Literatura y enfermedad: aproximación a Etgar Keret

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Literatura y enfermedad: aproximación a Etgar Keret

Resumen

Repaso aquí una experiencia de lectura en la enfermedad, condición que atraviesa todos los planos vitales. En esas circunstancias, Los siete años de abundancia, libro de crónicas de Etgar Keret, me permite recuperar los “reflejos de lectora” gracias a lo cual transito con menor dificultad un episodio de hospitalización y estudios médicos. Por su peculiar sentido del humor, herencia paterna, el encuentro con Keret adquiere importancia en mi bitácora de enferma, pasa a ser un estímulo en un momento de incertidumbre. Esta toma de perspectiva, el respiro de la risa, contribuye sin duda en el laborioso proceso de “construcción de sí mismo” en situaciones adversas, como pueden ser la enfermedad o la guerra.

César Biojo

César Biojo

En este trabajo me propuse merodear en torno a un episodio de lectura, más que exponer una teoría; recorrer un momento adverso a la par que reflexiono sobre el significado de leer o de los libros. Me condujo una pregunta sencilla: ¿cómo se presenta la construcción de sí mismo en el caso de una enferma? Esto no de manera general, sino a la luz de mi propia experiencia y con base en notas de una bitácora que titulé “En reposo”.

La enfermedad complica nuestra biografía de lectores e incluso puede cuestionarla seriamente. Al recibir un diagnóstico grave, los pacientes concuerdan en este punto, se instaura de golpe una barrera entre el mundo de los otros, de los sanos, y el propio; se cae en la cuneta de la carretera, en una orilla desde la que se ve transcurrir la vida a la que ya no se pertenece enteramente. En ese margen la realidad se ahueca por todos lados. ¿Qué sentido tiene sumergirse en un universo literario al ingresar en lo que parece un sueño, un mal sueño? A esta pregunta se suma otra decisiva: ¿Leería ahora como antes? La enfermedad me ponía en jaque como lectora pues, como muestra Graciela Montes la “actitud de lector” conecta de forma inmediata con el ánimo aventurero, precisamente el que se pierde cuando se cierra el horizonte:

Así es la actitud del lector. Los acertijos le gustan. Entra en el juego de buena gana, con ánimo curioso, tenaz, inconformista…. Y es una actitud, digamos, fundante. Se puede tener un oficio, u otro, moverse en este o aquel círculo social, y funcionar –simplemente– durante buena parte del día, pero basta que uno adopte la actitud de lector para que tenga lugar la mutación: uno deja de ser engranaje y se convierte en ‘el que lee’.[1]

Aunque suene extraño, el enfermo puede llegar a sentir que también los libros se sitúan en una orilla lejana, la de los sanos. El problema está en que la adversidad lleva al aislamiento, cuando urge tender hilos, los más posibles, para sostener el debilitado impulso vital.

Mientras estuve en reposo, en pleno zapping, di con un programa que me sacó de la apatía lectora. En la pantalla Silvia Cherem conversaba sobre su último libro que consta de cuatro entrevistas a escritores judíos contemporáneos, entre los cuales figura Etgar Keret.[2] Me atrajeron los comentarios de la periodista sobre el padre de este escritor, un hombre sin resabios de amargura a pesar de las penalidades sufridas durante la segunda Guerra Mundial, cuando pasó casi seiscientos días escondido en un hoyo cavado en la tierra. De él aprende Keret que en determinadas circunstancias el humor no puede considerarse un lujo; se trata más bien de un recurso para sobrevivir en situaciones extremas. A pesar del agotamiento comienza mi búsqueda de internet sobre el autor israelí. Leo varias entrevistas y me propongo comprar su libro de crónicas, de corte autobiográfico, para saber más acerca de una familia prodigiosa. Doy importancia a esta deriva en la red, igual a miles semejantes, porque muestra el incipiente regreso de la lectora que yo había sido, de alguien que de nuevo se deja magnetizar. Evento que registro así en mi bitácora:

10 de marzo, 2014
Etgar Keret
Etgar: reto
Su padre: “desfachatez”
Silvia Cherem, libro de entrevistas a Grossman, Oz, Yehoshúa, Keret
Los siete años de abundancia, Crónicas, Sexto Piso
Keret

1.1

Reconozco en esa escritura telegráfica algo parecido a la alegría, la curiosidad y emoción ante una lectura en puerta. Etgar dos puntos reto consigna el significado del nombre elegido para el escritor por sus padres. Cuando todavía no lo había leído, empecé a sentir el “efecto Keret”, que consiste en dejarse llevar por la pendiente de un mundo al revés. Los siete años de abundancia son las crónicas escritas durante los primeros 7 años de vida de su hijo, casi de la edad del mío que tiene 8, y transformadas en libro con ocasión de la muerte del padre: “Decidí que quería recopilar estas piezas cuando murió mi padre, este libro para mí es como la lápida que se puede leer y la motivación es casi infantil. Como cuando vas a la guardería y dices a los otros niños: mi padre es más fuerte”.[3] Como muestra el testimonio, aun cuando ha dejado atrás la infancia, Keret sigue mirando con fascinación a su padre.

1.2

En una entrevista de Mónica Maristain leo una deliciosa mezcla verbal Cachorro peludo de niño gato, título de un cuento con el que Keret duerme a su hijo. Rememora así la infancia de sus padres, ya que, ante la carencia de libros, en los guetos se inventaban historias para los niños. El niño se siente con derecho de referirse a Cachorro peludo de niño gato como “nuestro cuento”, pues de no existir él tampoco hubiera nacido la historia. Con esta práctica, Keret se inscribe en la serie que va de los cuentos recibidos por sus padres en una situación extrema, a manera de brazos que se extienden, al relato que él mismo brinda a su hijo no sólo en su nombre, sino también en el de sus ancestros. A estas alturas se impone el recuerdo de Bashevis Singer, cronista de la vida en aldeas lejanas, sin libros y con muchos animales, donde la gente se recoge al anochecer a contar historias. Al igual que el premio nobel polaco Bashevis Singer, el joven autor judío, escribe febrilmente sobre mundos abigarrados, sin preocuparse por el estilo, sin preciosismos. En lugar de conclusiones tajantes, entra de lleno en la maraña de emociones, de sucesos y opiniones contradictorias, propios de un universo en conflicto. Detrás del desparpajo de Keret se alcanza a oír el lamento por la intolerancia en todas sus formas. Desde la incomprensión entre ortodoxos y laicos dentro de su propia comunidad, hasta el odio racial y la guerra en Medio Oriente, pasando por el modo como se ha filtrado la violencia en la sociedad israelí.

1.3

Acabó la tarde y parece que recupero los reflejos de lectora. Se abrió una ranurita en lo oscuro y me divertí. Y que conste que todavía no he leído a Keret, recostada en el sillón del reposo, me he reducido a googlearlo.

Sigo con la escritura telegráfica en la nota tomada cuatro días después:

14 de marzo 2014
Braquicardia, hipotensión, desmayo
Electrocardiograma, muestra arritmias, hace falta averiguar qué las produce
Me internan el martes en Cardiología para estudios de corazón
Leo las crónicas de Keret, trata crudamente todos los asuntos. Me divierten mucho

De una anotación a otra se ha producido un giro, para peor, en mi estado. Si el golpeteo telegráfico antes se debía a la debilidad y molestia física, ahora deja entrever el ahogo del miedo. Las crónicas de Keret, que ya compré, me arrancan del malhumor y la pesadumbre. Por paradójico que parezca, la crudeza del enfoque me resulta tonificante. O al menos es algo que tolero, cosa notable porque en la enfermedad pasa con los libros como con los alimentos, es complicado escoger lo que puede venir bien. Los siete años de abundancia va en la maletita con la que ingreso a Cardiología. Estoy a gusto con este autor que podría ser insoportable para otros en circunstancias similares a las mías. Así pasa con los libros: nos enseñan a tomar en serio nuestro modo particular de sentir y pensar, condición indispensable en la construcción de uno mismo.

Kiyo Murakami

Kiyo Murakami

Pocas cosas me parecen tan angustiantes como los estudios clínicos. El enfoque que hoy tenemos de la enfermedad se ha transformado con el uso médico de la tecnología de punta.[4] Zonas del cuerpo antes inescrutables no sólo están al alcance, sino que pueden examinarse desde perspectivas diversas (longitudinales, transversales, o reconstruidas en tres dimensiones, por mencionar algunos ejemplos). Existen también estudios complementarios con los que se logran diagnósticos más precisos. En conjunto la tecnología arroja datos sobre el estado de salud a la vez que ofrece un registro del cuerpo, se produce así la impresión de haber pasado por un proceso judicial que incluye pruebas materiales. Mientras esperaba mi turno para la resonancia magnética que me efectuaron mientras estuve hospitalizada, leía salteado a Keret, en busca del pasaje que podía animarme.

1.5

Interrumpo la lectura cuando me llevan al cuarto donde se realiza la prueba, ocupado casi por completo por un cilindro horizontal abierto por el frente y cerrado por la parte de atrás. Por lo que algunos pacientes que pasan por el estudio sufren de claustrofobia. La máquina te engulle y estás completamente expuesta a su poderoso escrutinio, cuyos resultados pueden ser fatales. Doy estos detalles para mostrar el alcance del “efecto Keret”, gracias al cual salgo bien librada del procedimiento.

Antes de empezar el estudio, me piden que me mantenga completamente inmóvil, a la vez que me entregan los audífonos por los que voy a escuchar música para atenuar el sonido de la máquina, parecido al de los motores en las carreras de coches. Más que el ruido, ya dentro del aparato, me preocupa permanecer quieta. Pienso entonces en repasar lo que me ha sorprendido de Keret. La serie comienza con las sugerencias del nombre Tel Aviv. Resulta curioso observar que el escenario arqueológico acostumbrado al pensar en la región se modifica cuando leo que ahí se come pizza y se dan clases de pilates. Keret muestra el malestar que se respira en esta ciudad moderna, las dudas y ambivalencias de los jóvenes que dan lugar al suicidio de uno de sus mejores amigos, o al repliegue en la más estricta ortodoxia por parte de su hermana. Keret sabe que camina en la cuerda floja al tratar estos temas y no disimula sus sentimientos. Pienso en la frase que encabeza otra de las entrevistas que le hicieron cuando estuvo en México con ocasión de la Feria del Libro de Guadalajara en 2013: “No puedo ser pacífico cuando la violencia me rodea”. Repaso las crónicas que más me han conmovido, por ejemplo, la dedicada a su hermano mayor, genio de la computación radicado en Tailandia, activista político, con la capacidad de cambiar de rumbo a un elefante con un susurro al oído; o aquella donde descubre que los zapatos de su padre encajan perfecto en sus pies. Desde entonces los lleva en la maleta cuando viaja, que es todo el tiempo, para guarecerse en ellos. Son el recuerdo de un hombre que no trató de meterlo en un carril, que lo dejaba faltar a la escuela siempre que él se lo pedía. Dentro del ruidoso aparato pienso en Keret: una mezcla entrañable de humor salvaje y humanidad. Entiendo la popularidad de que él goza en México: hijo de sobrevivientes y habitante de un país en guerra no está de humor para la elevación de los grandes relatos, como nosotros no estamos para discursos. Señala insistentemente la falta de lógica del mundo. Leerlo es como tomar un café con un amigo algo chiflado, con el que te ríes sin parar. Vuelvo de mis cavilaciones cuando me felicitan por haber estado quieta en el estudio que ya terminó.

A diferencia de las anteriores, la última de mis notas ya no fue escrita de modo telegráfico, sino como bosquejo de ensayo, señal de que también se había reactivado en mí el antojo de escribir:

22 de marzo 2014

Después de la estancia en el Instituto Nacional de Cardiología

Por los comentarios a los cuentos de Keret, y antes de leerlo, pensé que me iba a encontrar con un tipo estragado y que entiende la crueldad como máxima sofisticación; en vez de esto, descubro a un escritor entrañable, políticamente comprometido, cuya escritura disparatada procede de la constatación cotidiana del absurdo, por ejemplo, en el entusiasmo de su hijo ante de la caída de un misil durante un viaje familiar por carretera. En sus itinerarios se interna en el pasado familiar en Polonia. La búsqueda infructuosa de la casa donde vivió su madre en Varsovia es el origen de una foto en blanco y negro que lo retrata como a un hombre golpeado por el destino. La cámara registra un rostro inadvertido en la vida diaria, precisamente el del hijo de una niña que pierde a toda su familia y a la que su padre encomienda rescatar el nombre de esa casa. La placa colocada en el minúsculo departamento construido para el escritor en Varsovia, como regalo de un arquitecto polaco, certifica que el encargo fue cumplido. Al leer a su hijo, ella comenta con buen humor: eres un escritor polaco que escribe en hebreo, es decir, un cronista de pueblos bajo amenaza, a la manera del ya citado Bashevis Singer. Un autor genuinamente cómico, el más difícil de los registros, que congenia con los que sufren abuso y espera que la gente aprenda a defenderse.

Bashevis Singer

Bashevis Singer

En los relatos del autor israelí, como en la denominada literatura del Norte de México, donde la brutalidad policial y la del narco se confunden, la violencia se manifiesta en un lenguaje crudo y soez, salpicado de insultos y provocaciones. Keret recrea contextos masculinos donde lo que vale es el alarde de fuerza. Aunque en otros escenarios el lenguaje desvergonzado refiere más bien al desparpajo juvenil. Los relatos registran la pérdida de familiares y de amigos ya sea en maniobras bélicas, ya por suicidio ante los horrores de éstas. Se dibuja así un mapa de ausencias, cuyos fantasmas emergen en momentos inesperados en la forma de la venganza o el desquite. En algún relato aparece la incomodidad de sentirse bien cuando el entorno se desmorona, ambigüedad de la que también en México tenemos experiencia. Sin embargo, Keret muestra, y en eso se nota su herencia de sobreviviente, que en muchos casos, como en el de su padre, la corriente de la vida logra imponerse. Situado a ras de tierra, su visión está atravesada por la perplejidad, sin rozar siquiera el tono categórico. Ejerce discretamente la compasión, pues hace sentir a los lectores que no está por encima de nadie, en particular me refiero a los lectores sacudidos por la desgracia.

1.7

En la última nota, del 7 de abril de 2014, escribo lo que sigue:

Una de mis más queridas amigas me presta Israel a cuatro voces de Silvia Cherem. Devoro la entrevista a Keret y me apresuro a regresar el ejemplar, ahora no pienso leer las restantes. Por fin pude enterarme bien de la historia de su familia, especialmente de sus padres. No me defraudó. Ahí afirma que no pide una segunda oportunidad, es un escritor con lectores, sus padres y sus hermanos le parecen asombrosos, ama a su mujer y tiene un hijo a quien adora.

Así se cierra el círculo de mi encuentro con el escritor israelí, uno de los más leídos entre los jóvenes dentro y fuera de su país. Hablando de encuentros improbables, hay que decir que Keret cuenta con un público en Palestina, lo que constituye una de sus mayores satisfacciones. Lejos de encuentros prefijados, de generalizaciones, la literatura sigue su curso a través de sucesos que, desde fuera, pueden parecer descabellados, como sale a relucir en los cuentos que escuchó Keret de niño. A diferencia de los cuentos de la madre, protagonizados por enanos y por hadas, el padre revivía para sus hijos su feliz estancia a los 19 años en el sur de Italia, ya libre de la persecución nazi, en convivencia con el hampa del lugar. Los relatos, donde el futuro escritor reconoce la magia y la compasión, trataban por lo regular de prostitutas y de borrachos. Así el niño aprende a descubrir el fulgor en un mundo sórdido para los bien pensantes. Esta inversión de las señales efectuada por su padre ha orientado al escritor en sus pesquisas literarias y vitales. De ello se da fe en Los siete años de abundancia, libro que estoy obligada a citar aquí por lo menos una vez:

Cuando intento reconstruir esos cuentos que mi padre me contó para dormirme hace años, me doy cuenta de que más allá de sus tramas fascinantes, tenían el objetivo de enseñarme algo. Algo sobre la casi desesperada necesidad humana de encontrar lo bueno en los lugares menos esperados. Algo sobre el deseo de no embellecer la realidad, sino de insistir en el ángulo donde colocar la fealdad bajo una mejor luz, y crear afecto y empatía por cada verruga y arruga de su cara marcada de cicatrices.[5]

¿Cómo explicar estas ranuras de simpatía? ¿De qué modo nos singulariza la suma de contingencias que preceden nuestras lecturas? ¿Qué hacer con la literatura cuando la vida se experimenta como una suerte de alucinación, en casos como la enfermedad grave o la guerra?

Notas

[1] Montes, Graciela, “La gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura”, p. 3. planlectura.educ.ar/pdf/La_gran_ocasion.pdf (consulta 5 de febrero 2015)
[2] Silvia Cherem S., Israel a cuatro voces, Conversaciones con David Grossman, Amos Oz, A. B. Yehoshúa, Etgar Keret, Khálida Editores, México, 2013, 209 pp.
[3] http://www.20minutos.es/noticia/2262537/0/entrevista-etgar-keret/escritor-israeli/siete-anos-de-abundancia/#xtor=AD-15&xts=467263 (Consulta 13 de octubre, 2014)
[4] Esta idea parte de la reflexión de Rubén Gallo sobre la incidencia de los medios modernos de producción en las concepciones artísticas de vanguardia y, sobre todo, a lo que apunta acerca del papel central de la lógica de la maquinaria en el proceso artístico: “Kittler […] dio un giro al enfoque tradicional. Se dejó de preocupar por la pregunta temática y se centró en el problema de los medios mismos, y argumentó que, independientemente de los temas tratados, cualquier obra tocada por la tecnología lleva las huellas de la mecanización del mundo moderno” (Maquinas de vanguardia: Tecnología, arte y literatura en el siglo XX (2005), traducción de Valeria Luiselli, Sexto piso / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2014, p. 30. Como expone Gallo, Benjamin argumenta que la fotografía descubre aspectos de lo real inaccesibles al ojo, por medio de técnicas sofisticadas se adentra en los secretos de lo que el crítico denomina “inconsciente óptico”. La tecnología médica avanza en esa dirección suscitando experiencias y temores inéditos. La cuestión exige un análisis más amplio que escapa a los límites de este trabajo.
[5] Etgar Keret, Los siete años de abundancia, traducción de Raquel Vicedo, Sexto piso / CONACULTA, México, 2013, p. 54.

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