga.

Otro apunte.

Un origen de los libros ilustrados. Todo tenía ilustraciones: piedras, cueros, pergaminos, papiros. Los chinos, el papel. Siglos después los manuscritos de monjes con capitulares y márgenes floridos. Los talleres de ilustración del imperio otomano. Pienso, por ejemplo, en la desaparición del anonimato en el arte y la invención del concepto del “autor”. El arte que se hace y crea dentro y fuera de las instituciones (religiosas, políticas). La invención de la imprenta: las ilustraciones se eliminaron por problemas técnicos, digamos, y no fue sino hasta mucho después que se volvieron a usar los grabados para “ilustrar” artísticamente, aunque más bien se comenzó a perfilar el uso de los “dibujos” para fines didácticos y, por ende, pedagógicos, aunados a la invención del concepto de infancia.

Michael Sowa

Hasta hace relativamente poco. No más de 60 años. Pero todos sabemos que en 60 años el mundo ha cambiado más que en los dos siglos anteriores. Por eso lo de relativamente. Pero toda esa es una larga y compleja historia imposible de detallar aquí aunque evoco porque en algún punto en algún momento (entendido el momento como un instante expansivo sumado de múltiples pequeños hechos) se comenzaron a hacer libros álbum ilustrados, predominantemente en el campo de los niños y jóvenes, quizás porque se asociaba naturalmente la idea de “libro ilustrado” a “libro para niños” (como frecuentemente se sigue haciendo hoy en día) o quizás porque el espacio tanto para su creación como para su recepción entre ese público fue de total libertad. Pero hace unos cuantos años ese terreno de lo ilustrado avanzó al público adulto. Libros ilustrados para adultos (que dicho así suena a clasificación “c”). No sólo la fascinante “narrativa gráfica”, otro inclasificable, y su influencia: libros álbum ilustrados que, de forma natural, comenzaron a ilustrarse y escribirse en otro lenguaje, hablando de otras inquietudes, escapando de paradigmas y clasificaciones lectoras, cruzando la línea del territorio de los pequeños lectores y aventándose al abismo de los grandes lectores (de otras habilidades y competencias lectoras, con un bagaje histórico, literario y estético más cargado). Arte. Autores-ilustradores. Editores. El predominio de la cultura visual nos ha devuelto, vicios y virtudes, los libros álbum ilustrados.

Aquí un lienzo en blanco. Parece haber muchas posibles imágenes para plasmar.

Papel.

El libro álbum ilustrado, como concepto, no es nada en sí mismo, no existe, hasta que abrimos un libro y éste lo encarna. Así, no se puede crear un libro álbum ilustrado si no se es artista: ya se ha dicho, el uso de los óleos no hace al pintor. Como antes se decía de los poetas, ahora se dice de los ilustradores: levantas una piedra y aparece uno. De todos podría decirse. De los editores. De los autores.

            Es imprescindible deshacerse-apartarse de la obra complaciente en pos de productos funcionales, en gremios que cobijan manufacturas vacías, acomodaticias, repetitivas.

Un pedazo más de papel. Bien cortado, grueso.

“Un entender no entendiendo, toda ciencia trascendiendo” es quizá uno de mis versos amados. Mío y de tantos, quizás porque condensa una verdad por todos sabida, una verdad que constituye una de las vivencias más lúcidas en nuestro haber. La razón sin razón que arroja el fragmento del poema del místico Juan de Yépez ejecuta una danza con el principio hegeliano sobre la verdadera experiencia: aquello que nos hace sentido y nos toca: lo que “entendemos”, lo que “nosotros concluimos” más allá de lo dicho. Eso es, exactamente, el proceso cognitivo que implica y sucede en el libro álbum ilustrado.

       Cuando Wittgenstein dice que “los hechos del mundo no son, ni nunca serán, “todo lo que hay””, no pienso tanto en la concepción de la realidad ni en una “otredad” sino en una indecible relación entre los elementos que les otorga su condición, cambiante a cada momento, y que la interpretación de semejante polifonía sólo es posible, justamente, a través de la experiencia. En particular me refiero a la experiencia lectora y estética de los libros álbum ilustrados, por la intrínseca cualidad de meta lecturas cuya condición interdisciplinaria y su interpretación implica, por el proceso de sinapsis que injieren, por el montage mental que palabra imagen palabra proponen. La experiencia, uno de los ejes de la existencia humana y elemento definitorio de la cultura, es un tejido amorfo en constante elaboración a partir de infinitos hilos, de urdimbre fuertísima y a la vez delicada, que define el ser.

Aún papel

Una obra de arte, un libro álbum ilustrado, no busca ni tiene ninguna intención pedagógica ni moralizante, en ningún momento (el aprendizaje es harina de otro costal).

     El libro álbum ilustrado como una premisa donde se ejerce y se transforma la experiencia lectora y estética en una época en donde la experiencia no tiene valor alguno: donde el ready made sustituye cualquier esfuerzo conceptual. Como una ventana de propuestas híbridas arte experiencia práctica aprendizaje donde, en la sustancia, encontramos una forma de decir otra cosa qué decir, que no es ni azul ni blanco sólo tal vez un tanto celeste.

Otra imagen, un papel en este caso.

Un grabado. Pequeño, tamaño postal. Trazos esbozados. Negro sobre un papel amarillento. Abajo, abarcando en una curva el ángulo derecho de la página, un pedazo de tierra, o suelo. Sobre éste, en el extremo derecho, una pareja: uno abraza al otro y ambos parecieran estar observando al personaje que, un poco más a la izquierda de ellos, ha colocado y comienza a escalar una escalera que asciende por el cielo (un escrache de rayas negras que conforma casi todo el resto del grabado, con algunos puntos blancos que son las estrellas) hasta recargarse en una luna creciente, situada en el extremo superior izquierdo. Abajo del grabado, sobre el papel, a la izquierda, el número 9. Al centro, el título: I want! I want!

Más abajo: Pub by W. Blake, 17 may 1973.