Sobre de verdad y mentira acerca de Nietzsche en sentido extrafílmico

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Sobre de verdad y mentira acerca de Nietzsche en sentido extrafílmico

Siempre me ha resultado llamativo que el filósofo sea uno de los personajes menos abundantes en cine. Más allá de ciertos biopics o de dramatizaciones acerca de algún suceso en la vida de un filósofo, no se les ve constantemente en pantalla. De hecho, tal vez resulte difícil imaginar a un personaje entrando a su escena que, al ser interrogado acerca de su profesión diga: “soy filósofo”, en un tono que recordara a Humprey Bogart, Vincent Price o, incluso, a alguna estrella contemporánea del cine de acción. Lo que sí es frecuente afortunadamente ver, es que cierto concepto, de cierto autor sea reimaginado a partir de la imagen cinematográfica. Como ejemplos de todo lo anterior se puede mencionar Ágora del director español Alex Amenábar (quien toma a Hipatia de Hipona como protagonista) o bien, una cinta que abordaré más adelante, El caballo de Turín de Bela Tarr.

 

Imagino un día en que, tal vez, un filósofo cinematográfico cobre cierta fama pues sería interesante ver la clase de percepción que alrededor de él se desata. Pero mientras ello sucede, si es que llega a suceder, queda acceder a aquellas cintas que los abordan desde las perspectivas ya mencionadas. Como en todo tema, género o estilo, hay obras memorables, otras terribles, o bien, algunas más que pasan sin pena ni gloria y en lo que se refiere al filósofo personaje que aquí me ocupa, hay poca fortuna. Aún así, vale la pena atrever una breve aproximación a las cintas que le han dedicado un espacio. Me centro en tres trabajos: Los últimos días (que se trata más bien de un célebre video en redes sociales), El día que Nietzsche lloró y la ya mencionada El Caballo de Turín.

Los últimos días

Se trata de una imagen breve en duración, pero extensa en su lento y mudo andar, en la mirada que, también silenciosa, parece perderse en el vacío… El Friedrich Nietzsche de esta imagen fílmica es apenas un fantasma, una silueta que parecería más bien, haber sido obligada a hacer algunos breves movimientos para beneplácito de la cámara que sobre él se posa. Esta imagen que hoy día es reproducida constantemente en la plataforma de video youtube, se supone falsa, y aún así, al ponerla en juego, ofrece una serie de posibilidades en constante abertura: si uno quiere imaginar que es real, si se plantea la posibilidad de que el hombre que se muestra frente a la cámara es Nietzsche durante el año de 1899, vale la pena tratar de explorar esa mirada que nunca mira al aparato que se encuentra filmándolo, sino a un paisaje que no está ahí, y que sin embargo parece existir en aquello que la pantalla obliga a imaginar. Pero si se decide optar por la idea de que la filmación es falsa, creo, no se puede pensar en ella como un total engaño, sino más bien como una interesante puesta en cámara, como un homenaje (no planeado, tal vez) al filósofo. Y es que la breve escena permite, por lo menos, imaginarlo en esos momentos en que su cordura era entregada a nuevas formas de abismo. Despojada de toda cualidad documental que pudiera tener, la escena se abre como una ficción mínima en que lo no dicho es siempre camino de inicio y retorno.

Si bien no se podría considerar Los últimos días como una película en el más amplio sentido de la palabra, es cierto que vale la pena darle una breve mirada al menos por su condición de extraña forma de creación a partir de una figura que impacta más allá de las páginas que dejó escritas. Sólo basta dar un breve paseo por los comentarios al video: se pasa de la defensa al ataque, del argumento a la rabia ante estos fotogramas que, falsos o no, despiertan mucho interés. Aquí sirven no sólo como un pretexto para hablar del autor, sino como una forma de establecer una relación con su imagen, con las proyecciones que desde ella es posible generar.

Días de Nietzsche en Turín

Pero vale la pena ahora hablar ya en forma de algunas de las cintas que han tomado como base al filósofo alemán. La cinta que ocupa este apartado es dirigida por Júlio Bressane, quien define el filme como un ensayo fílmico sin diálogos. La verdad sea dicha, se trata de una cinta bastante aburrida en la que Nietzsche, además de sonar bastante gracioso hablando en portugués, no hace más que pasearse por las calles de una Turín convenientemente vacía y divagando en off con fragmentos de su obra. Hay una profunda carencia de ritmo o sentido narrativo, es, tal cual: caminar y hablar “en off”, caminar y hablar “en off” durante una hora y veinticuatro minutos. Entre los detalles que más llaman la atención de la cinta se encuentra el hecho de que ni siquiera se esforzaron por dotar al filme de un sentido de la época en que Nietzsche se encontraba en la ciudad italiana, vaya que ni siquiera se esfuerzan por vaciar la ciudad moderna a la hora del rodaje pues, en al menos dos ocasiones y si uno pone mucha atención se puede ver un par de autos que pasan muy al fondo de la toma. Llama la atención que dichas tomas hayan llegado al corte final y es que, nada da a entender que el director esté vislumbrando al filósofo fuera de su entorno y visitando la ciudad contemporánea, que se trate de un juego. Simplemente parece un error más notorio debido a que la cinta no logra mantener la atención con su narrativa.

Pese a todo ello, la película recibió dos premios: por mejor guión en el Festival de Brasilia, lo que llama la atención tomando en cuenta que de guión no hay mucho; y el de la crítica “bastón blanco” en es Festival de Venecia. Además fue nominada al gran premio de cine de Brasil por mejor película en 2001.  Pero mejor ver y decidir:

El día que Nietzsche lloró

Basada en la novela homónima de Irvin Yalom y dirigida por Pinchas Perry, esta cinta, al igual que la obra que le da origen divide opiniones y sentimientos. En mi caso, ninguna de las dos resultó en lo más mínimo atractiva. Se trata de soltar sentencias nietzscheanas más en tono de libro de superación personal, que con el afán de hacer un retrato completo del pensamiento nietzscheano. Además pretende hacer una dramatización de la relación que se estableció entre el filósofo, Jean Ray y Lou Andreas-Salomé, que más se parece a un Titanic que a un drama serio. Supuestamente la cinta trata de humanizar a Friedrich Nietzsche (como si no lo fuera), pero se queda en hacer un retrato sentimentalista de un ser atormentado por su pensamiento.  Y nada más. Y no se trata de decir en este espacio que el autor merecía ser profundamente infeliz y miserable para escribir sus grandes obras, pero dudo que algo tan complejo como los encuentros y desencuentros entre autores de esa talla se puedan resumir a una serie de paseos en que Nietzsche agita su sombrilla a lo Mary Poppins y se pone de rodillas frente a Lou Andreas-Salomé.

En fin que, incluso cuando me es imposible considerar la novela de Yalom como una obra de verdad importante, creo que al menos en esta la exploración de los personajes es mucho más completa y mejor lograda.

Y por si alguien prefiere verla en castellano (aunque el doblaje es pésimo):

El caballo de Turín

Antes de entrar en materia con el análisis de la última cinta a comentar en este espacio, me permito tejer un breve puente desde las palabras (algunas, al menos) de Gilles Deleuze acerca de Friedrich Nietzsche, pues ellas consienten establecer otro tipo de relación con la obra del autor, relación que, juzgo, existe también en las imágenes creadas por Bela Tarr para su cinta.

 

Nietzsche denuncia todas las mixtificaciones que desfiguran a la filosofía: el aparato de la mala conciencia, los falsos prestigios de lo negativo que hacen de lo múltiple, del devenir, del azar, de la misma diferencia, otras tantas infelicidades de la conciencia, y de las infelicidades de la conciencia otros tantos momentos de formación, de reflexión o de desarrollo. Que la diferencia es feliz; que lo múltiple, el devenir, el azar, son suficientes y objetos de alegría en sí mismos; que sólo la alegría retorna: ésta es la enseñanza práctica de Nietzsche. Lo múltiple, el devenir, el azar, son la alegría propiamente filosófica donde lo uno goza de sí mismo, y también el ser y la necesidad. Nunca desde Lucrecio (exceptuado Spinoza) se había llevado tan lejos la empresa crítica que caracteriza a la filosofía. Lucrecio, al denunciar la turbación del alma y a aquellos que tienen necesidad de esta turbación para asentar su poder -Spinoza al denunciar la tristeza, todas las causas de la tristeza, a todos aquellos que fundan su poder en el seno de esta tristeza- Nietzsche al denunciar el resentimiento, la mala conciencia, el poder de lo negativo que les sirve de principio: «inactualidad» de una filosofía que tiene por objeto liberar. No hay conciencia infeliz que al mismo tiempo no sea la servidumbre del hombre, una trampa para el querer, la ocasión de todas las bajezas para el pensamiento. El reino de lo negativo es el reino de las bestias poderosas, Iglesias y Estados, que nos encadenan a sus propios fines. El asesino de Dios tenía un crimen triste porque motivaba su crimen tristemente: quería ocupar el lugar de Dios, mataba para «robar», permanecía en lo negativo asumiendo lo divino. Se requiere tiempo para que la muerte de Dios halle finalmente su esencia, y se convierta en un acontecimiento alegre. El tiempo de expulsar lo negativo, de exorcizar lo reactivo, el tiempo de un devenir-activo. Y este tiempo es precisamente el ciclo del eterno retorno.[1]

Y es que, en El caballo de Turín Nietzsche es apenas un pretexto (en el más estricto sentido de la palabra), pues desde la famosa anécdota en la que el filósofo evita que un hombre siga golpeando cruelmente al caballo que tira de una carreta, el director húngaro aprovecha para contar una historia en la que el protagonista es justo el propietario del caballo. Sin caer en la tentación de simplemente narrar una anécdota más en la que se entremezclen detalles ficcionales con algunos ciertos hechos de la vida de Nietzsche, Tarr ofrece una serie de imágenes poderosas en atmósferas y sensaciones (hay una tormenta de polvo presente durante toda la cinta. Incluso, cuando no se le ve, se escucha su rugido tras la puerta cerrada). Se explora la relación entre el propietario del caballo y su hija, se les observa en su cotidianeidad, por lo general  muda, y se les ve tratar de salir del paso de la tormenta que aqueja la región. Los diálogos son mínimo, más cuando aparecen delatan justo la condición de la que ya he hablado al inicio del texto: el diálogo directo con la obra del autor al que se hace referencia.

Hay una escena que vale la pena destacar: el protagonista ofrece una bebida a un anciano paseante. Ambos se sientan a la mesa y el hombre comienza un soliloquio en el que habla de la no existencia de los dioses, del gran cataclismo que espera afuera; mas no se trata de la tormenta, sino del cómo los hombres han envilecido el mundo que han creado desde los juicios sobre sí mismos: “tocar, comprar y así degradar” […] “de repente algo se activó en el cerebro, y descubrieron que no hay dioses y que eso no es ni bueno, ni malo”. Se expresa aquí cómo es que la verdadera tragedia humana se encuentra en los hogares, sitio en los que finge ocultarse del mundo terrible que le acecha.

 

La situación se enfatiza a través de un potente blanco y negro que adquiere una cualidad opresiva. Cuando ya de por sí recorrer los terrenos con cubos de agua, carretas o la sola dificultad de la edad que vence a los pasos, todo se complica más con esas sombras que a través de la puesta en escena se cierne por los personajes.

En fin que la obra de Tarr, rica en contemplaciones, como acostumbra el director, se decanta por establecer un diálogo con el pensamiento nietzscheano desde la imagen, no repitiendo frases al aire, o dando fórmulas para comprender tal o cual texto; por el contrario, pone en escena, jugando de nuevo con el fragmento de Deleuze ya citado, esos reinos que nos atan a sus fines, pero que, a la par, devoran desde las sutiles formas de la inmovilidad, desde la servidumbre.

Pero mejor dejar que la cinta se exprese por sí misma, quepa, para cerrar esta breve reflexión decir que la imagen fílmica nos permite cercanía no sólo con la biografía de un autor (como lo pretenden Días de Nietzsche en TurínEl día que Nietzsche lloró), sino que permite acceder también a esos autores como una nueva forma de lectura a partir de otro lenguaje, de una puesta en escena que puede verse más bien como una puesta en juego. Como un diálogo que una y otra vez da inicio.

 

Bibliografía

Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, traducción de Carmen Artal, Anagrama, Barcelona, 2006.

Citas Bibliográficas


[1] Deleuze, Gilles, Nietzsche y la filosofía, traducción de Carmen Artal, Anagrama, Barcelona, 2006. P. 107.