La resistencia y otras intimidades

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La resistencia y otras intimidades

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Velocidad, conexión permanente, multitareas y otras tantas frases de este estilo conforman ya parte del vocabulario regular del mundo contemporáneo. Y aunque nacieron dentro de un marco específicamente tecnológico-comunicacional, hoy parecen abarcar todas las prácticas de la cotidianeidad. “Vivir a la velocidad moderno” parece ser una premisa que se acepta sin chistar, pero que parece tener consecuencias cada vez más perceptibles. Por eso la aparición de una propuesta como la que lleva a cabo Josep María Esquirol en su más reciente libro La resistencia íntima: ensayo de una filosofía de la proximidad,[1] resulta de entrada refrescante y sin duda digna de consideración.

En un primer momento, el autor parte de la descripción de una escena en apariencia simple: la preparación de la cena en el hogar, con toda la atmósfera que tal preparación conlleva. Aromas, ingredientes, sonidos se descubren para llenar el ambiente y despertar todos los sentidos. Y es que hay que enfatizar tal despertar de los sentidos, pues se hallarán en la base de la propuesta de Esquirol, ya que sólo desde ellos el sentido de proximidad será posible. Desde ahí, Esquirol planteará su propuesta de resistencia, que es, según lo afirma:

Resistencia a la actualidad; a esta actualidad que se impone y se nos impone, y que lo concentra todo: las disgregaciones del momento y la fatalidad del futuro. El resistente intenta no ceder a la actualidad. Como la partida se juega aquí y ahora, no cabe ningún aplazamiento. Posponer es dimitir: tal vez, después, lo perdido ya no pueda recuperarse de ningún modo, o la oportunidad haya pasado y la posibilidad de lo imposible sea su definitiva imposibilidad (básicamente porque nadie lo tenga ya en la cabeza, nadie sueñe con ello). La memoria y la imaginación (el trabajo de las ideas) son las mejores armas del resistente.

Resistencia a una actualidad que poco o nada tiene que ver con la aceptación de un devenir, de aquello que Merleau-Ponty llama la relación dinámica con el mundo, sino que se refiere más bien a una devoradora maquinaria en la que parece obligarse al individuo a que toda experiencia sea una forma de límite, pero límite programado: los afectos (tener citas o “aventuras” románticas con desconocidos a través de las redes), viajar o llevar a cabo actividades consideradas riesgosas (arrojarse de paracaídas, bungee, y otras muchas actividades llamadas extremas) han sido absorbidas por una lógica de consumo en la cual lo que parece importar es la acumulación de experiencias únicas (y que aun así son iguales), vertiginosas y emocionantes que no dejen lugar al silencio, a la cercanía y mucho menos a la reflexión y el pensamiento. Resistencia que trata de revalorar la vida cotidiana y sus prácticas, pues es desde ella que nos expresamos en el mundo. Resistencia que valora la sencillez de las labores diarias de todos los miembros de una comunidad y que desprecia la falsa grandilocuencia de quienes por tener acceso a formas determinadas de cultura o de posibilidades económicas pretenden ser superiores al resto de sus congéneres.

Y es que, piensa Esquirol, contrario a lo que en la mayor parte de las ocasiones se expresa incluso en muchas de las críticas al mundo contemporáneo, lo mejor no es entrar en el ritmo acelerado del mundo, sino más bien, pausarlo, dar tiempo para la contemplación, para el silencio y por encima de todo, para el contacto, pues en ellos se ha de realizar la verdadera posibilidad del nosotros. En ese sentido la vida se convierte en un testimonio, en posibilidad abierta, en diálogo:

Un diálogo auténtico es como un canto a dos voces. Nos decimos el mundo, y nos decimos a nosotros mismos en un decir que es un pensar. Por eso el diálogo –el pensar juntos- es mucho más que un simple intercambio; es contacto y compañía que dice, celebra y, al mismo tiempo, se protege del mundo. [2]

En la propuesta de Esquirol, el pensamiento y, sobre todo, la filosofía están ligados íntimamente a la vida cotidiana, a sus formas más olvidadas y menospreciadas en la actualidad. Se trata de una propuesta, pues, que demuestra que la actividad filosófica no debe estar relegada a la vida académica, a la escritura distante y críptica, pero mucho menos a modas pasajeras. Por el contrario, se ubica en la superficie, en esa superficie que parece hoy en día ser invisible, pero en cuya imagen residen nuevas formas de encuentro.

Pero La resistencia íntima… es también un trabajo en el cual el autor da continuidad a una serie de ideas que quedaron planteadas desde la aparición de su libro El respeto o la mirada atenta y es que en ambos destaca el papel fundamental del gesto, de la cercanía que permiten no desaparecer, pero sí transformar el papel de la mirada en el mundo moderno. Y es que mientras el ojo parece tener un predominio en la forma de relacionarse con la realidad (al menos en Occidente), el gesto, la mirada atenta y puesta a una sana distancia, pero sobre todo el tacto, la caricia y la intervención de todos los sentidos puestos en el mundo, en la ya dicha superficie que debe ser entendida no como sinónimo de banalidad sino en su relación con la piel, con la corporeidad, con aquello, en fin, que nos acerca a un verdadero contacto, proximidad, ayuntamiento.

La resistencia íntima: ensayo de una filosofía de la proximidad, creo, es uno de esos grandes ejemplos de cómo la filosofía puede, y debe, encontrar su lugar en un mundo cuyas prácticas orientadas al consumo y la practicidad han tratado de desplazar. Se trata de un libro que libre de academicismos, más no de rigor intelectual, pone a la filosofía en relación directa con la realidad de su tiempo, pero cuestionándola, planteándola como algo que, quizás, se halla en mayor apertura de la que le queremos conceder.

[1] Esquirol, Josep María, La resistencia íntima: ensayo de una filosofía de la proximidad, editorial Acantilado, Barcelona, 2015, p. 14-15.
[2] Ibídem., p. 145.

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