Touche-touche

ILUSTRACIÓN DE NAYELI TENORIO

Trad. Maria Konta

 

I

En francés, la expresión estar “à touche-touche” significa estar muy cerca los unos de los otros de tal manera que cada uno toque al otro.[1] La repetición de la palabra es fiel a la reciprocidad o al movimiento del contacto en una multitud apretada o para indicar que dos personas son muy cercanas entre sí, más cerca de lo que permite la buena educación. “À touche-touche” tiene una connotación erótica cuando se trata de seres humanos y no solo de automóviles en un embotellamiento. El inglés usa una fórmula más acrobática que erótica – to be on top of the other – al menos dependiendo de cómo uno entienda “top”. (El francés también dice  “étre les uns sur les autres” (“estar el uno encima del otro”), lo cual tiene una resonancia mucho menos erótica.) Pero también hay bumper to bumper que contiene la idea del choque y del parachoques. Pero el inglés coloquial también dice touchy touchy con un valor erótico o emocional. El alemán también juega la repetición diciendo dicht an dicht, es decir literalmente “muy cercanos”.

 

Cómo entender la duplicación de francés, inglés y alemán – que tiene un equivalente aproximado en el pata pata de la lengua Xhosa que dio a conocer una canción de Miriam Makeba (y que Angélique Kidjo se hizo cargo recientemente de cantar, en el contexto de COVID-19, la interdicción de pata pata). Puede haber otras equivalencias en otros idiomas.

 

Conocemos bien las expresiones que repiten la parte del cuerpo a través de la cual se realiza un toqueteo (lado a lado, mejilla con mejilla, etc.). Entonces es cuestión de que dos se tocan. Pero la repetición en touche-touche desdobla el contacto mismo. De hecho, desdobla o redobla lo que por sí mismo envuelve o involucra la repetición. No se puede tocar sin ser tocado y cuando se trata de un contacto entre sujetos vivos, hay reciprocidad. Esto puede ser atractivo (caricia) o repulsivo (retroceso). Esta dualidad misma concentra o pone en juego toda la ambivalencia del contacto, es decir, de la proximidad y de la distancia, de la atracción y de la repulsión. La forma más íntima de esta ambivalencia es la dualidad de la absorción y del rechazo que caracteriza el comportamiento elemental de una persona viva. Este comportamiento es el de la vida misma: debe absorber lo que la hace vivir y rechazar lo que la amenaza.

 

El tocar se diferencia de los demás sentidos, al mismo tiempo que expone su propiedad común, en lo que se siente él mismo tocado. La vista no se siente vista —a primera vista porque en la imagen o en el espectáculo que veo me veo viendo y sé o siento oscuramente que estoy visto— al menos en que estoy expuesto a miradas posibles. Con el tocar, la reversibilidad es de alguna manera inmediata. Toco una piedra, su aspereza me toca. Si toco la piel de una persona viva, es su vida la que me toca a mí al mismo tiempo. No solo su vida biológica, sino su vida en toda la amplitud del concepto, es decir, con la amplitud total de la doble posibilidad de aceptar o rechazar el tacto.

 

Si tuviéramos que conocer más sobre esta duplicidad en la que, por supuesto, está en juego una relación entre el mismo y el otro, solo tendríamos que considerar la importancia de los tabúes del tacto. Una sola frase de Freud puede ser suficiente aquí: “Lo sagrado es manifiestamente lo que no debe tocarse”.[2] No importa si “lo sagrado” nos parece o no una noción vana: sólo podemos reconocer la existencia de los diversos tabúes del tocar, como lo demuestran, por decir lo mínimo, las reglas de cortesía de todas las culturas.

 

Y aunque extendido cuando se trata de una prohibición, también es una transgresión posible y deseada. La transgresión no se puede reducir a un gesto violento. Esto es siempre característico de un tocar o de lo que en francés se llama un  (toque de un pintor, de un pianista, de un escritor entre muchos otros usos y en un sentido figurativo y vulgar de la seducción de una persona). Siempre es un impacto, por leve que sea, y una sacudida. Tocar es también mover, remover, conmover. “Touche-touche” es también la llamada y la respuesta de un empuje, una sacudida, una turbación, un movimiento.

 

II

 

Para acercarse a lo que se trata aquí, nos apoyaremos en palabras alemanas.

 

Rühren, Berühren, Aufruhr: el alemán permite agrupar en la misma familia semántica del ruhr tres nociones a las que podemos hacer corresponder en francés a “bouger” o “agiter”, “toucher” y “soulèvement”, cada uno de estos términos entendido según la diversidad de sus posibles valores. El mover y agitar se toman en los sentidos físicos y morales, al igual que el tocar y la sublevación. Este último término, por su parte, orienta su valor moral hacia una dirección sociopolítica. (Cabe señalar aquí que el dicht an dicht mencionado anteriormente no contiene la idea del tocar sino la de la densidad o de la compresión, por lo tanto, del lado del resultado más que del acto de tocar.

 

Esta familia semántica es la del movimiento que no es ni el movimiento local (el desplazamiento, en alemán Bewegung) ni el movimiento de la transformación (en alemán Verwandlung, metamorfosis, por ejemplo, generación y corrupción, crecimiento y decrecimiento) sino el movimiento que uno puede designarlo lo menos mal llamándolo “emoción”, término que modifica la moción, la transcripción más cercana al latín motus tomado del verbo movere de lo que también  hemos conservado el mover y el conmover.

 

El tocar parece, en francés, más bien ajeno a la semántica del movimiento, mientras que claramente le pertenece en alemán. El tocar, el tacto o el contacto parecen ser más estáticos que dinámicos. Sin duda podemos entender que tenemos que movernos para tocar, que tenemos que “entrar en contacto” como decimos, pero el tocar en sí mismo nos parece más bien designar un estado más que un movimiento y el contacto más bien evoca una adhesión firme más que un proceso móvil.

 

Sin embargo, el francés también está muy familiarizado con el valor móvil, motor y dinámico del tacto: está presente cuando hablamos de una persona o de una obra que “nos toca”, o cuando evocamos, como ya lo he hecho, el “toque” de un pianista o el toque de un pintor y también el de la gracia divina.

 

***

El tocar hace temblar y hace moverse. Tan pronto como acerco mi cuerpo de un otro cuerpo ya que este último sea inerte, de madera, piedra o metal- muevo al otro, aunque sea a una distancia infinitesimal, y el otro me aleja de él, me detiene de alguna manera. El tocar actúa y reacciona al mismo tiempo. El tocar atrae y rechaza. El tocar empuja y repele, pulsión y repulsión, ritmo de afuera y de adentro, de la ingestión y del rechazo, de lo propio y de lo impropio.

 

El tocar comienza cuando dos cuerpos se separan y se distinguen el uno del otro. El niño sale del útero y a su vez se convierte en un vientre que puede tragar y escupir. Toma el pecho de su madre o su dedo en su boca. El chupar es el primer tocar. El chupar sin duda succiona una leche nutritiva. Pero hace más y algo más: cierra la boca sobre el cuerpo del otro. Establece o restablece un contacto mediante el cual invierte los roles: el niño que estaba contenido contiene a su vez el cuerpo que lo contenía. Pero no lo encierra en sí mismo, al contrario, lo sostiene al mismo tiempo frente a él. El movimiento de los labios que succionan continúa retomando la alternancia de la proximidad y de la distancia, la penetración y la salida que presidió el descenso desde el vientre hasta la emergencia del cuerpo de este nuevo cuerpo finalmente dispuesto a separarse.

 

En separándose conquista esta nueva posibilidad de la que sólo conocía un esbozo: la posibilidad de la relación y del contacto. Cuando nace, se separa. Pero queda eso, ella o él que flota dentro de un elemento, dentro de un mundo en el que todo se relaciona con todo, todo tiende al todo y se desvía del todo, pero esta vez según las múltiples exploraciones de todos los adentros / afueras de cuerpos separados.

 

III

 

Solo un cuerpo separado puede tocar. Sólo él puede también separar por completo su tacto de sus otros sentidos, es decir, constituir en un sentido autónomo aquello que, sin embargo, atraviesa todos los sentidos, como diferenciándose en ellos, distinguiéndose como una especie de razón común. Razón o pasión, impulso, moción.

 

Ahí donde había inmersión, ondeo y envoltura por todos lados en la relativa indistinción de su afuera y de su adentro, tendencialmente confundido en el equilibrio común de los dos cuerpos y donde se chupaba su propio dedo, allí se separa y habiendo salido afuera, se encuentra él mismo frente a este afuera. Es decir, ya no está dentro del adentro y en la inmanencia. En el verdadero sentido de la palabra, trasciende: va más allá del ser en él mismo.

 

Su movilidad abandona la suspensión, la pesadez casi nula y la viscosa indiferencia de las direcciones. Se convierte en movimiento verdadero según la distancia de otros cuerpos. Ella es la apertura de la relación. La relación no busca restituir una indistinción: celebra la distinción, anuncia el encuentro, es decir precisamente el contacto.

 

***

El contacto no anula la separación, al contrario. Todas las lógicas -metafísicas o psicológicas- que plantean la atracción primordial de una supuesta unidad perdida y la necesidad de resolverse a la coacción de la separación -de la sección, de la sexuación, de la pluralidad de los sentidos, de los ritmos, de los aspectos- son lógicas de una especie de monoteísmo o monoideísmo mórbido. Son pato-lógicas pero no son lógicas del patetismo ni de la dunamis tou pathein que es la potencia de recibir, la capacidad de ser afectado. Sin embargo, el afecto es ante todo pasión y movimiento de pasión, de una pasión cuya naturaleza misma es “tocar”: ser tocado, tocar a su vez, tocarse con el toque que viene del afuera, de eso que me toca y con el toque por lo que toco.

 

Estar afectado no significa que un sujeto previo venga, en una circunstancia determinada, a recibir un afecto. ¿Cómo podría recibir sin ser capaz de eso? Pero esta capacidad en sí misma debe ser capacidad en el sentido más verdadero: potencia de recibir. Poder recibir implica ya recibir, ser afectado. Ser afectado requiere haber sido, haber sido siempre. Por eso siempre ha existido un afuera y siempre ya una apertura hacia él. Siempre ya una apertura estirada hacia el afuera. Un deseo por el afuera tal que sólo puede haber sido precedido por el afuera, sin el cual no podría desearlo. El sujeto no es ni anterior ni exterior al afuera, es —si al menos uno quiere hablar de sujeto— más bien, como podemos decir en francés “sujet au dehors“: sujeto al otro, sujeto al tacto del otro. Lo que comienza como un ondeo que se convierte en fricción en este jarrón que es el amnios en el que se baña el homúnculo, es este toque del afuera.

 

Cuando este jarrón deja que su contenido se derrame, el agua se derrama y de él sale el pequeño, empapado. Todo su cuerpo —entero y desprendido por primera vez— lleva la huella húmeda que se convierte en su piel, que se funde en el bosquejo de su piel pero que hace que esta piel siempre sea capaz de recibir el afuera, de ser bañada y equilibrada, mecida en las oleajes del afuera.

 

Así que el tocar ante todo y para siempre es este balanceo, este ondeo y esta fricción que la succión repite, relanzando y re-jugando el deseo de sentirse tocado y tocando, el deseo de experimentarse en contacto con el afuera. Más incluso que “en contacto” sino el contacto mismo. Todo mi ser es contacto. Todo mi ser está tocado / tocando, y eso es lo que “touche-touche” dice en una manera bromista. Es decir, a la vez envuelto en uno mismo y abierto al afuera, abierto por todos sus orificios, oídos, ojos, boca, fosas nasales – y por supuesto todos estos canales de ingestión y digestión como los de sus estados de ánimo, sus sudores y sus licores sexuales. Pero la piel, por su parte, se esfuerza por extender alrededor de estas aperturas, estas entradas y salidas, una envoltura que, al mismo tiempo que las sitúa y las concreta, desarrolla por sí misma esta capacidad de ser afectada y desearlo. Cada sentido especializa el afecto de acuerdo con un régimen distinto: ver, oír, oler, saborear, pero la piel sigue conectando estos regímenes sin confundirlos. La piel que envuelve es sólo el desarrollo y la puesta en juego, la exposición general de toda la circunscripción del cuerpo (con todo su desprendimiento). Ex-peau-sition es posible decir mientras se juega con francés. En alemán, podríamos jugar el Aus-sein / Haut-sein.

 

Pero en cualquier lenguaje lo que debe importar es que la exposición, el Ausstellen que es el cuerpo y su Ausdehnen (Psyche ist ausgedehnt, escribe Freud) no consiste en un esparcimiento fijo como en el riel de los cuadros de una galería de pintura. Por el contrario, esta exposición sólo puede entenderse como un movimiento permanente, como una ondulación, un despliegue y un repliegue, un ritmo siempre cambiante en contacto con todos los demás cuerpos, es decir, en contacto con todo lo que se acerca y con todo lo que nos acercamos.

 

IV

 

Como sabemos desde Aristóteles, la identidad de lo sensible y lo sentiente en el sentir (que, por tanto, también es un ser-sentido), en sí misma similar a la identidad de lo pensable y del pensador en el acto de pensar, implica en el punto de la sensación – en la visión, el oído, el olfato, el gusto y el contacto – una forma de co-penetración de los dos en el acto y como este acto. Hay un touche-touche de sentir. El acto sensitivo, es decir, según el concepto aristotélico del acto —Energeia— forma la efectividad real, el acontecimiento que se produce de la sensación. El alma que siente es ella misma sensible y por lo tanto se siente sintiendo. Ahora en ninguna parte es esto más claro, en ninguna parte es más sensible, que en el tacto: ni el ojo, ni el oído, ni la nariz, ni la boca se sienten sintiendo con la intensidad y la precisión de la piel. La imagen, el sonido, el olor, el gusto permanecen de alguna manera distintos del órgano sensorial, incluso si lo ocupan por completo. Sin duda, lo mismo ocurre con el tacto tan pronto como imagino la sustancia tocada (si creo que “este tejido es áspero”, “esta piel está fresca”). Pero se puede decir, aunque en realidad es imposible determinar estas cosas, que la representación es menos inmediata en el tocar. En los otros sentidos, se anuncia más rápidamente, aunque de manera diferente según los casos (la imagen es contemporánea de su visión, la melodía o el timbre lo son también, pero un poco menos, del audición, el sabor aún menos de la gustación, y el olfato está aún más lejos del olfato, hasta el punto de ser del orden del tocar).

 

Sin embargo, esta identidad del tocante y de lo tocado solo puede entenderse como la identidad de un movimiento, de una moción y de una emoción. Precisamente porque no es la identidad de una representación y de su representado, es una mismidad más que una identidad. La piel fresca no es primero eso —“piel fresca”— sin el acto de mi mano que la toque. Pero ella “es” mi gesto, es mi mano y mi mano la atraviesa porque mi mano es su contacto o su caricia (en realidad, ningún contacto con una piel —salvo un contacto médico— está exento de una caricia en potencia). La moción y la emoción, que son en sí mismas una cosa, envuelven el acto, la energeia sensible. Y esta energeia no es otra cosa sino la efectividad del contacto, que es la efectividad de un acercamiento y una recepción de una doble cualidad que se intercambia: vengo hacia la piel que me acoge, mi piel acoge la venida que es para ella misma la bienvenida del otro. El venir-a del uno y del otro los cruza en un punto de casi confusión. Este punto en sí no es inmóvil: es “punto sólo por imagen, su realidad es moción y emoción, excitación, tracción y atracción, al mismo tiempo que variación ininterrumpida, fluctuación”. Es a la vez vibración, palpitación del uno contra el otro, oscilación del uno al otro y por esta razón “identidad” que no se identifica aunque aglutina al uno y al otro y comparte sus presencias en una misma venida.

 

Este es el rühren del tacto. Movimiento líquido de un ritmo, oleaje, resaca de la ex-istencia que es “estar afuera” porque el “afuera” es la inflexión, la curva y la escansión de ese ondeo y fricción según el cual mi cuerpo se baña entre todos los cuerpos y mi piel junto con las otras pieles. El tocar busca tocar y ser tocado: touche-touche.

 

El movimiento del tocar no es, por tanto, lo que llamamos por otro término – tasten en alemán, tâter en francés (donde también se puede usar palper) – que podría parecer más propio. Tâter, de hecho, es un comportamiento cognitivo, no afectivo. Uno palpa para reconocer o apreciar una superficie, una consistencia, para estimar una densidad, una flexibilidad. Pero así no acariciamos. El tocar acaricia, es esencialmente una caricia, es decir es deseo y placer de acercarse lo más posible a una piel – humana, animal, textil, mineral, etc. – y usar esa cercanía (es decir, ese enfoque superlativo y extremo) para hacer jugar las pieles la una contra la otra.

 

Este juego retoma el ritmo que muy esencial y originalmente es el juego del adentro / afuera, quizás el único juego si todos los juegos consisten en tomar y dejar lugares, abrir distancias, ocupar y vaciar lugares, cajas, plazos. El tocar es movimiento porque es rítmico y no porque sería un procedimiento o un paso de exploración. El “acercamiento” aquí no cuenta como venida en los alrededores, y el “contacto” no cuenta como el establecimiento de un intercambio (de signos, señales, información, objetos, servicios). El acercamiento vale como un movimiento superlativo de la proximidad que nunca se anulará en una identidad, ya que “lo más cercano” debe permanecer distante, infinitesimalmente distante para ser lo que es. El contacto vale como una sacudida -también superlativa, extrema- de la sensibilidad, es decir de lo que hace la capacidad de recibir, de ser tocado. (El rühren puede tener el significado de tocar un instrumento, como en francés solíamos hablar de “tocar el piano”: siempre es despertar, temblar, animar).

 

***

Este juego y este ritmo de tacto es el rühren de un deseo. Quizás el deseo mismo, porque hay deseo que no quiere tocar, si el tocar da el placer del deseo mismo, el placer del deseo extendido hacia la proximidad de la relación, ya que la relación no es otra cosa sino la puesta en juego de la partición de un interior y de un exterior.

 

El primer y alguna vez el sentido más extendido de ruhr fue el del goce amoroso y sexual. El movimiento rítmico y el desbordamiento, el derramamiento que no es solo de licores sino de cuerpos enteros que se esparcen el uno contra el otro, el uno en el otro y el uno se aparta del otro para recuperarse y volver a estar juntos en la sucesión de ondas en las que se convierten entre sí, este movimiento no pertenece a ningún proceso de acción o de cognición (no estamos hablando aquí de esta finalidad que es la generación, que abre otro cuerpo, porque el gozar no tiene finalidad o tiene ningún otro fin sino la que lo suspende sobre sí mismo en el desbordamiento que lo agota e incluso lo abre más allá de sí mismo).

 

Entendemos que el tocar responde, como ya hemos dicho, al más extenso de los tabúes. Sabemos exactamente hasta qué punto está permitido tocar incluso la mano de otra persona, por no hablar del resto del cuerpo, y hasta dónde y cómo está permitido besar, apretar, acariciar. En la medida en que el touche-touche sea admisible, juguetón antes de moverse y confundirse.

 

Sabemos por una ciencia muy segura hasta qué punto el tocar involucra al ser y, por lo tanto, cómo el ser es estrictamente inseparable de la relación. No hay, absolutamente no, “el ser” y luego la relación. Hay “ser”, el verbo cuyo acto y transitividad se forman en relación(es) y sólo así se forman. El “yo soy” de Descartes no contraviene esta necesidad, como tampoco el “yo” de Kant, el de Fichte, Husserl o el “Jemein” de Heidegger. Cada “yo” es y es sólo el acto de su relación tendido hacia el mundo, hacia lo que se llama el “otro” y cuya alteridad se revela en el tacto o también como el tacto.

 

Ahora bien, el toque —que sin ninguna casualidad dio su nombre a un modo de intervención divina en el alma— en tanto moción y emoción del otro consiste tanto en la punta de un contacto como en la recepción o la aceptación de su presión y su ataque. Toca y pica, perfora o agarra, indistinguiblemente y en una vibración en la que se retira inmediatamente. Ya es su propia huella, es decir, se desvanece como una marca, una huella puntual mientras propaga sus efectos de la moción y la emoción. Touche-touche: se toca y se aleja tocando.

 

San Juan de la Cruz habla de “los toques de unión que sirven para unir pasivamente el alma a Dios” y precisa que “[…] nada es más adecuado para disipar este delicado conocimiento sino la intervención del espíritu natural. Como se trata de una deliciosa inteligencia sobrenatural, no es necesario buscar activamente comprenderla; eso es imposible. La comprensión solo tiene que aceptarlo.” El no “comprender activamente” es comprender pasivamente, es probar un sabor, es sentir un toque. El misticismo no tiene el monopolio de esta metafórica, si al menos lo es. El “toque” de un pintor, el “toque” de un pianista (y las “teclas” del piano, y por qué no el del teclado de la computadora), el “toque” que se puede agregar (“de fantasía”, “de melancolía”, etc.) a una decoración o a un texto así como el “toque” erótico[3] comparten la misma cualidad, a la vez puntual y vibratoria.

 

Sin embargo, nunca se trata de una metáfora. Siempre se trata de una realidad sensible, material y por lo tanto vibratoria. Cuando el alma tiembla, ella tiembla definitivamente, tanto como se puede ver en el agua a punto de ebullición. Lo que comúnmente se llama “alma” no es más que el despertar y la bienvenida, los dos mezclados, de la moción / emoción. El alma es el cuerpo tocado, vibrante, receptivo y que responde. Su respuesta es la partición del toque, levantándola hacia ella. Se subleva, como dice el Aufruhr alemán, lo que significa, ya he señalado, una sublevación sociopolítica. De hecho, hay insurrección, ya veces erección, en la moción del tacto. Un cuerpo se rebela contra su propio cierre, contra su confinamiento en sí mismo, contra su entropía. Se subleva contra su muerte. Quizás no sea imposible que el mismo toque de la muerte desencadene un levantamiento final, desgarrador y abandonado al mismo tiempo.

 

Ya sea la venida de un otro, de una otra, o bien de la alteración absoluta de la muerte, es el cuerpo el que se abre y se expande hacia afuera. Este es su acto puro: así como el primer motor inmóvil de Aristóteles es pura energeia en la que no queda ninguna “potencia” (dunamis), es decir, nada que se pueda esperar, nada que pueda venir de afuera, de la misma manera cuando estoy tocado no tengo nada que esperar: el toque está todo en acción, en su acto móvil, vibratorio y repentino. Y así como para el dios de Aristóteles, este acto va acompañado de su propio exceso que es su goce, el placer que es la flor o el resplandor del acto, sol u oscuridad, siempre un abismo hacia el que brota o se extiende el ruhr del berührenel toque del tocar.

 

Notas
[1] Conferencia pronunciada en inglés en el Institute for Cultural Inquiry, Berlín, el 24 de marzo 2021. Véanse: https://www.ici-berlin.org/events/jean-luc-nancy-intimacy/. Agradezco a Jean-Luc Nancy por haberme mandado el texto original en francés.
[2] Der Mann Moses II, D.
[3] En francés, “tócame”, “tú te tocas”, tomadas de manera absoluta, son palabras eróticas.