Más allá del materialismo: la materia según Schopenhauer

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Más allá del materialismo: la materia según Schopenhauer

Josu Landa

 

Resumen

Este artículo explica la teoría schopenhaueriana de la materia. Se muestra cómo Schopenhauer disuelve la disyunción entre materialismo e idealismo y supera el ‘realismo’ ingenuo. Schopenhauer establece una teoría de la materia, desde un idealismo trascendental determinado por el reconocimiento de una voluntad absoluta, nouménica. Según su sistema, ningún objeto es causa de nada, el materialismo y el idealismo se sustentan en el error de considerar que determinado ‘objeto’ (materia, idea) ‘causa’ necesariamente otro objeto, la materia tiene un carácter formal: es el correlato objetivo del entendimiento puro, la materia es asimilable a la causalidad por lo que opera como tópos, donde se efectúan los cambios, a la par de que aparece como soporte de las cualidades y base de la persistencia de los objetos.[1]

Palabras clave: materia, principio de razón, causalidad, cambios, persistencia, cualidades.

 

Abstract

This article exposes the Schopenhauerian theory of matter. It shows how Schopenhauer dissolves the disjunction between materialism and idealism and overcomes the naive ‘realism’. Schopenhauer establishes a theory of matter, in the basis of a transcendental idealism determined by the recognition of absolute, noumenal, will. According to its system, no object is the cause of anything, materialism and idealism are based on the error of considering that a certain ‘object’ (matter, idea) necessarily ‘causes’ another object, the matter has a formal character: it is the objective correlate of pure understanding, the matter is assimilable to causality, so it works as tópos where changes are made, and at the same time it appears as support of qualities and basis of persistence of objects.

Keywords: matter, principle of reason, causality, changes, persistence, qualities.

 

  1. Al articular su sistema filosófico, Arthur Schopenhauer desmonta la divergencia —de suma importancia en ciertos momentos de la tradición filosófica— acerca de si la base de la realidad es materia o es idea. Es decir, disuelve la disyunción entre materialismo e idealismo.

 

Ese logro del pensador prusiano está asociado a varias operaciones teóricas:

 

1.1. Muestra la limitante unilateralidad del empirismo absoluto de Berkeley, así como la del idealismo trascendental kantiano.

 

1.2. Reivindica a la voluntad como la referencia irreductiblemente distinta pero complementaria a esas dos posibilidades del subjetivismo poscartesiano, a la hora de dar razón del mundo.

 

1.3. Asume la realidad desde una doble perspectiva: la de la representación (Vorstellung) y la de la voluntad. Para todo sujeto, el mundo es ciertamente representación, pero esa verdad no autoriza a negar un fundamento absoluto irrepresentable ajeno a la acción del principio de razón, que, a falta de mejor nombre, Schopenhauer designa con el cognomento de Will: ‘voluntad’.

 

1.4. Cuestiona la tradición en lo tocante al principio de necesidad —más conocido como ‘de razón suficiente’—, con los siguientes resultados, entre otros:

 

1.4.1. La distinción de cuatro expresiones de dicho principio, según otros tantos modos de objetos para el sujeto: el de las realidades empíricas (regidos por el “principio de razón suficiente del devenir”); el de las representaciones lógicas; el de las formas puras a priori del entendimiento (de carácter “metalógico”); y el de los motivos del deseo.

 

1.4.2. La ley de causalidad, la espontánea remisión de todo objeto —es decir, todo efecto— a un antecedente necesario, es vista como una forma a priori del entendimiento (Verstand). No es, ni puede ser, una realidad fáctica, sustancial, puesto que ello supondría el absurdo de que aquello que posibilita la configuración de todo objeto fuese él mismo un objeto.

 

1.4.3. La adscripción de la ley de causalidad al ámbito exclusivo de los objetos empíricos, naturales. De acuerdo con Schopenhauer, “[…] en su sentido más estricto, la causa es exclusivamente aquello por lo cual acontecen cambios en el reino inorgánico”.[2] La intuición empírica —configuración primordial de lo real— resulta de las operaciones del entendimiento, facultad dispuesta para que las formas a priori del tiempo y del espacio puedan ser reguladas en términos de necesidad causal.

 

1.4.4. La delimitación clara de los alcances del principio de necesidad. Para Schopenhauer, la ‘voluntad absoluta’ (Will) no causa la realidad, de manera análoga a como el sujeto no causa al objeto, ni viceversa: “Hemos de guardarnos —advierte el filósofo en el parágrafo 5 de su obra maestra— del gran equívoco de pensar que […] entre objeto y sujeto existe una relación de causa y efecto”.[3] El principio de razón opera estrictamente en los dominios de la representación: en el sistema de los objetos. No en los de todo aquello que posibilita a priori la constitución de la realidad exterior. En general, —y de una forma que resulta teóricamente problemática—, la Voluntad (Will) se relaciona con el mundo en términos de “objetivación” (Objektivation), al tiempo que sujeto y objeto son, y actúan, según el modo de “correlación”; es decir: cada uno es “correlato” (Korrelat) del otro. En ninguno de estos dos casos se trata de un vínculo necesario causa-efecto.

 

  1. La disposición espontánea a remitir todo objeto —todo efecto— a un antecedente necesario —causa— opera, en nuestra subjetividad, como ley de causalidad. Como tal, constituye una intuición pura a priori que actúa sobre las formas puras a priori de la sensibilidad —tiempo y espacio—, en el proceso de configuración de cada objeto. Así, la ley de causalidad actúa como condición de necesidad de cara a la constitución de todo objeto. Esto obliga a concluir que ninguna causa puede ser un objeto, a la par de que ningún objeto puede proceder como causa. Todo lo relativo a lo causal es condicionante anterior de todo lo efectual, objetual, propiamente real.

ARTURO ESPINOSA, “ARTHUR SCHOPENHAUER” (2012)

 

  1. En un libro tan adusto como Del sentimiento trágico de la vida en los pueblos y en los hombres, Miguel de Unamuno refiere la gracejada de que un artillero idealista explica la conformación de un cañón como un vacío recubierto de acero, al tiempo que uno materialista lo entiende como un bloque de acero al que se le inflige un vacío. Ese juego de analogías permite advertir la identidad esencial del error en que incurren tanto los idealistas como los materialistas: sendas representaciones implícitas —’Materia’, por un lado; ‘Idea’, por otro— estarían operando como objetos que causan todos los objetos que configuran la realidad. Los materialistas piensan, en el fondo, que todo lo ente es material por el hecho de derivar de —esto es, ser causado por— un objeto representado como Materia absoluta. A su vez, el idealista asume que todo lo ente procede de —es causado por— un objeto concebido como Idea absoluta. Ambas posibilidades contravienen las referidas precisiones schopenhauerianas sobre las nociones de causa y causalidad.

 

En estrecho vínculo con ese desmontaje de la diatriba entre materialistas e idealistas, sustentado en la mencionada refutación schopenhaueriana de una ‘causalidad sustancialista’ —supuestos objetos que causan objetos— está el argumento que apunta en la misma dirección, pero se sustenta en la delimitación del radio de acción de la ley de causalidad, en virtud de la cual ningún sujeto causa objeto alguno, al tiempo que es igual de inconcebible —y, por tanto, imposible— el caso inverso. Schopenhauer muestra con nitidez y contundencia que sólo puede hablarse de objetos para determinado sujeto; es decir: cada objeto acontece en tanto que función de las operaciones representadoras del sujeto correlativo. Es claro que, para el filósofo, “[…] el objeto en cuanto tal supone siempre el sujeto como correlato necesario: este queda, entonces, fuera del ámbito de validez del principio de razón”; lo que equivale a decir que entre sujeto y objeto “[…] no puede […] existir una relación de razón y consecuencia”.[4] La confusión existente a este respecto —muy conocida en diversos momentos de la historia del pensamiento— también está en la raíz de la “necia polémica” entre idealistas y materialistas. Desde la perspectiva schopenhaueriana, es la indebida ‘causalización’ del nexo entre sujeto y objeto lo que induce a unos y otros al error de considerar que, uno y otro término de esa relación, causa objetos. Resulta, pues, que “[…] el realismo pone el objeto como causa y coloca su efecto en el sujeto. El idealismo […] convierte al objeto en efecto del sujeto”.[5]

  1. Como se ha podido ir advirtiendo, la consideración rigurosa de las operaciones inherentes al entendimiento (Verstand) —la facultad específica de la que resulta toda intuición empírica, esto es: todo objeto— reduce al absurdo, tanto la doctrina de que lo real es Materia como la de que es Idea. Pero a esa refutación de los presupuestos del materialismo y el idealismo, Schopenhauer agrega otra sustentada en la dinámica de la razón (Vernunft): la disposición avocada a procesar todo lo relativo a los conceptos, a partir de las realidades constituidas por el entendimiento. De acuerdo con el pensador alemán, “[…] si de un objeto abstraemos su ser-objeto (ser-representado), es decir, si lo hemos abolido como tal y no obstante queremos establecer algo, no podemos caer sino en el sujeto. Pero si, a la inversa, lo que queremos es abstraer del sujeto el ser-sujeto, sin retener nada, ocurre el caso contrario: que deriva en materialismo”.[6] Una desustancialización racionalista de la representación —que siempre es intuición empírica: objeto— deriva en el subjetivismo, sin excluir el extremo solipsista. Por su parte, una fijación excedida e incluso unilateral en el correlato objetual —por ende, sustancial— del sujeto, abre cauce a una ontología realista. En definitiva, el desconocimiento o manejo erróneo de la correlación necesaria entre sujeto y objeto es, para Schopenhauer, “[…] la causa de la disputa entre realismo e idealismo”.[7]

 

  1. De acuerdo con lo que se ha adelantado hasta aquí, en el sistema teórico de Schopenhauer, la materia no es una objetividad absoluta, como pretenden los diversos materialismos. No hay, pues, nada como una ‘materia en sí’ —lo que sea que llegue a significar este sintagma—. Una primera aproximación a la tesis general schopenhaueriana sobre la materia induce a dejar sentado que es una entidad relativa a las potencias y procesos inherentes al entendimiento (Verstand). Es decir: la materia es, sin más, una función del entendimiento.[8]

 

  1. La afirmación anterior se entenderá mejor, si se tiene presente que, en el sistema de Schopenhauer, “el entendimiento, con su simple y única función, transforma de un golpe la oscura e insignificante sensación en intuición. Lo que el ojo, el oído, la mano sienten no es intuición, son meros datos. Sólo cuando el entendimiento pasa del efecto a la causa aparece el mundo como intuición extendida en el espacio, cambiante en la forma y permanente en la materia a lo largo del tiempo”.[9] Estas líneas permiten entender la coextensividad entre una facultad: el entendimiento, una forma regulativa inherente a aquélla: la ley de causalidad y un resultado de los procesos en que intervienen ambas: el objeto empírico. Pero la representación, la intuición y el objeto empíricos constituyen la realidad del mundo, que, a su vez, sólo puede ser percibida por su intrínseca materialidad. En ello radica la condición intelectiva, formal, de la materia.

 

  1. En razón de que la ley de causalidad es una forma intelectiva, algo inherente al entendimiento —no una entidad objetiva— y de que, al ser condición de toda objetividad empírica, ningún objeto puede causar nada, Schopenhauer disuelve por completo el viejo argumento cosmológico. Después de la crítica radical a que el filósofo alemán somete al principio de razón, la idea de una causa primera deviene mero absurdo. Por eso, según su tesis, “[…] ni siquiera por una vez es concebible un primer estado de la materia del que […] hubiesen surgido todos los siguientes”.[10]

ARTHUR SCHOPENHAUER

  1. La tesis anterior no es una declaración arbitraria. Resulta, más bien, de una amplia red de referencias cuyo centro se halla en el vínculo inexorable entre entendimiento, ley de causalidad y materia. Para captar el sentido de ese complejo teórico, es menester empezar por esclarecer de manera concisa la conexión entre la facultad conocida como ‘entendimiento’ (Verstand) y la ley de causalidad. En plena congruencia con el idealismo trascendental —que Schopenhauer acepta parcialmente—, la ley de causalidad tampoco es una realidad en sí, sino una forma pura a priori del entendimiento, en virtud de la cual resulta posible la constitución de todo objeto. ¿Cómo opera esa potencialidad-posibilidad? Básicamente, regulando la acción del espacio y el tiempo, que, a su turno, son las formas puras de la sensibilidad y, como tales, intervienen en las sensaciones o intuiciones sensibles. El entendimiento se sirve de éstas, por medio de la aplicación de la ley de causalidad.

 

  1. Cabe destacar un pasaje de El mundo como voluntad y representación en el que se esclarece el nexo de la materia con las formas del espacio y del tiempo:

 

Sólo mediante la unión del tiempo y el espacio surge la materia, es decir, la posibilidad de la simultaneidad y con ella de la duración y, con esta, a su vez, la de la permanencia bajo el cambio de los estados. Al tener su esencia en la unión del tiempo y del espacio, la materia lleva el sello de ambos. Su origen espacial se documenta, en parte, por la forma de la que es inseparable, pero en especial […] por su permanencia (sustancia), cuya certeza a priori se deriva en su totalidad de la del espacio: su condición temporal la revela en la cualidad (accidente), sin la cual nunca se manifiesta y que, en sentido estricto, es siempre causalidad, acción en otra materia, o sea, cambio (un concepto temporal).[11]

 

De estas líneas se desprende, cuando menos:

 

9.1. La materia es una función formal de la subjetividad. Es ésta la que configura las representaciones de carácter material. Éste es el plano en que, a criterio de Schopenhauer, como se ha visto, “surge la materia”. Esta idea se corresponde con lo que el pensador alemán ya había asentado en Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente: “[…] la materia es […] sólo el correlato objetivo del entendimiento puro; es […] ante todo causalidad”.[12]

 

9.2. La facultad específica que efectúa tal operación formal-subjetiva es el entendimiento.

 

9.3. La forma a priori distintiva del entendimiento es la intuición pura de la ley de causalidad.

 

9.4. La ley de causalidad actúa unificando las formas de la sensibilidad: tiempo y espacio. El resultado de ese proceso es el objeto: la representación o intuición empírica.

 

9.5. La materialidad perceptible o intuíble en todo objeto remite a un referente espacial (en tanto que siempre se nos presenta como un ente determinado, dotado de forma), así como a uno temporal (por cuanto, todo objeto ostenta cualidades concretas; es decir: características que dan cuenta de la acción causante del entendimiento en términos de cambios específicos).

 

  1. Es esa trama de procesos y relaciones de carácter necesario —en la que la ley de causalidad determina cada estado preciso de cada objeto empírico, según un momento y un lugar concretos— la que posibilita el hecho de que “[…] le atribuyamos a priori [a la materia] ciertas propiedades, a saber: el ocupar un espacio, es decir, la impenetrabilidad o la actividad, luego la extensión, la divisibilidad infinita, la permanencia, es decir, la indestructibilidad y, finalmente, el movimiento…”[13] Schopenhauer excluye al peso de esa lista de cualidades, por considerar que la experiencia de la gravedad de los cuerpos se da a posteriori.[14]

 

  1. Con lo expuesto hasta aquí, se advierte la decisiva significación que Schopenhauer asigna a la ley de causalidad en su teoría de la materia. Para el filósofo, la “esencia de la materia” es la “total unión del espacio y del tiempo” posibilitada por la referida ley.[15] Según se lee en El mundo como voluntad y representación, “[…] tiempo y espacio, cada uno por sí, son representables intuitivamente incluso sin la materia, pero la materia no lo es sin ellos”.[16] Puede notarse cómo la interconexión de esas dos formas de la sensibilidad, según las determinaciones necesarias que impone la ley de causalidad, sustenta la materia. Pero afirmar esto equivale a aseverar que todo objeto empírico —justamente, determinación causal de lo ‘sentido’ en términos de tiempo y espacio— es material. Es claro que, aquí, materialidad es causalidad. Schopenhauer puede concluir, así, con plena congruencia, “[…] la esencia de la materia en cuanto tal […] no es en su totalidad sino causalidad”.[17]

 

  1. Tampoco esa identificación entre materia y causalidad es una declaración sin fundamento. Ya en Sobre la cuádruple raíz sobre el principio de razón suficiente, un Schopenhauer muy joven deja sentado que, al abstraer las cualidades de los cuerpos —que vienen a ser expresiones específicas de la acción de la ley de causalidad sobre éstos—, “[…] lo que queda ante todo no es sino la influencia [causal], el puro incidir como tal, la causalidad misma pensada objetivamente, es decir, el reflejo de nuestro propio entendimiento, la figura proyectada hacia fuera de su única función, y la materia […] mera causalidad, su esencia es ante todo el incidir”.[18] Se aprecia con claridad meridiana cómo el examen de los componentes categoriales del entendimiento —así como su espontáneas y constantes interrelaciones—, junto con la descripción cuasi fenomenológica de la dinámica de causalidad, permiten a Schopenhauer establecer la ya referida identidad entre ésta y la materia.

TOSCANO “ARTHUR SCHOPENHAUER” (2014)

 

  1. Ahora bien, esa identificación de causalidad con materia no obsta para dejar sentada una salvedad por demás pertinente: aun cuando uno y otro término de esa relación coincidan por completo, la materia como tal, no es pasible de ser sometida a la acción de la ley de causalidad. Esta posibilidad es simplemente absurda, puesto que supondría algo como que una ley determinada se aplicaría sobre sí misma, cuando lo que está planteado es que una regularidad que opera como condición de todo objeto y, así, de toda realidad empírica se concreta en modo de materia, sustancia. Ciertamente, pues, como asienta el propio Schopenhauer, “[…] la ley de causalidad no puede tener ninguna aplicación en la materia misma”,[19] es decir, en algo que pudiera convenirse provisionalmente en denominar ‘materia en sí’. A este respecto, en su Crítica a la filosofía kantiana, Schopenhauer establece con contundencia que la ley de causalidad afecta a los estados de la materia, es decir, genera cambios, pero “[…] deja intacta la materia”, como corresponde a algo que no está “[…] sometido al nacer ni al perecer, y que ha sido y permanece siempre”.[20] Finalmente, la materia en sí —convengamos en hablar de ese modo— se nos ofrece a priori a la subjetividad representadora como una realidad eterna.[21]

 

  1. Pero, en Schopenhauer, la referida protofenomenología de la causalidad comporta otros aspectos además del que se acaba de señalar. La causalidad, para él, se distingue por su constante producción de “estados de la materia”. De acuerdo con lo que dice en su Crítica de la filosofía kantiana, “[…] la causalidad se refiere sólo a estados, propiamente sólo a cambios […] no a la permanencia sin cambios”.[22] Esa función activa, ‘productiva’, permite concluir que “[…] toda la esencia de la materia consiste en actuar, o sea, en la causalidad”.[23] A fin de cuentas, la materia se reduce a la concreción permanente de la dinámica representativa causa-efecto. Así, resulta que “aquello sobre lo cual actúa [la ley de causalidad] es materia”. Lo cual supone considerar que el verdadero ser de la materia consiste en su obrar.[24] Todo ello permite considerar que la materia constituye algo como una ‘plataforma formal permanente’ en la que concretamente operan los modificaciones o alteraciones de estados observable en los objetos. A este respecto, Schopenhauer asume la caracterización kantiana de la materia como “[…] lo móvil en el espacio”.[25]

 

  1. Un elemento más, en este repaso de los nexos, que Schopenhauer descubre entre causalidad y materia: ésta es la forma intelectiva en razón de la cual aquélla es perceptible.[26] Cabría entender esta idea, en el sentido de que una intuición pura a priori como la causalidad termina siendo experimentable, a posteriori, en su manifestación matérica.

 

  1. La idea anterior conecta con otra de suma importancia: para Schopenhauer, la materia es sustancia. Esto equivale a aseverar que la materia se presenta como una especie de plataforma que sostiene las cualidades de los objetos. Esto también comporta considerar a la materia como la entidad que explica la permanencia de las cosas. De hecho, la materia es sustancia, porque es aquello que permanece en determinado objeto, más allá de cualesquiera de las manifestaciones de sus cualidades. Aquí, la noción de ‘sustancia’ es asumida literalmente: como aquello que está o subsiste bajo los atributos con que se muestra cada objeto. Así que, de acuerdo con el filósofo, “[…] bajo el concepto de materia pensamos lo que permanece de los cuerpos, una vez que los despojamos de su forma y de todas sus cualidades específicas; justamente por eso, ella debe ser igual en todos los cuerpos: una y la misma”.[27] Afirmación que concuerda con la observación de que la materia “[…] se presenta a nuestra conciencia como el fundamento de todas las cosas…”[28]

Acaso cabría concluir, a partir de lo expuesto, que Schopenhauer propugna implícitamente una suerte de ideal-materialismo, algo que sólo en apariencia suena a paradoja.

 

  1. Schopenhauer no niega la materia. Se limita a postular su condición formal, ideal. Desde su punto de vista, la subjetividad humana representadora sólo puede funcionar en términos de intuiciones empíricas, por ende, materiales. Esta postura comporta negar el supuesto materialista de una materia en sí, de la que participarían todas las cosas materiales. Esa negación de la ‘materia materialista’ —con perdón por este exceso lingüístico— deviene superación de la antiquísima oposición entre Materia e Idea. Pero, de manera análoga, implica hacer a un lado los idealismos registrados en la tradición filosófica. A fin de cuentas, Schopenhauer también descubre una manera de no caer en los etéreos espejismos de la subjetividad representadora —suerte de “cerebro con alas”—, especie de avatar de la paloma de vuelos sin fin en alturas ilimitadas que Kant descalifica como expresión de la metafísica dogmática contra la que arremete en la Crítica de la razón pura. La salida por la que opta Schopenhauer consiste en reconocer y reivindicar la perspectiva de la voluntad y colocarse en ella. Así es como se puede ir más allá de las viejas confusiones de cariz materialista e idealista, y dejar atrás la igual de vetusta disyunción entre ambas. De lo que se trata es de comprender el mundo al modo de otra dualidad operante en nuestra subjetividad: como representación y como voluntad.

 

Bibliografía

 

  1. Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, v. I, trad. de Pilar López de Santa María, Trotta, Madrid, 2004.
  2. Schopenhauer, Arthur, Crítica de la filosofía kantiana, trad. de Pilar López de Santa María, Trotta, Madrid, 2000.
  3. Schopenhauer, Arthur, “Über die vierfahe Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde”, en Sämtilche Werke, v. III, Suhrkamp Taschenbuch Verlag, Stuttgart – Francfort del Meno, 1986.

 

 

Notas

[1] Ponencia presentada en el coloquio Schopenhauer a 200 años de El mundo como voluntad y representación. Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. 24 de octubre de 2018.

[2] A. Schopenhauer, Über die vierfahe Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 62. [“Die Ursache im engsten Sinne ist die, nach welcher auschliesslich die Veränderungen im unorganischen Reiche erfolguen…”]

[3] A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 61.

[4] Ibid., passim, p. 62.

[5] Ibid., passim, pp. 61-62.

[6] A. Schopenhauer, Über die vierfahe Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 47. [“…wenn wir vom Objekt-sein (Vorgestelltwerden) eines Objekts abstrahiert, d.h., als solches es aufgehoben haben und dennoch etwas setzen wollen, auf gar nichts geraten können als das Subjekt. Wollen wir aber umgekehrt vom Subjektsein des Subjekts abstrahieren und dennoch nicht nichts übrigbehalten, so tritt der umgekehrte Fall ein, der sich zum Materialismus entwickelt.”]

[7] Cf. ibid., p. 170. [“Das Verkennen dieses Verhältnisses ist der Anlass des Streites zwischen Realismus und Idealismus…”]

[8] Cf. A. Schopenhauer, Crítica de la filosofía kantiana, ed. cit., p. 81.

[9] A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 60.

[10] A. Schopenhauer, Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 52 [“Nicht eimal ein erster Zustand der Materie ist denkbar, aus dem […] alle folgenden hervorgegangen wären.”]

[11] A, Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 59.

[12] A. Schopenhauer, Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 101. [“Die Materie ist […] nur der objetivite Korrelat des reinen Verstandes, ist […] Kausalität überhaupt…”]

[13] A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 59.

[14] Ibid., p. 59.

[15] A. Schopenhauer, Crítica de la filosofía kantiana, ed. cit., pp. 80-81.

[16] A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 57.

[17] Ibid., p. 56.

[18] A. Schopenhauer, Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 104. [“…wenn wir davon absehn, das dan Übrigbleibende di blosse Wirksamkeit überhaupt, das reine Wirken als solches, die Kausalität selbst, objetiv gedacht – also der Wiedershein unsers eigenen Verstandes, das nach aussen projizierte Bild seiner alleinigen Funktion, und die Materie ist […] lautere Kausalität: ihr Wessen ist das Wirken überhaupt.”]

[19] Ibid., p. 144. Schopenhauer ratifica esta tesis en El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 68.

[20] A. Schopenhauer, Crítica de la filosofía kantiana, ed. cit., p. 80.

[21] Cf., A. Schopenhauer, Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 60. [“Diese a priori gewisse Sempiternität der Materie…]

[22] A. Schopenhauer, Crítica de la filosofía kantiana, ed. cit., p. 68.

[23] A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 58.

[24] Cf. ibid., p. 57.

[25] A. Schopenhauer, Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 118. [“das Bewegliche im Raum.”]

[26] Cf. A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, ed. cit., p. 56.

[27] A. Schopenhauer, Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde, p. 104. [“…unter dem Begriff der Materie denken wir das, was von den Körpern noch übrigbleibt, wenn wir sie von ihrer Form und allen ihren spezifischen Qualitäten entkleiden, welches ebendeshalb in allen Körpern ganz gleich, eins und desselbe sein muss]

[28] A. Schopenhauer, Crítica de la filosofía kantiana, ed. cit., p. 80.

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