La manipulación religiosa del poder

JEAN-LUC NANCY

Trad. Maria Konta

 

¿Qué significa la “epidemia teocrática”, que sin ser todavía una pandemia se está manifestando en muchas regiones del mundo?[1] No solo en países cuyos estados se afirman sustancialmente vinculados a una confesión religiosa, sino en otros países, incluidos los Estados que más o menos abiertamente toman el camino de una afirmación comparable (sin mencionar los esfuerzos realizados en otros lugares, particularmente en África, para desestabilizar a otros Estados en nombre de una religión o de Estados como los de Yugoslavia y Albania donde están surgiendo tendencias religiosas nacionalistas). Es primero India, evidentemente, seguida de Japón, donde Shinzo Abe había multiplicado los signos de los lazos estatales con el sintoísmo, incluso tendencialmente hacia la deidad previa del emperador. Luego es Turquía donde la reapropiación musulmana de Hagia Sophia de Estambul simbolizó recientemente todo una política. En Birmania, la resistencia del Estado al budismo nacionalista y violento no impide el incremento de esta corriente, a la que el nuevo gobierno vigente es más favorable que el precedente (que no había impedido la persecución de los musulmanes). Fenómenos similares están apareciendo en Tailandia y Camboya (de los cuales el budismo Theravada ya es la religión oficial). A esto se suma la reciente ley israelí del “Estado-nación judío”, pero también es necesario tener en cuenta las relaciones del Estado ruso con la religión ortodoxa, del Estado húngaro con la Iglesia católica y no menos el ascenso político de los evangelistas en los Estados Unidos o en Brasil- respaldado y aplaudido por Trump y Bolsonaro. Por último, no debemos descuidar las cada vez más ruidosas agitaciones fundamentalistas, por ejemplo, de los católicos franceses.

 

El espíritu que falta

 

¿De qué se trata? Sin duda alguna, de la relativa debilidad de los Estados en un mundo donde el poder tecnoeconómico los debilita. Sin duda alguna, nuevamente, los descontentos que se intensifican en los pueblos desprovistos al mismo tiempo del recurso estatal y de la fuerza revolucionaria. Desde que Michel Foucault habló de la “espiritualidad política”, nadie se ha atrevido a retomar esta expresión que la realidad iraní de los años 80 había desacreditado. Sin embargo, no es injustificado si se considera, desde Marx, que el mundo resulta “sin espíritu”. El espíritu que falta, ciertamente, Marx no lo esperaba de la religión (sin saber sin embargo lo que esperaba), y Foucault malinterpretó lo que estaba en juego en la revolución iraní.

 

Lo que es cierto es que no se puede esperar el prurito religioso que prevalece hoy. Simplemente porque no recalentamos las tradiciones más que las culturas. Una religión digna de ese nombre (un nombre, además, polisémico y opaco) no consiste en un esfuerzo por reactivar un pasado sino en un nuevo fervor creativo. Sin embargo, en todas partes, la codicia religiosa de los manipuladores políticos (y mercantiles) pretende reactivar los pasados ​​deformados y truncados, arreglados para las necesidades de la causa. Las doctrinas o mensajes religiosos en cuestión son siempre producto de deformaciones —más o menos deliberadas según el caso— a veces de verdaderas tradiciones y otras de verdaderos avances de sus verdaderas inspiraciones. La teocracia que más o menos obviamente acecha a la epidemia actual – y siempre en oposición a la democracia – no es necesariamente el espíritu de las religiones solicitadas. Así que nada es más urgente hoy sino un examen detenido de este espíritu.

 

Religión falsa

 

Podemos dar dos ejemplos recientes, y muy diferentes. Anoush Ganjipour publicó recientemente La ambivalencia política del Islam (L´ambivalence politique de l´Islam), una investigación muy innovadora y muy alejada de la percepción ordinaria (o fanática) del Islam político. Refiriéndose de una manera sensata a Foucault y teniendo en cuenta el Islam chiita así como las referencias al Islam de los pensadores europeos del siglo XIX, Ganjipour abre la posibilidad de una comprensión completamente diferente de lo que él llama “la amistad teológico-política” del Islam. No pretendo adherirme a su tesis más que disputarla: no puedo permitírmelo. Pero reconozco en esta investigación una apertura y una incitación para cuestionar el teocratismo indigente y caricaturesco que ocupa las fachadas del escenario.

 

El otro ejemplo proviene de India, donde Divya Dwivedi, Shaj Mohan y J Reghu publicaron recientemente en la revista india The Caravan un largo artículo titulado “Le Bobard hindou” ((The Hindu Hoax. How Upper Castes Invented a Hindu Majority). Analizan cómo el “hinduismo” como religión comparable a las religiones occidentales, dotada de un cuerpo doctrinal identificable, ha sido elaborado bajo la colonización inglesa con el doble objetivo de, por un lado, permitir la equivalencia legal con la religión de los colonos (ella misma, hay que recordar, un caso único en el Occidente de una religión de Estado – el anglicanismo – cuyo papel político es al mismo tiempo casi inexistente) y por otro lado para garantizar para las capas superiores de la India la conservación del sistema de castas todavía vigentes en la actualidad. Esta religión artificial (desconocida para los orientalistas del siglo XIX que siempre hablaban de “las religiones” de la India) no es hasta ahora religión de estado -la Constitución de la India afirma el secularismo del estado- pero es esta que reclama cada vez el estado de la India. Como sabemos, este último acaba de aprobar una ley claramente opuesta a los musulmanes y multiplica, con el apoyo de sus defensores nacionalistas, los gestos de una obediencia confesional “hindú”. De una manera previsible, los autores del artículo hayan sido severamente atacados por partidarios de Narendra Modi y del sistema de castas.

 

Donde quiera que un Estado, o incluso los candidatos al poder político, reclame una religión,  esta es distorsionada, manipulada o incluso pervertida. Cuando la Inquisición persiguió a los judíos de España y de Portugal, no se basó en ningún artículo de fe. Cuando Luis XIV se dispuso a perseguir a los protestantes, sus dragonnades y sus conversiones forzadas no eran de ninguna manera verdaderamente católicos. El tiempo de las teocracias ya había pasado, lo es aún más hoy. Sin duda, la política requiere un “espíritu”: pero no el de un títere puesto a su servicio. Por el contrario, es la política la que debe estar al servicio del libre acceso de todos a todas las formas no politizadas del espíritu. Lo que se llama “democracia”.

Notas
[1] El original en francés intitulado “La religieuse manipulation du pouvoir” fue publicado en el periódico Libération el 7 de marzo 2021. Véanse: https://www.liberation.fr/idees-et-debats/tribunes/la-religieuse-manipulation-du-pouvoir-20210307_LYR4ECBNONBPLLDV4GZOZNZFYI/