Nietzsche, 1861
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Entre sus 24 y 27 años el joven Nietzsche, catedrático de la Universidad de Basilea, comenzó a escribir un libro que hasta el día de hoy es considerado una de las piezas clave para la comprensión de la tragedia de la Antigua Grecia: El Nacimiento de la Tragedia en el Espíritu de la Música ( Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik). Si bien es cierto, y esto es lo principal, que se trataba de un escrito de corte filológico, lo atraviesan un sin número de reflexiones que pueden llamarse filosóficas aunque su objetivo era explicar el arte ática en términos de su aparición y desaparición. Un elemento sustancial es que no se trataba de generar una noción de la tragedia en sentido de una categoría universal y atemporal. Uno de los principales aciertos de la obra es dejar constancia que la noción de tragedia antigua y la moderna difieren en muchos aspectos; sin embargo, también es válido señalar que esta obra marcó en muchos sentidos un antes y después, acaso con el paréntesis schopenhaueriano, por develar el carácter trágico de la condición humana, situación que pese a sus continuas negaciones por aceptar su influencia, Freud vuelve a rescatar en su legado.
Evitando hacer un repaso a los argumentos de la obra señalada, que tantas veces se ha hecho en innumerables documentos, congresos, presentaciones, etc., se trata de pensarla por sí misma, no sólo en su contexto post-romántico, sino como una respuesta al idealismo y al romanticismo alemán (si no es que es una oposición al hegelianismo). El nacimiento de la tragedia, no fue bien aclamada por la academia, pocos lectores, entre ellos Richard Wagner y Erwin Rhode, alabaron el trabajo encontrando claroscuros y un nuevo diálogo filosófico. Este primer trabajo nos puede llamar a la reflexión sobre si llamarlo Filología filosófica o Filosofía filológica; lo cierto es que esta obra no está tan alejada del romanticismo como el propio Nietzsche hubiera pensado. En principio la forma de argumentación, si bien pareciera que se quiere alejar de las ideas hegelianas, retoma mucho del estilo síntesis-antítesis a través de las figuras de Dionisos y Apolo;[1] igualmente observamos que hay una influencia fundamental en el tono de sus sentencias provenientes del estilo de Schopenhauer, pero también se puede percibir una influjo fundamental de parte Hölderlin a quien consideró su poeta favorito y que en algún momento a una muy corta edad, 17 años, escribió una apología epistolar que su maestro de escuela tuvo a bien evaluar muy bien pero que le sugirió optar mejor por los poetas más germanos. Esta carta se encuentra transcrita al final de esta contribución.
Más allá de las diferentes ópticas que puede haber a propósito de El nacimiento de la tragedia, baste decir que se trata de una obra que nos atraviesa como cultura, civilización y generación. En muchos sentidos se trata de comprender cómo la modernidad hace su propia lectura del pasado y como en esa “visión” finca sus valores e ideas. Ya desde el Renacimiento el interés y admiración por la cultura grecolatina ha generado innumerables recreaciones del mundo griego, sobre cómo pensaban, vivían o sentían, pero no fue sino hasta los siglos XVIII y XIX cuando se contempló que la reconstrucción de la Hélade significaba también la construcción de la modernidad. Específicamente la idea de tragedia encontró, en este periodo, diferentes argumentaciones en la futura Alemania. La mayoría de los románticos alemanes coincidían en que había una diferencia sustancial entre la tragedia clásica y la moderna, pero su interpretación del mundo griego coincide en que la primera permitía una reconstrucción del mundo, es decir, la invención de la mitología moderna; esto es lo que encontramos en diferentes casos desde Hölderlin hasta Nietzsche, como también en Hegel de la Fenomenología del Espíritu y en Schelling de Las Edades del Mundo; hay una necesidad por redefinir la propia noción de mito para contar la historia de la tragedia. En otras palabras la inauguración de la era de las metanarrativas.
La tragedia como sustantivo es un producto de la modernidad, no el género. En la mayor parte de las obras románticas alemanas lo trágico se planteó desde la dramaturgia así como las nociones de Platón y Aristóteles, quienes hacen afirmaciones de carácter más técnico en relación a la trayectoria de los personajes, del lenguaje, de la creación de los ambientes, etc., siendo la noción de “catarsis” lo que más nos conmueve, aunque no hay un desarrollo explicativo de esta noción y su relación con la condición humano. Sin embargo, el romanticismo toma estas ideas como alegato para desarrollar y adentrarse en los personajes y circunstancias fatídicas que les rodearon pero siempre manteniéndose en los márgenes de la dilucidación del sujeto y su circunstancia desgarrada en la modernidad. El giro que encontramos con Nietzsche es que es una obra que en su forma es más acabada y argumentada en torno exclusivamente al concepto de tragedia. Es un esfuerzo titánico por la reconstrucción lo más fidedigna posible de la génesis y transformación de las artes, particularmente la música.
No obstante, la conclusiones no sólo nos llaman la atención por la fineza del trabajo filológico, sino porque constatamos por primera vez muchas de las ideas que el joven profesor universitaria desarrollaría en los siguientes años; se trata pues de la génesis del propio autor. Si bien posteriormente Nietzsche hizo una reconsideración de sus proposiciones y el trabajo mayor que, consideró, debió dedicarle, no deja de ser un escrito audaz de un filósofo ávido por desarrollar su pensamiento. En muchos sentidos, presenciamos no sólo la génesis sino el éxodo del romanticismo a la postmodernidad, y con ello una herencia profunda que llega hasta nuestros días y que es objeto de este número.[2]
¿Cómo comprender la idea de hablar de un principio de individuación, cómo hacerle recordar al espíritu humano que se encuentra sólo, huérfano de la relación con lo divino, cómo entender esta necesidad? Casi voto por poner en lo más alto a la razón, y advertirle al sujeto, al mismo tiempo, que ya no hay vuelta al pasado, a la vez que se construye y reconstruye el mito de la tragedia. De este modo no puede haber olvido, o bien la modernidad es causada por esta doble lucha: ser divino y ser racional, ser mito y ser historia.
La lectura de Nietzsche sobre las artes, la tragedia y la condición humana nos demuestran que somos una generación de excesos, y que esa pretensión por encontrar el equilibrio no lo conseguimos (acaso si lo hayan podido hacer los griegos, aunque eso en realidad nunca lo sabremos), porque en todo vemos la vida misma “desmedida”: mito en Homero, crudeza en Sófocles, razón en Sócrates, desatino en Shakespeare, orfandad en Hölderlin, Estado en Hegel.
A Nietzsche se le ha visto como un ser trágico en su propia vida, si no es que más bien dramático, como si lo único que hubiera podido decir del mundo fuera reniegos, críticas, lamentos; como si ninguno de nosotros no hubiera pasado por diferentes desavenencias. En incontables biografías de Nietzsche hay lo que parece una necesidad imperiosa por intentar hacer coincidir a un hombre ciertamente enfermo con una obra que evoca la pesadumbre, una vida de dramas interminables con la existencia trágica, cómo si la vida misma de cada uno de nosotros no tuviera altibajos familiares, de salud, laborales o afectivos.[3] Esto es una de las coincidencias que se pueden encontrar con la biografía de Hölderlin y el gusto que Nietzsche desarrollo por la poesía del poeta.
La relación entre esto dos: El Zaratustra de Nietzsche y el Hiperión de Hölderlin tienen algo en común, un profundo amor por ser Uno con el Todo, mediante una lectura mítica de la tragedia en forma poética. No se trata de una relación entre un adolescente y su poeta favorito; en la carta apologética, Nietzsche encuentra la afinidad a una serie de ideas que irá desarrollando con el tiempo. Su poeta favorito, tan mal comprendido como lo será él mismo, y retomados ambos por una de las peores metanarrativas de la modernidad: el nazismo.
Esta carta, escrita por un joven de diecisiete años, delata el lenguaje apasionado y sugestivo del Nietzsche futuro al defender una causa, descubre a Hölderlin cinco décadas antes que los alemanes, y ante todo y sobre todo, pone de manifiesto la estrecha afinidad de Nietzsche con el poeta de Tubinga: la comprensión de un lenguaje poco común, propio del idealismo romántico, de la crítica de los alemanes provocada por un fervoroso patriotismo, e incluso de las tensiones y problemas derivados de la amenaza de la locura, son elementos que obligan a Nietzsche a salir en defensa de Hölderlin. El mundo del poeta trasluce el propio mundo de Nietzsche. Hölderlin y Jean Paul, y más tarde Schopenhauer y Wagner, demuestran que Nietzsche es un hijo del romanticismo, un autor incomprensible al margen de este movimiento, y al mismo tiempo uno de los que lo culminaron y lo trascendieron.[4]
De Hölderlin, Nietzsche retoma la profundidad quien puede pensar poetizando, y con él piensa juntos. Acaso fue junto con Jean Paul los únicos que aunque atrapados en el período romántico, le parecen al joven alemán los únicos “pensadores” que encontraron el lenguaje y el sentido del desgarramiento de la modernidad. Poesía y pensamiento están entrelazados, siendo esta la única vía para comprender el mundo, teniendo una visión casi oculta al resto de los mortales Hölderlin y Nietzsche se sumergirán en la locura siendo aún jóvenes (casi de la misma edad) frente a una generación alemana que es incapaz de ver la degradación de aquello que ensalza y cómo el mundo de las apariencias finalmente se ha instalado en la modernidad.[5] La crítica a los alemanes le valía en muchos sentidos a Hölderlin su destierro desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX, siendo precedido por la incomprensión que Goethe tuvo de su trabajo y que, además, lo había tachado de “naturalista extremo”; sin embargo, fue ese crudo reproche hölderliano lo que llamó en buena medida la atención al joven Nietzsche. Ambos harán recordar a los alemanes que no hay destino histórico germano heredado de los griegos; que la civilización se ha construido especialmente en este mito y que lo único que se puede rescatar es el intentar pensar como lo hacían ellos sin serlo. No somos griegos, no somos mito, pero si podemos ser seres pensantes y poetizantes: esto es lo que si podemos construir a propósito de nosotros mismos, aquí yace la voluntad de poder; por eso el Übermensch y el héroe hölderliano pueden dialogar, tanto como pueden hacer Zaratustra e Hiperión: es el amor a la vida, que no es más que el eterno retorno de lo mismo.
La musicalidad fue tan importante para uno como para otro; el lenguaje acompañado de esta sólo es posible mediante la poesía, y a su vez es lo que Zaratustra hace, honrar el estilo poético del pensador que razona. Es por eso acaso que Nietzsche alcanzó a comprender el significado del final de Andenken de Hölderlin:
pero lo que permanece
lo fundan los poetas.
Carta a un amigo, en la que le recomiendo la lectura de mi poeta preferido[6]
(Friedrich Nietzsche)
Pforta, 19 de noviembre de 1861
¡Querido amigo!
Algunas exposiciones de tu última carta acerca de Hölderlin me han sorprendido mucho, y me siento movido a entrar en liza contra ti en defensa de este mi poeta preferido. Voy a recordarte tus duras, más aún, injustas palabras; acaso abrigues ya ahora una opinión distinta: “Me resulta completamente inexplicable que Hölderlin pueda ser tu poeta preferido. A mí, al menos, esos sonidos nebulosos, medio dementes, de un alma desgarrada, rota, me han producido únicamente una impresión triste y a veces repulsiva. Oscura palabrería, a veces pensamiento de locos, violentos arrebatos contra Alemania, endiosamiento del mundo pagano, unas veces naturalismo, otras panteísmo, otras politeísmo, en resuelta confusión; todo esto se halla impreso en sus poesías, aunque, eso sí, en bien logrados metros griegos.” ¡En bien logrados metros griegos! ¡Dios mío! ¿Ése es tu único elogio? Esos versos (para hablar únicamente de la forma externa) han brotado de una alma purísima, delicadísima, esos versos, que con su naturalidad y originalidad oscurecen el arte y la elegancia formal de Platón, esos versos que a veces se ondulan con un sublime aliento de odas, y a veces se pierden en los más delicados sonidos de la melancolía, ¿tú no puedes elogiar esos versos con otra palabra que con la insípida y ordinaria de “bien logrados”? Y, desde luego, no es ésta tu mayor injusticia. ¡Oscura palabrería y a veces pensamientos de loco! Estas desdeñosas palabras me hacen ver, primero, que eres víctima de un insulso prejuicio contra Hölderlin, y en segundo lugar, sobre todo, que para ti los versos de ese poeta son oscuras fantasías nada más que porque tú ni sus poesías ni sus otras creaciones. Pareces estar en la creencia de que Hölderlin ha escrito únicamente poesías. Así, pues, no conoces el Empédocles, ese fragmento dramático tan importante, en cuyos melancólicos sonidos se transparenta el futuro del desgraciado poeta, la tumba de una demencia que duró años, pero no, como tú opinas, con una oscura palabrería, sino con el más puro lenguaje sofocleo y con una riqueza infinita de hondísimos pensamientos. Tampoco conoces el Hiperión, que, con el armonioso movimiento de su prosa, con la sublimidad y la belleza de las figuras que en él aparecen, me produce una impresión semejante al oleaje del mar agitado. De hecho, esa prosa es música, dulces sonidos blandos, interrumpidos por disonancias dolorosas, y que acaban en un suspiro de sombrías, inquietantes canciones sepulcrales. Pero lo dicho concernía principalmente a la forma externa; permíteme que añada ahora algunas palabras sobre la riqueza de pensamientos de Hölderlin, que tú pareces considerar como confusión y oscuridad. Si bien tu reproche puede aplicarse en verdad a algunas poesías de la época de su locura, e incluso en las anteriores la profundidad del sentido se debate a veces con la inminente noche de la demencia, sin embargo, la inmensa mayoría de esos poemas son perlas puras, preciosas, de nuestro arte poético. Te remito únicamente a poesías como “Retorno a la patria”, “El río encadenado”, “Puesta de sol”, “El cantor ciego”; voy a aducir incluso las últimas estrofas de “Fantasía vespertina”, poema en el cual se expresan la más profunda melancolía y más hondo anhelo de sosiego.
En el cielo vespertino florece una primavera;
Innumerables brotan las rosas, y tranquilo parece
El mundo de oro; oh, ¡llevadme hacia allá,
Nubes de púrpura! ¡Y que allí arriba
En luz y aire se desvanezcan el amor y la pena!
Pero, como ahuyentado por una loca súplica, huye
El encanto. Comienza a oscurecer, y solitario
Bajo el cielo, como siempre, me encuentro.
¡Ven tú, sueño suave! ¡Demasiadas cosas
Anhela el corazón, y por fin, tú, juventud, te extingues!
¡Tú inquieta, soñadora!
¡Pacífica y jovial es entonces mi vejez!
En otras poesías, como especialmente en “Conmemoración” y en “Peregrinación”, el poeta nos alza hasta la idealidad más elevada, y nosotros sentimos con él que esa identidad era su elemento patrio. Finalmente, es notable toda una serie de poesías, en las que Hölderlin dice amargas verdades a los alemanes, verdades que, con frecuencia, están más que justificadas. También en el Hiperión lanza agudas y cortantes palabras contra la “barbarie” alemana. Sin embargo, este aborrecimiento de la realidad es conciliable con el máximo amor a la patria que Hölderlin poseyó también realmente en alto grado. Pero en el alemán, odiaba al mero especialista, al filisteo.
En la inacabada tragedia, Empédocles, el poeta nos despliega su naturaleza propia. La muerte de Empédocles es una muerte nacida de un orgullo divino, de un desprecio hacia los hombres, de un estar harto de la tierra, y de un panteísmo. La obra entera, siempre que la he leído, me ha conmovido de manera muy especial; una majestad divina alienta en ese Empédocles. En el Hiperión, en cambio, aunque parece estar bañado asimismo en una luminosidad transfiguradora, todo es insatisfactorio e imperfecto; las figuras que el poeta evoca con “imágenes de aire que, despertando nostalgias, nos rodean con sus sonidos, nos embelesan, pero también suscitan un anhelo insatisfecho”. En ningún otro lugar se revela con sonidos más puros que aquí la nostalgia de Grecia; en ningún otro tampoco destaca con mayor claridad que aquí la afinidad anímica de Hölderlin con Schiller y con Hegel, su amigo íntimo.
Muy pocos son los puntos que he podido tocar, pero a tu discreción, querido amigo, he de dejar el que, a base de los rasgos aludidos, te formes una imagen del desgraciado poeta. Si no refuto los reproches que le haces por sus contradictorias opiniones religiosas, has de atribuirlo a mi demasiado escaso conocimiento de la filosofía, en cual exige en gran manera un estudio más detenido de ese fenómeno. Acaso tú te tomes alguna vez la molestia de penetrar con más detalle en ese punto, y con la iluminación del mismo, arrojar algo de luz sobre las causas de su perturbación mental, las cuales, de todos modos, es difícil que tengan ahí sus únicas raíces.
Me perdonarás seguramente el que, en mi entusiasmo, haya empleado a veces palabras duras contra ti; lo único que deseo –y ésta es la finalidad que doy a mi carta- es que, mediante ella, te sientas movido a adquirir un conocimiento y a tener una estimación imparcial de ese poeta que la mayoría del pueblo apenas conoce ni de nombre.
Tu amigo,
F. W. Nietzsche
[1] Eguizábal, José Ignacio., “Hölderlin y Nietzsche. Las máscaras de Dionisos” en A Parte Rei. Revista de Filosofía, mayo, 2010.
[2] Habría que recordar la expresión de Paul Ricoeur “Maestros de la sospecha” (o “Los que arrancan las máscaras”) para señalar que Nietzsche, Freud y Marx con sus ideas habían generado una crisis de la modernidad y especialmente del papel del sujeto.
[3] La obra de Stephan Zweig “La lucha contra el Demonio: (Hölderlin, Kleist, Nietzsche)” en un buen ejemplo de este tipo de biografías en las que el autor hace coincidir las ideas trágicas con la vida de estos personajes.
[4] Ivo Frenzel, Nietzsche, Salvat, Editores, Madrid, 1984.
[5] Años después Heidegger comparó está dupla con aquellas que se dieron casi al inicio de la filosofía como Platón y Parménides. Hay una confrontación, unión y complementariedad en estas parejas al mismo tiempo.
[6] La carta se encuentra en una compilación denominada “De mi vida” Escritos autobiográficos de juventud (1856-1869). La versión electrónica completa se puede encontrar en: http://www.ict.edu.mx/acervo_humanidades_filosofia_nietzsche_De%20Mi%20vida_F%20Nietzsche.pdf