Crítica a Clément Rosset
Lo que presento a continuación no se trata más que de una tesis sencilla cuyo único argumento se irá desarrollando a lo largo del escrito. En Rosset puede verse claramente un hilo conductor a lo largo de su filosofía: es la idea de la unicidad en lo real o lo real como único. Por supuesto, unicidad que designa lo real en general es una cosa y objetos singulares que conforman lo real constituye otra, aunque ambos se relacionan y adquieren su sentido sólo al vincularse, esto es, que lo real es único sólo porque todos los objetos singulares son únicos en el presente, como dados aquí y ahora. La unicidad de lo real designa, pues, el conjunto de lo singular. Con esta idea demostraré que la teoría de la imaginación en este autor no puede ser puesta dentro de lo real pensado como único sin contradecir su propia estructura ontológica al quedar todo imaginario relegado de ser efectivamente real o singular; un imaginario que no es lo real o singular, ni ilusorio o el doble de lo real, sólo puede ser una carga ontológica que duplica lo real. Duplicación que no es ilusión, por tanto, duplicación efectiva de lo real.
Rosset divide a las teorías de la imagen en dos vertientes: por un parte se encuentra la concepción clásica donde “la imaginación es una sensación no sólo menoscabada (…) sino también y sobre todo una sensación encogida o limitada, algo así como una sensación mutilada o una reducción de sensación”;[1] y por otra parte se menciona a
[…] la imaginación como un poder de sugestión de imágenes libres y emancipadas con respecto a lo real, ajenas al conjunto de imágenes que se ofrecen a la percepción cotidiana, la función de la imaginación ya no consiste en evocar las percepciones, sino más bien en distraer de ellas mediante la producción de
tanto más preciosas cuanto que no representan nada de lo ya conocido, es decir, no re-presentan nada.[2]
Como es sabido, la primera división concierne principalmente a las teorías filosóficas de los siglos XVII y XVIII, y la segunda es desarrollada por el Baudelaire romántico. Así, en la primera puede encontrarse la versión de Pascal, Descartes o Hume. De hecho, para éstos la imaginación se ve a los ojos de la razón como limitada en su cualidad. Para Pascal, el engaño de la imagen proviene de una percepción apresurada sin intervención de la razón; un ejemplo del engaño imaginario: “no podemos ni tan siquiera ver un abogado con toga y birrete sin formarnos una opinión favorable de su aptitud”.[3] Hume, por otra parte, establece una ley ontológica que declara que toda idea es precedida por una impresión; sin embargo, la idea no solamente es una imagen degradada en fuerza y vivacidad, también se da el caso en que aparece como una “percepción real” en el espíritu: “la idea no se considera aquí como la representación de un objeto ausente, sino como una percepción real en el espíritu, de la que somos íntimamente conscientes (…) La idea suple aquí a la impresión (…)”.[4] Y entonces he aquí que surge la creencia, ella nace y se desarrolla a partir de una impresión presente que genera una idea más fuerte y vivaz por la cual creemos en la existencia objetiva y en-sí de dicha idea, la imagen se vuelve una especie de percepción real; para Hume la imagen se limita en tanto que sirve para fundamentar su panspicologismo, esto es, se limita para caer en el escepticismo metafísico. Tanto en Pascal como en Hume, se observa, la imagen es degradada a la reproducción de lo sensible; aunque la noción de la imagen como limitada se dé en ambos de diferente modo. La segunda división tiene expresión en Baudelaire. En el Salón de 1859 sostiene que la imaginación:
Ha creado, al comenzar el mundo, la analogía y la metáfora. Ella ha compuesto toda la creación, y, con materiales amasados y dispuestos siguiendo reglas cuyo origen no podemos encontrar más que en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo, produce la sensación de lo nuevo.[5]
La razón profunda de que para Rosset éste último tipo de imaginación tenga ante todo que ver con lo que parece-ser, es decir, que sea identificada dentro de la vertiente de lo ilusorio y no de lo imaginario, es que, al no representar nada de lo efectivamente real y conocido, las imágenes son nada de nada en cuanto que no re-presentan nada de lo ya dado. Postura semejante a la de lo simbólico lacaniano. Entre la reproducción de la imagen y la concepción de un imaginario creado-creador que no se confunde para nada con lo que hay en la percepción real, Rosset optará por una tercera vía.
Lo imaginario es una aprehensión de lo real mientras que lo ilusorio lo niega y se contrapone a éste mediante la imposición de un doble. Lo imaginario es pues, una tesis que contradice la función de lo ilusorio. Si lo imaginario es una afirmación de lo real es porque la imaginación no implica un doble de su existencia, desdoblamiento que sólo puede pertenecer a la ilusión. Lo ilusorio es lo que implica un doble, es decir, que “lo real inmediato sólo es admitido y comprendido en la medida en que pueda ser considerado como la expresión de un real diferente”;[6] esto quiere decir que lo real tal como se ofrece inmediatamente resulta ser insoportable para la conciencia, por lo que ésta duplica lo real, pero esta palabra, “duplicación”, tiene muchos significados. Lo que se quiere decir con duplicación no es otra cosa que hacer manifiesto el peligro de la sustitución de lo real: “el tipo de dobles de los que hablo pertenece a la raza de los asesinos, cuya función secundaria es la de reflejar una realidad artificial, pero cuya función principal es la de hacer desaparecer la realidad real”.[7] De ahí el peligro del doble pero también su fragilidad, el de querer sustituir lo real por algo diferente pero cuya diferencia no puede albergar un algo efectivo por ser precisamente el pretendido usurpador que niega lo presente para ponerlo siempre en un aquí modificado, un aquí modificado que resulta ser un “en ningún lado” ante la aparición inminente de lo real. Esto es, lo ilusorio fracasa en el intento de usurpar a lo real. Así, se postula a lo real como simple y único: unicidad-real; como indescriptible aunque plenamente existente. Porque decir algo de lo real es doblarlo si pretende ser representado. Por ello, el disgusto por lo simple es el alejamiento de la cosa misma. Pero para la conciencia “la cosa sólo es tolerable si está mediatizada, desdoblada”.[8] Si lo real es lo único, lo simple, entonces el doblez es la búsqueda de la nada “de la que uno, locamente, imagina que lo real es
Si el doble consigue, como lo hace en efecto de manera incomparable, representar lo real, es justamente porque contradice toda posibilidad de representación y logra así, si puede decirse, la eficacia de presentar lo real en tanto que no representable (…) el doble es una vía de acceso privilegiada al sentimiento de lo real.[11]
Ahora, cuando Rosset dice que lo imaginario es una de las maneras de afirmar lo real no hace más que describir la permanente precisión que existe entre ambos, precisión que quiere decir que no existe confusión alguna entre la imagen y lo real. De esta manera se supera la noción clásica y romántica de la imaginación; el imaginario ya no es una sensación menoscabada ni una irrealidad –al evocar algo más que lo real- considerada por muchos como creativa. Pero, ¿acaso la afirmación de la “precisión” en lo imaginario y lo real logra superar los obstáculos que pueden imponerse a la noción de unicidad-real como la que defiende Rosset? No. Y se comprueba como sigue. Rosset no considera a lo imaginario como algo real sino como una afirmación de éste, es decir, que la imagen si bien no es ilusoria tampoco podría decirse que sea real; para este autor una imagen pertenece a un raro género de “existencia” denominado imaginario y nada más, a la que le corresponde un ámbito extraño por ser un algo flotante entre lo real y lo ilusorio. Y si bien se objeta aquí que según la tesis de Rosset lo ilusorio jamás atenta efectivamente en lo real por ser precisamente un doble, es decir, irrealidad o fantasma, entonces puede decirse con seguridad y certeza que lo imaginario es lo otro de lo real en el sentido en que no es lo real, aunque lo afirme mediante su pretendida precisión detallada. Pero esto viene a contradecir la tesis de Rosset que afirma la unicidad y simplicidad de lo real, pues al existir algo así como una extraña existencia cuyo modo de ser no es igual al de los objetos sensibles, y sobre todo al no considerar al mismo imaginario como real ni como ilusorio sino como simple afirmación de lo real, la imaginación ha de ocupar un lugar extraño y ajeno en éste. Por tanto, lo real se vería desprovisto de su carácter simple y único, pues habría la implicación de un otro que sería, por lo demás, de acuerdo a su “ser” plenamente efectivo, en ninguna medida ilusión. La imagen es un acto efectivo y concreto. ¿Dónde pues poner a ese pretendido intruso? En ninguna parte, porque no lo es. Pero aquí a Rosset se le ha revelado como la intrusa de lo real, y justamente es de lo que su teoría venía huyendo. ¿Dónde se encuentra pues la falla de su teoría de la imaginación?
Se dirá que no existe problema alguno al considerar que la afirmación de lo imaginario respecto de lo real lo hace ya constituyente de lo real mismo, en una de sus configuraciones, géneros, categorías, o en uno de sus objetos reales o singulares; objeción que sería contraria a lo que dice Rosset: “la imaginación se ofrece como lo que es y se echa a un lado a la primera amonestación de lo real”.[12] Así pues, pese a todo, parece ser que ni siquiera lo imaginario podría ser puesto dentro de lo que Rosset considera como un objeto singular, es decir, objetos que en tanto más reales son, más inidentificables se vuelven; el objeto terrorífico y el objeto risible son ejemplos; se afirma del objeto real-terrorífico que proviene cuando “el efecto de lo real es un efecto de miedo”.[13] por tanto, tal efecto se presenta como indeseable y una amenaza sin previo aviso, en una palabra: lo terrorífico como catástrofe de la “irrupción accidental de lo real”.[14] Así, Lo imaginario no parece ser en manera alguna perteneciente a los objetos en que se manifiesta lo real.
Además, el problema no es que se afirme o no a lo real desde la imaginación, sino que el modo de su afirmación es imposible. Así pues, la manera en que la imaginación afirma lo real puede ser de dos formas que fácilmente pueden identificarse, y se observa, además, que ambas propuestas son extrañamente contradictorias:
1) Hay, por un lado, precisión del saber de su diferencia con respecto a lo real, es decir, que lo imaginario y lo real existen de modo armónico en tanto que hay respeto mutuo de los ámbitos de cada cual y conciencia de su diferencia constante. Este respeto y saber de su diferencia sólo es posible a partir de la concepción de la imagen como generalidad y dejando de lado todo principio de individualidad del objeto, de lo contrario se caería en la duplicación del objeto de la imagen respecto del real. En tanto que lo imaginario es generalidad, no se “ve” como tal o cual objeto específico. Es la aporía de la que Sartre habla en Lo imaginario y La imaginación, y que consiste en que a lo imaginario no le pertenece, por su modo de “ser”, el principio de individualidad que se encuentra en las cosas sensibles sino que se caracteriza por ser una generalidad; esto quiere decir que la imagen no puede aparecer como una percepción renaciente teniendo su modo de existencia a la manera de los objetos sensibles puesto que, de lo contrario, la conciencia se vería impedida para diferenciar en un acto inmediato entre una imagen y una percepción. En Rosset, los objetos no pueden ser interpretados bajo el principio de individualidad sino que, a partir de la singularidad que les compete en su “ser” en tanto “reales” –en el sentido de su irrepresentabilidad y su modo de darse en el campo de lo concreto, es decir, en la percepción, en la existencia sin más bajo ciertas circunstancias- se diferencian radicalmente de la imagen, por lo que un imaginario debe aparecer, de hecho, radicalmente distinto de los objetos dados en la existencia concreta. Es decir, no importa si los objetos pertenecen a un principio individual o singular, el hecho de asemejar el “ser” de la imagen con el del objeto sensible equivale a no distinguir ambos actos en su inmediatez. No importa. En Rosset, la causa de que la imaginación sea concebida desde el punto de vista de la generalidad es la contraposición con la función de la memoria, ya que “la memoria no se deja engañar porque busca un objeto singular, y éste, precisamente por no poder ser confundido con otro, es en cierto modo inolvidable por naturaleza”;[15] mientras que la imaginación se encuentra en un:
perpetuo no-desenlace por el que se consigue entrever el objeto imaginado, pero no como si fuera este o aquél (…) no consigue ninguna captura, puesto que, en lugar de enfocar un objeto preciso, mira en dirección de lo que es distinto a todo objeto.[16]
En una palabra, la imaginación es un sentimiento seguro de la diferencia entre su imaginario y lo real.
2) Por otro lado, Rosset dice que la imaginación obedece a las mismas leyes de lo real en el sentido en que hay precisión en lo imaginario así como lo hay en lo real. Lo imaginario otorga detalles, se manifiesta la especificidad de su producto en el sentido en que podría decirse que es visto aunque cargada de un poco de extravagancia, pero no importa, lo imaginario se detalla y en esto consiste su precisión como lo real: “la percepción de lo real no solamente no se opone a la representación imaginaria, sino que tiene todos los ingredientes para armonizar con ella y, por tanto, debe parecérsele mucho”.[17] Es de esta manera que Rosset, cuando acaba de defender una imaginación como generalidad, viene a decir en un tono absolutamente contradictorio que la imaginación puede y debe armonizar con lo real. Esto es, que:
la percepción de lo real y la representación imaginaria están talladas en la misma materia. Lo imaginario (…) ligeramente desplazado con relación a su propio espacio y a su propio tiempo (…) un sitio donde lo real está como preservado (…) zona privilegiada, de reserva de lo real.[18]
Esta tesis que dice que en lo imaginario “está indisolublemente ligado a la exactitud, al orden del registro, del detalle topográfico (…) [es decir, que] nada hay más preciso que el ámbito imaginario”,[19] contradice la anterior en tanto que aquélla afirma y defiende a lo imaginario como generalidad sin-desenlace, es decir, discapacitada para conseguir a lo que pone, pues si se diera, seria percipi, no imagen, lo que no puede ser; la tesis de lo imaginario como exactitud “extravagante” contradice a un imaginario como generalidad vaga. ¿Cómo la imagen podría ser y darse ambas a la vez si ambas posturas son contradictorias e irreconciliables?
Rosset no ha podido clasificar en su “ser” al “ser” de la imagen pues afirma que ésta no pertenece a la esfera de lo ilusorio ni a la de lo real, y haciendo de lo imaginario una existencia ajena a lo real puede afirmarse que éste ya no es simple ni único al existir una especie de nubosidad flotante en los límites de su unicidad. Lo real implicaría en sus límites la conversión a lo múltiple, al menos a una extraña duplicidad; la imagen no-es lo real, es lo otro de lo real, así lo real pierde su unicidad. El hecho de que lo imaginario afirme lo real quiere decir que el primero depende, de alguna manera, del segundo para su aparición; y así es, si lo real no antecediera a la imaginación, ésta no tendría nada que afirmar al carecer de aquello que se pretende afirmar, esto es, de lo real; pero si la imagen sólo afirma lo real como sostiene Rosset, siendo necesario que no haya ocasión para una confusión entre ambos, es preciso que la imagen no se vea dotada del modo de “ser” del objeto singular, luego, la imaginación no-es lo real sino su otredad que aparece para armonizar con él. Y es que la armonización entre imaginario y real consiste en el respeto mutuo y saber de sus diferencias. Es pues, esta diferencia la esencial para encontrar el punto crítico en Rosset: la afirmación parmenídea “el ser es y no puede sino ser”, de la que pretende ser un fiel seguidor en tanto que en ella ve la unicidad de lo real, queda abandonada al introducir la duplicidad en lo que se había defendido como único; es decir, la imaginación que no-es lo real y que, empero, lo afirma, tiene que ser de alguna manera vinculada estrechamente en su “ser” con lo real. Lo imaginario se da en los límites de lo real, entonces, lo real se dobla; pero si hay duplicación es un grave problema para lo real, pues encontraría su definición como el de lo ilusorio, que es lo doble. Hay que elegir, o el imaginario es un tipo de objeto singular, o bien, no lo es, pero si no lo es, es ilusión, lo que no es, y si lo es, sería un real-singular, lo que tampoco es. En un real-único, tal como Rosset lo concibe, son las únicas dos vías para la imaginación, y ni una más.
Bibliografía
Baudelaire, Charles, Salones y otros escritos sobre el arte, Visor, Madrid, 1996
Hume, David, Tratado de la naturaleza humana tomo I, Ediciones Gernika, Mexico, 2011
Pascal, Blaise, Pensamientos, Brontes, España, 2011
Rosset, Clément, Fantasmagorías seguido de lo real, lo imaginario y lo ilusorio, Trad. Maysi Veuthey, Abada Editores, Madrid, 2008
______, Lo real y su doble, Tusquets Editores, Madrid, 1993
______, El objeto singular, Editorial sexto piso, Madrid, 2007
Notas
[1] Clément Rosset, Fantasmagorías, seguido de lo real, lo imaginario y lo ilusorio, p.100
[2] Fantasmagorías…, pp. 100-101
[3] Blaise Pascal, Pensamientos, p.28
[4] David Hume, Tratado de la naturaleza humana, p.143
[5] Baudelaire, Charles, Salones y otros escritos sobre el arte, p. 236
[6] Clément Rosset, Lo real y su doble, p. 51
[7] Fantasmagorías…, pp. 76-77
[8] Lo real y su doble, p.71
[9] Lo real y su doble, p.72
[10] Lo real y su doble, p.76
[11] Clément Rosset, El objeto singular, p.20
[12] Fantasmagorías…, p. 110
[13] El objeto singular, p.51
[14] El objeto singular, p.52
[15] Fantasmagorías…, p.97
[16] Fantasmagorías…, p.98
[17] Fantasmagorías…, p. 107
[18] Fantasmagorías…, p.112
[19] Fantasmagorías…, p. 115
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