La memoria

Las palabras, son símbolos que
postulan una memoria compartida
Jorge Luis Borges

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La memoria se escribe en nosotros, los humanos como un palimpsesto que está siempre afirmando que olvidar es imposible porque recordar es vivir. Cuando la memoria se pierde, la persona muere, aunque se mueva y hable, pienso en Meche la paciente del hospital que murió hace tiempo (aunque físicamente siga viva), cuando dejó de escuchar las voces de los climas desde donde se reeditaba su memoria a cada instante. En el delirio, Meche revivía, porque la memoria escribía ahí su historia y sin ésta no se puede vivir. Ahora Meche vaga por el hospital como un fantasma, recogiendo basura y repitiendo palabras sin remitente ¿cómo sostener que la salud mental consiste en borrar la memoria?

Cuando se pierde la memoria sobre algún acontecimiento, también se pierde la capacidad de reflexión, leo esta frase en un ejemplar del periódico Milenio de 2009 que describe el terrible accidente de la guardería de Sonora donde murieron 48 niños quemados, el artículo muestra los rostros de los niños antes de la tragedia y nos recuerda que eso nos concierne.

Inmediatamente pienso en la aplicación de electroshocks a los pacientes del hospital con la idea de que olvidar es saludable, olvidar sin más trámite aquello que los expertos de la salud consideran nocivo, como el deseo de suicidarse por ejemplo. No dudo que la Terapia Electro Convulsiva (TEC) tenga propiedades terapéuticas. Y no pretendo discutirlas, sino señalar las consecuencias del olvido impuesto porque éste es como la desaparición forzada que inscribe de manera indeleble al ausente en la memoria colectiva.

Borrar el rastro de la vida, invita a perder el rumbo. Magritte dejó de nombrarse René después de que su madre se ahogo en el lago y se hacía llamar el hijo de la mujer ahogada, desde ese momento no volvió a ser el mismo, como los padres de los niños muertos en la guardería de Sonora, ni los que provocaron el incendio, ni los que vivieron la guerra o presenciaron algo que los impactó. Magrittte en sus cuadros de mujer pescado y en su manera de subvertir el orden del mundo imprime la marca de este terrible acontecimiento imposible de borrar; Magritte testimonió con su identidad el acto terrible que marcó su destino convirtiéndolo en artista; otros deliran, pero la memoria no se puede extirpar como un tumor. La historia, triste o no, nos inscribe como alguien en el transcurso del tiempo. Nuestra existencia es un collage de recuerdos. Somos eso que hemos vivido.

1.1

Ernst Hemingway antes de suicidarse pegándose un tiro en 1961, a los 62 años, se quejó amargamente de la terapia electro convulsiva a la que había sido sometido meses antes. Dijo que el tratamiento había destruido algo en él, que sentía que había perdido una gran parte de su memoria y sólo quería morirse, ya no se le ocurría absolutamente nada más sobre lo que pudiera escribir. “¿Para qué quiero vivir si no puedo escribir?” expresó antes del acto. Y si, ¿qué sentido tendría vivir una vida sin sentido? El ¿para qué vivir? traspasa a la biología situando al hombre en circunstancia, al hombre que como ser hablante, que se pregunta por su destino y su pasado.

1.2

¿Cómo, ante estas evidencias, “perder la memoria” puede constituirse en un criterio de salud? ¿De qué estamos hablando cuando decimos borrón y cuenta nueva u olvídalo, no pasa nada?

La intención de borrar la memoria como medida terapéutica se filtra como un fantasma en la medicina y en la educación donde la instrucción tecnológica no sólo no requiere de historia ni de filosofía, sino que las evita, pues pretende lograr una especie de robotización práctica, en donde es mejor no preguntarse para que los alumnos no se preocupen de nada y en cambio se ocupen de tareas inmediatas.

Las terapias ocupacionales en los hospitales centradas en tareas que no toman en cuenta las aficiones y gustos previos de los pacientes sino la uniformidad de un criterio claro, fácil y útil, obedecen a esta tendencia moderna.

La modernidad tiende a producir algo vendible donde se aprovechen los materiales de desperdicio, donde se recicle la vida. Así la re-habilitación se desliga del prefijo re, se trata de una habilitación, para una “nueva vida” que requiere de la amputación de la historia personal.

Por lo general estos tratamientos tienen éxito porque paradójicamente a través de la historia hemos apreciado que el hombre se somete, se cosifica y aparentemente olvida, adaptándose a la propuesta de uniformidad social, pero algunos se rebelan, como los artistas que insisten imprudentemente en seguir sus locuras, recordar aquello que les ha hecho diferentes y decir cosas tan disparatadas como Hemingway.

El médico al sustentar la cura en el olvido, parece creer que el borramiento de la memoria puede detener algo, pero no toma en cuenta la angustia que suscita ese vacío, ese estado de confusión provocada, ese paso de corriente que atraviesa la intimidad del cuerpo subjetivado, esa intromisión en el ser.

-“Siento que alguien pasó sobre mi cuerpo”- decía una paciente después del electroshock.

-“Creo que he sido casada, pero no se dónde estoy, ni por qué estoy aquí y quisiera saberlo, me siento perdida, no se por qué me hacen esto”.

-“¿No se lo han dicho?”, le pregunto.

-“No”, me contesta, “no le dije que estoy perdida . . .”

La violencia en el cuerpo del otro está implicada en el acto mismo. ¿Cómo no entenderla? ¿Cómo no darse cuenta de que el método adquiere la dimensión de castigo? aunque se asegure que no lo es. Una paciente que ya había pasado muchas veces por el procedimiento repetía angustiada “tengo que portarme bien para que no me den electroshocks” y temía no poder lograrlo, “por su enfermedad”.

Hay muchísimos testimonios de la violencia que este tratamiento, aún con anestesia implica, basta con preguntar a cualquier paciente lo que piensa, después de haber pasado por esta experiencia.

Otra paciente dice:

-“Yo no sé si los electroshocks me harán bien o no, los doctores dicen que si, pero algunas personas dicen que se destruye la neurona, vaya usted a saber, pero yo no quiero olvidar. Imagínese el otro día iba entrando a ese lugar (señala el dormitorio) y no sabía donde estaba, eso no se vale. Vino mi mamá y me dijo ¿sabes quien soy? ¡Como no voy a saberlo! eso ya sería demasiado pero no sé porque estoy aquí. Dice mi hija que ella me trajo, que estaba destrozando la casa ¿pero por qué no me acuerdo? Antes de ‘esas terapias’ yo sabía lo que hacía”.

Tal vez haya objeciones científicas a lo que estoy diciendo, pero lo que me propongo es tomar en cuenta los testimonios de los pacientes a quienes se les aplica este tratamiento.

Un psiquiatra me dijo una vez que los electroshocks no borraban la memoria, que la descarga eléctrica lo que hace es poner orden en la mente, y fue muy curioso lo que pasó porque un paciente que escuchó lo que me estaba diciendo en el pasillo, exclamó inmediatamente

-“¡No es cierto! Los electroshocks hacen que el paciente olvide a las personas que están involucrados en su vida actual. Hacen lo que se llama un rapto psicológico!”

-“Mire, me siguió diciendo, los doctores tratan de quitar una parte de la vida. Cuando el paciente siente que no puede con eso, tratan de ayudarlo y de que sea como que no paso nada, de quitarle ese cargo…”

-“Entonces es cuando viene el electroshock para que yo olvide eso ¿entendió? Primero se apropian de la idea y eso se llama rapto psicológico y luego la destruyen.

“-¿Ya ha oído como dicen que la gente habla de dientes para afuera? Lo que hace el electroshock es hacer que él hable con los dientes para adentro. Silenciar al paciente que se calle y que su familia ya no se preocupe por lo que dice. Se trata de que eso que le pesaba tanto, se olvide”.

Estoy en total desacuerdo con el argumento que me dio el médico, creo firmemente que no puede haber orden sin memoria. La relación salud-olvido es muy desafortunada y obedece seguramente a un malentendido. Freud decía que las histéricas estaban enfermas de recuerdos que al pretender ser olvidados se convertían en síntomas, no desaparecían sino que se disfrazaban, por lo que era necesario evocarlos para integrarlos nuevamente a la historia que se había roto, que se había fragmentado a causa de hechos insoportables. Para esto, habría que interrogar a la memoria, e inventó un método para recordar lo no-olvidado. Descubrió así el inconsciente, y la posibilidad de hacer consciente lo reprimido a partir de la transferencia. Descubrió que el peso de los recuerdos sólo puede ser vehiculizado por la palabra del paciente y por la escucha (de otro) de aquello que parecía imposible de decir, y nos muestra así el camino de la cura.

1.3

En otras palabras podemos decir que Freud descubrió en el psicoanálisis la forma de hilvanar la memoria para tejer la vida interrumpida por los síntomas (fobias, dolores, alucinaciones, ideas, rituales, suspicacias, etc.)

Los novelistas también descubrieron la importancia de la memoria y cuentan historias que nos muestran sus laberintos. Recordemos el Quijote: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” es el inicio de más de 600 páginas de recuerdos que construyeron la vida de Cervantes y la de otros.

Freud habla de la novela familiar y si, nuestra vida es la novela que escribimos cada día. El olvido no depende de la voluntad, ni consiste en la eliminación del hecho traumático. ¿De qué depende?

En la novela, presente, pasado y futuro conviven pero no se funden (dice David Toscana), no hay simultaneidad; la novela tiene memoria, historiza y por eso, hace sentido. Balzac escribe La comedia humana, Proust va En busca del tiempo perdido, Arthur Schlinder hace caso al diálogo interior. Cada quien está marcado por los momentos que vive en una forma particular y ésta no nos es ajena. Olvídalo, dicen los amigos cuando uno tiene un problema. Y si, es necesario olvidar, pero para hacerlo, hay que recordar primero. Olvidar en realidad es ordenar los recuerdos, para poder situarlos en el lugar preciso que les corresponde como cimientos de nuestra historia. La memoria es nuestro archivo.

Nadiezhda Mandelstam memorizaba los poemas de su esposo Osip Mandelstam que era constantemente perseguido, el temor a perderlos le obligaba a archivarlos en la cabeza, luego los escribía y los repartía entre amigos y conocidos que a su vez los recitaban en algunos círculos literarios. De esta manera se pudieron publicar muchos años después y el occidente pudo conocer a uno de los mas grandes poetas del s. XX. Nadiezhda se resistió al olvido y escribió sus memorias de la vida con él. Joseph Brodsky, el autor del prólogo del libro afirma que si hay algún sustituto para el amor es la memoria y memorizar, es restaurar la intimidad. Por esto podemos decir que Nadiezhda, fiel a su marido, se vuelve escritora construyendo a través de este acto, su propia identidad.

Hagamos caso de las palabras: amor e identidad, porque éstas son las constructoras del Yo. Una joven mexicana que fue adoptada, pero al parecer lo olvidó. Se casó con un francés y se fue a vivir a Marsella, allí hizo su vida. Al tiempo se embarazó y fue a ver al ginecólogo quien le preguntó por sus antecedentes familiares. Ella negó cualquier enfermedad hereditaria y al salir cayó en la cuenta de que no sabía nada de su origen. Recordó que cuando era jovencita en un viaje un señor le contó que la dejaron en la puerta de la casa de sus padres. Nunca le ha dicho esto a su marido y nunca buscó a sus padres biológicos ¡nunca supo lo que tenía que saber! y la angustia fue presa de ella. Este hueco, esta laguna en su memoria le despierta un gran coraje hacia sus padres pero también le revela el por qué ahora ella cuida niños ajenos y estudió para ser educadora. Le hace comprender el por qué se casó con un hombre que vivió su infancia entre niños ajenos… en fin este saber que no sabía, esta necesidad de recordar, de construir lo no olvidado, le dio paz a su alma. Puso las cosas en su lugar.

Vuelvo a la afirmación de Borges de que las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida. La idea me parece extraordinaria ya que sitúa la memoria en una colectividad que nos enlaza y nos da coherencia, nos hace ser. Uno vive para contarlo, para formar parte de la comunidad ¿cómo hacerlo sin memoria?

La represión incide en la memoria, la agujerea y en esos huecos construimos cualquier cosa, nos inventamos, creamos una vida de ficción con la que nos presentamos al público como en un baile de disfraces. Los parches de la memoria no tienen que ser siempre síntomas, pueden ser fantasías, ideas, ilusiones que se materializan en el recuerdo de lo no vivido como si eso hubiera pasado. La identificación con la vida de otros, ayuda a eso, porque el yo, finalmente está hecho de una memoria que no distingue bien de quién es cada cosa y toma al mundo como el lugar común que acumula tanto el pasado de otros como el nuestro, en eso radica la identificación. Por esto es bueno saber historia y escribir con varias plumas.

Yo tuve un tío al que le decían “Napo” por su interés en Napoleón; mi mamá leía todos los libros de medicina y todas las novelas de detectives que podía conseguir y así iba siendo un poco doctora e investigadora. Revivir el pasado construye el futuro en formas nuevas, que crean e impiden la repetición. No podemos prescindir de lo viejo, no podemos vivir sin lo ya vivido. El art noveau está construido con vestigios, la nouvelle cuisine mexicaine, utiliza el recetario de la abuela. La medicina moderna se basa en la herbolaria, no podemos prescindir del pasado. La locura porta los secretos de las generaciones que la anteceden y nos habla en clave del tiempo detenido. Los estigmas de una generación aparecen en el cuerpo de la otra. Los genetistas se sorprenden, los profetas lo anuncian. El destino se escribe en la memoria de los pueblos. Los hijos cargan con el pecado de los padres y de los abuelos, pero también con sus aciertos y sus glorias.

Hay familias de médicos, de brujos, de artesanos, de artistas. Hay historias, acontecimientos, giros, cosas que se cuentan y uno no puede ser indiferente a esto. Tal vez sumidos en esta mezcla de recuerdos que nos hace ser tan diferentes, nos olvidamos del loco del pueblo que siempre ha existido para decirnos la verdad.

Hemos estado hablando de la memoria como inherente a la formación del yo, de la identidad, del amor y del saber, para poder preguntarnos sobre la locura que es el tema que nos concierne. ¿Qué tendrá que ver con todo esto?

La locura es un trastorno del yo. El loco no ha podido construir su diferencia para constituirse en otro y ha quedado ligado a una memoria familiar oculta que lo arrastra. Para él el tiempo está detenido, necesita recordar e inventar para desligarse del destino funesto que lo tiene preso. El delirio es el intento fallido de olvidar, del que se ha colgado para existir, para saber quién es. El mundo no le proporciona un yo, una identidad, una memoria incluyente, al contrario, lo confunde y lo vuelve testigo de Otro que desde un imperativo lo controla en forma de voz, de visión, de palabras impuestas…

Podemos decir que en el delirio los recuerdos se hilvanan en la pretensión fallida de olvidar. Se hilvanan en forma cifrada y desde ahí le dictan el destino trágico al loco que se sujeta irremediablemente a él como se describe en los mitos griegos (aquí podemos articular la forclusión del nombre del padre, de que habla Lacan en la psicosis que ocurre cuando el padre no puede transmitir la ley a su hijo, no puede señalarle el camino y darle un lugar).

El texto del delirio construye para el loco una memoria “falsa”, que para él es la única verdad. Esta memoria en realidad no es falsa porque contiene las claves de su verdad pero socialmente se considera falsa porque no incluye la memoria colectiva, hay algo fallido, detenido en el orden social. La construcción delirante llevada a cabo por el psicótico lo afilia a un amo sin posibilidad de ser sujeto de su propio deseo. El loco se asemeja a los héroes trágicos que un día conocen su destino y a partir de esta “extraña lucidez” (que marca el inicio de la psicosis) organiza ya todos los actos de su vida. (Así una persona puede un día saber con certeza que él no es él, sino un ser elegido por Dios para salvar a la humanidad, como el hombre que secuestró un avión para así conseguir una entrevista con el presidente y advertir a los demás del peligro que los acechaba). El delirante es congruente a la lógica de su delirio y la sigue al pie de la letra.

En la cura de la locura no se trata de borrar la memoria, sino de agregar nuevos ingredientes a ésta, no se trata de eliminar las señales del trastorno sino de construir, de reparar. Podemos afirmar que en la locura hay huellas de la culpa familiar que pretende ocultarse, hay siempre algo ominoso y terrible de lo que quisiéramos no tener memoria.

La tragedia griega nos muestra las coordenadas que escriben la historia de la humanidad y nos hacen pensar a través de los mitos. Los mitos ilustran la lógica del entramado entre lo divino y lo humano y sitúan a la locura entre estos dos ordenes de existencia.

Até en la tragedia griega es un desastre, un destino, un castigo que se hereda como expiación a la culpa provocada por agredir a los dioses. Es curioso porque la semilla de la locura impresa en la tragedia griega, es el cuerpo del delirio. Y es en esta memoria ancestral, aparentemente olvidada donde está la clave de lo que ahora se considera enfermedad mental.

Cuánta razón tenía Baudelaire en afirmar que el sacrificio y el voto son las fórmulas secretas y el símbolo del intercambio entre los hombres, esto hace eco con la cita de Borges: las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida. Baudelaire dice: hay una religión universal hecha por los alquimistas del pensamiento, una religión que se desprende del hombre considerado como recuerdo divino identificando prácticamente el ingrediente de culpa del que habla la Biblia, la mitología griega y el psicoanálisis como organizador de la cultura. Baudelaire afirma que “La teoría de la verdadera civilización no está en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas giratorias. Está en la disminución de las huellas del pecado original”. Y articula el amor a la falta de ser diciendo que el horror a la soledad hace al hombre olvidar su yo y fundirlo a la carne externa llamando a esto, amor.

Creo que después de reflexionar en lo anteriormente expuesto sería conveniente preguntarnos por la dirección de la cura ya que si realmente creemos que el delirio es la clave de la memoria del loco tendríamos que tomar en cuenta los vestigios de su historia y de esta manera surgiría una clínica de la psicosis completamente diferente a la que se le impone al considerarlo un enfermo que dice cosas disparatadas.

Si queremos pensar en la etiología de la locura no podemos dejar de vincularla a la tragedia griega en donde los hijos portan y pagan la culpa de los padres o de sus ancestros. Entre los griegos el héroe conocía su destino por el oráculo. En la locura el oráculo se manifiesta en forma de voz o ideas impuestas. El texto del delirio es su destino.

En mayo de este año escuché a un hombre llamado Juan por la madre y Arturo por el padre. El delirio le hizo saber que heredó el don de su madre y de su abuela . El don es el poder de sanar a los demás, éste es un gran privilegio pero también un castigo porque le fue otorgado después de oponerse a un Dios poderoso e impositivo al que sus antepasados también cuestionaron. Desde niño Juan Arturo supo que él era el elegido por los espíritus que no lo dejan ser humano, no le dejan tener novia, ni trabajo y le obligan a realizar actos ominosos para impedirle usar el don.

Cree que los rituales de los brujos lo librarán de los espíritus y le devolverán el don de sanar, así podrá tener amigos y ser aceptado en la comunidad por lo que acudirá con una hechicera al salir del hospital. Tiene que hacerlo porque no puede oponerse a su destino.

Hércules sabe que tiene que pagar el pecado de su padre Zeus, por éste la diosa Era le ha vuelto loco y lo confundió haciéndole matar a sus hijos. Para salir del maleficio realizó los 12 trabajos y después sabe que seguirá su destino de héroe, no tiene alternativa, como Juan Arturo.

Es desde esta perspectiva que me pregunto sobre la cura de la locura y encuentro en las palabras de Abel Mario, un paciente del hospital psiquiátrico, un hilo. Él dice: “La vida es una comedia que se convierte en tragedia al no saberla vivir”. Y si la locura es, como lo hemos considerado una tragedia, la apuesta sería pensar que es posible que ésta se convierta en comedia a partir de la transferencia.

Creo que al compartir los secretos y descifrar los enigmas se construye un lazo social que incluye al loco con sus particularidades en la comunidad humana que ha aprendido a conciliar a los dioses. Sigamos el camino, vayamos hacia allá en la dirección de la cura.

 

 

Nota

Trabajo presentado en el III Congreso de Salud Mental del Hospital Regional de Alta Especialidad de Salud Mental en la Ciudad de Villahermosa, Tabasco el 18 de octubre de 2013

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