Pensar la historia

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Pensar la historia

Filosofar es perder la tranquilidad: vivificar.

Novalis

Novalis

Al final de la década de los años veinte Heidegger tematiza en torno al aburrimiento radical como vía de acceso al ser de la existencia y, por ende, al ser en general. Recordemos que el existir es un fenómeno puesto por Heidegger bajo la mirada fenomenológica desde sus primeros escritos. El ente existente es el que ha de ser interrogado en vías de una adecuada configuración y ejecución de la pregunta más importante de la filosofía: aquella que interroga por el sentido del ser.

El preguntar filosófico es, quizá, una de las posibilidades más fructíferas del pensamiento en la medida que, cuestionando, destaca y puede mostrar por medio del logos aquello que ama el ocultarse, como lo vio aquel antiguo pensador de Éfeso en la época trágica de la filosofía. Trataremos de aclarar lo anterior en las siguientes líneas.

No se trata, por principio, de forjar una definición de “ser” o de “hombre” sino de vislumbrar las profundidades de la existencia poniendo en marcha un ejercicio del pensamiento partiendo de un temple de ánimo, en este caso el aburrimiento.

Existimos en el mundo encontrándonos siempre en esta o aquella tonalidad anímica. ¿Qué nos pasa, por ejemplo, cuando padecemos ese aburrimiento profundo del que habla Heidegger en su escrito Los conceptos fundamentales de la filosofía? Langeweile (el término en alemán) significa literalmente “tiempo largo”, “momento largo”. En una primera consideración el aburrimiento abre la posibilidad de un experimentar pensante que nos sitúa en la existencia y, eventualmente, abre la mirada filosófica que da testimonio de lo que en el fondo sostiene todo existir: el tiempo.  

Heidegger se refiere al aburrimiento en términos, primero, de un vacío que oprime el presente pero además como algo que puede revelar a la existencia como temporeidad radical. Esto quiere decir que existimos aconteciendo en el tiempo, somos siendo tiempo. Y si el presente puede llegar a oprimirnos a tal grado que sentimos el ánimo abrazado por un “tiempo largo” que nos aburre e inquieta, esto también, señala Heidegger, nos puede colocar existencialmente en una disposición anímica que el primer romanticismo llamó nostalgia. Esta también propicia el filosofar.

Filosofía es nostalgia, sostuvo Novalis. Este modo del ánimo nos arroja, por ponerlo así, al pasado. Si el presente puede oprimir, también es cierto que una especie de añoranza de lo sido que esconde la promesa de un advenimiento vuelve expreso que el tiempo constitutivo de la existencia es recuerdo y pensamiento «o imaginación del futuro», como dijo el mismo Novalis.

El tiempo humano es pasado y advenimiento, es decir, configuración de Historia. Desde la propuesta de Heidegger, pensar propiamente en la historia es, desde el presente –un presente vivo, y no del mero ahora impropio-, preguntar, poner en cuestión y concebir eso que puede despertar o poner en marcha una existencia filosófica en torno a lo sido-siendo-porvenir.

Para Heidegger hablar de nostalgia es también reconocer un impulso del que pone en marcha su existencia filosófica de estar en todas partes como en casa. Dicho “impulso” surge de una carencia, de una falta. Recordemos que para Heidegger uno de los rasgos fenomenológicos del existir es el no-estar-en-casa. Nuestra existencia posee también ese caracter, el de la in-hospitalidad.

Dostoievski

Somos temporeidad, nos dice Heidegger. La existencia se puede percatar de ese rasgo esencial de su propio ser gracias a temples de ánimo como el aburrimiento que, al mismo tiempo, oprimen y sitúan al existente en el presente de un modo quizá transparente y, a la vez, inquietante. A la par, estando en el presente la vida puede sentirse inhóspita cuando viene a nosotros la nostalgia, ánimo que anuncia lo perdido y lo por recuperar. ¿La nostalgia despierta el deseo de estar siendo uno con el mundo, único ante el conjunto? “Yo soy uno y ellos todos” escribió Dostoievski en sus Memorias del subsuelo al respecto.

Sucede, sin embargo, que nos domina el tiempo del ahora, el que crea la sensación regular de que tenemos al alcance de la mano “todo”, las cosas que la filosofía moderna llamó “objetos de la representación”.

Más allá de dichas determinaciones conceptuales de la modernidad, Heidegger elabora un análisis de los éxtasis temporales constitutivos del existir que intentan contribuir a comprender el problema del tiempo de un modo más agudo.  Estos son: el advenir (que tiene el modo del precursar), lo sido (que se manifiesta en el reiterar) y el presente (que es de modo auténtico “mirar”: Augenblick, parpadeo, instante). Frente ellos, los modos derivados del mantenerse cerrada la existencia son: el estar a la expectativa –como modo cadente del advenir-, el olvidar –como la posibilidad contraria al reiterar- y el presentar, ese modo de vivir el presente como pura espera muda.

Nos cerramos, señalaría Heidegger, a la apertura original de manera regular. Des-vivimos la vida por ignorar lo sido, el advenir y nuestro presente más íntimo. De ahí que, en el fondo no nos veamos como seres históricos pues estamos siempre bajo el dominio de lo actual, de un “mundo” (ónticamente) entendido como conjunto de cosas que simple y sencillamente usamos o dejamos de usar. Pensar la Historia, aquello que Heidegger denominó Geschichte, consiste en poner en marcha una actitud filosófica que articule conceptualmente eso que somos, tiempo. Filosofar no es una actividad natural del hombre sino una posibilidad de la existencia que permite que el ser humano habite verdaderamente en su ahí, en una suerte de intimidad pensante con el ser de lo ente que se da necesariamente en el tiempo.

Sin embargo, pensar también es destruir. Fenomenológicamente esto significa re-apropiación llevada a cabo como desmontaje conceptual. Buscar en las palabras el testimonio existencial del que son fruto, su suelo.

Una tarea como esta conduce también a la consideración de la noción de verdad bajo una luz diferente respecto a la certeza científica. Verdad, nos dice Heidegger, es des-ocultamiento fenomenológico que combate, por decirlo así, la bruma, eso cerrado que encubre la presencia original de las cosas en la que habita de modo originario quien existe. Cultivar la verdad quiere decir hablar del ser desde la vida cabe las cosas y los otros. Tal experiencia es histórica pues heredamos un modo de comprensión que oscurece y al mismo tiempo permite desatacar fenomenológicamente el ser del ente hablar. ¿Arrancar del ocultamiento al ser del ente a través de la palabra es una búsqueda creadora? ¿Desde el logos se configura el fenómeno en tanto se le trae a presencia significativa?

El conceptualizar auténtico es, en cierto sentido, crear ya que con ello se simboliza aquello que se piensa sin definirlo absolutamente. En filosofía no ha de haber conceptos determinados, es decir científicos-positivos, que den cuenta del ser de la existencia de modo total. Para la fenomenología hermenéutica propuesta por Heidegger la filosofía tiene cierta proximidad con el enigma y la plenitud de la existencia y de las cosas. Contrario a todo aquietamiento y seguridad, el filosofar, de acuerdo con Heidegger, nos expone al error, pues lo que hace es señalar y aproximar, aunque también vincula y pretende una cuestionabilidad fructífera.

¿Hacia dónde ha de dirigirse el preguntar de la filosofía? La tarea consiste, para Heidegger, en destacar el ser del ente. Ahora bien, ¿eso que se ha de destacar se recreaen el logos? ¿Es el logos lo simbólico por excelencia? De ser así, la filosofía sería un quehacer esencialmente poético en sentido estricto. Lo pensado no estaría dado, habría que configurarlo creativamente a través de palabras pues pensar sería, en este sentido, nombrar, poner de manifiesto, donar.

Si aceptamos lo anterior, pensar la existencia histórica sería verla simbólicamente, ¿es que las vocaciones del filósofo y del poeta son, en el fondo, la misma?

 

Bibliografía

  1. Martin Heidegger, Ser y tiempo, Tr. Jorge Eduardo Rivera, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2002.
  2. Martin Heidegger, Los conceptos fundamentales de la metafísica, Tr. Alberto Ciria, Alianza Editorial, Madrid, 2007.
  3. Ángel Xolocotzi, Fenomenología de la vida fáctica, Universidad Iberoamericana, México, 2004.
  4. Novalis, “Granos de polen”, Tr. Ángela Selke y Antonio Sánchez B., en Granos de polen. Himnos a la noche. Enrique de Ofterdingen, Secretaría de Educación Pública, México, 1987.
  5. Rüdiger Safranski, El romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Tr. Raúl Gabás, Tusquets editores, Barcelona, 2012.

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