Las mujeres hasta el presente, han sido tratadas por los hombres
como pájaros que, habiendo descendido de una altura cualquiera,
se han perdido entre ellos: como una cosa delicada, frágil,
salvaje, extraña, dulce, encantadora, pero también como
algo que es preciso poner en una jaula para que no vuele.
Nietzsche
Pensar a partir de Sade es imposible, ya que para realizarlo debemos hacerlo desde una perspectiva situada más allá del bien y el mal, es decir, en un panorama que sobrepase los límites de la moral. Sólo mediante la superación del cristianismo es posible realizar tal labor, de lo contrario, la interpretación sobre cualquier postulado de Sade resultará contaminado con una serie de prejuicios y perjuicios, propios de una herencia moral impartida en milenios. Empero, ¿Acaso nuestra blandenguería moral y la supuesta muerte de Dios nos otorgan ese derecho? Nuestro tiempo dista mucho de esa posibilidad. El mismo Marqués no lo consigue, se encuentra inmerso en las valoraciones de un mundo cristiano que lo aplastan y encarcelan, no obstante, mediante la literatura y elaboración de constantes y elocuentes diatribas, escupe al cristianismo, pisotea sus símbolos y ridiculiza los más altos principios de “Dios”. Creador de un nuevo tipo de mitología, con sus héroes y altares, Sade se consagra como un ilustrado subversivo. Simpatizante del sensualismo y la reivindicación de la naturaleza por encima de toda edificación trascendente: Donatien declara la guerra. Si bien no implanta la nueva moral y construcción de un “sistema”, sí coloca el dedo sobre la llaga —lo entierra y disfruta abrir la herida— al describir su proyecto imaginario mediante las bases de una filosofía dirigida al mañana. Sade espera que sus textos lleguen a los indicados, a sus elegidos; libertinos, voluptuosos de todas las edades y de todos los sexos, hacia ellos consagra sus personajes y los preceptos fundamentales de su filosofía. Es el presente escrito un pretexto, un mero capricho, para realizar un análisis sobre la educación de la mujer, o las implicaciones feministas que Sade muestra en su literatura.
Siempre es atrayente el discurso de poder, más aún si exalta la acción material de dichas expresiones en la carne. Los héroes de Sade son personajes que impactan en libertad de acción sus placeres sin reparo alguno. Desenfrenados y libertinos que hacen estallar la carne al apretujarla con incesante delirio. Estos héroes ilustran la manera eficaz de llevar a cabo la mayor utilidad del “otro” para el propio placer y la auténtica gloria del egoísmo. El “otro” es propiedad del amo; el “otro” es la negación que afirma al dueño; la nulidad del “otro” asevera la auténtica propiedad de sí mismo, exalta el único principio válido para Sade, que es a su vez la única virtud: el placer del deseo que se encaja en la carne del “otro”. Carne viva, caliente, atravesada con la voluntad más íntima y poderosa afirmación de la vida ¿Acaso no existe mayor aserción de sí mismo en el goce y el placer? Sin embargo la elocuente crueldad de Sade sólo se permite cobrar vida dentro de su literatura, pues Sade es “otro” atrapado dentro de la mazmorra cristiana, “otro” hijo devorado por el Dios padre. A pesar de ello nos otorga bastantes elementos para consagrar el crepúsculo del cristianismo. Por una parte indica que el verdadero dominio de las pasiones no está en su anulación, tampoco en volverse esclavo de ellas, se trata de dominar el fuego de la naturaleza por medio de la racionalización del deseo.
Filosofía en el tocador es una obra donde Sade instruye a las jóvenes señoritas para liberarse de los yugos que la cultura cristiana ha impuesto sobre ellas. Eugenia es una pequeña niña que se introduce en el mundo del libertinaje y la voluptuosidad, fácilmente puede emparentarse con Julieta, cada una de ellas recibe una instrucción sobre estos menesteres, lo cual demuestra el interés de Sade en mostrar a personajes femeninos como punto central dentro de sus obras. La figura de la mujer en Sade es interpretada comúnmente como un instrumento de satisfacción del deseo del hombre, un mero objeto hecho para ser poseído por el miembro masculino. Toda feminista resaltaría el abuso y la transgresión, por lo que cierra la posibilidad ante el lenguaje aniquilante de Sade –además de la ya mencionada valoración cristiana— a nuevas interpretaciones de otro tipo de feminismo.
Dolmancé —héroe bastante peculiar y uno de mis favoritos, posiblemente es la auto-representación del propio Donatien— junto a la Señora de Saint-Ange y Caballero, se encargan de la cátedra sobre la filosofía de la voluptuosidad a la pequeña Eugenia. Lo primero que hay que eliminar es el celo religioso que moldea los límites de lo permitido en la educación moral. Mediante una hilarante construcción de argumentos, reduce a Dios a una mera caricatura ridícula:
¿Qué otra cosa veré en el Dios de ese culto infame, si no es a un ser inconsecuente y bárbaro, que hoy crea al mundo y mañana se arrepiente de su creación? ¿Qué puedo ver en un ser débil que no puede lograr que el hombre responda como a él le gustaría? Esta criatura, aunque creada por él, lo domina: ¡Puede ofenderlo y por ello recibir castigos eternos! ¡Qué ser más débil ese Dios![1]
La primera parte del proyecto consiste en la anulación de la ilusoria omnipotencia divina, un Dios débil sólo puede crear debilidad y flaqueza; un Dios débil es construido por espíritus agotados o seres hipersensibles, donde el mundo se les representa como un gran padecimiento. Un ser atormentado por los deseos sólo puede redimirse en la anulación de sus pasiones y entregarse a un soberano. La hipersensibilidad, diría Nietzsche, es el tormento por las fuertes dosis de placer y dolor que, al no poder contenerlas o digerirlas, desgastan la voluntad de poder. Mateo aconseja: “Si tu ojo incita al pecado, arráncatelo”. Dios arranca de sí mismo esa pequeña porción, se desgarra ante el deseo y lo otorga a sus criaturas. La diatriba continúa en la imagen de la deidad hecha carne:
Quizá pueda imaginarse que esta sublime criatura iba a aparecer a la vista de todo el universo sobre rayos celestiales y en medio de un cortejo de ángeles… Pues no: ¡es en el seno de una prostituta judía, en un corral de cerdos, donde se anuncia al Dios que va a salvar el mundo![2]
El desprecio a la carne es un elemento fundamental en la doctrina cristiana, pues la trascendencia del alma está más allá de esa cárcel que se pudre, descompone y muere. Al ser el cuerpo un elemento secundario, se expone entonces el origen terrenal de la carne divina en un establo, rodeado de animales como espectadores de la gran venida del Señor. La pureza es representada en la madre que parió a Cristo, una mujer virginal, sin pecado concebido, pues es la sexualidad quien ensucia al espíritu y es en la carne donde se manifiestan las degradaciones del alma. Cristo no puede nacer de una concepción carnal, sino por medio de la fecundación divina, tarea encomendada a un corsario sagrado. “La Anunciación” no es otra cosa que una violación celestial disfrazada de pureza. No es ajena a la mitología la encarnación de los dioses para preñar mujeres, Zeus posee a Leda al convertirse en cisne; en otra ocasión al desear a Alcmena, adopta la forma del esposo ausente y procrea a Heracles; otro ejemplo es el surgimiento del Minotauro tras la voluptuosidad de Pasífae al encarnarse con el Toro sagrado. La doctrina cristiana viene a vituperar el sensualismo y a condenar los apetitos sexuales. La mujer es acribillada en esta concepción, la cultura del himeneo como prueba de virginidad y pureza se encumbra con la condena a toda fémina que desee gozar de su sexo. La barrera genital en la mujer es el gran lastre que Sade insiste en superar. Julieta, Justina o Eugenia, poseen indispensable esencia en la acción literaria de Sade, para él la mujer es el corolario de la máxima expresión de la naturaleza y el sensualismo. Si la mayor virtud está en el goce, el libertinaje y la voluptuosidad, es la mujer quien más encarna estos preceptos, pero es la normalidad cultural y moral, quienes flagelan dicha libertad. Hirschfeld relata:
Hace pocos años presencié la ejecución de un asesino. Junto a mí estaba la esposa del Procurador Estatal, quien siguió la terrible escena (el condenado gritó y luchó contra los verdugos que estaban arrastrándolo hacia el patíbulo) con el pecho anhelante y gemidos extasiados que sonaban casi lujuriosos. Al caer el hacha, la mujer comportó como si estuviera pasando por el momento del orgasmo. [3]
Otra cuestión de gran importancia refiere a la educación familiar. “En aquél entonces”, todavía a finales del siglo XVIII, se constriñe a las mujeres como una mercancía que asegura un dote o herencia, la obligación al matrimonio y la intolerancia absoluta ante cualquier flirteo o travesura erótica de las quinceañeras, representa deshonor y a su vez la pérdida de una buena garantía económica. El matrimonio por la fuerza es entonces la afirmación de la mujer como un objeto disponible al mejor postor. Sade expone las ideas anteriores en forma de discursos, por medio de Dolmancé y la Señora De Saint-Ange, elementos que evidentemente se vinculan a algunas posturas críticas del feminismo:
1- La moral cristiana y la represión de la mujer en la historia.
2- La educación moral que vanagloria el himeneo y castra la sexualidad femenina.
3- La mujer como propiedad del hombre en el matrimonio.
4- El reconocimiento de la mujer como un elemento importante de la sociedad.
En relación a este último punto, Dolmancé habla sobre la Declaración de los derechos universales del hombre y del ciudadano:
Esperemos que se abran los ojos y que, al garantizarse la libertad de todos los individuos, no se olvide de la suerte de las infortunadas muchachas; pero si ellas consiguen que sus quejas sean atendidas, si ellas mismas aprenden a situarse por encima de las costumbres y los prejuicios, si logran pisotear con audacia las vergonzosas cadenas con las que pretenden avasallarlas, pronto triunfaran sobre las costumbres y la opinión. El hombre, mucho más razonable desde el momento en que sea más libre, experimentará la injusticia que representa despreciar a las que así actúen, y la acción de ceder a los impulsos de la naturaleza, considerado como un delito en un pueblo cautivo, no podrá serlo más en un pueblo libre. [4]
Sade, un moderno demasiado inmoral para la moral que pretende modernizarse; un ilustrado intempestivo que hace palidecer al mismo Rousseau. No promueve un feminismo contemporáneo, sin embargo plantea una nueva organización cultural donde la mujer debe asumir un papel devastador. Filosofía en el tocador, más allá de ser una obra escrita en siete diálogos, muestra el ideario filosófico para la construcción social de un feminismo sadeano.
Consumada la Revolución, Sade argumenta sobre la reconstrucción de la soberanía del cuerpo, las pasiones y el sensualismo como máximas expresiones de la única y auténtica ley natural, ésta dota al hombre de razón, la cual tendrá como deber dominar los deseos, pero de manera contraria a la filosofía platónica y a la moral cristiana, que los aniquilan, en Sade, la racionalización del deseo lleva a su control y mayor goce mediante la meditación y planeación del propio placer. Los personajes de Sade no son vulgares beodos, al contrario, son seres altamente racionales en sus deseos, los cocinan mecánicamente para extraer de sus pulsiones el mayor grado de voluptuosidad. Cada discurso de la obra señalada goza de elocuencia, la cual excita a los pervertidos instructores al grado de tensar la razón y liberarla en la carne de la manera más extravagante.
Entre los postulados de la nueva construcción social, es fundamental la aniquilación del matrimonio, pues representa una cadena contra la libertad de las pasiones, pues el matrimonio sugiere la propiedad de los sexos y, dirá Sade, no hay peor condena que mancillarse a un supuesto derecho de pertenencia. La mujer debe saber liberarse de esa injusticia, pero dado el vituperio que la religión cristiana imprime en las féminas, a su vez la condición cultural que las asume como objeto de segunda, dificulta la tarea de la superación de tan terrible yugo. Dentro de los consejos o instrucciones a las jóvenes señoritas se propone la infidelidad, el engaño y el embuste como formas de venganza, mientras se logran crear las nuevas prácticas sociales de liberación. El goce del sexo es imperdonable de no cometer, pero para mayor satisfacción y libertad, la mujer debe impedir el embarazo, arguyendo que la naturaleza ha dotado a los humanos del control de la reproducción por medio de la racionalización del deseo, es decir, no sólo se ha de follar para procrear, sino que se debe follar para disfrutar sin el riesgo de inocular un asidero. Emprende la primera campaña anticonceptiva dirigida a la mujer:
Hay mujeres que se introducen esponjas en el interior de la vagina, las que al recibir el esperma impiden que este se arroje sobre el vaso donde lograría germinar; otras obligan a su amantes a usar una bolsita de piel de Venecia, vulgarmente llamada condón, por ello, dentro de todos los métodos el trasero es, sin duda, la mejor opción. [5]
Saint-Ange instruye posteriormente sobre el aborto:
Si a pesar de todo ocurriera esta desgracia no temas al infanticidio: este crimen es imaginario; somos dueñas de todo lo que llevamos en nuestro seno, y no es mayor el mal que hacemos al destruir este tipo de materia que el que se realiza purgando al otro a través de medicamentos, cuando tenemos necesidad de ellos.”[6]
El dominio de la reproducción es en gran medida lo que Sade establece como un imperativo categórico, esto da a la mujer el pleno control de su sexualidad. Superada esta etapa de engaño, donde la mujer debe actuar bajo la máscara de la apariencia —mientras logra aplastar el yugo masculino—, imprimirá su libertad sexual mediante el goce. La mujer, reprimida durante milenios, debe dar riendas sueltas a sus impulsos: la gran explosión del himeneo.
El placer de follar gusta a todos, y esos fascinantes placeres muy pronto compensan de ese ilusorio desprecio al que es difícil escapar cuando se desafía la opinión pública, pero del que muchas mujeres sensatas se burlan, al punto de convertirlo en placer. Folla, folla Eugenia, folla entonces, mi querido ángel; tu cuerpo te pertenece, sólo a ti, y sólo tú tienes el derecho de gozarlo y hacerle gozar con todo aquél que te parezca.[7]
El retorno, la recuperación del cuerpo de la mujer en sí misma, sólo puede perpetuarse en la acción, no en la elaboración de leyes y enmiendas con derechos, es en la carne, en el disfrute del placer lo que repliega al ser hacia su parte más íntima, a su verdadero yo. La liberación de la mujer se encuentra en el corazón de su sexo, en no percibirse como propiedad u objeto —que no es lo mismo a objeto de deseo— para ello debe convertirse en mujer pública mediante la abolición de la propiedad privada del matrimonio, desembarazarse de la procreación y construirse sobre la base de su naturaleza robada.
En la esfera social que Sade construye, la procreación y cuidado de los hijos corresponderá propiamente al Estado, lo cual argumenta, es siempre mejor para una nación fuerte si lo comprende y lo sabe concretar a su favor. Los hijos forman vínculos con los padres, los cuales están por encima de los deberes con la patria, sin embargo, si el Estado los absorbe y retira en la brevedad del seno de su madre, los pequeños retoños forjaran lazos y lealtades por encima de los caprichos, para convertirse en verdaderos hombres de Estado.
¿Acaso no es más natural lograrlo por los medios que propongo, puesto que al destruir completamente todos los lazos del himen no nacen como frutos del placer de la mujer, sino unos hijos a los cuales el conocimiento de su padre les está absolutamente prohibido, y con esto se anulan los lazos que los hacen sentir que no pertenecen más a una familia, en lugar de ser, como deben serlo, únicamente los hijos de la patria? [8]
Recordando que el Estado de Sade es libre, donde la mayor experiencia de libertad está en el disfrute de la voluntad del placer, por tanto todo hombre y mujer deben experimentar dicha plenitud mediante la desaparición de la propiedad privada de los sexos, por ende, otro imperativo consiste en abolir el último vínculo –considerado esencial y primigenio- que conforma el núcleo de la sociedad: la familia.
La transvaloración de todos los valores que emprende Sade invierte la condición cristiana del amor al prójimo por el placer de sí mismo mediante el prójimo. Hombres y mujeres se han de abrazar en el fuego del “amor” sin reparo y culpa, pues sin cristianismo no hay más pecado o vicio; el estigma del sexo femenino se redime de la historia. La condena sexual de la mujer representa a su vez la propia liberación, en donde se pretende buscar el equilibrio de la fluctuación de su temperamento sexual. El poderío sexual de la mujer sobrepasa al del hombre, mientras éste ejerce la potencia, la mujer capta el poder y lo sobrepasa. El hombre termina vencido en el seno, donde la angustia del vacío le hace retirarse; sin embargo la mujer puede retomar la práctica de poder enseguida, lo cual evoca a la imagen de las Ninfas, descritas como inocentes deidades que se entregan sexualmente a hombres y a mujeres con plena voluntad y total libertad de no caer bajo ningún yugo. El rechazo y desconocimiento de este poderío en las mujeres es consecuencia de la herencia represiva del estigma sexual cristiano, a su vez la cultura del himeneo manifiesta una doble castración de su sexualidad. Sin embargo, la naturaleza sigue jugando un papel importante en la condición de la mujer, es precisamente la insistencia de Sade como educador:
Así pues, las mujeres, al haber recibido unas inclinaciones mucho más violentas que nosotros a los placeres de la lujuria, podrán entregarse a ésta todo lo que les parezca, completamente liberadas de los lazos del himen, de los falsos prejuicios del pudor y absolutamente entregadas al estado de la naturaleza. Quiero que las leyes le permitan entregarse a todos los hombres que desee, que goce de todos los sexos y de todas las partes de su cuerpo le sea permitido al igual que a los hombres, y, bajo la cláusula especial de entregarse a todos los que la deseen, es preciso que tengan igualmente la libertad de gozar de todos aquellos que consideren dignos de satisfacerlas. [9]
La mujer, pese al avasallamiento histórico, representa un temor para el hombre. Son muchos quienes las encumbran y exaltan, los que veneran en sus cuerpos la belleza y depositan en sus corazones la mayor santidad. La naturaleza de la mujer ha adoptado la gracia y la forma de felina y serpiente. En la supuesta debilidad se levantan y construyen imperios, es el caso de Mesalina, mujer que prácticamente toma Roma en sus manos por medio de la voluptuosidad al consagrarse en su belleza como objeto de deseo. Mujer lasciva y ninfómana, es un estandarte que Sade ondea con sumo respeto, se presume que llegó a copular con más de 200 hombres en una jornada, lo cual le mereció el adjetivo de “entrañas de acero”.
Este juego de objeto y deseo conforma la síntesis de muchos aspectos que la mujer debe aprender a conducir, previo a la plena liberación que propone Sade. El poder de la mujer radica en ser el objeto del deseo, si pierde esta condición, por el uso de discursos poco reflexivos, el potencial de poder de la mujer quedará reducido a una nimiedad que aspirará a mimetizarse con el hombre. Provocar el deseo es para Sade el arma mortífera y letal, propia de la mujer. El amor, un ideal sobrevalorado y explotado por la doctrina cristiana, reconoce en el placer de los sexos no otra cosa que el deseo de la carne, de la culpa y el pecado; contrario para Sade que lo exalta como el objeto real de la afirmación de la existencia mediante la encarnación del objeto del deseo. Bataille comenta al respecto: “Pero, con su actitud pasiva, intentan obtener, suscitando el deseo, la conjunción a la que los hombres llegan persiguiéndolas. Ellas no son más deseables que ellos, pero ellas se proponen el deseo.”[10]
La mujer se propone ser objeto de deseo, pues al serlo controla y domina. El deseo es lo que el “otro” deposita en ella para vanagloriarla, a su vez ella experimenta el poderío, no en el deseo, placer y goce que el “otro” obtiene de ella, sino en la manifestación de poder en sí misma. La mujer como objeto es poder despertado en el deseo de poseer, pero la libertad del deseo y el poder de la mujer radican en esta condición que ella misma explora con la sensualidad y el erotismo. Si Sade promueve una racionalización del deseo, también demanda que sea la mujer quien tome control de su sexualidad como objeto de deseo en sí misma, pues la naturaleza le ha otorgado rasgos inalterables. Bataille nuevamente:
La mujer desnuda está cerca del momento de la fusión; ella la anuncia con su desnudez. Pero el objeto que ella es, aun siendo el signo de su contrario, de la negación del objeto, es aún objeto. Esa es la desnudez de un ser definido, aunque anuncie el instante en que su orgullo caerá en el verdadero indistinto de la convulsión erótica. De entrada, esa desnudez es la revelación de la belleza posible y del encanto individual. Es, en una palabra, la diferencia objetiva, el valor de un objeto comparable a otros objetos. [11]
La voluntad de poder en la mujer esconde una ambivalencia, más compleja que la del hombre, la de ella es bipolar. Nietzsche nos dice: “Durante demasiado tiempo se ha ocultado en la mujer un esclavo y un tirano”. Quizá la mujer que Sade se propone liberar requiere de ambas dosis. Su Julieta y Justina son la síntesis de dicha expresión nietzscheana, que a su vez se funden en las instrucciones dirigidas a la pequeña Eugenia. De ser así, la mujer es el elemento indispensable para transformar la cultura y superar al cristianismo mediante la valoración que se plasma en la carne, en el deseo y en el placer. La mujer como el animal más salvaje y a su vez el más racional; dicotomía de un poder devastador que ocasionó que se le encerrara por siglos; un demonio que Sade intenta liberar.
Bibliografía
- Bataille, Georges, El erotismo, Tusquets, traducción de Marie Paule Sarazin, México, 2013.
- Hirschfeld, Magnus, Sadismo, masoquismo y flagelación, Diana. México, 1972.
- Sade, Donatien Alphonse François, La filosofía en el tocador, traducción de Mauro Armiño, Valdemar, Madrid, 2000.
Notas
[1] Donatien Alphonse François de Sade, La Filosofía en el tocador, p. 59
[2] Idem p. 60
[3] Magnus Hirschfeld, Sadismo, masoquismo y flagelación, p. 84
[4] Sade, La Filosofía en el tocador, p.68
[5] Idem. p. 79
[6] Ibídem. p. 96
[7] Op Cit. p. 69
[8] Ibídem. p. 170
[9] Ibídem. p.169
[10] Georges Bataille, El erotismo, p.137
[11] Idem. p 137
Semblanza académica:
Eduardo Ruiz Cuevas es egresado de la licenciatura en filosofía por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. Ha participado en diversos seminarios y ponencias dentro y fuera de la UNAM. Fue coordinador de la revista filosófica “Tlamatinime”. Actualmente es profesor en las asignaturas de historia del arte, literatura y filosofía, además de ser fundador y coordinador de la publicación filosófica: “La Sombra de Prometeo”. [email protected]>
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