Algunas reflexiones en torno a la importancia del otro en el proceso creativo, desde la experiencia corporal del bailarín, hacia un acercamiento a la Fenomenología de Maurice Merleau-Ponty

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Algunas reflexiones en torno a la importancia del otro en el proceso creativo, desde la experiencia corporal del bailarín, hacia un acercamiento a la Fenomenología de Maurice Merleau-Ponty

 

El abordaje de esta reflexión es la experiencia corporal del bailarín y sus relaciones, reflexión que será llevada a partir de la perspectiva fenomenológica de Maurice Merleau-Ponty respecto al cuerpo. En el tejido de las interrelaciones que emergen del problema corporal y teniéndolo como eje de la experiencia dancística, busco un acercamiento reflexivo sobre la experiencia de contacto con el otro así como sus implicaciones en el proceso creativo. Cabe mencionar que a mi parecer tal proceso es principalmente expresivo y en él intervienen tanto la sensopercepción como la propiocepción en la trama frente al otro. El propósito general de este trabajo es reflexionar sobre la experiencia en danza como una experiencia corporal vivida, es decir, como un arte constituido desde el cuerpo como eje perceptor y desarrollado en el espacio, el tiempo, en relación con el otro, así como algunas de sus consecuencias desde lo corporal o Leib termino fenomenológico para designar al (cuerpo vivido) más allá del Kôrper (cuerpo material-orgánico). Nuestra reflexión se dirige hacia la danza, en particular, vista como una auténtica “síntesis de la experiencia humana”.

Durante el proceso de experimentación corporal del bailarín en el momento creativo, se encuentra implícito un factor importante: la propio percepción. Tal no puede lograrse sin antes reconocerse el bailarín a sí mismo, es decir, de saberse cuerpo y trabajar desde sus posibilidades y facultades. Este auto reconocimiento o propiocepción es posible esencialmente y gracias a los otros cuerpos que acompañan tal experiencia, en una suerte de espejos de una trama perceptiva. En este sentido, el bailarín observa, manipula y percibe al mundo con su cuerpo y al mismo tiempo se constituye a través de él.

El cuerpo en primera instancia no puede reconocerse a sí mismo; se logra reconocer a través del otro, que a su vez, no puede auto reconocerse sin la presencia de lo demás. Este principio de identidad así como de interrelación se encuentra también en la propuesta de Merleau-Ponty cuando hace referencia al cuerpo fenomenológico, o cuerpo vivido, que además es el cuerpo reconocido a partir de la percepción y reconocimiento de los otros que interactúan con él en el devenir de lo cotidiano, de su realidad:

“[…] este saber, como todos los demás, solamente se adquiere por nuestras relaciones con el otro; no es al ideal de una psicología de introspección a lo que nos remitimos; y de sí al otro, al igual que de sí mismo a sí mismo”.[1]            

Al desarrollar el trabajo corporal en danza en los procesos de creación, es indispensable este auto reconocimiento a partir de los otros cuerpos que se encuentran compartiendo el dominio espacio-temporal. Podemos decir que el trabajo de contacto corporal inmerso en la acción de danzar se encuentra implícito en el otro, como referente de las posibilidades de sensación en el cuerpo del ejecutante. Aún cuando el bailarín no se encontrara realizando un ejercicio de contacto, por decirlo táctil, con otro bailarín, el contacto es constante a través de los desplazamientos y direcciones del movimiento que se llevan a cabo en el espacio, comprendidas a través de la percepción.[2] Inclusive si fuese un solo bailarín en ejecución, el otro será el espacio en el tiempo que lo circunda, además del espectador con quien se busca tener una relación dialógica.

En caso contrario, el solipsismo sería lo opuesto a este reconocimiento del otro y del mundo; nos llevaría a una suerte de descorporeización. El auto reconocimiento del ejecutante, tiene que ver implícitamente con el otro visto también como todo lo que se encuentra al alcance de su percepción.

En la conexión entre la experiencia del cuerpo y el reconocimiento a través del otro es donde sucede una relación perceptiva. De tal forma, si se pensara al cuerpo como un mecanismo constituido de manera autónoma, o inclusive como si fuese un mundo en sí mismo con la posibilidad de aislarse de los otros, así como de sus partes en la dicotomía cuerpo y mente, y del exterior, instaurado únicamente en su autoconciencia; sucedería que solo lo que ese cuerpo siente por sí mismo sería suficiente, lo cual resulta inverosímil a la realidad en el dominio de percepción del cuerpo sobre el mundo. Puesto que la percepción será siempre percepción de algo más y no de sí, para sí.

Es al momento de entrar otros cuerpos en el dominio de percepción cuando se abre el reconocimiento del cuerpo y por lo tanto del mundo perceptivo. Mi experiencia será modificada en el contacto con lo exterior y por lo tanto el cuerpo también. En el caso particular de la danza, tal, no es un objeto aislado ni una disciplina autónoma, más bien es una composición de miradas y perspectivas donde interactúa el cuerpo en el espacio y el tiempo, al mismo tiempo, en relación con el mundo así como con otras disciplinas y conocimientos. Esta reflexión a primera visa pareciera un tanto obvia, no obstante me resulta importante hacer hincapié en ella no como una propuesta conceptual fácil o difícilmente comprensible, sino más bien como una propuesta de conciencia para el ejecutante así como para los creadores de danza contemporánea, en la naturaleza del vínculo que se genera entre nosotros, los intereses creativos, la disciplina dancística y por supuesto, la naturaleza del espectador.

Una de las características de la percepción es que es un diálogo entre cuerpo y mundo. No existe un desdoblamiento del cuerpo para desplazarse o tocar algo; el cuerpo se encuentra constantemente entramando estas relaciones consigo mismo y el exterior, a lo largo de su devenir, a través de su caminar, en su existencia, en el contacto con otros cuerpos y objetos que le rodean y le intervienen. Es una relación mutua y constante.

“Y así hasta el punto en que se vuelve claro que “otro”, “prójimo” no son siquiera las palabras justas, sino solamente “cuerpos”. El mundo en el cual yo nazco, muero, existo, no es el mundo “de los otros”, puesto que igualmente es el “mío”. Es el mundo de los cuerpos. El mundo de fuera. El mundo de los afueras”.[3]

Por lo tanto, la danza es también y esencialmente un estado del mundo que nos circunda. En los acontecimientos de lo cotidiano, el cuerpo de los otros nos compete, así como nos delimita territorios de comprensión, nos complementa, nos interviene. En términos fenomenológicos el cuerpo es quiasma de la experiencia estética de la danza, así como el artista plástico o visual utiliza un material específico para trabajar, o el músico afina su instrumento y aprende un lenguaje; el bailarín a través de su ser-cuerpo, técnica, experiencia de vida, información corporal que es también intelectual y poética; expresa, pero no está solo, al igual que en las otras disciplinas, dialoga en el espacio y el tiempo con otros cuerpos, con el mundo que es suyo y al cual pertenece.

Si la danza fuese un fenómeno exclusivamente introspectivo, perdería el sentido de comunicar, y tal vez, sería como en sus vestigios un ritual. No obstante, este bagaje ritualista también buscaba invocar un diálogo con la naturaleza y por consiguiente, implicaba también un grado de expresividad, en este sentido expresivo probablemente en nuestro mundo contemporáneo exista una tendencia al antropomorfismo y a hablar de nuestros rituales organizados en sociedad, tendemos a hablar de nosotros.

“En una paradoja más, la percepción del cuerpo propio no ofrece como decíamos anteriormente – ninguna clase de percepción personal, sino una visión que se precipita desde fuera de nosotros; la mirada del otro. Es debido a que existe otro – alguien distinto, alguien que no somos -, que con su propia percepción ayuda a completar la idea de nuestro cuerpo, que podemos aspirar a tener un futuro, a seguir viviendo”.[4]

Esta cualidad dialógica de la percepción ha posibilitado el desarrollo de las diferentes formas y posibilidades de la danza, por lo tanto también su especialización, que como consecuencia ha propiciado la enorme diversidad de técnicas y estilos desarrollados. Esto es gracias a la investigación y análisis de los cuerpos en movimiento, así como su pedagogía, sin olvidar la construcción cultural que las ha acogido.

Para concluir con estas reflexiones sobre la importancia del otro agregamos que, en el caso de la disciplina dancística, el movimiento contiene un sentido estético en el devenir de su desarrollo. Es decir, es expresivo con respecto a su significación; siendo poético en su principio creativo, expresivo al momento de buscar decir a través del gesto y significativo en sus contenidos. Al parecer, estas pueden ser algunas cualidades esenciales en la danza que en otras disciplinas con quienes comparten el trabajo corporal pudiesen no necesariamente compartir la finalidad del quehacer creativo, específicamente artístico. Tal vez en este tenor, hipotéticamente el bailarín es la pieza de arte y su material de trabajo. No obstante la experiencia corporal del bailarín es inmanente a la condición humana, a nuestra relación con el otro, con el mundo y la vida en toda su complejidad; no inicialmente con la danza, y ese a mi parecer, debe ser nuestro principio.

(INSIGHT) CEART QRO, 2015 COREOGRAFÍA Y EJECUCIÓN: L.PALOMA MONZÓN
VIDEO: RICARDO SILVA
PAISAJE SONORO: VICTOR MANUEL RIVAS-DÁVALOS

 

 

Bibliografía

 

  1. Merelau-Ponty, Maurice, Fenomenología de la percepción, Ed. Orígen/Planeta, México 1986.
  2. Rosales, Gustavo Emilio, Epistemología del cuerpo en estado de danza,FONCA/CONACULTA, México, 2012.
  3. Nancy, Jean Luc, Corpus, Ed. Arena Libros, España, 2003.

 

Notas

[1] M. Merelau-Ponty, Fenomenología de la percepción, p.113.
[2] “El algo perceptivo está siempre en el contexto de algo más; siempre forma parte de un campo. Una región verdaderamente homogénea, sin ofrecer nada que percibir, no puede ser dato de ninguna percepción. La estructura de la percepción efectiva es la única que puede enseñarnos lo que sea percibir, la impresión pura no lo es, pues es imposible de hallar, sino también imperceptible y, por ende, impensable como momento de la percepción”, ibídem, p.26.
[3] Jean Luc Nancy, Corpus, p.27.
[4] Gustavo Emilio Rosales, Epistemología del cuerpo en estado de danza, p.102.

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