Resumen
Este texto explora el amor como tecnología. Se intentan abordar varias aristas: la construcción del sexo y la sexualidad en torno al amor; la importancia de la realización de la comunidad y la disputa contra la alienación en lo digital. La producción del amor está hecha a partir de la codificación de la sexualidad. El amor se aborda como límite de la comunidad. La pelea contra la alienación es pensada a través de la naturaleza contradictoria del amor. Esta contradicción en términos podría facultar un amor digital que dispute los efectos del deseo.
Palabras clave: tecnología, individuación, comunidad, computadoras, sexo.
Abstract
This text explores love as technology. It points to several issues: the construction of sex in relation to love, the importance of its performativity as community and the fight against alienation in its digitality. The production of love is made through the codification of sex and sexuality. Love is part of a community as a limit. And the fight against alienation has to be thought through the opposition. The contradiction between these terms may produce digital love that is fighting for the effects of desire.
Keywords: technology, individuation, community, computers, sex.
Se puede pensar el amor como una relación de deseo tecnológica y codificada no homogénea y contradictoria que se encuentra en conflicto. Y que hoy, ante la digitalización de sus prácticas, lejos de la piel, parecería que está en peligro. Cuando pensamos en el amor en términos tecnológicos nos acercamos a la manera en que su práctica está relacionada con la codificación de nuestros cuerpos y sexualidad, y esto tiene un efecto político y comunitario. Un efecto comunitario que nos pregunta por la construcción de la metafísica de la comunidad para poder enfrentar la alienación que parece asomarse en lo digital y encontrar, ahí mismo, posibilidades para el amor como tecnología.
Plasticidad
¿Como ha cambiado el amor? Fredrich Kittler resume el amor romántico de tintes caballerescos como que “Coded in terms of sex, the boy recibes a phallic atribute that symbolically couples desire and power: now he is destined for exagamous alliances and knightly adventures”.[1] El amor romántico resultaba ser una tecnificación en la cual a partir de la producción de la sexualidad ciertos órganos eran entramados narrativamente con deseo y poder teniendo un efecto comunitario y de participación política. El joven hombre era producido a partir de la construcción de este relato en un sujeto que traducía su cuerpo en posibilidad de comunidad.
Sin embargo, con el paso del tiempo, se empezó a abrir una brecha simbólica, cada vez más abismal, entre la codificación romántica del amor y nuestras prácticas sexo-amorosas. Se entendió que los procesos que relataban al amor y dotaban a los cuerpos masculinos de una agenda sexual y amatoria a partir de su sexualidad eran procesos de producción política. Se trata de una producción política y de ejercicios de poder que excluyen a unos cuerpos y privilegian a otros. Pero la codificación de la que habla Kittler no es un campo estable de interacciones entre cuerpos, deseo y poder, sino, más bien, una construcción en que la pregunta “¿por qué el amor se desdobla del mismo modo que la construcción de la sexualidad?” es un ejercicio del deseo y el poder.
Nuestros cuerpos se piensan en tanto que estas codificaciones nos realizan como individuaciones[2] en proceso de repetición. Paul B. Preciado señala que “el sistema sexo-género es un sistema de escritura que tiene por mecanismo una serie de repeticiones que inscriben sobre el funcionamiento del cuerpo una (hetero)sexualidad, a través de repetición y re-citación de los códigos”.[3] La dotación de normalidad codificada a los genitales establece dinámicas que hacen funcionar a los cuerpos de cierta forma. El simbolismo establecido sobre los cuerpos y sus órganos sexuales por códigos en loops podrían pensarse como prácticas de individuaciones amorosas que son sexualidades que producen esquemas de poder. La sexualidad para Preciado tiene que ser pensada como un mecanismo de escritura de construcción y control político y social. Pero, por ser una codificación, este proceso está sujeto a una recodificación y transformación a partir de prácticas. De la misma forma que son control, también son posibilidad.
De esta forma, la intensificación de la ruptura de los relatos estables sobre la producción sexual de los cuerpos abre también una apertura así sobre el amor. Kittler revisando el banquete platónico señala “although sex can produce Eros it does not require Love itself”.[4] Desde una revisión de la dinámica de Poros y Penia, el amor no es necesario en el sexo, es una posibilidad de producción. Eros es el hijo de Poros, la abundancia y Penia, la necesidad, pero es en su nexo que nace Eros. No está dada como condición del sexo. Esta lectura hace pensar la sexualidad y sexo como codificación que son posibilidad del amor.
Los cuerpos pueden producir conclusiones simbólicas desde su codificación. Pero no se trata de una economía. Estos procesos de producción desde el sexo y la sexualidad, de forma variable e imprecisa, pueden ser una postura crítica ante la efectualidad simbólica del deseo; sin embargo, no bastan. Parecen quedar cortos porque enfatizan en el proceso de individuación que el sexo y la sexualidad se dirigen a una forma en se enfatiza la producción individualizada. Y, el amor, de las posibilidades en la individualización. También requiere de un efecto de relación.
Esta perspectiva parcial sobre el amor se queda sin la ontoestética y poética amorosa, la infatuación, los efectos neuroquímicos, la intensa vinculación que producimos a partir de estos nexos amorosos. Nexos fértiles, que combaten sus componentes técnicos de control y configuración que nos permite pensar que nuestras prácticas amorosas son técnicas que tienen efectos políticos y comunitarios a partir de la plasticidad del cuerpo. A pesar de que su relación con sexo y sexualidad nos permite observar su carácter tecnológico, no alcanzan a explicar por qué el amor es parte del proceso de la construcción comunitaria.
Resistencia a la inmanencia
¿Qué diferencia el proceso de codificación del amor del proceso de codificación de la sexualidad? Mientras que la sexualidad parece afectar el proceso de individuación y su disposición entre otros cuerpos, el amor tiene un lugar con la vinculación entre ellos. Procesos materiales y metafísicos que articulan la individuación reencontrándola con lo que siempre ha estado ahí. Como señala Jean Luc Nancy, “la comunidad es la trascendencia: pero la “trascendencia” que ya no tiene significación “sagrada”, no significa ya otra cosa, precisamente, que la resistencia a la inmanencia”.[5] Se trata de una resistencia de los cuerpos que se relacionan.
El amor parecería que tendría que ver con prácticas tecnificadas que buscan también buscan realizar esa resistencia de perderse en la inmanencia indistinguible.
Pero, ¿cómo se relaciona la comunidad con el amor? Nancy, haciendo alusión a Bataille, señala que los amantes son un tipo de punto limítrofe extremo (pero no externo) de la comunidad, excluidos, pero, al mismo tiempo, posibilidad comunitaria. El amor es “la no realización incesante de la comunidad. La expone sobre su límite.[6] El amor es producción de la comunidad, pero sólo en cuanto que está a punto de romperse y hacerse cada vez que los amantes se encuentran. La tecnología del amor tendría que poner este límite en juego, hacer que la codificación mostrara cómo los cuerpos están vivos y se resisten a ser sólo dispuestos en su inmanencia. Sería un tipo de traducción de la relación de los cuerpos en comunidad, en vínculos.
Pero ¿cómo se diferencia el amor de otras relaciones? El amor tendría esa diferencia sobre el deseo y el placer en un punto inaccesible para otros tipos de relaciones no eróticas, “los amantes se tocan, no los conciudadanos”.[7] Este es el punto en que los cuerpos encuentran en la materialidad una resistencia contra la inmanencia. Blanchot dice que el encuentro de los amantes es contigüidad sin contenido que, sin embargo, en ese vacío, expone al “tocarse vanamente” como producción metafísica de la corporalidad ante la muerte. La técnica también tendría que acentuar el poder del contacto que encuentra un tipo de pasión que se resiste al funcionamiento. La plasticidad del código tiene que poner en riesgo el contacto.
Entonces, ¿Cómo nuestra tecnificación, nuestro amor, atestigua esta marginalidad de la comunidad? Porque siendo una producción metafísica sobre la corporalidad, el amor afecta la forma en que se producen las relaciones comunitarias. Se trata de un replanteamiento de la metafísica a partir de cuerpos que se encuentran. Las prácticas sexuales producidas y repetidas se articulan comunitariamente para producir una disposición sobre las formas de las relaciones. Y, en su margen, en el encuentro táctil entre cuerpos que se desean, se establecen relaciones de poder, posibilidades narrativas, posibilidades de invención del mundo. Sentimos así, a partir de un encuentro la producción de resistencia.
Ahí mismo donde las prácticas amorosas están coludidas por los procesos de sexo-género para producir y repetir comportamientos que producen un campo de sexualidades empoderadas y sexualidades excluidas, se abre una posibilidad de una metafísica de resistencia ante la inmanencia que deglute a los cuerpos en lo indiferente. Pero, ahí es donde se encuentra el amor con el problema de su relación tecnológica actual: el amor digital. Un amor que ya sea como swiping en Tinder o stalkear en Facebook o Twitter las prácticas amorosas se encuentran con el problema de perder el tacto, de distanciar a los cuerpos, pero aún así producir algo, algo que no responde a las expectativas de los amantes en la comunidad.
Recuperar la afección
La digitalización de las prácticas pone en cuestión el límite comunitario-amoroso del tacto. Ámbitos donde la producción de imágenes, textos, videos y audios desplazan a los cuerpos nos hacen preguntarnos tanto por los campos de producción de la codificación corporal, como de la disposición comunitaria. Y la forma de producir configuraciones digitalizadas nos conducen a preguntarnos por el desplazamiento de estos dos procesos en torno al amor. Nos parece que en este campo se juega la transformación de las posibilidades de empoderamiento del cuerpo y de la poética de la relacionalidad más allá del tacto, en un lugar que buscar operar en la distancia la corporalidad.
La gran disputa del amor digitalizado parece encontrase con los efectos de la construcción del amor como consumo, de la individuación como consumo, de la comunidad como mercado. El colectivo Tiqqun sugiere que en la actualidad todo en la vida mantiene relaciones como si fuera mercancía y “el amor, por ejemplo, aparece en adelante como intercambio regulado de orgasmos, favores, símbolos y sentimientos, de los cuales cada contratante debe idealmente retirar un beneficio igual”,[8] no se puede aceptar una pérdida o un goce sin valor, de tal forma que aquello que se comprende como producción metafísica o simbólica de relaciones entre poder y deseo se limitan a productos desechables. Construyendo un tipo de economía amorosa en que el ejercicio de la producción del placer se trueca por el consumo del goce.
Mientras que la perspectiva de las posibilidades de la plasticidad de la construcción de las prácticas e individuación sexo-amorosas permitían un campo de relaciones de poder, esto en el consumo se limita a una delimitación de individuaciones consumibles, identidades sexuales para consumir y desechar. Se borra cualquier ductilidad provisional de la producción para desear aceptando los efectos contradictorios del placer. Las modalidades digitales constituyen una alteración ético-moral del deseo. Y, la articulación comunitaria se sustituye por redes en que los resultados son configurados para coludirse a la lógica de relaciones consumibles. Son una serie de redes de captura precisas para ordenar nuestro ejercicio de poder como elección económica. No se trata de menospreciar la interfaz, siempre hay condicionamientos técnicos, pero la efectualidad de estas redes está suspendida por el consumo como finalidad sin confrontación.
Se trata entonces de pensar críticamente este desplazamiento de la configuración contradictoria del amor que no se resuelve en una felicidad procesable, sino que se sostiene en contradicción, en el problema de la individuación de nuestra corporalidad, la relación física con los otros y nuestra posibilidad de producir sin finalidad. Tiqqun considera que:
“[…] la afección ignora la exigencia de la cooperación, de manera que las “amistades” y los “amores” nombran en este mundo la cosa más irreal, la más vacía y por tanto la más falsa. La comunidad, entonces, significa: realizar el potencial de insurrección y de invención de los mundos subyacentes a todo vínculo verdadero entre seres humanos, instaurar modos de ser tales que la afección y la cooperación se funden sin confundirse nunca”.[9]
Para Tiqqun este mundo se encuentra aquí, sin embargo, está alienado. Reducida a un vacío procesable. Lo que está en juego en pensar la afección y la cooperación se trata de recuperar lo que tanto Nancy como Blanchot —y, Bataille antes que ellos— piensan sobre la comunidad que tiene que confrontarse con la mortalidad sin perder la materialidad. Nuestros gestos digitales tienen que pensar como producir su cuerpo a partir de ello, como individualizarlo, como producir comunidad.
Surge la pregunta sobre los ejemplos amatorios: ¿dónde está el amor en lo digital? Se encuentra en Tinder, como vencer el consumo de imágenes, como realizar una producción digital sustantiva, no disponerse como mercancía en el aparador. Se puede encontrar una forma, acentuando la posición crítica sobre quienes somos, extendiendo los sentidos en términos que no se resuelva solo en un gesto finalizado. Podría ser posible hacer comunidad en Twitter, de amantes, de cuerpos. Cuando se encuentran grupos de tuiteros podrían hacerse cuerpos desde lo digital, hacerse no solo para el confín de las fotografías y los tuits, pero para producir de nuevo una comunidad y amor. Tendríamos que mantenernos atentos a como nuestro cuerpo se media por la tecnología, como se conjunta con el discurso.
La disputa contra la alienación de la relación es una pregunta sobre los dispositivos y codificaciones del amor. Se trata de un replanteamiento de la metafísica que yace sobre el pensamiento tecnologizado del amor, sobre las interfaces. No se trata de una aproximación que busca re-naturalizar o hacer una apología de su tecnificación, sino explorar críticamente de qué manera esta tecnificación es comprendida como un proceso metafísico sobre nuestro mundo, cómo nos hace comunidad y cómo a partir de esto, nos amamos. Se trata de una pregunta por cómo aproximarnos a la producción de nuestras prácticas sexo-amorosas y nuestras relaciones sin caer en la suposición de un mecanismo que permite que la codificación se sedimente a favor de algunos, sino de qué modo, a partir de ejercitar el deseo y su relación con el poder, se puede encontrar a los otros apasionadamente.
Bibliografía
- Blanchot, Maurice, La comunidad inconfesable, Arena Libros, Madrid, 1999.
- Kittler, Friedrich, The truth of the technological world, Essays on the genealogy of presence, Stanford University Press, Standford, 2013.
- Nancy, Jean-Luc, La comunidad desobrada, Arenas Libros, Madrid, 2001.
- Preciado, Paul, Manifiesto contrasexual, Opera Prima, Madrid, 2002.
- Simondon, Gilbert, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, Cactus, Buenos Aires, 2015.
- Tiqqun, “¿Qué es la metafísica crítica?”, en Tiqqunim, (http://tiqqunim.blogspot.mx/2015/05/que-es-la-metafisica-critica.html), 5 de Diciembre 2017.
- Tiqqun, “Hombres máquina: instrucciones de uso”, en Tiqqunim, (http://tiqqunim.blogspot.mx/2013/03/hombres-maquina-modo-de-empleo.html), 2 de Diciembre 2017.
Notas
[1] Kittler, Friedrich, The truth of the technological world. Essays on the genealogy of presence, Stanford University Press, Standford, 2013, p. 1.
[2] Tendríamos que tratar el tema de la individuación como un proceso que, más allá de conciencia de la distinción física, se trata de una operación en que “La unidad psicosomática es, antes de la individualización, unidad homogénea; después de la individualización, se convierte en unidad funcional y relacional” en Simondon, Gilbert, La individuación, ed. cit., p. 338. Cuando se da esta individualización se opera un tipo de doblez en el cual se construye un proceso continuo de relación: individuación, un “teatro de individuación” para Simondon que permite no hablar de una estabilización o producción permanente de una entidad individualizada, sino de individuaciones en proceso en contextos interindividuales concretos psíquicos y somáticos. No pierden una instancia discursiva ni una material, de la misma forma que no construyen una individualidad definida.
[3] Preciado, Paul, Manifiesto Contrasexual, ed. cit., p. 23.
[4] v. Kittler, op. cit., p. 1.
[5] Nancy, Jean-Luc, La comunidad desobrada, ed. cit., p. 68.
[6] v. ibídem, p. 73.
[7] ibídem, p. 74.
[8] v. Tiqqun, “¿Qué es la metafísica?”, ed. cit.
[9] v. Tiqqun, “Hombres máquina: instrucciones de uso”, ed. cit.
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