Conocí a don Leandro dentro del hospital psiquiátrico en el 2006; nunca había hablado con él. Es un paciente crónico que deambula por el hospital con pasos firmes y de vez en cuando se detiene a observar. Él es quien una mañana se dirige a mi después de que yo me ausenté unos días y me dice: hace mucho que no la veía por aquí, su pregunta me avergüenza porque me advierte que no sé nada de él y lo invito a contarme.
Don Leandro me dice que nadie lo sabe, pero todos estamos muertos menos él.
La tragedia se produjo cuando su mamá se puso mala y la trajeron de Jonuta a Villahermosa a un hospital donde murió, él concluye que los médicos la mataron al no poderla curar o darle la medicina equivocada, pero poco después cuando la nuera se puso mala y también muere; Don Leandro piensa que ella fue la que hizo daño a la madre, que la nuera mató a la suegra, y pagó merecidamente con su vida.
Él desconsolado probó mota que un señor llevó a su pueblo y vio como cayeron las bombas en Jonuta, en Macuspana, en Zapata, en Jalpa, en México, en Cuba y en Villahermosa por lo que todos murieron menos él
-¿Por qué usted no? le pregunto yo, y me contesta que sólo Él lo sabe señalando hacia el cielo, Él todo lo sabe.
Don Leandro me habla entonces de las locas muertas.
-“Hay una que se llama Flora, a esa le gusta pisar, me dice riendo, un día nos metimos al baño, se levantó la bata. Tenía pelos y quería que se la metiera pero me detuve porque está muerta y yo vivo, ¡no se puede!, le dije que no, pero ¡que piernotas y que chichotas!, ¿la conoce?, a veces las locas muertas tienen niños en la panza pero nacen muertos, ¿para qué?”
Platicamos esperando a que empezaran a servir la comida. Don Leandro tenía hambre, naturalmente ¡está vivo! Y sufre por tener que comer comida muerta pero al mismo tiempo sabe que no hay de otra. Cuando se acerca la fila de mujeres busca a Flora, me la quiere mostrar confidencialmente, porque eso, nadie lo sabe. Cuando los pacientes desfilan hacia el comedor él los señala musitando, “esos no sanan ya, están muertos, tienen muerta la mente”.
Ahora, don Leandro está muerto, por fin se integró a los suyos. Fue duro ser el único vivo durante tantos años. Chito le decían los cadáveres vivientes que compartían con él la sala de crónicos del hospital psiquiátrico.
Yo a veces lo confundía con otro paciente apellidado Sobrino. Hoy creí que Don Leandro se me estaba apareciendo, pero reconocí de pronto a Sobrino cuando me sonrió con su invalidez, en sus huesos enclenques embarrados de carne, en su desnudez y en la palidez que envolvía la extrañeza de seguir viviendo después de haber matado a su madre el día que la confundió con “una puerca” ¿cuál será la historia que encierra la sonrisa de Sobrino que me dice “tía” y me pide dinero, cigarros, un refresco, una palabra?.
El hospital este día lluvioso de diciembre existe sin Don Leandro. Todos están muertos menos yo me decía, aunque a veces me concedía el estatus de viviente y dejaba que lo acompañara en su soledad perenne para platicarme del día en que perdió todo y empezó a morir, el día en que enloqueció gritando por la vida de su madre.
Los doctores mataron a mi madre me decía, luego a mi padre y después la bomba explotó para que nadie quedara vivo, sólo yo.
Después de comer se murió me dijo Jorge, otro paciente de la sala al que yo había ido a buscar.
Jorge me tomó de la mano y en ese momento supe que había ido sólo para hablar con él. Para enterarme por él de la muerte de Don Leandro.
Le pusieron una sábana y lo sacaron, me explicó. A nosotros no nos dijeron nada. Como si no hubiéramos vivido con él tantos años, como si no existiéramos, al fin él decía que todos estábamos ya muertos… pero antes le apachurraron el corazón como queriéndolo revivir, no revivió.
Dejaron su cama vacía, no pudieron hacer nada, se murió. Chito se fue sin decir una sola palabra.
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