Urbicidio: consecuencias espaciales de la destrucción material de las ciudades

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Urbicidio: consecuencias espaciales de la destrucción material de las ciudades

Resumen

El presente artículo muestra una reflexión acerca de un evento denominado como urbicidio o destrucción de las ciudades, desde consideraciones filosóficas sobre el espacio social. El trabajo desarrolla, en primera instancia, la teoría de la producción del espacio aplicada al espacio material en las ciudades y su destrucción. También muestra las dimensiones de este problema dentro de una dinámica global entre ciudades y al interior de estas; pues da a explorar una reflexión sobre las maneras en que se puede destruir una ciudad. Finalmente asoma un esbozo de los resultados de la destrucción reflejados en la producción de escombro. Con esto, se pone en circulación teorías e ideas sobre el espacio y su aplicación para pensar el problema en sus dimensiones prácticas, sociales y culturales.

Palabras clave: urbicidio, espacio, escombro, violencia, ciudad, destrucción.

 

Abstract

The present article shows a reflection on an event known as urbicide or the destruction of cities, from philosophical considerations about the social space. The work develops, in the first instance, the theory of the production of space applied to material space in cities and their destruction. It also shows the dimensions of this problem within a global dynamic between cities, as well as within them; making known a reflection on the different ways in which the city can be destroyed. Finally, an outline of the results of the destruction, reflected in the production of rubble. With this, theories and ideas about space and its application are put into circulation to think about the problem in its practical, social and cultural dimensions.

Keywords: urbicide, space, rubble, violence, city, destruction.

 

La destrucción de una ciudad tiene que ver con una forma muy específica de ejercer la violencia que teóricos contemporáneos como Martin Coward han denominado como urbicidio. Este término desde sus raíces lingüísticas indica la muerte de una ciudad, pues viene del latín urbs o urbis que hace referencia a la ciudad o urbe y la terminación caedere que indica la acción de cortar o asesinar.[1] Como tal, guarda relación con el uso de la fuerza intencionada que tiene como finalidad infligir daño de un agente a un paciente, en este caso en dimensiones colectivas.[2] Este tipo de violencia es particular porque la víctima es la ciudad, en la integridad de sus calles, plazas y edificios, por cuanto lugar de habitar de los citadinos. Donde el espacio para vivir se ve destruido.

Hoy día, las reflexiones en torno a ciudad son vigentes porque las dinámicas de relación e interacción entre los ciudadanos están generando en su interior problemas que conciernen a otros temas concomitantes, como la ya mencionada violencia, las relaciones políticas, de cultura, la desigualdad económica, etcétera. Esto es comprensible, ya que en los últimos años las ciudades albergan y generan una serie de problemáticas que se presentan de manera más recurrente que en los espacios rurales. Tan es así que, según el Reporte Global sobre Cultura para la Sustentabilidad del Desarrollo Urbano de la unesco publicado en 2016, hay una tendencia de crecimiento de los espacios urbanos que se acelera en los últimos años. A la fecha, 55 % de la población mundial habita en ciudades y se estima que para 2050 dos de cada tres habitantes vivirán en áreas urbanas.[3] Si bien, el crecimiento de las ciudades se produce en su interior, también está acompañado por una migración del exterior cada vez más acelerada de las zonas rurales hacia los espacios urbanos.

En México, particularmente desde el año 2006 hasta nuestros días, las ciudades han sido víctimas, protagonistas y testigos de ejercicios de violencia en la que se ven involucrados elementos del Estado, grupos criminales y sociedad civil. Con ello, una serie de manifestaciones y signos de violencia inundan el territorio; desde fosas clandestinas con cientos de cuerpos enterrados, balaceras, asesinatos en las calles, cuerpos desmembrados sobre el asfalto o diluidos en ácido, entre otros ejemplos, generan un panorama y ambiente de inseguridad urbana con el que tienen que convivir sus habitantes.

En consecuencia, muchas de las ciudades más violentas del mundo están en México. Las que figuran, según referencias del Barómetro Heidelberg[4] son Reinosa, Río Bravo, Nuevo Laredo, Culiacán, Mazatlán, Veracruz, Tepic, Ciudad Juárez, Acapulco y recientemente incluidas en la lista, Ciudad de México y Puebla; ciudades donde se ha desarrollado un nivel de conflicto de alta intensidad.[5] Lo cual indica que la violencia en México llega a extremos similares a casos como el de Siria, Israel, Afganistán, Libia e Irak.[6] El problema es que a nivel geográfico los ejercicios de violencia parecen acontecimientos aislados entre regiones ocupadas por agentes (criminales o delincuentes, policía o ejército, etcétera), sin embargo, su aparición y ejecución en las ciudades altera el espacio de convivencia de todos los habitantes.

Frente a este escenario, la violencia transforma la perspectiva de las ciudades generando un panorama inseguro y vulnerable. Con ello, su deterioro, abandono y descuido propician formas de destrucción del espacio social, que en su conjunto denotan síntomas de urbicidio, o sea, de muerte o destrucción de una ciudad; un paradigma histórico y geográfico que, tanto en distintos momentos como latitudes, acontece como una forma constante de violencia en dimensiones espaciales.[7]

Así, este trabajo contempla aspectos como la ya mencionada violencia tratando de responder a la pregunta ¿de qué manera se altera nuestra concepción del espacio compartido ante su destrucción? Con esto asoman consecuencias políticas, sociales y culturales que dan cuenta de la gravedad de este problema. Además, se analizan las consecuencias materiales que le acaecen a este acontecimiento: ciudades devastadas y la producción de escombro al cual se ven reducidas. Desde la filosofía es necesario generar un pensamiento entorno al problema de la ciudad frente a su destrucción. Si bien, a lo largo de la historia las ciudades han padecido síntomas de violencia, hoy día, el urbicidio acontece y orbita como un evento particular e intrínseco en las dinámicas citadinas.[8] Así, pensar al urbicidio es un recurso ineludible en un intento por comprender ¿qué es la ciudad contemporánea, esa ciudad donde vivimos?

 

¿Por qué pensar la destrucción de una ciudad desde una perspectiva espacial?

El estudio de la ciudad y el urbicidio en sus efectos sociales requiere de una dimensión teórica que contemple el problema desde la perspectiva espacial; así, porque su destrucción afecta directamente a su materia arquitectónicamente constituida, que es soporte inherente a toda forma de habitar. De esta manera, habitantes y ciudades guardan una relación intrínseca por medio del espacio, donde su mantenimiento juega un papel fundamental para la vida en comunidad.

Con el giro espacial Spatial Turn,[9] conocido como el cambio teórico sobre la conceptualización de las ideas sobre el espacio, se dieron a conocer realidades distintas que circulan alrededor esta. A partir de tal giro se abrieron diferentes conceptualizaciones frente a una idea moderna y dominante de espacio, que era la idea de un espacio homogéneo y abstracto que revolucionó la ciencia desde Newton y Descartes. Esta concepción hacía del espacio un objeto medible y métrico, de una dimensión y magnitud manipulable. Por su parte, el giro espacial representa una crítica a la idea de espacio moderna, dando a este un carácter relacional y vinculante entre cuerpos, entes, animados o inanimados que están en un lugar.[10] Permitiendo otras formas de concebir el espacio, tanto en su concepción lógica como en el lenguaje. El giro espacial tiene en su centro teorías como la de Henri Lefebvre, en las cuales se relacionan de manera inherente cuerpos espaciales y formas de hacer espacio, es decir, no hay cuerpos sin espacio ni espacio sin cuerpos. En este sentido, el espacio adquiere características de relación con todo lo que habita en un lugar. De ahí que se diga que el espacio en Lefebvre es un espacio social: “El mismo [el espacio] es el resultado de la acción social, de las prácticas, las relaciones, las experiencias sociales, pero a su vez es parte de ellas. Es soporte, pero también es campo de acción. No hay relaciones sociales sin espacio, de igual modo que no hay espacio sin relaciones sociales”.[11]

A diferencia del espacio que pensó Newton separable y abstracto, para Lefrebvre se trata de algo que se produce de manera colectiva. Es decir, no es nada sino hasta que es producido por alguien y o una comunidad, adquiriendo características sociales y dinámicas que rompen con la abstracción métrica imperante en la modernidad. Esta producción del espacio es simultánea entre quienes habitan cierto lugar, en tanto que seres corpóreos, y el espacio. De hecho, en esta consideración espacial se ven implicadas las relaciones que se mantienen en un mismo sitio y de manera compartida. En otras palabras, el espacio social no es un producto dado de facto, antes bien es un compuesto de relaciones diversas, así también su construcción y formas de habitar. En este sentido, la ciudad se muestra como un ente complejo y diverso donde la pregunta ¿qué es la ciudad? requiere de una reflexión igualmente compleja que contemple amplias perspectivas y dimensiones espaciales.

 

La ciudad como espacio construido

En su diversidad, las ciudades presentan la dificultad de definirlas de manera categorial, pues la compleja relación con estas obliga a pensar ¿dónde comienza y donde termina una ciudad? ¿qué elementos la componen? ¿de quién es la ciudad o a quién le pertenece? Sin embargo, una de las constantes que ayuda es que al hablar de ciudades se trata de lugares que generan espacio construido, que edifican y acondicionan su paisaje a partir de las aportaciones e intervenciones de sus habitantes. En otras palabras, la ciudad denota formas específicas de relacionarse con el espacio reflejadas en sus edificaciones.

Esto es un fenómeno interesante, ya que es el resultado de las relaciones en la que diversos motivos han juntado a los citadinos. Por esta razón es que son una obra común, porque su intervención en el espacio es compleja. De ahí que “[…] un comportamiento técnico de acción sobre el espacio […] suponga necesariamente una voluntad colectiva, un acuerdo de grupo. Tanto por la complejidad manual que implica cualquier forma de marcar el espacio como por la complejidad intelectual y afectiva de los actos que la componen”.[12]

Así, los asentamientos ponen de manifiesto que, si la ciudad tuviese un punto de origen, este tuvo que ser producto de una obra colectiva. Si bien, porque el llevar a cabo su construcción requiere de un esfuerzo conjunto, también porque se construye sobre una base ontológica que es la cualidad de ser en común. Es decir, estar con otros semejantes y en relación simultánea es la condición de posibilidad y razón de ser de que la ciudad sea una obra colectiva.[13] De modo que la intervención en el espacio natural tiene lugar como espacio para una comunidad. Dentro de este contexto “[…] la ciudad posiblemente sea, una concepción abstracta que define la condición del ser civilizado de quien se sabe a sí mismo inscrito en un espacio radicalmente diferenciado del espacio natural”.[14]

En este sentido, a primera instancia, la ciudad puede definirse como el espacio intervenido en el que habitan comunidades que construyen y acondicionan un territorio para convivir de manera colectiva en edificaciones, caminos, viviendas, etcétera. Se convierte en el lugar citadino que en su complejidad coexisten de manera intrínseca habitantes y construcciones; conformada tanto por edificios como por habitantes. Sobre esta premisa, no se puede concebir una ciudad sin edificaciones o inmuebles, donde se establece una relación más allá de toda idea de alojamiento o albergue. Entre sus edificios, la ciudad guarda y evidencia una relación con los sujetos que la habitan.

Esta obra, se expresa de manera arquitectónica mediante sus edificios, porque estos evidencian que se trata de una manera de hacer y hacerse espacio de manera conjunta. Los edificios, en su diversidad, generan volumen, dimensiones, perspectivas, entre otras cualidades espaciales con las que tienen que convivir sus habitantes. Estos parecen desapercibidos y cotidianos debido a que constantemente vivimos entre muros, paredes, techos, caminos, etcétera. Sin embargo, los edificios son un rasgo que exalta la propiedad del espacio y evidencia la capacidad cultural para apropiarse de un territorio o en palabras de Marta Llorente son las huellas de un espacio habitado.[15] Al mismo tiempo son la referencia de un espacio generado a partir de la capacidad humana para relacionarse. ¿Cómo concebiríamos un espacio humano sin construcciones, sin edificios, caminos, viviendas, etcétera?, siguiera pensarlo complica toda forma de habitar y de relacionarnos en el espacio. Siguiendo a Aguirre y Baez:

Pensemos que esta construcción, esta forma de hacer espacio, es nuestra forma de haber, tener y ocupar, pero también es nuestra forma de perder, renunciar y desalojar los lugares como complexiones y trazos espaciales que restituyen, a la par que reivindican, el espacio desde lo sensorial: la voz, el quejido, el olor, lo auditivo, así como las proximidades y lejanías con los otros.[16]

 

El problema del urbicidio y la destrucción del espacio

 

La continuidad de esta cualidad histórica, la de construir espacio, se ha visto amenazada por la constante y permanente violencia que se ha ejercido en y contra las ciudades. En este sentido, parece que la amenaza de destrucción y urbicidio son síntomas que caracterizan a las ciudades de nuestros días. Pues, los ataques a ciudades son maneras de demostrar poder e infundir terror en los habitantes. Este pánico deviene cada vez más de una incertidumbre en aquellos espacios que prometían ser seguros, vierte desorientación acompañada de vértigo que impregna las relaciones sociales en las ciudades de hoy día. Tan es así que, siguiendo a Virilio, a nivel global estamos viviendo en una especie de aereopolítica, que tiene que ver con una administración del espacio aéreo. Cuando las ciudades construyen (con rascacielos y torres) de manera vertical, el dominio del espacio se ve vulnerado por una constante amenaza de derrumbes, bombardeos y atentados aéreos. Una dinámica de violencia que en palabras de Virilio: “[…] se ha convertido en una cosmopolítica del terror nuclear, con la estrategia anti-ciudad […] y emergencia de un terrorismo anónimo susceptible de derrumbar, no solo las torres de gran altura, sino también esa “paz civil” entre las poblaciones de un mundo en desarrollo”.[17]

Por su importancia, las ciudades se han vulnerado, en distintas formas de urbicidio: el bombardeo, la demolición, el sitio, la infestación o asalto enjambre, la pulverización, etcétera.[18] Esto es más complejo porque la violencia que destruye la cuidad tiene lugar en sitios destinados para la población civil. En los últimos años, y después de las guerras modernas, se evidenció cómo los conflictos bélicos se llevaron a cabo de los campos de batalla a las ciudades. Ataques militares como los de Londres hasta Dresde,[19] y desde el mercado de Gernika[20] hasta el puente de Mostar en la guerra de los Balcanes,[21] por citar algunos ejemplos, interrumpieron el curso de las dinámicas de vida en las prácticas urbanas. Los lugares comunes que daban un sentido de continuidad espacial a las ciudades (mercados, plazas, edificios o monumentos) se convierten en puntos estratégicos de guerra.

Por consiguiente, los niveles de destrucción pueden llevar a la devastación total de una ciudad, desde la reducción y fragmentación que genera escombros hasta las cenizas, con la intención de barrer todo orden social mediante la destrucción del espacio. En la guerra de la llamada franja de Gaza, desde 2008 se puede constatar que las dinámicas de guerra están empeñadas en generar daño a partir de la destrucción de las ciudades. Tan es así que según Eyal Weizman las estadísticas indican que en este conflicto: “[Alrededor de 1 400 personas fueron asesinadas y 15 000 edificios destruidos o dañados en el ataque a Gaza de diciembre 2008 a enero 2009. Esto no es de sorprenderse pues muestra la intrínseca relación entre la proporción de muertos con los edificios.] Some 1 400 people were killed and 15000 buildings destroyed or damaged in the Gaza attack of December 2008-January 2009. There is, unsurprisingly correlation between these figures: a large proportion of the deaths occurred within building”.[22] Lo cual da cuenta de las proporciones del daño que sufre una ciudad, donde la mayoría de sus habitantes son arrasados en la devastación de sus edificios. Por otro lado, los testimonios de algunas víctimas dan cuenta de cómo la capacidad bélica de destrucción puede hacer de una ciudad, un montón de cenizas esparcidas por el viento, literalmente barridas del territorio. Sobre esto, de nuevo Weizman: “[Una persona que llamé durante el ataque de Gaza dijo que los edificios se transformaron de estructuras solidas a ceniza que cayó al aire… ‘la gente respiraba partes de edificios pulverizados’. El ambiente construido se convirtió en más que solo un objetivo o campo de batalla. Se convirtió en una de las muchas cosas que los asesinaron] One person I called in Gaza during the attack spoke of ‘buildings turning from solid structures to dust, and the dust of homes filling the air… people breathing in pulverized building parts’. The built environment became more than just a target or battleground; it was turned into the very things that killed”.[23]

El urbicidio puede acontecer mediante la violencia militar, en el cual la ciudad se ve bombardeada, atravesada, perforada, destruida o colapsada.[24] De esta manera, este acontecimiento termina con la ciudad por la homogeneidad de los escombros a los que se ve reducida. Si bien, hoy día, son pocos los conflictos bélicos declarados entre naciones, también son plausibles los ejercicios de violencia terrorista que en los últimos años se han incrementado y surgido con mayor frecuencia, cambiando la manera en que se ataca a las ciudades. De ahí que el urbicidio sea un problema relevante hoy por hoy, pues pone en constante riesgo la vida de los habitantes, en estado de vulnerabilidad, en los centros urbanos (puntos cruciales, ayer y hoy, de la vida política, económica, social y cultural contemporánea).

Sostenemos que después de las guerras del siglo XX, tanto las acontecidas en Europa como la guerra de Vietnam, se pensó que la destrucción del entorno construido era una consecuencia inevitable de las dinámicas bélicas: el denominado daño colateral, donde lamentablemente se veían afectadas víctimas arquitectónicas y humanas. Sin embargo, la destrucción de una ciudad es más que un daño colateral. Se trata del derrumbe y destrucción de las condiciones de posibilidad para habitarla. Es decir, el daño colateral no es consecuencia de una guerra, por el contrario, es su daño principal. En palabras de Coward:

[…] la devastación del entorno construido se manifiesta (aunque no limitado a) en la destrucción de puentes, mezquitas e iglesias, grandes tiendas departamentales, bloques de apartamentos, edificios públicos, hoteles y espacios públicos (como parques), fue más que un daño colateral …] devastation of the built environment manifest in (though no limited to) destruction of bridges, mosques and churches, department stores, blocks of apartments, public buildings, hotels and public spaces (such as parks), was more than collateral damage.[25]

Este acto de violencia tiene que ver con una forma de apropiación del espacio que pretende generar maneras de habitar conforme la idea de un pensamiento único. Su carácter violento se detona en la destrucción del espacio. Donde parece que la destrucción arrebata la diversidad y la reduce a escombros. Así en el urbicidio, “[…] ponemos de manifiesto un tipo de violencia que atenta contra la cualitativa base material de la ciudad, es decir, […] contra su arquitectura y sus componentes identitarios, culturales e históricos”.[26]

 

Generación de espacios de destrucción

 

Las ciudades que eran espacios propicios para habitar, frente a su destrucción, adquieren la cualidad de espacios inseguros y espacios de violencia. En el urbicidio, el espacio común se ve violentado pues la destrucción no queda aislada en un punto específico, más bien, irradia en las prácticas sociales en un lugar compartido. Si consideramos que la apertura hacia una idea de espacio va más allá de un espacio métrico, se debe tomar en cuenta que la caída de una ciudad desbarata su historia y con ello, el sentido afectivo que otorgaba en las relaciones sociales; donde lugares de memoria, históricos, simbólicos, etcétera, tienden a su desaparición. Frente a este panorama, ¿cómo es que es posible una interpretación espacial de la destrucción?, y ¿qué sentido tiene pensar un espacio constituido por escombros? Pues, este vacío espacial que termina en escombros pone en crisis la existencia común en todas sus dimensiones afectivas. Así, la destrucción en tanto que práctica espacial produce espacio, solo que se trata ahora de lo que Arturo Aguirre llama espacio doliente, que: “[…] se trata del espacio común en que acontece la violencia y que habrá de contar con la meditación sobre dolor, con las relaciones y aristas, no únicamente en el sujeto doliente inmediato, sino también en la estela de dolientes que nuestras relaciones amplían por nuestros nexos sociales y humanos”.[27]

Por lo tanto, se trata de entender, que la destrucción no es secundaria, más bien, representa un daño integral hacia sus habitantes, con lo cual se abre paso a un problema que concierne por sus dimensiones sociales a la totalidad de citadinos.

[además, el “urbicidio” representa un intento discursivo por indicar tanto la naturaleza sistemática de los ataques al entorno construido como el efecto políticamente nocivo de dicha violencia. En otras palabras, el “urbicidio” intenta demostrar que una variedad de casos de destrucción urbana, comprenden un solo fenómeno, en lugar de casos aislados. Al delinear tal fenómeno, el “urbicidio” también representa un intento de disputar la política que subyace a tal violencia] […] in addition “urbicide” represents a discursive attempt to indicate both the systematic nature of attacks on the built environment and politically deleterious effect of such violence. In other words, “urbicide” also represents attempt to show that a variety of cases of urban destruction compromise a single phenomenon, rather than isolated cases. In outlining such a phenomenon, “urbicide” also represents an attempt to contest the politics underlying such violence.[28]

De manera inversa a las prácticas sociales y a la producción de espacio, la destrucción des-produce el espacio, destruye y dispersa las partes de la ciudad. Y en este sentido se acerca a lo que Gastón Gordillo conceptualiza como una producción destructiva.[29] Es decir, la producción de espacios destruidos. Logrando que las partes de la ciudad sean indiferentes entre sí; sin sentido de relación, dejándolas en una atopía social (un espacio sin lugar). Esto es, la falta de lugar en el espacio común o la imposibilidad de ser en el espacio; la “[…] eliminación del espacio concreto para no dejar sino el vacío social”.[30] Pues lo que algún día fue una ciudad, en su destrucción evidencia la intención de quitarle el lugar; de borrar su lugar en el espacio. Ya que aquellos lugares que eran reconocidos y habituales: las calles, plazas o casas no tienen lugar entre los escombros. Dichos lugares, que constituían el espacio con toda su materialidad, su representación y prácticas espaciales, dejan de producir espacios sociales ante la destrucción, para convertirse en materia amorfa y homogénea que hace de la ciudad un lugar inhóspito.

Aquí es necesario preguntarse ¿hasta qué punto es habitable un lugar entre escombros? Pues la destrucción pretende imponer una representación del espacio de quienes la destruyen. Constituye una forma de administración del espacio específica, donde se decide qué ciudad o partes de esta deben ser destruidas y cuáles pueden permanecer. Estas se convierten en escombro que permite una limpieza cultural, y barre con determinadas prácticas sociales-espaciales. Puede que el escombro desde una concepción del espacio utilitario cobre sentido ya que permite comenzar de nuevo. Para hacer de una ciudad destruida, el lugar de nuevos órdenes sociales, que olvidan la historia, el sentido y la referencialidad que representaban para sus habitantes. Según Virilio:

Para ilustrar ese delirio escuchemos a Elsa Tiolet, a su regreso de Berlín: “Habría que nivelar, hacer tabla rasa, limpiar, desinfectar y recomenzar todo, como si nunca hubiera habido nada en este lugar. Después de todo, la bomba atómica quizás tenga su utilidad en un caso como este”. Sin saberlo, la consejera de Aragon retomaba la sentencia de César al declarar “La gloria más grande del Imperio es hacer de sus fronteras un vasto desierto”. [31]

En otras palabras: hacer de otras formas de habitar un desierto de descombros mediante el urbicidio.

Las reflexiones anteriormente presentadas evidencian que un estudio sobre la destrucción de las ciudades debe tomar en cuenta consideraciones espaciales que contemplen el lugar, la tierra y las relaciones desde el punto de vista social. Ya que estas consideraciones detonan otras aristas de pensamiento que el espacio métrico no supone. De ahí que sean importantes las relaciones que se mantienen entre los habitantes en una comunidad, pero también aquellas que se generan con los espacios construidos, como los edificios, las plazas, las calles, monumentos, etcétera.

Este trabajo se presenta como un intento por reflexionar un acontecimiento particular de la violencia como lo es el urbicidio, que representa la destrucción material intencionada de una ciudad. Resaltando en la primera parte la necesidad de que este problema adquiera consideraciones espaciales. Sobre esto han sido centrales las ideas de Henri Lefebvre y su conceptualización social del espacio.

Sobre esta complejidad de sentidos, la ciudad adquiere su cualidad diversa dada por la heterogeneidad de espacios que dan orientación y referencialidad a los habitantes. Frente a esto, el urbicidio en su ejercicio de violencia, destruye las edificaciones de la ciudad dando lugar al escombro que evidencia un espacio homogéneo con lugares indiferenciados. Además de esto, estas consideraciones sobre el espacio permiten pensar que la destrucción de una ciudad pone en crisis las prácticas espaciales de una comunidad. Los conflictos en una ciudad son ya, desde sus inicios, parte de las relaciones que mantienen, sin embargo, el urbicidio muestra una desproducción del espacio asociada a una idea terror que impregna el ambiente destruido. En suma, resulta en un desgarre en el espacio social, una especie de boquete material que abre una cicatriz en el curso del desarrollo de los espacios urbanos. Acto contrario a la producción del espacio que construye, y que hace referencia a la manera en que devienen las relaciones y prácticas espaciales-sociales. El urbicidio actúa, con toda su violencia, en una des-producción espacial de la ciudad, buscando borrar su existencia en el espacio común. Se convierte paradójicamente en un lugar sin espacio.

 

Bibliografía

 

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  20. Warf, Barney, y Santa Arias. The Spatial Turn: Interdisciplinary Perspectives. Routledge, Nueva York, 2009.
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  22. Weizman, Eyal. Forensic Architecture. Zone Books, Nueva York, 2017.
  23. Weizman, Eyal. The Least of All Possible Evils. A Short Humanitarian Violence from Arendt to Gaza. Verso Books, Londres/Brooklyn, 2012.

 

Notas

[1] Cf. Martin Coward, Urbicide. The politics of urban destruction, p. 38.
[2] Aquí es importante tener en cuenta que la violencia se presenta en una relación de agente y paciente. El primero tiene la intención de que el segundo padezca un determinado daño. En la definición de Eduardo González Calleja, la violencia tiene estas cualidades. Véase esta noción en Eduardo González Calleja, La violencia en la política. Perspectivas teóricas sobre el empleo deliberado de la fuerza en los conflictos de poder, p. 26.
[3] unesco, Global Report on Culture for Sustainable Urban Development, p. 6.
[4] Barómetro Heidelberg 2017, p. 124-126.
[5] Dentro de los niveles marcados por el Barómetro Heidelberg, ibíd., p. 6, el de alta intensidad corresponde a dinámicas de guerra.
[6] Ibid., pp. 175-199.
[7] La destrucción forma parte de los criterios de medida con los que el Barómetro Heidelberg da cuenta del nivel de conflicto. En este parámetro se contemplan la destrucción de edificios que tengan como consecuencia la afectación de la infraestructura, vivienda, economía y cultura. Según el Reporte 2017, Conflict Barometer Heidelberg, p. 8.
[8] Véase el trabajo “Urbicidio en tiempo de ciudades. Violencia contra el espacio urbano” de Arturo Aguirre y Eduardo Baez en Reflexiones Marginales No 50. En este se desarrolla y aborda la destrucción de las ciudades como un síntoma global en nuestros días, por su recurrencia cada vez más constante en los ejercicios de violencia urbana.
[9] Se recomienda consultar el texto de Barney Warf y Santa Arias, The Spatial Turn: Interdisciplinary Perspectives.
[10] El trabajo de Edwar Soja abre la posibilidad de concebir y conceptualizar al espacio más allá de los criterios establecidos por la ciencia moderna. Durante la segunda mitad del siglo xx disciplinas como la literatura, el derecho o incluso los estudios religiosos comenzaron a hacer uso de sus propios conceptos de espacio; lo que abrió la puerta para que se generaran ideas distintas sobre este. Aquí, el espacio alberga connotaciones variadas que permiten adjudicarle un carácter social. Pues ciertamente, el espacio deja de ser una dimensión métrica para ser percibido como un entre de los entes. Esto otorga un sentido de ser en común de manera ontológica, jugando un papel crucial en el aspecto social. “Este giro espacial implica la lectura de diversos fenómenos a través de una concepción crítica del espacio, una concepción que, en consonancia con lo que plantea Foucault, considera ‘la producción social de la espacialidad (el espacio es producido socialmente y por eso es posible de ser cambiado socialmente)’ y, a su vez, implica una ‘dialéctica socio-espacial (lo espacial modela lo social tanto como lo social modela lo espacial)’” Edward Soja, “The City and Spatial Justice” en Justice Spatiale. Spatial Justice, Citado apud Der-Ohannesian, Imaginando los espacios segregados: El giro espacial en dos textos de ciencia ficción, s/p.
[11] Ion Martínez Lorea, “Prologo. Henri Lefebvre y los espacios de lo posible” en La producción del espacio, pp. 15-16.
[12] Marta Llorente, La ciudad: Huellas en el espacio habitado, pp. 24-25.
[13] Como tal, las ciudades devienen como elementos históricos, dinámicos y en constante cambio. Son resultado de un proceso acompasado y paulatino que aquí llamamos poiesis colectiva, es decir, obra en común realización que opera, como forma de extensión material de sus habitantes y es al mismo tiempo su sustento. Como entes poiéticos, las ciudades cambian y dan forma a la cultura de sus habitantes. Debido a esto, modifican la manera de habitar y al mismo tiempo, las formas de habitar van moldeando a las ciudades. De ahí que no sea fortuito que se vincule a ciertas ciudades con hábitos, valores, costumbres, entre otras características propias de sus citadinos, que tienen que ver con el tiempo y carga histórica en la que se encuentran. En otras palabras, las ideas de las ciudades y sus habitantes están relacionadas con una serie de elementos espaciales y temporales que cualifican una época y lugar determinado. Véase esta relación de manera más detallada en el texto de Richard Sennett, Carne y piedra.
[14] Marta Llorente, op. cit., p. 21.
[15] Ibid., p. 1.
[16] Arturo Aguirre y Eduardo Baez, op. cit., s/p.
[17] Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 25.
[18] Estas formas de destrucción o alteración del espacio urbano son dinámicas de violencia que interpretan el espacio con fines bélicos o violentos. Después de las Guerras Mundiales las tácticas militares han cambiado la forma de concebir a las ciudades en busca de métodos más eficaces para ejercer la guerra. De esta manera, los ataques aéreos, los túneles, el uso de bulldozers, drones, o instalación de redes de comunicación que tratan de causar daño a un sector determinado son formas violentas de producción espacial. Estos ejercicios de violencia pueden verse de manera detallada en el texto de Eyal Weizman, Hollow Land. Israel’s Architecture of Occupation, centrado en el caso de la guerra entre Palestina e Israel. También véase el trabajo de Alan Kramer, Dynamic of Destruction. Culture and Mass Killing in the First World War. En este se desarrolla de manera histórica un recorrido bélico que ha impulsado a pensar múltiples formas de destrucción.
[19] Cf. W. G. Sebald, “Air War and Literature”, On the Natural History of Destruction.
[20] Cf. Ian Patterson, Guernica y la guerra total.
[21] Cf. Slavenka Drakulic, The Balkan Express. Fragments from the Other Side of War.
[22] Eyal Weizman, The Least of All Possible Evils. A Short Humanitarian Violence from Arendt to Gaza, p. 149.
[23] Idem.
[24] Cf. Martin Coward, Urbicide. The Politics of Urban Destruction.
[25] Martin Coward, op. cit., p. 35.
[26] Arturo Aguirre y Eduardo Baez, op, cit., s/p.
[27] Arturo Aguirre, Nuestro espacio doleinte. Reiteracionaciones para pensar en el México contemporáneo, p. 64.
[28] Martin Coward, op. cit., 38.
[29] Gastón R. Gordillo, Rubble. The Afterlife of Destruction, p. 81.
[30] Henri Lefebvre, La producción del espacio, p. 61.
[31] Paul Virilio, op. cit., p. 25.

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