Resumen
¿Cómo nos relacionamos con el síntoma? Debido a la gran diseminación por redes sociales de diagnósticos, consejos, y rutas de superación, al igual que el acceso a terapéuticas rápidas, una gran variedad de psicofármacos o apresurados fines de análisis, la relación que resulta de esto con el propio síntoma se ve obturada y producida dentro del circuito cibernético del capitalismo neoliberal donde reina la hiperconectividad, la hiperexposición y la autoexplotación. La relación con el síntoma, por exigencias de la maquinaria, bastardea la presencia de este dificultando la posibilidad de una mejora o incluso la emergencia de una forma de vida que yace en el cuerpo, potencialidad encerrada en el juego de la omnipotencia-impotencia.
Palabras clave: síntoma, psicoanálisis, política, erotismo, potencia, psicología.
Abstract
How do we relate to the symptom? Due to the great dissemination through social networks of diagnoses, advice, and recovery routes, as well as access to rapid therapeutics, a great variety of psychotropic drugs or hasty analysis purposes, the relationship that results from this with the symptom itself is seen sealed and produced within the cybernetic circuit of neoliberal capitalism where hyper-connectivity, hyper-exposure and self-exploitation reign. The relationship with the symptom, due to the demands of the machinery, bastardizes its presence, hindering the possibility of an improvement or even the emergence of a form-of-life that lies in the body, potentiality locked in the game of omnipotence-impotence.
Keywords: symptom, psychoanalysis, politics, eroticism, potency, psychology.
Movimientos sinuosos impiden la vista tranquila. ¿Vale la pena tanta inestabilidad en tu zona de confort? Pesan esas certezas, ¿verdad? Más valdría que no estuvieran ahí, que pudieses tomar distancia, por un día, por unas horas, de lo que ya sabes y no solo apartar la mirada. ¿Cómo puedes dormir tanto? ¿Sabías que cuanto más duermes mejor es tu capacidad retentiva? El peso ese que tienes no es por el hábito sino por su mantenimiento. Yo puedo muy bien sacarme los mocos cada día y comérmelos con gusto. Pero el comérmelos no es lo relevante a cuestionar, incluso podría defenderse, lo que no se critica es el gusto mismo, la constituida sapienzia.[1] Por ponerlo en palabras de Yole, ¿cuál es nuestra dieta cognitiva?
El disfrute de ciertas prácticas sexuales, el sujetar amistades de una determinada forma, el mantenerse con la misma careta social durante años, la inopia del profiláctico de las puertas cerradas, la soledad, el ensimismamiento, el zambullido en horas y horas de contenido, etc., se ve solo suturado con una moralina: está mal, pero qué le voy a hacer. No es, en nuestra opinión, hasta el momento en el que hace daño que es cuestionado, y ahí llega la vergüenza de tantos años en la misma vagoneta emocional, ajada por los mil usos, las mil historias, sus justificaciones y los dolores que, hasta que la catástrofe no se da, son soportables. Si Marx hablaba de “necesidad radical”,[2] aquí de brotes, ataques, excesos, desvaríos, etc.
Como el cambio climático, ese dolor no existe. Miles de charts, estadísticas, noticias que ahondan en la paradoja del periodista,[3] una serie de grupos como Extinction Rebellion o los de la Deep ecology avisando sobre el fin del mundo y la catástrofe medioambiental pero no, parecen el loco milenarista con un par de pancartas tapándole las intimidades mientras agita una campana. ¿No se parece esto mucho a los egos dañados actuales?
Ni estigmas, ni auto-estigmas, ni diagnósticos victimarios, ni tampoco cerrazón grupuscular de comunidades del dolor.[4] Nada de eso. Lo que como analista se ve es un síntoma que anuncia una funcionalidad, una producción reiterada que se lleva por delante la vida. Quien triunfa ahí es la muerte. Pero ¿la muerte de qué? La muerte del placer.[5]
Para conocer los tramos por los que el homicidio se ha venido dando es preciso visitar la escena del crimen. No basta con las fotografías del forense y la policía científica. Incluso podríamos decir que solo ver las instantáneas puede contribuir a cierto placer voyeurista, un morbo que solo se sostiene en el tiempo en el que nadie hable de ello, que se mantenga a distancia, y si se dice algo al respecto, se hará saber todo lo recolectado del escenario en el que se han dado esos golpes mortales… pero no visitarlo. Shut down, lock and out.
El infinite scrolling produce ansiedad. Te ves abrazado por extraños que mandan mensajes de ánimo. Por otros que acaban de salir del grado de psicología, buscan desesperados pacientes o se han leído un libro durante su proceso terapéutico y suben una historia pensando que puede servirle al resto de la humanidad. Saber que otros han podido salir del paso no quiere decir que estemos en las mismas circunstancias. Los tramos del homicidio son precisamente aquellos que con nuestras palabras relatamos. Los nombres que allí aparecen no son los mismos. Los rasgos de carácter no son tan precisos como los que se sufrieron. Las particularidades insidiosas que vienen a la cabeza, las imaginerías concretas, las palabras… a nivel fenoménico… no es lo mismo. Esta especie de bulimia que difícilmente percibimos en nuestro régimen cognitivo, consumo con excesos culpables, nos sumerge en un mar de conocimientos técnicos cuya finalidad es aumentar la capacidad de auto-diagnosticarnos y enredarnos en un autoanálisis,[6] de poner en práctica ejercicios cognitivo-conductuales sin acompañamiento, de establecer vínculos con el otro siguiendo directrices en lugar del reconocimiento singular de las cicatrices biográficas, y así desplazamientos que en vez de devolver el desconocimiento a las cosas mismas (como defendía Husserl frente al psicologismo de las ciencias europeas) se le ponen más y más capas de sentido a aquello que debe partir desde la ignorancia inundarla y poder amplificar la potencialidad que permite el encuentro con los otros sin necesidad de verse guiado por palabras como asertividad, corrección política, verse atrapado por el ajedrez político (izquierda-derecha), dar un salto de fe en ciertas afirmaciones sin reservas, etc.
Y sí, somos únicos. Pero no porque lo diga la televisión o porque tengamos un perfil en una red social o tengamos gustos con distintas configuraciones y combinaciones, sino precisamente por los agenciamientos, las heteronomías, las circunstancias, los momentos, las temporalidades y las distancias que somos. No es por el rostro sino por el modo en el que se ha venido dando.[7] Ni siquiera somos nuestras memorias, sino la relación que mantengamos con ellas aquí y ahora. No somos Rick Deckard[8] intentando saber si somos androides o no según nuestras memorias, sino lo que hagamos con ellas. Podemos tirarnos una eternidad intentando validarlas como ciertas (“sí, me pasó eso”) o bien por otro lado ver cómo recordamos lo que sucedió y por qué (“no sé por qué me pasó eso” o “no sé por qué llegué hasta ese punto”). De todos modos, aunque haya una hermenéutica pendiente también quedan en la recámara denuncias que realizar, justicia penal por la que han de transitar aquellos individuos cuyo comportamiento destruye la alteridad, la confianza, y la posibilidad de amplificación de medios de generación de vida e instaura una serie de patologías que van desde el nacimiento de fobias hasta la caída rotunda en depresión, inhabilitación existencial y en casos extremos, la muerte.
Lo que pasa cuando uno decide atravesar un análisis, una terapéutica, no se sabe. Por eso consideramos que hay que dejar de hablar de lo que pasa, o deja de pasar, en una sesión clínica fuera de los campos psicoanalíticos o supervisión psicológica. Cada caso, es. No somos cosas. Hay una afirmación ontológica del ser, una demanda de cura, una confrontación maquínica, una reorganización libidinal, etc., mil cosas podemos decir sobre qué es lo que se sucede en un análisis. Pero, ante todo, lo que se da es una experiencia. Si Wittgenstein decía que de lo que no se puede hablar mejor callar no se refería a “chapa la boca que no tienes ni idea” o provocar un atentado mediático contra la profusión de fake news y las campañas de información corrupta (tampoco las descartemos), sino por otro lado la apreciación de aquello que desconocemos y lo ominoso que desprenden nuestros recuerdos en un presente tenso. El silencio supondría el reconocimiento de esta brecha subjetiva que habitamos a diario, una serie de contradicciones de las que hablaba Kierkegaard cuando analizaba la angustia. ¿Qué se ha venido tejiendo? ¿Qué soy y quién digo ser? ¿Qué siento? ¿Qué pasó en ese recuerdo que acaece y perturba? ¿Qué diálogo ha quedado oculto tras una serie de certezas, psicologismos y prótesis egóticas? Atravesar una experiencia analítica no es una decisión sencilla, supone en muchos casos el atravesamiento de un duelo, puesto que lo que se abandona es una interpretación y la topología, la economía libidinal, la cadencia significante, que la acompaña. Como decía Giorgio Agamben, junto a Judith Butler hablando sobre la ley y la justicia a través del juicio de Eichmann para la European Graduate School, la naturaleza es triste porque se la ha hipernominalizado.[9] El filósofo italiano señala que la felicidad “absoluta”, es innombrable. Los momentos de este tipo son como los chistes, pierden la gracia[10] cuando son explicados.
¿Qué es lo que nos impide reconocer esa experiencia como necesaria? Y no solo eso, ¿qué despierta el considerar siquiera esa experiencia? ¿Qué o cuándo consideramos que lo que nos pasa (a nosotros, a la tierra, a la economía, etc.) se torna una necesidad radical? ¿Es la penuria diaria, el acostumbrarse a vivir con miedo, con ansiedad, con desconocer y taponar nuestros síntomas con pastillas (y nada más), posts infinitos, una carrera universitaria, un futuro soñado, una historia de amor romántico, la creación de una empresa y ver llover billetes o quedarse en bancarrota, y mil prótesis distintas con las que sujetar un ego amputado y dañado?
Las preguntas son tan amplias como casos hay.
Es por ello por lo que consideramos que una vertiente de la filosofía, la antropología, la sociología y las humanidades en general está siendo injustificadamente despreciada. Hay toda una propedéutica que ha sido secuestrada por las redes sociales, por los medicamentos de atención primaria, por los videojuegos, por el cine, por la experiencia catártica de la amistad,[11] la sublimidad pasajera frente al arte, las fiestas en nombre de un falso hedonismo, la pornografía gore del telediario, el positivismo naif, la psicología de la reinserción laboral, etc. ¿Qué puede servir como antesala para el atravesamiento de la experiencia analítica? La filosofía en particular todavía se erige en muchos casos sobre los placeres de la soberbia, la distancia metafísica y el hermetismo conceptual propio de las universidades, siendo su papel el de la especulación, es decir, el de ontologizar lo que se refleja siempre a toro pasado, en lugar de liquidar el sentido se lo eleva a la categoría de verdad sin la objetividad propia de la honestidad sino de la coherencia estructural y la lógica argumentativa.
¿Qué recibidor tiene la experiencia analítica? Si nos atenemos a lo que vemos diariamente en redes sociales, en plataformas de streaming, en la televisión, en conversaciones cotidianas, en ponencias intra o extrauniversitarias, en grandes salones tipo Ted o similares dispuestos por bancos y organizaciones privadas, son una infinidad de sentencias que supuestamente harán de piedra de toque, de llamada de atención, de aviso, de que no estamos llevando una buena dirección en nuestras decisiones. ¡Joder, como si no lo supiéramos! ¿Qué estoy llevando unos hábitos tóxicos y que eso contamina mis relaciones familiares, amatorias, sexuales, alimenticias, reflexivas, etc.? ¿Qué estoy habitando una serie de violencias introyectadas y aceptando otras tantas por diversas causas que podrían provenir de una infancia traumática o una realidad económica asfixiante? Mierda, gracias por el motivational speech. ¿Qué hay que colectivizarse y denunciar planos de la realidad diaria que merecen ser ajusticiados retributivamente ateniéndonos a las ya mencionadas necesidades radicales? Por supuesto, y de hecho hay muchos casos en los que se ha pasado a la acción, ya sea generando oleadas, mareas, tumultos, masificaciones físicas y virtuales que han habilitado la emergencia de nuevas formas-de-vida que en su avance se han topado con las contradicciones de un proceso civilizatorio que no contaba con ellos. Pero ¿cómo podemos reducir el espectro holgado que hay entre teoría y acción sin morir o desquiciarnos en el intento? ¿Qué se haya funcionado en ese plano intermedio y cómo se ha venido estableciendo el lazo entre uno y otro?[12]
“Nadie te escucha como un amigo” me dijeron hace poco. Sí, claro, ¿y quién más hay aparte de los amigos, familiares o posibles partenaires? Sienta bien el regustillo catártico posterior como lo hace el verse cincelado a lo dios griego en un espejo, pero ahí no hay experiencia, hay una analítica a través de las fotografías de la escena del homicidio. Hay en tal caso algo hermoso como lo es la ternura, el cuidado, el cariño, el amor de un lazo filial. Pero esto dista de lo que entendemos por terapéutica. Mientras unos se enganchan a la experiencia catártica, otros están ya buscando la forma de desengancharse de forma terapéutica. Si seguimos la etimología de estas dos palabras vemos que, por un lado, la katharsis refiere a purificación. Su sentido señala tanto una desintoxicación purgante a nivel físico o un efecto espiritual, como dirá Aristóteles sobre la tragedia. Exorcismos, expulsión del genio maligno, claridad celestial, libre de impurezas, etc. Pareciera que con la catarsis hayamos entrado directamente en el cielo o estemos en el lado correcto de la historia. La tragedia busca que los espectadores se vean reflejados en las flaquezas y grandezas de los actores a lo largo de la trama. Eso nos llevaría directamente al purgatorio donde aquello no confesado puede ser depurado. Una limpieza de conciencia. “Tranquilo, todo el mundo hace lo mismo”.
Por otro lado, la terapéutica etimológicamente apunta a dos capas en griego. La primera es el verbo therapeuein que significa atender, cuidar, aliviar, etc. La segunda atiende al verbo therapon, palabra esta cuyo origen es anterior al griego. Ya sabemos que la primera puede vincularse a la catarsis precisamente por la definición que tiene, pero para desambiguar esto vayamos con la segunda. Therapon viene a significar escudero, aquel que auxilia al guerrero. El escudero, si nos atenemos a su papel en la edad media, del siglo quinto hasta finales del quince, esta figura ha tenido variaciones, pero hay algo que se repite en él: servir al guerrero o caballero. Sería, en pocas palabras, aquel que “sujeta el escudo” cuando no está peleando y quien se lo provee para la batalla. Los guerreros entre sí se cuidan en mitad del campo de batalla, luchan conjuntamente por un futuro mejor, por no caer presos de una realidad que se muestra amenazante o explorar nuevos territorios. El escudero en cambio puede ver cómo ha parado los golpes, puede trazar cuales han sido sus descuidos y cuales sus ataques. Trabaja el campo material, va “a las cosas mismas”, mientras que, de guerrero a guerrero, se va “hasta la muerte” allí donde sucede la vida. El campo de la idealidad en este último punto es más que remarcable (hermanda, caballería, la guardia del rey, defensor de la ciudad, nobleza militar, etc.). Lo que constata el escudero son los tramos, las hendiduras que la idea ha permitido que se hicieran en la armadura. La idea guía los pasos, pero no la pisada. Es más, por seguir con el ejemplo, en la visita al escudero se establece lo que Deleuze y Guattari llamarán ritornelo. Se pasa del hábito al hábitat, se crea un espacio a partir de las demandas del guerrero. Lo mismo sucede cuando se inaugura el ritornelo, se realiza un proceso de extracción de goce. Es como mirarse en un espejo y jugar con la imagen. La figura del escudero acompaña la mirada que contiene no solo la armadura perfecta, sino el campo de batalla, las amistades de este, la técnica, los encuentros con los enemigos, etc.… Cabe el agenciamiento.[13]Por otro lado, las conquistas, las derrotas, los territorios ocupados, etc., denotan que el guerrero, al igual que Aquiles como explica Simone Weil analizando La Ilíada, no es más que un mero instrumento, una cosa poseída por la violencia.[14] “Es ella la que nos posee al ser ejercida. El que mata, para demostrar que es el amo, se convierte él mismo en cosa: elimina su vida interior, su singularidad y su deseo”.[15]
Cabe la posibilidad de ser un caso y no una cosa. Aquí radica la particularidad de la terapia.
Cabe preguntarse ahora, ¿por qué han recogido tan mala fama los escuderos y en cambio sí lo han hecho los relatos de guerreros, los supervivientes, los que están en primera línea de batalla? ¿Tal vez sea por la urgencia cada vez más acentuada de la eficiencia ideática (terapias express, tips para mejorar tu día a día, cómo saber si…, qué hacer cuando…) frente a la deficiencia material y aceleradas demandas? ¿Ha ganado la praxis a la gnosis?
Si nos ponemos serios con este asunto sobre la previa a la experiencia analítica, su antesala, es precisamente por la potencialidad de denuncia y justicia social que se halla silenciada, enterrada en los cuartos oscuros de miles de personas que, por vergüenza, timidez, pudor y un sinfín de afectos-tortuga que se suman al fantoche superyoico no salen a la luz. ¿Recuerdan el movimiento #MeToo? Eso sirvió como plataforma social para que emergieran miles de denuncias de abusos sexuales y poder tanto de hombres como mujeres siendo estas últimas el sector poblacional que más tramas destapó. ¿Y aquellos lugares en los que la ansiedad carcome cada día las horas, los minutos, las situaciones, los encuentros, la posibilidad de cambio, etc., a los que el #MeToo no llegó? ¿Y aquellos a los que antes de cualquier llamado al 016 (violencia de género) o el 024 (asistencia a la conducta suicida) es preferible el silencio del martillazo intracraneal, la autolesión o “dejar que el tiempo pase mientras navego por mil tips, me zambullo en RRSS, establezco lazos pobres y crudos con el otro y sostengo la excepcionalidad del caso como norma mientras achaco a una “mala gestión emocional” los ataques de ansiedad, la tristeza espontánea, la explosiones rabiosas, los pensamientos intrusivos, la casquería gore, etc.”? El espíritu del empresario de sí neoliberal se halla en el seno de la comprensión de sí y su derivada pragmática frente a la patología. Del mismo modo que se han oído declaraciones de que las mujeres son un estorbo en las empresas porque “pueden quedarse embarazadas o tienen la regla” y eso entorpece la cadena de mando y los procesos de producción, el síntoma debe ser abortado y los dolores disminuidos con psicofármacos.[16]
El todavía inexistente contagio dialógico que propongo en este escrito apunta a la profusión de una propedéutica que profesa la humildad ante lo desconocido y no el “si te gustan mis consejos dale a follow y like” o “no te olvides de dejar tu comentario” o “compren mi libro, estaré firmando copias este finde”. Se trata en este escueto texto de plantear una tendencia que existe, que está presente en las políticas del cuidado exorcizadas de todo Estado del Bienestar e implicadas en la forma-de-vida que lucha por amanecer. En el oscurantismo del horror cósmico, en las películas slasher de hace unas décadas, en los videojuegos que dan lugar a la otra cosa, al misterio, a lo extraño y extravagante, se halla una pátina sensual que con el tiempo ha ido mellando la propia de los profesionales clínicos. El resplandor del ser-supuesto-saber que emergía de los chamanes y brujos se ha ido secularizando con figuras como la del cura en el confesionario o las revoluciones industriales que trajeron la medicina moderna y el avance en los diagnósticos médicos que fue a parar a gente con bata blanca que bien pueden estar en un laboratorio como en un centro de salud.
Esta antesala, esta propedéutica es la configuración de un espacio personal en el que los problemas y la sintomatología son tomados desde la sensualidad ante lo desconocido.
Lo que se pierde en la depresión es el interés por cualquier cosa. Entre los distintos síntomas encontramos que se llora a cada rato, se tiene una casquería imaginaria gore, no es posible mantener relaciones amistosas con nadie, se tiende a los ambientes tristes y al nihilismo, la indiferencia reina en cada acontecimiento… La sensualidad por lo desconocido es la contracara de la rigidez de las certezas. En ese estado de pesadumbre existencial y ansiosa se tienen certezas sobre lo desconocido. Nunca tuvo tanto peso un no sé. “No sé lo que me pasa”, “no sé lo que quiero”, “no sé por qué tendría que querer algo”, “qué mierdas hago aquí”, “¡QUIEN TE CREES TÚ PARA DECIRME QUÉ ES LO QUE TENGO QUE HACER!”, “no merezco ser amado” y así un largo etcétera de intraducibles sentencias.
Andrew Culp en Deleuze Oscuro decía que “tal vez la cura para el desinterés depresivo sea la emoción de «destruir aquello que te destruye»”. Pero ¿cómo vas a destruir aquello que te destruye si ante eso solo está la certeza del no sé? Tal vez antes de poder acercarnos a ese no sé haya que ver el modo en el que nos acercamos a ello.
La propedéutica de la que aquí hago acopio, y lanzo líneas para futuras investigaciones y prácticas, parte de una constatación “empítica”, es decir, empírica y empática sin emborronamientos filosóficos, psicologismos, ni evangelios científicos. Se escucha en conferencias o se lee en ferias del libro un acercamiento a la salud mental que privilegia las novelas-diario, las entradas de un paso por territorios complejos y difíciles de uno mismo, y ciertos coletazos con los que hilvanar críticas sistémicas al capitalismo, a las políticas neoliberales, a la globalización, a las redes sociales y sus contenidos, a los órdenes del discurso, al trabajo y a la mala distribución del capital, etc. Pero ello se queda ahí. Como los libros de teoría crítica con los que tanto nos gusta hacer exposiciones, charlas multitudinarias, formar asambleas o grupos de intercambio intelectual. Con suerte se formalizan lugares en los que como resultado hay un cambio efectivo en la vida de los asistentes, pero la mayoría de los casos se hablan de cosas que quedan fuera del régimen simbólico diario de los mismos. Es como si se hablase en chino, e incluso a veces en un dialecto perdido de la mano del partido comunista y más cercano a los Tong.
No solo sucede esto con la catástrofe del cambio climático sino con el “[…] meteorito de la salud mental”.[17]
Aquello que está más allá, aquello que pareciera ser un estorbo del cual se obturan sus causas con meros apuntes de psicología barata o coaching diario o justificaciones de conductas mediante dichos populares, sigue siendo ese no sé del que hablábamos antes. Siguen las certezas del pensamiento rápido, ágil y eficiente, mientras que la reflexión lenta, la sensualidad, se queda para otro rato que en muchos casos nunca llega o demasiado tarde.
La aceleración es un problema grave. Queremos terapias con una duración determinada como si de un cursillo de verano se tratara, pero ¿para qué? ¿Para poder sobrellevar las 40 horas semanales de trabajo y algunas horas extras así comprarte una tele más grande o cambiarte a iOS porque llevas toda la vida con Android? ¿Retornar una vez más a un romanticismo que secuestra la sensualidad por el bien del ideal? ¿Dónde queda el neoromanticismo? ¿Qué hacemos con tanto discurso de la New Sincerity? ¿No es contraproducente toda esta mercadotecnia en torno a la salud mental? Si Mark Fisher hablaba de la Privatización del Estrés en Realismo Capitalista[18] se refería a este tipo de suturas y reinvenciones del capitalismo en los tramos más íntimos con empresas como el mindfulness, el coaching para particulares y empresas, la psicología positiva, el “tranquilo” mientras te está dando un ataque de ansiedad o el “a ti lo que te falta es un trabajo y un proyecto de vida” como dirían en Hermano Mayor, obviando los problemas estructurales de los que proviene la sintomatología del caso.
Hay algo que cae en el ámbito público de toda esa privatización del estrés y es el agravamiento de los casos. Ya sea porque se muestra un empeoramiento de la persona o bien por su desaparición y suma en las estadísticas mensuales de suicidios estatales.
El acceso a la terapéutica en muchos casos se hace por la vía pública donde el servicio es nefasto (90 minutos al año y turismo por la farmacopea contemporánea hasta dar con la píldora de oro) y el privado o bien es caro o bien no hay información al respecto de la terapéutica que se amolde a los intereses del demandante de asistencia. Cierto es que si se quiere se pueden ver miles de videos explicando las diferentes clínicas y escuelas de psicología que existen, pero en época de manotazos desde las aguas movedizas ello se hace un engorro justamente porque aparece todo el rato el no sé tirando por la borda todo proyecto, toda inversión.
Es por esta razón por la que hablo de una propedéutica contaminante dirigida a recobrar la sensualidad ante lo desconocido. Usualmente el acceso a las clínicas es el mismo que el de las peluquerías o los profesores particulares: va de boca en boca. Está en funcionamiento el marketing de las recomendaciones ancladas a la realidad y tramos experienciales y no tanto en la burbuja de la publicidad con personajes famosos promocionando un producto. La belleza de la cercanía, de los relatos propios, de las experiencias sinceras de amigos, parejas, familiares, etc., son el acercamiento que puede dar lugar a restablecer la sensualidad sobre lo desconocido.
¿No es cierto que cuando uno accede a una clínica y hace el proceso analítico se encuentra con que las certezas, las pajas mentales, la filosofía, lo que se obturó con los psicologismos en redes sociales, la catarsis con amigos, películas, cine, videojuegos, música, el coaching fitness, etc., no tienen nada que ver con lo que allí se experimenta?
Esto no es una apología de la clínica privada o una demanda de reestructuración de la sanidad pública, para eso ya hay miles de escritos críticos que lo hacen en profundidades inusitadas yendo desde la investigación de la mala praxis estatal a este respecto hasta la función del dinero en la clínica psicoanalítica pasando por la historia antropológica y epistemológica de la locura.
A lo que nos referimos es al campo previo, a la circulación de lo que comprendemos por salud mental. La homeopatía psicológica, “masajes psíquicos”[19] rondan como un espectro sin cabeza en el tejido social. La recuperación de la sensualidad ante lo desconocido es en cierto modo el comienzo de una insurrección. Entre las razones por las que uno no acude a un psicólogo, aparte de las ya mentadas, hallamos la siguiente: ¿qué resultados nocivos tiene la clínica?
Si no hay circuitos de cuidados, de acompañamiento, amistades que apoyen, cercanía tribal, soporte familiar, ayudas económicas, engarzamiento con resistencias sociales, lazos de afinidad con desconocidos, etc., lo resultante de un progreso clínico puede venirse abajo precisamente porque no se pueden poner en práctica los cortes[20] en el fantasma para dejar emerger otro que se adecúe a lo que se es. Cierto es que el proceso de “cura” es individual. De hecho, uno abandona muchos tramos de deseo que solía habitar, lugares placenteros se tornan asquerosos, el dolor se hace comprensible y se intenta extraer cariño de allí donde solo había rabia, impotencia y tristeza, maneras de reconocer y reconocerse innecesarias, las palabras fluyen de otro modo, se atajan excesos y se exploran líneas de fuga, conciencia fenoménica del pensamiento y el habla, etc., y ello en diversas ocasiones puede pasar por gestos como dejar a la pareja, divorciarse, retirarse del trabajo, comprarse un vuelo, pegarle un puñetazo a alguien, exiliarse, atenerse a las consecuencias de la parresía y un largo etcétera de actos que nos llevan a lugares inimaginables.
Es justamente a esto a lo que me refiero cuando hablo de recuperar la sensualidad de lo desconocido. Lo inimaginable, lo que es difícil de simbolizar, lo que se nos aparece y podemos preguntarnos qué nos viene con ello y desgranarlo, etc., no tendría que presentarse como una certeza, como un no sé del cual solo podemos generar conductas fóbicas o ansiosas, sino dotarlo de un carácter misterioso, sombrío, etc. No se trata de construir nada allí, sino señalar que hay un viaje que es necesario atravesar para poder participar de la salsa común que conviene que luchemos conjuntamente. Hay mucha gente haciendo una huelga general por depresión. No están organizados sino jodidos.
Para poder alcanzar lo que dijimos con Culp más arriba hace falta estar dispuesto para batallar, pero paso a paso. Hay campos en los que la batalla pasa por dejar de hacer lo mismo los 7 días de la semana y pasar a hacerlo 6 y medio. Y así un largo recorrido analítico. Luego, ya veremos qué poderes emergen de esa conciencia y cómo podemos contribuir para que ni el planeta ni las notificaciones de suicidio golpeen nuestra puerta tan seguido y de maneras tan alarmantes.
La pregunta que resta es: este espacio que he puesto en diálogo, el de la previa a toda experiencia clínica, ¿no es la concienciación de la salud mental? No, ni mucho menos. La concienciación de la salud mental consiste en la normalización de un discurso. Lo que es normal y lo que es anormal, y así se entroncan miles de diagnósticos poblacionales, índices de consumo de fármacos, estadísticas que van desde suicidios, personas con ansiedad (jóvenes, adultos, senectud), limitaciones del estado en la salud pública y así millares de datos. A este respecto, una propedéutica parte de un vacío y vuelve al mismo. Se parte del “no se sabe nada” al “todavía no sabemos nada”, una autoconciencia de la ignorancia, una contra-generalización, anti-hipostasis. En este punto no es una cuestión meramente socrática sino, de hecho: — ¿Qué pasó en análisis? — preguntan. — ¡¿Cómo vas a saber algo que nunca te ha sucedido?! —responden.
Ahí está la cuestión: cómo se sabe, cómo se afronta ese no saber. El acercamiento de Sócrates es el del saber, de ahí que dijese “sólo sé que no sé nada”. ¿Cómo nos acercamos a ese no saber? ¿Cómo puede hacerse interesante ese desconocimiento? ¿Cómo acceder a la angustia desde la propia voz, desde la palabra? ¿Cómo rebajar los grados de sentido que auscultan el síntoma y lo codifican haciéndolo apto para procesos de producción?
Lo paradójico del asunto es que lo que nos encontramos cuando atravesamos un análisis es lo contrario a lo que decía Sócrates: “No sé lo que sé”. Más allá del diagnóstico está ese tránsito: cómo lidiamos con el cuadro sintomatológico presente, con los efectos del habla en el cuerpo.
Una buena parte de la gente con la que he hablado se siente aliviada en el momento en el que saben qué síntoma tienen. Quedan así pues incluidos en el discurso de la salud mental, la normalidad patológica reconocida y recogida en el DMS. La psicología conductivo perceptual toca cuestiones que tienen que ver con los quehaceres diarios, con el combate frente los pensamientos intrusivos, y una pátina sobre el historial familiar, la génesis del síntoma y sus consecuencias.
Lo que pondera de las escuelas de psicología que se imparten en grados universitarios españoles gira en torno a este tipo de práctica clínica. Y es normal que la mayoría de los recursos espontáneos que nos encontramos en RRSS sea un desgrano de esta enseñanza y práctica.
Cierto es que al porvenir de otras corrientes y haber explorado diversas formas de acercamiento a la psique nuestra opinión es muy variada. Es por ello por lo que aquí no se trata de decir cuál es mejor o cual es peor, ya que eso depende enteramente de las necesidades radicales del paciente o analizante. Lo que nos concierne en este escrito, nuevamente, es ¿qué hacen las escuelas de psicología adelantando material? ¿Por qué se vulgarizan los conocimientos de psicología a tan alto nivel? ¿Por qué se sentencia la propia psicología antes siquiera de demostrar su potencial? ¿Por qué esta manía por “decirlo todo”, del eterno feedback que impera en la cibernética actual?
La información reluce, es atractiva, lógica y con un sentido semejante al de la Iglesia o las ciencias. En cambio, el conocimiento, que es precisamente cómo hilvanamos la información que obtenemos, obtura creando certezas que imposibilitan ir más allá del diagnóstico (auto-diagnóstico), al campo del “no saber qué se sabe”. De hecho, lo que se obtiene de esto es “saber que se sabe lo que no se sabe”. Como decían en Los Simpsons cuando veíamos que echaban perros a la caldera para ir más rápido: “más perro”. En este caso: “más saber”. Más sentido, más codificaciones, más generalizaciones, menos particularidad del caso, menos reconocimiento de la angustia, menos ejercicio de la potencialidad del síntoma y el deseo imperante mientras tanto: aceleración y disponibilidad.
¿Con qué información creamos conocimiento es la pregunta? ¿De lo que extraemos de una sesión clínica, de lo que arbitrariamente obtenemos de un auto-análisis sobre una libreta, de los auto-diagnósticos que obtenemos de RRSS, de los diversos libros de autoayuda, de conversaciones con amigos, de conferencias sobre salud mental, del coaching New Age y Mindfulness, de los pensamientos que restan tras el consumo de opiáceos?
Si antes hablábamos de lo difícil que es conseguir una medicación que nos funcione y nos permita encarar el día, imagínense lo difícil que es acetar con un psicólogo o un analista con el que se pueda establecer la transferencia. Siguen ambos el mismo régimen: prueba y error.
La información tiende a taponar el conocimiento. Como quien pone masilla plástica para cubrir los surcos de los azulejos en el baño, la información se queda con poco material genético: el desconocimiento. La cerrazón del auto-diagnóstico, la configuración impersonal del conocimiento, resulta en: yo no necesito terapia, o como se titula el libro de la psicoanalista Diana Hunsche, A terapia, ¿yo?
Lo que se halla en funcionamiento es una profiláctica de la clínica. Un “desmadre” de la prevención. Me pregunto si habría tanta literatura en torno a este tema si no se pagase o se vendieran estas contemporáneas biblias de autoayuda veladas de datos de interés general. ¿Qué vida media pueden tener estos libelos predicantes? ¿Qué ha sido de la poesía o de la novela?
¿Por qué queremos tener un diagnóstico claro de qué es lo que nos pasa? ¿Saber qué tipo de trastorno según nuestro cuadro sintomatológico es en sí liberador? ¿Tener una clase concreta y avalada de locura puede llegar a sacar un peso de encima? En el vaivén del sentimiento oceánico del que hablaba Freud, esa oscilación entre certezas que sabemos que se abren bajo nuestros pies, la angustia aparece, emerge como si de Cthulhu se tratara. Una bestia cósmica cuya presencia nos posee irremediablemente y cuyo origen desconocemos, pero sentimos que forma parte de nosotros. ¿Acaso decirle a ese monstruo inmenso que estamos armados con conceptos y técnicas que decimos nos permiten tener a la mano nuestro cuerpo y nuestros pensamientos no hará más que sostener una distancia en esa falla subjetiva que somos en lugar de habitarla? ¿No sería en este caso más coherente dejar de querer gobernar y empezar a aprender a habitar como diría Amador Fernández-Savater?[21] ¿No cabría incluso en este cambio de paradigma una forma-de-vida emergente que, en su avance, permita identificar las líneas duras de la productividad capitalística y el sinfín de subjetividades que sirven a la propia axiomática cada vez más acelerada y distópica?
Hay casos en los que el habitar es más difícil y no queda más remedio que gobernar con el auxilio de psicofármacos y tratamiento psiquiátrico. Si la brecha permite esta opción, ¿por qué no hay interés en ello? ¿Es que acaso no somos lo más interesante del mundo? Somos como el coche o los satélites que usa Google Earth para sacar fotos. Aparecen las calles, gente paseando a su perro por la calzada, cosas raras, mansiones abandonadas con figuras espectrales en las ventanas, partes censuradas, lugares increíbles que jamás habríamos visto, incendios en curso, gente teniendo sexo en público, etc., pero no se ve la cámara que hace esas instantáneas. Incluso cuando salimos en las fotografías o los vídeos que sacamos acabamos posando, o haciendo un bailecito, o reaccionando a… La espectacularidad tiene ese doble rasero: expone prístinamente aquello que oculta.
Siguiendo con el ejemplo, no es que toda esa labor de ingeniería, de avance tecnológico y de programación no tenga un valor social, pero nos preguntamos, ¿para qué le va a servir toda esa tecnología si no es por el mero fisgonear, mirar la superficie de la Tierra un rato, quedarse maravillado y sumar puntos en el team tecnofilia? Más allá de la mera curiosidad su uso queda en la mayoría de los casos reducido a curiosear otras partes del mundo. Incluso da la sensación de que sería buena idea pillarse un vuelo a alguno de esos destinos imaginados.
Lo mismo pasa con el discurso medioambientalista. La crisis está aquí a la vuelta de la esquina, pero aún no ha llegado. Vemos inundaciones allá a lo lejos. Cómo se queman bosques por acá. Islas de plástico. Fauna que está al borde de la extinción. Cachos enormes de icebergs cayéndose al agua. Volcanes erupcionando. Y aun así no creemos que debamos ir al analista porque [inserte aquí justificación personal].
Cierto es que en muchos casos poder reconocer a través de un diagnóstico qué tipo de dolencia psíquica nos habita alivia el neuroticismo, fijándolo a un término utilizado en psicología. Lo que daba coletazos al aire ahora lo está haciendo ahí. Aun así, se cae constantemente en el autoanálisis a través de diagnósticos que, aunque digamos que no tienen un peso para nosotros, algo de lo que escuchamos y vemos en RRSS se queda con nosotros. Un diagnóstico apresurado y general. De repente la calma de la hipóstasis personal en el patíbulo de la descripción general. ¿Dónde queda la biografía y su relato? ¿Dónde están las descripciones particulares de los vínculos y las singularidades de las circunstancias que envuelven los casos concretos? Y, ¿qué hay de los procesos de transferencia y contra-transferencia? O incluso peor, ¿Qué hay de todos los estudios en psicología clínica cuyo uso están quedando bastardeados por subs y likes? ¿Qué del dominio desconocido, nuevamente, de la experiencia analítica?
En estas épocas en las que el espíritu del fascismo se hace fuerte en diversas marginalidades próximas a núcleos de poder, consideramos necesaria una acción directa y una reubicación estratégica por el porvenir de la sociedad. Uno de los gérmenes que hizo que el triunfo de Hitler en Alemania fuera posible o de Trump en EE. UU. hace unos años fue la presentación de los cuerpos salvíficos y los cuerpos dolientes. El populismo arranca en el momento en el que se mezclan estas dos figuras reflejando la salvación demandada por las mayorías.[22] Hay un trabajo de excavación, diseño y publicitación. Un ejemplo claro de esto sería Solaris de Stanislaw Lem. El planeta que hace realidad los más profundos deseos es tramposo, como lo han sido las campañas fascistas. Dice que muestra lo más hondo de nuestro deseo, pero en realidad lo que manifiesta es la cara A del mismo. Si realmente proyectase lo que se halla en el fondo también mostraría en ese juego la propia intención del partido fascista: un cuerpo sin órganos cuya línea de fuga llegaría hasta el suicidio.
Las posibilidades para no caer en esta u otras trampas, pasan justamente por un rechazo de la ética y la estética de estas ensoñaciones de libertad y por la asunción de un pesimismo práctico. Éste, entre otros vectores, señala algo que extraemos tras el atravesamiento de una experiencia analítica: ¿Qué hacer con lo que me pasa? Las dimensiones de la pregunta atienden en primer lugar a una cuestión práctica y por otra a una singularidad que hallamos en la crudeza de la narrativa personal. En este punto, emerge la posibilidad de reconocer las contradicciones que hay en la vida cotidiana, cómo estas no solo afectan a nuestro narcisismo, sino que además es a más gente, y establecer un lazo social cuya tridimensionalidad (imaginaria, simbólica y real) sirva como baluarte para el aumento de potencialidades de los procesos por el cambio de la organización social precisa del retorno de esta ignorancia consciente.
Ya sabemos que las democracias representativas están capadas por el cibernético mercado globalizado y el despliegue neoliberal. El Estado no puede ponerse por encima de los intereses económicos de los oligopolios sino más bien ponerse a su servicio, y en casos excepcionales realizar algunos cambios, pero siempre amenazados por los ataques al relato.[23] No es una cuestión paranoide, sino que de facto se da así y buena muestra de ello es el estudio que realiza Naiara Puertas sobre este asunto en torno al concepto de trabajo y su conformación en la textura social.[24]
En fin, hay mucha tela por cortar sobre este tema. En estas páginas solo hemos intentado dar cabida una serie de reflexiones, heterogéneas y marginales, que nos han ido viniendo estos días junto con la posibilidad de una razón práctica cuya finalidad convenga en desatascar los residuos acumulados de la desinformación a favor del desconocimiento y la restitución del continente oscuro que hace lo posible por emerger antes de verse taponado por toda una mercadotecnia del espíritu con buenas intenciones. Este desconocimiento no ha de tomarse como una paupérrima proposición posmoderna, una aberrante lacra que ha permitido colarse al neoliberalismo por los pasillos universitarios y las calles de las metrópolis, una especie de libertad antiesencialista. El desconocimiento que se instaura es aquel ominoso, una llamada al descubrimiento y a la búsqueda de la propia articulación de una forma-de-vida cuya presencia se ha visto callada, mermada, producida, a favor de ídolos que sostenían los procesos maquínicos de un narcisismo exacerbado en una búsqueda perpetua de la omnipotencia infantil, un yo que se aferra al desconocimiento estático en lugar del activo, como quien cuelga adornos en el árbol por la felicidad anhelada de aquella navidad en lugar de atenerse a la savia que llega hasta el suelo. Quien aprende de sus caídas no se ha equivocado.
Bibliografía
- Anzieu, Didier. El Autoanálisis de Freud y el descubrimiento del psicoanálisis. Ed. Siglo XXI. México, 2001.
- Bey, Hakim. Zona Temporalmente Autónoma + Caos + Inmediatismo. Ed. Enclave, Madrid, 2014.
- Colquhoun, Matt. Egreso. Sobre comunidad, duelo y Mark Fisher (trad. Matheus Calderón Torres). Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2021.
- Culp, Andrew. Oscuro Deleuze (trad. Ernesto Castro). Ed. Melusina, Madrid, 2016.
- Fernández-Savater, Amador. Habitar y gobernar: Inspiraciones para una nueva concepción política. Ed. Ned, Madrid, 2020.
- Fernández-Savater, Amador. La fuerza de los débiles. Ed. Akal, Madrid, 2021.
- Fisher, Mark. Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? (trad. Claudio Iglesias). Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2018.
- Goffman, Ervin. Estigma. Identidad distorsionada. Ed. Amorrortu, Madrid, 2013.
- Martínez, Francisco José. Próspero en el laberinto: Las dos caras del Barroco. Ed. Dykinson, Madrid, 1986.
- Michelstaedter, Carlo. La persuasión y la retórica (trad. Rossella Bergamaschi & Antonio Castilla). Ed. Sexto Piso, Madrid, 2014.
- Miller, Jacques-Alain. “La ternura de los terroristas. Fragmento de Cartas a la opinión ilustrada” en Red Psicoanalítica de atención, 2017. Recuperado de https://redpsicoanalitica.org/2017/03/02/la-ternura-de-los-terroristas/
- Puertas, Naiara. Al menos tienes trabajo. Ed. Antipersona, Valencia, 2019.
Notas
[1] Cfr. Michelstaedter, Carlo, La persuasión y la retórica (trad. Rossella Bergamaschi & Antonio Castilla). Ed. Sexto Piso, Madrid, 2014, p.62
[2] Bey, Hakim. Zona Temporalmente Autónoma + Caos + Inmediatismo, ed. cit., p.32
[3] Simple y llanamente, lo que pasa a miles de kilómetros de casa no sacude tan fuertemente la existencia como lo que sucede a nuestro vecino.
[4] Cfr. Goffman, Ervin. Estigma. Identidad distorsionada. Ed. Amorrortu, Madrid, 2013.
[5] ¿Qué es el placer después de haber leído Historia del ojo de George Bataille o el ensayo de Gilles Deleuze sobre Sacher-Masoch? El placer no puede entenderse de forma maniquea. El placer es todo aquello que sea provoque dolor. Lo interesante es que a veces hallamos placer en el dolor. Una cierta culpa puede justificar nuestro replegamiento sobre esta búsqueda. Pero, siguiendo lo dicho en la cita, si el placer es lo que muere, y con ello la vida, a lo que nos estamos refiriendo es justamente a la obesidad cognitiva en la que nos hallamos. Tal es la falta de referentes que hallar algo que nos otorgue un mínimo de placer pasa por acceder a relaciones, con objetos, personas, trabajos, planes, etc., en los que ya no es el gozo lo que se busca sino “sentir algo”. La apatía es un estado vital, no se es apático estando muerto. El temor por no sentir nada, a la desaparición del deseo sexual, la aphanisis en psicoanálisis, como fundamento de toda neurosis, si seguimos más a Jacques Lacan que a Ernst Jones, vemos que la presencia del Otro pasa a ser predominante. Hay una especie de monstruo que eclipsa mi presencia y no tengo herramientas para lidiar con ello. En este juego dialéctico entre la presencia y la ausencia es donde se forja la personalidad, la relación que se mantiene con lo contingente, con lo azaroso o cómo lidia uno con el no saber.
[6]Freud ya señaló en su momento, cuando de joven se dedicó al autoanálisis de donde germinaron los fundamentos del psicoanálisis posterior, que un autoanálisis no es serio si no se habla con alguien. Es por ello que mantenía correspondencia con Wilhelm Fliess entre otros. Es conocido que Sigmund también asistió a las clases de Franz Brentano, a las cuales acudía el padre de la fenomenología, Edmund Husserl. Es por ello que introdujeron la figura del otro como necesaria para la analítica fenoménica. La alteridad es aquella que confirma, da cuenta de una realidad. Es por ello que en muchos casos la histeria pueda colectivizarse, al igual que otro tipo de neuroticismos prevenientes de un sentido existencial originado en el repliegue solipsista. La alteridad en este sentido tiene la capacidad tanto de fijar una idea como de ponerla en cuestión y devolver la conciencia a un estado de incerteza, agnosticismo que permite la porosidad del pensamiento y la crítica. Cfr. Anzieu, Didier. El Autoanálisis de Freud y el descubrimiento del psicoanálisis. Ed. Siglo XXI, México, 2001.
[7] Como dirá Jacques Alain Miller el deseo es algo que sólo puede ser constatado una vez ha sido realizado. En sus palabras, “el hombre está condenado a no saber más que a posteriori lo que quiso” (Miller, 2017).
[8] Detective protagonista de la película del 1982, Blade Runner, adaptación cinematográfica del libro de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? publicado el 1968.
[9] European Graduate School. “Judith Butler and Giorgio Agamben. Eichmann, Law and Justice. 2009 4/7”, YouTube, 14 septiembre 2009: https://www.youtube.com/watch?v=ihN21E0JGLM
[10] La gracia de Dios tiene esta misma aleatoriedad moral, no hay una ley divina sobre la que esto funcione, sino que se otorga de maneras misteriosas. Por eso cuando los fieles se refieren a la gracia la confunden con la misericordia, ya que se pasa por alto esta partícula moral inexistente de la gracia. La misericordia es un acto de bondad, compasión frente a los que se encuentran en una peor posición. La gracia la reparte Dios a quien sea. De hecho, no consideramos que tenga el objetivo de la conversión necesariamente, sino que la misma puede caer sobre cualquiera, del mismo modo que la des-gracia.
[11] Las amistades se hallan en el paso previo, el durante y el posterior a la experiencia clínica. La catarsis no es lo mismo que la escucha clínica. Lo mismo que en las tribus no es lo mismo comentar un problema con un miembro de la comunidad que con el chamán del grupo. De la misma forma, el acto confesional no es lo mismo realizarlo con alguien que es ajeno a mi día a día como el cura, que con mis compañeros del bar. El establecimiento del lazo social parte del caso particular para luego darse. Es como la campana de Gauss: se sale del campo de lo social, se pasa por una analítica de una fingida particularidad, para luego reconocerse como parte de una cosmovisión de deseos, ideales, figuras imaginarias, herencias familiares, etc… Hace falta devolverle la mirada al Otro para ver que no existe.
[12] Tiqqun, al igual que en sus publicaciones mediante pseudónimos, se ha dedicado a realizar este tipo de investigaciones sobre el campo de la “organización” (circulación) de la potencia insurrecta. Hakim Bey por otro lado hace una distinción que nos parece casa con lo que venimos diciendo. No se trata aquí del mero levantamiento, del surgo, sino de la “rebelión de uno mismo” (Bey, 2014: 91) y la posibilidad de establecer nuevas conexiones con los demás, por otras vías. Pero ¿cómo voy a producir una insurrección si el ‘in’ no ha sido examinado? La máxima socrática en la que vale más una vida examinada es justamente a lo que nos referimos aquí, puesto que de lo que se trata es del reconocimiento de las potencialidades del campo de inmanencia, de las posibilidades que pasan desapercibidas por una atención mermada propia de una dieta cognitiva rica en estímulos, pero pobre en crítica.
[13] Cfr. Haecceidad. “El ritornello y su línea de fuga” recuperado de https://zouravichviliturner.blogspot.com/2011/05/bach-concierto-de-brandenburgo-n2.html
[14] Cfr. Fernández-Savater, Amador. La fuerza de los débiles. Ed. Akal, Madrid, 2021.
[15] Ibidem., p. 61.
[16] José García Montalvo, citado por Naiara Puertas en Al menos tienes trabajo, dirá que “uno de los principales problemas que justifican el desempleo de los jóvenes con mayor nivel de cualificación es que muchos empresarios, que tienen un nivel educativo menor que la población en general, no ven rentable la contratación de jóvenes cualificados” (Puertas, 2019: 116). Al igual que jóvenes cualificados, pero sin experiencia laboral, las mujeres que no han alcanzado la menopausia, emplear a gente con trastornos de ansiedad o depresión, o fuerte filiación sindical, no entran o lo hacen directamente en el espectro del precariado a excepción de casos que por “enchufe” pueden ocupar los llamados por Graeber como trabajos de mierda en los que se ocupa una silla durante ocho horas o se mantiene uno online mientras teletrabaja refrescando el portátil con toques cada 15 o 30 minutos, entre otros oasis carcelarios que sostienen más que el tejido productivo el de consumo.
[17] Cfr. Colquhoun, Matt. Egreso. Sobre comunidad, duelo y Mark Fisher (trad. Matheus Calderón Torres). Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2021, p.152
[18] Cfr. Fisher, Mark. Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? (trad. Claudio Iglesias). Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2018.
[19] Cfr. Iturraspe, Juan Ignacio. “Tiqqun, Partido Imaginario y Comité Invisible. Analítica de dispositivos, resonancias anónimas y devenires revolucionarios” Tesis Doctoral, UNED, Madrid, 2021.
[20] Decisiones, crisis, krinein. Ello supone establecer un corte en el flujo corriente, no de los eventos, sino de uno en ellos. Incluir el hábitat al hábito.
[21] Cfr. Fernández-Savater, Amador. Habitar y gobernar: Inspiraciones para una nueva concepción política. Ed. Ned, Madrid, 2020.
[22] Cfr. Martínez, Francisco José. Próspero en el laberinto: Las dos caras del Barroco. Ed. Dykinson, Madrid, 1986.
[23] Dicho con otras palabras, los gobiernos de izquierdas en muchas ocasiones han promovido cambios que permitían una regularización progresista, marcando una diferencia haciendo que la balanza social se inclinara a favor de la mejoría de la ciudadanía en su conjunto, minando la diferencia de clases. El problema reside en que estos cambios legislativos, ordenanzas públicas, son o bien trastocadas o silenciadas por los medios de comunicación, haciendo de esta forma que se realicen cambios estructurales, pero perdiendo el relato del cambio. Esta invisibilización mediática conlleva la no re-elección en los años venideros y la posibilidad de la reaparición de las fuerzas conservadoras (tanto de derecha, centro o izquierda).
[24] Cfr. Puertas, Naiara. Al menos tienes trabajo. Ed. Antipersona, Valencia, 2019.
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