REUNIÓN POLÍTICA EN LA FÁBRICA PUTILOV, UNO DE LOS PRINCIPALES NÚCLEOS REVOLUCIONARIOS DE PETROGRADO. FOTOGRAFÍA TOMADA DE WIKIPEDIA. (FOTO 1)
Resumen
El presente artículo revisa la visión de Marx sobre la transición socialista para contrastarla y diferenciarla de la visión establecida y difundida por el marxismo soviético. De esta manera, se busca recuperar su carácter esencialmente democrático y, al mismo tiempo, delinear los ejes analíticos para la crítica de las experiencias contemporáneas que proclaman la construcción del socialismo.
Palabras clave: transición, socialismo, Marx, marxismo, Unión Soviética, Latinoamérica.
Abstract
This article reviews Marx’s vision about the socialist transition to contrast it and differentiate it from the vision established and spread by soviet Marxism. In this way, it seeks to recover its essentially democratic character and, at the same time, to outline the analytical axes for the critique of contemporary experiences that proclaim the construction of socialism.
Keywords: transition, socialism, Marx, marxism, Soviet Union, Latin America.
En torno de la obra de Karl Marx se han elaborado y desarrollado un conjunto de distorsiones que han llegado hasta la transfiguración total de sus planteamientos teóricos y políticos. Quizá una de las más difundidas —y prácticamente establecida como sentido común por el ethos neoliberal— sea la de asimilar su pensamiento con la experiencia histórica de la Unión Soviética y del resto de países del denominado “socialismo real”. Según el dogma hegemónico el proyecto socialista tal como se estableció en esos Estados, sería la realización práctica del pensamiento marxista. Pero la asimilación no se límita a identificar el modelo de desarrollo económico y la forma estatal de la URSS, con lo que el autor de El Capital, teorizó como el socialismo va un paso más allá, al tratar de establecer como idénticas la visión que este tenía sobre la forma que debería asumir la transición a esta sociedad con la que fue concebida por el marxismo soviético. Es decir, no sólo se ha identificado la sociedad de tipo soviético al socialismo vislumbrado por Marx, sino que sus planteamientos sobre la transición socialista han sido equiparados a los formulados al respecto por el stalinismo.
Esta equiparación ha llevado a gran parte de los movimientos sociales y organizaciones de izquierda a desdeñar la teoría marxista de la transición, como fuente ideológica y política para la formulación de proyectos emancipadores en el momento histórico contemporáneo, pues la asimilan al autoritarismo y al estatismo del modelo soviético. Por ende a doscientos años del natalicio de Marx una de las tareas fundamentales para evidenciar su vigencia política es deslastrarlo de su vinculación a ese modelo.
Partiendo de estas consideraciones el presente artículo revisa las ideas del fundador del marxismo sobre las condiciones y las dinámicas que él consideraba deberían asumir el proceso de tránsito socialista para contrastarlas y diferenciarlas con las derivadas de la doctrina soviética. Con esto se pretende, por un lado mostrar el carácter esencialmente democrático de la visión original, y así revalorarla como fuente de inspiración para las prácticas antagonistas que hoy en día buscan ir más allá de la lógica del capital, y por otro lado, formular herramientas para el estudio de las experiencias contemporáneas que pregonan estar construyendo el socialismo. Para alcanzar estos objetivos, el primer apartado sintetiza las principales consideraciones de Marx sobre la transición socialista, en segundo lugar se aborda como fue reformulado este proceso por el denominado marxismo soviético y cerramos con el señalamiento de las diferencias y contradicciones teóricas y políticas entre ambas posiciones, para sobre ellas plantear ejes de análisis que pueden permitir pensar críticamente los proyectos que actualmente levantan las banderas socialistas. Se plantea que dicha diferenciación puede servir para dar cuenta de las bases ideológicas sobre las que reposan sus concepciones de la transición y por tanto de hacia que horizonte apuntan con ellas.
La transición socialista según Marx; un problema dialéctico
La investigación teórica de Marx no sólo pretendía explicar el modo de producción y reproducción del capital, sino sobre todo trataba de identificar las contradicciones que hacían posible su transformación revolucionaria. Su teoría es, por tanto, el fundamento de su propuesta y postura políticas, posiciones de dónde se desprende, entre otros muchos asuntos, la necesidad de problematizar la forma posible de transitar a una nueva sociedad, de indagar cuáles serían sus mecanismos políticos y que dinámica social podría asumir el proceso de su construcción.
Aunque él no tuvo la oportunidad de ser parte de algún triunfo revolucionario que intentará comenzar la construcción socialista, si fue partícipe del naciente movimiento obrero organizado y de los debates que a su interior trataban de encontrar los caminos y las formas más propicias que habrían de asumirse para la emancipación de los trabajadores, y tuvo también ocasión de constatar la primera revolución proletaria de la historia encabezada por los comuneros de París, por lo que con base en aquel estudio de la sociedad burguesa, y sobre la experiencia de la primera revolución proletaria, esbozaría sus planteamientos respecto a los problemas del tránsito hacia la “[…] sociedad de hombres libres”.[1]
Del análisis del funcionamiento del capitalismo, Marx concluyó que en tanto el proletariado “[…] es su producto más peculiar”, pues este personifica las contradicciones del sistema, es él, el sujeto llamado a realizar la revolución socialista, y en este sentido afirmaba en el Manifiesto del Partido Comunista: “[…] el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia” y dado este primer paso: “El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas”.[2]
PÁGINA DEL MANUSCRITO DEL “MANIFIESTO COMUNISTA”
Este proceso es concebido como una primera etapa de transición entre los resabios de la sociedad burguesa y la conquista del “reino de la libertad”, es decir, que entre el capitalismo y la sociedad comunista existiría una “primera fase” de la revolución: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”.[3]
De esta manera, y contra las tesis anarquistas que demandaban su desaparición inmediata, Marx planteaba que durante este periodo de transición existiría aún un poder político; el de la clase trabajadora organizada como clase dominante. Poder cuya finalidad era llevar a cabo la represión contra cualquier reacción de las antiguas clases hegemónicas y emprender el camino de la socialización de la economía, y solamente cuando esta hubiera llegado a un avanzado nivel de desarrollo, que permitiera la extinción de las clases, desaparecería cualquier expresión de poder. Pues para los fundadores del marxismo, el Estado solo existe en tanto expresión de las contradicciones de clase, como poder de una clase sobre otra. Una vez en la sociedad de “productores libres e iguales”, en la fase comunista, desaparecerían las clases y finalmente el Estado.
Pero en tanto se arribaba a este segundo momento, según Marx la forma de esa Dictadura del Proletariado debería ser la de la experiencia de la Comuna de París pues la comuna era “[…] la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo”.[4] La insurgencia parisina se había organizado sobre la base de la elección por sufragio universal de los funcionarios de todos los niveles, estos estaban obligados a rendir cuentas a sus electores y eran revocables en todo momento; la democracia directa era el eje de toda la estructura que pretendían replicar al conjunto del territorio nacional. Su ordenamiento implicaba la extensión del ejercicio de gobierno a toda la sociedad, la posibilidad de participación de todos en la administración de lo común y con ello la socialización del poder y la construcción de una auténtica democracia.
La visión marxista de la dictadura proletaria no supone el ejercicio despótico del poder de una minoría sobre el resto de la sociedad, sino de la mayoría de la sociedad contra una pequeña minoría hasta entonces dominante, su elemento definitorio no es la violencia de clase sino la organización democrática de todos los trabajadores para el ejercicio del poder. A ello apunta Marx en su crítica al “Estado Libre” de Lasalle cuando señala que: “La libertad consiste en convertir al Estado, de órgano ubicado por arriba de la sociedad, en órgano completamente subordinado a ella” pues el movimiento obrero no aspira a construir una forma estatal “libre” o “popular” sino a la supresión misma de esta, mediante la asimilación de todas las funciones de gobierno por el conjunto de los trabajadores.[5] Por esta razón a pesar de ser esbozada como una forma estatal, la dictadura del proletariado implica en la formulación marxista un poder contradictorio, que debe ir creando las condiciones de su misma extinción. La forma política de la transición no implicaba el fortalecimiento del nuevo Estado, sino su destrucción paulatina a partir de la participación del conjunto social en el ejercicio del poder; no se trataba de crear un nuevo ente estatal sino de encontrar una nueva forma de organización social.
Por otro lado Marx señalaba que entre las condiciones necesarias para emprender este proceso de tránsito al socialismo, se encontraban evidentemente un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas y la internacionalización de la revolución hacía el conjunto de países avanzados.[6] Estos últimos planteamientos que presuponen que la revolución se realizaría en los países de más elevado desarrollo capitalista, parecerían apuntar a un determinismo economicista del tránsito socialista, sin embargo, si se enmarcan en lo ya dicho sobre la dictadura del proletariado y en el conjunto de la teoría marxista tal interpretación no tiene sustento.
Como muestran sus reflexiones en torno a la comuna rural rusa y sus escritos sobre el colonialismo donde se plantea la posibilidad de una revolución en el imperio zarista y en general el desplazamiento de esta hacia los países atrasados,[7] además de su propia práctica política encaminada a forjar la conciencia de la clase obrera, resulta evidente que el teórico alemán no concebía la revolución social y la construcción socialista como el resultado de un inevitable devenir económico, sino como el producto de la acción consciente del proletariado para tomar el control y desarrollo de las fuerzas productivas en sus manos y así construir las bases de la nueva sociedad, es decir, que aún cuando la condición material es necesaria no se concibe como suficiente sino existe el poder proletario que garantice el rumbo de la transformación.
Solamente concibiendo de esta manera la idea marxista de la transición es cómo podemos entender la afirmación hecha en Miseria de la filosofía de que “[…] la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria”.[8] Pues en el fondo lo sustancial de su noción es la de que la época de transición es fundamentalmente la del ejercicio del poder político por parte de la clase trabajadora, la de que solamente ella, por supuesto condicionada por las bases materiales en las que se desenvuelva, puede llevar a cabo la revolución.
MUJERES DURANTE EL MOVIMIENTO OBRERO DE LA REVOLUCIÓN RUSA
Idea consistente con las Tesis sobre Feuerbach donde se plantea que la deficiencia del materialismo previo es que este concibe la realidad como objeto, pero no reconoce el papel del sujeto en la construcción de esa objetividad. Es decir, que si bien los hombres hacen la historia en las condiciones de posibilidad dadas también ellos constituyen agentes que dan forma y modifican las mismas condiciones; por tanto que la “[…] actividad humana es actividad objetiva” y que esta interacción “[…]sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”, dicho de otro modo, es consistente con la idea del sujeto como constructor de la propia objetividad en que actúa.[9]
De igual manera dado que en el marxismo, la economía y la política no son momentos separados, sino elementos constitutivos de la totalidad social no es plausible pensar que la transición para su fundador se reduzca a una simple cuestión de desarrollo de las fuerzas productivas sino que debe entenderse como un proceso interdependiente entre ese desarrollo y la acción consciente del sujeto proletario.[10]
Para Marx, la cuestión de la transición es ante todo un problema dialéctico, donde el proletariado en tanto clase dominante, toma el control de la producción y distribución de la riqueza para realizar la emancipación humana, al mismo tiempo que el aumento de las fuerzas productivas garantizará la desaparición de ese poder en la medida que permita avanzar hacia la sociedad sin clases: una visión dialéctica entre el necesario desarrollo de las fuerzas productivas y la insustituible existencia del poder del proletariado.
Durante este período es evidente la sobrevivencia de resabios de la economía capitalista y su coexistencia con las nacientes formas de organización socialistas de la producción, pero lo determinante para poder superar tales resabios es la existencia de la clase obrera organizada como “clase para sí”, cobrando todo su sentido la famosa expresión de Marx de que la “[…] liberación de la clase obrera solo puede ser obra de la clase obrera misma”. Es decir la revolución socialista aparece ante todo como un acto de conciencia de los trabajadores para tomar en sus manos, sin más mediación que su propia organización, los destinos de la sociedad y el avance histórico de la humanidad. En definitiva, la socialización del poder y de la economía, la participación política de toda la sociedad y la planificación democrática de la producción por el conjunto de los trabajadores eran los ejes que Marx consideraba como necesarios para construir el socialismo y avanzar en dirección del comunismo, ninguna estatización podía implicar avanzar hacia el objetivo, sino era realizado por un poder proletario, ni se trataba de sustituir al capitalista individual por un “capitalista general”, sino de organizar la vida colectiva sobre una nueva racionalidad que permitiera planificar democráticamente la producción y el poder.
La transición socialista en el marxismo soviético; un problema “económico”
Tras la muerte de Lenin, y después de la pugna al interior del partido bolchevique en la que finalmente se terminó imponiendo el control de Stalin, la visión dialéctica del tránsito al socialismo sufrió una drástica transformación en su interpretación soviética. Convirtiendo la necesidad en virtud, el stalinismo o el “marxismo soviético”, como lo llama Marcuse, transformó algunos planteamientos leninistas sobre la necesidad del partido de vanguardia y otros sobre la industrialización en la base de la doctrina oficial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas sobre la edificación socialista. Versión que asentada en una interpretación reduccionista de Marx transfiguró su obra en una simple teoría del desarrollo económico.[11]
Después del fracaso de la revolución europea, en particular en Alemania, la naciente URSS se encontró aislada frente al contexto mundial capitalista, y por tanto sin la posibilidad de utilizar el desarrollo científico-técnico más avanzado para emprender su construcción revolucionaria. Se impuso la necesidad de buscar el acelerado crecimiento de las fuerzas productivas a través de una política de industrialización que permitiera “alcanzar” a las potencias burguesas más desarrolladas. Pero a pesar de que tal política, según Lenin, debía ir acompañada por el desarrollo del ejercicio directo del poder por parte de los trabajadores, el socialismo debía ser “[…] el poder de los soviets más la electrificación”, en el marco del stalinismo la segunda parte de esta consigna fue identificada como la prioridad y el centro de toda la política de la transición. La “electrificación”, entendida como búsqueda de igualar el desarrollo industrial de occidente, fue convertida bajo la doctrina del “socialismo en un solo país” en el leitmotiv de la política soviética y con ello el “capitalismo de Estado” concebido por aquel como “antesala” del socialismo terminaría asimilándose con el socialismo mismo.
Al identificar la teoría de Marx con una filosofía de la historia cuyo motor fundamental no es la lucha de clases sino el desarrollo de las fuerzas productivas —reducidas a su expresión técnico-científica— el marxismo soviético, interpretó el proceso de construcción socialista como proceso de desarrollo de la base material, económica, cuya lógica intrínseca de progreso social conduciría inexorablemente al objetivo deseado. Para Stalin el marxismo es concebido como un conocimiento positivo que: “[…] concibe las leyes de la ciencia —lo mismo si se trata de las leyes de las Ciencias Naturales que de las leyes de la Economía Política— como reflejo de procesos objetivos que se operan independientemente de la voluntad de los hombres”[12] y por ello hace posible conocer las “leyes del desarrollo económico” tanto de la sociedad capitalista como del socialismo. Siendo la “ley fundamental del socialismo”:
Asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y el perfeccionamiento ininterrumpidos de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada. […] en vez de asegurar los beneficios máximos, asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales de la sociedad; en vez de desarrollar la producción con intermitencias del ascenso a la crisis y de la crisis al ascenso, desarrollar ininterrumpidamente la producción; en vez de intermitencias periódicas en el desarrollo de la técnica, acompañadas de la destrucción de las fuerzas productivas de la sociedad, el perfeccionamiento ininterrumpido de la producción la base de la técnica más elevada.[13]
Como ha explicado Kohan esta interpretación de Marx como teórico del “factor económico”, que fundamenta toda la doctrina económica y política de la URSS, está ya en ciernes en un escrito juvenil de Stalin, ¿Anarquismo o Socialismo? De 1905, donde este concibe, siguiendo la filosofía de Plejánov y la interpretación “ortodoxa” de la Segunda Internacional, la conciencia como un mero reflejo de la objetividad material; objetividad de la que es posible extraer las leyes de funcionamiento tanto de la naturaleza como de la sociedad y en este caso la “ley” de la construcción socialista y determinar su inevitabilidad histórica. Tal determinismo “materialista” llevado al análisis de la transición lo hará concluir que la conciencia socialista y las relaciones socialistas solamente podrán surgir una vez alcanzado un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas, como consecuencia de estas y no antes o a la par que ellas pues este desenvolvimiento está condicionado por la “ley de la armonía obligatoria” entre ambas.[14] Es decir que antes que cualquier transformación de las relaciones sociales es necesario el desarrollo de la estructura que la haga posible. Esta lectura no solo modifica la relación dialéctica entre condiciones objetivas y subjetivas sino que también plantea una tergiversación del horizonte socialista, sigue Kohan:
En consonancia con el ya analizado equívoco productivista de la lectura sobre Marx, es en el terreno social donde Stalin otorga el papel determinante en forma absoluta a las fuerzas productivas. Dentro de estas, enfatiza y subraya sobremanera el papel de los instrumentos de producción. Mediante esta operación teórica el productivismo se constituye definitivamente en la piedra de toque del “materialismo dialéctico” aplicado a la sociedad, sustentado en el argumento de que la conciencia, por un lado, y las relaciones de producción, por el otro, siempre tienen que acompañar —en forma necesaria— el progreso ilimitado y ascendente de las fuerzas productivas. De aquí se inferirá el carácter “progresista” de la teoría marxista, y se la asimilará a las corrientes más positivistas, liberales y modernas de la burguesía occidental en su época de expansión. El marxismo no apostaría entonces por la superación de la modernidad capitalista sino por su perfeccionamiento y su generalización, despreocupándose de manera completa por el agotamiento de los recursos naturales no renovables y por cualquier intento de reencaminar la relación entre la sociedad y el ecosistema.[15]
En esta perspectiva el objetivo del socialismo no es ya la liberación social de las clases trabajadoras, sino el desarrollo de la industria y la técnica modernas para que estas permitan, en un segundo momento, la realización de la nueva sociabilidad. Con tal tergiversación productivista del marxismo la industrialización socialista deviene en la versión soviética de la enajenación del hombre a los medios que habrían supuestamente de liberarlo. La exigencia de desarrollar las fuerzas productivas para crear el piso mínimo de la nueva sociedad se convierte en un proceso, donde el constante aumento de la producción toma prioridad sobre la socialización y la liberación, dando lugar a la renovación del trabajo como medio de alienación y explotación, y por tanto reproduce la racionalidad instrumental de la modernidad capitalista, según la cual el desarrollo científico-técnico permitirá por sí mismo la realización humana sin tomar en consideración las relaciones de producción en que se genere tal desarrollo e independientemente de la acción de las clases sociales.
La lógica económica soviética, que al emparentarse con la racionalidad burguesa que pretende superar, reproduce sus elementos de explotación y dominación sobre el trabajo pues la búsqueda incesante del aumento de las fuerzas productivas y de la productividad convirtieron al “espíritu comunista” en una moral y una ética que al exaltar las virtudes del trabajo como fuente de riqueza social por sobre su posible papel emancipador niegan el carácter alienante de este y reproducen así la subordinación de la libertad a la necesidad.[16]
En esta ideología del progreso el socialismo no será el resultado de la acción política de los trabajadores sino que es una tendencia inevitable de la historia, el motor del cambio social no es la lucha de clases sino el desarrollo de las fuerzas productivas. Tal formulación que hace abstracción del papel de las clases en la historia y del propio origen del Estado soviético pasa a colocar a este como un simple garante de ese inexorable destino superior de la humanidad. Puesto que las “leyes del desarrollo económico” son inmutables el hombre, dice Stalin, solo puede “aprovecharlas”: “Basándose en la ley económica de la armonía obligatoria entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas, el Poder Soviético socializó los medios de producción, los hizo propiedad de todo el pueblo y de esta manera destruyó el sistema de la explotación y creó las formas socialistas de economía. De no haber existido esa ley y sin apoyarse en ella, el Poder Soviético no habría podido cumplir su tarea”.[17]
Con ello en la teoría y la práctica stalinista, la clase obrera se convierte en el objeto de la acción del partido y del Estado, portadores de la ciencia de la evolución social. La clase cede su lugar de protagonista directo a una organización que abroga ser su representación legítima y en el extremo opuesto de la formulación original donde el Estado de transición debe tendencialmente desaparecer, este pasa a convertirse en el único sujeto capaz de garantizar la transformación incluso durante la fase comunista. La transición se convierte en una cuestión del Estado y ya no del proletariado organizado como clase.
Tal sustitución que parte de una lectura parcial de la teoría de Lenin sobre la relación del partido de vanguardia y los intereses históricos del proletariado, establece una identidad artificial entre clase y partido, dejando de lado que aquel siempre buscó la participación directa de los trabajadores en el mismo y que además, como han estudiado Dos Santos y Vambirra, para él, el partido no tenía una forma preestablecida y única, sino que esta debía responder a las condiciones históricas concretas en que realizaba su actuación. El partido regimentado y centralizado había sido el resultado del contexto zarista en que se desarrolló la lucha bolchevique y no una forma universal para todo tiempo y lugar y en el mismo sentido el régimen monopartidista fue el resultado de la lucha de clases y no una cuestión de principios.[18] Empero en tanto el stalinismo sustituye al proletariado por el Partido y el Estado “proletarios”, el socialismo deja de ser concebido como una producción planificada democráticamente por los productores, para identificarse como una economía centralizada por el poder estatal que se supone es su representación; el socialismo pasó a ser igual a estatismo.
Puesto que el partido es presentado como la encarnación de la conciencia de la clase obrera y en cuanto este dirigía el Estado y la economía; la nacionalización de los medios de producción y su administración centralmente planificada por aquel, se asimilaron al socialismo. Con esta identificación teórica la Unión Soviética podía afirmar que hacia 1935, con la estatización absoluta de la economía a través de la colectivización forzada del campo, había alcanzado el horizonte socialista cuando hasta antes de esa década existía una clara distinción dentro del movimiento obrero entre nacionalización y socialización.[19] Así, es como en el marxismo soviético, el desarrollo económico controlado por el Partido-Estado pasó a ser sinónimo de socialismo y aquel se convirtió en la única forma válida de representación del proletariado y su ideología y por ende en el único sujeto capaz de llevar a cabo su tarea histórica.
Al establecer estas identidades entre socialismo y economía estatizada y entre clase obrera y Estado-Partido, el stalinismo transmutó la transición planteada originalmente como creciente autoorganización política y económica del proletariado, para controlar directamente las tareas de administración social y de producción-distribución en un proceso de creciente fortalecimiento del control político y económico por parte del Estado. Con dichas interpretaciones parciales de las teorías de Marx y de Lenin, se genera una versión de la transición distinta de la de los clásicos; de la participación insustituible de los trabajadores en la gesta emancipadora, se pasa a una versión donde las clases populares no son más que espectadoras inermes ante la fuerza de la historia y donde el Estado —único agente viable de la transformación— se abroga para sí la administración de la construcción del socialismo. De un modelo que plantea el control directo de los trabajadores sobre la producción para avanzar en la liberación social, se pasa a uno donde la demanda del desarrollo material se convierte en el mecanismo renovado de la explotación y la dominación.
Lo que en Marx debía ser una creación consciente, se convierte en un acto que resultará del mero desarrollo de las fuerzas productivas, dando lugar finalmente a una transformación desde la visión dialéctica original de la construcción socialista a una mecánica y economicista:
A partir de 1923 las decisiones del equipo dirigente van apartándose cada vez más de los intereses de clase del proletariado. Las decisiones no presuponen ya que el proletariado sea un agente revolucionario, sino que son impuestas al proletariado y al resto de la población. […] Y como la voluntad de la dirección actúa sobre el proletariado desde arriba, la teoría proclamada o sancionada por ella asume unas formas deterministas muy rígidas. La dialéctica queda petrificada dentro de un sistema universal en el que el proceso histórico aparece como un proceso “natural” cuyas leyes objetivas, que están por encima de los individuos rigen tanto la sociedad capitalista como la socialista. […] La interpretación marxista soviética de la relación entre el factor subjetivo y el objetivo transforma el proceso dialectico en un proceso mecánico.[20]
En suma, en la visión stalinista-soviética de la transición, el crecimiento económico, es la razón de ser del socialismo y el sujeto de esta realización, es el Estado; la liberación social será un resultado que vendrá a posteriori. La transición es un simple problema “económico”, donde se entiende a la economía como mero desarrollo material, una simple cuestión técnica para aumentar la productividad social.
En los hechos la sociedad soviética guiada por esta concepción, conformó un sistema político, donde la burocracia estatal concentró el poder excluyendo a las mayorías trabajadoras de la toma de decisiones, y donde la economía en su conjunto estuvo subordinada a las necesidades de la industrialización. Industrialización que además y en consonancia con la razón productivista se identificaba con la industria pesada dejando en segundo término la de bienes de consumo.[21] Tal primacía ideológica por crear la base industrial llevó también a la colectivización forzosa del campo y estuvo en el fondo de las tensiones que a lo largo de la evolución del sistema estuvieron presentes entre los requerimientos de aquella y las demandas de los productores agrícolas.
A pesar de todo, el éxito logrado por la URSS en su política de desarrollo industrial y su hegemonía ideológica en el movimiento comunista internacional, permitieron que su experiencia concreta se convirtiera en fórmula universal de la transición socialista. Desde la consolidación del control stalinista en la III Internacional, esta visión mecánica del marxismo, se difundió a través de sus adherentes nacionales, como el único medio válido para la edificación socialista y permaneció como versión dominante durante gran parte del siglo XX hasta que comenzó a ser cuestionada durante los años 60 y 70 por la revalorización crítica de Marx, pero sobre todo por la emergencia de experiencias revolucionarias como la china, la cubana y las lecturas teóricas que de ellas se desprendieron. No obstante, las críticas y el hecho de que estas surgieron casi con la misma revolución de octubre, y que se desarrollaron a la par de su propio devenir, el consenso en torno a su propuesta socialista permeo todo el ideario de izquierda del siglo pasado y su “espíritu comunista” no ha dejado de estar presente en algunas formulaciones contemporáneas, cobijado por el manto neoliberal que distorsiona sistemáticamente la teoría marxista.
Elementos para el análisis de las propuestas de transición contemporáneas
De esta apretada síntesis de la evolución que siguió, la concepción sobre el tránsito al socialismo en el marxismo se desprenden, en términos esquemáticos, dos formas diferenciadas de abordar el problema: la que parte del propio Marx que hemos denominado dialéctica y la segunda fundada por la teoría y la práctica soviética que llamaremos economicista-desarrollista. Evidentemente la breve revisión que hemos hecho y la simplificación que se propone dejan de lado un conjunto de propuestas, movimientos y visiones surgidas a lo largo del siglo XX que no son del todo idénticas con las interpretaciones reseñadas, sin embargo consideramos que estas permiten diferenciar a esas otras versiones de la construcción socialista según su afinidad o distanciamiento con cada una de aquellas. Es decir, que los dos planteamientos sintetizados permiten clasificar a esas otras experiencias en uno u otro campo, según sus presupuestos ideológicos (entendidos no como “falsa conciencia” sino como visión de mundo) y su práctica política mediada por ellos. Así, por ejemplo, el llamado socialismo consejista o el pensamiento de Ernesto Guevara, pueden ser clasificados dentro del primer paradigma aquí señalado, mientras que por otro lado, y dado que ambos posicionamientos coinciden con una cierta interpretación reduccionista del marxismo y de la economía tanto la socialdemocracia clásica como el eurocomunismo podrían entrar en el segundo campo aquí delimitado.
En este sentido la diferenciación establecida puede ser entonces un criterio para estudiar las propuestas de transición socialista contemporáneas pues cada uno de dichos paradigmas implica un conjunto de supuestos ideológicos y apuestas prácticas que conllevan un abordaje totalmente diferenciado del problema de tratar de construir una sociedad poscapitalista. Cada una de tales concepciones supone formulaciones teóricas diferentes en torno a la economía y la política, respecto de los sujetos del cambio social e incluso respecto a la forma misma en que se concibe tal cambio.
Esos presupuestos teóricos pueden ser entonces ejes analíticos para dilucidar los fundamentos ideológicos de determinado proyecto de transición e identificar el tipo de relaciones sociales que generan y de la que a su vez son expresión. Es decir, pueden constituir elementos para la crítica de los proyectos que actualmente reivindican el objetivo socialista al mostrarnos tanto el trasfondo de su concepción sobre lo social y lo que conciben como central en su proyecto de transición, sus presupuestos teórico-ideológicos, como puede permitirnos esbozar las posibles consecuencias socioeconómicas y políticas de mediano y largo que plazo que estarían promoviendo.
Al partir del pensamiento teórico de Marx, la visión dialéctica concibe la realidad social como una totalidad; se entiende la sociedad como síntesis articulada de todos los elementos que la conforman y supone que cada uno de estos elementos está en estrecha relación con los demás, pues cada fenómeno concreto es expresión de “múltiples determinaciones”. En tanto la noción de totalidad implica que todos los componentes están imbricados dialécticamente, no es posible concebir esferas sociales aisladas o completamente autónomas; la economía es política y la política actúa sobre la economía, así como el resto de fenómenos sociales están condicionados por los demás. Esta influencia recíproca no implica, empero, que todos los elementos componentes de la totalidad tengan el mismo peso causal pues para el marxismo es la base económica, las relaciones sociales de producción, lo que articula y da sentido al conjunto social aunque desde luego la política, la cultura, la ideología y otros procesos sociales actúan a su vez sobre ella.
La determinación estructural, no implica determinismo o fatalidad económica o histórica alguna, sino que solamente establece los límites de posibilidad para la acción, pero lo social es fundamentalmente el resultado de la acción humana. Partiendo de esta perspectiva teórica, es que Marx, como posteriormente Lenin y el Che Guevara, pone el énfasis en la participación subjetiva en la construcción socialista, pues aunque reconoce que esta se realiza en los límites establecidos por el desarrollo material, también considera, como hemos visto, que los actores sociales crean “objetividad” y por tanto hacen la historia. Por tanto para la visión dialéctica, la categoría de la praxis es central en las posibilidades de superar el capitalismo, pues este concepto no es idéntico a la práctica, sino que implica también la reflexión teórica sobre ella, es decir, que reivindicar la importancia de la praxis en la edificación revolucionaria supone a esta como una acción consciente de los trabajadores.
En este mismo sendero teórico el desarrollo de las fuerzas productivas, solo puede ser parte del medio de transformación social, pero no el fin en sí mismo; el aumento de la productividad y la expansión de la ciencia y la tecnología deben ser la base para la liberación del hombre respecto al trabajo. Tal desarrollo debe permitir poner la producción bajo control social para romper con la alienación capitalista en la cual los productores se han constituido en objetos del capital y sus propios productos les aparecen como ajenos, para esta visión dialéctica el desarrollo productivo debe ser parte de la liberación pero no su único fin. El socialismo no es solo aumento de los bienes materiales, sino ante todo proceso de desenajenación humana.
En términos de los postulados políticos, la centralidad de la praxis se expresa en la búsqueda por encontrar los mecanismos y los medios que coloquen a los trabajadores en la toma directa de decisiones y en la gestión directa de la economía; la dictadura del proletariado como realización de una verdadera democracia y la producción socialista como autogestión de los productores. Por ende, en esta visión, el socialismo se identifica como democracia, pero una democracia sustantiva, como poder de todos, y por tanto, para esta perspectiva, el sujeto socialista solo puede ser directamente la clase trabajadora y el conjunto de la sociedad y nunca una “representación”.[22]
La principal diferencia teórica e ideológica de la visión economicista-desarrollista respecto a la postura dialéctica, consiste en su concepción sobre la realidad social. En contraposición al reconocimiento de esta como totalidad, el economicismo parte de una formulación que tiende a fragmentar sus distintos componentes como esferas, completamente autónomas o por el contrario a establecer entre ellas relaciones estrictamente deterministas.
Como vimos el marxismo soviético identificó la propuesta socialista con desarrollo económico, otorgándole a este el elemento dinámico de la transición y colocando a los sujetos sociales como observadores pasivos o administradores de ese elemento. Esta postura parte de la idea del “factor económico” como la variable determinante de la historia y de un materialismo pre-marxista en el cuál el sujeto y su consciencia no son más que el resultado de las tendencias objetivas de la evolución material. No hay aquí interacción dialéctica entre los elementos de lo social, sino un condicionamiento absoluto de la base productiva.
Tal reduccionismo economicista, conduce a otorgar prioridad absoluta al desarrollo sobre los elementos democráticos, en el proceso de construcción socialista y por ende la participación política y económica quedan sujetas y condicionadas a la eficiencia y los requerimientos de aumento de la productividad. Aquí el socialismo es igual a incremento de bienes materiales y crecimiento económico. Esta visión restringe así la economía a una “esfera técnica”, donde la producción es solo creación de cosas, pero no reconoce que también es generación de relaciones sociales, pues, como nos dice Aricó, para Marx: “[…] la esfera económica era la esfera de la producción de cosas y a la vez producción de ideas, era producción y comunicación intersubjetiva, es decir comunicación entre los hombres; era producción material y producción de relaciones sociales, relación del hombre con la naturaleza mediada por la relación con los otros hombres”.[23]
Esta reducción de la economía a una cuestión de técnica que a su vez lleva a transformar el materialismo histórico en una “[…] concepción tecnológica de la historia”[24] fue compartida por el revisionismo de Bernstein, el pensamiento de Kautsky y, como vimos, es el sustrato teórico de la concepción stalinista del socialismo. Por tanto, en la visión economicista-desarrollista de la transición lo definitivo es el perfeccionamiento técnico, el aumento de la producción y el crecimiento económico dejando de lado las relaciones sociales mediante las cuáles se consigan estos objetivos.
Dicho reduccionismo de la economía va de la mano con la autonomización absoluta de las otras dimensiones de lo social, en particular de la política. Pareciera que las decisiones políticas no tienen ninguna relación con las tendencias que se producen en la base material, pues esta actúa independientemente de aquellas y por tanto la “política” no expresaría ni actuaría sobre la “economía” pues ellos serían dos campos independientes, aunque con primacía del primero en la construcción social. Esta doble distorsión ideológica (como falsa conciencia) parte de una misma interpretación teórica que separa artificialmente economía y política y que de esa manera reproduce el fetichismo capitalista que hace aparecer las relaciones de trabajo como ajenas a la dominación y al poder político como algo separado de las relaciones de producción social pues: “Fracturar la vida social, romper o desconocer las relaciones, es un principio epistémico para el mundo (y las ciencias) que construye la modernidad del capital”.[25]
Sintetizando, la visión dialéctica del tránsito al socialismo se fundamenta en los siguientes principios teóricos:
- La realidad social es una totalidad articulada donde se establece una interacción dialéctica entre sus componentes.
- La centralidad de la praxis en la historia.
Tales principios se expresan a su vez en el eje básico de su propuesta política: el socialismo es desarrollo económico pero también democracia por tanto la participación de los trabajadores en la política y la economía, y no su subordinación a ellas, es la base para su realización. En tanto la visión economicista-desarrollista supone los siguientes presupuestos teóricos:
- Determinismo estructural.
- Separación entre economía y política.
Qué llevados a su formulación practica implican; el socialismo es igual a crecimiento de las fuerzas productivas y progreso económico, sin consideración alguna sobre las relaciones sociales y políticas para llevarlos a cabo, todo se subordina al principio del aumento de la productividad.
En la versión dialéctica, la base material es condición necesaria, pero no se considera suficiente sino va acompañada de la acción consciente de los trabajadores y en la otra se concibe el cambio como proceso de desarrollo de las fuerzas productivas que hará emerger la nueva sociedad, o más bien, que la nueva sociedad es este mismo aumento y su creación de bienes materiales. Además dado que en esta versión la política ha pasado a un lugar secundario, el papel de los trabajadores ha podido ser sustituido por el Estado. En la visión marxista original lo central es el la clase obrera que controla el poder político y la producción, esta es la condición sine qua non de la transición, en cambio, para la versión originada en el marxismo soviético y los proyectos que se fundamentan en sus principios es el Estado el actor indiscutible y las fuerzas productivas la razón y el medio que harán posible la transición. Actuar de acuerdo al modelo de Marx implica buscar la socialización del poder y la producción en tanto el socialismo de inspiración soviética promueve la estatización de la economía y el poder.
En este sentido mientras en la visión dialéctica se pone el acento en la acción autónoma de los trabajadores, y el trabajo es visto como un medio de emancipación en la postura desarrollista, el socialismo es el proceso de aumento de las fuerzas productivas, y por tanto de la reproducción de la enajenación del trabajo con lo cual reproduce la lógica productivista del capitalismo. Pero también recrea su concepción teórica de lo social y por ende pretende avanzar con métodos y lógicas capitalistas hacia el socialismo, con el trágico final conocido.
Cada visión implica pues el fortalecimiento de algún elemento en detrimento de otro: el poder de los trabajadores con el poder del Estado, la acción económica consciente con la enajenación a la productividad del trabajo, y en general una idea distinta sobre el socialismo y la forma de llegar a él. Para Marx socialismo es igual a poder de los trabajadores y por tanto se identifica con democracia, en la versión soviética socialismo es igual a desarrollo económico, en aquel el empoderamiento de la sociedad es el medio y el fin del socialismo en este el crecimiento económico, el aumento de la producción y de la eficiencia y la técnica, son su camino y su horizonte. Por lo tanto para leer críticamente las experiencias que actualmente enarbolan la idea socialista cabe preguntarse: ¿a cuáles de estos paradigmas responden los fundamentos teóricos e ideológicos que las orientan? ¿Ponderan el empoderamiento de los trabajadores o ponen el acento en lo “económico”?, ¿cuál es papel otorgado a la clase trabajadora en la teoría y en la práctica?, ¿cómo es concebido el Estado?, ¿el socialismo es entendido como creciente autogestión de los productores o como control estatal sobre la economía y el poder? Al pensar cada caso concreto desde los planteamientos que supone cada formulación podemos entender tanto su idea respecto al socialismo como la tendencia social de su práctica.
Pensando por ejemplo en el caso cubano habría que dar cuenta si la llamada “actualización” del modelo no está más orientada por el “espíritu comunista” que por la búsqueda de construir el “hombre nuevo” que promovía Guevara. En contra del modelo stalinista y en concordancia con la visión dialéctica de Marx, el Che concebía el proceso de tránsito socialista como una empresa definida fundamentalmente por la participación activa de las masas en su realización, por eso toda política de desarrollo económico debía encaminarse también a la generación de los valores y principios de la nueva sociedad: a la construcción de la moral comunista: “[…] los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica”, “Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo”.[26] Por ejemplo, para explicar, por qué China puede argumentar que continúa la edificación del socialismo, cuando es una de las mayores potencias capitalistas de la actualidad, hay que buscar la respuesta en esa identificación del marxismo, como teoría del desarrollo de las fuerzas productivas que le permite tal justificación ideológica. Por otro lado, esta distinción paradigmática, puede ayudarnos a entender las contradicciones del proyecto del Socialismo del siglo XXI en Venezuela, si ubicamos su origen en las diferencias entre aquellos que identifican este proyecto con una reedición del modelo nacionalista de desarrollo y aquellos que lo vislumbran, más bien como creación del poder popular así como en las consecuencias políticas que derivan de cada interpretación. Así sin duda para los primeros, la prioridad de la revolución bolivariana es el aumento de las fuerzas productivas, aunque ello signifique subvencionar a la burguesía “nacional”, mientras que para los segundos, de lo que se trata es de ampliar y fortalecer los espacios de autogobierno y autogestión de las comunas.[27] En suma desde esta diferenciación paradigmática podemos estudiar críticamente las propuestas que hoy vinculan su discurso y su práctica al socialismo; identificar sus raíces teóricas y, partiendo de la experiencia histórica del devenir del modelo soviético, vislumbrar si realmente tienden o no a la sociedad de “hombres libres”.
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Notas
[1] Sobre las primeras actividades políticas del joven Marx y las discusiones de que fue participe puede verse Concheiro, Elvira, Reencuentro con Marx. Partido y praxis revolucionaria, ed. cit., p. 43 y ss.
[2] Marx, Karl, Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, ed. cit., p. 59.
[3] Marx, Karl, Critica al programa de Gotha, ed. cit., p. 774.
[4] Marx, Karl, La guerra civil en Francia, ed. cit., p. 76.
[5] Marx, Karl, Critica al programa de Gotha, ed. cit., p. 665 y ss.
[6] Una síntesis de estas formulaciones puede verse en Bagú, Sergio, Marx-Engels: Diez conceptos fundamentales en proyección histórica, ed. cit., pp. 190-193.
[7] Aricó, José, Marx y América Latina, ed. cit., p. 91 y ss.
[8] Marx, Karl, Miseria de la filosofía, ed. cit., p. 121.
[9] Marx, Karl, Engels, Friedrich, Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosóficos, ed. cit., pp. 13-17.
[10] Sobre la relación entre economía y política en el pensamiento de Marx Cfr. Aricó, José, Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo, Osorio, Jaime, Fundamentos del análisis social. La realidad social y su conocimiento (capítulos I y VIII), y Kohan, Néstor, Nuestro Marx.
[11] Cfr. Marcuse, Herbert, El Marxismo soviético. En dicha obra Marcuse sostiene que hay una relación de génesis directa entre la teoría leninista y la conformación del marxismo soviético como doctrina de la URSS. Sin embargo considero que más que en la obra de Lenin es en la genealogía del marxismo como economicismo donde debe hallarse el origen doctrinario de la interpretación stalinista. Tal génesis ha sido sintetizada por Néstor Kohan al analizar cómo esta interpretación del marxismo como teoría del “factor económico” parte de una lectura positivista de ciertas obras de Marx y Engels (Contribución a la Critica de la Economía Política de 1859 y el Anti-Dühring) que va desde Kautsky como supuesto heredero teórico de aquellos, pasando por Plejánov y su reputación como uno de los teóricos más prestigiosos de la Segunda Internacional hasta llegar a su expresión más desarrollada (fetichizada) en el “materialismo dialectico” convertido en doctrina del Estado Soviético con la consolidación de Stalin en la cima de dicho poder. Cfr. Nuestro Marx op. cit., en particular la primera parte del estudio. Por tanto al retomar a Marcuse lo hacemos en tanto su estudio sintetiza como las formulaciones stalinistas-soviéticas en cuanto fundamento teórico de la visión de transito al socialismo en dicha experiencia histórica conformaron un paradigma diferenciado y opuesto respecto a la propuesta marxista original sin suscribir su afirmación sobre la identificación entre las formulaciones de Lenin y el devenir posterior de la Unión Soviética pues en mi apreciación la preocupación política de este contra la burocratización y en general la relación que establecía entre las condiciones objetivas y subjetivas para la construcción socialista lo acercan más a la perspectiva de Marx que a la de Stalin.
[12] Stalin, Iósif, Los Problemas económicos del Socialismo en la URSS, ed. cit., p.75.
[13] Idem, p. 88.
[14] Cfr. Kohan, Néstor, Op. cit., pp. 119-121.
[15] Idem, p. 140.
[16] Marcuse denomina como “espíritu comunista” a la racionalidad soviética que reproduce los valores y la moral burguesa en alusión al “espíritu capitalista” que Weber identificó con la ética protestante, op. cit., p.193 y la segunda parte del estudio.
[17] Stalin, Op. cit., p. 76.
[18] Cfr. Dos Santos, Theotonio y Bambirra, Vania, La estrategia y táctica socialistas de Marx y Engels a Lenin. Sobre las condiciones que llevaron a la construcción del régimen de partido único Carr señala que en el proceso socialista el partido de revolucionarios profesionales se había convertido en un instrumento para “conducir y supervisar” el funcionamiento del Estado y que con la formulación del “leninismo” como dogma se estableció el carácter de guía infalible del partido. Algunos otros hechos como la supresión de la Asamblea Nacional Constituyente, en la que no tenían mayoría y cuyos representantes habían sido escogidos antes de la insurrección de octubre y por tanto consideraban que no representaba el nuevo sentir popular, y el X Congreso donde fue prohibido todo faccionalismo debido a los peligros de división dentro del partido son también mencionados como antecedentes que llevaron a la monopolización y monolitismo del poder, Carr, E. H., La revolución rusa: De Lenin a Stalin 1917-1929, ed. cit., pp. 49-53 y 94-98.
[19] Patula, Jan, Europa del Este: del Stalinismo a la democracia, ed. cit., p. 29.
[20] Marcuse, Op. cit., p. 155.
[21] Aunque tras la muerte de Stalin hubo intentos por dar prioridad a la producción de bienes de consumo al final sus promotores terminaron siendo vilipendiados por tratar de cuestionar la “sacrosanta prioridad absoluta concedida a la industria pesada” y cediendo el poder a los grupos del partido que daban continuidad a tal política, Bensaid, Daniel, Revolución socialista y Contrarrevolución burocrática, ed. cit., pp. 36-41, Cfr. Deutscher, Isaac, Rusia, China y Occidente, ed. cit., pp. 36-40. Al respecto dice Marcuse: “los esfuerzos para reducir las inversiones en la industria pesada en favor de la industria ligera y para incrementar la producción de bienes de consumo que se pusieron de manifiesto después de la muerte de Stalin, adoptaron la forma de una lucha por el poder entre determinados grupos de la alta jerarquía soviética. Sin embargo, la tendencia a largo plazo de la industrialización soviética, así como la estructura política por ella definida, parecen haber predeterminado en gran medida las decisiones. La edificación stalinista de la sociedad soviética descansaba sobre la prioridad otorgada a la industria pesada; un viraje fundamental en el equilibrio significaría también un viraje fundamental en la propia estructura, en el sistema económico y político”, Op. cit., pp. 118-119.
[22] Esto no implica desde luego que en sociedades de masas como las contemporáneas no tengan que establecerse mediaciones y mecanismos para hacer efectiva la participación del conjunto social pero ello es diferente de buscar sustituir dicha participación delegándola en otros individuos u organizaciones según lo impuso la democracia “representativa” de cuño estadounidense, Cfr. Meiksins Wood, Ellen, Democracia contra Capitalismo. La renovación del materialismo histórico.
[23] Aricó, José, Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo, ed. cit., p. 90.
[24] Idem.
[25] Osroio, Jaime, Op. cit., p. 28.
[26] Guevara, Ernesto, El socialismo y el hombre en Cuba, ed. cit., pp. 20-34.
[27] Una revisión sobre los orígenes y las propuestas de la “vía venezolana al socialismo” puede verse en Zendejas Maximo, Julio Diego, Poder Popular, la vía bolivariana al socialismo. Los Consejos Comunales: entre autonomía y subordinación, ed. cit., pp. 137-164.
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