Correspondencias: Kant y Hölderlin

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Correspondencias: Kant y Hölderlin

Pues siempre en primavera,
cuando se les renueva el corazón a los que viven
y despierta en los hombres el primer amor y el recuerdo de los tiempos dorados,
vengo hasta tu silencio, Anciano, a saludarte.
Hölderlin

8.

El hombre tiene una gran deuda con la naturaleza, la cual, tristemente, parece querer olvidar. Día con día, bajo el segundero del progreso y la tecnología, el hombre se ha visto engatusado por las necesidades de una sociedad positivista, donde lo práctico y lo racional se vuelven lo necesario e imprescindible, irónicamente olvidándose de todo aquello que lo conforma. El hombre que miraba aquella bruma por encima de las montañas parece haber muerto de no ser por algunos que aún se someten a la gracia, potencia y conocimiento en la naturaleza. Conocimiento que tal vez no tiene una función práctica para la sociedad positivista, pero que implica un encuentro con una vitalidad intuitiva necesaria para el ser humano. Entre estos pocos, encontramos a los poetas.

La poesía es un alimento, a la vez que es una regurgitación. La poesía para el corazón hambriento ayuda a nutrir todas las sensibilidades del hombre, plasmando más que paisajes y anécdotas en la letra y los símbolos que la conforman. La poesía sirve como alimento de aquella parte del hombre que mejor se describe en el mundo de las ensoñaciones y las intuiciones: el mundo interior. Por otro lado, la poesía es una regurgitación la cual solo ciertos genios pueden alcanzar. Su mundo interno y sus ensoñaciones no son alimentadas por la poesía, sino por la experiencia del mundo, reinterpretada y plasmada como aquello que hace vibrar. La poesía es pensar el mundo y los poetas se convierten en un medio de la naturaleza.

Hablar de la experiencia estética en los poetas remite al entendimiento de esta experiencia. No es solo la percepción del mundo, es la percepción pasiva-activa de sus elementos, de lo bello y lo sublime que conforman los objetos, la naturaleza y los humores del hombre. Los genios poetas románticos del siglo XVIII encontraron en Kant una propuesta estética que reunía aquellos elementos de los que carecía en ese momento la sociedad separada por las corrientes empiristas y racionales. Fue este puente kantiano entre la libertad y la naturaleza a través de la imaginación la cual permitió el nacimiento y la exploración de los valores románticos en poetas como Schiller, Novalis y Hölderlin.

Friedrich Schiller

Friedrich Schiller

 

Con el romanticismo, se encontró un gusto por lo inconmensurable, por todo aquello que sobrepasaba los límites canónicos de lo bello, lo entrañable y lo inalterable. Los románticos necesitaban retomar la idea del yo antepuesta a una naturaleza salvaje, en las enredadas partículas que conforman las mónadas de mundo, y sobre todo, en el poder atemorizante de no poder aprehenderlas, solo contemplarlas quietamente mientras sus sentidos se revolucionaban. Hölderlin fue uno de aquellos encantados por la experiencia estética sublime.

Lo sublime como experiencia trágica

La obra del escritor expresa, en pasajes desolados y celebrativos a la vez, la heroicidad de un proscrito. El poeta trágico no cree, a diferencia del neoclasicismo imperante, que el desgarramiento pueda ser superado mediante el mero rescate formal de la poética de lo bello. Hölderlin opta por la poética trágico-sublime…

Jorge Juanes

Novalis

Novalis

Una poética trágico-sublime.[1] Antes de retomar esta idea tenemos que explorar el concepto del «yo» en la filosofía kantiana en la Crítica del Juicio hacia con la naturaleza, porque el «yo pensante» es la llave que abrirá aquellas puertas a un nuevo paradigma. El «yo pienso», el a priori de la razón y de la libertad parte de uno mismo, del ser humano como poseedor de una estructura-máquina subjetiva de facultades que operan de manera trascendental.

El hombre es quien debe encontrar la forma de reconciliarse[2] con un elemento que se estaba perdiendo entre su deseo de reinterpretar la naturaleza y el entendimiento. Debe encontrar crear un vínculo entre su razón y las intuiciones, y este se lo atribuye a la imaginación la cual funge como un esquematismo de ambas facultades (sensibilidad y entendimiento). Es a partir de este «yo pensante» que se recupera la relación entre el hombre y el mundo, el hombre y la naturaleza, el hombre y la sociedad. Lo que Kant busca es apelar a la sensibilidad en el «yo» que a su vez podemos asumir que es compartida, y así poder hablar de una universalidad en la experiencia estética de lo bello y lo sublime. Todos tenemos las mismas necesidades que debemos buscar satisfacer. Satisfacción que podemos encontrar en la misma naturaleza a través de aquellas cosas que nombramos bellas y libres. Dice Immanuel Kant: “Para lo bello de la naturaleza tenemos que buscar una base fuera de nosotros; para lo sublime, empero, solo en nosotros y en el modo de pensar que pone sublimidad en la representación de aquella”.

Kant

Pero también, tenemos una necesidad negativa, la de sentirnos con la capacidad de poseer a esta naturaleza. De sentirla más que a cualquier cosa. Es en la negatividad del miedo o temor de la inmanencia de la naturaleza que encontramos aquello sublime con la cual vibra el hombre. Con lo bello, el «yo pensante» vibra hacia una paz, hacia una apreciación de las cosas sabiendo que el orden de ella puede replicarse en el orden humano. Una bella flor, o el vaivén del mar en un atardecer en calma podría ser una alegoría a todo lo que nos compone como hombre en sociedad. Pero cuando viene la tempestad y a lo lejos podemos observar como esta advierte la destrucción, aquella alegoría de la sociedad se ve perturbada. Hay afuera elementos que rompen aquella belleza y aquella perfección. Kant ha señalado, en algún lugar, que “(el sentimiento de lo sublime) es un placer que nace solo indirectamente del modo siguiente: Produciéndose por medio del sentimiento de una suspensión momentánea de las facultades vitales, seguida inmediatamente por un desbordamiento tanto más fuerte de las mismas”.

En esta experiencia es donde la naturaleza se hace consciente de sí misma y nosotros también ya que encontramos que no somos distintos de ella. La potencia retumba en nosotros pues buscamos razonarla. Así, el «yo pensante» se convierte en la conciencia de la naturaleza, en lo sublime.

Pero esta conciencia es limitada. Experimentamos solo una cierta parte de esta gigantesca potencia natural.[3] La tragedia es que el hombre moderno se lamenta su propia capacidad de experimentar esta sublimidad con su juicio limitado. «Nosotros, los modernos, somos los señores del mundo».[4] El juicio reflexionante es trágico ya que, por la misma naturaleza, no es posible conocer y entenderlo todo. No es suficiente para aprehender la naturaleza.

8.4

El archipiélago

En un principio, un personaje-espectador. Un joven solitario dedicado solamente a observar y escuchar aquellos murmullos de historia que le trae la naturaleza. Este personaje-espectador es el poeta que llama a la naturaleza. Un hombre sensible que encuentra en ella una voz distinta. «No en vano lo ha educado el dios del mar».[5] Podríamos llamarlo navegante, pero hay pistas que revelan que el personaje de Hölderlin en El archipiélago es un poeta.

En cambio, tú te precias solitario. En la callada noche, / la roca oye tu queja y a menudo / se enojan los mortales cuando tu ola huye al cielo. / Pues no viven contigo ya tus nobles / favoritos, aquellos que te honraron / rodeando tus castas con los hermosos templos y ciudades, / y, en cambio, los sagrados elementos necesitan y buscan y requieren, / como héroe su corona, el corazón de los hombres sensibles.

El archipiélago no solamente narra una gran guerra, la caída y reconstrucción de una nación después de las batallas de Salamina. Esa guerra se vuelve parte de la vida, parte de la historia que el viento le cuenta a nuestro personaje-espectador, a este joven poeta que conoce del mundo gracias a las enseñanzas de la naturaleza y que, a través de ella, puede reinterpretarlo; conexión con el éter. Es el hombre de corazón sensible que se permite escuchar lo que los demás no oyen. El poeta es quien puede ver el poder de reconstrucción de la naturaleza.

Pero tú, dios del mar, inmortal, / aunque ya no te aclame como antes la canción de los griegos, / te ruego que a menudo resuenen con tus olas en mi alma, para que así, sin miedo, el espíritu se alce / y se ejercite igual que el nadador en la fresca alegría de los fuertes, / aprendiendo la lengua de los dioses, el devenir y el cambio. / Y si es acaso el tiempo el que arrebata / con violencia excesiva mi cabeza, / y si, entre los mortales, sacuden la miseria y la locura mi mortal existencia, / entonces yo te pido que me dejes recordar el silencio en tus profundidades.

Más allá de la evocación a Grecia, a sus héroes y toda la gloria, Hölderlin evoca a la naturaleza como la poseedora de la conexión con el éter, el devenir y el cambio. El poeta solitario le pide al mar que le otorgue la experiencia estética para provocar dentro de sí mismo una exaltación del espíritu y que así pueda comprender la «lengua de los dioses», el conocimiento que oculta la naturaleza entre sus hojas, sus vientos y el retumbar de sus olas.

Casa de Hölderlin en Tübingen, frente al Neckar

Casa de Hölderlin en Tübingen, frente al Neckar

Pero este poeta también le pide una última cosa al dios del mar: tranquilidad cuando esta exaltación del espíritu parezca incontrolable. Retoma su diálogo sabiendo que todos aquellos secretos que puede encontrar un poeta en la naturaleza pueden ser demasiados para sus capacidades, retomando así la condición trágica de la experiencia sublime la cual no se puede experimentar por completo y jamás en su totalidad. Pide entonces recordar aquel silencio, aquella quietud de las profundidades que es, en cierta medida, otra forma de experiencia estética-trágica; la experiencia que podemos sentir ante lo sordo de la nada.

Correspondencias

Hölderlin lleva a la poesía más allá de los límites hexamétricos. Al igual que sus compañeros románticos, sus preocupaciones se ocupan principalmente del «yo pensante» dentro de una naturaleza y un mundo; la relación entre el hombre y todo aquel orden y desorden que lo rodea.

Ahí encontramos una correspondencia, un diálogo entre dos genios[6], dos vehículos a través de los cuales se establece la relación ser-pienso con ser-entorno a través de un ser-siento. Un poeta-filósofo y un filósofo-poeta dedicados a entrañar dentro de las mónadas de la naturaleza permitiendo así decodificar su lenguaje, pensarlo y plasmarlo con su mirada particular para que el resto del mundo tendrá una extensión de ella en su filosofía y poesía.

La filosofía nos ayuda a pensar el mundo; la poesía nos ayuda a sentir el mundo. En estos dos autores encontramos una forma de conjugar dos oficios humanos en la reinterpretación buscando generar así un nuevo paradigma. La pregunta puede seguir abierta: ¿Cómo hablar de la filosofía a través de la poesía, y de la poesía a través de la filosofía? ¿Cómo comunicar aquel éxtasis de la naturaleza a través de la palabra escrita que, a su vez, extasía? Dos lados de la experiencia estética encadenadas una a otra gracias a un pensador que abrió la puerta al titánico movimiento sociocultural del siglo XVIII y uno de sus más importantes representantes que incluyó al juicio reflexionante entre las líneas de su poesía.

Manuscrito de Hölderlin

Manuscrito de Hölderlin


 

Bibliografía

  1. Kant, Immanuel. (1790) Crítica del Juicio,, Tecnos, Madrid 2011.
  2. Hölderlin, Friedrich. Las elegías, DVD Ediciones, Barcelona, 2009.
  3. ____________________ «El archipiélago» en Las elegías.
  4. Juanes, Jorge. Hölderlin y la sabiduría poética (La otra modernidad); Ed., Ítaca México, 2003.
  5. Safranski, Rüdiger. Una odisea del espíritu, Tusquets, Barcelona, 2009.
  6. Carbó Ribugent, Mónica. «Juicio y ser. Kant y Fichte en la encrucijada hacia el romanticismo», Revista de Estud(i)os sobre Fichte, consultado el 29 abril 2016. http://ref.revues.org/425

Notas

[1] Juanes, Jorge. La modernidad rota y el arte intempestivo. P. 28
[2] Juanes, J. Cultura del arte y sabiduría poético-pensante . P. 82
[3] Aquí cobra importancia los dos tipos de lo sublime propuesto por Kant en Analítica de lo sublime (P. 161–184). Por un lado, lo sublime-matemático se representa en la titánica y minúscula magnitud de la naturaleza que es inaprensible, solo imaginable; lo sublime-dinámico a través de aquella potencia de las fuerzas naturales que nos son desmedidas y, al igual que lo sublime-matemático, inaprensible.
[4] Juanes. Ibídem. P. 84
[5] Hölderlin, Friedrich. El archipiélago. P. 35
[6] El genio kantiano como medios, o vaso comunicante con una actividad que es tanto consiente (técnica) como inconsciente (instinto).

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