Resumen
El 7 de noviembre de 2014 el colectivo CaldodeCultivo cerró un proceso con trabajadoras sexuales trans del barrio Santa Fe (Bogotá) con el evento “Yo no soy una puta, yo soy la puta y para usted, señora puta”, que incluía la instalación de un inmenso aviso rojo de neón con la leyenda mencionada en un motel de la zona, presentaciones de baile, playback, rap, estampado de prendas con la leyenda del anuncio de neón y venta de cerveza.
Esta toma cultural produjo una intervención en el espacio público del barrio Santa Fe, involucrando a transeúntes, pasajeros del transporte público, visitantes y curiosos de todo tipo, además de trastornar la zona temporalmente. Esta “zona temporalmente autónoma” desencadena una reflexión sobre el proyecto a la luz de la noción de utopía para examinar como esta y otras iniciativas son capaces de reinscribir historias otras del género y la sexualidad en el espacio urbano.
Palabras claves: utopía, prostitución, espacio urbano, Bogotá, género, sexualidad, CaldodeCultivo.
Abstract
On November 7, 2014 the collective CaldodeCultivo closed a process with transgender sex workers from the Santa Fe neighborhood (Bogotá) with the event “I’m not a whore, I’m the whore and for you, Mrs. Whore”, which included the installation of an immense red neon sign with the legend mentioned in a motel in the area, dance presentations, playback, rap, clothing stamping with the legend of the neon sign and beer sale.
This cultural outlet produced an intervention in the public space of the Santa Fe neighborhood, involving passers-by, public transport passengers, visitors and onlookers of all kinds, as well as temporarily disrupting the area. This “temporarily autonomous zone” triggers a reflection on the project in the light of the notion of utopia to examine how this and other initiatives can re-register other stories of gender and sexuality in the urban space.
Keywords: utopia, prostitution, urban space, Bogotá, gender, sexuality, CaldodeCultivo.
El asesinato de Michael Jackson
El periódico sensacionalista El Espacio registró en la primera plana de su edición del 23 de junio de 1989 el asesinato de Michael Jackson a manos de un “temible escuadrón anti-homosexuales”. La noticia relataba minuciosamente los detalles del crimen, incluyendo un plano con la ruta de entrada de los asesinos, los disparos que hicieron en el lugar denominado “La jaula de las locas” y su ruta de escape:
“Los sujetos que llegaron armados no pronunciaron exactamente la palabra ‘travesti’, cuando ejecutaron la acción criminal. Sino una frase de grueso calibre y abrieron fuego contra un grupo de homosexuales que se hallaban tras las rejas a la espera de compañía. A las 10 de la noche, en un sitio ubicado en la calle 23, a pocos metros de la Avenida Caracas, fue muerto un homosexual a quien llamaban Michael Jackson. Otros tres resultaron heridos de consideración y fueron trasladados al Hospital de La Hortúa”.[1]
Las páginas interiores del artículo proporcionan información no solo sobre el crimen, sino sobre la vida del occiso, sobre el barrio Santa Fe (donde sucedieron los hechos) y sobre el fenómeno denominado “limpieza social”, es decir, los asesinatos selectivos de sujetos y grupos considerados socialmente indeseables. Gracias al recuento del periódico sabemos que Michael, de 16 años, había llegado a Bogotá desde Medellín hacía tan solo dos meses, que había sufrido el rechazo de su familia, y que se había instalado en el barrio en una humilde habitación junto a otro travesti,[2] Susana, quien le añadió en broma el apellido “Jackson” y que se había salvado de la masacre porque había rechazado el ofrecimiento de ir a trabajar a “La jaula de las locas” esa noche. La denominación del lugar tiene que ver no sólo con las características de sus ocupantes, sino con el hecho material de tener rejas en la entrada, como cuenta el artículo de El Espacio:
“Desde las ocho de la noche comienzan a insinuarse tras una reja dispuesta por las autoridades, con el fin de que no se mantengan en la vía pública. […] Tanto los travestis como las damiselas que sean sorprendidas por fuera de estos sitios, de inmediato son trasladados por la Policía al puesto más cercano. Por esta razón debieron ser instaladas las rejas en estos lugares de lenocinio. Cumpliendo la disposición se hallaba el grupo de homosexuales la noche del miércoles. De no haber sido por este elemento, los muertos hubieran sido más, ‘Adentro no joda, ya una no puede estar segura en ninguna parte, cuando no es la Policía, son esos matones’ dice uno de ellos, quien resultó con heridas muy leves en el atentado, del cual se expresó en términos impublicables”.[3]
El detalle de la entrada bloqueada por una reja es elocuente y no sólo se refiere a las fronteras tangibles que determinan quiénes pueden circular por ciertos espacios (el local, en este caso, pero también ciertas calles, determinados sectores de la ciudad), sino que de igual manera revela fronteras morales. En efecto, como plantea Gayle Rubin en Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad, el sexo produce sistemas de valores morales claramente jerarquizados, donde la sexualidad “normal” y “buena” es heterosexual, marital, monógama, reproductiva y no comercial, y acaece en parejas situadas en una misma generación y en el marco del hogar. No entran en esta ecuación la pornografía, los objetos fetichistas, los juguetes sexuales o cualquier rol fuera de los de macho y hembra. La contracara del sexo “bueno” es el sexo homosexual, promiscuo, no procreador, comercial o situado por fuera del matrimonio. Rubin incluye aquí la masturbación, las orgías, el encuentro sexual esporádico, el cruce de fronteras generacionales y el sexo en público, que incluye a su vez el sexo al aire libre o en baños públicos, así como aquel que recurre a la pornografía, a objetos fetichistas, a juguetes sexuales o a roles distintos a los tradicionales. Siguiendo el esquema de Rubin, travestidos y transexuales se sitúan en el extremo correspondiente al sexo “malo” (junto a fetichistas, sadomasoquistas, practicantes de sexo por dinero y del sexo intergeneracional). [4]
Al ser visto el sexo con sospecha en las sociedades occidentales, lo que lo relega al ámbito de lo privado, la clasificación de Rubin muestra cómo se producen fronteras morales que sitúan en un lugar privilegiado al sexo heterosexual reproductivo y los sujetos que lo practican, quienes se ven recompensados con respetabilidad, legalidad y movilidad física y social, entre otras ventajas, mientras que los sectores periféricos son estigmatizados, sancionados y restringidos de distintas maneras.
De esta forma, variedades de sexo “malo” como la prostitución (y especialmente la prostitución trans[5]), así como el sexo en público, estaban sujetas a disposiciones legales y policiales al tratarse de delitos. Para la época del asesinato de Michael, por ejemplo, el sexo en público era clasificado por el artículo 44 del decreto 522 de 1971 como una contravención que afecta la moral pública: “El que en sitio público o abierto al público ejecute hecho obsceno, incurrirá en arresto de uno a seis meses”,[6] mientras el artículo 323, decreto 2300 del Código Penal de 1936 sancionaba hasta 1980 el acceso carnal homosexual. Ni la despenalización de la homosexualidad (1980) ni la modificación del artículo 44 del decreto 522 (1991) tuvieron repercusiones significativas en las vidas cotidianas de estos sujetos, cuyas prácticas siguieron estando situadas por fuera de los márgenes de una aceptabilidad moral marcada fuertemente por la heteronormatividad, entendida ésta como el conjunto de instituciones, estructuras de comprensión y orientaciones prácticas que presentan la heterosexualidad como una forma coherente y privilegiada de sexualidad.[7]
En los casos de las sexualidades situadas por fuera de la norma, era importante para los agentes del estado identificar tipos sexuales (como el homosexual, o la prostituta, por ejemplo) cuyas prácticas pudieran ser articuladas con ciertos espacios (parques, baños, estaciones, determinados sectores de la ciudad) y con discursos sobre peligro sexual, perversidad y obscenidad, revelando la ciudad como un entramado de formas diversas de sexualidad, incluyendo aquellas asociadas con el sexo “malo”. Una vez identificadas, estas zonas son sometidas a mecanismos de vigilancia, regulación y castigo que van desde el encarcelamiento hasta medidas de gubernamentalidad más sutiles, pero que inciden fuertemente en procesos cotidianos de organización del tiempo y el espacio,[8] como la disposición de instalar rejas en las entradas de los locales de prostitución, por ejemplo. De esta manera, las fronteras morales producen territorios sexuales y se incrustan de modos complejos en cuerpos, ciudades, regiones e inclusive naciones, moldeando así los flujos de deseo.[9]
“Murió en su ley”
Pero el artículo de El Espacio no sólo proporciona información sobre la vida y muerte de estas personas o sobre la producción de fronteras morales y espaciales, sino sobre la emergencia de modalidades explícitamente violentas y mortíferas de contención de la inmoralidad. Para referirse al entorno donde suceden los eventos, El Espacio traza analogías entre la película de Arturo Ripstein “El lugar sin límites” (1977), basada en la novela de José Donoso, y la vida de Michael en estos términos: “Lo que se narra en la obra, es la situación de muchos de estos individuos, que no encontrando un lugar para vivir su realidad, se lanzan al mundo del sexo en ambientes sórdidos en donde los homicidios suceden a diario”.[10] Dicho en otras palabras, esta historia difícilmente podía terminar de otra manera.
Sin embargo, el artículo no es unidireccional en su aproximación y oscila entre la simpatía, la conmiseración y la descripción morbosa, al mejor estilo del periodismo sensacionalista. Líneas más abajo describe al grupo:
“[…] como siempre, estaban dedicados al coqueteo. Los hombres que pasan por allí les llama la atención los vestidos que usan y que poco les tapan. Escotes pronunciados. Faldas muy diminutas. Abrigos de pieles. Desnudos completos, son algunos de los recursos usados por estos sujetos para atraer a posibles clientes. Aguantando el frío de la noche, el grupo de homosexuales se encontraba conversando. A eso de las 10 pm. vieron a dos hombres altos de color”.[11]
El fragmento, sin embargo, nos refiere a los aspectos materiales de este mundo desconocido y ciertamente exotizado de la prostitución trans del barrio Santa Fe de fines de los años ochenta, mostrado como una fuente casi inagotable de estímulos sensoriales y que se refiere, finalmente, a la sexualización del espacio a partir de cuerpos y texturas que se despliegan en una suerte de mercado dispuesto para estimular el conjunto de los sentidos. En agudo contraste con este mundo erotizado, el artículo se encamina rápidamente al relato cruento de la matanza, ocurrida entre gritos de “¡Muerte a travestis!”, ráfagas de ametralladora, gritos, confusión y muerte, y rematando con una espectacular fuga en moto cuyos resultados últimos conocemos ya. No es difícil imaginar tampoco que este fue otro crimen perfecto, jamás se supo siquiera el verdadero nombre de Michael. De la identidad de los perpetradores, ni hablar.
Lo que sí resulta conocido es el esquema: agentes anónimos de un orden arremeten con furia justiciera contra sujetos usualmente indefensos y situados en las márgenes de tal orden en pro de un bien “común”. El Estado, por su parte, es complaciente con los crímenes y sus perpetradores y parte de la población está de acuerdo con éstos, de allí que tal práctica sea conocida con el eufemismo “limpieza social”, que como comenta Elsa Blair, supone “[…] una ‘suciedad’ de la que poco se habla y que, no obstante, constituye el fundamento a partir del cual estos seres son estigmatizados, excluidos y asesinados”[12]. Es, pues, un asunto sucio y fantasmal, fraguado en el secreto y alimentado por el silencio. Implica, como dice Carlos Rojas, “[…] una política de tratamiento de la marginalidad, la indigencia y la delincuencia, a la vez que de condicionamiento y control sociales”.[13]
La historia de Michael es el primer registro en prensa del asesinato de un travesti en Bogotá (donde se mencionan además tiroteos contra sus hogares y lugares de trabajo), revelando que para 1989 la “limpieza social” estaba lejos de ser novedosa. La prensa regional de Risaralda referencia la aterradora práctica instaurada por la alcaldía de Pereira en 1979 de marcar con tinta roja indeleble la cara y las manos de los ladrones apresados por la policía, cuyos cadáveres comenzaron a aparecer días después, asesinados por una misteriosa “mano negra”.[14] El grupo responsable de estos crímenes se hacía llamar Los Guajiros y se componía de miembros de la policía secreta y comerciantes,[15] combinación que no era infrecuente en estos casos. La práctica se extendió en la década de los años 80 a varias ciudades del país y, en Bogotá, por ejemplo, el camino de subida al cerro de Guadalupe se convirtió en el lugar donde los “escuadrones de la muerte” disponían de los cuerpos, que aparecían frecuentemente con las manos atadas y balazos en la cabeza.
Lo que había comenzado como un fenómeno localizado se convirtió en poco tiempo en una práctica sistemática que cobijaba varios tipos de sujetos “indeseables”, ya no sólo ladrones, sino homosexuales, trabajadoras sexuales y después indigentes, enfermos mentales, consumidores de droga y pandilleros. La aparición de cadáveres de hombres con ropas y accesorios femeninos reiteró a los travestis dentro de las filas de los indeseables. El silencio que rodeaba el fenómeno resulta evidente en la ausencia de registros de víctimas, que aparecen hasta 1988, cuando el CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular) creó una base de datos sobre este tipo de crímenes.[16] El conteo de víctimas homosexuales, sin embargo, es problemático; los certificados de defunción que son la base de estos registros sólo las cuentan como tales si vestían prendas femeninas, cosa que no todas hacían, por lo que el número de víctimas es posiblemente muy superior.[17]
Sin embargo, y adelantándose a los registros oficiales, la prensa sensacionalista había referido ya algunos casos de exterminio de travestis en Cali en 1985 y en Medellín en 1987. Después del crimen de Michael Jackson, El Espacio vuelve a dedicarle la primera plana al asesinato de otro travesti en 1992, cuyo titular reza: “Terror entre el gremio homosexual ¡Muerte a travestis! A joven gay le reventaron la cara a balazos”.[18] Para esta década, la “limpieza social” estaba ya bastante extendida y había alcanzado la prensa “seria”, donde el relato era, sin embargo, bastante más escueto, usando el término para referirse a los asesinatos de líderes sociales, así como de los mencionados “indeseables”.
Como comenta Gabriela Córdoba: “[…] a pesar de la utilización de un lenguaje intencionalmente espectacular y no pocas veces denigrante, [la prensa sensacionalista] permite rastrear la perspectiva de las mujeres trans y darnos algunos indicios de los múltiples peligros que debían enfrentar en su habitar cotidiano de la ciudad”.[19] Como es evidente, a pesar de la emergencia de movimientos sociales, algunos con registros propios y observatorios de medios, y de la implementación posterior de políticas públicas LGBT para la ciudad, la sanción social por ejercer la prostitución y violentar simultáneamente el orden de género imperante continúa siendo desmedida.
El lugar sin límites
Lo que emerge de aquí no es sólo una enorme dificultad para reconstruir las historias de las mujeres trans y los espacios que ocupan en la ciudad (el barrio Santa Fe, en este caso), sino para pensar qué tipo de narrativas son posibles fuera de las habituales narrativas victimizantes o paternalistas, como observa Córdoba.[20] Más aun, ¿no sería posible imaginar también estos espacios y sujetos como imbuidos de potencia transgresora?, es decir, ¿sería posible revisitarlos y revaluarlos a partir de su capacidad para alterar órdenes aparentemente estables, para develar lo desapacible que yace en el centro de la vida cotidiana, interrogar y desestabilizar la heteronormatividad propia de los espacios de la ciudad?
En efecto, la figura de la prostituta (y de la prostituta trans en particular) es enormemente contradictoria, deseada y repudiada simultáneamente, considerada como un elemento inevitable de la vida urbana así como sujeto de formas de control destinadas a su confinamiento espacial.[21] El barrio Santa Fe, en particular, se convirtió en 2001 en “zona de tolerancia” después de haber sido planificado como un barrio central, moderno, para familias adineradas que contribuiría en la expansión de Bogotá hacia el occidente en los años 30 y 40. Hay evidencia de la existencia de prostitución en la zona desde la fundación del barrio dada su cercanía con la Estación de la Sabana, así como esfuerzos por erradicarla con normas como el acuerdo 95 de 1948, de carácter estrictamente prohibitivo y que incluía artículos sobre el tratamiento de enfermedades venéreas las cuales no solo era obligatorio tratar, sino reportar por parte de los médicos.[22]
El carácter abolicionista del Acuerdo 95 impide tener registros certeros de estas prácticas, cuyo control descansaría enteramente sobre el poder policial, limitando la forma de habitar la calle de estas mujeres, además de señalarlas como el único agente de la prostitución y como portadoras y diseminadoras de enfermedades. Este acuerdo se puede interpretar también en relación con la idea de la prostitución como un elemento importante en la desvalorización del suelo urbano, lo que implicaría la necesidad de expulsar tanto a las prostitutas como a las clases populares del centro de la ciudad.[23]
El conflicto entre prostitución y comunidad en el barrio Santa Fe se agudizaría en los años 60, como revela un incidente de 1968 en el que vecinos del barrio apedrearon el primer establecimiento dedicado a este negocio, el cabaret El Príncipe (calle 22 con carrera 17), que databa de finales de los años 40 y que cerró como consecuencia. En las décadas de los 70 y 80, el aumento del arriendo y subarriendo de las casonas del Santa Fe, la emergencia y consolidación del negocio de las drogas, así como el arribo de oleadas de migrantes de escasos recursos cimentaron la noción de deterioro para los residentes tradicionales, mientras que se abrían nuevas oportunidades de negocios para los comerciantes.[24] Es precisamente en este contexto donde arraiga la limpieza social.
En los noventa, el ejercicio de la prostitución, el consumo de drogas, la indigencia y el exhibicionismo produjeron la imagen de una zona en decadencia, que amenazaba con expandirse y contagiarlo todo como si se tratara de una enfermedad. El censo de la Cámara de Comercio de 1991 contabilizó por primera vez las personas dedicadas al trabajo sexual en la calle, así como en establecimientos, que se clasificaron según sus características (residencia, casa de lenocinio, bares, cafés, etc.).[25] Sabemos por esta clasificación que “La jaula de las locas” era una “residencia entre rejas”, es decir, un lugar que asegura visibilidad, pero restringe los cuerpos, así como la actividad sexual, a espacios privados.
Entre las nuevas formas de participación producidas por la Constitución de ese mismo año (1991), ciertas dinámicas del gobierno local y negociaciones entre las partes implicadas, es decir, comerciantes, vecinos y trabajadoras sexuales, se crearon una década más tarde las “zonas especiales de servicios de alto impacto”, a pesar de lo cual la prostitución, aunque legal, se continuó enlazando con nociones de crimen y decadencia urbana y moral, como consta en un número de documentos, artículos de prensa y discursos públicos.[26]
Estos y otros procesos (como la emergencia de la política pública LGBT para la ciudad en la década de 2000) permitieron diversas formas de asociación, así como modos de interlocución con distintos sectores e, incluso, la emergencia de memorias y modos de intervención que, aunque aún poco sistemáticos, dan cuenta de las formas de habitar la ciudad de las mujeres trans, de sus luchas y de sus pérdidas.
Señora Puta
Tras décadas de violencia y horror vividas entre enemigos múltiples (la policía, los comerciantes, la “mano negra”), la lucha de las mujeres trans pareciera haber dado frutos con la creación de la zona de tolerancia. Su reglamentación evidencia los procesos de organización y participación de las trabajadoras sexuales, pero también revela el poder transgresor del cuerpo transexual, que no solo se convierte en este caso en un factor de cohesión grupal, sino que rompe con la asignación de lo femenino y de la sexualidad a lo privado, reta la heteronormatividad del espacio urbano e incluso el binario hombre/mujer.[27]
En este contexto, la frase “Yo no soy una puta, yo soy la puta, y para usted, señora puta” sirve como el disparador de un proyecto de cuatro meses de duración concebido en varias fases (taller de artes vivas, cartografía, video deriva y evento-colofón) que tiene como fin arrojar luces sobre las experiencias trans en la ciudad y, más concretamente, en el barrio Santa Fe. El colectivo artístico interdisciplinario CaldodeCultivo (Gabriela Córdoba, Unai Reglero y Guillermo Camacho), en alianza con la Red Comunitaria Trans (fruto de esas formas de asociación que mencioné más arriba) y participantes individuales, retoma esta frase y se la lanza a las mujeres en ejercicio de la prostitución, siendo las mujeres trans quienes, dada su particular historia de lucha y politización, concibieron el proyecto como una oportunidad de expresión.[28]
El uso de esta frase tenía varios objetivos. De un lado, pretendía tensionar las dinámicas cotidianas de la calle y apuntarle al ámbito íntimo de quienes ejercen o ejercieron el oficio, además de llenar la palabra “puta” de múltiples significados, dándole centralidad a sus protagonistas y, finalmente, era el motor y el pretexto del taller de artes vivas. Este último, realizado en colaboración con Umbral Teatro, tenía dos objetivos: en primer lugar, explorar la frase con el cuerpo y la voz en preparación para el video que grabarían posteriormente y, por otra parte, hacer un ejercicio colectivo de memoria basado en cuatro proposiciones: su mejor recuerdo, su peor miedo, su mayor deseo y su peor recuerdo.[29]
El segundo ejercicio fue una cartografía alimentada por el taller de artes vivas[30] y realizada a partir de dos jornadas de mapeo colectivo con el fin de identificar lugares significativos y anclajes emocionales y sensoriales del barrio Santa Fe a partir de las preguntas: ¿cuál fue el primer lugar donde ejerció la prostitución?, ¿cómo empezó su vida en el Santa Fe?, ¿cómo se siente en ese territorio?, ¿cuáles son sus fronteras y cómo se han movido? [31]
En su desarrollo, las participantes dieron cuenta de las transformaciones del centro de Bogotá en los últimos 30 años enfatizando en lugares de importancia en el ejercicio de la prostitución trans (y por ende en procesos de producción identitaria) como ciertas calles, bares, hoteles y residencias donde se les permitía trabajar (no todos lo hacían) e incluso escenarios de miedo y violencia, como la estación V de policía o el ya mencionado ascenso al cerro de Guadalupe.[32] Otro dato que emerge aquí es el patrón de desplazamiento de la prostitución, que ocurre en tres oleadas: la primera data de finales de los años ochenta y principios de los noventa y se relaciona con la violenta presión ejercida por la policía y otros cuerpos del estado, así como por la “mano negra” que mueve a las trabajadoras sexuales de oriente a occidente. La segunda oleada ocurre en los años noventa y las desplaza más al occidente, finalmente, con la reglamentación de la zona de tolerancia, su zona de actividad se corre al sur.[33]
De este ejercicio intergeneracional emerge no solo una memoria que oscila entre lo personal y lo colectivo, sino también una imagen profundamente contradictoria del barrio Santa Fe, que es descrito como un lugar simultáneamente seguro y violento, donde la vida trans es posible (al punto que muchas de ellas rara vez dejan la zona), aunque subsisten innumerables peligros y violencias.[34] La video-deriva, por su parte, implicó rodar a lo largo de cuatro días a las participantes en los lugares de memoria señalados en la cartografía produciendo representaciones de sí mismas y de su quehacer, así como del territorio que habitan.[35]
Finalmente, el evento-colofón tuvo lugar en un sitio intervenido por la frase que le da título al proyecto, que es una de las estrategias de CaldodeCultivo en su trabajo en el espacio público. En efecto, la frase completa se instaló como un aviso de neón rojo (5×4 metros) en la fachada de la Residencia Valparaíso, establecimiento que permite el trabajo de las mujeres trans y está ubicado en la Avenida Caracas con 21, en la línea fronteriza de la “zona de tolerancia”. Ese neón rojo, fabricado en un negocio familiar cercano a la residencia, usa la estética de la zona y lanza desde esa frontera un mensaje a la ciudad exigiendo dignidad, reconocimiento, protección.[36]
La estrategia, sin embargo, no terminaba con la instalación del aviso, sino con una toma cultural, a la que se invitaba de forma ambigua en Facebook y que fue realizada sin darle aviso (o pedir permiso) a las autoridades locales. Lo único claro era la hora y el lugar. La toma, que contaba más bien con la bendición de los poderes locales, consistió en una puesta en escena frente a la residencia, bajo las luces rojizas del aviso, que incluía presentaciones de danza árabe de la Red Comunitaria Trans y playbacks de canciones de Azúcar Moreno y Rafaella Carrá, la proyección del video realizado con las participantes, así como intervenciones de Micrófono Patán de A la Intemperie, Crack Family y Todo Copas, grupos de rap de la ciudad que atrajeron una multitud de fans.
La audiencia fluctuaba en su composición y tamaño a medida que avanzaba el espectáculo, mientras transeúntes y pasajeros de Transmilenio (el sistema de buses de Bogotá), observaban con incredulidad una escena que interrumpía el flujo habitual de la zona. El aviso cobraba intensidad con el caer de la noche y la acera y la residencia (donde se podía entrar a comprar cerveza, estampar camisetas con la célebre frase o pasar al baño) se convirtieron en un espacio de convivencia temporal para travestis, ladrones, curiosos, artistas, estudiantes, activistas y vecinos. La policía llegaría más tarde, pero no había forma de actuar sobre esa multitud envuelta en nubes de marihuana y otras sustancias, de forma que se conformó con controlar la circulación del tránsito sobre la avenida Caracas.[37]
Posteriormente, el neón se mudó temporalmente a la galería Valenzuela Klenner, donde se expuso en un patio abierto junto a retratos en gran formato de algunas de las participantes y el video. De nuevo, la Red Comunitaria Trans y otras participantes ofrecieron espectáculos de danza. Lo que si cambió fue la ecuación, no se visitó el barrio, sino que el barrio visitó la galería, mostrando que hay vida posible (al menos por un rato) por fuera de la zona de tolerancia.
“Ese mundo de alcohol, de droga y de sexo”
CaldodeCultivo es un colectivo artístico interdisciplinar con interés en la intervención en el espacio urbano, estrategia que ve como un campo para la “[…] lucha política y [la] creación poética, como temporalidad para la construcción de lo común”,[38] elementos que resultan evidentes en “Señora Puta…” En consonancia con sus objetivos, sus apuestas a lo largo de este proyecto fueron por visibilizar las violencias de la ciudad y amplificar las luchas de estas mujeres, producir alteraciones en el flujo de la vida cotidiana y situaciones capaces de generar encuentros e intercambios de experiencias, como se desprende tanto de la instalación del aviso como de la toma cultural, además del uso de pistas provenientes de la publicidad para producir sus eslóganes, que se materializan a partir tanto de elementos como de estéticas autóctonas. Sus intervenciones, finalmente, tienen una temporalidad fija y pretenden fungir como una especie de fábrica de ideas para todas las personas implicadas.[39]
De esta manera, el colectivo trabajó en el territorio con un grupo diverso de colaboradoras (en términos etáreos, así como en sus adscripciones políticas) y fue produciendo los ejercicios a medida que surgían inquietudes sobre las formas de habitar la ciudad, así como memorias, reclamos políticos e incertidumbres en torno al futuro. En este sentido, “Señora puta…” toma distancia de las versiones victimizantes o moralistas de la prostitución y de la prostitución trans en particular, presentes en los medios e incluso en la administración pública, abriendo así la puerta para la reconstrucción de los modos trans de vivir la ciudad. Estos, fraguados en medio de la violencia, revelan la agencia política de estos sujetos, así como las maneras complejas y cómo su quehacer moldea y es moldeado por la ciudad. Desde este punto de vista, ¿puede el barrio Santa Fe, forjado en el marco del pánico moral, entre ideas contrastantes de deterioro y renovación urbana, de diálogo y acción policiva, de posibilidades de inversión y urgencia de contención, ofrecernos otras formas de imaginar estos espacios, así como los sujetos y sus prácticas?
En este punto sugiero un abordaje particular de la noción de utopía que considero ofrece valiosas pistas para abordar este proyecto. La utopía, como sabemos, tiene una larga historia que arranca con la conocida obra de Tomás Moro (1516) que describe una sociedad ideal localizada en una isla ficticia en el Atlántico llamada precisamente Utopía, palabra cuya etimología permite que se le interprete tanto como un no-lugar, así como un buen lugar. De esta manera, el término queda situado en un punto entre el deseo y las posibilidades de su realización, lo que ha generado una numerosa producción teórica y filosófica que no reseñaré aquí.
La versión de utopía que me interesa aquí es, más bien, aquella donde está implícita la idea de latencia o deseo de cambio presente en el tejido mismo de la vida cotidiana. De esta forma, una utopía de la vida cotidiana implicaría, como en este caso, rehacer el terreno de lo conocido, lo organizado y lo rutinario de otras maneras, es decir, revelando y desafiando simultáneamente normas, ideologías y formas de contención imbricadas en las prácticas y en los espacios.[40] Así, “Señora Puta…” devela y denuncia las secuelas de pararse en el lado del sexo “malo” (desplazamientos violentos, estigmatización, exclusión y un largo etcétera), además de permitirnos entender la dicotomía público/privado como una ficción regulatoria útil para preservar esa división entre sexo “bueno” y sexo “malo”, la cual mantiene a estos sujetos oscilando entre los extremos del placer y el peligro.[41]
En otras palabras, esta versión de utopía no involucra ni la idealización o el diseño de mundos “perfectos” situados fuera de nuestro alcance, sino más bien pensar modos de abordar, como en este caso, prácticas artísticas firmemente ancladas en las posibilidades que ofrece el contexto. La utopía cotidiana produce entonces destellos de otros mundos, de mundos posibles, si bien efímeros, sin entrar en el terreno de la teleología, la fantasía romántica o la promesa de un mundo por venir, sino que se sitúa en el presente para abordar las formas de vida que allí suceden en su complejidad. Dicho de otra manera, se trata de lugares para pensar con ellos y desde ellos.[42]
El hecho de que las utopías cotidianas se sitúen en el presente no quiere decir que no tengan relación con el pasado.[43] En este marco, el pasado requiere compromiso, requiere ser relatado y más en el caso de estas historias y memorias marcadas por la opacidad o por una visibilidad morbosa. De esta manera, las terribles historias de violencia de estas mujeres posibilitaron una cartografía que reinscribe las memorias trans en el espacio urbano, así como hablar de las vidas perdidas, cuya presencia pública es muy limitada,[44] como recuerda Sindy, una de las participantes de mayor edad en este proyecto:
“El Florida lo acabaron en el 93 … lo sellaron [y] nos sacaron de ahí. Era un putiadero grandísimo […] Ahí quedaron cuatro compañeras, nos tiraron una granada en la puerta y como nosotros trabajábamos en la escalera … ahí habían cuatro compañeras, cayó la Maya, cayó la Roberta, cayó… otras dos pero no me acuerdo quienes son las otras dos. Yo de dos si me recuerdo porque las ayudé a cargar y todo eso. Ahí empezó la vaina a seguir más y a venir más la policía en camiones y darnos bolillo y todas esas cosas, y desbaratar las piezas y todo eso buscando droga, pero eso era realmente para que verdaderamente nos sacaran de allá, hasta que nos sacaron, nos sellaron”.[45]
Visto así, el pasado puede legitimar del presente señalando hitos en luchas particulares. En este caso, la declaración de la zona de tolerancia, a pesar de las contradicciones que implica, figura prominentemente como un logro político de/para las trabajadoras sexuales trans, como comenta Pamela, otra de las participantes:
“[…] somos más de 500 en el barrio. Nuestra zona de confort, nuestra zona donde nosotras nos sentimos las más y eso que nos sentimos las más y eso que a veces nos limitan en la zona donde nosotras podemos habitar en el barrio, no podemos ir de cierta… por lo menos en la noche, no podemos pasar para la [calle] 23 ni para la 24 porque nos sacan, y eso que es zona de tolerancia y es zona donde se puede ejercer el trabajo sexual […] es un mundo de doble moral”.[46]
Esta conexión con el pasado serviría también para procurar asegurar esos logros en un presente cruzado por la incertidumbre,[47] como afirma Sindy: “Yo tengo entendido que la zona […] del Santa Fe se va a acabar yo de todas maneras lo siento por la nueva generación, por la nueva juventud porque, ¿dónde las van a mandar, a ubicarlos para trabajar, para ganarse su sustento, para su pieza, su comidita?”.[48]
El estado actual de la “zona de tolerancia” y los retos por venir requieren de desplazamientos conceptuales, que es otra de las características de las utopías de la vida cotidiana,[49] como señala Nikoll, quien además de participar en todas las actividades, incidió también en la escritura del proyecto.[50]
“Uno también debe explorar otros espacios de participación, de incidencia, de recreación, porque si yo no salgo, tampoco nadie me va a venir a sacar, o nadie va a venir a preguntar cuáles son mis necesidades, entonces yo soy también la que me tengo que dar el derecho a salir y participar, así la gente de pronto la mire como un bicho raro o como de pronto uno se sienta que realmente todo el mundo está como en el punto de atención de la persona diferente, diversa, distinta, entonces si uno no se atreve a hacer ese ejercicio, pues siempre se va a autodiscriminar”.[51]
De esta forma, tanto la toma cultural como la exposición del neón en la galería Valenzuela Klenner significaron desplazamientos a espacios impensados, generando encuentros que involucraron fuertemente el cuerpo, los sentidos y los afectos.[52] La toma cultural, por ejemplo, abrió de forma contingente, temporal, el espacio del barrio (o al menos su frontera) a una multitud que posiblemente no se hubiera congregado allí de otra manera e instauró un equilibrio provisional, homeostático, sin cabeza visible, una suerte de “zona temporalmente autónoma”.[53] La exposición, por su lado, significó para las participantes otra serie de encuentros, esta vez más íntimos, con gente cercana, y salir de los confines del barrio. Estos desplazamientos son importantes en la medida que implican pensar y sentir de otra manera, invitan a imaginar cómo se puede vivir de una manera otra, que es la fuerza de la idea de utopía.
“Yo no soy una puta, yo soy la puta y para usted, señora puta” puede pensarse entonces como una instancia utópica, efímera, heterotópica,[54] productora de autonomías temporales capaces de reinscribir historias ocultas del género y la sexualidad en el espacio urbano y crear aperturas en un torno a un lugar percibido como inhóspito, como “un mundo de alcohol, de droga y de sexo”, como postulaba el periódico El Espacio su el artículo sobre el asesinato de Michael Jackson, revelando no solo la enorme ductilidad del espacio,[55] sino, y de manera conexa, las posibilidades creativas que abre la noción de utopía.
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Notas
[1] “A ‘Michael Jackson’, un joven homosexual de Bogotá, lo asesinaron en la ‘jaula de las locas’. De varios disparos fue ultimado el travesti de 16 años”, Bogotá, El Espacio, 23 de junio de 1989, p. 3. Conservo la redacción original del artículo de El Espacio en esta y en las demás citas provenientes de esa fuente.
[2] Empleo este término a lo largo del documento de manera intercambiable con “trans” o “mujeres trans”, a sabiendas que no se trata de denominaciones sinónimas, sino respondiendo más bien al uso que le dan los propios sujetos.
[3] Ibid.
[4] Esta escala de valores morales no es inamovible, ya que algunos sujetos logran alcanzar cierta respetabilidad social (por ejemplo, parejas heterosexuales no casadas, parejas estables de gays y lesbianas, etc.). Para efectos de esta discusión, es necesario comentar que, en el contexto local, los logros del movimiento “LGBT”, responsables en cierta medida de esa movilidad en la escala de valores sociales, han incluido de manera muy desigual a la población transgénero.
[5] La denominación trans es un término sombrilla, no exento de crítica por parte de ciertos sectores al incluir diferentes expresiones e identidades de género (transgéneros, transexuales y transformistas).
[6] Decreto 522 de 1971.
[7] Berlant y Warner, “Sex in Public”, p. 544.
[8] Hubbard, Cities and Sexualities, pp. 15-16.
[9] Hubbard, “Sex Zones: Intimacy, Citizenship and Public Space”, p. 59.
[10] El Espacio, ibid.
[11] El Espacio, ibid.
[12] Blair, “Muertes violentas. La teatralización del exceso”, p. 69.
[13] Rojas, La violencia llamada limpieza social, p. 89.
[14] Rojas, ibid.
[15] Córdoba, “Yo no soy una puta, yo soy la puta y para usted, señora puta”, p. 103.
[16] Perea, Limpieza social, una violencia mal nombrada, p. 30.
[17] Ordóñez, No Human Being is Disposable…, 1995.
[18] Córdoba, ibid., pp. 104-110.
[19] Córdoba, ibid., p. 117.
[20] Córdoba, ibid., 130.
[21] Hubbard, Cities and Sexualities, p. 35.
[22] Acuerdo 95 de 1948 http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=2093
[23] Córdoba, Señora puta, p. 93.
[24] Rueda Enciso, Barrio Santafé 1930-1995 los hechos más sobresalientes.
[25] El Censo reveló la presencia de 1130 trabajadoras sexuales, de las cuales 710 ejercían la actividad en 69 establecimientos y 420 en la calle. De los establecimientos, 40 eran residencias, 23 eran casas de lenocinio, 5 eran bares, y había un café y 2 establecimientos quedaron bajo la clasificación “otros”. Cámara de Comercio de Bogotá, “La prostitución en el centro de Bogotá, Censo de establecimientos y personas. Análisis socioeconómico”, pp. 22-23.
[26] Vid. Buriticá, “El discurso antagónico de la sexualidad y la participación ciudadana: el caso de las travestis prostitutas de Mártires, Bogotá”.
[27] Buriticá, ibid., p. 40.
[28] Córdoba, comunicación personal, mayo 19 de 2017.
[29] Córdoba, “Señora puta…”, p. 125.
[30] Córdoba, comunicación personal, mayo 19 de 2017.
[31] Córdoba, “Señora puta…”, p. 125.
[32] Córdoba, comunicación personal, mayo 19 de 2017.
[33] Córdoba, “Señora puta…”, p. 126.
[34] La investigación de Prada et al. con mujeres trans desplazadas señala que éstas consideran la zona de tolerancia un espacio seguro, por lo que rara vez lo abandonan, afirmación que permite que investigación trace analogías con la noción de gueto. El gueto, según Loïc Wacquant, es un mecanismo de control social y encierro que opera a través de cuatro elementos: el estigma, la restricción, el confinamiento espacial y el encasillamiento institucional, de modo que maximiza las ganancias derivadas del trabajo sexual, a la vez que crea fronteras que evitan el “deterioro moral” del resto de la sociedad. Prada et al., A mí me sacaron volada de allá. Relatos de vida de mujeres trans desplazadas forzosamente hacia Bogotá, p. 162.
[35] Córdoba, “Señora puta…”, pp. 126-127.
[36] Córdoba, “Señora puta…”, p. 129; comunicación personal 19 de mayo de 2017.
[37] Córdoba, comunicación personal 19 de mayo de 2017.
[38] CaldodeCultivo (http://caldodecultivo.com/Info).
[39] Fronteras 2016, agosto 29 de 2016 (https://www.facebook.com/pg/FronterasIIGS/videos/?ref=page_internal).
[40] Cooper, Everyday Utopias. The Conceptual Life of Promising Spaces, p. 6
[41] Duncan, “Renegotiating Gender and Sexuality in public and Private Spaces”, BodySpace. Destibilizing Geographies of Gender and Sexuality, p. 128.
[42] Cooper, ibid., p. 18.
[43] Cooper, ibid., p. 222
[44] Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, 2010.
[45] Córdoba, “Señora puta…”, p. 151 (video: 1:45).
[46] Córdoba, “Señora puta…”, p. 147 (video: 5:45).
[47] Cooper, ibid., p. 223.
[48] Córdoba, “Señora puta…”, p. 151 (video: 8.06).
[49] Cooper, ibid., p. 226.
[50] Córdoba, comunicación personal 19 de mayo de 2017.
[51] Córdoba, “Señora puta…”, p. 145 (video: 5:20).
[52] Cooper, ibid. p. 46.
[53] Bey, “T.A.Z: La zona temporalmente autónoma (Y II)”, 1999. Estas zonas son el fruto de una táctica radical y consciente de producir un espacio temporal situado por fuera de los modos convencionales de control social.
[54] Foucault, 2010, pp. 20-21. Entiendo aquí heterotopía como un espacio efímero, diferenciado de los espacios a los que se refiere, pero sin perder la conexión con éstos.
[55] Massey, 2005, pp. 9-12. Esa ductilidad implica una comprensión del espacio como el producto de una serie de relaciones, como una esfera donde existe la multiplicidad y siempre en proceso, es decir, no cerrado o acabado.
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