El viejo tuerto me mira con su cuenca vacía, ¡del fondo de mi alma sale un grito de horror!, su ojo ciego ha localizado al monstruo que hay en mí.
¿Qué es un monstruo?, ¿un ser deforme?, ¿un atrevimiento?, ¿un raro?, un freak?, ¿un ser que nos acecha y amenaza?, ¿nuestro lado obscuro hecho carne?, ¿el perseguidor amado?, ¿la madre que se come a sus hijos?, ¿Dios?
Ya en el mundo clásico se hablaba del Leviatán y se vivían sucesos inquietantes, niños deformes, pegados, mujeres con barba, seres de doble sexo; pájaros con alas extrañas, minotauros, unicornios; lluvias de fuego, terremotos. Julio Obsecuente en el S. IV d.C. consignó en un tratado todos los fenómenos extraordinarios que acontecieron en los siglos que lo precedieron y la manera como éstos eran entendidos por los protagonistas de tales vivencias que además se seguían sucediendo encarnando el horror. Y así́ la interpretación de los hechos prodigiosos e inexplicables vividos como desgracia inevitable de la humanidad construía a los monstruos que iban encontrando su lugar en las mitologías y las leyendas de los pueblos.
Platón bebe de esta agua e inspirado por todas estas figuras horrendas sitúa el mal en la figura del andrógino, muy cerca del bien.
No acabo de entender la paranoia por más que le doy vueltas y vueltas. El que persigue es el ser amado pero es como si una y otra vez me negara a reconocerlo y pienso en los monstruos. Lo monstruoso es el lado obscuro de nosotros mismos y el lado obscuro viene del lado claro. Platón lo descubre cuando describe a los andróginos y dice en la voz de Dios, tenemos que separarnos, partirnos para sobrevivir; arrancarnos eso que nos corroe y nos hace gozar, huir de eso, ponerlo en otro, en ese que nos acecha desde un lugar monstruoso acusándonos de lo que somos, queriéndonos comer, queriendo incorporarnos a él otra vez para saborearse como la bruja de Hansel y Gretel que esperaba a los niños para meterlos en el horno.
Imagino a Saturno comiéndose a sus hijos pero sobre todo a la madre ucraniana que desesperada en la hambruna estalinista se come a sus dos hijos que morían con ella de hambre, eso lo supe por el texto de Vasili Grossman:[1]
“… algunos campesinos habían enloquecido, sólo hallaban paz en la muerte. Se les reconocía por los ojos brillantes. Éstos eran los que troceaban los cadáveres y los hervían, mataban a sus propios hijos y se los comían. En ellos se despertaba la bestia cuando el hombre moría en ellos. Vi a una mujer, la habían traído bajo escolta desde el centro del distrito. Su cara era la de un ser humano pero tenía los ojos de un lobo. Dicen que a éstos, los caníbales, los fusilaron. Pero ellos no eran culpables; culpables eran los que llevaron a una madre hasta el extremo de comerse a sus hijos. Pero ¿crees que se puede encontrar al culpable? Ve y pregunta… Es por hacer el bien, el bien de la humanidad que llevaron a las madres hasta ese punto”.
No me puedo desprender de la cara monstruosa de esa madre muerta, sus ojos desorbitados, su transformación en animal mítico, su desolación, su miseria.
El horror a los monstruos es el horror a uno mismo, el leviatán que nos come las entrañas, el caos y el intento de reconciliación con eso es la perversión, la paranoia que intenta sacar al monstruo de nosotros e incluso la bondad. La bella y la bestia, King Kong; el síndrome de Estocolmo, la tortura, el goce de la esclavitud, el arte.
-“No puedo mirarme al espejo”, decía una paciente, “cuando lo intento miro todo aquello que no quiero ver, soy fea aunque la gente diga que soy bonita, ¡soy despreciable!
En el hospital psiquiátrico no hay espejos, los pacientes se miran en nosotros, los que nos autodenominamos normales; se miran con indiferencia, todos estamos muertos dice don Leandro. Han matado al monstruo, ellos simplemente no son, no buscan, saben que el perseguidor está afuera y se defienden en su infinita soledad ¿qué es la paranoia sino la cercanía del monstruo de su vida?
Los seres divididos buscan a su otra mitad dice Platón (dando voz a Aristófanes en el Banquete), ese es el amor, la unión de lo claro con lo obscuro, la completud, la plenitud, incorporar lo perdido. Cómeme a besos le dice el amante al amado. En el internet un hombre busca a otro que quiera ser comido por él y lo encuentra; la histérica busca un amo para someterse a él; el sádico al masoquista, el bueno al malo.
Al comer, al coger, el hombre repite la acción de lo monstruoso. Hera inocula la locura a Heracles y él después de matar a sus hijos realiza los doce trabajos y se encuentra a otra mujer. Las mujeres tienen hijos y los mandan a la guerra. Los hijos creen matar lo malo de otros, creen matar al monstruo y se matan a sí mismos. Los hijos luego son padres y también tienen hijos que huyen de los monstruos. Esa parece ser la ley de la vida y pensando todo esto viene a mi mente la frase de Eurípides, cuando Dios quiere destruir a alguien primero lo vuelve loco ¿no es eso monstruoso?
Notas
[1] Vasili Grossman, Todo fluye, Ed. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2010, p.190
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