Nietzsche: ensayo de contraidealismo

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Nietzsche: ensayo de contraidealismo

En la mente occidental no hay gesto, acto y sentimiento que no tenga que pasar por la criba del pensamiento. Nuestra mente copernicana aceptó, sin más, que el sujeto y su sentido es el fin de la naturaleza y de la historia, que él la construye. De ahí, que el sujeto aparezca como alguien movilizado, propulsado, echado a andar, gracias a la razón, motor de progreso. Esta labor futurizadora de la razón ha llevado a ser al pensamiento y a nosotros mismos allendistas, teleológicos, extrañados del momento y de la realidad. Nos volvió seres que deambulan de inquietud en inquietud, de preocupación en preocupación. No es extraño que los denunciantes de la razón hayan crecido de siglo en siglo hasta convertirse la filosofía en una filosofía que va más allá de la filosofía, pues estos denunciantes pensarán que ni la vida, ni el ser, ni el hay sean subsidirios de la razón: no admitirán que la vida ni el ser sea suplemento de la razón. De ahí el intento de muchos de hacer una perforación en la filosofía, de atravesarla de experiencia, de lenguaje vivo, de experiencia humana, prefilosófica y prereflexiva, porque es ahí donde crece lo que hay que pensar, lo que hay que dilucidar, el verdadero pensamiento, y también las verdaderas categorías.

 

El lugar de Nietzsche en el pensamiento es tal que se rehusó de manera radical a ser un constructor de trasmundos, y a dar cuenta de nuestra imposibilidad para justificar la existencia y afirmarla como tal. Se dio cuenta de que somos capaces de todo por no ver este como tal lleno de vida, muerte, cambio y devenir, porque la metafísica es ese esfuerzo de no ver la vida tal y como es. En los fragmentos póstumos Nietzsche lanza esta tentativa: “Pensemos este pensamiento en su forma más terrible, la existencia, tal como es, sin sentido y sin meta, pero retornando inevitablemente: <>”.[1] “Tal y como es” es un fórmula locucionaria que al aparecer en quien verdaderamente la pronuncia, se vuelve símbolo de un desprendimiento de la subjetividad incondicionada, hasta entonces condición de posibilidad de la vida y del ser.  Nietzsche pensaba que el mismo Spinoza intentó pensar la existencia tal y como es, y para ello, la pensó sin bien y sin mal, pues Spinoza conservó a Dios a condición de conservar un mundo antes de la razón. Dice Nietzsche Spinoza es el intento “de darse por satisfecho con el mundo tal cual es”.[2]

 

“Tal y como es” verdaderamente pronunciado y dicho es signo de un desprendimiento de la actividad judicativa. Pues bien, una de las frases rectoras del último Nietzsche, es:  la realidad tal como ella es.[3]

Para el Nietzsche de los años 87-88 tanto en fragmentos póstumos como en obras publicadas, de la perpetua huida del como tal de la vida y de la muerte emergen toda clase de patologías a las que la razón conduce, cuya estructura fundamental es: “el deseo-de-ser-de-otro-modo y de estar-en-otro-lugar”,[4] esto es, no estar en cualquier lugar donde uno se encuentre, desubicar-poner fuera de sí y más allá de sí, huir de la realidad y volvernos seres incapaces para concebir la realidad tal y como ella es. Desrealizar es nuestra tarea y no ser la realidad misma, volverse reales. Más bien, el hombre occidental es el objetor de la realidad, es el experto en crear los argumentos en contra de lo que es y crear los objetos fruto y causa de sus objeciones, siendo el concepto Dios la gran objeción contra la existencia. La razón y su eterna actitud de defensa hacen que precisamente dominen los pros y los contras, el mejor esto que aquello, y no el fin superior del momento.[5] Para Nietzsche todo lo que nos aleja del momento es debilitante. La razón no deja sin más acercarnos a las cosas y ser uno con ellas, transformándose esta reserva en fuente permanente de descontento e insatisfacción. La razón y sus conceptos tienen el poder de extraernos del ahora y del aquí de nuestra vida, de nuestra raíz propiamente dicha, debilitándonos. Pensémoslo: sentido, meta, finalidad, intención, objetivo, nos arrastran lejos de nuestra vida y nos transforman en seres sombríos  y debilitados, recordemos la frase póstuma de Nietzsche: “[…] la creencia en las categorías de la razón es la causa del nihilismo; hemos medido el valor del mundo por categorías que se refieren a un mundo puramente ficticio”.[6] Y al pensar que la vida se ejerce de acuerdo a planes y anticipaciones nos perdemos de la posibilidad de volvernos reales, mundanizarnos a cada momento, es decir, inscribirnos en la realidad, liarnos con las cosas, con lo que sucede, materializarnos. Y en este sentido el único principio de realidad y ámbito del como tal que Nietzsche conoce es Dioniso que en cuanto ámbito de nacimiento, crecimiento, sexualidad es la máxima sincronía cuerpo-momento creada por su pensamiento.  Por el contrario, el principio de no realidad de nuestra razón con su  idealismo nos debilita y enferma, porque ha partido la vida de raíz, porque coloca la vida fuera del eje de la vida. Así que podemos decir que tras esta cartografía de la razón emergida del Crepúsculo de los Ídolos y su crítica a la razón filósofica, de Más allá del bien y del mal y su crítica a los filósofos y a su proceder, y de Genealogía de la moral y su crítica al idealismo que atraviesa prácticas y modos de ser, el pensamiento de  Nietzsche en Anticristo, Ecce Homo y en fragmentos póstumos, busca el acceso al siempre ya del mundo, a la actualidad. Éstas obras constituyen una despedida del idealismo en todas sus formas y manifestaciones, y por lo mismo, ofrece indicaciones para no trascender más. Dice Nietzsche en Ecce Homo: “El conocimiento, el decir sí a la realidad, es una necesidad para el fuerte, así como son una necesidad para el débil, […], la cobardía y la huida frente la realidad -el ideal”.[7]

 

En contraposición al idealismo que atraviesa prácticas y pensamiento, la tarea del pensamiento de Nietzsche desde el Nacimiento de la tragedia hasta el Anticristo es transformar a la filosofía en un movimiento reflexivo de afirmación suprema.  En Así habló Zaratustra, enseñar el sentido de la tierra, descender a la tierra, buscar el pensamiento más abismal desde una voluntad que asiste ahí donde hay ocaso y caer de hojas, ahí donde hay nacimiento y muerte, para dar a luz al supremo decir sí y amén con la experiencia del eterno retorno, constituye en su conjunto el itinerario por el cual Zaratustra  realiza la experiencia de contraidealismo. Por eso para Nietzsche Zaratustra quiere una especie de hombre, aquel que concibe “la realidad tal como ella es: él es suficientemente fuerte para hacerlo, no es una especie de hombre extrañada, alejada de la realidad, es la realidad misma, encierra todavía en sí todo lo terrible y problemático de ésta, sólo así puede el hombre tener grandeza”.[8] No es casual que Nietzsce mismo al concebir a su vez al Zaratustra, hizo que de inmediato este cobrara vida y dijera: ”…y entonces Zaratustra pasó a mi lado”.[9] La experiencia narrativo-simbólica de afirmación de la realidad sin ambages tiene tal lugar en la obra posterior de Nietzsche que Zaratustra llega adquirir el lugar de una realidad efectiva independiente del propio Nietzsche, una ficción que se vuelve más real cuanto más profundiza en los síntomas culturales de la enfermedad del idealismo y cuanto mayor es la necesidad de afirmar la realidad tal cual es. En La genealogía de la moral leemos precisamente la necesidad del retorno de Zaratustra:

Alguna vez, […], tiene que venir a nosotros el hombre redentor, el hombre del gran amor y del gran desprecio, el espíritu creador, al que su fuerza impulsiva aleja una y otra vez de todo apartamiento y todo más allá, cuya soledad es entendida por el pueblo como si fuera una huida de la realidad-: siendo que constituye un hundirse, un enterrarse, un profundizar en la realidad, para extraer alguna vez de ella, cuando retorne a la luz, la redención de la misma, su redención de la maldición que el ideal existente ha lanzado sobre ella [….]

Y añade más adelante:

— […]algo que únicamente le está permitido a uno más joven, a uno más <>, a uno más fuerte que yo,- lo que únicamente le está permitido a Zaratustra, a Zaratustra el ateo.[10]

Precisamente en Genealogía de la moral, Nietzsche avizora que el ideal vuelve contra la vida, al poner la vida en relación con una esfera completamente distinta surge esa voluntad de poder enferma la cual es a la que propiamente se refería Heidegger, pues es ella la que busca apoderarse de la vida. Dice Nietzsche: “el resentimiento de un insaciado instinto y voluntad de poder que quisiera enseñorearse no de algo existente en la vida, sino de la vida, de sus más hondas, fuertes, radicales condiciones”.[11]  El hombre del insaciado instinto y voluntad de poder es el hombre que denunció Nietzsche, por lo cual, este pensador tal y como Heidegger denunció la subjetividad incondicionada.

Es decir, Zaratustra reúne los valores afirmativos de la vida, que lo transformarían en un redentor de la realidad. En Más allá del bien y del mal Nietzsche precisamente termina su obra con un poema intitulado “Desde las altas montañas” en el que habla de la llegada de Zaratustra leemos: “¡El amigo Zaratustra ha llegado, el huésped de los huéspedes! / Ahora el mundo ríe, el telón gris se ha rasgado,/ El momento de las bodas entre luz y tinieblas ha venido”.[12] Es decir, Zaratustra es la figura de la grandeza humana toda vez que este ‘huésped de los huéspedes’ lleva a un extremo albergar la realidad, a abrazarla, pues dice Nietzsche, “todo ser quiere hacerse aquí palabra, todo devenir quiere hablar aquí de mí”.[13] Zaratustra el huésped de los huéspedes “no encuentra en sí, a pesar de todo, ninguna objeción contra el existir y ni siquiera contra el eterno retorno de éste- antes bien, una razón más para ser el mismo el sí eterno dicho a todas las cosas, <>”.[14] El regreso de Zaratustra sólo puede significar realizar la afirmación incondicionada de la existencia y de sí mismo a través del vaciamiento más extremo de los ídolos, de todo lo humano demasiado humano, de la razón y sus conceptos, y desde esa voluntad de ocaso-abandono dar lugar a la realidad tal y como es: sólo en ese movimiento se es lo que se es, lugar de advenimiento del mundo, un- momento-cuerpo del mundo.

Más allá de la muerte de Dios, la experiencia del eterno retorno que aparece una vez que se ha dejado caer la razón, que se ha dejado caer una a una sus categorías -la abolición del tiempo, del sí y del no, de la causa y el efecto- permite a pesar de su imposibilidad de comunicarla la entrada al ahí: el forzoso aterrizaje a la Tierra, a la vida.

Esta experiencia nos revela que más allá de la absolutización del cuerpo o del espíritu, en el olvido de sí Nietzsche ha descubierto la posibilidad del Existenz, de un modo de ser en éxtasis. En el olvido de sí se es el mundo.[15] El hombre se ha superado a sí mismo. Por eso, el eterno retorno es la experiencia del retornado-al-mundo-retornado-a-sí, que es a su vez experiencia de retorno al mundo tal y como es:

Yo estoy por primera vez contento de haber vivido mi vida entera. –dice el más feo de los hombres-Y no me basta con atestiguar esto. Merece la pena vivir en la Tierra, una sola fiesta con Zaratustra me ha enseñado a amar la Tierra.[16]

La risa y el agradecimiento nacen de la apertura ilimitada a la realidad, es decir, el sí triunfante dicho a la vida y a la tierra, es a su vez un sí dicho a sí mismo, vuelvo a repetir, el sí dicho a las cosas, es un sí dicho a sí mismo. “Inocencia es el niño, y olvido un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.[17] No existe vida eterna, no existe salida del paraíso ni entrada al paraíso, pero en el olvido de sí –simbolizado por la inocencia del niño- acontece el supremo acto de libertad: el ejercicio de la posibilidad de a cada momento e instante retornar a la vida.

El designio más alto de nuestra corporeidad es despertar a la vida como tal. Según Nietzsche el hombre que quiere Zaratustra es aquel que realiza la grandeza humana de concebir e incluso amar la realidad tal y como ella es. Y cuando anuncia dicha fórmula en Ecce homo lo hace con su amor fati como sigue:

Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati: el no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el futuro, ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y menos aún disimularlo –todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario-, sino amarlo.[18]

Ni en los fragmentos correspondientes a noviembre de 1887-marzo de 1888 Nietzsche dejó de pensar que el ámbito donde crecen todos los extrañamientos del mundo se llama ideal, por lo cual es el ideal el núcleo del nihilismo y, más aún, el núcleo de la enfermedad se llama nihilismo. De manera que, aquella búsqueda de Nietzsche por hacer de la filosofía una indagación sobre la salud y la enfermedad, sobre aquello que propicia el crecimiento y la vida misma, una indagación sobre la Gran Salud, como lo hizo en el Prólogo a Gaya Ciencia, tiene en los textos del último período una respuesta: la enfermedad de occidente es el fruto de haber negado la realidad y la existencia, el tal y como es.

Ejercer la filosofía como el arte de la transfiguración –como pensaba Nietzsche-debe entenderse en realidad como el arte de la de-subjetivación. La conciencia en la medida que se desubjetiva se materializa, se vuelve acto, no potencia, se vuelve experiencia no proyecto. Y sólo en esa medida el hombre es redentor del azar, del momento. “En este instante se ha vuelto perfecto mi mundo, la medianoche, es también mediodía”. La indicación de Nietzsche es no objetar más, existir más allá del bien y del mal, para ser seres que en lugar de objetar reverberan en el tal y como es del cosmos. Me parece que ésta es una de las posibles lecturas de lo que Nietzsche pensó como superación de la moral por veracidad.

Nietzsche una y otra vez en su obra del último periodo intenta un desprendimiento de la actividad judicativa y del aparato conceptual mismo. Heidegger en los años cuarenta comenzó hablar del dejar ser, otra palabra de semejante resonancia que el tal y como es. En cualquier caso, el dejar ser de Heidegger es indicativo de la despedida del ente, es indicativo del anonadamiento, indicativo de la ruptura de la incondicionalidad subjetiva, es indicativo del ir al ocaso, que hace posible el salto a la experiencia fundamental: el espacio-tiempo.

Tal y como es no nos deja engañar con respecto a todas las altisonancias y extravagancias civilizatorias supramundanas: como transgénicos, fracking y votox. Es la liberación de una experiencia que el velo racional impide ver. El “tal y como es” es un punto de inflexión que da lugar a otra experiencia. Así, el pensamiento de Nietzsche en su antiidealismo, en su apuesta de no huir de la realidad, ni del instante, ni del tal y como es, como lo ha hecho el idealismo, nos propone que este instante en que me encuentro es justo como es y por eso en el “tal y como es”, no vale ni siquiera eliminar ni el dolor ni el sufrimiento del instante en que me encuentro. Ningún pensamiento tiene posibilidad de  transformarse en sabiduría si no arraiga radicalmente en el tal y como es de la vida y su necesidad.

 

Bibliografía

 

Friedrich Nietzsche, Fragmentos póstumos, Volumen IV (1885-1889, Tecnos, Madrid, 2006
F. Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, Madrid, 1982
F. Nietzsche,  La genealogía de la moral, Alianza Editorial, Madrid, 1981
F. Nietzsche, Humano demasiado humano, AKAL, Madrid, 2001
F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 2008.
F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, Madrid, 1985

 
Citas bibliográficas


[1] Friedrich Nietzsche, Fragmentos póstumos, Volumen IV (1885-1889, Tecnos, Madrid, 2006, p. 165.
[2] Ibíd., p. 118.
[3] F. Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 128.
[4] F. Nietzsche,  La genealogía de la moral, Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. 140.
[5] En el Prólogo de 1886 a Humano demasiado humano leemos: “Tenías que adquirir el poder sobre tu Pro y tu Contra y aprender el arte de aceptarlos y desprenderte de ellos según tu fin superior del momento” (F. Nietzsche, Humano demasiado humano, AKAL, Madrid, 2001,  p.39).
[6] F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, Volumen IV (1885-1889)…, p. 396.
[7] F. Nietzsche, Ecce homo…, p. 69-70.
[8] Ibíd., p. 128.
[9] Citado por Andrés Sánchez Pascual en “Introducción” en F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 2008, p. 14-15.
[10] F. Nietzsche.  La genealogía de la moral, , Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. 110-111.
[11] Ibíd., p. 140.
[12] F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, Madrid, 1985, p. 259-260.
[13] F. Nietzsche, Ecce Homo…, p. 98.
[14] Ibíd., p. 103.
[15] Ibíd., p. 97. “Un éxtasis cuya enorme tensión se desata  a veces en un torrente de lágrimas […] un completo estar fuera de sí”.
[16] F. Nietzsche, Así habló Zaratustra…, p. 422.
[17] Véase Ibíd., p. 51.

[18] F. Nietzsche, Ecce homo…, p. 54.