En primer lugar, el vínculo entre la tecnología y la gobernanza
es fundamental para considerar en una mejor comprensión
cómo se podría desarrollar e implementar mejor la tecnología.
Fundación Rockefeller
Resumen
El mundo contemporáneo, en el marco y contexto de la actual pandemia, es escenario de la invasión del mundo de la racionalidad algorítmica a través de la digitalización de la vida. Ello es la concreción planetaria del proyecto político-económico militar sustentada en los postulados cibernéticos, que encuentra una figura que adquiere relevancia primordial para entender el avance fascista del mencionado proyecto y demanda asumir posturas puntuales frente a este dominio. La figura del Centinela, nos permite reflexionar en este escrito respecto de este proyecto fascista en el marco de la pandemia y las políticas totalitarias que de ella han derivado, así como esbozar puntualmente líneas de fuga frente a este proyecto en marcha.
Palabras clave: pandemia, dispositivo, hipótesis cibernética, tecno-totalitarismo, centinela, digitalización.
Abstract
The contemporary world, in the framework and context of the current pandemic, is the stage for the invasion of the world of algorithmic rationality through the digitization of life. This is the planetary concretion of the military political-economic project based on cybernetic postulates, which finds a figure that acquires primordial relevance to understand the fascist advance of the aforementioned project and demands to assume specific positions against this domain. The figure of the Sentinel allows us to reflect in this paper on this fascist project in the framework of the pandemic and the techno-totalitarian policies that have derived from it, as well as punctually sketch lines of flight from this ongoing project.
Keywords: pandemic, device, cybernetic hypothesis, techno-totalitarianism, sentinel, digitization.
La invasión de dispositivos cibernéticos en la vida social es una cuestión nada difícil de constatar, particularmente en su versión de digitalización para la gestión de la vida en el planeta. Junto a ello, tampoco es difícil percatarse de la expansión de aplicaciones cada vez más eficientes para hacer coaching permanente al comportamiento social —tanto individual como colectivo—, mediante el uso de dichos dispositivos, a efecto de asentar en la población mundial una idea y una forma de eficacia en las prácticas sociales, que se realice con la mediación de la racionalidad algorítmica. De igual manera, no se requiere mucha indagación para entender el hecho de que esos dispositivos y la racionalidad algorítmica que se propagan invasiva e imparablemente no son creaciones de la naturaleza sino productos sociales financiados e impulsados por grupos empresariales transnacionales que se pueden considerar, desde el mundo de la “pseudoconcreción”,[1] operan con un propósito exclusivamente mercantil. Sin embargo, hoy es también posible identificar el impacto que esos dispositivos tienen en el curso cotidiano de la existencia, que los ha convertido en un elemento fundamental si se quieren comprender las bases actuales no sólo el comportamiento social a diferente nivel, sino también de procesos específicos de gubernamentalidad que operan planetariamente, como es evidente para quien quiera verlo.
Es posible considerar el planteamiento de que ese impacto, en efecto, responde a un proyecto político social que se impulsa por las élites empresariales y militares, que ya no responde a la geopolítica tradicional y sí, acaso, a un proyecto de transformación fundamental de lo que ahora se entiende como humanidad. En este terreno consideremos, por ejemplo, que tanto la net como los dispositivos de geolocalización son creados originalmente como herramientas militares y poco a poco fueron implantados en la vida social, sin perder su alcance en su servicio a la inteligencia militar y empresarial. También poco a poco, se ha expandido el uso de esas herramientas en los mecanismos de gobierno en la gran mayoría de los estados-nación, gobiernos que de distintas maneras se han ido convirtiendo en administradores de plataformas para la gobernanza.[2] Todas esas herramientas, van conformando grandes paquetes para la administración de la vida social y la gestión, incluso emocional,[3] de la existencia de todos y cada uno de los habitantes del planeta. Dispositivos, herramientas, aplicaciones, han ido consolidando la invasión del pueblo de los intermediarios, esos “nuevos conquistadores”: los cibernéticos.[4]
Las condiciones sociopolíticas actuales se han convertido en un gran caldo de cultivo para la implantación definitiva de dicha invasión, que en sentido estricto implica una expropiación de la agencia humana en manos de las aplicaciones y su formulación de la eficiencia en el comportamiento social dirigida por la racionalidad algorítmica, misma que se corresponde con la ficción-maestra que los alienta: “[…] que se conciban los comportamientos biológicos, físicos, sociales, como integralmente programados y reprogramables”.[5] El conjunto de herramientas, dispositivos, aplicaciones y su conexión, han constituido una “máquina abstracta” que dispone los flujos relacionales, los condiciona, los segmenta y los valida.
La experiencia social, en el marco de la actual pandemia y las políticas internacionales para enfrentarla, ha sido particularmente significativa para comprender el momento en que se ubica la —y a la— humanidad, ya que las políticas de confinamiento mundial no sólo se remitieron, por ejemplo, a la experimentación inédita del trabajo o la educación “a distancia”, en ese terreno pantanoso, difuso, neblinoso,[6] que se refiere con el término home office,[7] sino que trastocaron significativamente muchas de las dimensiones y los criterios de la vida social y política en todas las regiones del mundo. Sin duda, no se puede dejar a un lado lo que se experimentó respecto de la dimensión de la economía local y global, pero ello —así lo consideramos— también se inscribe en la experimentación de procesos sociopolíticos inéditos.
Cuando nos referimos a la experimentación, hablamos en principio de dos grandes procesos: 1) lo que en la vida común y corriente se fue desarrollando como experiencia de vida y, 2) lo que las élites económico-político-militares han ido generando como mecanismos para la gestión y el control de la vida, de toda vida. En ambos procesos, el papel de la cibernética ha sido fundamental a través de la incrustación de múltiples dispositivos y aparatos para evaluar, segmentar, dirigir la vida de las poblaciones, refigurando con ello el vivir en y del planeta: tomas de temperatura en todo lugar, implantación de códigos QR para determinar los flujos sociales, drones verificando el cumplimiento de las normas, el establecimiento de criterios de distancia social, la intensa gestión de los contactos físicos entre las personas, el aislamiento de las jóvenes generaciones (modificando su experiencia de la vida doméstica y la vida en las calles o las escuelas) y su sometimiento a las aplicaciones de los dispositivos para estudiar, entretenerse, informarse, además de la emergencia de códigos y certificados sanitarios que ya empiezan a convertirse en condicionantes al “libre tránsito”, la expansión de sensores y cámaras en todos los sitios registrando nuestra presencia en todo espacio, son algunos de los elementos que se han instalado como nuevos procedimientos para administrar la realización de la vida. Además de la intensificación de la precarización de todas aquellas existencias que desde antes del inicio de la actual pandemia se encontraban en condiciones desfavorables ante el imperio de la normalidad: cuerpos enfermos, pobres, racializados, sexo-divergentes y en condiciones de sufrimiento emocional extremo, etc.
Dentro de la diversidad de formulaciones para el gestionamiento de la vida a través de la digitalización invasiva, un elemento en particular llama nuestra atención, por el significado del que es portador con su presencia difusa, en la medida en que en él se condensa el sentido operativo de las maquinaciones que articulan la implantación mundial del proyecto cibernético, que deja atrás la hipótesis liberal como eje articulador del entendimiento de la existencia. En el actual contexto, dicho elemento está “detrás” de las condiciones funcionales que se han instrumentado para ciudades, regiones y territorios, que hoy son clasificadas de acuerdo con la lógica operativa de semáforo epidemiológico: ahí, la figura a la que hacemos referencia, opera como el fiel de la balanza, quien define y decide la vida social.
El 25 de enero del 2021, Giorgio Agamben publica un texto llamado ¿De qué color es la noche?,[8] en el que reflexiona respecto de los criterios utilizados por el Ministerio de Salud de Italia para —en un marco de semáforo epidemiológico— se pase de un color a otro. Agamben señala que el criterio para ese pasaje, el umbral, es de 50 casos por cada 100,000 habitantes por semana, y reflexiona:
¿Cómo es posible que los hombres, por un riesgo que sigue siendo bajo incluso si se proyecta a lo largo de todo el año, acepten renunciar no sólo a su libertad, sino también a todo lo que hace a la vida digna de ser vivida: el contacto con los otros seres humanos, a la mirada posada en sus rostros, a la memoria y a las fiestas celebradas alegremente juntos? Centinela ¿De qué color es la noche?[9]
Enfoquemos la atención en la figura del Centinela que aparece en la cita previa sin, con ello, pretender interpretar lo que el filósofo italiano quiso decir, en tanto y en cuanto porta en su forma diversificada y su presencia inasible la figuración del dominio en marcha, e incluso la aceptación de la gran mayoría de las personas en el mundo de su presencia y actuación. Una vez que se pone en marcha la alerta epidemiológica y se expanden los mecanismos de confinamiento, “sana distancia” y demás políticas sanitarias, emergieron también políticas de vigilancia, evaluación y legitimación del comportamiento social común y corriente, destinadas a asegurar el “bienestar” de las poblaciones. Entró en escena el Centinela de manera explícita y, en este contexto de la pandemia, él adquirió diferentes formas, tanto en el terreno de las políticas de los gobiernos y de los organismos transnacionales (y algunas de dichas políticas se han trasminado y refigurado en la vida social), como en el mundo de la cotidianidad propia de los pequeños mundos de la vida. Y parte de sus maneras de actuar, pueden inscribirse sin gran dificultad en las operaciones militares psicológicas (PSYOP) y su guerra mental.[10]
La figura del Centinela, entonces, no permite únicamente descifrar maquinaciones específicas mediante las que se ha implantado el nuevo dominio de corte cibernético, sino también reflexionar respecto de las posibles líneas de fuga o prácticas de libertad que pueden agrietar en alguna medida la invasión planetaria del nuevo dominio, desmitificando esa figura que ha adquirido una legitimidad aberrante.
Sin dirigir la cuestión hacia la hipótesis de que ha sido una epidemia provocada, una “pandemia”,[11] como se ha sugerido desde cierto lugar, podemos advertir tendencias de reordenamiento con carácter mundial, en la planetarización de criterios, mediciones, mecanismos, políticas públicas, por ejemplo, dedicados a detectar y “proteger” la salud de las poblaciones gestionando los flujos sociopolíticos, como reacomodos en la economía, en el uso de espacios públicos, en la movilidad, en la vida comercial y del consumo, además del trabajo, la educación y el campo de los servicios sociales. En esas tendencias, el manejo de tipo cibernético es claro, no únicamente en lo referido a los usos de ciertas tecnologías concretas para llevarlos a cabo, sino principalmente por la racionalidad y el horizonte político-social que se opera con esas tecnologías concretas. ¿Dónde está el Centinela? ¿Quién es? ¿Cuál ha de ser su rol en eso que se nombra nueva normalidad? Al parecer, esa figura, que acaso en otros tiempos fue encarnada por personajes como capataces, celadores, supervisores, por ejemplo, ha sido tragada por los dispositivos y su eficiencia algorítmica. Hoy, esa figura es todo aquello que sanciona los comportamientos sociales, que por ejemplo, no sólo mide la temperatura corporal sino que define si es normal y con ello determina el derecho a la movilidad, el acceso a la peligrosidad de ese cuerpo “medido” para la vida social. ¿Quién, en el actual contexto, desmentiría al Centinela?
En un estudio del 2010, la autoproclamada como filantrópica Fundación Rockefeller, en colaboración con la Global Business Network (GBN)[12], presentó una serie de escenarios para planificar el futuro de la tecnología y el desarrollo internacional en donde, por cierto, ya se advertía una posible pandemia. Esos escenarios estaban calculados a presentarse entre 10 o 15 años a partir del 2010, ante las incertidumbres que les generaban las fuerzas que reconocían estaban delineando futuros posibles. En el informe se centra la cuestión de la tecnología debido a su potencial para la transformación ante los desafíos de “la realidad”. Según se informa, la tecnología es “un amplio espectro de herramientas y métodos de organización”. Lo que aquí queremos resaltar, considerando el momento que se ha configurado en el último año y medio mundialmente, es que, de acuerdo con este documento, esto va desde tecnologías básicas “[…] hasta innovaciones más avanzadas, como métodos de recopilación y utilización de datos en informática sanitaria”.[13] Ante situaciones que “[…] dejan a las poblaciones particularmente vulnerables a los efectos disruptivos de los choques imprevistos”[14] por su incapacidad adaptativa. El informa identifica cuatro futuros: Lock step: control gubernamental estricto y retroceso ciudadano; Clever Together: mundo de estrategias altamente coordinadas de éxito frente a situaciones urgentes; Hack Attack: mundo económicamente inestable y propenso a choques en los que los gobiernos se debilitan: los criminales prosperan y surgen innovaciones peligrosas; Smart scramble: mundo deprimido con soluciones improvisadas y localizadas frente a un creciente conjunto de problemas[15]. ¿Podría ser que hoy nos encontramos en Lock step?[16]
Frente a esto, cabe preguntarnos ante qué proyecto sociopolítico nos encontramos y los alcances que tiene, específicamente respecto del impacto en la noción de humanidad que el mundo de la ilustración impulsó e impuso mundialmente. En principio, parece que lo que está a la vista es el sometimiento a una especie de dictadura algorítmica, que va desde las fórmulas gubernamentales para definir políticas públicas, de movilidad, de salud e incluso de participación política de la ciudadanía, hasta las decisiones cotidianas de rutas, recetas de comida, elecciones de entretenimiento o de actividad física monitoreada. Ahora, parece impensable deshacernos del Centinela, que opera en la nube, en la red, en los chips, en las aplicaciones, también los televisores, los refrigeradores, en fin, el conjunto de aparatos “inteligentes”. El Centinela es y no es el termómetro, es y no es la herramienta de geolocalización, es y no es el sensor que nos mira y provee toda la información que porta aquello que detecta: el Centinela es y no está; no es y sí está.
Nos enfrentamos, siguiendo a Érick Bordeleau, a la imposibilidad de identificar al enemigo, pues lo que él llama la “dictadura de los mercados” no tiene rostro, y nosotros agregaríamos que no sólo es una dictadura de los mercados, sino una dictadura de mercado, algorítmica y sanitaria instalada entre nosotros, que nos hace ser y hacer sin ni siquiera percatarnos, volviendo enemigo al otro, al vecino, al que se sienta a tu lado, al que se forma detrás de ti. Dictadura que al mismo tiempo fortalece la ilusión del individuo soberano que es capaz de decidir todo el tiempo lo que es mejor para su bienestar y salud. El capitalismo, como ya había señalado Marx, da la impresión de actuar naturalmente, de autorregularse por sus propias leyes, de estar en todos lados y no estar, el actual Centinela al que nos enfrentamos —que es más que sólo capitalismo— sostiene su operación en el mundo en esa invisibilidad, en ese aparente anonimato que, como señala Grégoire Chamayou y como hemos sostenido hasta aquí, no es producto de la espontaneidad ni de derivaciones estructurales, sino que es una estrategia de encubrimiento:
¿Dónde está el sujeto del poder? Precisamente ahí donde trabaja muy activamente para hacerse olvidar. Es incluso esta intensa actividad de escamoteo lo que traiciona su presencia subjetiva. El poder dominante adopta hoy día para sí, paradójicamente, el viejo principio de la guerrilla: privar de enemigo a su enemigo.[17]
Se dice frecuentemente que el poder no oculta nada, y aunque cierto, esto no significa que el poder se devele en sí mismo, adopta múltiples formas, tantos rostros que parece no tener alguno definido. Es la medusa que a través de sus numerosas serpientes oculta su propio rostro, es el Centinela robótico de Matrix[18] que extiende su control y vigilancia a través de sus variados tentáculos y que tampoco tiene un rostro definido. Al mismo tiempo que nos enfrentamos a formas de violencia explícita a través de las fuerzas policiales de siempre encarnadas en los actuales cuerpos de seguridad —estatal, privada y paramilitar— en esa figura que Franco Berardi denomina “[…] carabiniere —médico-nazi que sabe dónde golpearte para destruirte”[19], experimentamos una violencia abstracta del dispositivo digital, que también tiene una vocación fascista-sanitaria, biopolítica. En ese sentido, Bordeleau sostiene que “[…] las formas de dominación capitalistas se ejercen encubiertamente mediante una red compleja e imperceptible de abstracciones. Marx lo explica sin rodeos: ‘los individuos son ahora dominados por abstracciones, mientras que antes dependían unos de otros’”.[20]
El Centinela, figura del mecanismo cibernético que gestiona y sanciona a través de una compleja red de nodos físicos, digitales, algorítmicos y financieros está sostenido en una estrategia militar que opera en un sentido de guerra unilateral, más que asimétrica. Podemos semejar esa figura del Centinela a la del Dron como dispositivo militar, Chamayou en su “Teoría del Dron”, señala que dicho artefacto es la historia de “un ojo devenido en arma”,[21] una máquina militar hecha en principio para vigilar y que ahora también tiene el objetivo de cazar, cámaras que vuelan equipadas con misiles. Es cierto que esa funcionalidad militar del Dron que referimos es específica de esos aparatos, sin embargo, la estrategia que se pone en marcha trasciende esa especificidad en un mundo gobernado por la cibernética y sus dispositivos inteligentes que son capaces de estar vigilando y convertirse en armas para cazar cuando así sea necesario.
La fortaleza de los artefactos que no necesitan un piloto, que son manejados a distancia incluso por un programa es, según el oficial de la Air Force David Deptula citado por Chamayou, la de proyectar poder sin proyectar vulnerabilidad;[22] y esto se traduce en: “[…] un eufemismo que encubre el hecho de herir, de matar, de destruir. Y hacerlo ‘sin proyectar la vulnerabilidad’ implica que la única vulnerabilidad expuesta a la violencia armada será la de un enemigo reducido a un estatuto de simple blanco”.[23] Reflexionar al respecto es fundamental, pues la transformación de la lógica militar tiene que ver con la transformación de la actual condición de guerra civil global, en la que somos reducidos a simples targets, no combatientes, ni siquiera civiles, simples blancos ante el lente de cualquier artefacto, ante el aire virulento que respiramos al salir al trabajo, al parque, al mercado. Este cambio sostenido en la lógica del dron elimina la noción combativa, es como la nombra Chamayou la guerra sin combate, despojar al enemigo de toda posibilidad de defenderse: ¿de quién o qué nos defenderíamos si no somos incapaces de identificar al enemigo? Si el enemigo —el Centinela— es un virus, una cámara, un algoritmo, un chip inteligente, ¿cómo configuramos la ofensiva?
Aquí es necesario precisar que ese parecer respecto de la imposibilidad de deshacernos del Centinela quizá también se sitúa en el terreno de la pseudoconcreción. Podríamos considerar, de manera esquemática, que existen dos tendencias para hacer frente a este proceso de implantación planetaria del proyecto político cibernético. Por un lado, las visiones optimistas al respecto, que suponen que lo que está en marcha es un avance, un paso más hacia el progreso y la evolución de la humanidad, que implicará un rompimiento con las formas de existencia hasta ahora conocidas y valoradas. Por otro, las que se formulan desde la postura crítica, quizá planteada como negativa o catastrofista, que advierten que esto no es ni progreso ni evolución, sino la puesta en marcha de una gobernanza totalitaria que anula el libre juego de las formas de vida.
Para José Ignacio Latorre,[24] desde una visión “no catastrofista” respecto de la propagación de las máquinas inteligentes, que reconoce un “salto brutal” en el paso de la creación de máquinas fuertes y veloces a la máquina inteligente, hace falta una reflexión profunda al respecto y se plantea que: “[…] si creamos máquinas intelectualmente superiores a nosotros mismos, ¿qué significa ser humano?”.[25] Para este autor, habría que dotar a esas máquinas de una ética, una capacidad para alentar una humanidad renovada.
En este sentido, Eric Sadín advierte que una de las vertientes del gran proyecto cibernético en marcha con el avance de la silicolonización, la expansión colonialista del espíritu de Silicon Valley, está en configurar una vida que contenga las imperfecciones de la humanidad, sus fuentes de error, generando condiciones para tomas de decisión que atraviesen la incorrección humana y propicien una racionalidad que vuelva más eficiente el comportamiento social de eso que se da por llamar humanidad, y esas condiciones las propician las máquinas inteligentes, la algoritmización de las grandes decisiones de la vida y de las pequeñas elecciones de la vida cotidiana. Sadín, identifica la invasión de la vida por las máquinas inteligentes y la aparentemente imparable expropiación de la agencia humana por la inteligencia artificial y llama la atención sobre el sitio que se le ha otorgado a esa racionalidad cibernética: “[…] De ahora en adelante ciertos sistemas computacionales están dotados —nosotros los hemos dotado— de una singular y perturbadora vocación: la de enunciar la verdad”.[26] Es la implantación de una alétheia algorítmica, consagrada a exponer la verdad; “[…] lo digital se erige como un órgano habilitado para peritar lo real de modo más fiable que nosotros mismos”,[27] un Centinela que todo lo ve, lo procesa, lo define y lo encauza.
Desde nuestra perspectiva, este papel de lo digital, en lo que por ahora se concreta la hipótesis cibernética, no es un asunto menor, antes, al contrario, si se trata de comprender las actuales formas de sometimiento social y de imaginar las fórmulas para contener su dominio. La actual pandemia, acaso sólo es la constatación de lo que ya se venía instrumentando, con cierta claridad, desde aquel 11/09, esa irrupción de controles planetarios por un acontecimiento hecho a la medida de las necesidades de dominio social propias del siglo XXI. A partir de ahí, la lógica del caos, el miedo, la urgencia de seguridad más que de libertad por parte de los civiles, se convirtió en la fórmula para gestionar la guerra civil planetaria, la stasis que —nos advierte Agamben[28]— forma parte de la constitución de lo social y es un terreno fértil para el dominio, más cuando se coloca en situaciones de aparente impotencia por los partícipes de la vida social. Hyto Steyerl nos recuerda lo que detecta Lyotard, quien describe el presente —según la artista alemana— “[…] como una sucesión de shocks similares a explosiones, después de los que nada en particular ocurrió”.[29]
Esa sucesión de shocks podríamos denominarla caos, sin meternos en aclaraciones conceptuales, coincidimos con Berardi cuando define a éste como: “[…] la medida de la complejidad del mundo en relación con las capacidades de reducción intelectual. Desde un ángulo diferente, el caos es la medida del exceso de densidad de la infoesfera en relación con la psicoesfera”.[30] Esta falta de correspondencia entre la velocidad con que se produce información algorítmica y nuestra incapacidad —incluso cerebral— para descifrarla, comprenderla e interpretarla es lo que Berardi llama caos y sostiene que éste alimenta a la guerra civil global actual, atravesada por la condición de pandemia. Así, la realidad actual y su conflictividad no puede ser pensada por fuera del cruce del dominio tecnológico, el fascismo sanitario e inmunitario y la producción de la guerra civil al colocar el enemigo entre nosotros: el Centinela invisible que vigila, gestiona y caza.
Berardi, siguiendo a Karl Jaspers en su distinción entre el nazismo como hecho social y como concepto, refiere que el primero es un acontecimiento histórico que no se repetirá; sin embargo, el segundo, el nazismo como expresión del fascismo universal se sostiene en condiciones de posibilidad que hoy se expresan con claridad e intensidad y que tendrían que empujarnos a hacer algo al respecto y tomar con seriedad la actual tecnificación de la existencia en pro de la salud colectiva: “[…] Jaspers escribió que el rasgo fundamental del nazismo es el tecnototalitarismo, y sostuvo que una manifestación plena de la naturaleza del nazismo podría resurgir como consecuencia de la implementación total de la tecnología”.[31]
Anteriormente, señalamos que no podemos resignarnos a hundirnos en la impotencia y fortalecer la idea de que no podemos escapar del actual Centinela, pero también nos preguntamos cómo configurar una ofensiva cuando el fundamento de la guerra en curso nos ha quitado la posibilidad de combate y somos reducidos a simples objetivos a cazar cuando sea necesario. Y no sólo eso, las condiciones que a un año y medio de la pandemia nos han vuelto más frágiles corporalmente, más susceptibles emocionalmente y también, como sostiene Bifo, más dementes: “[…] El apoyo masivo al racismo, al nacionalismo y la guerra religiosa es la evidencia de esta caída en la demencia en la mente global. Uso la expresión demencia en un sentido literal: separación del cerebro automatizado del cuerpo viviente, y consiguiente demencia social sin cerebro”.[32]
Ante esto, inútil resulta una lucha contra esa guerra, contra este caos, hacerlo, significa seguir alimentando la máquina, seguir alimentando al Centinela. Resistir en los términos dominantes de una oposición binaria que sólo existe porque reconoce a su oponente tal vez resulta obsoleto. Los tiempos de la esperanza en la transformación dialéctica, en la toma del poder, en la revolución tal cual se conoce han quedado atrás y sabemos también que muchos de es intentos fortalecieron condiciones de dominio: “[…] Las disrupciones terminaron en colapsos y los colapsos dieron lugar a las revoluciones. Pero, hoy día, el colapso toma forma de disrupción, y ya no da lugar a una revolución. En su lugar conduce a la consolidación del poder. Luego de la revolución sigue la morfostásis, de manera que un proceso de morfogénesis parece estar fuera del alcance”. [33]
Pero entonces, ¿cómo hacer? Asumir, primero que ya hay modos de hacer que están corriendo en medio del actual tecnototalitarismo, pero que no siempre los identificamos porque no tienen esa forma de movimiento social, de resistencia identitaria, partidaria y del reconocimiento. Son, como lo advierte Tiqqun, zonas de opacidad ofensiva, combativa, pero no opositoras en el sentido ordinario. Su enemigo no es esa invisibilidad que nos hace desconocernos y desconfiar cada día más de los demás, por el contrario, su potencia está en el cuidado, producción y agenciamiento de las “relaciones que nos hacen existir”,[34] y que en una dictadura global que nos ha impuesto una distancia sanitaria, resultan urgentes. Sin embargo, es necesario no propiciar ingenuidades, coincidimos con Bordeleau cuando advierte que no podemos dejar este asunto a una benevolente voluntad de hacerlo,[35] que deriva en modos oportunistas de capturar la potencia de la transformación. Adentrarse curiosamente en el libre juego de las formas de vida de hoy en delante será un desafío y, desde el proyecto fascista en marcha, próximamente acaso un delito. Si la hipótesis liberal como gran narrativa de lo que se podía considerar progreso y humanidad sancionaba de modos diversos —subdesarrollo, tercer mundo, culturas indígenas, folclore, demencia, anormalidad, por ejemplo— todo aquello que no correspondía con su idea “civilizatoria”, la hipótesis cibernética nos asfixia ya con su imperio con pretextos sanitarios, de confort, de seguridad, con lo que está criminalizando las diversas formulaciones que adquiere el libre juego de las vidas, la guerra civil asumida por las existencias implicadas. Frente a la asfixia que se despliega también planetariamente, horadar parsimoniosamente lo que porta el Centinela, se puede plantear como una tarea inminente frente y contra el dominio en marcha. Recuperar compartidamente la respiración, el aliento.
Bibliografía
- Agamben, Giorgio, Stasis, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2017.
- ____________, ¿De qué color es la noche?, Disponible en: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2089 , consultado el 16 de junio de 2021.
- Berardi, Franco, Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, Caja Negra, Buenos Aires, 2017.
- ___________, La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis, Caja Negra, Buenos Aires, 2021.
- Bordeleau, Érick, ¿Cómo salvar lo común del comunismo?, Bellaterra, Barcelona, 2017.
- Chamamoy, Grégorie, Teoría del Dron, Futuro Anterior Ediciones, Buenos Aires, 2016.
- Fundación Rockefeller, Escenarios para el futuro de la tecnología y el desarrollo internacional, 2010, Disponible en: https://mediterraneanforest-es.com/wp-content/uploads/2021/02/Escenarios-para-el-Futuro-de-la-Tecnologia-y-el-Desarrollo-Internacional.pdf , Consultado el 14 de julio del 2021.
- Kosik, Karol, Dialéctica de lo concreto, Grijalbo, México, 1967.
- Latorre, José Ignacio, Ética para máquinas, Ariel, Barcelona, 2019.
- Minsky, Marvin, La máquina de las emociones. Sentido común, inteligencia artificial y el futuro de la mente humana, Debate, Buenos Aires, 2010.
- Sadín, Eric, La inteligencia artificial o del desafío del siglo. Anatomía del antihumanismo radical, Caja Negra, Buenos Aires, 2020.
- Steryel, Hito, Arte duty free. El arte en la guerra civil planetaria, Caja Negra, Buenos Aires, 2018,
- Tiqqun, La hipótesis cibernética, Acuarela & Machado, Madrid, 2015.
- Valey, Paul y Aquino, Michael, De PSYOP a MindWar (Guerra de las mentes).La Psicología de la Victoria, Disponible: https://ia803103.us.archive.org/29/items/PSYOPMindwarGuerraMentalMAquinoAutoguardado.docx/PSYOP-Mindwar-Guerra-Mental-m-aquino%20%28Autoguardado%29.docx.pdf , consultado el 13 de junio de 2021.
Notas
[1] Para Karel Kosik, “El conjunto de fenómenos que llenan el ambiente cotidiano y la atmósfera común de la vida humana, que con su regularidad, inmediatez y evidencia penetra en la conciencia de los individuos gentes asumiendo un aspecto independiente y natural, forma el mundo de la pseudoconcreción”. “Dialéctica de lo concreto”, ed. cit., p.27
[2] Tomamos la definición de Franco Berardi acerca de la gobernanza, el sostiene que: “La gobernanza es la gestión de un sistema que resulta demasiado complejo para ser gobernado. El concepto de gobierno implica la posibilidad de comprensión de los procesos sociales y las expectativas culturales, y la habilidad de la voluntad humana, ya sea despótica o democrática, de controlar los flujos de información de modo que una parte relevante del conjunto social pueda ser controlada y dirigida. El gobierno es posible en la medida en que el grado de complejidad de la información social sea bajo. Pero la complejidad de la información ha ido creciendo a lo largo de la Modernidad tardía y estallando finalmente en la era de las redes digitales. Debido a la proliferación del intercambio informático, la intensidad y la velocidad de circulación de información social ha crecido demasiado rápido para el conocimiento centralizado y para el poder político. Por eso mismo, un gobierno racional es imposible, pues ya no es viable ningún tipo de discriminación y determinación critica en la secuencia de eventos. Esto marca el comienzo de la gobernanza. La concatenación abstracta de funciones técnicas reemplaza la elaboración consciente, la negociación social y la decisión democrática”. “Fenomenología del fin…”, ed. cit., p. 235.
[3] Marvin Minsky, este pionero de las ciencias computacionales, fiel a esas ciencias, ubica las emociones como resultado de un complejo de procesos cerebrales -de la máquina cerebral- y advierte de la posibilidad de la construcción de máquinas que reparen los fallos o las averías que la máquina humana puede desarrollar, en el horizonte de la consecución de una “mente poshumana”. Aunque reconoce que siempre habrá cierto nivel de fallo, apuesta por las máquinas de las emociones. “La máquina de las emociones. Sentido común, inteligencia artificial y el futuro de la mente humana”, ed. cit.
[4] “No forman un partido organizado -lo que hubiera hecho más fácil nuestra tarea- sino una constelación difusa de agentes en movimiento, poseídos, cegados, por la misma fábula…” Tiqqun, “La hipótesis cibernética”, ed. cit., pp. 64-65.
[5] Ibíd., p. 68.
[6] Curiosamente, es posible identificar cómo este tipo de términos: difuso, neblinoso, etc., forman parte de la terminología militar. Ver Sergio González Rodríguez, “Campo de guerra”, Anagrama, Barcelona, 2014.
[7] No es difícil encontrar testimonios en los que, quienes han vivido esta situación, hayan trastocado la experiencia del espacio doméstico sin encontrar aún forma de refigurar con cierta claridad los límites del espacio doméstico y el espacio laboral o la vinculación entre el espacio de actividades escolares y laborales con el del entretenimiento, por ejemplo.
[8] Agamben, Giorgio, “¿De qué color es la noche?”, ed. cit.
[9] Ibíd.
[10] Paul Valey, Michael Aquino, “De PSYOP a MindWar (Guerra de las mentes).La Psicología de la Victoria”, ed. cit.
[11] Micklos Luckas,Steven Mosher, Javier Villamor, Miklos Lukacs, et. al. Pandemonium ¿De la pandemia al control total? Carlos Beltramo, PhD y Carlos Polo Samaniego Editores. 2020.
[12] Fundación Rockefeller. “Escenarios para el futuro de la tecnología y el desarrollo internacional”, ed. cit.
[13] Ibíd., p. 13.
[14] Ibíd., pp.21-22
[15] Ibíd., p.22.
[16] En la previsión que en el estudio se hace del posible momento para implantar el Lock Step, curiosamente, el escenario es una pandemia. Dicha implantación supone que: ”Durante la pandemia, los líderes nacionales de todo el mundo flexionaron su autoridad e impusieron normas y restricciones herméticas, desde el uso obligatorio de máscaras faciales hasta controles de temperatura corporal en las entradas a espacios comunes, como estaciones de tren y supermercados. Incluso después que la pandemia se desvaneció, este control y supervisión más autoritarios de los ciudadanos y sus actividades se atascaron e incluso se intensificaron… Al principio, la noción de un mundo más controlado obtuvo una amplia aceptación…” Ibíd., pp. 25-26
[17] Chamamoy, Grégorie en Bordeleau, Érick “¿Cómo salvar lo común del comunismo?”, ed. cit., p. 16.
[18] “Matrix”, película de Lana y Lillu Wachowski, Warner Estudios, 1999.
[19] Berardi, Franco, “La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis”, ed. cit., p. 8.
[20] Bordeleau, Érick, “¿Cómo salvar lo común del comunismo?”, ed. cit., p. 16.
[21] Chamamoy, Grégorie “Teoría del Dron”, ed. cit., p. 19.
[22] David Deptula, ibíd. p. 20.
[23] Chamamoy, Grégorie, Ibídem.
[24] Latorre, José Ignacio “Ética para máquinas”. Ariel 2019.
[25] Ibid, p. 18.
[26] Sadín, Eric, “La inteligencia artificial o del desafío del siglo. Anatomía del antihumanismo radical”, ed. cit., p.17.
[27] Ibíd. p.18.
[28] Agamben, Giorgio, “Stasis”, ed. cit.
[29] Steryel, Hito, “Arte duty free. El arte en la guerra civil planetaria”, ed. cit., p. 32.
[30] Berardi, Franco, “La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis”, ed. cit., p. 12.
[31] Ibíd., p.36.
[32] Ibíd., p. 25.
[33] Berardi, Franco, “Fenomenología del fin…” ed.cit., pp. 246-247.
[34] Bordeleau, Érick, “¿Cómo salvar lo común del comunismo?”, ed. cit p. 116.
[35] Ibíd., p.119.