Las antinomias de la razón: destino, mito y poesía

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Las antinomias de la razón: destino, mito y poesía

PORTADA: ANDRÉ BRETÓN, “CADAVER EXQUISITO” (1930)

 

Me pasaría la vida provocando las confidencias de los locos.
Son sujetos de escrupulosa honradez,
y su inocencia sólo es igualada por la mía.
André Bretón

 

Resumen 

La historia del grupo Surrealista expone la convergencia entre la poesía y el arte. Expresión que exhibe los modos de la producción intelectual y los gestos de una comunidad creativa que explora los misterios del inconsciente y libera la magia de la prosa del mundo. A través de la pintura y la escritura automática el Surrealismo pone en crisis la visión y el pensamiento habitual del mundo. La intención de este ideario es trazar un atlas entre André Bretón y Georges Bataille, donde el destino del hombre es el punto de convergencia entre ambos pensadores. El cuestionamiento de la humanidad pone en jaque a la razón y la desdobla en sus antinomias: destino, mito y poesía serán los hilos conductores de este escrito.

Palabras clave: destino, mito, poesía, experiencia, pensamiento, surrealismo.

 

Abstract

 The history of the Surrealist group exposes the convergence between poetry and art. Expression that exhibits the modes of intellectual production and the gestures of a creative community that explores the mysteries of the unconscious and releases the magic of the prose of the world. Through the painting and the automatic writing the Surrealism puts in crisis the vision and the habitual thought of the world. The intention of this text is to draw an atlas between André Breton and Georges Bataille, where the destiny of man is the point of convergence between both thinkers. The questioning of humanity puts reason in check and unfolds it in its antinomies: fate, myth and poetry, points that will be the guiding thread of this writing.

Keywords: destiny, myth, poetry, experience, thought, surrealism.

 

La historia del grupo Surrealista es la de una peculiar convergencia entre la poesía y las artes plásticas. Fulguración expresiva que expone los avatares de la producción intelectual y los gestos de una comunidad creativa con el propósito de explorar los misterios del inconsciente y liberar la magia encerrada en la prosa del mundo. Para su demiurgo, André Bretón, el mundo habitual se encuentra marcado por rasgos abismales que esconden lo ilógico, lo innombrable, lo invisible; dimensiones que al hacerse evidentes ponen en crisis las certezas de una realidad uniforme regida por el orden lógico de la razón, la producción capitalista y el sistema de la mercancía.

Tanto va la fe a la vida, a lo que en la vida hay de más precario —me refiero a la vida real—, que finalmente esa fe se pierde. El hombre, soñador impenitente, cada día más descontento de su suerte, da vueltas fatigosamente alrededor de los objetos que se ha visto obligado a usar, y que le han proporcionado su indolencia o su esfuerzo; casi siempre su esfuerzo, ya que se ha resignado a trabajar, o, por lo menos, no se ha negado a tentar su suerte […].[1]

El vertiginoso recorrido de Bretón para 1924 (Primer Manifiesto) se construía en torno a ciertas preocupaciones y a ciertos intereses para acceder a lo suprarreal e irracional, es decir, a esa dimensión latente, escondida y desconocida llamada inconsciente. De ninguna manera construcción de ficciones sino un disconformismo absoluto contra la resignación que dominaba la vida moderna. En contrapartida, lo que el Surrealismo buscaba era activar a ese soñador impertinente, tentar la suerte, liberar la imaginación poética. Su efecto: catalizar el libre flujo de un lenguaje sin reservas para desencadenar imágenes colmadas de contrariedad y arbitrariedad. Su consecuencia: el retorno del hombre a la magia, el azar y la soberanía de lo primitivo. Su arma de ataque: el arte.

Arma de combate que a través de la mirada salvaje, la polisemia del sentido, la ruptura de la rutina y la valoración de lo excluido pretende extender los límites impuestos a la visión y al pensamiento. El ojo polivalente y el automatismo son los protagonistas de una revolución artística que gesta una imagen múltiple y un vocabulario incierto que provienen de las entrañas del inconsciente. A través de la pintura y la escritura automática el Surrealismo pone en crisis la visión convencional y el pensamiento habitual del mundo. El cuadro, la fotografía, el poema, la novela, son máquinas de guerra que devuelven al ojo su estado salvaje y al pensamiento esa posibilidad de ser otro.

Las manchas de Jean Arp, los collages de Max Ernst, los chorreados de Joan Miró, las automáticas de André Masson; nuevas técnicas azarosas: la decalcomanía, rayograma, el cadáver exquisito; también, poetas y novelistas como Louis Aragón, Phillippe Soupault, Paul Éluard, Benjamin Péret, Antonin Artaud y muchos artistas más forman esa comunidad creativa que despliega la posibilidad poética como articulación del arte. Pero, además, cabe mencionar un nombre más. Un personaje en el que se centrará esta discusión. Una presencia que impregnó de manera arrebatadora el campo del arte, el pensamiento, la arqueología y la poesía. Maldito, exiliado, expulsado: Georges Bataille: “No soy un filósofo, sino un santo, quizás un loco”.[2]

Entre Bretón y Bataille surge un diálogo inconfesable; un intersticio entre el Surrealismo y la modernidad, entre la poesía y el pensamiento. Un umbral que desborda una producción intelectual sin precedentes. Una suerte de juego entre el amor y el odio, o más bien entre Eros y Tánatos que despliega una innegable voluntad de inversión a la normalidad y a la ley a través de la soberanía del lenguaje y la expresión de un pensamiento singular.

“Sin duda, desde hace veinte o treinta años, nadie como André Bretón ha manifestado una preocupación por dar incluso a los actos más íntimos un sentido en que el destino del hombre estuviera comprometido”.[3] Esta frase escrita por Bataille en el texto El surrealismo y su diferencia con el existencialismo nos sirve de preámbulo para introducir este ideario. Antes de la innegable ruptura entre Bretón y Bataille existía un interés común que marcaba el rumbo de sus coincidencias poéticas. Para ambos el destino del hombre era algo problemático. En la modernidad, el hombre del proyecto (del progreso) había perdido las fuerzas vitales que lo caracterizaban en otro tiempo. Su voluntad, soberanía, instinto e imaginación se habían diluido en el rumbo que marca el mundo de los intereses, los fines y la utilidad. El hombre del proyecto, como Bataille denomina a este hombre de la acción, dominado por la razón y la utilidad, ha perdido su capacidad de asombro ante la vida. Este hombre, para Bretón, ha dejado de soñar, imaginar, poetizar. El destino del hombre es el punto de convergencia entre Bretón y Bataille. Pero, ¿a qué conlleva pensar el destino del hombre? La pregunta por el destino abre un umbral en donde se encuentran suerte, soberanía, voluntad y juego, es decir, la experiencia interior para Bataille, la magia cotidiana para Bretón. El cuestionamiento de la humanidad pone en jaque la razón y la desdobla en sus antinomias: destino, mito y poesía.

ANDRÉ BRETÓN, “CADAVER EXQUISITO” (1933)

 

El destino del hombre

Cada ser humano que no va hasta lo extremo
es el servidor o el enemigo del hombre.
En la medida en que no provee,
por vía de alguna tarea servil, a la subsistencia común,
su deserción contribuye a darle al hombre un destino despreciable.
Georges Bataille

 

Las ideas subversivas de Bretón se centran en el combate continúo contra las convenciones y los valores heredados. Por medio de un espíritu apasionado, viviente y activo, preocupado por el mundo y lo que en él acontece, Bretón afirma una postura que confronta la situación de su época. Concepción del mundo y de la vida que reclama el retorno a los valores vitales del hombre: la imaginación, la creación y, sobretodo, el amor. Aspectos con fuerte reminiscencia del pensamiento romántico de Novalis y que podemos apreciar en el siguiente fragmento de Los discípulos en Sais: “El poeta, que siente como ellos, da gracias a su amor y trata, por medio de su canto, de trasplantar ese amor, germen de la edad de oro, a otros tiempos y otras comarcas”.[4] Voluntad, libertad y amor, rasgos que se desprenden del movimiento romántico, cuya reflexión en los diferentes manifiestos surrealistas no dejan de exponer una profunda preocupación por el destino del hombre sin dejar de reconocer que el ejercicio de esos valores sólo es posible a través de la libertad. “El racionalismo absoluto, que todavía está de moda, sólo permite tomar en cuenta los hechos que dependen, directamente de nuestra experiencia. Los objetivos lógicos, por el contrario, se nos escapan, y es inútil insistir en que se le han establecido límites a la experiencia misma. Ella da vueltas en una jaula de la cual es cada vez más difícil hacerla salir.”[5] Puntualmente. Para Bretón el rigor del racionalismo absoluto subordina la imaginación a acciones útiles en donde el hombre encuentra su destino, pero un destino sin luz.[6] Un destino dominado por una necesidad práctica que no admite postergación alguna y cuyos efectos detonan, por un lado, la imposibilidad de que la imaginación conquiste sus derechos, por el otro, la incapacidad de enfrentarse a cualquier condición excepcional como el amor o la magia. Pero el inconsciente, lo irracional, la carencia del rigor de la razón absoluta, le dan al hombre la posibilidad de experimentar varias vidas; la posibilidad de liberar la experiencia de su jaula de encierro: experiencia extrema e instantánea de todas las cosas es lo que para Bretón debe delinear el destino del hombre.

Esta óptica del destino como experiencia extrema e instantánea nos abre a la otra perspectiva en cuestión, es decir, el hombre del proyecto de Bataille. “Es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz. Es demasiado tarde para pretender ser razonable e instruido, pues esto condujo a una vida sin atractivos. Secretamente o no, es necesario convertirnos en otros o dejar de ser”.[7] Un mundo de oscuridad razonable, el abandono de la razón es para Bataille la posibilidad de vivir al extremo de lo posible.

La subversión de Bataille no acepta la esclavitud impuesta por la racionalidad. “Los presupuestos dogmáticos han puesto indebidos límites a la experiencia: aquel que sabe ya no puede ir más allá de un horizonte conocido”.[8] Para este pensador marginal, “[…] la acción es totalmente dependiente del proyecto”.[9] El mundo del proyecto (del trabajo), es decir, el mundo del progreso, del interés, la utilidad y los objetivos en que se centran la vida del hombre no está implicado en la existencia, sino que paradójicamente es la existencia misma: “es el aplazamiento de la existencia para más tarde”.[10] Pero reflexionemos las implicaciones que surgen a partir de estas vicisitudes: ¿qué efectos se desprenden del aplazamiento de la vida? Ante esto, ¿qué camino tomar?

El desplazamiento de la vida no propone nada para amar más allá de la comodidad y conformidad a la que se somete la existencia. Un mundo sin amor representa la obligación y el interés por el trabajo (proyecto). Los efectos de la civilización vuelven imposible volcarse en la vida de antaño colmada del éxtasis, el derroche y el amor que impregnaba la suerte de sociedades primitivas. Ante tales condiciones ¿qué esperar?: un pensamiento reducido al análisis, un vacío agitado por el aburrimiento, una servidumbre dogmática a la razón.

Imposible dice Bataille, es necesario aventurarse más allá: más allá de Dios, más allá del yo, más allá de lo posible. Sumamente imbuido en las ideas de Nietzsche, Bataille propone una existencia extralimitada, una experiencia más allá de lo posible en donde el hombre es todo aquello que la razón no es:[11] desear la suerte, desear ser hombre. Sobre Nietzsche, Bataille afirma con pasión: “La idea de ser el sueño de lo desconocido […] es según parece, el punto extremo alcanzado por Nietzsche. En ella se desarrollan la felicidad del ser, de afirmar, el rechazo de ser todo, la crueldad y la fecundidad naturales: el hombre es un filósofo bacante”.[12]

ANDRÉ MASSON, “ACÉPHALE” (1936)

La apuesta por la vida, la voluntad de poder, el amor fati nietzscheano (amor al destino) que afirma la vida tanto en el éxtasis como en el derroche es la apuesta de Bataille que mantiene ciertas correspondencias con las ideas de Bretón en cuanto emancipación del hombre en todos los sentidos posibles. Vemos entonces la coyuntura entre el amor, la voluntad y el azar en Bretón; la soberanía, la suerte, el éxtasis y el derroche en Bataille. ¿A dónde nos llevan estas intensidades desbordadas que rehúyen el sometimiento de la razón? Innegablemente a los peligrosos caminos de lo desconocido.

Entre Novalis y Nietzsche, del Romanticismo al Existencialismo se extiende un puente que clama por el destino del hombre como posibilidad abierta. Posibilidad que deja entreabierta la poderosa encrucijada que la soberanía del lenguaje despliega por medio de lo poético. Para Bataille, la experiencia interior, el lenguaje, lo poético, son formas de ir más allá de lo posible:

En lo que respecta a los hombres, su existencia se vincula al lenguaje. Cada persona imagina, y por ende conoce su existencia mediante la ayuda de las palabras. Las palabras vienen a su mente cargadas de una multitud de existencias humanas –o no humanas– con respecto a la cual su existencia privada existe. El ser está mediatizado en sí por las palabras, que únicamente pueden ofrecerse arbitrariamente como “ser autónomo” y profundamente como “ser relacionado”.[13]

Arbitrariamente “Ser autónomo” y profundamente “ser relacionado” desvanecen la tutela de la razón e invierten los efectos del proyecto, creando en cambio una comunidad secreta donde el hombre se expone como un ser soberano. Pero además, Bataille afirma: “[…] la experiencia interior es proyecto, quiérase o no. Lo es pues el hombre, lo es totalmente a causa del lenguaje, que, fundamentalmente, con excepción de su perversión poética, es proyecto. Pero el proyecto ya no es en este caso aquél concreto de la salvación, sino el negativo que implica abolir el poder de las palabras, y por ende del proyecto”.[14]

Bretón no es ajeno a estas reflexiones y patenta en el pensar poético absoluto la vía que emancipa al hombre del rigor del racionalismo. “Que se tomen simplemente el trabajo de practicar la poesía. ¿No nos corresponde a nosotros, que ya estamos en ella, intentar que prevalezca lo que consideramos nuestra más amplia fuente de conocimiento?”.[15]

El clamor por lo poético detona un punto crucial que traza la trama del pensamiento de Bataille y Bretón cuya suerte es la emancipación del hombre, pero también un punto de quiebre donde estos pensadores divergen. El pensar poético al que alude el Surrealismo implica una nostalgia en el espíritu del hombre moderno. Una nostalgia que demanda el reencuentro de las formas más agudas de la vida poética que se encontraba en los hombres antes de que fuera sometida por la necesidad del trabajo técnico.[16] Pero esta nostalgia también hace evidente la imposibilidad de retornar a un pasado primitivo, de regresar al mito, ya que para Bataile “[…] el hombre actual no podía reencontrar las formas desaparecidas de otro modo que no fuera de una manera completamente alterada por la conciencia que lo caracteriza”.[17] La conciencia del hombre moderno abre la imposibilidad poética a la que alude Bataille. Imposibilidad que se expone como una ausencia: ausencia de mito, ausencia de comunidad, ausencia de poesía. Es esta idea de imposibilidad y ausencia poética lo que sustenta la antítesis a lo antes expuesto y el punto que postulamos como posible ruptura del pacto entre Bretón y Bataille.

 

La ausencia de mito

El hombre propone y dispone.
Solamente de él depende llegar a pertenecerse por entero,
o sea, mantener en estado anárquico
las huestes cada vez más temibles de sus deseos.
Se lo enseña la poesía, que lleva en sí misma la compensación perfecta
de las miserias que soportamos.
André Bretón

 

Bataille apunta en las Conferencias realizadas en 1947 y 1948 que entre el hombre primitivo y el hombre moderno se extiende un abismo. Abismo que se hace notable no sólo por la evidente diferencia de épocas y años que existe entre ellos, sino por una diferencia más problemática: la presencia de la conciencia.

[…] el hombre primitivo era esencialmente inconsciente, y esto dicho en todos los sentidos del término, no tenía consciencia de lo que nosotros definimos como inconsciente. Lo que caracteriza, por el contrario, al hombre moderno, y quizá particularmente al hombre surrealista, es que en su retorno a lo primitivo está constreñido a la consciencia, y aun cuando apunte a encontrar en sí los mecanismos del inconsciente, siempre tendrá consciencia de aquello a lo que apunta.[18]

Vemos aquí una suerte de paradoja entre el inconsciente y la conciencia. Una paradoja que problematiza y cuestiona la posibilidad de un regreso a lo primitivo, de un retorno a estados primigenios que, más que abrir un mundo a lo desconocido, niegan e imposibilitan el mito y la comunidad en que éste asume el poder que en otros tiempos ostentaba. De acuerdo con lo expresado por Bataille en el ensayo, Lascaux o el nacimiento del arte, el hombre primitivo vivía en un estado larvario,[19] es decir, en un estado de total indiferencia entre sujeto y objeto, entre animalidad y humanidad. El hombre primitivo era un hombre religioso, también, material. Su vida estaba llena de mitos, ritos, juegos y fiestas encaminadas a la fecundación de la tierra. Justo esa condición indiferenciada que desconoce la separación entre sujeto y objeto, pero aún más, que desconoce la diferencia entre un estado de conciencia e inconsciencia en términos modernos, es lo que hace imposible recrear una situación a la que siempre seremos ajenos, pues no estamos animados por la pasión, la voluntad y la libertad que desplegaba la soberanía de la vida primitiva. Lo anterior lleva a Bataille a cuestionar la posibilidad del mito como tal, la creación de “realidades verdaderas” y a expresar cierto sentimiento de malestar con el pensamiento surrealista:

Podría estar bien ocuparse en crear mitos y crear ritos y, por mi parte, no creo ser una sombra hostil en contra de este tipo de tendencias. Sin embargo, me parece que cuando mencioné el malestar que resulta del hecho de que ni estos mitos ni estos ritos serán verdaderos mitos o ritos a causa de que no recibirán un consentimiento de la comunidad, antepuse la necesidad de ir más lejos y de representar una posibilidad que, a primera vista, podrá parecer negativa y que quizá en el fondo no es otra cosa que la formas más acabada de la situación.[20]

MADELEINE CHAPSAL Y GEORGES BATAILLE

Ni hostilidad, ni negatividad, más bien el presentimiento de lo imposible; la imposibilidad de acceder a lo que somos, sino a lo que fuimos: un mundo desaparecido. Por un lado, la lucidez, la avidez de mitos exige al hombre el retorno a lo primitivo, pero por el otro, la conciencia le impide acceder a un mito verídico. Mito que Bataille plantea más bien como la ausencia de mito. Ausencia de mito que se hace latente ante los que viven con la pasión que animaba antaño; exigencia que abole la monotonía de la realidad para sumergirse en una realidad mítica. Pero, para Bataille esta ausencia de mito interpela al hombre moderno con una intensidad más apasionante que la del hombre primitivo. No es el hombre de Lascaux, mucho menos el de la Edad Media o del Romanticismo, el hombre moderno es un hombre más perdido, desolado, devorado por el progreso, la civilización lo ha consumado y no en el sentido del éxtasis y el derroche que planea Bataille, sino en un sentido mortal que impide la vuelta al pasado.

La ausencia de mito evidencia la ausencia de comunidad en donde los mitos se afirman como símbolo del universo. La ausencia de comunidad exige que el hombre cuestione y niegue eso que no es: proyecto, utilidad, interés. Ante la ausencia de mito se afirma el hombre como sensación e intensidad que interpelan a la razón, pero no negando su consciencia sino accediendo a una plenitud que expone el vínculo que une existencia y lenguaje. Mediatizado por las palabras el hombre deja que el lenguaje fluya como “ser autónomo”, emancipado, y “ser relacionado”, en comunidad. No por prescindir de la consciencia, sino más bien por ella se transgrede el desencadenamiento inconsciente del hombre primitivo.

Con esto no pretendo decir que los individuos no estén convocados a reunirse como siempre lo estuvieron, pero más allá de esta limitación inmediata, la ausencia de cualquier comunidad debe ser el fundamento de toda comunidad posible, es decir, el estado pasional, el estado de desencadenamiento que era inconsciente en el espíritu primitivo, puede pasar a una lucidez tal que el límite que estaba dado por lo opuesto del primer movimiento en la comunidad que lo cerraba sobre sí mismo tiene que ser transgredido por la conciencia.[21]

Distante a estas reflexiones, Bretón buscaba (imponer) ese mito colectivo de su época, cuyo efecto erótico y subversivo fuera análogo a la novela gótica. Siguiendo los ideales románticos, Bretón proponía explorar las profundidades del inconsciente. Postura que pareciera desvanecer la línea que separa el mito y la utopía, y en donde el inconsciente es la llave que extiende los límites de la realidad para acceder a los mitos y símbolos eternos.

Conciencia o inconsciencia. Experiencia interior o utopía. El lenguaje, su soberanía, es lo que clama con abrumadora intensidad el retorno del mito. Como ausencia o presencia, el mito sólo puede vivir y a la vez morir a través del lenguaje. El lenguaje es la herramienta que detona y dinamiza la posibilidad del otro destino humano. Su modo de expresión, no puede ser otro más que la poesía. Con esto proponemos el tercer despliegue de este ideario: en el lenguaje, la poesía es la máquina de guerra que tanto para Bretón como para Bataille transforma el destino del hombre en el libre ejercicio de su voluntad.

 

La imposibilidad poética

La desaparición de la construcción académica en la pintura determina,
por el contrario, un camino abierto a la expresión
(por eso mismo a la exaltación)
de los procesos sociológicos más incompatibles con la estabilidad social.
Georges Bataille

La escritura, el lenguaje y la poesía son para Bretón el libre flujo del automatismo psíquico. Verbal, pensado o escrito, el automatismo libera al pensamiento del dominio de la razón, de cualquier preocupación moral o estética. Así, en el primer Manifiesto expone: “Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral”.[22]

MAX ERNST, “CITY WITH ANIMALS” (1919)

El automatismo del cuerpo y del pensamiento, libra y deja fluir libremente fuerzas más poderosas. Para Bretón: “El sentimiento de ser movidos, por no decir manejados, por unas fuerzas más poderosas que las nuestras, no deja de ser, en la poesía y en el arte cada vez más agudo, más dominante”[23] Sentimiento de lo poético absoluto cuyo sentido expone la inmensidad de sus poderes perdidos.[24]

Por su parte, para Bataille la escritura es un acto de ruptura, en donde las palabras participan del mundo profano. La escritura, es la insubordinación de un acto soberano, es decir, la destrucción de la personalidad. Destrucción como efecto del abandono de la intención, olvido de lo anterior. La escritura como experiencia interior del hombre quiere convertirse en poesía.[25] “La poesía parece mantener a primera vista un gran valor en tanto que método de proyección mental (y en cuanto hace posible el acceso a un mundo enteramente heterogéneo)”.[26] La poesía, la imposibilidad de la poesía muestra la imposibilidad de límite entre la humanidad y el resto del mundo.

En síntesis, vemos entonces que tanto para Bataille como para Bretón la poesía es motivo de soberanía. Rasgo de lo heterogéneo que linda en extrema confluencia con las diferentes manifestaciones del arte y sobre todo de la vida. Así, dentro del Surrealismo surgen diferentes manifestaciones literarias como las revistas Minoraure o La revolución surrealista; Bataille, en el exilio del Surrealismo, crea y participa en publicaciones como Documents y Acéphale. Estas revistas reunían una comunidad secreta e inconfesable cuyo punto de encuentro era la creación intelectual en torno a temas tan variados como: la religión, la sociología, la antropología, la filosofía, la poesía y el arte. Los miembros de esta comunidad no eran menos singulares que sus temas. Así podemos encontrar dentro de la lista de colaboradores a figuras como Roger Caillois, Pierre Klossowski, André Masson, Picasso, Marx Ernst, Jules Monnerot, entre muchos más.

Al explorar esta laberíntica producción literaria, podemos encontrar al menos dos puntos de convergencia entre Bataille y Bretón: la figura literaria de Sade y la posibilidad plástica como acceso al mundo de lo poético. Así, expone Bataille: “[…] y por encima de todos estos hechos la idea de romper con el pasado da cuenta de la importancia que el surrealismo otorgó por primera vez a la figura […] de Sade”.[27] Tanto para Breton como Bataille, la figura de Sade “expuso la concepción de la vida terrenal en la forma más ultrajante”.[28]

Forma imposible ya que contiene lo aterrador e inadmisible; forma que el hombre es incapaz de pensar al rebasar los límites de lo real, es decir, de lo posible. A través de un relato de lo imposible, Sade afirma el valor extático de la existencia humana. Éxtasis en donde el relato adquiere un fuerte matiz poético fuera de cualquier utilidad o aplicación práctica. La literatura abre un camino que ya no reconoce un fin fuera de ella misma. Ese camino no puede dejar de contagiar a las formas heterogéneas en las que el arte se expresa. Así, para Bataille: “En el arte, el deseo vuelve, pero, antes que nada, es el deseo de anular el tiempo (de anular el deseo), en tanto que, en el proyecto, simplemente existía rechazo del deseo. El proyecto es en definitiva lo propio del esclavo, es el trabajo y el trabajo ejecutado por quien no goza del fruto. En el arte, el hombre vuelve a la soberanía (al cumplimiento del deseo) […]”.[29]

El arte hace retornar el deseo. Pero ese retorno al mismo tiempo anula el proyecto y afirma al hombre como ser soberano. Tanto para Bataille como para Bretón la pintura es una de las formas en que el arte se aproxima a la poesía, tal como lo expresa Bataille en el siguiente fragmento: “Para Bretón, la pintura es lo mismo que la poesía, la pintura sólo existe en la medida en que ella es poesía, y estoy bastante de acuerdo con él”.[30]

Desde diferentes perspectivas, El arte mágico de Bretón o Las lágrimas de Eros de Bataille, vibra un eco continuado que exige la liberación de la forma, la soberanía del acto creativo sometido desde el Renacimiento por la pintura occidental como modelo del arte, ejerciendo un marcado predominio sobre la posibilidades de la imágenes. Así, bajo el esquema de la representación, la mímesis y la imitación, la pintura se convirtió en el medio plástico por excelencia que controlaba la mirada a través de un orden sustentado por un sistema científico-racional, en donde los delirios de la mente, los gestos oníricos y lo inesperado de la magia no tenían cabida.

MAX ERNST, “THE BARBARIANS” (1937)

Bataille puntualiza en Documents: la repercusión de la pintura opera como voracidad y violencia en el orden intelectual: la pintura no es entretenimiento sino una forma que disloca, como por ejemplo la de Picasso que provoca el pensamiento, el movimiento intelectual inmediato. Provocación, movimiento y destrucción son los ritmos en que el pensamiento opera por cuenta propia: desinteresada pero omnipotente. Un ritmo que marca la constante de la pintura automática de André Masson por medio de dibujos realizados en trance y que expresan el gesto del inconsciente a partir del cual se desprenden cuerpos humanos, animales e híbridos, formas vegetales y formas líquidas. Bretón nunca se cansó de admirar la corona de plumas negras y la blusa esmeralda del Portrait de Matisse, ni los rebeldes e ingenuos cuadros de Miró, mucho menos las prodigiosas formas de Chirico que inspiró el libre flujo de su imaginación. La plástica libera gestos del inconsciente que afirman con intensidad pasional lo ya expuesto desde el primer manifiesto: “El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación que habían sido desestimadas, en la omnipotencia del sueño, en la actividad desinteresada del pensamiento”.[31]

El lenguaje, en su verbalización o en el silencio, desde las palabras o las pinceladas, despliega el innegable lazo que, aún en sus rupturas y divergencias, no puede negar la inconfesable comunidad que se extendió entre Bretón y Bataille. Comunidad que queda como huella mítica de una lucha violenta, anárquica y soberana cuya última, principal y única preocupación siempre fue el destino del hombre.

 

Bibliografía 

  1. VV, Acéfale, Trad y prólogo Margarita Martínez, Caja Negra, Buenos Aires, 2010.
  2. Bataille, Georges, La religión surrealista. Conferencias 1947 – 1948, Ana Lucia, Belloro, Las Cuarenta, Edición en Scribd, Buenos Aires, 2008.
  3. ______________, Lo imposible, Fontamara, México, 2012.
  4. ______________, Para leer a Georges Bataille. Selección y presentación, Ignacio Díaz de la Serna y Phillipe Ollé-Laprune, FCE, México, 2007.
  5. Breton, André, Amor loco, Fundamentos, Caracas, 1970.
  6. ____________, Manifiestos Surrealistas, Trad., prólogo y notas., Aldo Pellegrini, Argonauta, Buenos Aires, 2001.
  7. ____________, Magia cotidiana, Fundamentos, Caracas, 1970.
  8. Juanes, Jorge, Artaud/Dalí. Los suicidados del surrealismo, Ítaca, México, 2006.
  9. Los discípulos en Sais, Hiperion, Barcelona, 1988.

 

Notas

[1] Breton, André, Manifiestos Surrealistas, ed. cit., p. 19.
[2] Bataille, Georges, “El surrealismo y su diferencia con el existencialismo”, en Para Leer a Bataille, ed. cit., p. 437.
[3] Idem.
[4] Novalis, Los discípulos en Sais, ed. cit., p. 6.
[5] Breton, André, Manifiestos Surrealistas…, p. 26.
[6] Ibid., p. 20.
[7] V.V.A.A, Acéfale, ed. cit; p. 22.
[8] Bataille, Georges, “La experiencia interior”, en Para Leer…, p. 89.
[9] Ibid., p. 140.
[10] Bataille, Georges, “La experiencia interior”, en Para Leer…, p. 140.
[11] Ibid., p. 117.
[12] Ibid., p. 121.
[13] Idem.
[14] Ibid., p. 114.
[15] Breton, André, Manifiestos Surrealistas…, p. 36.
[16] Ibid., p. 46.
[17] Bataille, Georges, La religión surrealista. Conferencias 1947 – 1948, ed; cit; p. 52.
[18] Ibid., p. 42.
[19] Bataille, Georges, “Lascaux o El nacimiento del arte”, en Para Leer…, p. 385.
[20] Bataille, Georges, La religión surrealista…, p. 54.
[21] Ibid., p. 55.
[22] Breton, André, Manifiestos Surrealistas…, p. 44.
[23] Breton, André, “Sobre el arte mágico”, en Magia cotidiana, ed; cit., p. 136.
[24] Breton, André, “Lo uno en lo otro”, en Magia cotidiana…, p. 53.
[25] Bataille, Georges, La religión surrealista…, p. 54.
[26] Bataille, Georges, “La función de D.A.F de Sade”, en Para Leer…, p. 412.
[27] Bataille, Georges, La religión surrealista…, p. 45.
[28] Bataille, Georges, “La función de D.A.F de Sade”, en Para Leer…, p. 406.
[29] Bataille, Georges, “La experiencia interior”, en Para Leer…, p. 154.
[30] Bataille, Georges, La religión surrealista…., p. 62.
[31] Breton, André, Manifiestos Surrealistas…, p. 44.

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