El problema del ser: sus aporías en la obra de Eduardo Nicol

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El problema del ser: sus aporías en la obra de Eduardo Nicol

Horneffer, Ricardo, El problema del ser: sus aporías en la obra de Eduardo Nicol, Ed. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2013.

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Lo que Walt Whitman escribió de Hojas de yerba –“Quien toca este libro, toca a un hombre”- podría haberlo dicho, con más nítida razón, Eduardo Nicol, como presentación de cualquiera de sus escritos, o mejor, de su filosofía. Una filosofía de intensos contrastes que trató de dialogar siempre con su propio presente y con la tradición o desde la tradición con el presente.

Señalo esto aquí porque la enseñanza de Nicol fue entrañable y profundamente crítica, sin concesiones. Quizá, en un momento de dogmatismo persecutorio, que muchos de nosotros vivimos en esta Facultad, y en el yermo de las ánimas de la filosofía mexicana, su presencia, la presencia de Nicol, fue indudable.Pero, al mismo tiempo, fue imposible. Preso de una voluntad de sistema en sus clases siempre pudimos escuchar “su” filosofía, una filosofía dialógica, o fenomenológica-dialéctica.

Con el paso de los años, diría que Nicol apenas fue y ha sido repetido, lo cual no quiere decir que haya sido comprendido. Al parecer la incomprensión, y un sinnúmero de farfulleos alrededor no de la obra de Nicol sino de su persona, fueron elementos sintomáticos que impidieron que su obra fuera leída, comprendida, discutida, en fin, una obra con la que se pudiera dialogarpara que se le arrancaran las palabras a fin de que ellas dijeran su propio secreto.

Pero el estado del arte no fue el más adecuado para ello. La incomprensión a su trabajo siempre estuvo mediado por su persona, por su áspero carácter, su tono de catedrático, es decir, del que dicta una cátedra y no meras clases. Qué difícil, sobre todo para los esquemas vitales y mentales con los que en ese momento el mundillo de la facultad vivía. Él era un personaje como el que narra Foucault acerca del Quijote: un ser que vivió en el “entre” de dos épocas, cruzado por dos epistemes. Y cuya filosofía traspasaba las edades pero ante lasque él mismo había quedado atrapado, es decir, en una episteme que había periclitado. En ese entonces, apenas si entendíamos su carácter, sus maneras, la complejidad de la vida con que las cosas se habían dado en algún momento y que, nosotros, hijos del cambio, ya no teníamos noción de ello.

La medianía de la mediocridad y de ese afán de novedades que han hecho presa a nuestra academia también ha tenido efectos perniciosos en la visión de conjunto de la obra de Nicol. Uno de los filósofos que en nuestro país habló de la exigencia filosófica del diálogo fue silenciado con el más marcado sello del desdén. Y a pesar de todo, lo escuchamos. La escucha fue timorata, con dudas, la más de las veces con enormes incomprensiones pues desde siempre se hicieron pequeñas y muy apretadas críticas a su obra, casi de pasillo, a sottovoce. Nicol, a qué dudarlo, fue una de las voces que permitió que las palabras pudieran tener el peso de un pensamiento filosófico con rigor en un momento en el que la filosofía en México no calaba ni tenía asidero alguno.

Es curioso, la cercanía que tuvimos muchos de nosotros con la filosofía de Nicol, con su presencia, no nos permitió cobrar distancia, perspectiva.Cuando Eduardo Nicol hablaba de la razón simbólica nosotros estábamos aturdidos con la transformación del mundo; cuando Nicol empezó a llevar a cabo una crítica a la razón de fuerza mayor, nosotros estábamos sumidos en los estados totalitarios; cuando Nicol hablaba del ser, nosotros estábamos acuciados por la razón instrumental; supongo que la soledad vital de su pensamiento fue un elemento que en nosotros no encontró eco ni resonancia pues el suyo era un pensar ontológico, en medio de la practicidad que no orquestaba ni tejía lazos para que sus palabras fueran escuchadas en otro tono, con otros rasgos. No hubo nada en el contexto que nos permitiera a hacer de su pensamiento una suerte de “caja de herramientas” con las que pudiéramos conversar, salir, entrar, defendernos de los desatinos, o aceptar los nuestros. De una o de otra manera muchos de nosotros nos dedicamos a repetirlo, mejor o peor.

Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Y hoy nos sentamos aquí, para festejar la aparición de: El problema del ser: sus aporías en la obra de Eduardo Nicol de Ricardo Horneffer. Un libro que, sin duda, intenta horadar el pensamiento de Nicol, hacer una crítica a su pensar, desestabilizar ese edificio conceptual, y hacer una fisura a ese enorme sistema de pensamiento para que nos muestre su riqueza. Porque este libro que presentamos hoy, no me cabe la menor duda, no es sólo pensar a Nicol desde la fenomenología, sino hacerlo dialogar con las críticas a los conceptos más preciados por él. Este libro, me atrevo a señalar, es el primer estudio sistemático y riguroso que se atreve a pensar desde Nicol y, por así decirlo, desde la crítica la forma más notable de hacerun vasto homenaje a Eduardo Nicol.

Diría que Horneffer vuelve a Nicol, como dijo Savater que Lacan volvió a Freud: “no como los hijos pródigos que, hastiados de cantos profanos, vuelven nostálgicamente a entonar los viejos salmos familiares, sino como el crítico atento y nada devoto, que aprendida la lección de su tiempo en metafísica y ontología”, recupera la perspicaz mirada del filósofo y la vuelve hacia el mismo punto donde éste miró por primera vez: El ser.

Porque el ser es el problema de Nicol, aunque dice que el ser no es problema. Pero igual lo es de Horneffer para quien justo por estar a la vista, es el problema pues advierte señaladamente que esa presencia es compleja, no suficiente, y que no se puede aceptar de cualquier manera. Al menos así empieza este trabajo: “¿Es válido y pertinente, en nuestros días, pensar en torno al ser?”, dice Horneffer. La pregunta es retórica. Siempre hemos sabido de la impertinencia de la filosofía no sólo en nuestros días sino desde que Tales de Mileto irrumpió en una cena muy animada de comerciantes señalando que “la physis de todas las cosas es el agua”. Menudo problema con el que se inició la filosofía, incómoda, imperativa, dominante y, por otro lado, imposible. “Pensar en torno al ser”, esa es la cuestión y ese es el quid del asunto de este libro.El libro, podría señalar desde el principio, es denso, aborda en su amplitud la obra de Nicol de manera tal que nos va llevando de la mano por los intrincados laberintos del pensamiento pero básicamente desde la develación de la fenomenicidad dialéctica del ser para terminar en el análisis de la diferencia ontológica y en, paradoja: la problematicidad del ser, precisamente a partir del noveno sentido que Horneffer agrega a los ocho del no-ser nicoleano: “El no-ser que es, pero no existe”.

Durante todo el trayecto que nos propone Horneffer en su libro, cada vez más me percato de la dificultad que existe de acercarnos a eso que denominamos ser. Y aquí, me parece, que es el lado difícil de la cuestión porque Horneffer si bien comienza con una paráfrasis de lo dicho por Nicol en torno a los dos filósofos griegos de los que se devela el pensamiento de Occidente: Heráclito y Parménides, tampoco se queda ahí, pues lo que hace es abordar críticamente las tesis nicoleanas.Creo que los principios básicos con los que parte Nicol siguen siendo los mismos que para Horneffer; Heráclito y Parménides, el uno filósofo del ser y el otro del devenir, o como decía Nicol, los dos del ser, pero cuya concepción en uno es intemporal y en el otro es temporal.

Aquí, Horneffer señala que “se da en Parménides una contradicción entre lo cambiante (no ser) y lo permanente (ser): uno excluye al otro. El principio de identidad y los atributos del ser no son herramientas adecuadas para aproximarse a la realidad e intentar conocerla…” (Horneffer, 2013, p. 29). Me pregunto si lo que conocemos es la realidad.Horneffer no toma acríticamente esta cuestión, sabe perfectamente que Nicol nunca señalóen definitiva lo que entendió por realidad, acaso la llegó a situar como “lo que está ahí”, delante de nosotros, lo que está “a la vista” y eso que está “a la vista” también es el ser; no es improbable que pudiéramos hacer una ecuación con el pensamiento de Nicol: ser=realidad. Pero si pensáramos a la realidad como nos la ha hecho comprender Wittgenstein, esto es: “la totalidad de hechos posibles y expresables mediante el conjunto de proposiciones con sentido, tanto las verdaderas como las falsas”, ¿qué nos queda de esa misma realidad y qué del ser? Más aún, podríamos preguntarnos si cuando hablamos de realidad ¿en qué medida la realidad es una realidad en cuanto producto del sujeto o en otro sentido, lo es con independencia de él?, es decir, ¿de qué manera podemos comprender que esa realidad es un producto de nuestra mente o no?La limpieza del concepto de lo real supone la filtrado del lenguaje que construye en cierta medida la percepción e intelección de ese mundo exterior en nuestra mente.

Y esto es lo que evidentemente ya habían hecho los filósofos en la Antigüedad: diferenciar entre mundo percibido y mundo pensado, mundo real y mundo expresado en el lenguaje. Los modos de entender cada uno es probablemente el fundamento de las diversas filosofías que ha habido a lo largo de la historia. Nicol, como vemos, no escapa a esta formulación. De esta manera, seguimos preguntándonos, ¿qué es lo real? ¿Es el ser? ¿Y si como dice Nicol y reitera Horneffer “el ser está a la vista”, de qué estamos hablando? Me parece que Ricardo abre nuevamente los problemas, induce a interrogarnos una y otra vez sobre los mismos problemas pero desde ángulos distintos.

No puedo abordar aquí toda la problemática que establece Horneffer frente a la filosofía de Nicol, pero sé, desde luego, que estamos ante una analítica que problematiza los contenidos de la filosofía de la expresión.

Horneffera lo largo de todo el libro plantea con Nicol los temas de la llamada filosofía primera, el ser y lo trascendental, el ser y la nada, asimismo toca lo relativo a una ontología categorial, como tratará el viejoproblema de la identidad y la diferencia, entre otros asuntos, pero todos iluminados desde la noción misma de la presencia del ser, del hecho de que como dice Nicol y reitera críticamente Horneffer: “el ser está a la vista”. Pero justo aquí es el problema que advierte Horneffer pues lo que está a la vista no es propiamente el ser sino los entes. “…no hay Ser, sino que hay entes que son siendo. Esto puede interpretarse como el enunciado o fórmula que pretende englobarlo ente en general, humano o no”, (Horneffer, 2013. p. 214.)

Deleuze decía que todos pensamos desde la punta misma de lo que sabemos, hacia lo que ignoramos. Acaso es lo mismo que se plantea Horneffer cuando se interroga por el quehacer preciso del filósofo, por qué es aquello que permite que sigamos hoy filosofando, porque también de esto se trata este libro. Podría decir que estoy persuadido de que eso es lo que está por debajo de la pregunta que abre la investigación, es decir, sobre si es posible hoy preguntarse por el ser. La pregunta se vuelve impertinente. Y lo es porque en un tiempo líquido, como dice Bauman, en un tiempo de biopolíticas que arrebatan la vida, hay alguien que se pregunta si es válido pensar en torno al ser. Yo insistiría en que la pregunta es retórica, porque cuando la plantea es porque está dibujando su propia necesidad. Pensar en torno al ser sigue siendo la cuestión principal y esto sí que lo sabe Horneffer aunque al final se decida por los entes.

Pero es aquí donde me gustaría continuar. Hay un punto que quisiera plantear de la lectura de este libro y es el hecho de que Horneffer señala, como Nicol, que el ser es lo absoluto. Me parece que la discusión tiene que encaminarse por este derrotero del que se desprenden muchos más. Ricardo apunta que “Un primer dato parece claro […] si el Ser es absoluto, nada lo abarca y nada se le contrapone…”. ¿Es el ser el absoluto? ¿No con esa calificación estamos de lleno en la metafísica tradicional? Justo esto es lo que acontece en el libro de Horneffer, pues de lo que duda es de la posibilidad de mantener la idea de lo absoluto. Podríamos pensar que antes de que el positivismo infiltrara a la cultura occidental, lo absoluto fue un claro acento que estuvo presente en toda la filosofía, si bien con designaciones y expresiones diversas; pero “ya se indicase como lo incognoscible, como lo ignorado, como la energía o como la vida, su presencia era necesaria para “cerrar” el sistema de pensamiento de la época, es decir, para dar un fundamento último que hiciera posible pensar lo real.” (http://www.mercaba.org/DicES/A/absoluto.htm visto por última vez el 24 de marzo de 2014)

No podemos dejar de pensar en que la filosofía, desde Nietzsche, lo que ha intentado es salirse del ámbito de lo absoluto, de hablar de la diferencia, de lo contingente, del ordenamiento arbitrario que se ajusta al sentido y da sentido, causalidad. No se trata de hablar de un más allá ni de un más acá, sino de una lógica del sentido que se arma y organiza cuando nosotros colocamos al ser como fundamento y más si ese fundamento es, como dice nicol: “lo dado”. Lo dado ya no está dado a un sujeto, el sujeto se constituye en lo dado.Hume, nos lo recuerda Deleuze, al responder a la pregunta de ¿qué es lo dado? señalaba que es “el flujo de lo sensible, una colección de impresiones e imágenes, un conjunto de percepciones. Es el conjunto de lo que aparece, el ser igual a la apariencia; es el movimiento, el cambio, sin identidad ni ley”. [Deleuze 2007. 93].

Independientemente de la respuesta de Hume, el problema persiste en el mismo planteamiento de Nicol y, pero ya no en el de Horneffer; en las conclusiones de su libro, abre la posibilidad de la crítica a esta visión de conjunto, de lo absoluto y de lo relativo. Como quiera que sea, este libro me sigue pareciendo una forma idónea de diálogo, un libro que nos inquieta, que nos obliga a pensar. Quizá nada más agradecible a un libro y a su autor, que no nos deje sin palabras sino que nos llene de interrogantes.

Nada más recordar a Broch cuando exclamó con fuerza: “La escritura es siempre una impaciencia del conocimiento”. Y eso es lo que domina el libro que hoy estamos presentando. Una escritura impaciente, con lograda templanza, con aciertos en las preguntas, en las dudas mismas, es ahí donde Horneffer hace explícito aquel apotegma kantiano: “no se aprende filosofía, se aprende a filosofar”.