Estampa y lucha.

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El Taller de Gráfica Popular 1937-2017 de Helga Prignitz-Poda

Estampa y lucha. El Taller de Gráfica Popular 1937-2017 de Helga Prignitz-Poda es un libro maravilloso, tanto por su tema, porque estudia e ilustra el trabajo del Taller de Gráfica Popular, uno de los colectivos artísticos más destacados de México y del mundo, como porque está muy bien realizado. En cuanto al tema, es decir a la excepcionalidad y valor del TGP, quisiera comenzar por contextualizar su historia, principalmente en relación con la función principal que ha cumplido el arte a través del tiempo en relación con el poder. Efectivamente, si realizamos un recorrido histórico general, por la historia del arte occidental en sus distintas etapas, comprobamos fácilmente que, de forma sostenida, en su gran mayoría las artes plásticas han servido a la autoridad hegemónica, sea esta la del Estado en Roma, la de la Iglesia en la Edad Media, o la de los reyes absolutos en el siglo XVIII. La exaltación de la imaginación y del intelectualismo que permean a muchas de las manifestaciones artísticas contemporáneas, corroboran una vez más esta tendencia, entendiendo ahora al arte como un elemento de entretenimiento, destinado a un público selecto y reducido que asiste a galerías y museos, constituyéndose al mismo tiempo como valor de cambio mercantil para los grandes coleccionistas privados o empresariales, sirviendo así a los nuevos detentores del poder en la sociedad contemporánea.

El arte mexicano de las primeras décadas del siglo XX, fue una gloriosa excepción dentro de este desolador panorama, pues tanto los artistas del movimiento muralista, como los artistas dedicados principalmente a la producción gráfica, de forma idealista y decidida se propusieron desafiar al circuito artístico al servicio del poder y del mercado al que acabamos de hacer referencia, para intentar llegar en cambio a un público amplio y popular, entendiendo a su producción, no como una forma de propaganda política de arriba hacia abajo, sino, por el contrario, defendiendo con responsabilidad y compromiso, a los derechos del mismo pueblo para el que su producción estética estaba destinada.

Ahora bien, en el caso del muralismo, por tratarse de un tipo de arte público y monumental, que para existir requiere del patrocinio gubernamental o privado, la independencia ideológica, en muchos casos, resulta más difícil de mantener intacta, mientras que, por el contrario, en el caso del Taller de Gráfica Popular, por tratarse el grabado de un medio artístico más económico y de más fácil reproducción y distribución, el mantener la independencia creativa, resulta mucho más factible.

Por otra parte, en el caso del muralismo, de forma más o menos consciente, frecuentemente los artistas asumieron que como artistas cultos y comprometidos políticamente, caía sobre sus hombros la responsabilidad de educar al pueblo, y que consiguientemente, en sus obras debían expresar sus versiones personales de la historia. En el caso de los integrantes del TGP, por el contrario, siempre se buscó entrar en contacto directo con los sindicatos y con otras organizaciones sociales y políticas populares, reconociendo que dichas organizaciones populares eran las que debían expresar sus propias problemáticas y propuestas, y que en este proceso, los artistas eran tan solo los traductores de dichas problemáticas.

En sus campañas de difusión el Taller ofrecía sus servicios para realizar historias gráficas de las luchas de las organizaciones de trabajadores, ilustraciones de la vida activa de los sindicatos, ilustraciones para folletos, y para campañas de alfabetización y surgieron así infinidad de carteles, hojas volantes, calendarios, tarjetas postales, calaveras y telones sobre temas de política interna tales como la guerra cristera y la denuncia del ataque a los maestros rurales, el apoyo a una huelga minera o magisterial, y a la nacionalización de los ferrocarriles, o la denuncia de la intervención norteamericana en el país, o de asuntos internacionales de gran impacto a nivel mundial y nacional como la guerra civil española o la amenaza del afianzamiento del fascismo en Europa. Más que documentos históricos tradicionales que testimonian la historia de bronce oficial, la vasta obra del TGP es un raro y extraordinario caso de documentos del sentir de las clases populares durante el siglo XX, de su visión a contrapelo de la historia, como diría el destacado filósofo Walter Benjamin.

Otro rasgo original y muy digno de atención del TGP, tiene que ver con que, de vuelta a contrapelo de la tradición, pero ahora en relación con el individualismo típico del arte occidental, que refleja los valores de la sociedad capitalista, hay que señalar que los integrantes del Taller se propusieron realizar una obra de carácter colectivo, pues efectivamente, los temas, estilos y consignas, se discutían de forma democrática, en largas sesiones de trabajo que tenían lugar todos los viernes por la tarde. Las discusiones eran a veces muy duras, los trabajos se hacían y re-hacían de acuerdo con las críticas recibidas infinidad de veces, pero pese a todas las horas de trabajo invertidas, la mayor parte de los grabados se firmaban con las iniciales del TGP, destacando así el carácter colectivo de las creaciones.

Pese a las pasiones y diferencias dentro del grupo, Jules Heller, uno de los artistas huéspedes del TGP, recordaba que allí había encontrado a sus verdaderos hermanos. Eran tiempos difíciles, pero el sentirse hermanado a otro ser humano al que los unía la causa común de la defensa de la dignidad humana, fue para todos sus miembros un regalo de la vida, y uno de los motores principales que permitió al TGP tener la extraordinaria producción estética y la eficacia comunicativa que logró.

Ahora bien, a este carácter colectivo de la obra, sumado a la vida efímera de la mayor parte de sus productos, lejanos en su función original a la aspiración de durabilidad generalmente asociada con las obras de “Arte,” conceptualizadas a veces desde su origen con la intención de ser exhibidas y resguardadas en los museos, atentaron en contra de su reconocimiento historiográfico. Efectivamente, la disciplina tradicional de la historia del arte parece preferir trabajar con las “grandes” obras de los así llamados “grandes” genios individuales, y en el caso de México, muy especialmente con los “grandes” muralistas, pues por un extraño fenómeno de transferencia imaginaria, se asume que ocuparse de los “grandes” confiriera grandeza a quienes los estudian….

Y es precisamente, en gran parte por haber logrado superar estos prejuicios historiográficos, que la exposición curada y el texto/catálogo que la acompañó aquí reseñado, escrito por la muy destacada historiadora del arte y querida colega Helga Prignitz-Poda, ajena a todas estas trampas del poder y del reconocimiento, y preocupada en cambio por la construcción del conocimiento de forma sobria, profunda y responsable, merece todo el reconocimiento y la gran celebración que hoy le ofrecemos. Pasemos entonces a la segunda parte de esta reseña.

Anticipaba más arriba, que el libro es un gran aporte, no solo por el maravilloso y poco estudiado tema que aborda, sino por la cantidad y la calidad de las ilustraciones, y de los valiosos documentos históricos reproducidos como anexos, todo compaginado con un excelente cuidado y diseño editorial por los extraordinarios profesionales Santiago Pérez Garcí y Ana Carolina Abad, que ya nos tienen muy acostumbrados a la producción de extraordinarias exposiciones y catálogos.

Cuando en el 2017, visité por primera vez la exposición Estampa y lucha. El Taller de Gráfica Popular 1937-2017, pensé que no quería que se desmontara, pues pensé entonces y sigo pensando ahora, que su contenido era demasiado significativo, tanto desde lo histórico como desde lo estético, como para que una vez llegado el cierre, las obras volvieran a las bodegas de las distintas colecciones de donde provenían y donde efectivamente están hoy. Creo que el libro/catálogo que aquí reseño, aunque en pequeña escala, cumple aunque sea un poquito con la función principal de la exposición de recuperar la gloriosa memoria del TGP, prolongando su vida y abriendo así nuevas posibilidades de reflexión y de estudio para todos los interesados en el arte comprometido del siglo XX.

Con la minuciosidad que caracteriza a Helga en su trabajo, la autora organizó el libro en varias secciones, que dan cuenta de la vida del TGP a lo largo de sus 80 años, comenzando por el primer capítulo en donde reseña los colectivos artísticos que lo antecedieron como y principalmente la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y donde reconstruye la historia de la fundación y de las lecciones aprendidas por los fundadores del TGP, de dicho grupo predecesor.

En el segundo capítulo trata más a fondo a dichos miembros fundadores del movimiento, tanto a los regulares, los temporales y los invitados, reconociendo justamente la importancia de todos ellos, y no solo de los líderes más estudiados actualmente, así como los principios y los estatutos originales, en gran parte responsables por la buena organización y por el éxito del Taller en sus primeros años, así como los cambios experimentados a través del tiempo.

En el tercer capítulo Helga discute el rol de la Liga Pro-Cultura Alemana, de los extraordinarios carteles de invitación a los ciclos de conferencias anti-nazis; la organización del grupo Alemania Libre y la edición de El libro negro del terror nazi en Europa, uno de los primeros testimonios de las atrocidades cometidas durante el Holocausto que se conocieron en el extranjero, ilustrado con extraordinarias ilustraciones de varios de los miembros del TGP. Las imágenes incluidas en esta sección del libro tienen un valor documental extraordinario.

En el capítulo cuarto, uno de los más sustanciosos del catálogo, Helga se refiere a las formas de trabajo colectivo que caracterizó al grupo, matizándolo con interesantes anécdotas tales como la de la adquisición y funcionamiento de la famosa primera imprenta utilizada por el grupo en su sede de Belisario Domínguez y significativamente bautizada como La Comuna de París con el significativo simbolismo que esto implica; el importante papel de la fotógrafa Josefine Vollmer, que desinteresadamente ayudó de forma fundamental a equipar el taller, y de la que como señala la autora y tal y como es el caso de muchas mujeres en la historia, poco y nada se sabe; el papel clave del tampoco reconocido impresor José Sánchez, y una vez más de una mujer, su esposa María Luisa Plata, quien después del trágico accidente en el que José perdió su brazo derecho, estuvo al pie de la imprenta ayudando a su marido; para finalmente abordar las interesantes discusiones en torno a las posibilidades de mecanización del Taller y la perdida de la calidad característica de los primeros años cuando comenzó a adoptarse el offset para conseguir un tiraje mayor que el que ofrecían las técnicas tradicionales, principalmente la del linóleo que fue la más utilizada por sus miembros en las primeras épocas.

En el capítulo quinto, Helga reseña la extraordinaria labor editorial La Estampa Mexicana a partir de la propuesta y dirección de Hannes Meyer, el ex director de la Bauhaus que con su valiosísima experiencia aportó ideas fundamentales para la divulgación, desarrollo, y mantenimiento del Taller; posteriormente bajo la dirección de Georg Stibi, ex redactor del periódico comunista alemán La Libertad; y finalmente el regreso de Meyer hasta su regreso a Europa. La edición homenaje de obras de José Guadalupe Posada a partir de sus clichés originales, la de grabados de Leopoldo Méndez, y las muchas que siguieron como Los dichos populares de Raúl Anguiano (1944), Incidentes melódicos del mundo irracional (1944) Juan de la Cabada con imágenes de Leopoldo Méndez, o Rito de la tribu huichol (1946) de Ángel Bracho, Estampas de la Revolución Mexicana (1947) con la participación de todos sus miembros, y muy especialmente El Taller de Gráfica Popular. Doce años de obra artística colectiva (1949), editado por el mismo Meyer y fuente fundamental para el conocimiento del Taller y de sus miembros, entre muchos otros, dan cuenta de la calidad extraordinaria de la producción del TGP, de la editorial, y de su también impecable organización administrativa. En este capítulo, Helga nos deja entrever, una vez más, la labor historiográfica pendiente que nos queda en relación con las mujeres del Taller, en este caso al referir la labor de Lena Bergner-Meyer, egresada del taller de textiles de la Bauhaus, donde solían ser asignadas las mujeres, y que en este caso adaptó su “expertise” a la labor editorial, realizando bellas carpetas forradas en lino para algunos de los álbumes del TGP.

En el capítulo sexto la autora trata la etapa de la Guerra fría, el papel del Frente Nacional de Artes Plásticas en el que participaban también varios miembros del TGP, y las fuertes contradicciones de los nuevos estatutos que al solicitar apoyo gubernamental ponían en grave riesgo la independencia misma del Taller.

En el capítulo séptimo las exposiciones y los reconocimientos, Helga trata algunas de las publicaciones y entrevistas llevadas a cabo a raíz de la celebración de los veinte años de vida del Taller, así como la extraordinaria cantidad de exposiciones que se realizaron alrededor del mundo, especialmente en loa países de Europa Oriental y en China, así como en varios estados del país, y cómo, lamentablemente, esta creciente fama, agudizó algunas de las tensiones entre sus miembros.

Finalmente, en el capítulo octavo, Helga resume la situación del TGP a partir de la fuerte división interna producida en torno a la situación política represiva del país a principios de los años 60, epitomizada con el encarcelamiento de Siqueiros; la pérdida de muchos de sus miembros y la poca actividad que le siguió, para finalizar con la triste nota que da cuenta de que el extraordinariamente valioso archivo del TGP en el momento actual, y desde hace varios años, no está abierto al público. La recopilación iconográfica y documental llevadas a cabo en el libro catálogo adquieren así un valor todavía más significativo para todos los investigadores y público en general interesado en esta extraordinaria experiencia de creación colectiva comprometida llevada a cabo a lo largo de muchos años.

El Taller de Gráfica Popular es sin lugar a dudas, uno de los movimientos más representativos del arte universal de la época moderna. La fractura entre el arte y la sociedad que experimentaron la mayoría de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, fue superada por el TGP, a través de una producción de gran calidad estética, puesta al servicio de las organizaciones progresistas de la época con el objeto de concientizar y de encontrar soluciones a los graves problemas enfrentados por los sectores populares de la población, y consistentemente fue repartida o exhibida en lugares públicos de fácil acceso para todos.

El filósofo italiano Antonio Gramsci decía que “ninguna obra de arte puede dejar de tener un contenido, es decir, puede dejar de vivir ligada a un mundo poético, y éste a un mundo intelectual y moral.” Actualmente, pronunciarse en contra de los neofascismos que vuelven a surgir alrededor del mundo como si no tuviésemos memoria; sumarse a las voces de los trabajadores y de los campesinos, que siguen sufriendo el hambre y la opresión; y oponerse al nefasto modelo neoliberal de la competencia, la inequidad, el individualismo y la soledad, siguen siendo consignas urgentes que la construcción de conocimiento y el arte no pueden ignorar.

Contribuir a la recuperación de la dimensión humana de los seres humanos es uno de los desafíos que se nos presenta a intelectuales y artistas en el muy complejo y cruel contexto histórico actual. El libro Estampa y lucha. El Taller de Gráfica Popular 1937-2017, nos cuenta y nos ilustra la historia de un colectivo artístico extraordinario, caracterizado por una coherencia personal e ideológica admirable, cuyos miembros hicieron todo lo que estuvo a su alcance para mejorar al mundo. La recuperación de la memoria del TGP que su autora, Helga Prignitz-Poda realiza en el texto, y las extraordinarias imágenes que fueron compiladas para la publicación, son una invitación y un estímulo para recuperar el papel social fundamental que pueden y deben cumplir tanto la producción artística, como la investigación.

 

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