Las mujeres zapatistas y su lucha por un mundo parejo

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Las mujeres zapatistas y su lucha por un mundo parejo

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La angustia cotidiana que me produce la incertidumbre del presente me impele a desear una profunda transformación de la realidad en que vivimos. La búsqueda a que mi deseo me empuja me hace patente la inmensa insatisfacción que vivimos quienes habitamos el orbe hoy. Al hurgar respuestas a preguntas varias me encontré diversos diagnósticos, análisis y estudios profundos e interesantes que se han hecho de la modernidad.[1] Ésta (una época, un tiempo, un modo de ser) se instaló, organizó las relaciones sociales en las distintas sociedades y permeó nuestras vidas cotidianas desde lo más nimio hasta lo más profundo. Ella, se dice, es en gran medida responsable del estado actual de la realidad. Comprenderla, conocer estos diagnósticos, sin duda, contribuye para imaginar otros mundos, para concebir salidas a esa angustia. En la pesquisa encontré también debates sobre cuál será el mejor modo para transformar la realidad. Lo que hay poco, son respuestas a preguntas como las que siguen: ¿cómo? ¿con qué? ¿hacia dónde?

 

No puedo decir que tengo respuestas a estas preguntas. Sin embargo, en lo que sigue, quisiera sugerir que el pensamiento de las mujeres zapatistas nos ayuda a encontrarlas. Estas mujeres y su lucha nos ofrecen un ejemplo contundente de un proceso de transformación lento, pero continuo y constante. En particular, considero que adentrarnos en su pensar y, sobre todo, en su actuar, nos permite comenzar a imaginar algunas de las herramientas que quizá no sean suficientes, pero sí son necesarias para la transformación; asimismo, nos dan pistas contundentes de un lugar hacia el que parece deseable transitar. En lo que sigue, presentaré algunas narraciones y reflexiones que ellas mismas hacen de su papel como mujeres en la lucha zapatista. Después hablaré de su forma de concebir el tiempo y de algunas de las herramientas que nos presentan para la transformación del mundo en ese mundo parejo[2] que sueñan y que están en proceso de construir.

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La genealogía

 

En el seminario “El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista” organizado por el EZLN en mayo de 2015, cinco mujeres zapatistas pertenecientes a tres generaciones diferentes contaron su propia historia. Al hacerlo, mostraron el modo como se ha forjado su biografía y explicaron su genealogía como mujeres zapatistas, esto es, como mujeres que luchan para transformar su realidad y cuya identidad no puede separarse de la de un colectivo que busca trastocar no sólo su realidad, sino la de todas las mujeres que habitamos este planeta.

 

La palabra de estas cinco mujeres fue después plasmada en la sección del libro que se publicó con el título del seminario llamada “Hacia una genealogía de la lucha de las mujeres zapatistas”. Al contar su historia, cada una de ellas se muestra como única, como una singular y diferente de las otras, pero la historia trata de cómo el todo al que pertenecen sirve de urdimbre donde lo particular es por y para lo común. Pareciera que aquello que las identifica (como las personas que son y como las mujeres zapatistas que son) es, al mismo tiempo, su diferencia específica y su ser colectivo. Así, la genealogía de su lucha es la prosapia de su ser; de lo que es ser una mujer zapatista.

 

La primera en tomar la palabra fue la Comandanta Miriam. La mayor de todas. Una mujer a quien le tocó vivir el entretiempo: miró la hacienda, contribuyó a basar la comunidad y a erigir la lucha. La época en la que creció Miriam era la del acasillamiento. En sus propios términos, esto es “…que llegan en las haciendas o en el rancho, llegan con su familia y quedan ahí, y trabajan para el patrón…”.[3] En ese tiempo las mujeres trabajaban en la casa y estaban al servicio de quien fuese necesario: el patrón, la patrona, sus hijos, sus amigos, los hijos de sus amigos, etc. Ellas hacían lo que se les indicara y, dice Miriam, no tenían la posibilidad de pensar por sí mismas, las trataban “como animalitos”.

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Doña Luz, otra mujer que vivió esta época, y cuya voz fue reproducida en el libro de Paulina Fernández intitulado Justicia Autónoma Zapatista. Zona Selva Tzeltal, dice que “…las pobres mujeres… van a ir a trabajar a la casa grande, decimos nosotros, a hacerle su comida del patrón, van a moler, hacer tortilla, hacen la comida, van a ir a mantener al patrón”.[4] Además, cuenta Miriam, molían la sal (para los animales y para la familia), sacaban la cáscara del café, cargaban el agua para la casa del patrón. Éste hacía “lo que le da la gana a una mujer porque escogen a las mujeres bonitas o a las muchachas bonitas como su amante y dejan hijos por donde quiera, que no le importa si sufren las mujeres, lo trata como si fuera animal con sus hijos que crecen sin padre”.[5] Ella califica esta experiencia como una triple explotación. Ellas padecían la discriminación, la marginación, el maltrato, la desigualdad y la dominación.

 

Después, cuenta, los hombres se dieron cuenta de cómo sus mujeres eran maltratadas y decidieron irse a vivir a los cerros. Advierten entonces que para vivir bien necesitan hacer comunidades y se organizan colectivamente. Sin embargo, los hombres, dice Miriam, traen “la mala idea de la hacienda”. Se convierten ellos en los patroncitos y repiten el maltrato en casa; las mujeres “…otra vez… quedaron en la casa como si fuera cárcel… quedaron ahí encerradas otra vez”.[6] Seguían (y siguen) teniendo una jornada extenuante de trabajo: echan la tortilla, van por leña, ayudan (a veces) en la milpa, cuidan a los niños, le dan de comer al marido, lavan la ropa… y lo que haga falta.

 

La Comandanta Rosalinda, al tomar la palabra, dice que en esos tiempos estaban “…en la oscuridad porque no sabíamos nada, pero desde la clandestinidad llegó un día en que algunas compañeras fueron reclutadas, y esas reclutadas fueron reclutando otras compañeras pueblo por pueblo”.[7] Empieza ahí la organización de las mujeres zapatistas: se reunían para hacer tostada para los compañeros milicianos e insurgentes que estaban en la montaña. Otro modo de decirlo es que trabajaban colectivamente para sus maridos, hijos, padres y, al hacerlo, inadvertidamente bregaban por sí mismas y por todas.

 

No es difícil imaginarlas haciendo las tostadas mientras reflexionaban en torno a sí mismas: su papel en la comunidad, su papel en la lucha. ¿Qué eran?, ¿qué querían ser?, ¿qué podían ser? Probablemente se preguntaron ¿por qué vivimos así? ¿cómo funciona el sistema que nos hace mal? O ¿por qué estamos aquí?, ¿para qué? ¿hacia dónde vamos? Quizá fue así como se percataron de que podían estar en la organización con sus compañeros (esposos, hijos, padres, etc.). Como dice Rosalinda, perdieron “el miedo y la vergüenza, porque ya entendemos que tiene el derecho de participar en todas áreas de trabajo”.[8] Sus reuniones fueron creciendo, empezaron a moverse por regiones distintas, a hablar también con sus hijos y sus hijas sobre la lucha, sobre aquello que se buscaba con ella, sobre la construcción de otro mundo, uno en el que cupieran muchos mundos, como ellas dicen.

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En esas reuniones no parecían hacer sólo tostada, hacían revolución. Sus concilios, sus discusiones, sus preguntas. Esto es parte de la organización. No sólo hablaban y pensaban; también trabajaban y caminaban. Sus vidas cotidianas se trastocaban. Este fue un lugar para iniciar la transformación de su realidad. A partir de ahí lo habitual sufre cambios profundos; el modo como se veían a sí mismas, como sus compañeras las veían y, posteriormente, el modo como el mundo las mira trocó abismalmente. Su crecimiento organizado las hizo crecer como personas y como mujeres, las engrandeció frente a sí mismas y frente a todas quienes las han mirado.

 

Miriam dice que lo peor de aquella vieja época del acasillamiento y hasta antes de haberse organizado como mujeres para participar en la lucha del EZLN no era lo extenuante del trabajo, sino que las mujeres se avergonzaban de ser mujeres. Esta es una de las diferencias notorias en el transcurso de su transformación: las mujeres zapatistas se recuperaron a sí mismas y se convirtieron en mujeres satisfechas.

 

Este acrecentarse de sí mismas se hace patente en las palabras de la base de apoyo Lizbeth o en las de la escucha Selena. La primera dice “Nosotras como jóvenas y jóvenes zapatistas de ahora, ya no conocimos cómo es un capataz, cómo es un terrateniente o patrón, mucho menos conocemos cómo es El Amate, ni sabemos cómo llegar con los presidentes de los municipios oficiales para que nos resuelvan nuestros problemas… Nosotras ya tenemos la libertad y el derecho como mujeres de opinar, discutir, analizar…”.[9] Ella nos explica que las mujeres hoy participan en todas las diferentes actividades vinculadas con sus autonomías, hacen trabajos de “…salud, de ultrasonido,… laboratorio… educación… Tenemos locutoras… [y] autoridades municipales… Juntas de Buen Gobierno, como responsables locales y directiva de negocios de compañeras”.[10]

 

Finalmente, Selena, la más joven de todas, hace ver cómo los temores y los reclamos de las mujeres son diferentes. Ella sostiene que:

 

“Somos pobres pero ricos de pensar ¿Por qué? Porque, aunque nos ponemos los zapatos y la ropa, los celulares, no cambiamos nuestra idea ni nuestra costumbre de vivir porque… no nos importa cómo estemos vestidos, o cómo sean nuestras cosas que usamos, lo que importa es que los trabajos que hacemos es para el bien del pueblo, que es lo que queremos… que no haya mandones, que no haya explotadores…”.[11]

 

Este pedazo de su historia, esta narración a cinco voces, es un reflejo de cómo las mujeres piensan en lo que han hecho, se cuestionan lo que están haciendo y dan cuenta de lo que creen que les falta por hacer. La Comandanta Dalia dice que van caminando como en una escalera que no tiene fin. Quizá esto es a lo que se refieren cuando dicen que su meta teoría es su práctica.[12] Su modo de pensar acerca de las explicaciones que dan de sí mismas está guiado por su quehacer cotidiano. Éste es, al mismo tiempo, una reflexión continua en torno a aquello que saben que quieren (para buscarlo) y aquello que saben que no quieren (para evitarlo). Su quehacer encuentra puntos de parada. Éstos les permiten mirar hacia atrás, identificar dónde se han equivocado, dónde han acertado. La idea, creo yo, es comprender lo que ocurrió para transformar lo que ocurre y construir lo que ocurrirá. Esta es la historia de las mujeres: miran hacia atrás mientras se preguntan hacia delante. Lo que hacen es ofrecernos una revisión crítica del presente y la seguridad de que el proceso de transformación en que están inmersas sigue su curso de modo indefinido.

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¿Con qué herramientas se trabaja la transformación?

 

El Subcomandante Insurgente Marcos decía que el modo que tienen los zapatistas para explicar su historia parece “una imagen de movimiento continuo y repetitivo, con algunas variaciones que dan una sensación de móvil inmovilidad, siempre atacados y perseguidos, siempre resistiendo; siempre siendo aniquilados, siempre reapareciendo…”.[13] El libro al que he hecho antes referencia es, creo yo, una más de estas imágenes. En él las zapatistas explican parte de su historia desde una perspectiva crítica. Ésta es una representación reiterativa: vuelve sobre aquello que ya pasó para comprenderlo mejor, para aprender de los errores y enmendarlos.

 

La narración antes descrita tiene la estampa de un movimiento continuo, pues cada una de las voces que discurre en ella representa una pequeña, pero prolongada convulsión. Es la silueta de la resistencia de las mujeres, de su pelea para detener y subvertir el orden de su realidad y, con ello, el de la realidad toda. Esa batalla es un trabajo constante y prolongado, sin descanso. Es la imagen de las zapatistas resistiendo frente al patrón, frente al marido, frente al mundo que tan a menudo y de formas tan variadas se les opone. La habitual obstrucción que tanto les atañe es como tener en frente a un gran muro.[14] Una tapia que aísla, que dificulta (y a veces incluso imposibilita) el despliegue de lo que cada una es como persona. Una muralla que oprime, que promueve el despojo como forma de vida. La de las mujeres zapatistas es la crónica de cómo han ido haciendo grietas en el muro, cómo las fisuras son respiros de nueva realidad. Es la descripción del desafío sistemático, cotidiano, personal y colectivo que le presentan a la realidad.

 

La reiteración, el movimiento continuo, el tesón que las mujeres muestran, no sólo en su relato, sino que exhiben en sus cuerpos y rostros, han sido herramientas que han usado para avanzar en su camino. La persistencia y la perseverancia parecen ser así elementos de los cuales podemos hacer acopio si buscamos trastocar nuestro mundo. La perseverancia puede ser pensada como una presentación de la paciencia. La Comandanta Dalia dice que su labor como mujeres ha sido complicada y larga, había muchos asuntos complejos que “…nosotras tenemos que arreglar porque entre nosotras tenemos mucha paciencia, no igual como los hombres que no tienen paciencia”.[15] Esta cualidad que la comandanta caracteriza como algo que las mujeres exhiben en mayor medida parece constituir una herramienta del cambio. La construcción de un pensamiento colectivo requiere sosiego porque no todas quienes participan en la tarea caminan al mismo ritmo. Siempre hay quienes van más despacio, la paciencia nos enseña que lento también se avanza.

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Podríamos preguntarnos qué es aquello que debe persistir. Una respuesta posible, una que ellas nos ofrecen, es que aquello que debe mantenerse son la rebeldía y la resistencia. La última, dicen las zapatistas, es un sí a los modos que deseamos (los modos de vivir, de relacionarnos con las otras, de mirar al mundo, a las otras, a lo otro); la rebeldía, por su parte, es un no a los modos que se nos imponen.[16] Lo que amalgama estos dos elementos es la organización. Ésta última los solidifica porque, como ellas dicen, contribuye a que el “dolor se transforme en rabia, la rabia en rebeldía y ésta en mañana”.[17]

 

La organización desplaza a quienes en ella participan. Las obliga a romper la obsesión por sí mismas. Las invita a abrirse a las otras, a lo otro.[18] Las impele a reconocerse a sí mismas por las otras: por sus semejanzas y por sus diferencias con ellas. La advertencia de la diferencia y la diversidad genera una forma de autonomía no individualizante: la libertad sigue siendo autodeterminación, pero ésta sólo puede actualizarse si hay otras con quienes hacerlo. Este modo de pensar acerca de nosotras mismas abre la posibilidad de inventar un mundo donde cada una de nosotras sea horizonte ético, donde la vida se trate de “cumplir con el designio del amor: realizarse a sí mismo por la afirmación de lo otro”.[19]

 

Como puede apreciarse en el relato de las mujeres zapatistas, otro elemento importante para ellas fue la reflexión colectiva. La organización del pensamiento colectivo les ayudó a transformar su realidad al tiempo que la comprendían. El trabajo colectivo les permitió iniciar esa reflexión. Fue reuniéndose para hacer tostadas donde se percataron de los modos que sí querían, de lo que no sólo no querían, sino que ya no aceptarían más. Advirtieron con toda claridad el valor de la mujer como mujer y decidieron pelear por ello. Dejaron de avergonzarse, decidieron cambiar sus vidas. Este cambio, sin embargo, involucró el cambio de las vidas de todos quienes alrededor de ellas habitan. Pareciera, entonces, que un movimiento en una de las partes de un sistema de relaciones sociales involucra e implica cambios irreversibles en las demás partes del sistema.

 

Hay razones para pensar que la imaginación es también una herramienta de la transformación. Imaginar es representar de manera vívida, casi sensorial. Así, para imaginar los mundos que queremos, necesitamos trabajarlos: experimentar qué y cómo se puede, errar y descubrir los errores, percatarse de que los intentos de corregir esos yerros trazan caminos hacia lo que queremos. Para ese fin se precisa analizar el pasado y comprender qué podemos hacer en el presente para que el futuro se dibuje de la manera más parecida a lo que deseamos.

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En su análisis, los zapatistas sostienen que “la transformación de la vida de las mujeres y de las comunidades zapatistas en general no habría sido posible si no se hubiese ganado la tierra, esto es, si no se hubieran puesto bajo el control social los medios de producción”.[20] Este es un elemento crucial de una profunda transformación. Podemos preguntarnos si ello habría sido posible sin la organización y, en particular, sin la organización de las mujeres. Quizá ni lo uno ni lo otro habrían sido posibles sin lo uno y sin lo otro, ambas cosas son herramientas indispensables. El Subcomandante Galeano añade otra pieza esencial cuando hace hincapié en la importancia que tuvo el hecho de que las mujeres ganaran su independencia económica y dice que esto fue posible cuando “…ocurrieron al menos dos hechos fundamentales: el uno, el cambio en la propiedad de los medios de producción, y el otro la toma y ejecución de sus propias decisiones, es decir, la política”.[21]

 

Los utensilios aquí mencionados son los que puedo extraer de la narración de las mujeres zapatistas. Quizá algunos otros que ellas usan se me eluden; quizá otros más están aún por descubrirse. Lo que seguro falta todavía es preguntarnos hacia dónde se camina, hacia dónde se quiere ir. El Subcomandante Galeano nos narra la historia de dos niños que conversan mientras las madres de cada uno golpean a un muro para abrir una fisura desde la cual se vislumbre el futuro y para impedir que las ya hechas se cierren. En ese escenario, Pedrito (un niño zapatista), le pregunta a Defensa Zapatista (una niña que intenta organizar un equipo de fútbol) qué hay detrás del muro. Ella responde algo a lo que no le presta mucha atención porque sabe que lo importante no es esa respuesta, sino lo que se construye a diario. De alguna manera ella parece saber que lo que está detrás del muro es lo que hacemos hoy para que mañana este mundo sea diferente. Al menos este parece ser el caso de las mujeres zapatistas que están en la edificación de un mundo parejo.

 

¿Hacia dónde? Un mundo parejo

 

…necesitan guardar el buen sueño, donde el sol vuelve a nacer y donde vuelve a crecer el día…

entonces el mundo vuelve a ser parejo.

Subcomandante Insurgente Marcos, La caja del buen sueño

 

Juan Villoro dice que el zapatismo ha planteado una “oposición social a lo que ya ha durado en exceso…” Lo que busca, dice, es “algo… definitivo y ambicioso: otro tiempo”.[22] Al escucharlo decir esto y recordar la voz de las mujeres zapatistas, mi cabeza atisba ese otro tiempo. A ella se asoma la imagen de un continuo movimiento, de un fluir inextinguible. Imagino a Miriam vestida de Selene y descubro que el presente, visto desde este lugar, no es otra cosa que el ayer vestido de mañana. Las ideas que ellas nos plantean me hacen ver que el mañana es lo que impulsa al presente y para ello requiere vestir al pasado de futuro. Se me aparece entonces Selene al lado de Miriam, vestida de ella. Este vestido le recuerda lo que fueron, le hace saber lo que son y centra la atención de todas ellas en lo que quieren ser. Lo que son es siempre lo que están por ser, lo que sus acciones cotidianas transfiguran de lo que han sido.

 

La narración de su tránsito colectivo por el mundo tiene un ojo en el presente y un pie en el futuro. En su relato se respira la manera como sus modos de ser se han trastocado y la forma en que estas sacudidas han implicado cambios profundos en su realidad. En su descripción se percibe la guisa en que esta mutación ha dibujado un futuro posible. Éste, sin embargo, sólo se asoma, apenas se vislumbra. En este sentido, está abierto, siempre abierto. El tiempo, parecen ellas pensar, sigue su tránsito. Nuestra tarea es caminarlo, trabajarlo de modo que algunos caminos de presente queden trazados para que quienes vienen, encuentren un terreno más liso sobre el cual pisar. El Subcomandante Marcos cuenta que una vez una insurgenta le dijo:

 

“Oí Sup, el tiempo no se acaba, se acaban las personas. El tiempo viene de muy lejos y sigue su camino hasta alláaaaaa, donde no lo podemos mirar. Y nosotros somos como pedacitos de tiempo, o sea que el tiempo no se puede caminar sin nosotros. Nosotros lo que hacemos es que el tiempo camine, y cuando nos acabamos viene otro y lo empuja otro tanto al tiempo, hasta que se llega a donde se tiene que llegar, pero no lo vamos a mirar dónde es que se llega, sino que otros lo van a ver si es que llega cabal o de repente no le alcanzó la fuerza para llegar y otra vuelta hay que empujarlo otra vez, hasta que llegue de por sí”.[23]

 

El futuro abierto no termina nunca de construirse. Las mujeres zapatistas saben que cada acción que llevamos a cabo traza líneas en el mañana, que el presente es tierra de labranza. Por ello es que debemos cuidarlo, legarlo como tierra fértil. Pero es importante también recordar lo que pasó. La memoria zapatista, dice el Subcomandante Galeano, hace acopio de segundos para colarlos por la grieta de la historia porque ella sabe que ésta se abrirá.[24] Si no se miran las rendijas, habrá que hacerlas, habrá que horadar fisuras que nos permitan trastocar la realidad, construir un mundo diferente, un mundo parejo, dirán ellas.[25]

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Al mirar lo que fueron y lo que son, las mujeres zapatistas se percatan de que su mundo era muy disparejo. No se trata solamente de la disparidad que existía y existe entre la posible participación de las mujeres en la vida de la comunidad y en la lucha zapatista y la de los hombres. Las mujeres zapatistas no buscan ocupar el lugar de los hombres, no quieren ser iguales a ellos. Lo que parecen buscar es que cada una y cada uno tenga un lugar; que cada quien sea una única, pero que todas encuentren acomodo en el mundo que habitan, en el que todas, desde ese lugar que habitan, tengan un modo particular y singular de contribuir a un todo compartido. En este sentido, aquello que advierten es que en este mundo en el que vivimos hoy es particularmente difícil caminar todo por un mismo sendero, tener una vereda común. Reparan los obstáculos que nuestro orbe presenta para ser en colectivo, para encontrarnos con las otras.

 

Lo que proponen frente a estas trabas, creo yo, es construir un mundo en el que la asistencia a las otras, la cooperación, la solidaridad y la reciprocidad, se asuman como constitutivas de la libertad en tanto que todas y cada una de ellas servirán para la realización de cada una de nosotras. La idea de un mundo parejo va aparejada a la de una transformación conjunta que respeta las diferencias y las particularidades de cada una. Es un mundo en el que pueden florecer las personas como seres autónomos, pero donde la autonomía tiene que ver con la posibilidad y capacidad que tenemos de identificarnos con las otras.

 

La búsqueda de lo parejo no responde a una serie de principios rectores de una sociedad; más bien es la búsqueda de “…un modo de ser, de estar y de actuar en relación con los varones, pero como parte de una relacionalidad con todas las otras instancias que tienen poder”.[26] Es, dice Millán, un horizonte ético que “tiene que ver con una democracia por venir, que se atisba en el acuerdo, en la responsabilidad propia que sopesa lo que es parejo. Una filosofía de vida en la que el sujeto se ve siempre en relación con el todo”.[27]

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El tiempo de las zapatistas se mide con el paso colectivo. Su métrica es distinta, quizá sea una síncopa. El mundo que construyen día a día tiene un suelo apisonado que permite a cada uno caminar su ritmo, subsistir con su diferencia. En él es posible mirarnos a los ojos porque no hay unas arriba y otras abajo; podemos preocuparnos por la otra, apropiarnos de sus dolores[28] y somos impelidas a llevar sobre los hombros el bien de las otras[29] porque esto es, en parte, hacerse cargo de una misma.

 

Reflexiones finales

 

Dice Agamben que un pensamiento, una acción, una persona o cualquier otra entidad, puede llamarse realmente contemporánea cuando despedaza “…las vértebras de su tiempo (o… ha percibido la falla o el punto de rotura)” ella, añade, “…hace de esta fractura el lugar de una cita y de un encuentro entre los tiempos y las generaciones” y, de este modo, lo transforma.[30] El mundo parejo es contemporáneo precisamente en este sentido. Es inédito en nuestra corta memoria. Constituye el destino que las zapatistas trazan para sí mismas y para nosotras. Ellas nos invitan a mirar, a construir con ellas. Ese mundo revela las anomalías de diversas tradiciones, pone en cuestión supuestos y principios en los que se sustenta la llamada modernidad. Ese orbe subvierte el orden de la realidad.

 

Las mujeres zapatistas y su lucha por un mundo parejo son así paradigma de un pensamiento contemporáneo. El cambio que ellas llevan a cabo en sus vidas personales sirve como un pequeño recordatorio de que la transformación de nuestra realidad es un trabajo arduo pero que sólo si es continuo es posible. En otras palabras, el trabajo de estas mujeres y su rebeldía inagotable me lleva a pensar que una revolución es un acto cotidiano, que empieza con pequeñas fisuras (como la grieta en el muro) desde las cuales se trastoca y se transforma la realidad. Esta mutación no ocurrirá de un día al otro, será el resultado de un trabajo constante, paciente, perseverante.

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Bibliografía

 

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  18. Villoro, L. (2009). Tres retos de la sociedad por venir. México, Siglo XXI.

 

Notas

 

[1] Como ejemplo Cfr. Foucault (1980), Echeverría (1995, 2006), Agamben (2005).
[2] cfr. Millán, M. (2014, 2014a y 2015).
[3] EZLN (2015), “Hacia una genealogía de la lucha de las mujeres zapatistas”, p. 111.
[4] Fernández, P. (2014), p. 45.
[5] Op. cit. EZLN (2015). p. 110.
[6] ibídem, p. 113.
[7] ibíd. p. 116.
[8] ibíd. p. 117.
[9] ibíd. p. 122. El subrayado es mío.
[10] ibíd. p. 123.
[11] ibíd. p. 126.
[12] EZLN (2015), “El método, la bibliografía y un Drone en las profundidades de las montañas del Sureste Mexicano”, p. 222.
[13] Subcomandante Insurgente Marcos (2013).
[14] cfr. EZLN (2015), “El muro y la grieta”, pp. 183-209.
[15] cfr. EZLN (2015), “Hacia una genealogía de la lucha de las mujeres zapatistas”, p. 120.
[16] cfr. EZLN (2015).
[17] Subcomandante Insurgente Marcos (2014).
[18] cfr. Villoro, L. (2009).
[19] Villoro, L. (2009), p.17.
[20] EZLN (2016).
[21] EZLN (2015), “Sherlock Holmes, Euclides, los errores de dedo y las Ciencias Sociales”, p. 263.
[22] Juan Villoro (2015), p. 18.
[23] Subcomandante Insurgente Marcos (2013a).
[24] cfr. EZLN (2015), “El muro y la grieta”, pp. 183-209.
[25] Aunque esta es una idea que prolifera en los textos zapatistas, el término y su significación para el feminismo y el quehacer político ha sido planteado y explorado de manera magnífica por Márgara Millán, Cfr. 2014 y 2015.
[26] Millán, M. (2015), p. 51.
[27] Millán, M. (2015), p. 52.
[28] cfr. Ranciére (2009), p. 124.
[29] cfr. Subcomandante Insurgente Marcos (2013b), “El tercer hombro”.
[30] Agamben, G. (2009), p. 4.

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