El tema que me ocupa implica adentrarse en un terreno movedizo por su carácter riesgoso pues nada conclusivo puede alcanzar a explicarlo. Me referiré al texto de Michel Foucault intitulado El pensamiento del afuera, escrito en el año de 1966, cuyo asunto central es el lenguaje desmembrado del sujeto y, su referente inmediato, la obra literaria del crítico y novelista-filósofo Maurice Blanchot.
Antes de abordarlo me serviré inicialmente de presentar la actitud que frente a su propia escritura Foucault refiere en una entrevista realizada por Claude Bonnefoy (casualmente del mismo año 1966), que lleva por título Un peligro que seduce, en la que declara de manera íntima su identificación con la profesión médica practicada por sus abuelos y su padre, la que le permitió percibirse a sí mismo como un cirujano que ha sustituido el bisturí con la pluma y así mismo considerar la hoja en blanco como el cuerpo de los demás:
Supongo que hay en mi pluma una vieja herencia de bisturí. (…) He pasado de la eficacia de la curación a la ineficacia de los comentarios; he sustituido la cicatriz sobre el cuerpo por el graffiti sobre el papel; he sustituido lo imborrable de la cicatriz por el signo perfectamente borrable y tachable de la escritura.[1]
Y llevando más lejos la analogía médica declara
…escribir sobre esa muerte de los demás que ya viene dada. Si puedo escribir es porque los otros están muertos; como si de alguna manera sus vidas, mientras estaban aquí, mientras sonreían y hablaban, me hubieran impedido escribir. Asimismo, el único homenaje que mi escritura puede rendirles es descubrir a la vez la verdad de su vida y la de su muerte, el secreto enfermizo que explica el paso de su vida a su muerte. Este punto de vista de los demás, en que su vida a caído en la muerte, ese es en el fondo, para mí, el lugar de posibilidad de la escritura.[2]
Se trata de una afanosa escritura que por encima de todo diagnostica y cuyo instrumental arqueológico y genealógico logra hacer una agresiva incisión para que, en sus palabras, el “corazón venenoso de las cosas y de los hombres salgan a la luz”.[3] La escritura supone para Foucault “la deriva que sigue a la muerte y no el camino seguido hacia la fuente de la vida”.[4] Aunque las confidencias de Foucault sobre su escritura en esta entrevista abordan todo el tiempo el entramado significativo de la relación escritura y muerte esto es, al mismo tiempo, de lo que el mismo Foucault no se atreve a hablar puesto que, dice, “sé cuánto más esenciales, generales, profundas y decisivas son las cosas que ha dicho alguien como Blanchot acerca de este tema, que las que pueda decir yo ahora”.[5] Comentario con el que volvemos de nuevo a El pensamiento del afuera donde es justamente esta relación la vía que conduce la lucidez de Foucault en toda su textualidad.
El pensamiento del afuera es un ir más allá de los límites asignados al lenguaje para lanzarlo hacia una exterioridad ilimitada, acaso inaprehensible. ¿Qué acontece cuando se suspende el yo hablo? Es cuando el lenguaje trastoca su interioridad y aparece como derramamiento o murmullo, en un afuera infinito.[6]
Foucault se valdrá de las ficciones de Blanchot, pues éstas “serán, antes que imágenes propiamente dichas, la transformación, el desplazamiento, el intervalo neutro, el intersticio de las imágenes. Son imágenes precisas. Sus figuras se dibujan únicamente de la existencia gris de lo cotidiano y del anonimato; y cuando dejan sitio a la fascinación, no se trata nunca de ellas mismas, sino del vacío que las rodea, del espacio donde se encuentran sin raíz y sin zócalo”.[7] El escritor más esotérico de la Francia contemporánea, al decir de Geoffrey Hartman, Blanchot elude el realismo interiorista de la representación y se afana en un irrealismo en el que el lenguaje queda fuera del “yo hablo” del sujeto narrativo. Para Foucault
[…] esta es la razón por la cual la distinción entre ‘novelas’, ‘relatos’ y ‘crítica’ se atenúa cada vez más en Blanchot, para terminar por no dejar hablar, (…) más que al lenguaje mismo –lenguaje que no pertenece a nadie, que no es de la ficción ni la reflexión, ni de lo que ya ha sido dicho, ni de lo que todavía no ha sido dicho, sino ‘entre ambos, como es lugar con su invariable aire libre, la discreción de las cosas en su estado latente.[8]
Como dice Foucault:
[…] el acontecimiento que ha dado origen a lo que en un sentido estricto se entiende por “literatura” no pertenece al orden de la interiorización más que para una mirada superficial; se trata mucho más de un tránsito al “afuera”: el lenguaje escapa al modo de ser del discurso –es decir a la dinastía de la representación–…”.[9]
Puede decirse que el ritmo del pensamiento que delimita el adentro del afuera apunta primero hacia un ámbito de seguridad del sujeto que constituye por ejemplo el discurso filosófico, estructurado conforme a leyes, normas y prescripciones que fijan al lenguaje en su positividad; mientras que en la experiencia del afuera, el lenguaje cambia hacia la exclusión del sujeto. Si nunca podemos aprehender el sujeto, entonces el ¿quién? y el ¿dónde? del ¿quién? es el lenguaje.
Si el lenguaje sólo tiene su sitio en la soberanía solitaria del “yo hablo”, entonces nada puede limitarlo de derecho –ni aquel a quien se dirige, ni la verdad de lo que dice, ni los valores, ni los sistemas representativos que utiliza; en resumen ya no es discurso o comunicación de un sentido, sino despliegue del lenguaje en su ser bruto, pura exterioridad desplegada; y el sujeto que habla ya no es el responsable del discurso (…) sino la inexistencia, en el vacío de la cual se prosigue sin descanso el derramamiento indefinido del lenguaje.[10]
Al aproximarse a las novelas de Blanchot, Foucault señala el riesgo de caer en una interpretación interiorista, si no se está advertido de la singularidad de una textualidad apartada de los cánones realistas.
[…] la paciencia reflexiva, siempre de espaldas a sí misma, y la ficción que se anula en el vacío en que desata sus formas, se entrecruzan para formar un discurso que se presenta sin conclusión y sin imagen, sin verdad ni teatro, sin argumento, sin máscara, sin afirmación, independiente de todo centro, exento de patria y que constituye el afuera hacia el que habla y fuera del que habla.[11]
En el momento en que se suspende el “yo hablo” se extiende la exteriorización del lenguaje como un murmullo, una irrealidad que aparece como realidad. De ahí que el lenguaje nos dé identidad, nos haga creer en una seguridad existencial que en las novelas de Blanchot se ve derribada. Pareciera que el argumento filosófico de la obra de Blanchot partiera de una filosofía negativa por medio de la cual muestra que nuestra existencia está signada por la falta de identidad, por la imposibilidad, por el olvido, por el error del ser y, finalmente, por la Nada. Justo sería recordar que Blanchot proviene de una caterva de escritores detonantes, sus nombres son Sade, Lautrémont, Mallarmé y Artaud; Kafka, Klossowski, Bataille y Alan Robe-Grillet. Escrituras que hacen estallar el lenguaje literario cambiando radicalmente la topografía del espacio literario mismo. Hay que cometer el asesinato literario sistemático de la literatura, dentro de la literatura, ¿cómo?, problematizándola. Así, Blanchot considera la literatura como problemática en la medida que no puede darse por supuesta: es una actividad ambigua, signada por contradicciones, plagada de duda filosófica y abrumada de anuncios de decadencia. Blanchot no sólo conoce a Rilke, Broch, Beckett y otros, también dialoga con Kierkegaard, Hegel y Heidegger. Por ello Foucault señala ese rasgo particular en toda la prosa de Blanchot: sus ensayos, sus novelas y sus récits se toman a sí mismos y a la actividad del arte como su propio tema.
Cabe abrir un paréntesis para delinear algunos rasgos que sitúan contextualmente y de forma anecdótica la experiencia y el entorno en las que Blanchot se distingue entre las figuras intelectuales de Francia de una forma peculiar y decisiva. Su influencia afectó virtualmente a toda la cultura de su momento. Sin conformar un grupo como tal, consolidó una amistad con figuras tan polémicas e inquietantes como George Bataille y Pierre Klosowski. Durante la ocupación alemana su posición política estaba del lado de la Resistencia, su castillo, que albergaba refugiados, fue allanado por las tropas enemigas y el mismo Blanchot fue condenado a muerte por fusilamiento, que en el momento de su ejecución fue suspendido, experiencia ésta que sería determinante en su existencia y para su escritura; así lo relata en tercera persona en El instante de mi muerte donde declara el saldo de este trance y haber experimentado el sentimiento de compasión por la humanidad sufriente, así como la dicha de no ser inmortal ni eterno. A partir de entonces sostendría con la muerte una amistad subrepticia. El connubio de su escritura con la presencia silenciosa de la muerte.
Es curioso que Blanchot haya tendido sus obsesiones como redes comunicativas con algunos de los escritores más lúcidos de sus contemporáneos desde su ausencia, o sea, desde su actitud contrastante frente al éxito y el reconocimiento que para él eran afectaciones quebradizas, dudosas. Por encima de esto él estaba seriamente interesado en la problematización de la literatura como filósofo, en un momento de lo que consideraba como el terrible agotamiento de las formas literarias. Fue uno de los primeros en incidir en el problema del lenguaje en la literatura moderna. En palabras de Foucault “se sabía desde Mallarmé que la palabra es la inexistencia manifiesta de aquello que designa; ahora se sabe que el ser del lenguaje es la visible desaparición de aquel que habla”,[12] dicho a propósito de la obra literaria de Blanchot.
La exclusión sistemática de todos los gestos del narrador ortodoxo, en donde intervendría éste como un ser reconocible por su puesta en escena de un tiempo y un espacio en la que los personajes son articulados en el curso de una trama en la que una y otra vez está presente el lenguaje sujeto a una interioridad rectora omnipresente, son radicalmente desterrados para, mediante un artificio deslumbrante, cegador, el lenguaje se presente sustentado a sí mismo fuera del sujeto, lo que Foucault, a partir de una lectura privilegiada de Blanchot, muestra admirablemente como el pensamiento del afuera.
La lectura que Foucault hace de Blanchot es sin duda un espejeo con su propia escritura, de sus temas recurrentes, de sus investigaciones previas: la relación indefectible entre los horizontes de lo Mismo y de lo Otro, entre lo visible y lo enunciado, entre una formación discursiva, internalizada, y su correlato, el afuera y sus visibilidades. El pensamiento emanado de las “disciplinas del saber”, es desde siempre el pensamiento del adentro, del orden, de las identidades, de las jerarquías. Sin embargo, el adentro está encerrado en sus propios límites, linderos muy bien delimitados que en una suerte de ambigüedad irresoluble, aunque no dicotómica, colindan con el afuera, en este caso el territorio del arte.
En correspondencia al interés de Foucault hacia Blanchot, éste, que sobrevivió a aquél por su longevidad, pudo escribir una semblanza sobre Foucault que es asimismo un tributo a la amistad intelectual. En Michel Foucault tal y como yo lo imagino, Blanchot revela su gran conocimiento de la obra foucaultiana con una familiaridad respetuosa y objetiva en la que muestra también su concepción de la amistad (tema al que dedicó un libro), y en la que pone de relieve los entramados del pensador fecundo que trastornó las bases que sostenían y alimentaban una visión limitada de la historia en favor de una mirada subversiva.
Cito por último a Blanchot:
[…] la amistad le fue tal vez prometida a Foucault como un don póstumo, por encima de las pasiones, de los problemas de pensamiento, de los peligros de la vida que él sentía por los demás, más que por él mismo. Dejando testimonio de una obra que necesita ser estudiada (leída sin prejuicios) más que alabada, pienso seguir fiel, aunque sea torpemente, a la amistad intelectual que su muerte, para mí muy dolorosa, me permite hoy declarar: mientras me repito la frase atribuida por Diógenes Laercio a Aristóteles: “¡Oh, amigos! No hay ningún amigo.[13]
Bibliografía
- Foucault, Michel, Un peligro que seduce, Cuatro Ed., Madrid, 2011.
- Foucault, Michel, El pensamiento del afuera, ed., Pre-Textos, Valencia, 2008.
- Blanchot, Maurice, Michel Foucault tal y como yo lo imagino, Ed., Pre-Textos, Valencia, 1993.
Notas
[1] Véase Michel Foucault, Un peligro que seduce, Madrid, Cuatro Ed., 2011, p. 42.
[2] Ibid., p. 46.
[3] Ibid., p. 44.
[4] Ibid., p. 47.
[5] Ibid., p. 43.
[6] Foucault se sirve del argumento de Epiménedes, sostenido en la verdad irrefutable de que “hablo cuando digo que hablo”. Aunque la cuestión será más compleja.
[7] Véase Michel Foucault, El pensamiento del afuera, Valencia, Pre-Textos, 2008, p. 27.
[8] Ibid., p. 31.
[9] Ibid., p.12.
[10] Ibid., pp. 10-11.
[11] Ibid., p. 29.
[12] Ibid., p. 75.
[13] Véase Maurice Blanchot, Michel Foucault tal y como yo lo imagino, Valencia, Pre-Textos, 1993, p. 70.
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