En la primera parte de este trabajo, aparecida en el número anterior de RM, esbozamos lo que llamamos el fenómeno de la “antipolítica”, como un fenómeno occidental nuevo que expresa un debilitamiento estructural de la democracia liberal. Para ello partimos del notable carácter antiinstitucional del importante movimiento francés de los chalecos amarillos en los años 2018 y 2019, y señalamos que la virulencia antiinstitucional de dicho movimiento se desarrolló de la mano de una crisis de los medios de comunicación tradicionales consistente no solamente en la agencia de los chalecos amarillos al margen de dichos medios y en su rechazo a los mismos, sino en algo mucho más profundo, a saber, una crisis de la discursividad que corre paralelamente a la reactualización de formas míticas de la comunicación. Justamente, el hecho de que las redes sociales son un nicho para que cualquier cualquiera diga lo que se le antoje, como, cuando y desde donde se le antoje, conlleva “necesariamente” la tendencia al despliegue de una emotividad irreflexiva, así como a la animosidad, las cuales se articulan en el marco o patrón mental mítico, de una lucha del bien contra el mal. Los elementos de tal lucha se definen por contigüidad o similitud formales que los hacen equivaler, ya sea como elementos del “bien” o del “mal”. En tal patrón mental cuasi mítico de la lucha del bien contra el mal, no cabe la objetividad, la articulación discursiva de las ideas conteniendo y suprimiendo la emotividad. Esto expresa justamente la antipolítica en tanto situación en la que los “profesionales” de los medios y la política pierden su agencia característica basada en la discursividad y son succionados por la emotividad irreflexiva, siguiendo no solo las tendencias, sino también el temple impuesto por las redes sociales. Tal succión de los profesionales arrastrándolos a la emotividad irreflexiva de las “hordas de imbéciles” (H. Eco) de las redes sociales, es, justamente, la antipolítica, y es correlativa con una transformación de lo político y de lo público como efecto del peso de las redes sociales. La debilidad estructural de la democracia liberal en el marco de la antipolítica generada por las redes sociales es correlativa con una crisis comunicativa que impide que la democracia funcione como el marco institucional del acuerdo social y que la forma nación como marco de comprensión común colapse. La antipolítica y su efecto sobre la democracia es el tema de esta segunda parte del trabajo, y el problema político comunicativo, la fractura de la forma nación en tanto comunidad de entendimiento social, nos lleva hasta el caso de las elecciones norteamericanas de noviembre de 2020 y a la figura de Trump como la forma política del hombre fuerte, que complementa la forma política de “el pueblo” tal como se presentó en el caso de los chalecos amarillos. Dado el efecto antipolítico conjunto de los “medios eléctricos” y de su versión más reciente, las redes sociales, el futuro de Occidente, en primer lugar, de los Estados Unidos, queda en duda.
La forma comunicativa y la transformación de lo público
En términos de las formas comunicativas, el ascenso de las redes sociales conlleva un debilitamiento profundo de los medios de comunicación tradicionales como resultado de un nuevo modo de existencia de lo político, es decir de lo público. Ese debilitamiento de los medios de comunicación tradicionales corre paralelamente, y este es un segundo elemento teórico capital, a la antipolítica consistente en el desdibujamiento de la influencia y la efectividad de las instituciones tradicionales del liberalismo y la democracia. Por eso no resulta extraño que ya apenas 20 días del estallido callejero del movimiento de los chalecos amarillos, el 17 de noviembre de 2018, preparado en los grupos desde Facebook por lo menos desde un mes antes, el conocido politólogo francés Costa se preguntara si “todavía es posible gobernar en la época de las redes sociales”. Vista la situación desde la tradición liberal las redes sociales son, de hecho, la instauración tendencial de la antipolítica, justamente como transformación de lo político a partir del cambio en la “forma comunicativa”, un cambio que hasta aquí hemos venido discutiendo pero que todavía requiere de aclaraciones importantes.
Si bien la web se ha convertido en el lugar en el que todos los medios de comunicación tienen presencia, el hecho decisivo es que el lugar donde realmente se puede tomar el pulso social, ya no corresponde a la antigua idea de que había una opinión y un sentimiento con dinámica propia que era lo que pensaba y sentía el ciudadano normal, sin acceso a los medios de comunicación profesionales, y esa era la difusa, elusiva, voz de la calle. Ahora, la calle ha sido sustituida por la web y a diferencia de la calle, donde en realidad nadie sabía bien qué se pensaba y qué se sentía, ahora tenemos la voz de la web, y más específicamente la voz de las redes sociales, en las que está presente el ciudadano normal, sin fuero ni credencial alguna, y se puede medir de manera bastante precisa tanto qué piensa cómo que siente. Los temas de las redes y el tráfico alrededor de ellos son variables perfectamente detectables y cuantificables.
Ciertamente hay un importante tráfico inocente en las redes sociales, donde los usuarios no profesionales de las mismas muestran sus intereses, sus inclinaciones, gustos y actividades personales, por ejemplo, viajes, comidas, mascotas, fiestas, etc. Dicho tráfico, cualquiera que sea su volumen, tiene solo un interés cultural, antropológico y sociológico, general, como imagen de una época y un entorno dado, ya sea regional o nacional. Si bien en ese tráfico el usuario estándar de las redes renuncia voluntariamente a su privacidad y muestra directa e indirectamente mucho de sí mismo, es decir, se “publica a sí mismo”, tal tráfico no es el correspondiente a lo público como lo político propiamente dicho. En contraposición con ese tráfico inocente, lo verdaderamente relevante como fenómeno político es la relación, el tráfico, del usuario normal con los temas de actualidad o de interés público, que siempre son los temas candentes, disputados. Estos temas son en general muy diversos, pero son aquellos de interés amplio porque generan sensación de manera negativa, polémica, porque tienen un impacto moral, temas respecto de los cuales prácticamente todo el mundo tiene una actitud, un sentimiento. Pero lo importante es que eso, el que exista un tema de interés general, que involucre de manera moral, en aprobación o reprobación, a todo el mundo, por lo menos a sectores muy amplios de la población, es un fenómeno reciente. Y si un tema involucra es porque a) es polémico, turbio en algún grado, b) se sabe de él en términos actuales, no de un pasado más o menos lejano en el que el tema en cuestión ya no tiene relevancia práctica y, justamente, porque c) es un tema de actualidad se puede reaccionar frente a él. Nótese, como antes en relación con “el bien” y “el mal”, que “lo político”, “lo púbico”, “la actualidad”, son meramente “formas”, no indican ningún contenido, aunque se materialicen en infinidad de ellos.
Antes del telégrafo, es decir, previamente al primer medio eléctrico, todo lo que ocurría en algún lugar y se conocía en otro, tardaba tiempo en ser conocido, podía tratarse de días, semanas o hasta meses, en lo que llegaban de un lugar a otro los mensajeros a caballo, en carromatos, en barco.[1] Cuando las novedades llegaban a otros lugares, en su mayoría habían sido novedades en un pasado tal que ya no había nada que hacer respecto de ellas y ya todo impacto emotivo estaba suavizado por el hecho de que, se tratase de lo que se tratase, todo era ya “pasado”; el evento en cuestión se conocía pero en general ya no se podía participar en su decurso y sus consecuencias ya habían tenido efecto. En otras palabras, en los viejos tiempos, la comunicación lenta, que dependía de la velocidad de movimiento del soporte físico de la noticia, determinaba que no hubiera eso tan notable que conocemos ahora y que desde hace tiempo se llama “la actualidad”, los temas o problemas “del momento”. Esa era la situación previa al telégrafo, situación que McLuhan llama “preeléctrica”,[2] porque justamente con “[…] el advenimiento del telégrafo el mensaje pudo viajar más rápido que un mensajero. […] Es solo desde el telégrafo que la información se separó de bienes sólidos […]”,[3] que la portaban, es decir, una vez que apareció el telégrafo desapareció el portador físico de las noticias, de la información, y con él sus limitaciones. Ya en la segunda mitad del siglo XIX y crecientemente, lo que pasaba en cualquier punto del globo cercano a una estación telegráfica podía ser conocido en tiempos muy breves, en todos los otros puntos del globo en los que hubiera otras estaciones telegráficas. Eso fue el nacimiento de “la actualidad” a nivel global. Lo actual dejo de ser lo meramente local, lo aldeano, lo citadino, para convertirse en lo mundial. Los eventos mundiales pasaron a ser la actualidad gracias ya no al periódico sino al diario, es decir, al periódico basado en el telégrafo. Como lo formula McLuhan “[…] el efecto del telégrafo fue hacer que las prensas corrieran más rápido […]”,[4] es decir, pasaron a correr todos los días, arrojando el “periódico diario”, es decir, nada menos que “el ‘periódico de hoy”,[5] con lo que surgió la “[…] experiencia básica […] que la mayoría de la gente siente respecto del ‘periódico de ayer’ […] de que nada puede estar más pasado de moda […]”,[6] de que nada es “tan rancio como el periódico de ayer”.[7]
El telégrafo como “contenido” del diario generó el ahora global, un ahora delocalizado que cada vez, con el número creciente de interconexiones telegráficas, era más amplio, más abarcante, con un “mayor volumen de noticias”,[8] tendiendo a crear un ahora como actualidad global. Todo eso se intensificó con la aparición de la telefonía y la radiofonía.[9] La radiofonía ya no necesitaba del papel del diario para dar a conocer el ahora, la actualidad. Así, la combinación de las transmisiones telegráficas y de las conversaciones telefónicas convertidas en el contenido de los periódicos diarios, unida a la inmediatez abarcante de las ondas radiofónicas, hizo surgir la actualidad mundial, ya no digamos la nacional. McLuhan formula la idea de una manera ligeramente diferente diciendo que:
[…] ahora el mundo de la interacción pública ha devenido […] inclusivo e integral […]. Eso se debe a que la electricidad tiene carácter orgánico y confirma el vínculo social orgánico mediante su uso tecnológico en el telégrafo y el teléfono, el radio y otras formas. La simultaneidad de la comunicación eléctrica […] hace a cada uno de nosotros presente y accesible a toda otra persona en el mundo.[10]
Se trata de “nuestra copresencia en todos lados al mismo tiempo en la época eléctrica”,[11] y con ella, el conjunto de los eventos desastrosos, tormentosos, acuciantes, sórdidos y turbios del mundo entero se convirtió en lo que McLuhan llama la “dimensión del interés humano”,[12] inaugurada ya por el telégrafo.[13] Esta dimensión es justamente “el lado obscuro y sombrío de las cosas”,[14] porque lo cierto es que desde el origen de la especie humana, las noticias, las “verdaderas noticias”,[15] como dice el mismo McLuhan, fueron y serán las “malas noticias”.[16]
Esto no se debe a ninguna maldad o perversión, o simple morbo del ser humano, sino que a todos los grupos humanos lo que les afecta y les debe preocupar más amplia y profundamente, es lo amenazante, lo negativo. Que el interés humano se concentre en lo negativo, preocupante, en el “lado sórdido”[17] y el “área turbia”,[18] se debe a que todo eso es lo amenazante para los humanos, y es un valor de supervivencia prestarle atención. Lo que se percibe como bueno no mata ––por lo menos no inmediatamente––, pero lo malo puede ser catastrófico “inmediatamente”, como la presencia de un predador durante cientos de miles de años de la historia humana, por ello los humanos estamos diseñados evolutivamente para prestar una atención intensa y preponderante a lo que nos aparece como negativo.[19]
La voz de la calle no es la excepción en cuanto al interés humano y por eso ella siempre es el lugar más relevante respecto de lo negativo, y lo mismo sucede con los medios tradicionales, pero, sobre todo, con las redes sociales como voz de la web. Las redes, donde está cualquiera, miles de millones de cualesquiera, de todo el mundo, son la nueva voz de la calle dando atención especial y compartiendo todo lo negativo, lo escandaloso, lo que involucra ampliamente a los cualquiera justamente por ser lo negativo, “el lado obscuro y sombrío de las cosas”. Si el apotegma mcluhaniano de que “las verdaderas noticias son las malas noticias” es una verdad humana transhistórica, pertinente para los hombres de todas las épocas y todas las culturas, las redes sociales no son la excepción sino la confirmación de la regla, y el que sean la cúspide tecnológica de la “interacción pública”,[20] de la comunicación generalizada, no las libra ni en lo más mínimo del interés humano transhistórico en lo negativo. Por el contrario, su carácter de inmediatez comprensiva de un volumen inmenso de noticias en el tiempo real garantiza, determina,[21] que sean la nueva versión del chisme, del rumor, de la sospecha y la maledicencia. En cuanto algún asunto se convierte en interés público en las redes sociales es porque ya está ahí configurado en la forma comunicativa que estas aportan, que es la de la maledicencia: “mira, ¡ve que mal!”.[22]
En general podemos ver como un prejuicio o sesgo ilustra la idea de que la atención humana es neutral y puede dirigirse de la misma manera o con el mismo interés a todo contenido comunicativo independientemente de su naturaleza. Eso es lo que, indirectamente, critica la tesis de McLuhan de que “las verdaderas noticias son las malas noticias”,[23] pero con las redes sociales esa tesis adquiere una validez mayor porque ahora quien genera los contenidos informativos ya no son los tradicionales productores profesionales de los contenidos de los medios formales quienes cuando más cercanos están a la cultura discursiva del libro tanto más tienden a rechazar lo turbio y sórdido, en general aquello que involucra y la emotividad correspondiente, todo por los hábitos o patrones de objetividad y distanciamiento propios del hombre de la “cultura tipográfica”.[24] Así, McLuhan nos dice que “[…] para el hombre de libro de cultura privada distanciada, este es el escándalo de la prensa: su involucramiento desvergonzado en las profundidades del interés y el sentimiento humanos”.[25] El hecho es que ya por la mera compresión “[…] en el tiempo y el espacio en la presentación de las noticias, el telégrafo debilitó la privacidad de la forma libro […]”[26] ya en la prensa misma. Y si en la prensa todavía se da la presencia del profesional que comparte elementos del condicionamiento psicológico de la tipografía alfabética, tales profesionales ya no son los que publican en las redes sociales, sino, justamente, los millones de cualquieras que no están obligados por ningún código de conducta a tener escrúpulo alguno para generar contenidos en ellas. Las redes sociales, como versión digital de la voz de la calle son el ámbito donde el distanciamiento de la privacidad queda suspendido y sus usuarios pasan a revolver y volver a revolver lo escandaloso, los sórdido, lo negativo, como la verdadera, profunda y realmente amplia, omniabarcante esfera del interés humano.
En manos de las “hordas de idiotas” de las redes sociales, la esfera del interés humano es lo conflictivo, la sordidez en términos globales. Ya por ese simple sesgo las redes sociales tienen el patrón de la sentimentalidad inmediata ajena a la reflexión, dado que el punto de concentración del interés es el ahora permanente en tanto la actualidad que conmueve y escandaliza. Si el sesgo al escándalo, a lo candente, es característico de todo lo que realmente involucra a los grupos amplios de la sociedad, la ausencia del control de entrada propio de los medios tradicionales, justamente la ausencia que define a las redes sociales las predestina a ser el medio de la antipolítica, de la emocionalidad sin freno y, por tanto, de la radicalización social. De ahí la virulencia de los movimientos sociales gestados y gestionados desde las redes, la virulencia de toda manifestación política que se canaliza a través de ellas, la cual gana, necesariamente una amplitud que sobrepasa a los medios tradicionales porque los que están activos ya no son los profesionales sino millones de cualesquiera. Esto fue el caso del movimiento de los chalecos amarillos. En unos pocos días se pasó del descontento por el alza de los carburantes al descontento (colére) y el enojo (colére) por 41 causas más. Pero con la multiplicidad de causas, estas mismas pasaron al trasfondo frente a un descontento que se independizó de sus causas y se convirtió en el agente emotivo flotante, al margen de cada causa puntual deviniendo él mismo en el elemento causal del movimiento. Todo esto, en repudio explícito y permanente a los medios tradicionales y adobado con diferentes teorías de la conspiración.
El teléfono inteligente y las redes sociales
Anotemos que las redes sociales son software personalizado que tiene versión tanto para computadora como para teléfonos inteligentes, pero que lo que les da toda su potencia a las redes sociales es su versión para teléfono inteligente, que es el primer dispositivo tecnológico sofisticado realmente personal y de fácil adquisición.[27] Si bien hay una gran cantidad de software personalizado conocido como aplicaciones móviles, las redes sociales tienen un lugar especial entre ellas porque a diferencia de la utilidad de telefonear, las redes sociales son las que interrelacionan al usuario de las redes convertidas en contenido del teléfono inteligente con el mundo, es decir, con un número en principio abierto de personas desconocidas, una interrelación que se da en la doble dimensión tanto de productor como de consumidor de contenidos digitales. La relación personal del usuario con el teléfono inteligente se duplica, en cierto sentido, con sus redes sociales. Ciertamente el teléfono hardware, las redes sociales son software, pero ambos son suyos, él tiene acceso a ellos con una clave personal y, por tanto, excluyente. A diferencia del automóvil, de la televisión, y de muchos otros dispositivos, la relación del usuario con sus redes en su teléfono es realmente individual excluyente y no depende ni de lugar ni de horario. Armado del “matrimonio” entre el teléfono y sus redes, el usuario se convierte en individuo público, en constante contacto con la actualidad ––según la definimos arriba–– y no como simple “observador” sino como “configurador” de la misma.[28] El tiempo real y la compresión sobre la pantalla celular de la actualidad, es decir, de la sordidez y lo negativo y escandaloso del mundo, ligados a las acciones disponibles en las redes sociales, hacen de todo cualquiera, un actor de la actualidad a pesar de ser en general anónimo o por lo menos individualmente irrelevante y relevante solo como un elemento aditivo de una tendencia. El usuario individualmente irrelevante se puede involucrar en todo sin ninguna responsabilidad ––justamente, individualmente es irrelevante–– y en el momento en el que quiera, pero ya en la interacción con miles de otros cualesquiera, deviene actor político de primera línea, aunque la “línea” la formen decenas o centenas de miles. Con esos miles, el usuario de las redes sociales, en tiempo real y delocalizadamente, conforma con otros miles el humor, el temple social, en especial respecto de los asuntos del interés humano, es decir, los que constituyen la dimensión de lo político propiamente dicho porque es lo que involucra a amplios sectores de la comunidad. La relación esencial de los medios eléctricos con lo negativo los predispone para lo contestatario, para la protesta, claro, siempre que se trate de la dimensión de lo público. Eso es especialmente claro en las redes sociales en donde todo queda en manos de espontáneos, no sujetos a ningún código profesional, pero esta conexión del individuo, cualquiera con la actualidad, es decir, con el flujo de lo negativo en tiempo real, con todas sus implicaciones, tiene como “fundamento posibilitante” la omnipresencia del teléfono inteligente en tanto gadget totalmente personal cuya pantalla siempre está al alcance de la mano.
La forma comunicativa, la desinformación, el “discurso de odio” y el “idiota tecnológico”
En este apartado queremos resaltar expresamente el problema de la incomprensión reinante respecto de las redes como forma tecnológica, en especial como forma comunicativa. Arriba señalamos que el tiempo real con su flujo imparable de contenidos de las redes sociales combinado con la brevedad de los mensajes genera, inevitablemente, todo un temple social irritado, de ira, un temple que en sí mismo es una forma moral, con total independencia del contenido del tráfico siempre y cuando este cumpla con la forma de “lo político”, del interés humano. La forma moral, emotiva, genera usuarios que en el ámbito de lo político, de “la actualidad”, no solo son a) partisanos, sino, además b) partisanos radicalizados, y esto con total independencia del contenido del tráfico “político”, “público”, de las redes. Las redes sociales en correlación con lo político generan necesariamente emotividad y radicalización. Esa es su forma, una parte de ella. La otra parte es la ya discutida forma cognitiva mítica, antidiscursiva. El asunto relevante es justamente la forma comunicativa mítico-emotiva de las redes, en el ámbito de lo político, “al margen de su contenido”. Estamos pues, frente a un caso particularmente relevante, pero, a fin de cuentas, solo un caso más, de la tesis fundacional de la mediología cuasi trascendental de McLuhan[29] de que “lo que cuenta es el medio” —the medium is the message—, no su contenido. Siendo más específicos, se trata del medio como forma o estructura que configura los patrones o formas de la subjetividad, incluyendo las formas o patrones morales y de conducta.[30]
Si para la configuración de la subjetividad, el medio como forma es lo que cuenta, lo que importa, y no su contenido o uso, entonces queda clara la inocencia de la tesis dominante en el análisis mediático en el sentido de que el problema de las redes sociales es la desinformación, es decir, lo que todo el mundo ve como el uso “incorrecto” de las mismas fakenews y el “discurso de odio”. Vencer la desinformación, suprimir el “discurso de odio”, es la idea que se vuelve a centrar en el “contenido del medio” y no en el medio mismo, y con ello retoma, una vez más, la idea de lo que McLuhan llama el “idiota tecnológico”,[31] es decir, de aquel que se centra el contenido del medio, en este caso de las redes sociales, porque “[…] no sabe nada acerca de la forma de ningún medio cualquiera que sea […]”.[32] Es la idea del “idiota tecnológico” que no puede “[…] notar ningún hecho acerca de la forma de un medio nuevo […]”.[33] Todo ciego o insensible a un medio como forma es, siempre, aquel que “[…] se ocupa con el ‘contenido’ […] del medio y no con el medio mismo […]”.[34] Lo que en este caso no se nota, se desconoce, es la “forma mítica emotiva de la comunicación en redes sociales” como la estructura o la esencia del medio. En Occidente experimentamos el choque entre el medio que es la forma de organización social consistente en la democracia representativa por un lado y, por otro, la forma comunicativa mítica emotiva de las redes sociales. Esta última es la que escapa al “idiota tecnológico” que se interesa por la desinformación y el “discurso de odio”. Al margen de lo que diga el tráfico de las redes sociales, de que sus contenidos sean verdaderos o no, de que se refieran a esto o lo otro, a estos o aquellos, a este o a aquel, las redes serán antidiscursivas, es decir, intolerantes y puramente asociativas mediante vagos conceptos simbólicos conglomerados por semejanza y cercanía de sus referentes. Esa es su forma comunicativa, piense lo que piense el “idiota tecnológico”.
Las redes como la fuerza de succión antipolítica
Los CHA son un caso paradigmático de un movimiento de masas que se define abiertamente como antiinstitucional, no solo por su espontaneidad y dinámica al margen de toda institucionalidad sino también por su forma de conducta abiertamente antirrepublicana. Tan importante como lo anterior es su forma comunicativa, mítico emotiva, transida de colère, y por tanto impenetrable para la discursividad y siempre apegada al patrón dramático de la lucha del bien contra el mal. Todos esos elementos son antipolíticos “en términos de los patrones y conductas republicanos”, sin embargo, es necesario resaltar expresamente una posibilidad encerrada en ellos y que consiste en la antipolítica como fuerza que llega a succionar a todo el espectro institucional de la vida pública constituida por los políticos y los profesionales de los medios de comunicación formales. Se trata de la situación extrema en la que no solo la agenda de la actualidad queda definida por los actores antipolíticos de las redes sociales, sino que antes, por sobre toda otra cosa, los patrones cognitivos, morales y de conducta antipolíticos se imponen a los profesionales de la política y de la opinión y el análisis, es decir, tanto a los actores gubernamentales y partidarios, como a los profesionales de los medios de comunicación formales.
Es claro que la democracia directa ––el RIC, en el caso de los CHA–– como forma paralela al “pueblo en acción”, así como el “hombre fuerte”, ambos saltando las instituciones republicanas, democráticas, son formas de la política. El término “antipolítica” proviene de la idea de que los cualesquiera radicalizados de las redes no solo no son profesionales de la política, sino que ven a los políticos como parte del mal, de las élites. De ahí han aparecido en los últimos años fórmulas asociadas a los movimientos surgidos de las redes como la de “¡que se vayan todos!”, o bien “¡todos son iguales!”. Estas fórmulas son totalmente conformes con la antiinstitucionalidad de los CHA, quienes claramente no se sienten ni se conciben a sí mismos como políticos, sino como parte del pueblo. Entonces, el término “antipolítica” tiene el sentido de recoger el sesgo antiinstitucional y antiprofesional de los movimientos transinstitucionales surgidos de las redes sociales.
Ahora bien, dada la antiinstitucionalidad “radical” de los CHA la antipolítica de su movimiento simplemente no podía succionar, arrastrar, ni al estamento republicano ni a los medios de comunicación formales. Eso facilitó que el republicanismo francés, encabezado por el presidente Macron y la Asamblea Nacional, fuera suficiente para mantener la fuerza de la forma discursiva de la comunicación frente al potente mito de los CHA. Sin embargo, la posibilidad de tal succión, que se manifiesta sin más como “la imposición de la forma comunicativa cuasi mítica sobre la discursiva”, es decir, como el deslizamiento o la caída de los políticos profesionales y de los medios formales hacia la forma mítico emotiva en abandono de la discursividad como forma comunicativa republicana y democrática, objetiva y tolerante, la muestra de manera paradigmática la política norteamericana en el periodo preelectoral de 2016 hasta el recién concluido periodo electoral norteamericano de 2020. A diferencia de lo que ocurrió en Francia durante el MCHA, donde el grueso de los profesionales de la política y de la opinión y del análisis mantuvo “la discursividad como forma comunicativa” y, por tanto, se mantuvo en las formas cognitivas, morales y de conducta generadas por el condicionamiento tipográfico alfabético, dejando las correspondientes formas cuasi míticas al movimiento dual de la web y de la calle, en los EEUU ya la sola aparición de Trump con su propia forma comunicativa cuasi mítica instrumentada desde Twitter, tuvo el efecto de fortalecer la división previa de los norteamericanos en dos campos míticos radicalmente confrontados.[35] Trump galvanizó míticamente a poco menos de la mitad de la población norteamericana, mientras que los demócratas y sus aliados hicieron “exactamente lo mismo” con poco más de la otra mitad de los norteamericanos. Si bien los demócratas se definen o se ven a sí mismos como la república de las letras, como el liberalismo y la democracia sin más, todo observador objetivo e imparcial se da cuenta de que la radicalidad de las dos mitades norteamericanas actuantes en las redes sociales arrastró, succionó sin más, a la mayoría de los profesionales de la política y del análisis de ambos bandos. Es decir, el tono de la confrontación y su permanencia durante la primera campaña de Trump y hasta su derrota en la segunda, fue dado por la belicosidad, la radicalidad y la forma comunicativa propia de las redes sociales y sus usuarios cualesquiera.
En este contexto es central no ver al mito de manera ilustrada como un simple esquema explicativo, de orientación cognitiva y moral en el mundo para el colectivo que se adhiere a él. Los mitos conllevan un potencial conflictivo muy grande porque están ligados a una emocionalidad muy profunda, ya que son el factor identitario más potente de todo grupo arcaico, el grupo en tanto a tal es impensable, no se reconoce a sí mismo, no es capaz de dar un paso, sin el mito fundador y guía. Por eso los mitos se relacionan unos a otros de manera extremadamente conflictiva, excluyente, y se fagocitan unos a otros en caso de contacto prolongado y como resultado de enfrentamientos reales muy virulentos. Si bien en el caso bajo examen no se trata de las estructuras míticas arcaicas, la relación de analogía estructural entre los conjuntos cuasi míticos propios de cada una de las dos cámara de resonancia desarrolladas en el caso norteamericano en el marco de las redes sociales, radicalmente confrontadas, las constituidas por los trumpistas y sus oponentes, incluye no solamente la antidiscursividad que relaciona los elementos de cada cuasi mito entre sí, sino también la emotividad propia de los mitos arcaicos.[36] Por eso diversos analistas vienen refiriéndose a la ira y a la indignación, es decir, una versión de la colère francesa, como la marca de la política norteamericana por lo menos desde el inicio del siglo XXI. Por lo mismo el profesor Petter Ditto dice que:
[…] el elemento más tóxico en la política contemporánea es la moralización. Nuestra cultura política ha devenido en lo que ambos bandos ven como una batalla existencial del bien (nosotros) contra el mal (ellos), y en este entorno casi cualquier mentira puede ser creída, casi cualquier transgresión puede ser disculpada, mientras sea de utilizada para su lado.[37]
Lo aparentemente paradójico es que en el ambiente político ––público, según lo definimos arriba— cuasi mítico moralizante, toda mentira y maniobra sean bienvenidas para apoyar a la “moral” correcta. El patrón de conducta y moral de “todo se vale”, “lo que importa es que ganemos, sea como sea”, es una manera de expresar la antipolítica dominante, la ausencia práctica total de discursividad. Así, Ditto continúa diciendo que
[…] la política ha sufrido una metástasis hacia algo del tipo de una batalla religiosa, una guerra entre dos sectas de la religión civil norteamericana, cada una con su propia visión moral y cada una creyendo que la visión ‘verdadera’ de los fundadores debe ser defendida a muerte contra los heréticos que buscan ensuciarla”. [38]
Es por el carácter antidiscursivo cuasi mítico o religioso, que en el texto de donde tomamos los dos pasajes recién citados se utiliza la expresión “sectarismo político” de manera literal: pese a la más superficial apariencia, lo que se confronta en los EEUU no son “partidos” sino sectas, si bien, gigantescas. Los partidos, como entidades de la república de las letras, son entidades bajo el patrón del entrenamiento discursivo, pero desde ya dos hace décadas, paralela y condicionadamente por el ascenso de las redes sociales, en la batalla política norteamericana los contendientes se han deslizado a la antipolítica de lo que cognitiva, moral y conductualmente son sectas moralizantes cuasi religiosas, cada una con sus fragmentos míticos excluyentes.
Sobre todo a partir de la aparición de Trump en 2015, lo que se ha extrañado en los EEUU es la discursividad como forma democrática y liberal, republicana. En EEUU ambos bandos —aunque los demócratas y sus aliados en el grupo de los profesionales de la opinión se consideren ilustrados, liberales— cayeron sin remedio en la antipolítica, es decir, fueron arrastrados por la forma política de las redes sociales con su radicalidad mítico sectaria impenetrable por la discursividad, es decir, por la evidencia, la objetividad, y totalmente alejada de la templanza y la tolerancia, y donde todo se vale, con tal de imponerse. Quien por simpatías o por ingenuidad suponga que el lado demócrata fue o es diferente en su forma comunicativa del republicano, haría bien en revisar la marea de textos de los profesionales de la opinión norteamericanos —y no solo norteamericanos— que califican a los votantes de Trump, clara y directamente, como enfermos y llega a haber quien propone que los simpatizantes de Trump sean sometidos a “higiene mental”.[39] En el lado triunfador de las recientes elecciones es raro encontrar voces sensatas que no vean al lado vencido como una mera enfermedad social. Lo cual no resulta sorprendente pues los dos lados de la contienda abrazaron con la misma convicción y vehemencia la forma mítica de la lucha del bien contra el mal, solo que la ubicación de los dos polos era la opuesta para cada uno de los contrincantes. Quien piense que en EEUU ganó la democracia deja de lado que lo que en realidad ganó fue “una versión del cuasi mito antiliberal y antidemocrático que dramatiza la política a una lucha final del bien contra el mal”, exactamente como hicieron los CHA en Francia, pero como nunca lo hizo la República Francesa. En los Estados Unidos no ganó, pese al discurso pretendidamente liberal, la democracia, sino una de dos sectas con su mito correspondiente. Toda la galería de los fervientes antitrumpistas debería serenarse y contestarse a sí misma si acaso no experimentó la política norteamericana desde por lo menos 2015, pero sobre todo el recién terminado proceso electoral norteamericano, como el drama de la lucha final —o cercano a ello— del bien contra el mal, así sea que esta galería se defina a sí misma como militante de los ejércitos celestiales. Sin duda la base trumpista fervorosa tiene el mismo sentimiento mítico, así haya sido derrotada, y dado que las redes sociales siguen ahí con toda su radicalidad mítico emotiva, como fenómeno no circunstancial sino estructural, los EEUU solo han vivido un segundo gran episodio en el drama de la lucha mítico sectaria del bien contra el mal. El signo premonitorio de esto es que los que blasonan de liberales se mantienen firmemente atrincherados en la forma comunicativa cuasi mítica en persecución de sus rivales vistos como los enfermos, exactamente así como hace cuatro años la candidata H. Clinton habló de los “deplorables”.[40] La pasión cuasi mítica y antidiscursiva no es otra cosa que el triunfo de la antipolítica en “los dos lados de la sociedad norteamericana arrastrada por la forma cognitiva, moral y conductual de las redes sociales”. El futuro de la democracia norteamericana en tal marco comunicativo no luce bien, sin decir ya que el liberalismo con su argumentatividad en la templanza y anclado en la objetividad seguirá suspendido, convertido, mcluhanianamente, en obsoleto en tanto forma comunicativa y de organización social en retroceso frente al moralismo mítico sectario. [41]
La pregunta es si Biden y su equipo de profesionales podría romper el yugo de las redes, sobreponerse a su fuerza de succión antipolítica, con su moralización sectaria, y regresar la política norteamericana a manos de los profesionales de la política y de la opinión ilustrada, es decir, objetiva, educada y tolerante. El factor en contra sigue ahí con toda su potencia: las redes sociales con su forma esencialmente antidiscursiva y la dinámica sectaria que le es inherente, a saber, la generación de cámaras de resonancia segregadas y radicalizadas.[42] La siguiente pregunta es si el establishment norteamericano evaluaría y lanzaría el golpe social de mayor envergadura imaginable en la actualidad, consistente en encontrar y aplicar una manera de someter a las redes sociales, lo que equivale, sin más, a convertirlas en “nuevo” medio, muy diferente del que son. Eso es muy dudoso a pesar de que, a diferencia de Trump, Biden no es un hombre de las redes sino un profesional de la política. El hecho es que los profesionales llevan varios años doblegados por las redes sociales, succionados al drama mítico de la lucha del bien contra el mal, sin siquiera sospecharlo en la aplastante mayoría de los casos. Todo parece indicar que la política norteamericana seguirá, bajo el influjo antipolítico de las redes sociales, preso de la moralización como patrón tóxico de la política.
Bibliografía
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Notas
[1] Véase McLuhan: “En la época mecánica, ahora en retroceso, se podía emprender muchas acciones sin gran preocupación. El movimiento lento aseguraba que las reacciones se demoraran periodos de tiempo considerables. Hoy en día la acción y la reacción ocurren casi al mismo tiempo.” (Understanding Media, ed. cit., p. 4)
[2] Ibid., p. 248.
[3] Ibid., p. 89.
[4] Ibid., p. 256.
[5] Ibid, p. 193.
[6] Idem.
[7] Ibid, p. 280.
[8] Ibid., p. 256.
[9] Véase McLuhan: “Puede ser que ahora se observe bien cómo la prensa ha sido modificada por los desarrollos recientes del teléfono y el radio […]” (Understanding Media, ed. cit., p. 213), que, de acuerdo con McLuhan, presionan en contra de la dimensión alfabética, es decir, discursiva de las columnas de opinión. Con el teléfono dicha dimensión discursiva es debilitada por el regreso a la “velocidad y la inmediatez del proceso oral” (Understanding Media, ed. cit., p. 214), lo que tiene influencia sobre el hecho de que “[…] en gran parte el periodista norteamericano arma sus historias y procesa sus datos por teléfono […]” Idem. En particular tal inmediatez telefónica en los procesos de la prensa también ayuda a que esta se acerque al “área turbia” Idem., de la información, lo que es muy relevante, como se verá a continuación.
[10] Ibid., p. 248.
[11] Idem.
[12] Ibid., p. 204.
[13] Ibid., p. 348.
[14] Ibid., p. 243.
[15] Ibid, p. 205.
[16] Idem. Esto concuerda con el ya mencionado “compromiso” de Upworthy “de encontrar historias con resonancia emocional”.
[17] Idem.
[18] Ibid, p. 214.
[19] Esta es una conclusión bien establecida entre psicólogos y antropólogos: “Se habla, en la literatura psicológica, de negativity dominance (‘dominancia de la negatividad’). Este sesgo […] bien documentado, privilegia las malas noticias: el ‘sesgo de alarma’. […] ¿A qué se debe? Imagina a tu tatara, tatara, … abuelo, cazador, en la sabana africana, abriéndose camino en el pasto. Qué advertencia, emitida de un colega de caza, sería la más urgente: ¿que a un lado está una posible presa, o un posible león? Los costos de no hacer caso son más altos con malas noticias que con buenas. […]. Luego entonces, ahí conviene, cuando escuchas una alarma, reenviarla rápido, y proteger a toda tu comunidad. No es un sesgo racional; es adaptativo.” Gil-White, Francisco. “Coronavirus: ¿Y la pandemia social?”, El Semanario, https://elsemanario.com/opinion/coronavirus-y-la-pandemia-social-francisco-gil-white/ (Consultado el 18 de marzo de 2021). Un ejemplo real del fenómeno es el siguiente: “En la ciudad de Nueva York en agosto de 2019 la gente empezó a huir de lo que sonaba como un tiroteo, otros individuos los siguieron, algunos gritando, ‘¡un tirador!’ Apenas posteriormente supieron que las ráfagas venían del escape de una motocicleta. En tal situación puede ser ventajoso correr primero e investigar después.” Menczer, Filipo; Hills, Thomas. “Information Overload Helps Fake News Spread, and Social Media Knows It”, Scientific American https://www.scientificamerican.com/article/information-overload-helps-fake-news-spread-and-social-media-knows-it/ (Consultado el 18 de marzo de 2021).
[20] McLuhan, Marshall, Understanding Media, ed. cit., p. 248.
[21] Una formulación interesante de dicho carácter de inmediatez y la concomitante exclusión de toda reflexión la da O’Neil al referirse a “(…) nuestra respuesta ahora instintiva al flujo incesante de información al que estamos sujetos en cada hora de vigilia: primero comparta, pregunte después. Mejor aún: deje que alguien haga las pregunta. Todavía mejor: ¿cuál fue la pregunta de nuevo?” O’Neil, Luke. “The Year We Broke the Internet”, Esquire, https://www.esquire.com/news-politics/news/a23711/we-broke-the-internet/ (Consultado el 18 de marzo de 2021).
[22] Haidt y Rose-Stockwell rozan el problema cuando refiriéndose al contexto de las redes sociales dicen que “[…] los humanos evolucionamos para el chismorreo, […] para manipular y para aislar. Con facilidad nos seduce este nuevo circo de gladiadores, aunque sepamos que nos puede hacer crueles y superficiales […],” a continuación se refieren a “[…] las fuerzas normales que podrían detenernos de unirnos a una turba furiosa, como el tiempo para reflexionar o calmarse […]”, pero justamente tal tiempo, el tiempo discursivo o secuencial queda eliminado por la presión del flujo de imparable contenidos en tiempo real en su inmediatez permanente, la “ahoridad”, de McLuhan. Haidt, Jonathan; Rose-Stockwell, Tobias. “The Dark Psychology of Social Networks”, The Atlantic, https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2019/12/social-media-democracy/600763/ (Consultado el 18 de marzo de 2021).
[23] McLuhan, Marshall, Understanding Media, ed. cit., p. 205.
[24] Ibid., p. 171.
[25] Ibid., p. 213.
[26] Ibid., p. 214.
[27] Ferraris hace la aguda observación siguiente: “Tradicionalmente los pobres quedan excluidos del acceso a las tecnologías avanzadas. Sin embargo, con el teléfono móvil esto no es así. Hay vagabundos con un teléfono móvil precisamente porque uno puede muy bien tener uno sin necesitar una casa para ello. El bien móvil por excelencia puede funcionar sin bienes inmuebles […]” (Where are you?, ed. cit., p. 18). Muy interesante resulta también el testimonio del científico y empresario coreano avecindado en China, Kai-Fu Lee, quien explica que los chinos pasaron al teléfono inteligente sin pasar por la computadora justamente porque esta es mucho más cara que un teléfono móvil: “Así, cuando los teléfonos inteligentes baratos inundaron el mercado, oleadas de ciudadanos ordinarios dieron el salto sobre las computadoras personales y se pusieron online por primera vez vía de sus teléfonos.” (AI Superpowers, ed. cit.).
[28] Con las redes sociales dejó de ser cierta la afirmación de McLuhan de que “[…] en gran parte nuestra copresencia en todas partes al mismo tiempo en la época eléctrica es un hecho de experiencia pasiva más que activa.” (McLuhan, Marshall, Understanding Media, ed. cit., p. 248s.)
[29] Véase Carrillo Canán, Alberto, McLuhan y la subjetividad mediática trascendental, ed. cit., capítulos 5 y 6, por ejemplo.
[30] Véase Ibid., por ejemplo, el capítulo 7.
[31] Véase: “Nuestra respuesta convencional a todos los medios, a saber, que lo que importa es como se les usa, es la posición insensible del idiota tecnológico.” (McLuhan, Marshall, Understanding Media, ed. cit., p. 19)
[32] Ibid., p. 209.
[33] Ibid., p. 251, i. a.
[34] Ibid., p. 64.
[35] Esa división partisana radicalizada de los Estados Unidos se remonta por lo menos a la segunda mitad de los años 90 y se cristalizó y reforzo a partir del año 2000, aproximadamente, con la aparición y desarrollo de las redes sociales. Véase sobre esto Carrillo Canán, Alberto, McLuhan y la subjetividad mediática trascendental, ed. cit., capítulo 13. También el capítulo 15, secciones de la 4 a la 6. Adicionalmente véase Duhigg, Charles. “The Real Roots of American Rage”, The Atlantic, https://bit.ly/35pJlPA (Consultado el 18 de marzo de 2021).
[36] Ver la segunda sección del capítulo 13 en Carrillo Canán, Alberto, McLuhan y la subjetividad mediática trascendental, ed. cit.
[37] Véase Edsall, Thomas B. “America, We Have a Problem”, The New York Times, https://www.nytimes.com/2020/12/16/opinion/trump-political-sectarianism.html (Consultado el 18 de marzo de 2021).
[38] Véase Idem.
[39] Sería materia de un interesante trabajo recabar tales documentos, por ejemplo, el texto “La crisis de la democracia norteameriana no ha terminado”, de Adam Serwer (The Atlantic, https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2020/11/the-crisis-of-american-democracy-is-not-over/616962/ Consultado el 18 de marzo de 2021). En un parráfo especialmente importante Serwer dice que Biden sacó muchos votos pero que Trump fue un “cercano segundo lugar”, en otras palabras, nadie puede partir de que los trumpistas fueran una minoría segundona, y a continuación Serwer dice que para los bidenianos el alivio de saber que Trump– quien era una “amenaza existencial para el país” – perdió, estará empañado por saber que una gran parte del electorado no los reconoce a ellos como “veraderamente americanos” y que los trumpianos no solamente son más que en 2016 sino más variados. Después de explicarnos esta desventura para los bidenistas, más abajo Serwer dice que Biden tiene que “reconocer al trumpismo como un síntoma de una enfermedad profunda”. El asunto es muy interesante porque muestra lo que piensan los autoproclamados liberales de los vencidos: los trumpistas no son ciudadanos normales, como cualesquiera otros sino que son enfermos, son un padecimiento social, una idea dramática que no es conforme con un marco discursivo y tolerante. Los opositores a los que se consideran a sí mismos liberales, serían enfermos, mientras que obviamente ellos, los “liberales”, serían, obviamente, los sanos. Por otra parte, según se señaló, los “enfermos” trumpistas ven a los bidenistas como “no verdaderamente americanos”, y lo que empeora la situación es que los supuestos enfermos trumpistas son casi tantos como los sanos bidenistas. La polarización radicalizada de los EEUU está, pues, lejos de ser superada. Señalemos además que la versión del trumpismo como enfermedad y amenaza existencial ha sido recogida ampliamente por los liberales de otros países. En el caso de México, por ejemplo, Macario Schettino publicó el artículo titulado “Infecciones”, en El Financiero (https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/macario-schettino/infecciones Consultado el 18 de marzo de 2021), con esa idea de una enfermedad social, mientras que P. Hiriart publicó en El Universal durante buena parte del proceso electoral norteamericano una larga serie de alarmados artículos en el marco de la dramatización de una lucha decisiva del bien (Biden) contra el mal (Trump) en los EEUU e, incluso, de alcance mundial. Lo cierto es que la forma comunicativa cuasi mítica de las redes sociales ejerció su fuerza de succión más allá de aquel país y se impuso a nivel internacional arrastrando a los profesionales del análisis político y social a la antipolítica propia de la forma cognitiva y moral de las redes sociales. El en la línea de la enfermedad también está el artículo de G. Wood, “¿Qué hacer con los trumpistas. La respuesta a esos extremistas no es el contraterrorismo. Es la higiene mental.” En este texto se trata sin más a los trumpistas de extremistas que deben ser tratados mentalmente. La autora considera largamente la opción de declararlos terroristas, pero dice que dice que “(…) más cercano a la fuente de esta enfermedad está un defecto mental […]. La respuesta adecuada a esos extremistas [los trumpistas, sin mayor diferenciación] no es el contraterrorismo. Es la higiene mental.” (The Atlantic, https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2021/01/trumpism-not-terrorism/617703/?fbclid=IwAR2QHAZt5U79jTlA3IoHhH7ksqe_-D_TVWI_u28pho2X1R7tVBK-rGXFSto Consultado el 18 de marzo de 2021).
[40] Además de la versión de los triunfadores electorales según la cual los vencidos eran enfermos y una amenaza existencial para el país, está también la propuesta del “ajuste de cuentas” contra los vencidos, un ajuste que requiría de rituales de escenificación y narración sanatoria, por parte de los que habrían sido humillados y ultrajados por el trumpismo. Lo llamativo es que tal dramatización y la construcción de un relato del pasado maligno tiene un carácter mítico abierto, además de que no se sabe de ninguna manera hasta dónde llegaría el “ajuste de cuentas” demandado. Véase el artículo de Masha Gessen “¿Por qué los EEUU necesita un ajuste de cuentas con la era Trump?”, en The New Yorker del 2020 (https://www.newyorker.com/news/our-columnists/why-america-needs-a-reckoning-with-the-trump-era Consultado el 18 de marzo de 2021), texto en el que se dan otras referenncias de proponentes del “ajuste de cuentas”. Es claro que el “ajuste de cuentas” prouesto por Gessen está en la mism dirección la señalda idea Wood (nota de página anterior) de someter a los trumpistas a “higiene mental”.
[41] En este contexto resultan ilustrativos los señalamientos de Rafael Behr respecto del ethos democrático: “La política civilizada [profesional, diríamos también nosotros] y multipartidista requiere un intercambiio de ideas, de oponiones rivales, así como una intermeciación delicada, y en ocasiones tensas entre intereses en competencia. Una estructura [se refire a Twitter] que acelera y promueve el conflicto es enemiga de las conductas del pluralismo democrático parece una arma de destrucción cívica. […] Un hilo sutíl conecta las maneras y la democracia. Comportarse bien en la plaza pública, no insultar a los extraños, por ejemplo, es un hábito nacido de derechos mutuamente reconocidos y normas no escritas. Esos códigos sociales son una parte del ecosistema democrático tanto como lo son las elecciones libres y los juzgados independientes. Cuando en una cultura política se decolora la civilidad, cuando el ámbito público deviene patológicamente mal educado, pierde su capacidad de mediar entre los intereses de grupos en competencia. Se fragiliza y se vuelve menos susceptible al ethos de compromiso sin el cual una democracia pluralista no puede florecer.” “How Twitter poisoned politics”, Prospect, https://www.prospectmagazine.co.uk/magazine/how-twitter-poisoned-politics (Consultado el 18 de marzo de 2021).
[42] Varias veces nos hemos referido a las “cámaras de resonancia” generadas por las redes sociales. Este es un tema central en sí mismo que no podemos abordar aquí. Solamente lo dejamos señalado y como labor para un trabajo próximo.