¿Volver?

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¿Volver?

TOMADA DE VAHO

 

Nereida es una mujer grande que hace mucho me saluda y sonríe sin cruzar palabra conmigo; la recuerdo en la fila de pacientes que sale a terapia, y en la que va al comedor. Nereida vive aquí en el hospital psiquiátrico, ese “vivir aquí” es literal como si detrás de estos muros no existiera nada, como si poco a poco al pasar del tiempo éste se hubiera detenido y lo de fuera careciera de existencia, circunscribiendo aquí su único mundo. Hace unos días se cayó, trae una mano vendada; apenas puede caminar, y me sorprende cuando me dice que no sabe si quiere regresar a su casa… volver: ¿a dónde? ¿para qué? En su voz recién inaugurada percibo una tristeza tan profunda que inunda todo lo que está a nuestro alrededor.

 

“No recuerdo cuando me empezaron los ataques ¡me han pasado tantas cosas!” exclama, como acostumbrada a esa manera tan suya de nombrar a los objetos que hacen alusión a palabras perdidas, a pedazos de ella misma que ha dejado atrás.

 

Nereida claramente afectada por un padecimiento neurológico, emerge como un grito y exige ser reconocida en esa historia que ha permanecido silenciosa durante tantos años. La frase referencial que parece contestar a “no recuerdo cuándo me empezaron los ataques” se sucede como un hilo que se devana en otros, “fue antes de mis quince años, antes de mi fiesta que me vino una parálisis del cuerpo, luego los ataques, luego quedé sorda y muda por un año… me baje de la hamaca y había café, mamá no se dio cuenta… ¡pero yo ya estaba sorda y muda antes de los quince años! Cuando mi hermano llegó y tomó para él lo de enfrente, lo tomó y se fue. Ese día mi mamá estaba lavando ¿por qué no se dio cuenta? En una casa cerca del panteón estaba mi tío Manuel y su mujer cocinando pero nadie se dio cuenta… ¿Por qué? Cuando mi mamá llegó, estaba yo bañada en sangre y me dio una golpiza, yo no podía oír ni hablar, luego me dejaron aquí en el hospital de locos y por mucho tiempo no volví a ver a nadie. Hace poco cuando regresé a mi casa supe que ya todas mis hermanas se habían casado y que yo ya no me puedo casar. Yo creo que ese hermano tiene una herida en el corazón por lo que hizo. Me dejó y se fue con una mujer que ya traía un muchachito dentro y cuando volvió a la casa mi mamá lo corrió ¿ya para qué?” El llanto de Nereida es un llanto antiguo, pero extraordinariamente vigente que repite a la manera del coro griego la frase traumática: mi hermano se llevó lo de adelante de mí…

 

Después de sus quince años la trajeron al Hospital psiquiátrico porque no quería hablar, ahora lo ha hecho para preguntarse si quiere regresar. “Mi ropa que yo tenía, nueva, ya no está. La que plancha tiene un niño y todos regañotean a mi madre que a esa señora le dice hija y el niño que tiene le dice a mi mamá abuela, yo ya no sé quién es quién”.

 

“Todos mis hermanos se casaron y dicen que yo ya no me puedo casar…” repite Nereida.

 

Inmersa en la tragedia que me cuenta, no sé por qué le pregunto ¿cómo se llama su mamá? Y me sorprende que no lo recuerde… lo intenta una y otra vez y finalmente dice: “Julia, Julia Morales… el otro apellido no lo sé. Mi papá murió antes de que yo empezara, antes de los quince años, es un desconocido para mí”.

 

Después de que Nereida me dice todo esto vuelve a quedar muda sumida en la locura de sus quince años, no regresará, ha tomado su decisión.

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