Para el filósofo Jean-Luc Nancy, la situación actual es inimaginable: uno trata a alguien de “sucio banquero judío”, públicamente y para fines electorales republicanos declarados.[1]
Por supuesto que no, uno no lo puede creer. Es imposible que en Francia, en 2017, uno caricaturiza a alguien como banquero del siglo XIX dotado de una nariz ganchuda, viejos topoi caricaturescos nacidos de observaciones muy antiguas sobre los tipos morfológicos caldeos, asirios y hebreos tales que fueron estudiados durante la Belle Époque, por ejemplo, tanto por Adolph Bloch así como por Alphonse Bertillon (en una época cuando la descripción y la taxonomía de los tipos y de las razas que contribuían al mismo tiempo con el progreso de la antropología, la criminología y las mitologías racistas cuyo antisemitismo constituía un pedazo de elección).
El banquero, él, venía de un antiguo linaje de cambistas, de prestamistas sobre prendas o sobre títulos, usureros y otras profesiones de las que los judíos fueron expulsados por su estatuto y por la maldad de los príncipes de los Estados o de la Iglesia y de los buenos comerciantes feligreses.
Durante la Belle Époque se hizo sentir la necesidad, de hecho, de encontrar los culpables de lo que produjo la inquietud en el mundo de los conquistadores burgueses que experimentaron los primeros vestigios de su desarrollo complejo y arriesgado. Uno quiso asegurar las empresas, las familias, los estados y ya, tendenciosamente, la civilización europea. La idea de la raza llegó el momento perfecto para garantizar tanto la colonización en el afuera como en el interior, la antigua abominación cristiana de los judíos culpables de haber subestimado el verdadero Mesías.
Así que uno inventaba los protocolos secretos de la dominación del mundo, de los defectos hereditarios de la rapacidad y del cálculo. Es bien sabido, y lo que siguió hasta la iniciativa de un exterminio destinado a erradicar dicha raza. Pero ya es anticuado, ¿verdad? Se terminó, ¡es casi olvidado! ¿Cómo imaginar que quienquiera que sea, entre los que se identifican con la República y con el humanismo, pueda recurrir a los insultos más viles, los más estúpidos, y los más odiosos?
Es inimaginable y no lo imaginamos. En efecto no hay nada a imaginar: está ahí, está frente a nosotros, es visible, ni siquiera es una imagen, es una palabra, es un discurso, es una proclamación. Uno trata a alguien de sucio banquero judío, públicamente y para fines electorales republicanos declarados.
Uno no lo puede creer. Obviamente, un enemigo jurado de los supuestos republicanos, un fascista católico o luterano de buenas raíces ha jugado una jugada sucia a sus compañeros de partido. Pero, ¿dónde se esconde ese? Y ¿por qué no se muestra? Pero se muestra, no lo duden, está ahí, bien visible, con el rostro tan malo como su caricatura. Lo ha olvidado todo o quiere olvidar todo, tiene necesidad de un culpable para su jugada, de un chivo expiatorio. Es una necesidad apremiante, urgente, porque tiene miedo, el tipo, se asusta a sí mismo con todo su melodrama financiero-político…
Notas
[1] El original en francés fue publicado en el periódico Libération el 13 de marzo de 2017. v. http://www.liberation.fr/debats/2017/03/13/caricature-antisemite-de-macron-peut-on-le-croire_1555322
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